por Romario
Torres
Cualquiera
que se defina como revolucionario, debería tener claro que la tarea es destruir
el Estado Burgués, no perfeccionarlo. El cambio constitucional definido en el
pomposo “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” tiene como premisas
“partir de una hoja en blanco”, y el “voto obligatorio”, así, más allá del
contenido, se va a definir una constitución “aprobada en democracia por
votación universal”, es decir, una relegitimación de las instituciones
políticas del país, superando la “constitución de Pinochet”. La nueva
institucionalidad que sustente la explotación capitalista va a tener el aval de
la mayoría que se va a pronunciar en las próximas votaciones.
Toda forma
de gobierno mientras exista el modo de producción capitalista es en esencia la
dictadura del capital, de hecho, su forma más perfecta es la república
democrática. Esto se debe al simple hecho de que si existe explotación, existe
una inmensa mayoría que trabaja y produce toda la riqueza, pero solo se apropia
de la parte que le permite reproducir sus condiciones de vida como clase
explotada (aun cuando se tenga acceso a muchos bienes de consumo), y por otro
lado, existe una ínfima minoría que se apropia de todo el resto de la riqueza y
de los medios de producción. Esta acumulación de riqueza a partir de la
desposesión genera un inmenso poder económico, el cual se traduce por muchos
mecanismos en poder político, militar, ideológico, mediático, etcétera. Quienes
tienen la riqueza hacen de los políticos (del sistema político) sus
funcionarios, además de militares, policías, jueces, medios de comunicación,
intelectuales, etcétera.
En este
contexto, donde todo el poder, todas las herramientas y medios están del lado
de los capitalistas y sus funcionarios, todo ejercicio “democrático” está de
punta a cabo manipulado por los intereses de los poderosos. El posicionamiento
de candidatos y figuras “elegibles” (que generan redes de “confianza” y
legitimidad reales, aun cuando esto se base en ser “lo menos malo”), el
financiamiento de campañas y de la operación de los partidos, la monopolización
de los medios de comunicación y toda la estructura de difusión ideológica que
va desde la publicidad hasta las universidades opera hacia sus intereses, a
corto o largo plazo.
Aunque
justamente pensar la política reducida a la votación por candidatos o por
opciones en diversos tipos de consulta o manifestando la “opinión” ya es la
victoria más tajante de clase dominante. Incluso verla reducida a marchas y
manifestaciones contra o a favor de algo que finalmente se ejecutará en el
sistema político sigue estando dentro de los márgenes del modelo. La política
no debiera ser otra cosa que la organización consciente de la sociedad
desarrollada entre iguales, donde la deliberación, discusión y planificación es
una parte, pero la parte fundamental es la ejecución de las líneas, directrices
y tareas, así todas las personas deberíamos tener un rol y una responsabilidad.
En la medida en que nos es enajenado el ejercicio de la política y se reduce a
“opinar”, “votar” o “marchar”, es decir, como una acción puntual,
extraordinaria y alejada de nuestra actividad cotidiana, ahí es cuando ya
estamos sumidos en la derrota como pueblo. En el trabajo desarrollamos una
actividad colectiva fundamental para la sociedad, pero nuestra producción no
resuelve las necesidades de las personas en base a una planificación, sino que
va al mercado, donde se pierde el origen de cada producto y también se pierde
su fin, solo importa por cuánto se vende. En el mercado todos nos volvemos
individuos atomizados donde solo importa la variable de cuánto dinero
tenemos.
En este
escenario, mientras el poder esté concentrado en manos de los poderosos, la
libertad, la igualdad ante ley y la democracia son todas unas ilusiones, toda
institucionalidad que nos enfrente como individuos iguales oculta la
desigualdad fundamental que se genera en la producción y en la sociedad, por
tanto, va a reproducir la desigualdad. Todo lo que pueda ser escrito en una
constitución va a ser algo manipulable o letra muerta si es que no va en
consonancia con los intereses de los poderosos, tienen todos los medios y
mecanismos extrainstitucionales para arreglar el asunto a su
conveniencia.
En este
punto algunos podrán plantear que, si bien la constitución en si misma no
cambia nada, el “proceso constituyente” es un escenario propicio para acumular
fuerza. Se plantea que podría ser un proceso donde el pueblo piense y delibere
en torno a las cosas fundamentales, como quiere vivir, cómo quiere organizarse,
qué derechos y obligaciones quiere tener, etcétera. Así podría facilitarse el
desarrollo de conciencia. Nada más alejado de la realidad. El carácter
abstracto, técnico de la discusión, y donde además se excluye toda acción y
organización, hoy no hará más que expresar y amplificar la dispersión del
pueblo. Si la discusión se carga a las declaraciones de principios, el producto
real que se podrá tener son manifiestos de buenas intenciones pero de los que
cada uno entenderá lo que quiera, todo cuando no lo que ocurra sea que se
entrampen permanentemente en discusiones que no van al caso o que tienen poca
relevancia práctica. Por otro lado, si la discusión se carga a la ingeniería
institucional, tomará un carácter totalmente técnico, excluyendo a la inmensa mayoría
que no tiene una formación especializada en derecho o cuestiones jurídicas y
legales. En ambas alternativas y quizás otras, serán discusiones que
reproducirán la pasividad del pueblo ante la política real, que tiene que ver
con el ejercicio del poder y con la organización de la sociedad, y su
dispersión política e ideológica.
En este
escenario la ventaja la tomarán quienes puedan instalar sus listas de
candidatos a la convención constituyente, que no son otros que los partidos
políticos que tienen las estructuras, los cuadros y la experiencia, quienes
instalen los debates fundamentales a partir de los medios de comunicación que
monopolizan y quienes concentren también las capacidades técnicas en las
discusiones jurídicas y legales. Así, el pueblo será un mero espectador del
proceso donde le pedirán posicionarse en base a discusiones que harán parecer
distintas pero que son en realidad matices más o matices menos del mismo
sistema, donde la variable no es cómo se diseña el entramado institucional o cómo
se gestiona la explotación, sino que el rol pasivo y episódico que tiene el
pueblo en la política y en el ejercicio del poder, además del rol
individualizado y atomizado que tiene en la organización de la sociedad.
Pero si no
es la constitución ¿qué? Las derrotas estratégicas que hemos sufrido como
pueblo en los 70 y en los 80, además de la inclusión ideológica producto de 40
años de neoliberalismo, nos tienen entre muchas otras cosas con una mentalidad
donde ante la injusticia no planteamos una nueva sociedad, sino que en el fondo
planteamos que el modelo neoliberal funcione un poco mejor, donde existan menos
abusos y más justicia, y por otro lado deslegitimamos totalmente la
organización popular para alcanzar nuestros objetivos. En este escenario, lo que
debemos plantear es una cancha donde las herramientas, por más rudimentarias
que sean, las tenga el pueblo y en eso pueda avanzar. En las condiciones
actuales, se trata de desarrollar la protesta popular y generar un escenario de
ingobernabilidad, pero no llamando a los centros, a las calles principales
(alameda en Santiago) y menos a la Plaza Italia, sino en las mismas poblaciones
y territorios, donde el pueblo pueda copar calles, bloquear caminos, afectar el
transporte y pueda dispersar a las fuerzas represivas y del orden. La tarea en
este escenario es generar avances organizativos en la coordinación, preparación
y ejecución de la protesta, desarrollando medios informativos y medios de lucha
cada vez más fuertes, pero donde lo importante va a ser menos el efecto
concreto (si sale mejor o peor el plan) y más la cantidad de personas que vamos
a lograr involucrar y comprometer a un largo plazo. Las discusiones y asambleas
que se hagan también deben ser territoriales, donde los participantes se
conozcan e interactúen en la vida cotidiana, pero no para cabildear sobre
instituciones y leyes abstractas, sino para organizar primero la protesta y
segundo la vida misma en la población, que implique tareas, encargados, trabajo
práctica, en tercera medida nos debiéramos dedicar a elaborar reivindicaciones
que realmente nos hagan sentido y se puedan pelear en este contexto, las cuales
pueden ser bien locales o también más generales. En paralelo se debe
deslegitimar todo el proceso que intentan instalar los poderosos para llevarnos
a lo que más les acomoda, que votemos (donde el voto obligatorio es su ideal).
Por ahora lo importante va a ser darles vuelta el escenario político a los
poderosos y sus acompañantes (Frente Amplio), donde el avance va a estar en el
nivel de organización y lucha que pueda alcanzar en el pueblo. Si este
escenario resulta exitoso, ante las nuevas condiciones y posibles fisuras que
se abran habría que plantear nuevas líneas y directrices, pero hablar de esto
no sería más que ficción por lo pronto. Así, lo mejor que puede ocurrir en
marzo y abril de 2020 es que se levante una alternativa que deslegitime el
proceso constituyente en las calles y se pueda levantar un nuevo escenario de
rebelión y protesta popular.
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