martes, 23 de junio de 2020
Me encanta que empiecen a salir en la
prensa corruptelas que afectan a los actuales monarcas. Quiero decir, en un
país donde los partidos están corruptos, las empresas están corruptas (o son
corruptoras), la Universidad está corrupta, el Tribunal Constitucional está
corrupto y los órganos de gobierno de los jueces están corruptos, creo que
nadie iba a esperar que el pijo cincuentón que ocupa la jefatura del Estado por
designio divino y que ha vivido toda su vida rodeado de lujos sea un modelo de
probidad y honradez.
Pero claro, suponerlo no es lo mismo
que saberlo.
Este año han ido saliendo, en rápida
sucesión, al menos tres anécdotas que han enmierdado a Preparado I y a su
señora. La primera fue hace tres meses, a principios de la crisis del
coronavirus, cuando se destapó que Juan Carlos se había estado lucrando con
comisiones ilegales en paraísos fiscales (menudo sorpresón). La reacción de la
Casa Real fue retirarle a Juan Carlos la asignación que venía percibiendo desde
su abdicación.
Además, publicó un documento lleno de
sinsentidos jurídicos, que de inmediato fueron analizados y troceados en
titulares a pesar de la voluntad salvadora de buena parte de las fuerzas
llamadas “constitucionalistas”. Si la Casa Real sabía del pufo de Juan Carlos
desde marzo de 2019 (como reconocía en el propio documento), ¿por qué esperó a
que el asunto se hiciera público para retirarle la asignación? Y ¿qué es esa
tontería de anunciar su decisión de renunciar a la herencia y a cualquier
activo cuyo origen no esté claro, si no se puede repudiar una herencia antes de
la muerte del causante y tampoco se puede renunciar a ella de forma parcial?
Fue eso, y no el hecho en sí, lo que embozó al rey actual.
El segundo caso lo hemos visto estos
días, cuando la Fiscalía anunció que estaba investigando la posible
responsabilidad de Juan Carlos en el saqueo de las obras del AVE a La Meca.
Aquí ya entramos en aguas muy pantanosas, porque parece que el rey emérito
cometió (presuntamente) estos hechos después de abdicar en 2014. Es decir,
cuando ya no era rey ni estaba protegido por el privilegio de inviolabilidad.
Ups. Y sin duda esto salpica al titular de la Corona, igual que el escándalo de
Urdangarín salpicó a la infanta Cristina, porque ¿de verdad alguien se va a
creer que Felipe VI no sabía nada de lo que hacía su padre?
Al final a Juan Carlos no le pasará
nada, igual que no le pasó nada a la infanta Cristina. Se hará una ampliación
ad hoc del concepto de inviolabilidad, o los magistrados del Tribunal Supremo
harán como los letrados del Congreso: entender que estos hechos traen causa de
otros iniciados cuando el rey aún era rey y que por tanto sí son impunes. La
suerte para el rey es que esta crisis concreta haya pillado con Podemos en el
Gobierno, ya que es el partido que más caña podría dar con el asunto. Tampoco
mucha, no creamos que Pablo Iglesias es Lenin, pero la pieza central del caso
es la inviolabilidad real y un rey que no es inviolable es ya muy poco regio.
Además, volvemos a lo mismo. Sobre
este tema está habiendo una discusión pública y una denostación del previamente
popular Juan Carlos que no se había visto nunca en este país. Hablamos de
Campechano I, el que nos trajo la democracia, el que detuvo a Tejero con la
fuerza de sus enormes, eh, discursos (1). Y este mismo señor está, cuarenta
años después, convertido en un golfo irresponsable que se va de caza con sus
amantes, tiene que abdicar porque la quema llega hasta él y todavía después de
eso sigue liándola y complicándole la vida a su hijo. Todo ello en titulares.
Pero es que, cuando la Casa Real
había conseguido pasar de perfil sobre este escándalo paternal (y sus
escandalitos derivados, como el anuncio de que Juan Carlos va a fijar su
residencia en República Dominicana), sale la siguiente bomba, que golpea de
lleno al monarca reinante y a su señora: en 2004, cuando Felipe y Letizia
acababan de casarse, Juan Carlos pagó 467.000 dólares para que tuvieran una
luna de miel a todo trapo en tres continentes. ¡Sorpresa!
El escándalo aquí tiene varias capas.
La primera, que en su momento se nos vendió que la luna de miel de los príncipes
de Asturias sería sencilla, por distintas ciudades españolas, para poner en
valor lo nuestro. Al final fue un viaje por medio mundo. Este es el dato menos
importante, pero es el que añade sal a la herida. Si el pijo que vamos a tener
como jefe de Estado quiere llevarse a su flamante esposa de paseo por todas las
escalas del postureo a cargo de los presupuestos generales el Estado, pues
bueno, sigue siendo más barato que una república, pero entonces que no intenten
vender una imagen de sencillez que no es tal.
Pero si vamos a la procedencia del
dinero es cuando ya uno puede empezar a enfadarse. Más de la mitad de ese
dinero (269.000 dólares) fue donado por el empresario Josep Cusí. Que a ver,
uno puede ser muy monárquico y muy amigo del rey, pero no suelta un cuarto de
millón de dólares sin esperar nada a cambio, de verdad. El resto, 198.000
dólares (unos 177.000 €, al cambio actual), los pagó el rey. ¿De su bolsillo?
¿De las comisiones? Estén atentos a sus pantallas.
Para librarse de este último escándalo,
la Casa Real ha tirado de propaganda vieja. Ha publicado la ejecución de su
presupuesto durante el primer trimestre de 2020, y en esas cuentas queda claro
que en efecto a Juan Carlos se le retiró la asignación en marzo, justo después
del primero de los tres escándalos. No sé cuál de las dos versiones me gusta
más: si esperaban vendernos dos veces la misma retirada de paguita o si es que
asumen que su crédito está tan por los suelos que saben que no nos creemos nada
de lo que digan salvo que lo prueben con soporte documental. Pero da igual,
porque si los dos primeros escándalos solo tocaban de refilón a Felipe y a
señora, este les golpea, como he dicho, de lleno. ¡Que es su luna de miel la
que se pagó con dinero de a saber qué procedencia!
De un tiempo a esta parte, la
estrategia de la Casa Real parece ser salvar el prestigio de Felipe como sea.
Al margen de otros asuntos, esto significó en 2014 la abdicación de Juan Carlos
en su hijo, una operación de maquillaje tan burda que daba hasta risa. ¿Hasta
dónde van a dejar que caiga el rey emérito? ¿Veremos al salvador de nuestra
democracia, abuelo de la Constitución, tío segundo de la soberanía nacional,
arrastrado por los tribunales? Y, sobre todo, si la hoguera sigue subiendo y
empieza a publicarse (como siempre, primero en medios extranjeros y luego en
nacionales) que Felipe VI ha tenido sus corruptelas propias, ¿se montará una
segunda abdicación? Al fin y al cabo, Leonor de Borbón tiene 14 años. Todavía
no puede estar MUY podrida, ¿no?
Que se hable de los negocios turbios
de los reyes (de este y del anterior) siempre es bueno. Aunque las
investigaciones nunca lleguen a nada, ni en sede judicial ni en sede
parlamentaria, el silencio mediático y el consenso popular que parecía haber en
torno a la figura de Juan Carlos no era sano ni decente. El poder corrompe, y
aunque el rey no es una figura muy poderosa sí que tiene una inviolabilidad
absolutamente hipertrofiada: si le sumamos el nulo escrutinio de la prensa y de
los poderes públicos, tenemos corrupción asegurada.
Yo tengo la seguridad de que este rey
ha metido mano en la caja igual que el anterior, y que antes o después se
acabará sabiendo. Entonces lo mismo montan otra abdicación-maquillaje para
salvar la cara de la monarquía, pero con suerte para ese momento la operación
se queda en un simple ejercicio de tanatoestética.
(1) Comprobar dato antes de publicar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario