Los pensadores de la Gran Estrategia
estadounidense: Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de la administración
Bush Jr., y su consejero, el almirante Arthur Cebrowski;
el presidente Donald Trump y su secretario comercial Peter Navarro; y el
secretario de Estado Mike Pompeo, con su consejero Francis Fannon.
por Thierry
Meyssan
Muchos piensan que Estados Unidos
se mueve mucho pero sin lograr gran cosa. Por ejemplo, que
las guerras estadounidenses en el Gran Medio Oriente han sido una cadena de
fracasos. Pero Thierry Meyssan estima que Estados Unidos tiene una
estrategia militar, comercial y diplomática coherente. En función de sus
propios objetivos, esa estrategia militar avanza pacientemente y registra
éxitos.
Red Voltaire | Damasco (Siria) | 26 de marzo de 2019
En
Estados Unidos se suele creer que el país carece de una Gran Estrategia desde
que se cerró la guerra fría.
Una Gran
Estrategia es una visión del mundo que se trata de imponer y que todas las
administraciones deben respetar. En caso de derrota en un teatro de
operaciones, esa estrategia sigue aplicándose en otros hasta que acabe
por triunfar. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Washington optó por
seguir las directivas que el embajador George Keenan había trazado en su
célebre despacho diplomático. Se trataba de describir un supuesto
expansionismo soviético para justificar una política de «contención» (containment)
frente a la Unión Soviética. El hecho es que, después de haber perdido
las guerras en Corea y Vietnam, Estados Unidos acabó ganando.
No es frecuente
que se logre concebir una Gran Estrategia, aunque estas han existido, como
sucedió en Francia, con Charles De Gaulle.
A lo largo de los
18 últimos años, Washington ha logrado poco a poco fijarse nuevos
objetivos y nuevas tácticas para alcanzar esos objetivos.
1991-2001 un periodo de desconcierto
En el momento de
la desaparición de la Unión Soviética, el 25 de diciembre de 1991,
Estados Unidos, entonces bajo la administración de Bush padre,
consideró que ya no tenía rival. El presidente, victorioso
por defecto, desmovilizó 1 millón de soldados e imaginó
un mundo de paz y prosperidad. Liberalizó las transferencias de capitales
para que los capitalistas pudieran enriquecerse y –como él creía– así
enriquecer también a sus conciudadanos.
Pero el
capitalismo no es un proyecto político sino una forma de ganar dinero.
Las grandes empresas estadounidenses –no el Estado federal–
se aliaron al Partido Comunista Chino (de ahí el famoso «viaje
al sur» de Deng Xiaoping). Esas grandes empresas estadounidenses
trasladaron a China las filiales de menor valor agregado que poseían
en Occidente, y lo hicieron simplemente porque los trabajadores
chinos, con niveles de educación menos elevados, aceptaban salarios
20 veces más bajos que en Occidente. Así se inició el largo
proceso de desindustrialización de Occidente.
Para poder manejar
con menos trabas sus negocios transnacionales, el Gran Capital trasladó
sus haberes a países donde encontraba menos obligaciones fiscales y
descubrió así la posibilidad de escapar a sus responsabilidades sociales. Esos países,
cuya flexibilidad en materia de impuestos y discreción son indispensables
al comercio internacional, se vieron bruscamente implicados en
innumerables y gigantescas tramas de «optimización fiscal», una bonita
formulación técnica para lo que antiguamente se llamaba «defraudar
el fisco», procedimiento con el cual lucraron en silencio.
Se abría así el reinado de la Finanza sobre la Economía.
La estrategia militar
En 2001, Donald
Rumsfeld, secretario de Defensa y miembro permanente del «Gobierno de Continuidad» [1], creó una Oficina de Transformación de la Fuerza (Office of
Force Transformation) que puso en manos del almirante Arthur
Cebrowski, quien ya había trabajado en la informatización de las fuerzas
armadas y se dedicó entonces a modificar la misión de dichas fuerzas.
Sin la Unión
Soviética, el mundo se había hecho unipolar, o sea ya no estaba
gobernado por el Consejo de Seguridad sino única y exclusivamente por
Estados Unidos. Para mantener su predominio, Estados Unidos
se planteó dividir la humanidad en dos partes. De un lado
estarían los Estados considerados estables (los miembros del G8 –incluyendo
Rusia– y los aliados). Del otro lado quedaría el resto del mundo,
convertido en un simple “tanque” de recursos naturales. Washington ya
no consideraba el acceso a esos recursos como algo vital para
sí mismo, pero estimaba que los Estados estables sólo debían
tener acceso a los recursos a través de Estados Unidos.
Para imponer esa situación era necesario destruir previamente las
estructuras de los Estados en los países considerados “tanques” de recursos,
de manera que no pudiesen oponerse a la voluntad de la primera potencia
mundial, ni prescindir de esta [2].
Esa es la
estrategia que Washington ha estado aplicando. Comenzó por el Gran Medio
Oriente o Medio Oriente ampliado –con las guerras en Afganistán, Irak, Líbano,
Libia, Siria y Yemen. A pesar de los anuncios de la secretaria de Estado
de la administración Obama, Hillary Clinton, sobre el «Giro hacia Asia»
(Pivot to Asia), el desarrollo militar de China impidió aplicarla
en el Extremo Oriente y ahora Washington apunta a la Cuenca del Caribe,
arremetiendo inicialmente contra Venezuela y Nicaragua.
La estrategia diplomática
En 2012, el
entonces presidente Barack Obama retomó el leitmotiv del Partido
Republicano y convirtió en prioridad nacional la explotación de los
hidrocarburos (petróleo y gas) de esquistos mediante el método de
fracturación hidráulica. En unos años, Estados Unidos multiplicó sus
inversiones en ese sector y se convirtió en el primer productor
mundial de hidrocarburos echando así abajo los paradigmas de las relaciones
internacionales.
En 2018, Mike
Pompeo, ex director de Sentry International, fabricante de maquinaria para
la industria del petróleo, se convirtió en director de la CIA y,
posteriormente, en secretario de Estado. Pompeo creó un Buró de Recursos
Energéticos (Bureau of Energy Resources) que puso bajo la dirección de
Francis Fannon. Esta estructura era el equivalente diplomático de lo que
fue la Oficina de Transformación de la Fuerza en el Pentágono e instauró una política
enteramente enfocada a tomar el control del mercado mundial de los
hidrocarburos [3]. Para ello imaginó un nuevo tipo de alianzas como la llamada
Región Indo-pacífica Libre y Abierta (Free and Open Indo-Pacific).
Ya no se trata de crear bloques militares, como los QADS, sino de
organizar alianzas alrededor de objetivos de crecimiento económico basados en
la garantía del acceso a fuentes de energía.
Ese concepto
encaja en la estrategia Rumsfeld/Cebrowski. Ya no se trata de
apropiarse los hidrocarburos del resto del mundo, hidrocarburos que Washington
ya no necesita, sino de determinar quién tendrá acceso a ellos para poder
desarrollarse y quién no. Esto es una ruptura total con la doctrina del
agotamiento del petróleo que la familia Rockefeller y el Club de Roma
promovieron desde los años 1960, doctrina retomada después por el Grupo
de Desarrollo de la Política Energética Nacional (National Energy Policy
Development Group) del vicepresidente estadounidense Dick Cheney.
Estados Unidos estima ahora que no sólo no se ha producido la
temida desaparición del petróleo sino que además, a pesar del drástico
aumento de la demanda, la humanidad cuenta con hidrocarburos suficientes
para al menos un siglo.
En este momento,
bajo pretextos tan numerosos como variados, Pompeo acaba de bloquear el acceso
de Irán al mercado mundial de hidrocarburos, está haciendo lo mismo con
Venezuela y, para completar el cierre, Estados Unidos va a mantener
tropas en el este de Siria para impedir que ese país pueda explotar los
yacimientos existentes en esa parte de su territorio. Simultáneamente, Pompeo
ejerce la mayor presión sobre la Unión Europea para que esta renuncie al
gasoducto ruso Nord Stream 2 y también sobre Turquía, para que
renuncie al Turkish Stream.
La estrategia comercial
En 2017, el
presidente Donald Trump trata de que regrese a Estados Unidos
al menos una parte de los empleos que las empresas estadounidenses habían
transferido a Asia y a la Unión Europea. Basándose en los consejos del
economista de izquierda Peter Navarro [4], Trump puso fin a la Asociación Transpacífica y renegoció el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, llamado
en inglés NAFTA y en francés ALENA). Al mismo tiempo instauró
derechos de aduana prohibitivos para la importación de automóviles alemanes y
la mayoría de los productos chinos y completó todo lo anterior con una
reforma fiscal que estimula la repatriación de los capitales estadounidenses.
Esa política ya ha permitido mejorar la balanza comercial y reactivar el
empleo.
En otras palabras,
ya está montado el dispositivo completo en los sectores económico, diplomático
y militar, vinculados todos entre sí y cada uno con sus instrucciones
precisas.
La principal
ventaja de esta nueva Gran Estrategia es que las élites del resto del
mundo siguen sin haberla entendido. Washington todavía tiene a
su favor el factor sorpresa, acentuado además por el sistema de
relaciones públicas deliberadamente caótico de Donald Trump. Pero
si observamos los hechos –en vez de dejarnos distraer por los
tweets presidenciales–, podemos comprobar que Estados Unidos ha logrado
avances después del periodo incierto de los presidentes Clinton y Obama.
[2] Esa estrategia fue dada a conocer por el asistente de Cebrowski,
Thomas Barnett, en su libro The Pentagon’s New Map,
publicado por Putnam Publishing Group en 2004.
[3] “Mike
Pompeo Address at CERAWeek”, por Mike Pompeo, Voltaire Network, 12
de marzo de 2019.
[4] Ver Death by China, Peter Navarro, Pearson, 2011 y Crouching
Tiger: What China’s Militarism Means for the World, Prometheus Books,
2015.
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