La idea
de que la ciencia puede estar y permanecer a la orilla de la política es una
muy extendida. Pero no, la ciencia y la política tienen una estrecha relación:
la ciencia es la búsqueda del conocimiento, el conocimiento es poder y el poder
es política.
El
método científico se ocupa de la generación de hipótesis, de probar o invalidar
esas hipótesis a través de los ensayos pertinentes, y luego, de reunir las
válidas para generar conocimiento. Un método que contiene una ideología con
nombre propio, empirismo. La llegada a la presidencia de Estados Unidos de un
mandatario con una ideología conservadora y que de forma clara se apropia de
hechos que se acomodan a su propia visión del mundo, cambia una relación entre ciencia y cultura,
que debería ser sana, en una en potencia destructiva.
Alrededor
del método científico existe un campo aún más abiertamente político: el dinero.
Mucha de la ciencia básica que se hace en Estados Unidos está financiada por el
gobierno. Entidades como los Institutos Nacionales de Salud, el Departamento de
Defensa, el Departamento de Energía, y la Fundación para la Ciencia son los
grandes patrocinadores de la ciencia y todos usan dinero público. Las
decisiones de a dónde va el dinero la toman los políticos. Se puede escoger si
destinar más dinero en defensa que en cáncer o escoger financiar programas que
estudien las adicciones a cambio de iniciar una nueva misión de la NASA.
Decidir cuál ciencia tiene mayor valor no es una decisión científica, es una política.
También
son políticas las decisiones sobre cuál investigación no se debe hacer porque,
así aumente el conocimiento, es posible que ocasione daños. Por eso las
instituciones tienen los comités con la idea de proteger a los pacientes de
experimentos que no son éticos. Hubo un tiempo en que esta idea no se había
implementado aún y llevó a la apropiación indebida de tejidos de pacientes de
cáncer, como es el bien conocido caso de Henrietta Lacks y las famosas células
HeLa1, que entre los infinitos usos que han tenido está el de haber
facilitado el desarrollo de la vacuna del polio. Y cuando George W. Bush llegó
al poder lo primero que hizo fue restringir el uso de células madre para la
investigación2 prohibición que levantó Barack Obama tan pronto pudo3.
Y luego
está el asunto del qué hacer con los
resultados científicos, con frecuencia una decisión política. La Agencia de
Protección Ambiental (EPA), casi siempre a la merced de los políticos, se creó
en parte debido a una serie de conflictos sobre los usos del agua y la tierra.
Las compañías se deshacían de los desperdicios en los ríos, contaminación que
en sus días se cobró la vida de 168 personas en el área de Nueva York, en 1966.
Una vez que los datos establecieron el nexo entre polución y baja calidad de vida,
los políticos actuaron para proteger a los ciudadanos.
La
primera impresión sobre las políticas de Trump en ciencia es que encajan en los
postulados conservadores ya conocidos: negar el cambio climático (George W.
Bush) y cuestionar la importancia de las vacunas. Las regulaciones ambientales
siempre han sido mal vistas por las corporaciones. Reagan trató de acabar con
la EPA aunque sin éxito. Ignorar a los epidemiólogos es uno de sus vergonzosos
legados, con la devastadora epidemia de SIDA que pudo haberse detenido a tiempo
si no se hubiera negado a aceptar y manejar el problema.
Son
hechos políticos familiares, en un familiar sistema conservador. Pero Trump
trae novedades: él y sus asesores han mostrado un deseo de no ponerle oídos a
los hechos que no les gustan, la seguridad de las vacunas y el cambio
climático. Para Trump el cambio climático es una trama de los chinos. Para el
Departamento de Defensa, el cambio climático no solo es real sino que podría
llevar en el futuro a conflictos entre las naciones. Criticar la ciencia del
cambio climático es una cosa, para ello está el método científico. Pero negar
la realidad real, medida por cientos de científicos independientes es otra.
Trump
se ha reunido con Andrew Wakefield, el más que desacreditado médico que
manufacturó el nexo entre vacunas y autismo, todo mediante una investigación
fraudulenta que le valió perder la licencia y el repudio de sus colegas4.
No contento con eso, Trump le ha pedido al conocido propagandista anti vacunas
Robert F. Kennedy Jr. liderar una nueva comisión que ni es claro para qué es.
Kennedy dice que es una comisión para supervisar la seguridad de las vacunas y
la integridad científica (¿?), aunque Trump, con su característico tono
nebuloso dice que todo llevará a la “posible creación de una comisión sobre el
Autismo”.
El nexo
entre vacunas y autismo4, ya ha sido declarado inexistente. Gastar
más dinero y tiempo no solo hace que se desperdicien recursos que podrían
financiar investigaciones serias y productivas sino que le da la idea al
promedio de los ciudadanos que las vacunas no son seguras. De seguir Trump con
esas asesorías enfermizas lo que resultará serán maniobras políticas con
impactos nefastos.
Ya han
ocurrido brotes de enfermedades erradicadas, gracias a los padres anti vacunas
y es posible que más casos se den a medida que se le quita valor a los
resultados incontrovertibles de la ciencia, producidos además con el dinero de
los impuestos.
Pero
los científicos algunas veces sacrifican la tarea moral debida a la ciencia y
al público para poder seguir con sus trabajos de investigación. Wernher von
Braun casi ha sido borrado de la NASA a pesar de su papel esencial, por sus
nexos con los nazis para quienes construyó cohetes, usando esclavos de entre
las víctimas de los campos de concentración. Y está Ivan Pavlov, el de los
perros y la saliva, que se puso del lado de Stalin y así se salvó de las purgas
y conservó su laboratorio.
Por
estos días la administración de Trump premia a los leales y castiga a los que
disienten. Él ya ha señalado el deseo de perseguir a investigadores en campos
específicos, pidiéndole al Departamento de Energía una lista de los empleados
que han trabajado en el cambio climático –el botón de la muestra.
La
ciencia es una manera de ver que se alimenta de hechos. Lo que se hace con esos hechos es
profundamente político.
Nadie
puede predecir cómo va a lidiar Trump con la comunidad científica. Pero las
señales que su administración ya ha enviado indican que la relación entre la
ciencia y la política se volverá más controvertida, con consecuencias nefastas.
Mayor razón para permanecer atentos a todos sus movimientos en lo que atañe a
la ciencia.
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