Silvia Ribeiro
ALAI AMLATINA, 03/04/2018.- En la novela 1984 de G. Orwell
(publicada en 1949) el Gran Hermano es una entidad omnipresente que vigila a
todos los ciudadanos, apoyada en una trama de instituciones de control,
que vigilan acciones, pensamientos y lenguaje, estableciendo el uso de una neolengua
que reduce y elimina contenidos, con el fin de vaciar las formas de pensar en
libertad. La visión de la realidad está fuertemente distorsionada por medios de
comunicación.
Cualquier parecido con la realidad que vivimos, no
es coincidencia. Lo que denunciaba Orwell, sigue siendo el objetivo de estados
y empresas trasnacionales: conocer qué pensamos y qué hacemos para controlar a
toda la población, sea para moldearla a consumir lo que vendan, para que voten
a alguien, para que acepten condiciones de explotación, para adormecerla en
mundos virtuales y distraerla de la realidad brutal que nos rodea, y si eso no
alcanza, para reprimir a quien se rebele o no se adapte al status quo
dominante. El escándalo que sigue creciendo sobre el uso de información
de millones de usuarios en Facebook y otras fuentes por parte de Cambridge Analytica es parte de ese contexto.
Orwell muestra una realidad opresiva, en la que las
y los ciudadanos obedecen por miedo y formas de control agobiantes. Pero en
realidad, la neolengua se está formando a través de castrar el lenguaje
en mensajes hiper-sintéticos, que eliminan vocales, sustituyen palabras por
unas letras que evocan una frase. En el camino desaparecen tildes, eñes, signos
que abren interrogación y admiración y quizá al mismo tiempo la apertura a
interrogarnos y admirar el mundo real. Los sentimientos y el tejido infinito de
compartirlos en palabras, se sustituye por unas caritas estándar para todos los
países, idiomas y culturas.
Orwell nunca imaginó que todo esto no sería
impuesto, que usar esa neolengua y poner en público la información e
imágenes de qué pensamos y hacemos, dónde estamos, qué comemos, con quién
hablamos, lo que nos gusta o no, lo que opinamos de muchos temas, no sería un
proceso forzado y obligatorio, sino voluntario a través de participar en lo que
paradójicamente se ha dado en llamar “redes sociales”. Muchísima gente en el
planeta vivimos bajo la vigilancia e influencia de las empresas que manejan
esas redes de comunicación indirecta, entre las mayores las llamadas GAFA -
Google, Apple, Facebook y Amazon.
La información que reúnen Google y Facebook sobre
cada usuario, es mucho más de la que imaginamos. Un artículo reciente en The
Guardian (aquí
también en español y portugués), lista la cantidad enorme de
datos que ambos cosechan, al registrar y conservar históricamente, con
indicación de tiempo y lugar, el uso que hacemos de sus sitios y otras
aplicaciones, las páginas de internet que vemos, los lugares donde estuvimos,
dónde trabajamos, los mensajes que intercambiamos, el directorio de contactos,
fotos, avisos que nos llaman la atención, la información que borramos, y un
largo etcétera. (https://tinyurl.com/y97q3mg4)
Google y Facebook juntos saben más de nosotros que
nuestras parejas, familias y amigos. A esto se suma la información electrónica
adicional que dejamos en instituciones, tiendas, bancos, etc. Todo lo que
cargamos en Facebook, va por defecto a la Agencia Nacional de Seguridad de
Estados Unidos. Pero aunque no fuera así, el caso de Cambridge Analytica
muestra que toda esa información puede ser vendida, comprada o conseguida, para
usarla con fines comerciales, políticos, militares o represivos. El manejo de
datos masivos y el uso de inteligencia artificial es lo que permite conectar e
interpretar tal cantidad de datos.
Otro elemento que aumenta la trama de vigilancia,
es la omnipresencia de cámaras de seguridad, en espacios abiertos,
instituciones, lugares de trabajo y educativos, y el hecho de que las propias empresas
como GAFA y similares, pueden vernos y escucharnos en nuestras casas a través
de micrófonos y cámaras de teléfono, computadoras, pantallas de televisión y
hasta drones, que en poco tiempo serán comunes para servicios de entrega
a domicilio.
A nivel mundial, el líder de las tecnologías de
vigilancia es China, que ha integrado el reconocimiento facial a las cámaras de
vigilancia públicas y este sistema a su vez a lentes que usan policías en
lugares públicos, que conectan imágenes con el historial de cada persona en
archivos policiales y de instituciones públicas. China vendió a Ecuador en 2016
el sistema de cámaras de vigilancia Ecu911, que integra parte de estas
herramientas.
El laboratorio de vigilancia extrema y control
masivo de la población para China parece ser la provincia de Sinkiang, donde
vive la población Uygur, mayoritariamente musulmanes, que han protagonizado
protestas contra el gobierno desde 2009. Allí instalaron estrategias y
tecnologías de vigilancia de punta. A la recolección de datos por cámaras y
redes sociales –las permitidas en China, que no son de GAFA– han integrado la
identificación de ADN, a partir de bancos genéticos recolectados y el muestreo
obligatorio de los Uygur. Un dato significativo es que han cambiado
su política de internet y redes móviles. Mientras que en 2009, silenciaron las
redes por meses, ahora la estrategia es la opuesta. Necesitan que exista mayor
conectividad para que la red de control pueda extenderse. (https://tinyurl.com/yars2nef)
El ejemplo de Sinkiang parece extremo, pero es el
modelo que piensan seguir en el resto de China, además de venderlo a otros
países. Estados Unidos, Europa, Rusia tienen ya opciones similares.
Ya conscientes de esta realidad, se torna opresiva,
como pensó Orwell, y eso es un buen paso. No es una ruta sin salida. Pero
tenemos mucho que pensar y actuar para enfrentarla.
- Silvia Ribeiro, Investigadora del Grupo ETC
URL de este artículo: https://www.alainet.org/es/articulo/191984
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