21/03/2017
| Kevin Murphy
Que la huelga más importante de la historia mundial
haya comenzado con las trabajadoras textiles en Petrogrado el Día Internacional
de la Mujer de 1917 (23 de febrero en el viejo calendario juliano) no fue una
coincidencia. Trabajando hasta trece horas por día mientras sus maridos e hijos
estaban en el frente, esas mujeres tenían que mantener solas a sus familias y
esperaban por horas en colas con fríos bajo cero esperando conseguir pan. Como
Tsuyoshi Hasegawa menciona en su investigación decisiva de la Revolución de
febrero, “No fue necesaria propaganda alguna para incitar a esas mujeres a la
acción.”
La profunda crisis social rusa hundía sus raíces en
el fracaso del régimen zarista en implementar cualquier reforma significativa y
en el abismo económico entre los ricos y el resto de la sociedad rusa. Rusia
estaba gobernada por un autócrata, el Zar Nicolás II, quien en repetidas
ocasiones disolvió la Duma, un cuerpo electivo sin poder que legalmente estaba
dominado por los miembros de las clases propietarias.
En vísperas de la guerra, la actividad huelguística
se acercó a los niveles alcanzados en la Revolución de 1905 y los trabajadores
levantaron barricadas en las calles de la capital. La guerra dio al zarismo un
alivio temporal, pero las crecientes derrotas militares y unas siete millones
de bajas despertaron inesperadas acusaciones de corrupción del régimen
provenientes de prácticamente todos los sectores de la sociedad. Tan profunda
era la putrefacción que el futuro primer ministro, Príncipe Lvov, dirigió una
conspiración – aunque sin intervenir personalmente – para deportar al Zar y
encerrar a la Zarina en un monasterio. Rasputín, un monje charlatán que había
ganado enorme influencia en la corte del zar, fue asesinado, no por anarquistas
sino por monárquicos, en diciembre de 1916.
En la izquierda, los Bolcheviques eran la fuerza
dominante en un ámbito más amplio de revolucionarios, que dirigieron la mayor
oleada de huelgas de la historia mundial (los segmentos pro-guerra de los
socialistas moderados frecuentemente evitaron las huelgas).
Por años habían estado combatiendo el zarismo.
Treinta huelgas políticas tuvieron lugar en la media década que siguió a la
matanza de las minas de oro del río Lena en 1912, en la cual murieron 270
trabajadores. Los revolucionarios habían desafiado una tras otra las oleadas de
arrestos de la policía secreta del zar (la Ojrana). El recuento de los
revolucionarios arrestados en 1915 y 1916 evidencia la fuerza relativa de las
distintas agrupaciones de izquierda en Petrogrado: 743 Bolcheviques, 553 no
partidarios, 98 Socialistas Revolucionarios (SR), 79 Mencheviques, 51
Mezhraionsty (de la organización Inter-Distritos), 39 anarquistas. Con unos
seiscientos bolcheviques en las fábricas metalúrgicas, metal-mecánicas y
textiles, el distrito de Vyborg fue por mucho el más militante durante la
guerra.
El 9 de enero de 1917, en el decimosegundo
aniversario de la masacre del Domingo Sangriento que dio inicio a la Revolución
de 1905, 142 000 trabajadores pararon. Cuando la Duma abrió sus sesiones el 14
de febrero, otros 84 000 trabajadores marcharon, en una acción liderada por los
Mencheviques pro-guerra.
La creciente escasez de comida hizo que el gobierno
requisara granos en el campo. Mientras, las panaderías de Petrogrado cerraban y
los suministros se reducían a reservas para unas pocas semanas, las autoridades
zaristas exacerbaron la crisis al afirmar que no había escasez. La Ojrana
informó de numerosos enfrentamientos entre la policía y trabajadoras en las
colas para el pan de Petrogrado. Las madres “que ven a sus hijos hambrientos y
enfermos están mucho más cerca de la revolución que los señores Miliukov,
Rodichev y compañía, y por supuesto son mucho más peligrosas.”
El 22 de febrero, el bolchevique Kaiurov se dirigió
a una asamblea de mujeres de Vyborg, exhortándolas a no parar en el Día
Internacional de la Mujer y a seguir “las instrucciones del partido”. Para su
disgusto –más tarde escribiría que estaba “indignado” porque las mujeres
bolcheviques ignoraron las directivas del partido – cinco fábricas textiles
pararon la mañana siguiente.
Las líderes de la huelga en las fábricas de hilados
Neva gritaron, “¡A las calles! ¡Paren! ¡Ya tuvimos suficiente!” Abrieron las
puertas y guiaron a cientos de mujeres a las fábricas metalúrgicas cercanas.
Arrojando bolas de nieve a las ventanas de la fábrica metalúrgica Nobel, las
multitudes de mujeres convencieron a los trabajadores a unírseles, agitando sus
brazos y gritando, “¡Salgan! ¡Dejen de trabajar! ” Las mujeres también
marcharon a la fábrica Erikson, donde Kaiurov y otros bolcheviques se reunieron
brevemente con los Socialistas Revolucionaros y Mencheviques de la fábrica y
unánimemente decidieron convencer a los otros trabajadores a unírseles.
La policía reportó multitudes de mujeres y jóvenes
trabajadores demandando “pan” y cantando canciones revolucionarias. Las mujeres
tomaron los estandartes rojos de los hombres durante la marcha, diciendo: “Es
nuestro día. Nosotras llevaremos los estandartes”. En el puente Liteinyi, a
pesar de los reiterados embates de los manifestantes, la policía les impidió
llegar al centro de la ciudad. Entrada la tarde, cientos de trabajadores
cruzaron el hielo y fueron atacados por la policía. En el centro “un millar,
predominantemente mujeres y jóvenes” alcanzaron la avenida Nevsky, pero fueron
dispersados. La Ojrana reportó que las manifestaciones eran tan militantes que
fue “necesario reforzar los destacamentos de la policía en todos lados.”
Sesenta mil de los 78 000 huelguistas eran del
distrito Vyborg. Aunque levantaron slogans contra la guerra y contra el
zarismo, la demanda más importante era por pan. Sin dudas, las autoridades
zaristas consideraban esto sólo otro disturbio por el pan, aunque estaban
alarmados por las vacilaciones de sus confiables tropas cosacas en atacar a los
manifestantes. Esa noche, los bolcheviques de Vyborg se reunieron y votaron
para organizar una huelga general de tres días con marchas hacia la avenida
Nevsky.
Al día siguiente, el movimiento huelguístico se
duplicó hasta alcanzar 158 000 participantes, transformándose en la mayor
huelga política de la guerra. Setenta y cinco mil trabajadores de Vyborg
pararon, como también lo hicieron unos veinte mil en cada uno de los distritos
de Petrogradsky, la Isla Vasílievski y Moskovsky, y más de nueve mil en el
distrito de Narvsky. Los jóvenes obreros lideraron la lucha en las calles,
combatiendo a la policía y a las tropas en los puentes y luchando por el control
de la avenida Nevsky en el centro de la ciudad.
En la fábrica Aviaz, Mencheviques y portavoces de
los Socialistas Revolucionarios llamaron a derribar al gobierno, suplicando a
los trabajadores que no participaran en actos irresponsables e instándolos a marchar
al Palacio Táuride, donde miembros de la Duma desesperadamente trataron de
persuadir al zarismo de que hiciera concesiones. Los bolcheviques en la fábrica
Erikson imploraron a los trabajadores que marcharan a la plaza Kazan y que se
armaran con cuchillos, herramientas y demás implementos para las inminentes
batallas con la policía.
Una multitud de 40 000 manifestantes lucharon con
la policía y con los soldados en el puente Liteinyi, pero fueron nuevamente
rechazados. 2 500 trabajadores de la fábrica Erikson fueron confrontados por
cosacos en la avenida Sampsonievsky. Los oficiales cargaron contra la multitud,
pero los cosacos siguieron cautelosamente por el corredor abierto por los
oficiales. “Algunos de ellos sonreían” recuerda Kaiurov, “y uno de ellos guiñó
a los trabajadores” En muchos lugares las mujeres tomaron la iniciativa:
“Tenemos maridos, padres y hermanos en el frente… ustedes también tienen
madres, viudas, hermanas, niños. Estamos demandando pan y el fin de la guerra.”
Los manifestantes no intentaron fraternizar con la
odiada policía. Jóvenes detuvieron tranvías, cantando canciones revolucionarias
y tirando hielo y bulones a la policía. Luego de que varios miles de
trabajadores cruzaran el hielo, furiosas batallas estallaron entre los manifestantes
y la policía por el control de la avenida Nevsky. Mientras tanto, los
trabajadores lograron organizar reuniones en los sitios revolucionarios
tradicionales de la plaza de Kazan y en la famosa estatua de “hipopótamo” de
Alejandro III en la plaza Znamenskaya. Las demandas se tornaron más políticas
ya que los oradores no solo pedían pan, sino que también denunciaban la guerra
y la autocracia.
El 25, la huelga se hizo general, con más de 240
000 trabajadores fabriles a los que se sumaron oficinistas, maestros, mozos y
camareras, estudiantes universitarios e incluso estudiantes secundarios. Los
taxistas juraron que sólo llevarían a los “líderes” de la revuelta.
Nuevamente, los trabajadores comenzaron a celebrar
asambleas en sus fábricas. En una bulliciosa reunión en la fábrica Parvianen de
Vyborg, oradores Bolcheviques, Mencheviques y de los Socialistas
Revolucionarios exhortaron a los trabajadores a marchar a la avenida Nevsky. Un
orador concluyó con la frase revolucionaria: “¡Fuera del camino, mundo obsoleto,
podrido de arriba abajo. La Joven Rusia está marchando!”
Los manifestantes protagonizaron diecisiete
enfrentamientos violentos con la policía, y soldados y trabajadores lograron
liberar a camaradas detenidos por la policía. Los rebeldes lograron imponerse,
derrotando a las fuerzas zaristas en muchos puentes o cruzando el hielo hacia
el centro. Tomando el control de la avenida Nevsky, los manifestantes se
reunieron nuevamente en la plaza Znamenskaya. La policía y los cosacos
fustigaron a la multitud, pero cuando el jefe de policía cargó contra los
manifestantes fue abatido – por un sable cosaco. Las mujeres trabajadoras
jugaron nuevamente un papel crucial: “Bajen sus bayonetas,” les pedían.
“Únansenos.”
Por la tarde, el lado del Vyborg era controlado por
los rebeldes. Los manifestantes habían asaltado la estación de policía,
capturado revólveres y sables de los centinelas zaristas y forzando a la
policía ya los gendarmes a huir.
La rebelión empujó al zar Nicolás II al límite.
“Ordeno que los desórdenes en la capital cesen mañana”, proclamó, y ordenó al
comandante Khabalov de la guarnición de Petrogrado que dispersara a la multitud
con armas de fuego. Khabalov era escéptico (“¿Cómo podían ser detenidos al día
siguiente?”), pero aceptó la orden. En el ayuntamiento, el ministro del
interior, Protopopov, alentó a los defensores de la autocracia a poner fin a
los desórdenes: “Recen y tengan esperanzas en la victoria,” dijo. Temprano, al
día siguiente, fueron colgadas proclamas prohibiendo manifestaciones y advirtiendo
que el edicto sería hecho cumplir por las armas.
Temprano, el domingo 26, la policía arrestó el
núcleo del Comité Bolchevique de Petersburgo y a otros socialistas. Las
fábricas fueron cerradas, los puentes levantados y el centro de la ciudad fue transformado
en un campamento armado. Khabalov telegrafió al cuartel central que “hay
tranquilidad en la ciudad desde la mañana”. Poco tiempo después de este
informe, miles de trabajadores cruzaron el hielo y aparecieron en la avenida
Nevsky cantando canciones revolucionarias y gritando consignas, pero los
soldados dispararon sobre ellos sistemáticamente.
Unidades del regimiento de Volynsky fueron
encargados de hacer incursiones preventivas en la plaza Znamenskaya. Patrullas
montadas azotaban a la multitud, pero no consiguieron dispersarlos. Entonces,
el comandante ordenó a las tropas abrir fuego. Aunque algunos soldados
dispararon al aire, cincuenta manifestantes fueron asesinados en la plaza
Znamenskaya y en sus alrededores, y los trabajadores se dispersaron para
esconderse en el interior de las viviendas y en los cafés. Gran parte de la
carnicería fue llevada a cabo por tropas de elite usadas para entrenar
suboficiales.
Sin embargo, el derramamiento de sangre no aplastó
la rebelión.
Un informe de la policía describe el sorprendente
nivel de resistencia y sacrificio de los rebeldes:
En el transcurso de los desórdenes fue observado
como un fenómeno general, que la muchedumbre amotinada adoptaba una actitud de
desafío extremo hacia las patrullas militares, a quienes, cuando se les pedía
que se dispersasen, arrojaban piedras y trozos de hielo desenterrados de la
calle. Cuando disparos preliminares fueron hechos al aire, la multitud no sólo
no se dispersó, sino que respondió a estas descargas con risas. Sólo cuando los
cartuchos cargados fueron disparados en medio de la multitud, fue posible
dispersar la turba. Los participantes… se escondían en los patios de las casas
cercanas y tan pronto como los disparos cesaban, salían nuevamente a la calle.
Los trabajadores pidieron a los soldados deponer
sus armas, intentando entablar conversaciones para persuadir a los soldados.
Como Trotsky observó, en los contactos “entre los trabajadores, las mujeres y
los soldados, bajo el constante crepitar de rifles y ametralladoras, el destino
del gobierno, de la guerra, del país, estaba siendo decidido.”
En la mañana del 26, los líderes Bolcheviques de
Vyborg se encontraron en un huerto en las afueras de la ciudad. Muchos
propusieron que era tiempo de levantar la revuelta, pero su propuesta fue
desestimada. El más clamoroso partidario de continuar la batalla luego fue
desenmascarado como un agente de la Ojrana. Desde una perspectiva militar, la
revolución se debería haber estancado después del 26. Pero la policía no podía
aplastar la rebelión sin el apoyo de miles de soldados.
La mañana anterior, trabajadores se habían acercado
a las barracas de Pavlovsky: “Digan a sus camaradas que el regimiento de
Pavlovsky también nos está disparando – vimos soldados con su uniforme en la
avenida Nevsky.” Los soldados “se veían angustiados y pálidos.” Ruegos
similares se escucharon en las barracas de otros regimientos. Esa tarde, los
soldados del regimiento de Pavlovsky fueron los primeros en unirse a los
rebeldes (sin embargo, al darse cuenta que estaban aislados, regresaron a sus
barracas y treinta y nueve líderes fueron rápidamente arrestados.)
Temprano el 27, la revuelta alcanzó al regimiento
Volynsky, cuyos cuerpos entrenados habían disparado sobre los manifestantes en
la plaza Znamenskaya. Cuatrocientos amotinados dijeron a su teniente: “No vamos
a disparar más y no queremos derramar la sangre de nuestros hermanos en vano.”
Cuando el oficial les respondió leyéndoles la orden del Zar de suprimir la
rebelión, fue fusilado sumariamente. Otros soldados del regimiento Volynsky se
unieron a la rebelión y luego avanzaron hasta las barracas cercanas de los
regimientos de Preobrazhensky y del regimiento de los lituanos, quienes también
se amotinaron.
Un participante describió luego la escena: “Un
camión lleno de soldados, con rifles en sus manos, se abrió paso entre la
multitud por la avenida Sampsonievsky. Banderas rojas ondeaban en las bayonetas
de los rifles, algo nunca visto antes… las noticias que el camión trajo – que
las tropas se habían amotinado – se esparcieron como fuego sin control.”
Mientras un destacamento punitivo comandado por el General Kutepov anduvo sin
control por horas – disparando a los manifestantes y a los camiones repletos de
trabajadores –, por la tarde Kutepov escribió: “Una gran parte de mi fuerza
está mezclada con la multitud.”
Esa mañana, el general Khabalov se había estado
pavoneando en las barracas de la ciudad, amenazando a los soldados con la pena
de muerte si se rebelaban. Por la tarde, el general Ivanov, cuyas tropas
estaban en marcha para apoyar a los leales al zar, telegrafió a Khabalov para
evaluar la situación.
Ivanov: ¿Qué partes de la ciudad mantienen el
orden?
Khabalov: Toda la ciudad está en manos de los
revolucionarios.
Ivanov: ¿Todos los ministerios están funcionando
correctamente?
Khabalov: Los ministros fueron arrestados por los
revolucionarios.
Ivanov: ¿Qué fuerzas policiales están a su
disposición en este momento?
Khabalov: Ninguna en absoluto.
Ivanov: ¿Qué instituciones técnicas y de
suministros del Departamento de Guerra están ahora bajo su control?
Khabalov: No tengo ninguna.
Informado de la situación, el General Ivanov
decidió retirarse. La fase militar de la revolución había terminado.
La paradoja de la Revolución de Febrero fue que,
aunque arrasó con el zarismo, lo reemplazó con un gobierno de liberales no
elegidos que estaban horrorizados por la misma revolución que los puso en el
poder. El 27 un diputado liberal de la Duma escribió: “se escucharon suspiros…
y en alguno casos claras expresiones de temor por su vida.” Esto fue
interrumpido brevemente por felices, pero inexactas noticias acerca de que “los
desórdenes pronto serían sofocados.” Otro observador mencionó que “estaban
horrorizados, se estremecían, se sentían ellos mismos cautivos en manos de
elementos hostiles que los arrastraban por un camino desconocido.”
Durante la revolución, “la posición de la burguesía
era bastante clara: por un lado mantener su distancia de la revolución y
traicionarla al zarismo, y por el otro explotarla para sus propios fines.” Este
era la evaluación de Sukhanov, un líder del Soviet de Petrogrado que
simpatizaba con los Mencheviques y jugaría un rol crucial en entregar el poder
a los liberales.
Sukhanov obtuvo mucha ayuda de muchos socialistas
moderados. El líder menchevique Skobelev se acercó a Rodzianko, presidente de
la Cuarta Duma, para conseguir un lugar en el Palacio Táuride.
Su propósito era organizar un soviet de diputados
obreros para mantener el orden. Kerensky disipó los miedos de Rodzianko de que
los soviets podrían llegar a ser peligrosos, diciéndole: “alguien debe tomar el
control de los trabajadores.”
A diferencia de los soviets de los trabajadores de
1905, que surgieron como un instrumento de la lucha de clases, el soviet
formado el 27 de febrero fue creado luego de la revuelta, y los líderes de su
comité ejecutivo eran casi exclusivamente intelectuales que no habían
participado en la revolución.
Hubo otras deficiencias también: los representantes
de los 150 000 soldados estacionados en Petrogrado estaban inmensamente
sobrerepresentados en este soviet de trabajadores y soldados. Era
abrumadoramente masculino: había sólo un puñado de mujeres delegadas entre los
1 200 delegados (eventualmente casi 3 000), por lo que las trabajadoras estaban
deplorablemente subrepresentadas. El soviet ni siquiera discutió la
manifestación del 19 de marzo por el sufragio femenino, en la que participaron
25 000 personas, incluyendo miles de mujeres de la clase trabajadora.
El Soviet de Petrogrado sí aprobó la famosa Orden
Número 1 – que instó a los soldados a elegir sus propios comités para organizar
sus unidades y obedecer a sus oficiales y al Gobierno Provisional sólo si las
ordenes no contradecían a las del soviet – pero esta orden sólo fue aprobada
por la iniciativa de los propios soldados radicalizados.
Aún así, la formación del soviet forzó a los
liberales y a su aliado Socialista Revolucionario, Kerensky, a actuar.
Rodzianko argumentó que “si nosotros no tomamos el poder, otros lo harán”,
porque ya habían “elegido a algunos canallas en las fábricas.” “Si no
formábamos un gobierno provisional de inmediato”, escribió Kerensky, “el soviet
se autoproclamaría la autoridad suprema de la Revolución.”
Según este plan, un grupo autodesignado que se
llamaría a sí mismo Comité Provisional actuaría como un contrapeso del soviet.
Pero los conspiradores no estaban muy confiados en su propio plan; dejaron que
los líderes Mencheviques y Socialistas Revolucionarios en el soviet hicieran el
trabajo sucio.
El álgebra Menchevique de la revolución indicaba
que el “gobierno que tomara el lugar del zarismo debe ser exclusivamente
burgués.” Sukhanov escribió: “Toda la maquinaria estatal… solo puede obedecer a
Miliukov.”
Las negociaciones entre el ejecutivo del soviet y
los líderes liberales no electos se desarrollaron el primero de marzo.
“Miliukov entendió perfectamente que el Comité Ejecutivo estaba en una posición
perfecta para, o bien darle el poder al gobierno burgués o no dárselo,” pero,
Sukhanov agregó, “el poder destinado a reemplazar el zarismo debe ser sólo un
poder burgués… Debemos ajustarnos a este principio. De otra forma el
levantamiento no triunfará y la revolución colapsará.”
Los líderes del soviet estaban dispuestos a
renunciar incluso a las “tres ballenas”, el programa mínimo que todos los
grupos revolucionarios habían acordado (la jornada de ocho horas, la
confiscación de los latifundios y la república democrática), para que los
liberales accedieran a tomar el poder. Asustados por la perspectiva de tener
que gobernar, Miliukov testarudamente insistió en hacer un último intento
desesperado por salvar a la monarquía.
Increíblemente, los socialistas concedieron y
permitieron que el hermano del zar, Miguel, decidiera por sí mismo si él debía
gobernar. Al no recibir garantías sobre su seguridad personal, el gran duque
rechazó cortésmente. Todas esas negociaciones entre bambalinas fueron, por
supuesto, llevadas a cabo sin el conocimiento de los trabajadores y soldados.
El sistema de poder dual que surgió de esas
discusiones – el soviet por un lado y el Gobierno Provisional no elegido por el
otro – duraría por ocho meses.
Ziva Galili describió esas negociaciones como “el
mejor momento de los Mencheviques.” Trotsky las comparó con una obra de vodevil
dividida en dos partes: “En una, los revolucionarios estaban pidiendo a los
liberales que salven la revolución; en la otra, los liberales estaban pidiendo
a la monarquía que salve al liberalismo.”
¿Por qué los trabajadores y soldados, que lucharon
tan valientemente para derrocar el zarismo, permitieron al soviet entregar el
poder a un nuevo gobierno que representaba a las clases propietarias? Primero,
porque la mayoría de los trabajadores aún tenía que escoger entre las políticas
de los distintos partidos socialistas. Además, los mismos Bolcheviques no
tenían muy en claro aquello por lo que luchaban, en parte porque ellos
conservaban una comprensión (rápidamente desactualizada) de la revolución como
democrático-burguesa, en la cual gobernaría un gobierno revolucionario
provisional. Lo que esto significaba en la práctica, en especial luego de la
formación del Gobierno Provisional, estaba abierto a diferentes
interpretaciones.
Aunque los militantes bolcheviques jugaron un rol
fundamental en los días revolucionarios, muchas veces lo hicieron a pesar de
sus líderes. Las trabajadoras textiles pararon en febrero a pesar de las
objeciones de los líderes del partido que consideraban el momento "aún no
maduro" para la acción militante.
El liderazgo del Buró Bolchevique en Petrogrado
(Shliapnikov, Molotov y Zalutsky) también era inadecuado. Aún luego de la
huelga del 23 de febrero, Shliapnikov sostuvo que era prematuro llamar a una
huelga general. El buró no fue capaz de imprimir un panfleto para entregar a
las tropas y se negó a la demanda de armar a los trabajadores para las
inminentes batallas.
La mayor iniciativa vino, o bien del comité del
distrito de Vyborg, que actuó como el líder de hecho en la organización del
partido en la ciudad, o de los miembros de base — especialmente el primer día,
cuando las mujeres ignoraron a los líderes del partido y jugaron un rol
decisivo en la propagación del movimiento huelguístico.
Durante todo marzo, la confusión y la división
agitaron a los Bolcheviques. Cuando el Soviet de Petrogrado entregó el poder a
la burguesía el primero de marzo, ni uno solo de los once Bolcheviques en el
Comité Ejecutivo del soviet se opuso. Cuando los delegados Bolcheviques de
izquierda en el soviet presentaron una moción llamando al soviet a formar un
gobierno, sólo diecinueve votaron a favor, y muchos bolcheviques votaron en
contra.
El 5 de marzo, el Comité Bolchevique de Petersburgo
apoyó al soviet en su llamada para que los trabajadores regresen a sus tareas,
aunque la jornada de ocho horas, una de las principales demandas del movimiento
revolucionario, aún debía ser establecida.
El Buró del partido bajo Shliapnikov se acercó a
los radicales en Vyborg, quienes llamaban al soviet a gobernar. Pero cuando
Kamenev, Stalin y Muranov regresaron de su exilio en Siberia y tomaron el
control del Buró el 12 de marzo, las políticas del partido viraron bruscamente
a la derecha – para el regocijo de los líderes Mencheviques y Socialistas
Revolucionarios y para la ira de muchos militantes del partido en las fábricas,
algunos de los cuales demandaron la expulsión del nuevo triunvirato.
Lenin estaba entre los furiosos. El 7 de marzo,
escribió desde Suiza: “Este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos por el
capital imperialista, por la política imperialista de la guerra y el saqueo.”
Kamenev, en contraste, sostuvo en Pravda el 15 de marzo que “el pueblo libre”
va a “resistir firmemente en sus puestos, va a replicar bala por bala,
proyectil por proyectil.” Y a finales de marzo, Stalin habló a favor de la
unificación con los Mencheviques y sostuvo que el Gobierno Provisional “ha
asumido el rol de asegurar las conquistas de la revolución.”
Lenin estaba tan preocupado por el giro a la
derecha del liderazgo Bolchevique que el 30 de marzo escribió que él prefería
una “ruptura inmediata con cualquiera en nuestro Partido, quienquiera que sea,
que haga concesiones al social-patriotismo de Kerensky y compañía.” Ningún
abogado era necesario para aclarar las palabras de Lenin o acerca de quién
estaba hablando. “Kamenev debe darse cuenta que carga con una responsabilidad
mundial e histórica.”
La esencia del Leninismo desde 1905 fue su énfasis
en la completa desconfianza hacia el liberalismo, al que consideraba una fuerza
contrarrevolucionaria, y una crítica incisiva de aquellos socialistas empeñados
en tratar de conciliar con los liberales. Y sin embargo, la propia formulación
de Lenin de 1905, que llamaba a crear un gobierno revolucionario provisional
para llevar a cabo la revolución burguesa, era contrastada por Lenin con lo que
él denominaba las “absurdas y semianárquicas ideas” de Trotsky llamando a una
“revolución socialista”. El mismo Lenin ahora se viró hacia esa idea del
socialismo, mientras que los conservadores Viejos Bolcheviques, comprensiblemente,
lo acusaron de "Trotskismo".
De muchas maneras, el golpe de estado de principios
de marzo siguió el modelo típico de eventos similares durante el siglo XIX –
una pequeña camarilla no elegida usurpa el poder para los propósitos de su
clase a costa del movimiento que los puso en el poder. Había dos grandes
diferencias, sin embargo. Una era que existía un partido de las masas
trabajadoras que lucharía sin descanso por sus objetivos. Y segundo, había
soviets.
La Revolución Rusa apenas había comenzado.
13/03/2017
Traducción: Paula Ávila
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