30/10/2017
| Claudio Katz
Cuatro temas se debaten en la militancia luego del
triunfo de Cambiemos. El avance del oficialismo, la crisis del
peronismo, el devenir del kirchnerismo y el futuro el FIT.
Es evidente que el gobierno logró una significativa
victoria. Mejoró su perfil de las PASO, amplió su dotación de legisladores, se
impuso en cinco provincias estratégicas y sumó distritos del interior. Cimentó
esa expansión en un descarado sostén mediático. Nunca la prensa hegemónica
estuvo tan alineada y pocas veces manipuló la información con tanto desparpajo.
El mismo servilismo se extendió a la justicia que
sólo destapó casos de corrupción favorables al gobierno. Hizo desfilar por
Tribunales a funcionarios de la gestión anterior, cajoneando las causas que
salpican a la administración actual. De Vido y López ya está en prisión, pero
Arribas, Caputo, Aranguren y la familia Macri continúan sus desfalcos.
El gobierno construyó un relato que atribuye al
kirchnerismo todas las desventuras de Argentina. Ocultó la alta participación
de sus equipos en los desastres anteriores del menemismo y la Alianza. Con ese
disfraz propagó ilusiones en un futuro venturoso y repitió el habitual éxito
electoral de los oficialismos, en la mitad de sus mandatos.
Macri desactivó además la continuidad de las
protestas sociales disciplinando a la burocracia sindical. Utilizó la chequera
y las amenazas de prisión por los negocios turbios. El encarcelamiento del
“Pata” Medina fue una advertencia a toda la cúpula. Aprovechó también algunos
signos del prometido rebote económico. Ese desahogo se financia con el mismo
endeudamiento que incubó los grandes colapsos de la economía.
Singularidades del macrismo
Cambiemos se apropió de muchos votantes de la oposición
amorfa. Numerosos seguidores de Urtubey, Schiaretti o Massa optaron por el
apoyo directo a Macri. Abandonaron la copia a favor de una versión original del
mismo proyecto.
Al cabo de dos años de deterioro social fue
importante el caudal de votos amarillos proveniente de los sectores
empobrecidos. Esa convalidación electoral por parte de las víctimas del ajuste
no es una novedad. Ya ocurrió durante el menemismo.
Quiénes dominan la economía, controlan las
instituciones y alimentan la ideología vigente suelen prevalecer también en las
urnas. El capitalismo funciona de esa forma en todo el mundo. Es una ingenuidad
suponer que los oprimidos están naturalmente inclinados a votar contra la
derecha.
Lo novedoso en Argentina es la forma descarnada que
asume actualmente el gobierno de los poderosos. Macri es un exponente directo
de la clase capitalista. Expresa una variante peculiar de las distintas
modalidades de la restauración conservadora en América Latina. No encarna el
derechismo continuado de México o Colombia, ni el golpismo institucional de
Brasil, Paraguay u Honduras. A diferencia de Temer recurre al sufragio y no
gestiona con el descreimiento que rodea a Santos o a Peña Ñieto. Pero como
todos sus pares preside una plutocracia contrapuesta a la soberanía popular.
Cambiemos es una construcción de marketing con pilares
ideológicos desdibujados. Ha perfeccionado la tecnología del engaño, la
retórica new age y las mitologías del individualismo. También utiliza el
viejo arsenal del conservadurismo para recolectar votos con políticas sociales,
punteros y gasto público. Carrió aporta su cuota porteña de liberalismo gorila
a ese combo.
Macri no encabeza una dictadura pero construye un
régimen represivo. La desaparición forzada de Santiago Maldonado desmiente
cualquier parentesco con una “derecha democrática”. Con su triunfo electoral
aleja el fantasma del helicóptero e imagina una reelección. Pero deberá
recorrer un largo trecho para estabilizar su proyecto. El mapa del PRO no se
equipara aún con la hegemonía forjada por Menen.
El ocupante de la Casa Rosada necesita un ciclo de
crecimiento continuado basado en inversiones que no despuntan. Hasta el momento
los grandes bancos y empresas no ofrecen contrapartidas a su apropiación de los
recursos del país. Primero reclamaron fortaleza electoral y ahora demandan
doblegar la resistencia popular. Macri intentará cumplir con esa exigencia.
Resistencias sociales y democráticas
En pocos países existe el nivel de luchas que se
observa en Argentina. La clase dominante pretende demoler ese invalorable
activo del país. El macrismo debió aceptarlo en su primer bienio y por eso
recurrió al denominado gradualismo. En lugar de un shock brutal ensayó
atropellos acotados.
Las marchas multitudinarias, la CGT sobrepasada, el
paro masivo y los frecuentes piquetes limitaron el alcance de la agresión. El
gobierno pretende ahora utilizar su nuevo capital electoral para erosionar esa
combatividad. Macri ya negocia con la burocracia sindical una flexibilización
laboral que repite los nefastos parámetros de los 90.
Como ningún ataque de ese alcance se consuma sin
represión, la respuesta democrática frente al crimen de Maldonado desafía los
planes oficiales. Repitiendo la reacción que revirtió el dos por uno, las
movilizaciones congregaron multitudes. La valiente actitud de la familia de
Santiago no sólo renueva la tradición de las Madres. También permitió desplazar
al encubridor juez Otranto.
Un barómetro de este impacto fue el atípico fin de
campaña que generó el descubrimiento del cadáver. Cesaron los actos, imperó el
silencio y el gobierno debió renunciar al festejo de su victoria. Las
hipócritas condolencias de Macri desataron el repudio en vivo de la familia y
las canalladas de Carrió generaron la misma indignación.
Esa conmoción no tuvo sin embargo efectos
electorales. El gobierno lucró con las sospechas de un simple ahogo en las
vísperas de los comicios. Pero el caso sigue abierto y salta a la vista la
culpabilidad de la gendarmería.
Macri está empeñado en apañar a los criminales,
pero la reacción popular limita sus planes. Sus fuerzas policiales vacilarán a
la hora de retomar los desalojos que condujeron a la muerte de Santiago.
Habrá que ver a mediano plazo como sobrelleva el
macrismo el estigma de Maldonado. El desenlace de Kostecki-Santillán neutralizó
la acción represiva y Macri ha quedado mal parado para repetir las maniobras de
Menen con Carrasco o Duhalde con Cabezas. ¿Cargará con la misma cruz que abrumó
a Ibarra (Cromagnon) o a Cristina (Once)? ¿Afrontará como Aznar (Atocha) las
consecuencias de manipular una mentira?
La crisis del peronismo
La principal novedad de los comicios fue la paliza
electoral que sufrió el peronismo condescendiente con Macri. Este sector quedó
desguazado por la polarización con el kirchnerismo. Quiénes explican el avance
de Cambiemos por la funcionalidad de Cristina, no dicen nada de
lo ocurrido con los justicialistas sometidos al PRO.
El peronismo ha quedado muy dividido y sin
liderazgo, al cabo de tres derrotas electorales que convalidaron la pérdida del
bastión de Buenos Aires. Afronta un dilema sin solución. Con Cristina no puede
reunificarse para disputar el 2019 y sin Cristina carece de algún referente con
caudal electoral
En este escenario se discute nuevamente si el
peronismo resurgirá o enfrentará un prolongado declive. Como renació tantas
veces, muchos pensadores descreen de la posibilidad de una declinación
sostenida. Resaltan el alto número de sufragios que conserva reuniendo a todas
sus variantes.
Pero la tesis opuesta evalúa una perspectiva de
extinción como efecto retardado del 2001 1/.
Señala que el peronismo sobrevivió a esa convulsión pero podría seguir los
pasos de la UCR. El radicalismo se ha desmoronado y subsiste como formación
subordinada al PRO. Esa desintegración sintoniza con el desplome de muchos
partidos tradicionales de Europa y América Latina.
Un desbande semejante del justicialismo podría
coronar la quiebra de su columna vertebral en el movimiento obrero organizado.
La aguda fragmentación entre trabajadores formales e informales ha roto ese
cimiento, generando las múltiples derivas de las últimas dos décadas. Ya el
movimiento piquetero fue ajeno al peronismo y mantuvo fuertes tensiones con la
burocracia de la CGT.
El nuevo sector de desempleados y precarizados
carece de identificaciones definidas y lealtades electorales. Sostuvo a
Cristina, cuando Massa arrastró a los trabajadores descontentos con el
mantenimiento del impuesto a las ganancias. Pero también nutrió el reciente
crecimiento de Cambiemos. Las mismas fluctuaciones se verifican en las
provincias.
La fractura de la tradicional homogeneidad
electoral peronista se observa también en los sectores medios bajos. Un
segmento de esa franja acompaña la hostilidad al asistencialismo.
La crisis del peronismo se percibe también en plano
ideológico. Frente a una identidad debilitada ya no se canta la marcha con la
espontaneidad del pasado. Los candidatos justicialistas evalúan en cada
ocasión, si conviene reeditar o silenciar la vieja liturgia.
Esta orfandad afecta la capacidad del peronismo
para adaptar su acción a la dirección del viento. Asimilaron la democracia con
Cafiero, el neoliberalismo con Menen y el progresismo con Kirchner. Pero nadie
sabe cómo continuar ese amoldamiento. En lo inmediato sólo existe un gran
vacío, que el oficialismo profundiza con propuestas de cooptación a los
dirigentes más dependientes del padrinazgo estatal.
El devenir del kirchnerismo
Cristina desmintió con una buena elección la
intención macrista de consumar su demolición. Mantuvo una presencia
significativa que sintoniza con la popularidad de su mandato. Pero la derrota
frente a Bullrich pone en serio entredicho sus posibilidades de repetir el
rumbo seguido por Lula en Brasil. Sus chances de disputar con éxito las
presidenciales del 2019 han disminuido drásticamente.
Ese dato afecta la perspectiva de un rápido retorno
del ciclo progresista. Quienes suponían muy próxima esa restauración olvidaron
que ese periodo fue consecuencia de exitosas rebeliones populares. El eventual
reinicio de esa etapa exigiría levantamientos del mismo alcance y resultado.
La mirada puramente electoral impide registrar ese
trasfondo de confrontación social. Las clases dominantes apuestan fuerte por
sus gobiernos derechistas y no reducen ese sostén al recuento de votos. Si no
son derrotadas en la calle mantendrán por una u otra vía a sus presidentes y
ministros. Los conservadores cuentan además con una base social de clase media,
cuya neutralización requiere forjar fuerzas populares beligerantes de mayor
densidad.
Cristina afronta esta adversidad sin definir
estrategias. Nadie sabe si apuesta al liderazgo dentro del peronismo o a la
construcción de una corriente de centroizquierda. En la campaña coqueteó con
ambas opciones y reafirmó su intención de recrear alianzas con sectores
conservadores. Esa política obstruye cualquier batalla real contra el macrismo.
La retórica combativa de CFK contrasta con sus actitudes prácticas de disuasión
de la lucha.
El kirchnerismo omite además una evaluación crítica
de su gestión. Evita revisar por qué mantuvo los privilegios de los grupos
dominantes, bloqueando las transformaciones sociales requeridas para erradicar
el subdesarrollo y la desigualdad.
Cristina se apoyó en la clase media progresista sin
encarar disputas frontales con los caceroleros derechistas. Amplió los socorros
a los empobrecidos preservando el desempleo y la exclusión. Concedió ciertas
mejoras a los asalariados chocando con el movimiento sindical.
A diferencia de otros gobiernos progresistas
soslayó la creación de un nuevo movimiento político. También convalidó un nivel
de corrupción superior a sus equivalentes regionales. Frente a la ofensiva
derechista mantuvo una actitud más próxima a la resignación de Dilma, que a la
resistencia activa de Evo o Chávez. En lugar de defender a Maduro frente al
acoso del imperio, lo acusó de vulnerar el estado de derecho.
Unidad Ciudadana no fue concebida para frenar al macrismo en la
acción directa. Pero tampoco se perfila como la fuerza electoral que permitiría
desplazar a Cambiemos. Esa constatación genera replanteos en todo el
kirchnerismo.
Las vertientes más radicales atribuyen muchos
desaciertos al autoritarismo de Cristina. Pero ese estilo de conducción es
congruente con las tradiciones del peronismo. También promueven un giro a la
izquierda que incorpore componentes anticapitalistas a ese proyecto.
Pero a diferencia del chavismo el kirchnerismo
siempre convalidó explícitamente el orden burgués. Se mantuvo alejado de los
viejos ideales de la “Patria Socialista” que enarboló la JP en los años los 70.
Por esa razón nunca hubo espacio allí para gestar una corriente de izquierda.
La trayectoria de Nuevo Encuentro ilustra ese fracaso y lo que no surgió
en la última década tampoco se avizora para el futuro. Quienes bregan por
objetivos anticapitalistas deberían concentrar sus energías en otro campo.
Las posibilidades de la izquierda
El FIT sumó 1 200 000 votos, incrementó un 40% el
caudal de las PASO y aumentó sus bancas en las legislaturas. Aguantó la
polarización en Buenos Aires obteniendo dos diputados y volvió a conquistar
sorprendentes resultados en algunas localidades del interior.
Su avance en Santa Cruz retrata un procesamiento
por la izquierda de experiencias directas con el kirchnerismo. El éxito en Jujuy
demostró cómo canalizar el rechazo al gobernador más represivo del oficialismo.
El desenmascaramiento de Carrió en el debate televisivo sobre Maldonado impactó
sobre un público distante de la izquierda.
El FIT consolida una presencia de varios años con identidades
socialistas al alcance de la población. Refuerza un numeroso segmento militante
y se ubica en la primera fila de la batalla contra el ajuste.
Esta influencia es prometedora. Sus candidatos
recibieron el inédito apoyo de una franja de la centroizquierda no Kirchner. El
pronunciamiento suscripto por Lozano, Bergel y Swampa ilustra cómo cierto vacío
imperante en ese espacio fue capturado por el FIT. Este impensado episodio
rompe con prejuicios de varias décadas.
Algunas corrientes de la izquierda independiente
explicitaron en otra declaración el mismo apoyo. Este sector perdió en los
últimos años la relevancia conquistada al calor del 2001. La maduración
política de la militancia social, la participación en elecciones y la
experiencia kirchnerista afianzaron dos ámbitos de intervención -el cristinismo
y la izquierda partidaria- en desmedro de la diversidad inicial de
agrupaciones.
Otras opciones persisten pero no fructifican y la
concentración de la oposición en esas dos formaciones tiende a consolidarse.
Como las definiciones electorales ordenan gran parte de la estrategia política,
resulta imperioso clarificar convergencias con uno u otro espacio.
Ese empalme no implica aceptar el horizonte de Unidad
Ciudadana o el FIT. Tampoco exige la disolución en esos campos o la
renuncia al proyecto propio. Pero supone una insoslayable elección entre los
dos principales senderos de intervención. Esta definición orienta la acción
política más allá de cualquier controversia sobre el voto útil en una
disyuntiva presidencial.
Son muy conocidas las divergencias que distancian a
la izquierda independiente del FIT. La actitud frente a Venezuela y Cuba
suscita tantas diferencias, como la obstrucción a las tradiciones de la
izquierda no trotskista. Basta registrar que ni siquiera prosperó la
asimilación de dos vertientes de ese mismo tronco (nuevo MAS y MST).
Pero la forma en que pudo desenvolverse la
corriente Poder Popular en la reciente campaña abre nuevos caminos para
explorar confluencias. Estos empalmes serían más provechosos que voto pasivo y
de último momento por el FIT.
Seguramente aflorarán nuevas divergencias tácticas.
Ha sido controvertida, por ejemplo, la decisión de votar el desafuero de De
Vido en lugar de la abstención. Pero el interrogante de mediano plazo es la
potencialidad del FIT para canalizar un eventual declive del peronismo.
En varios momentos de la historia la izquierda
asomó como posible sucesora de ese movimiento. El justicialismo siempre fue
utilizado por la clase dominante para bloquear la implantación del socialismo
revolucionario entre los trabajadores. Esa penetración vuelve a despuntar luego
de la experiencia con el kirchnerismo.
Es un gran interrogante la capacidad del FIT para
capturar un posible giro a la izquierda. Ese frente todavía no afrontó pruebas
políticas más complejas que la valiente intervención en la lucha sindical o
democrática. El ejercicio de un cargo ejecutivo surgido de los comicios
plantearía problemas de otro alcance. Esos desafíos estarán a la orden del día
si el FIT logra consumar un salto hacia configuraciones masivas.
Estado de ánimo
Macri apuesta a la desmoralización del movimiento
popular para imponer el ajuste. Esa depresión anímica es un ingrediente
esencial de su estrategia. No pudo desactivar la resistencia por la convicción
que exhibieron los manifestantes y los huelguistas.
Ahora busca crear una sensación de derrota e
inevitable avance del neoliberalismo. Por eso magnifica su triunfo electoral,
difundiendo la impresión que gobernará junto a una imbatible ola amarilla.
Resulta indispensable desmistificar esta creencia ilustrando los límites y las
contradicciones del oficialismo.
La sensación de pesadumbre es intensa en las
franjas del kirchnerismo que imaginaron un glorioso retorno a la Casa Rosada,
junto al abrupto declive del PRO. El escepticismo es la peor respuesta a esa
errónea evaluación. La derecha propicia destructivas autocríticas de sus
adversarios para que bajen las banderas.
El macrismo se nutre de esa depresión
pos-electoral. En el progresismo no se valora adecuadamente la enorme
potencialidad de resistencia social, en torno a la militancia forjada en los
últimos años. En un momento de grandes peligros y oportunidades conviene
recuperar la lucidez y la esperanza.
29-10-2017
Claudio Katz, Economista, investigador del Conicet, profesor de
la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
1/ Torre, Juan Carlos, Los huérfanos de la política de partidos
revisited http://panamarevista.com/los-huerfanos-de-la-politica-de-partidos-revisited/
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