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Descubre por
qué la transformación del sistema económico de China tuvo más éxito y fue más
eficiente que la terapia de choque que se realizó en los países postcomunistas.
La secuencia
y la cautela mostradas a la hora de aplicar reformas en China son los principales secretos del milagro económico del gigante
asiático. El modelo puede contraponerse a la terapia de choque que se
utilizó en la década de 1990 en Europa del Este. Los datos estadísticos
revelaron que el gradualismo chino —la creencia según la cual un cambio debe
ocurrir paulatinamente— ha sido más eficaz que la terapia de choque que
condujo al desplome del PIB en el este europeo, producido a raíz de la
incapacidad de la economía de adaptarse a las nuevas circunstancias.
La historia de las reformas económicas en China
puede dar la sensación de que todas las decisiones que el país tomó en su día
hubieran estado bien planificadas, considera Albert Park, profesor y director
del Instituto de Investigaciones de Nuevos Mercados de la Universidad de
Ciencia y Tecnología de Hong Kong. En realidad, Pekín no siguió ninguna hoja de
ruta, sino que más bien caminó por su propia senda zigzagueante y plagada de
"piedras resbaladizas", informa el portal ruso Vesti Finance.
China, más aventajada que la URSS
Cuando China
empezó a realizar sus primeras reformas económicas, tenía una economía más
débil que la de la Unión Soviética, además de una industria poco desarrollada y
un rendimiento laboral más bajo. Sin embargo, China disponía de ventajas
considerables frente a la URSS.
El sistema
soviético al final de la URSS contaba con fondos que no eran mantenidos por la
suficiente producción de bienes y servicios. Esta desventaja dio como resultado
que se disparase la inflación tras el derrumbe del país. En China no se produjo
esa situación porque la gestión de su economía fue más descentralizada que el
modelo soviético. Es decir, las autoridades locales y regionales tenían mayores
poderes que sus colegas soviéticos.
La descolectivización, el inicio de un camino largo
En la década
de 1970 el colectivismo en el sector agropecuario de China fue casi idéntico al
del sistema soviético de la época de Iósif Stalin. La propiedad privada casi no
existía, los ciudadanos chinos recibían planes de producción de alimentos
agrícolas y los vendían al Estado por un precio fijo.
Para
incentivar el crecimiento de este sector, las autoridades chinas aprobaron el
llamado Programa de Responsabilidad de Hogares. La nueva reforma perseguía el
objetivo de redistribuir las parcelas de tierra entre los granjeros del país, y
permitió aumentar la producción en un 60% en los primeros tres años
desde su inicio.
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El crecimiento del rendimiento laboral condujo a
que la mano de obra liberada se involucrara en el desarrollo de otras ramas de
la economía china. A su vez, la mejora del bienestar contribuyó a aumentar el
mercado de consumo y a que los ahorros —que posteriormente se invertían
en la economía nacional— creciesen.
Esta
estrategia mostró resultados muy positivos y el Partido Comunista de China
decidió aplicar la misma estrategia en la industria. Los jefes de las empresas
industriales pasaron a contar con mayores poderes. En particular, podían fijar
precios y tomar decisiones administrativas independientes.
En contraste
con otras economías en transición, Pekín aplazó la privatización de las
empresas, e inicialmente instauró la liberación de precios y mercados. Es
decir, mientras que los chinos se adaptaban a un nuevo modelo económico cercano
a una economía de mercado, varias empresas conservaban los elementos propios de
una economía planificada y contaban con subsidios estatales. La primera etapa
de privatización no empezó hasta 1993, cuando el mercado chino ya había
estado desarrollándose de una manera más o menos libre desde hacía casi 10
años.
Distintos
economistas bautizan el modelo económico elegido por China como
"resultados sin dolor", y lo contraponen a la famosa estrategia de
"sin dolor no hay beneficios".
Una estrategia no exenta de fracasos
La
descentralización fiscal y tributaria de China comenzó a mediados de la década
de 1980 con la introducción del sistema que redistribuía recursos financieros
entre provincias chinas a base de acuerdos firmados por los territorios y el
Gobierno central.
La nueva
estrategia generó mayor desigualdad en distintas regiones del país. El
Gobierno chino tuvo que aprobar una nueva reforma fiscal en 1993 que incluyó la
introducción del impuesto unificado al ingreso agregado. El 70% del valor de
este impuesto se enviaba a las arcas públicas del país, mientras que tan solo
el 30% se iba a parar al presupuesto provincial y municipal.
Como resultado, los ingresos del Gobierno central
aumentaron, pero sus gastos no dejaron de crecer. Esta situación se
produjo debido al hecho de que las autoridades centrales de China continuaron
concediendo la mayor parte de recursos financieros a las provincias y
municipios que recaudaban la mayor parte de impuestos.
La apertura al mundo
La
globalización se convirtió en una de las principales locomotoras del
crecimiento económico de China. Actualmente este país asiático es uno de los
mayores exportadores en el mundo. La disminución de aranceles que continúa
paulatinamente desde la década de 1980 es el factor que ha convertido a China
en la llamada fábrica mundial.
Esta
tendencia se aceleró tras la adhesión de China a la Organización Mundial del
Comercio. Ahora, el gigante asiático cuenta con uno de los aranceles más
bajos del mundo, estimado entre el 2% y el 3% en términos de valor de los
bienes, sin tomar en consideración la guerra comercial que fue desencadenada
entre Washington y Pekín.
Albert Park
considera que China salió al mercado internacional en un momento muy
adecuado. A finales del siglo XX la modernización de logística permitió a
las empresas descentralizar su producción. En otras palabras, las compañías
pasaron a desplegar sus fábricas en aquellos lugares del planeta donde les
salías más a cuenta. Como consecuencia China se aprovechó de este momento y
entró exitosamente en las cadenas productivas, especializándose en el
ensamblaje de bienes finales. De esta manera, el país asiático utilizó su
principal ventaja competitiva: el exceso de mano de obra relativamente barata,
destaca el profesor, citado por varios medios rusos,
El logro y fracaso del sistema financiero
Pekín no habría podido asegurar el alto crecimiento
de su economía si no hubiera invertido en ella los suficientes recursos
financieros. Se puede constatar que hoy en día el crédito bancario es el motor
de pleno valor que influye en el crecimiento de China. El peso de los créditos
en la economía china supera considerablemente su participación en la mayor
parte de las economías de los Estados desarrollados o en vías de desarrollo.
En 1991, el
año del desplome de la URSS, los créditos internos concedidos al sector privado
chino crecieron hasta representar más del 86% del PIB. Diez años después
su monto aumentó hasta más del 110% del PIB, y en 2018 superó 161%,
según los datos publicados por el Banco Mundial.
Sin embargo,
hoy en día el sistema financiero chino cuenta con una gran parte de créditos no
rentables. El pueblo y las empresas del país no quieren depositar sus recursos
en los bancos chinos, que siguen otorgando subsidios con tasas de interés bajas
a los negocios no rentables. La falta de reformas en el sistema financiero
condujo a que China contara con uno de los mayores sistemas bancarios en la sombra de todo el mundo.
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