miércoles, 31 de mayo de 2017

PERMISO PARA DISENTIR





30/05/2017

La izquierda peruana (usaremos el plural por comodidad) no logra posicionarse completamente en el siglo XXI. Intuye que debe renovarse, pero le resulta extraña la sociedad de emprendedores que desplazó a los movimientos campesinos y sindical- populares que caracterizaron el Perú de los setenta y ochenta. La izquierda aprendió y creció navegando entre las luchas por la tierra, el sindicalismo urbano y la movilización barrial. El actual predominio del individualismo popular y la despolitización la tiene como un pez fuera del agua. Respira un poco en los conflictos ambientales, pero es insuficiente para su reconstitución política.

¿Cuál es el escenario en el que se mueve hoy la izquierda? ¿Es posible la reconstitución de la izquierda sin una narrativa política sobre el Perú posfujimorista? Estas son preguntas ineludibles, si la izquierda desea construir una hegemonía político-cultural. En estas breves líneas vamos a plantear algunos puntos del debate, particularmente resaltando los cambios socio-políticos, sobre los cuales tendremos oportunidad de volver en las próximas colaboraciones para desarrollar y profundizar nuestras reflexiones.

 Un baile sin Marx

En primer lugar, debemos señalar que en la década de 1990 la izquierda internacional empieza a abandonar el aparato conceptual marxista: las nociones de lucha de clases, la dictadura del proletariado, el control de los modos de producción, entre otros. De una parte, debido al desarrollo de los enfoques teóricos y metodológicos de las ciencias sociales que enriquecieron nuestro conocimiento del desarrollo histórico-social, de las acciones humanas y de los procesos políticos. Esto se constata fácilmente en las publicaciones de los intelectuales de izquierda.

Por ejemplo, en los escritos de Aníbal Quijano, uno de los pocos pensadores peruanos con proyección internacional, puede verificarse la continuidad de ciertos temas: la desigualdad, el poder y la dominación, la política y los movimientos sociales. Sin embargo, es evidente el desplazamiento del lenguaje marxista y la recepción de perspectivas fuera de la tradición socialista. Aunque el abandono de las categorías marxistas es prácticamente generalizado, no se reemplazaron con nuevos conceptos, salvo excepciones como la del propio Quijano y su teoría o enfoque de la “colonialidad del poder”.

De otra parte, el abandono del aparto conceptual marxista responde a que el curso de la historia tomó una dirección no prevista por Marx ni por sus principales herederos teóricos. La caída del socialismo soviético y el giro “capitalista” de China mellaron seriamente el pensamiento marxista, pues su prestigio radicaba en el “efecto de realidad” del socialismo soviético y chino. Los marxistas ya no podían exhibir que su interpretación del desarrollo histórico-social era la “correcta”. Los problemas que la izquierda marxista se propuso resolver seguían existiendo, pero había que imaginar otros caminos.

 Un baile sin El “Che”

En segundo lugar, asistimos al abandono del discurso de la violencia revolucionaria como vía para la conquista del poder. Con la excepción de las FARC, en pleno proceso de un acuerdo de paz, la práctica de la izquierda actual se mueve exclusivamente en el terreno de la democracia electoral. No se observa a ningún émulo del “Che” y las pequeñas organizaciones de izquierda están más preocupadas en reunir las firmas necesarias para su inscripción en el JNE, que en explorar las posibilidades de una revolución.

Sin embargo, este giro en la “práctica” de la izquierda no viene acompañado de una narrativa sobre la experiencia de la democracia peruana y, mucho menos, sobre un balance crítico de la experiencia armada de los grupos que en los sesenta y ochenta tomaron las armas. La renovación de la izquierda se ha producido de facto, casi por recambio generacional físico. Algunos grupos vienen renovando el repertorio ideológico zurdo (ambientalistas, feministas, grupos de diversidad sexual, defensores de los derechos indígenas, etc.), pero todavía sin construir un movimiento que marque una tendencia general en la sociedad peruana.

 Un baile sin obreros

En tercer lugar, el escenario en el que se mueve la izquierda se caracteriza por la desaparición de los actores colectivos que se movilizaron en la segunda mitad del siglo XX: federaciones campesinas, sindicatos obreros, organizaciones barriales, gremios magisteriales, movimiento universitario, etc. En la base de esta situación está el colapso de la industria y la producción fordista, es decir, de la existencia de “ejércitos” de obreros y sindicatos asociados a ellos, así como el avance de la informalidad que engloba a casi dos tercios de la Población Económica Activa.

En una sociedad desmovilizada como la actual, lo que adquirió importancia es la “opinión pública” como el espacio en el cual los actores políticos compiten para movilizar el voto. Esto supone, de un lado, la necesidad de imaginar formas de intervenir e influenciar en la opinión pública; y de otro lado, el desafío de construir organizaciones acordes con los nuevos sujetos sociales que contrarresten las desventajas que la izquierda tuvo y tiene en los medios de comunicación.

Resumiendo, estamos ante una izquierda que no tiene como referente único o principal la ideología marxista, pero que tiene la tarea de construir una narrativa hegemónica del Perú neoliberal. Es una izquierda que en la “práctica” se mueve en el terreno democrático-electoral, aunque sin un balance de la izquierda insurreccional de los sesenta y ochenta. Y es una izquierda que actúa en una sociedad desmovilizada, pero que si quiere reconstituirse está irremediablemente condenada a imaginar y edificar nuevas formas de institucionalidad social. En una palabra, es una izquierda en proceso transición. Volveremos sobre este tema.




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