24-08-2018
En nuestro continente hemos conocido de
la existencia de dictaduras abominables. De regímenes sombríos que han
desplegado una ofensiva salvaje contra sus pueblos. De administraciones genocidas,
que han hecho de la tortura y la muerte su práctica más usual. Batista, Somoza,
Stroessner, Pinochet, Videla, sólo para mencionar a algunos de los más
recurrentes cuando se ha tratado de simbolizar el horror de gobiernos en la
América ubicada bajo la férula del Imperio.
Pero
nunca leímos, escuchamos ni vimos una campaña tan agresiva como la que se
despliega hoy en el Perú, contra el Gobierno Constitucional de
Nicolás Maduro Moros, Presidente de la Venezuela Bolivariana. Con él, no se
disiente, No se le critica. No se la formula objeciones. No se discute
objetivos, ni propósitos, ni formas. Simplemente se descarga improperios. Se le
insulta en la forma más abyecta. Se le llena de adjetivos denigrantes.
Dictador, es lo más simple que se le dice, ignorando que fue electo, y
reelecto, por su pueblo en cumplimiento de las disposiciones constitucionales
que norman su país.
Para
él, se pide el derrocamiento, la cárcel, y aún la muerte. En otras palabras, se
deposita en su alforja todo el cúmulo de miseria y de veneno que es capaz de
producir la suma de alquilados que tienen en sus manos las columnas de opinión
en la prensa grande, la radio y la televisión peruana. Nunca escuchamos a Betho
Ortiz, Phillips Butthers, Mijahil Garrido Lecca, Cecilia Valenzuela o Aldo M.
usar siquiera la milésima parte de esa “carga” cuando aludían a los oprobiosos
regímenes generados por el fascismo latinoamericano, responsable de centenares
de miles de muertos, secuestrados, torturados y desaparecidos, en este suelo
americano.
Jamás
usaron contra esos gobiernos vesánicos, ninguno de los denuestos de los que hoy
hacen gala para proclamar a viva voz su condena a un proceso como el de la patria
de Bolívar, que se desenvuelve en medio de una brutal ofensiva del Imperio y
que lucha en las condiciones más adversas, para encarar y resolver los
problemas de su pueblo.
Que
son falsas todas las diatribas que se vuelcan hoy en los medios de comunicación
peruanos contra Venezuela, su pueblo y su gobierno; puede demostrarse
fácilmente: con motivo del terremoto ocurrido ayer en diversas ciudades del
país llanero, se han difundido numerosas vistas de la televisión, en las que se
puede apreciar abarrotados almacenes, colmados de víveres, que caen de las
alacenas por efecto del violento sismo.
Pero
¿cómo? ¿Qué no era que no había qué comer en Venezuela? ¿No era que la gente se
moría de hambre en las calles porque no había alimentos en ninguna parte? ¿De
dónde caen las frutas, las verduras, las carnes que se pueden apreciar con la
mayor amplitud en los mercados, tiendas y almacenes en Caracas, Sucre,
Maracaibo, Barquisimeto, Valencia y otras ciudades, literalmente abarrotados de
comestibles?
Esas
vistas las ha podido apreciar el mundo anoche y hoy, pero no han servido para
cambiar el discurso de los predicadores del caos, que han seguido con lo mismo:
“no hay qué comer, en Venezuela”,rugen orondos estos vendedores de sebo
de culebra,, empeñados en mantener en vilo a la población sobre la base de
mentiras.
Es
verdad que en Venezuela hay problemas. Y serios. Son consustanciales a todos
los procesos sociales en los que se abandona un régimen de explotación, y se
busca que construir un nuevo modelo de sociedad, más justo y más humano. Las
fuerzas “de antes” –las del régimen que “se va”, ofrecen dura resistencia, y
recurren a todos los procedimientos imaginables para impedir el nacimiento y la
consolidación de un nuevo modelo de gestión.
El
sabotaje, el desabastecimiento, la resistencia embozada, el terror y la
violencia, el boicot económico; son apenas algunas de las formas que usa la
reacción para bloquear las posibilidades de éxito de un proceso de cambios. Y,
claro, en el escenario actual, se vale para ello de dos armas extremadamente
poderosas: la fuerza del Imperio que alienta la agresión
militar en todas sus formas; y la “prensa grande” que dispara
sus misiles envueltos en papel, en redes sociales o en antenas parabólicas. Y
no toda la gente tiene capacidad para resistir esa ofensiva, Hay quienes se
van. Después de todo, no están obligados a quedarse. Ellos mismos nos se
sienten comprometidos con el destino de su patria, y prefieren optar por su
propio camino, personal o familiar. Y equivocados, o no, tienen derecho a obrar
así.
Eso
también explica el éxodo de personas que abandonan su país. Para ellos, no se
han hecho los tiempos de cambio. Prefieren antes –cuando había calma- o después
–cuando ya la haya- pero ahora no. El duro crujir de las estructuras sociales que
se desmoronan, les quitan el sueño y les destiemplan los dientes. Mejor “se
quitan”. Y con mayor razón cuando creen que en otras partes tendrán tiempos
mejores. Después de todo, la voluntad solidaria existe en todas partes. Y serán
bien acogidos allí donde caigan, porque todos quieren ayudar a los que
necesitan ayuda o la pidan.
Pero
esa es una cosa, y otra es que los dinosaurios de acá usen la crisis de
Venezuela para llevar agua a su propio molino. Ni la señora Fachín ni el señor
Pérez –supernumerarios de la televisión peruana- tienen que presentarse como
abanderados de una causa que, en lo personal, ellos mismos abandonaron hace
algunos años, cuando se fueron de su patria. Por lo demás, buscarse “padrinos”
acusados documentalmente de ser agentes de la CIA, o ser catapultados por
congresistas vinculados a las peores mafias, no les hacen ningún bien. Es más,
los pinta –o despinta- de cuerpo entero.
Los
peruanos somos solidarios y acogedores porque eso es consustancial a la
naturaleza humana. El odio y la xenofobia, resultan incompatibles con nuestra
propia esencia. Por lo demás, esa voluntad viene de antaño porque nuestra
propia independencia fue macerada gracias al aporte de cubanos, venezolanos,
colombianos, ecuatorianos, argentinos, chilenos y bolivianos. En nuestro suelo,
la independencia de América se fraguó con sangre latinoamericana, y no sólo
peruana. Por San Martin y Bolívar, entonces, nos sentimos más cerca de Nuestra
América que por Donald Trump, admiradores de los yanquis.
Contra
Venezuela el Imperio trama la masa brutal de sus acciones. Y toda la campaña
que hace hoy para “convencer” a la gente a fin que dé la espalda a la
administración de Caracas, no tiene más propósito que “ganarla” para su causa.
Por eso recurre a esperpentos ridículos. Luisa Ortega –destituida de sus
funciones en Caracas y “refugiada” hoy en Bogotá- ha tenido el cuajo de
parodiar un “juicio” a Maduro y “condenarlo” a 18 años de cárcel. ¿Para qué lo
hace? Para que gobiernos pro yanquis –como los del “grupo de Lima”- se enrolen
a sus filas y justifiquen su acción
La
idea es que varios gobiernos “desconozcan” a Maduro y consiguientemente
“reconozcan” a un “gobierno en el exilio”, que se habrá de proclamar “gobierno
democrático de Venezuela” y pedirá luego “ayuda” yanqui. ¿Cómo vendrá ella?
Fácil: se tramará un incidente armado en la frontera con Colombia, y luego se
dirá que el ejército de Venezuela atacó a ese país. Y Colombia pedirá “ayuda a
la OTAN”. Y lo hará, claro, en “apoyo al gobierno democrático en el exilio”. De
ese modo, el escenario de la guerra en el Medio Oriente, se trasladará a
nuestro suelo americano. Las Tropas de la “coalición internacional” -la misma
que funcionó en Irak y en Libia- actuarán acá, en “apoyo al gobierno
democrático de Venezuela”. ¿No hemos visto esta película antes, en alguna
parte? Sí, claro, Polonia, 1 de septiembre de 1939.
Esa
guerra imperial, finalmente, no será exitosa. Millones de Venezolanos
defenderán suelo y harán morder el polvo de la derrota a los invasores vengan
de donde vengan, Ni Venezuela es Guatemala, ni estamos en 1954. Por lo demás,
no serán solo los llanos venezolanos escenario de esta contienda. En cada país
de América estallará con furia, la solidaridad –la verdadera- con la Patria de
Bolívar y su bandera.
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