¿Qué debe
saber de la “comuna revolucionaria”* todo obrero con conciencia de clase en
este momento histórico que nos corresponde vivir, en el que la autoliberación
revolucionaria del yugo capitalista por parte de la clase obrera figura en el
orden del día? ¿Y qué es lo que sabe hoy de ella incluso la parte políticamente
más formada y, en consecuencia, relativamente autoconsciente del proletariado?
Existen a
este respecto un par de hechos históricos y un par de palabras de Marx, Engels
y Lenin relacionadas con ellos que, en la coyuntura actual, después de medio
siglo de propaganda socialdemócrata durante todo el período de preguerra y de
la serie de acontecimientos verdaderamente trascendentales de los últimos tres
lustros, han pasado a formar parte decidida de la consciencia proletaria, por
mucho que en las escuelas de la actual república “democrática” se hable, a
pesar de todo, tan escasamente de estas cuestiones como en las de la vieja
monarquía imperial. Se trata de la historia y del significado profundo de la
gloriosa Comuna de París, que desplegó la bandera roja de la revolución
proletaria el 18 de marzo de 1871 y la mantuvo enhiesta durante setenta y dos
días de luchas encarnizadas contra un mundo exterior armado hasta los dientes y
empeñado en un ataque a muerte contra ella. Se trata, en fin, de la comuna
revolucionaria del proletariado parisino de 1871, de la que Karl Marx dijo en
el Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de
Trabajadores del 30 de mayo de 1871 sobre la guerra civil en Francia o que “su
verdadero secreto” había radicado, fundamentalmente, en ser un gobierno de
la clase obrera, “el resultado de la lucha de la clase productora contra la
que se apropia del trabajo ajeno, la forma política al fin hallada que permitía
realizar la emancipación económica del trabajo”. De manera similar arrojaba
veinte años después Friedrich Engels al rostro de los filisteos aterrorizados,
en un momento en el que la fundación de la Segunda Internacional y la
institución de la Fiesta proletaria de Mayo como primera forma de la acción directa
de masas a nivel internacional volvía a llenar de temor a las clases
propietarias, las siguientes frases llenas de orgullo: “¿Quieren saber ustedes
la forma que adoptará esa dictadura? Analicen la de la Comuna de París. Esa fue
la dictadura del proletariado”. Y más de dos decenios después, el más grande
político revolucionario de nuestra época, Lenin, volvió sobre este tema,
llevando a cabo en la parte central de la más importante de sus obras
políticas, El estado y la revolución, un detallado análisis de las
experiencias de la Comuna de París y de la lucha contra la debilitación
oportunista y la mixtificación de las importantes enseñanzas que ya Marx y
Engels supieron extraer de aquel período histórico.
Y cuando
pocas semanas después de la revolución rusa de 1917, que comenzó en febrero
como revolución nacional y burguesa y acabó por convertirse, superando sus
limitaciones de cuño nacional y burgués y ampliando y ahondado sus perspectivas
en la primera revolución proletaria del mundo, tanto Lenin y Trotski
como las masas obreras de Europa occidental y los sectores más progresistas de
la clase obrera de todo el mundo saludaron la nueva forma de gobierno creada
por esta acción revolucionaria de las masas, es decir, el sistema
revolucionario de los consejos como la prolongación directa de la comuna
revolucionaria alumbrada medio siglo antes por los obreros de París.
Hasta aquí,
muy bien. Por muy confusa que fuera la idea que en el periodo de ascensión e
impulso revolucionarios que siguió en toda Europa a las conmociones políticas y
económicas desencadenadas por los cuatro años de guerra mundial, abrigaran los
obreros revolucionarios al pronunciar la fórmula “Todo el poder para los
consejos” y por muy profundo que fuera el abismo que ya entonces comenzaba a abrirse
entre dicha imagen y la realidad que iba forjándose en la nueva Rusia bajo el
rótulo de “República Socialista de Consejos”, no cabe duda de que en aquellos
años la llamada a los consejos representaba una forma de evolución política
positiva de la voluntad de una clase proletaria y revolucionaria en
plena urgencia de realización. A decir verdad, únicamente filisteos
amargados podían clamar entonces contra la indeterminación que inevitablemente
aquejaba a esta idea, al igual que a toda idea no plenamente realizada, y sólo
pedantes inanes podían acometer el intento de remediar esta deficiencia
mediante “sistemas” artificialmente elaborados en el terreno de la imaginación,
como el desacreditado “sistema de cajitas” de Daumig y Richard Müller. En todos
aquellos lugares en los que, al igual que de manera tan efímera en Hungría y
Baviera en 1919, el proletariado constituyó su dictadura revolucionaria de
clase, la concibió, tituló y formó como “gobierno de la clase obrera”, gobierno
que era el resultado de la lucha de la clase productora contra la clase que
se adueña del trabajo ajeno, y cuyo objetivo último radicaba en la plena
consecución de la “liberación económica del trabajo”, un gobierno definido
en fin, como “gobierno revolucionario de consejos”. y si en aquella
época en alguno de los grandes países industriales, en Alemania, por ejemplo,
cuando la gran huelga de la primavera de 1919 o cuando el contragolpe a raíz
del putsch de Kapp de 1929 o en ocasión de la llamada huelga de Cunow,
en el año de ocupación del Ruhr y de la inflación (1923), o en Italia, durante
la época de la Ocupación de fábricas de octubre de 1923, hubiera triunfado el
proletariado, hubiera constituido su poder en forma de república de
consejos, vinculándose a la ya existente Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas en una Federación Mundial de Repúblicas Revolucionarias de Consejos.
En las actuales circunstancias, sin embargo, la idea de los consejos y
la existencia de un gobierno de consejos pretendidamente “socialista” y
“revolucionario”, tienen un significado totalmente distinto. Hoy, en que la
superación de la crisis económica mundial del año 1921 y las
consiguientes derrotas de los obreros alemanes, polacos e italianos, a las que
han seguido una cadena de nuevas derrotas proletarias hasta la huelga general
inglesa y huelga de mineros de 1926, el capitalismo europeo ha inaugurado un
nueva ciclo de su dictadura sobre una clase obrera derrotada, hoy,
en fin, en que nos encontramos ante unas nuevas condiciones objetivas, los
luchadores de la clase proletaria y revolucionaria de todo el mundo no podemos
seguir aferrándonos de manera acrítica e inmovilista a nuestra vieja fe en la
importancia revolucionaria de la idea de los consejos y en el carácter
revolucionario del gobierno de los consejos como manifestación reciente
y evolucionada de la forma política de la dictadura proletaria “hallada”
hace medio siglo por los communards franceses.
Frente a las
flagrantes contradicciones que hoy existen entre el nombre y la realidad
efectiva de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no podemos darnos por
satisfechos con la constatación, por ejemplo, de que los actuales mandatarios
rusos “han traicionado” el primitivo principio “revolucionario” de los
consejos, de manera similar a como Scheidemann, Müller y Leípart “han
traicionado” sus principios socialistas “revolucionarios” de
preguerra. Limitarse a ello sería a un tiempo superficial y erróneo. Es
obvio que se trata de ‘una doble o verdad indudable. Los Scheidemanh, Müller y
Leipart han traicionado, sin duda, sus principios socialistas, y, por otra
parte, la “dictadura” que hoy es ejercida por la cumbre máxima del aparato de
un partido gubernamental en extremo exclusivista y del que sólo el nombre
recuerda al primitivo partido “comunista” y “bolchevique” sobre el proletariado
y toda la Rusia soviética con la ayuda de una burocracia extraordinariamente
desarrollada, tiene en común con las ideas revolucionarias de los consejos de
1917 y 1918 exactamente lo mismo que la dictadura del partido fascista del
viejo socialdemócrata revolucionario Mussolini en Italia. Pero en ambos casos
es tan poco lo que se explica hablando de “traición”, que más, bien es el
hecho de la traición misma lo que necesita ser explicado.
La verdadera
tarea que esta evolución contradictoria -que ha llevado del viejo lema
revolucionario de “Todo el poder para los consejos” al actual régimen
capitalista y fascista del pretendido “estado socialista soviético”- nos
plantea a todos los socialistas revolucionarios con conciencia de clase de
manera realmente urgente, no es, a decir verdad, sino una tarea de autocrítica
revolucionaria. Hemos de reconocer que no sólo para las ideas e
instituciones del pasado feudal y burgués, sino también para cuantos
pensamientos y formas de organización ha ido procurándose la propia clase
obrera en los anteriores y sucesivos periodos de su lucha de autoliberación
histórica, tiene validez esa dialéctica revolucionaria en virtud de la
cual “el bien de ayer se convierte en el mal de hoy”, por decirlo con palabras
de Goethe, o, como vino a decir más clara y terminantemente Karl Marx, todo
estadio histórico de una forma evolutiva de las fuerzas productoras
revolucionarias y de la acción revolucionaria, así como de la evolución de la
consciencia, puede convertirse, en un determinado punto de su proceso
evolutivo, en una rémora para el mismo. A esta contradicción dialéctica
de la evolución revolucionaria están sometidas, al igual que las restantes
ideas y producciones históricas, también esas formaciones en el orden del
pensamiento y en el de la organización propias de una determinada fase histórica
de la lucha revolucionaria de clase, como la forma política “por fin
hallada” hace casi 60 años por los communards franceses y
estructurada como forma de gobierno propia de la clase obrera al modo de comuna
revolucionaría y su heredera, surgida en un nuevo periodo histórico de
lucha a impulsos del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos
rusos, conocida con el nombre de “poder revolucionario de los consejos”,
En lugar de
lamentarnos sobre la “traición” a la idea de los consejos y la “degeneración”
consiliar debemos proceder a sintetizar de manera sobria, serena e
históricamente objetiva la evolución entera de este proceso, elaborando una visión
histórica de conjunto que dé cuenta de sus fases sucesivas, haciéndonos,
por último, la pregunta crítica: ¿cuál es, de acuerdo con esta
experiencia histórica, el significado real de orden histórico y clasista de
esta nueva forma de gobierno, cristalizada inicialmente en la comuna
revolucionaria de 1871, aniquilada por la fuerza al cabo de setenta y dos
días de vida y que ha encontrado su expresión más concreta y reciente a raíz de
la revolución rusa de 1917?
Procurarse
una nueva imagen, mucho más profunda y orientadora, del carácter histórico y
clasista de la comuna revolucionaria y su prosecución en el sistema
revolucionario de consejos resulta doblemente necesario si se piensa que
incluso la crítica histórica más superficial muestra lo totalmente infundado de
esa concepción, tan extendida hoy entre los revolucionarios, que si bien
desprecia teóricamente al parlamento como institución burguesa por su
origen y su función y prácticamente predica la necesidad de
“aniquilarlo”, en el llamado “sistema de consejos” y en su precedente,
la “comuna revolucionaria” vislumbra, al mismo tiempo, una forma de
gobierno total y esencialmente proletaria, opuesta, por su propia, naturaleza,
de manera inconciliable, y contradictoria respecto del estado burgués. En
realidad, sin embargo, la “comuna” representa, a lo largo de su
evolución casi milenaria, no sólo una forma de gobierno burgués más antigua que
el parlamento, sino que constituye -desde sus comienzos en el siglo XI hasta su
punto culminante en el momento álgido del movimiento revolucionario de la
burguesía, es decir, en la gran revolución francesa de 1789-1793- la forma
más pura, precisamente, en el orden clasista de la lucha que, en las
formas más diversas, llevó a cabo durante todo este período histórico la
entonces revolucionada clase burguesa para conseguir la transformación del
orden social feudal existente hasta el momento y edificar el nuevo orden social
de cuño burgués.
Cuando en la
frase que citamos anteriormente -entresacada de La guerra civil en Francia- Marx
celebraba la comuna revolucionaria de los obreros parisinos del año 1871
como “la forma política al fin hallada que permitía realizar la emancipación
económica del trabajo” era, al mismo tiempo, de todo punto consciente de
que la forma heredada de las seculares luchas burguesas de liberación de la “comuna”
sólo podían asumir este carácter nuevo al precio de una
transformación radical de su entera esencia anterior. Toma posición,
expresamente, contra las falsas concepciones de cuantos querían ver, en su
tiempo, en esta “nueva comuna, aniquiladora del poder del estado” una
“versión renovada de las comunas medievales anteriores a dicho poder estatal y
que sentaron, en realidad, las bases del mismo”. Y estaba muy lejos, por
supuesto, de esperar cualquier tipo de efectos milagrosos para la lucha de
clases del proletariado de la forma política de. la constitución comunal
en cuanto a tal, considerada independientemente del contenido clasista
específico con el que, en su opinión, habían llenado los obreros de París esta
forma política por ellos conquistada y puesta al servicio de su autoliberación
económica en un determinado momento histórico. De acuerdo con su análisis de,
este problema, los obreros de París hicieron de la forma heredada de la
“comuna” un instrumento de sus fines revolucionarios -opuestos radicalmente a
la originaria finalidad histórica de la misma- en virtud, precisamente, de su carácter
poco evolucionado y relativamente indeterminado. En tanto que en el
estado burgués plenamente desarrollado, tal y como ha ido formándose -en
Francia, sobre todo- en su versión clásica, es decir, como estado
representativo moderno centralizado, el poder estatal no pasa de ser, de
acuerdo con la conocida expresión del Manifiesto comunista, otra (cosa
que “un consejo de administración del conjunto de negocios de la burguesía”, en
las formas tempranas y poco desarrolladas de la estructura estatal burguesa,
entre las que hay que situar la comuna “libre” medieval, este carácter clasista
específicamente burgués, consustancial a todo estado, cobra una fisonomía por
completo diferente. Frente al posteriormente cada vez más evidente y cada vez
más elaborado carácter del poder estatal burgués de “instrumento público
coactivo para la opresión de la clase obrera”, de “máquina para el dominio
clasista” (Marx), en esta fase primitiva de su evolución todavía pesa más la
finalidad originaria de la organización burguesa de clase como órgano de la
lucha revolucionaria de liberación de la clase burguesa oprimida contra el
dominio feudal medieval. Por muy poco que fuera lo que esta lucha de la
burguesía medieval tenia en común con la lucha proletaria de emancipación de la
época histórica contemporánea, era, no obstante, una lucha de clases
histórica, y en esta medida -aunque, desde luego, sólo en ella- los
instrumentos creados por la burguesía al hilo de las necesidades de su lucha
revolucionaria no dejan de ofrecer también un punto de partida puramente formal
para la lucha de emancipación revolucionaria que actualmente, sobre bases
totalmente distintas en condiciones harto diferentes y con vistas a otros fines
protagoniza la clase proletaria.
Marx llamó
muy pronto la atención sobre la especial importancia que a esa serie de
experiencias y conquistas tempranas de la lucha de clases sostenida por la
burguesía, cuya expresión más importante puede verse en las diversas fases
evolutivas de la comuna revolucionaria burguesa de la Edad Media, le ha
ido correspondiendo en la formación tanto de la moderna consciencia proletaria
de clase como de la lucha de clase del proletariado, y lo hizo mucho antes,
incluso, de que el gran acontecimiento histórico del alzamiento de los communards
parisienses de 1871 le incitara a saludar esta nueva comuna revolucionaria
de los obreros de París como la forma política al fin; hallada de la
emancipación económica del trabajo. Debemos a Marx, a este respecto, la
demostración de la analogía histórica existente entre la evolución
política de la burguesía como clase oprimida y en lucha por su liberación
en el seno del estado feudal medieval y la evolución del proletariado en la
moderna sociedad capitalista. Una analogía de la que se ha servido, por
cierto, como importante punto de partida en su teoría dialéctica y
revolucionaria sobre la importancia de los sindicatos y de las luchas
sindicales -una teoría aún no comprendida plena y adecuadamente, ni
siquiera en nuestros días, por buen número de marxistas tanto de inspiración
izquierdista como derechista-. En ella Marx ha comparado las modernas coaliciones
de obreros con las comunas de la burguesía medieval, subrayando el hecho
histórico de que también la clase burguesa comenzó su lucha contra el
orden social feudal con la formación de coaliciones. Ya en su escrito
polémico contra Proudhon encontramos la siguiente referencia, hoy
verdaderamente clásica, a esta cuestión:
En la
historia de la burguesía: debemos diferenciar dos fases: en la primera se
constituye como clase bajo el régimen del feudalismo y de la monarquía
absoluta; en la segunda, la burguesía constituida ya como clase, derroca al
feudalismo y la monarquía, para transformar la vieja sociedad en una sociedad
burguesa. La primera de estas fases fue más prolongada y requirió mayores
esfuerzos. También la burguesía comenzó su lucha con coaliciones parciales
contra los señores feudales. Se han hecho no pocos estudios para presentar las
diferentes fases históricas recorridas por la burguesía desde la comunidad
urbana (comuna) hasta su constitución como clase. Pero cuando se trata de tomar
buena nota de las huelgas, coaliciones y otras formas de las que los
proletarios se sirven para culminar ante nosotros su organización como clase,
los unos son presa de verdadero espanto y los otros hacen gala de un desdén
trascendental (Miseria de la filosofía).
Lo que aquí
expresa teóricamente el joven Marx a mediados de los años 40, reciente aún su
evolución al socialismo proletario, y viene a repetir, sin mayores variaciones,
años después en su exposición de los diversos estadios evolutivos de la
burguesía y del proletariado en el Manifiesto comunista, vuelve veinte
años después a expresarlo una vez más en la conocida Resolución del Congreso
de Ginebra de la Asociación Internacional de Trabajadores concerniente a los
sindicatos, donde se dice de éstos que ya en su anterior evolución, y sin
ser conscientes de ello, más allá de sus tareas cotidianas inmediatas de
defensa de los salarios y de la jornada de trabajo de los obreros contra las
incesantes acometidas del capital, “habían llegado a convertirse en puntos
verdaderamente culminantes de la organización de la clase obrera, de manera
similar a como las municipalidades y comunidades medievales lo habían sido para
la burguesía”, de tal modo que en el futuro habrían de obrar ya de
manera plenamente consciente como tales puntos culminantes de la organización
del conjunto de la clase obrera.
Autor: Karl
Korsh (1929)
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