20 AGOSTO 2020
El
contexto: Crisis civilizatoria
La
crisis estructural de 2007-2009, que conmovió hasta sus cimientos el orden
capitalista planetario y puso en cuestión sus fundamentos económicos de forma
solo comparable con la Gran Depresión[1],
tuvo en la hipertrofia financiera una de sus facetas más notorias, como
expresión de un “exceso” de capital, de sobreacumulación[2] (avatar
de la sobreproducción, ver Marx, 1978: I, 330 o 337).
La
huida hacia adelante se ha convertido en una característica del capitalismo
tardío[3],
pero solo lleva al capital a encontrar de nuevo la crisis más allá, incluso
amplificada (ver Marx, 1978: I, 329). Así, a fines de los 60 e inicios de los
70, el keynesianismo (finalmente militar) del período de posguerra estaba
agotado, pues las políticas de demanda (el intervencionismo estatal) se
demostraron ya inefectivas frente a la estanflación (estancamiento + inflación)
que provocaron. Como señalan Duménil-Levy (2007: 43 y ss) la caída de la tasa
de ganancia (de la rentabilidad) llevó finalmente a la crisis, por lo que la
“moratoria keynesiana (e inflacionaria)” hasta los setenta solo la difirió. Es
que la disminución del progreso de la productividad del trabajo llevó a la caída
de dicha tasa y a una más lenta acumulación (Ibid: 56 y ss).
Entonces,
el capital migró al neoliberalismo (Reagan-Thatcher, pero también Pinochet y
Videla), impuesto a sangre y fuego como nuevo “sentido común” hegemónico al
pasar a unas políticas de oferta marcadamente anti-populares por atacar al
trabajo (redistribución regresiva del ingreso, extensión del ejército
industrial de reserva, precarización laboral, desmantelamiento del Estado de
Bienestar, etc.) y por favorecer al capital (liberalización financiera,
apertura comercial, desregulación, privatización, etc.). Por eso, en un proceso
creciente, el nuevo modelo de acumulación espoleó la financiarización[4] cristalizada
en la exuberancia de instrumentos que permiten succionar una renta desde la
plusvalía global generada en la economía real, tendencia respaldada por la
estrategia de los organismos multilaterales y las políticas estatales. Si en el
capital financiero “es donde la relación capitalista alcanza su forma más
externa y más fetichista”[5] (Marx,
1978: II, 77), con la financiarización todo es reducido a objeto de agio. Esto
es, la hegemonía financiera abrió la caja de Pandora de la especulación que,
además de demostrar la insania económica del capitalismo y su frenesí
parasitario, crea burbujas incontrolables que al estallar provocan enorme
destrucción. Esa fiebre del capitalismo salvaje quemó toneladas de capital
ficticio[6] en
2007-2009, hundió todo el andamiaje del capital e incendió el teatro del mundo.
Todo en el inevitable ajuste de las finanzas a la economía real.
El
capitalismo mundial vivió una crisis sistémica, estructural, civilizatoria[7].
Una crisis múltiple o una multiplicidad de crisis. Si bien la crisis de
sobreproducción estalló a través de la crisis económico-financiera, también
imprimió su huella la crisis energética. Además estaba la crisis de pobreza y
desigualdad, de polarización planetaria. Pero afectó al conjunto de relaciones
sociales bajo el influjo del capital: desde la esfera política con la crisis de
la hegemonía global norteamericana, la crisis político-militar del imperio o la
crisis de las formas “democráticas” de la dominación política; la quiebra de la
ideología neoliberal y su matriz neoclásica; hasta la crisis paradigmática que
se sintetiza en la crisis del cambio climático. Expresiones de la crisis
universal de la civilización que se organiza alrededor de la producción
generalizada de mercancías, evidencia de la decadencia histórica del modo de
producción capitalista. Por ello, desde la perspectiva del sistema
internacional como totalidad es evidente que el conjunto apuntó hacia la crisis
de la civilización del capital.
Es
la crisis de la forma de ser del capital en el mundo, de su dinámica que
destruye la vida en pos de la ganancia, de sus modos de existencia que siembran
depredación y muerte, cuyos signos ya eran visibles con anterioridad (ver, por
ejemplo, Rosero, 2002-2003), pero que desde el 2007-2008 estalló de modo
evidente.
Transición:
“Goldman Sachs gobierna el mundo”
A
pesar de las consecuencias del liberalismo al fomentar burbujas especulativas y
desastres de todo tipo, la crisis de 2007-2008 se enfrentó con una estrategia
centrada en el salvataje al capital y la intervención del Estado con ese
objetivo, al tiempo de imponer el ajuste y mantener la hegemonía del capital
financiero. La masiva acción estatal se tradujo en la compra de activos
tóxicos, el auxilio a gigantes corporativos quebrados o al borde, la inyección
de recursos a los bancos, los paquetes de auxilio, la masiva relajación
cuantitativa (astronómica impresión de billetes), etc. Toda esa estatización de
pasivos y ese despliegue de política económica activa que contraría el dogma
liberal, generó gigantescos boquetes en las finanzas públicas. Entonces, además
de salvar al capital, la política estatal tuvo por objetivo hacer pagar los
costos de la crisis a la mayoría de los trabajadores y los pueblos (en el
centro pero también en las periferias) por medio de programas de ajuste. En
contraste, buena parte de los principales responsables del desastre fueron
premiados, e incluso dirigían los Estados y el mundo en su propio beneficio.
Como
lo dijo un pretendido operador de Bolsa: “Goldman Sachs gobierna el mundo” (La Vanguardia, 27/09/2011). Lo que reconoce la
hegemonía global de una oligarquía financiera transnacional que subordina al
poder político, en algo demasiado parecido a una dictadura del capital
financiero, a un totalitarismo de nuevo tipo, claro que en un ambiente “feliz”,
de consenso “activo”, en un ambiente “amigable”, de supresión de libertad
“agradable” (Marcuse, 1972), consenso que nunca deja de estar acorazado de
coerción (ver Gramsci, 1975: 165). Los costos de tal ejercicio hegemónico se
ven en los extremos de pobreza y desigualdad, de opresión patriarcal y
colonial, así como en las guerras que el imperialismo acomete directamente o
por terceros, en la devastación medioambiental,…
Dado
que el predominio financiero se mantuvo tras la crisis 2007-2008, volvió a desatarse
la especulación con toda la frondosidad del cáncer. Entonces, se reactualizó el
hambre insaciable de oro y la demencial carrera por ganancias cada vez más
grandes a cualquier costo, lógica central del modo de producción; así como su
ethos, la ética individualista que subordina todo a sus intereses o pulsiones,
o sea a su ser, a sí mismo.
La
banca transnacional se mantuvo impune y fue auxiliada por los Estados mientras
se abandonó a los ciudadanos a su suerte y se impuso el ajuste a las sociedades
para cubrir el salvataje bancario; los paraísos fiscales incontrolados, la
libre movilidad de capitales intacta, la escasa supervisión sobre el sistema
financiero internacional, su opacidad, que posibilitan su mancomunidad de facto
con los dineros negros del robo de los fondos públicos, del tráfico de armas,
de drogas, de personas y de tantos otros “negocios” fraudulentos; la expansión
de la corrupción como una metástasis, contracara de la propagación de la
lumpen-acumulación[8];
los mecanismos de endeudamiento público que proporcionan pingües ganancias a
los inversionistas (muchos de ellos verdaderos piratas transnacionales, como
Goldman Sachs) que están ultra-protegidos por los organismos multilaterales; el
poder político controlado por el gran capital, en una colusión de intereses
impúdica que deja los banqueros a cargo[9].
Es decir, la salida de la crisis 2007-09, tras el salvataje masivo de los
bancos, fue el ajuste neoliberal y, tras éste, el reino de la especulación y la
finanza, lo cual demostró por un lado que el capital no tiene proyecto
alternativo estratégico, pero por otro significó más de lo mismo. En este
período post-crisis 2007-09 la economía tuvo un crecimiento ralentizado, casi
estancado. Entonces, el capital iba viento en popa… hacia una nueva crisis
sistémica.
Un
índice de la trayectoria de la economía tomada por el agiotaje es el
crecimiento desproporcionado de la valoración de las acciones en Wall Street
que, más que de dar cuenta de la situación real de las empresas, expresa la
búsqueda insaciable de renta especulativa. Así, el Promedio Industrial Dow
Jones, desde marzo/2009 hasta febrero/2020, tuvo un crecimiento exacerbado de
más del 350%, como se aprecia en el gráfico 1.
Evolución
del Promedio Industrial Dow Jones sobre los últimos diez años
(Fuente: Macrotrends)
En
contraste, el crecimiento de la economía mundial no logra superar sus registros
históricos, como puede verse en el Gráfico N°2. Es claro que la tendencia en el
largo plazo (desde los años 60 hasta la actualidad) es hacia el debilitamiento
en la tasa de crecimiento, con momentos de fuerte desaceleración en las crisis
periódicas (1974-75, 1982, 1991-1993, 2001-2002, 2008-2009).
Crecimiento
del PIB (% anual)
(Fuente:
Banco Mundial)
Hasta
la aparición del coronavirus, el capitalismo de la globalización neoliberal
bajo hegemonía estadounidense (en disputa) caminaba a una profunda crisis
(incluso anunciada para el 2020) por sus propias características y sus
contradicciones. Nouriel Rubini adelantó la posibilidad de una crisis más
profunda, debido a las políticas de Trump, las disputas comerciales, el proteccionismo,
limitar la inmigración y los flujos de tecnología e inversión, entre otras (El Economista, 2018). Jean Claude Trichet
(ex-presidente del Banco Central Europeo) señaló que la crisis no ha terminado
y que la acumulación de deudas preparaba el camino de una nueva crisis (El País, 2018). Bill Gates también predijo la nueva
crisis económica, lo difícil era saber cuándo “pero es una certeza” (Las Américas, 2018).
Todo
esto se daba, además, en un contexto de lucha inter-imperialista (EEUU contra
China, Rusia, pero también contra la Unión Europea –incluido el Brexit–) que
expresa la decadencia de EEUU y la disputa por ocupar su posición, pues incluso
para poderosos sectores norteamericanos la globalización ha sobrepasado límites
tolerables y plantean retraerse del papel de gendarme planetario sin descuidar
su interés imperialista (America First), con
guerras comerciales, con sangrientas guerras regionales (Irak, Siria,
Afganistán, Yemen, Palestina, Libia, Sudán,…).
Por
otro lado, la fascistización es un correlato de la crisis civilizatoria. La
crisis de hegemonía se expresa en la decadencia de las formas democráticas
(incluso burguesas), pues progresivamente se vuelven más manipulación, recurso
a las emociones, a los miedos y a los prejuicios inoculados (racistas,
sexistas, culturalistas) y cada vez menos participación informada, sobre
programas y propuestas. El recurso a la violencia (simbólica o física), peor
aún a la guerra, siempre demuestra debilidades de hegemonía. Esto, por
supuesto, responde a la resistencia y la movilización que la crisis
civilizatoria provoca y a la incapacidad de la clase dominante para construir
una alternativa más allá del neoliberalismo, a su incapacidad histórica de
dirección. Mientras que las respuestas de los oprimidos/as y explotados/as han
marcado la historia contemporánea: el movimiento alter-global, las gigantescas
movilizaciones contra la guerra en Irak, los indignados y el “Occupy Wall
Street”, la resistencia al neoliberalismo que llevó a los “gobiernos
progresistas” en América Latina, las movilizaciones feministas, anti-racistas
(el último, Black Lives Matter), etc.
La
relación de los seres humanos con la naturaleza
Entre
los pueblos ancestrales la relación de las personas con la naturaleza era (y
es) la de saberse parte de ella, la de interactuar con respeto, la de ser
temerosos ante ella. Actitud diametralmente opuesta a la concepción
instrumental del entorno natural, propia de la modernidad capitalista, que
coloca al ser humano (burgués) en el centro y por sobre aquél, que reduce la
naturaleza a mera mercancía, a la vez que relega a la mayoría de la población a
la pobreza, e incluso a la supervivencia, sin poder escapar a esa relación
instrumental. Representación espoleada en el capitalismo de la globalización
por el ultra-individualismo, el consumismo hedonista, la licuefacción de todas
las relaciones, además de la exacerbación de la desigualdad y la pobreza. La
agresión al medioambiente, “el ‘desprecio’ de los humanos por la naturaleza”
(como dice Jane Goodall, El Comercio,
12/04/2020), entonces, no es resultado de una lógica inmanente ni “natural”: el
nexo de las personas con la naturaleza depende de las relaciones sociales que
construyen entre sí; es más, sólo a través de los vínculos que contraen para
producir “es cómo se relacionan con la naturaleza” (Marx dixit, s/f: 24).
En
la época del grado más alto de internacionalización del capital y de la
producción, en que todo es reducido a mercancía, donde el totalitarismo
mercantil invade y coloniza todo y a todos, no es extraño que la naturaleza sea
rebajada a mercancía y dominada como tal. Al igual que la mayoría de seres
humanos que sobreviven en la exclusión y/o en la explotación, convertidos en
fuerza de trabajo o ejército de reserva, esto es, en mercancía que no controla
su trabajo y su vida, sometida al capital. Todo es ofrendado en el altar de la
ganancia.
Ahí
está la industria petrolera, la minera, el agro-negocio, la plantación de
exportación, la pesca industrial, la cadena de cárnicos, las industrias
avícola, láctea, de aceites y demás, junto a lo que les rodea: concentración de
la tierra, el agua y otros recursos, apropiación de los bienes comunes; su
transnacionalización; expulsión de indígenas y campesinos; monocultivo
extensivo; el empobrecimiento cultural y genético que implica la
homogeneización; patentes para asegurar el monopolio; producción globalizada;
etc. De otro lado la depredación, el tráfico de especies, el consumo exótico,
la contaminación, la deforestación y la destrucción medioambiental, la fauna y
la flora sometidas a los imperativos del mercado, la egocéntrica y
auto-centrada búsqueda de placer, etc. Todo lo cual es también un resultado del
totalitarismo mercantil, de la producción generalizada de mercancías llevada a
lógica organizadora de la civilización actual. Que, como tal, deshumaniza a las
personas y desnaturaliza al entorno natural.
Se
deshumanizan las personas porque se enajenan en el trabajo[10] y
en el consumismo; son cosificadas al ser rebajadas a fuerza de
trabajo-mercancía o como consumidores objetuales embrutecidos por la propaganda
o por las adicciones; es decir, la estructura capitalista reduce a las personas
a piezas del engranaje productivo y reproductivo; además los trabajadores son
aislados en la competencia incesante como modo de vida, lo que provoca una
disrupción en la construcción básica de su condición humana puesto que cada uno
es en la medida de/en relación con los demás. La competencia impone una
contradicción con las pulsiones humanas más básicas, lo que termina en
angustia, en vacío existencial, en saparatidad o acaba en insania.
Se
desnaturaliza el medio ambiente porque el entorno es separado de sus interrelaciones,
para manipularlo dentro de una concatenación que atiende al beneficio
político-económico transnacional, en una lógica capitalista. Además, el entorno
natural en sus componentes es abstraído a un precio, reduciendo la riqueza de
tales interrelaciones del entramado natural y ecológico al equivalente general
dentro de una economía mercantil, otorgándole la legalidad que el capital puede
consentir, es decir, tratándole como mercancía a la que se asigna una cantidad
de dinero para poder ser traficada. También lo cosifica al avasallarlo como
mera mercancía, lo empobrece al reducirlo a esta unilateralidad.
Crisis
del capital y coronavirus: El origen y la expansión de la pandemia
Ese
contexto de totalitarismo mercantil y de cultura consumista, en el capitalismo
salvaje y decadente del siglo XXI, dota de sentido y carga de oscuras
consecuencias a la depredación medioambiental y al tráfico de especies.
Una
pandemia tiene características que corresponden a sus condiciones históricas.
En el siglo XXI, con el acceso instantáneo a la información, la
hiperconectividad, el desarrollo de la medicina, pero también con la movilidad,
el consumismo, la depredación de la naturaleza,… Entonces, el contexto
histórico-estructural específico condiciona a la pandemia hasta el punto de
convertirla en un fenómeno, más que solo sanitario, social, económico,
cultural.
El
coronavirus parece que se originó en el mercado húmedo de Wuhan. Estos son
espacios tradicionales que proveen alimentos asequibles, donde conviven
animales incluso salvajes, vivos o muertos. Esa fauna silvestre sirve para
comida o en medicina tradicional. Esa mezcla de animales estaría en el origen
la pandemia pues puede propiciar la zoonosis (el salto del virus entre
especies). Porque lo probable es que el virus pasó del murciélago a los humanos
a través de otro animal.
Esos
mercados ayudan a abaratar la reproducción de la fuerza de trabajo y crean
ocupación para trabajadores migrantes en los márgenes de la economía, también
en una potencia emergente. Pero el comercio de fauna silvestre, además de su
uso en medicina tradicional, se debe al consumo suntuario. Es decir, las
características del capitalismo en China, tanto en la reproducción de la fuerza
de trabajo como en el consumo exótico, crearían las condiciones que dieron
origen a la pandemia.
Hay
quienes atribuyen al Instituto de Virología de Wuhan el origen del virus que,
de forma accidental, habría escapado de los animales a los humanos. Lo
rescatable de esto es la certeza de que todas las potencias (EEUU, UE, Rusia,
no solo China) hacen investigación en biotecnologías para alcanzar ventajas
mercantiles o militares. Es decir, juegan a ser dioses para conseguir virus
mutados como armas bacteriológicas. Lo cual es otro resultado del ordenamiento
económico y político del mundo contemporáneo.
La
difusión de la pandemia opera desde los lazos de China al mercado mundial como
potencia imperialista emergente. Pero también por el súper-encadenamiento
virtual y real del ciclo del capital a nivel internacional por el consumo, el
transporte, el turismo, el totalitarismo mercantil planetario,…; es decir, por
las condiciones propias del capitalismo de la globalización.
Crisis
del capital y coronavirus: pandemia y salud pública
Como
dicen los epidemiólogos, la salud y su problemática debe relacionar las modos
de vida de los diferentes grupos sociales, sus vínculos a la producción y al
consumo, su cultura y su organización, con el comportamiento de sus cuerpos y
las enfermedades que padecen (Breilh, 1991: 204). Es decir, la salud (y la
enfermedad) no son meros procesos biológicos peor aún individuales, sino que,
en respuesta a su propia evolución, se generan dentro de la realidad social,
económica y cultural y en un momento histórico concreto que les determina.
Entonces,
la salud pública es un sistema integral que se inserta en la totalidad
del modo de producción capitalista. Pero además comprende las condiciones
de vida y de trabajo que determinan la incidencia de la enfermedad. También
abarca las relaciones estructurales; las relaciones con la naturaleza; las
relaciones político-ideológicas; la educación y la cultura.
Por
lo tanto, “las leyes de movimiento epidemiológico operan en las relaciones
estructurales de producción–consumo…; las relaciones con la naturaleza…; las
relaciones político–ideológicas y las relaciones del movimiento biológico
subsumido que especifican el efecto de la historia” (y la estructura) en los
cuerpos (Breilh, 1991: 210). “La reproducción social [determina] las
condiciones [del] movimiento biológico subsumido, pero las condiciones
naturales y la biología humana participan en la determinación de la
salud-enfermedad” (Ibidem).
En
el capitalismo, la salud es asimilada a una mercancía y es convertida en un
escenario para la acumulación de capital. Por ello, la medicina es
individualista, con énfasis en la medicina curativa precisamente porque es
mercancía. Por lo tanto, los sistemas de salud pública terminan debilitados por
la austeridad y la privatización.
Conclusiones
(provisionales) de futuro
La
pandemia precipitó algunas de las tendencias que venían desde hace años. Y las
sintetizó. La crisis civilizatoria se expresó en la pandemia y le dio forma
específica. La crisis económica fue acelerada y agudizada por la pandemia. El
proceso de autoritarismo creciente, de búsqueda de control de la sociedad, de
fascistización, paralelas al predominio planetario del capital financiero
ultra-concentrado, son expresiones de la respuesta del capital a su crisis
civilizatoria, que fueron recreadas (y legitimadas, hasta cierto punto) en la
pandemia.
La
cuarentena y el confinamiento demostraron lo superfluo del híper-consumismo y
subrayaron la posibilidad de vivir ajustados a la satisfacción de las
necesidades básicas. La posibilidad (y la exigencia) de vivir en otro tipo de
relaciones sociales.
La
crisis del coronavirus eclosionó como expresión de la crisis civilizatoria por
sus características. Si bien es una crisis inédita, no escapa de su ubicación
histórica y estructural. Porque no es un resultado solamente de la relación
degradada con la naturaleza; ni un hecho epidemiológico abstracto
(exclusivamente médico), de una enfermedad altamente contagiosa que debe ser
enfrentada por la ciencia (también abstracta y ahistórica). Además está el
origen de la pandemia, por zoonosis o por biotecnología; su expansión, gracias
a la hiperconexión en negocios mundializados, al consumismo desbocado, en
último término por la globalización; la profundización de sus efectos más
dramáticos debido a la pobreza y la desigualdad (la imposibilidad de cumplir la
cuarentena y demás medidas sanitarias para amplios sectores que viven en el
hacinamiento y la marginalidad en los países periféricos), así como su
capacidad para ahondarlas en la pandemia (la mortandad masiva, los cadáveres en
casas y calles, el extravío de los mismos, las debilidades de la salud
colectiva y los sistemas conexos) y más aún después de la misma (destrucción de
micro, pequeñas y medianas empresas; aumento del desempleo y el subempleo,
hambre)[11];
las limitaciones de respuesta por las debilidades del sistema de salud y de
seguridad social (resultado del manejo neoliberal), de los servicios fúnebres,
hasta de los cementerios, y de las lógicas que priorizan el interés del capital
sobre cualquier otra consideración, incluso en medio de la pandemia, como en
los casos de Trump, Bolsonaro, Johnson. En fin, es un resultado de la compleja
totalidad de la sociedad capitalista actual.
La
pandemia nos ha puesto de frente a algunas de las características más bárbaras
del capitalismo. Ha develado las gigantescas inequidades, los extremos de
pobreza y desigualdad; la devastación medioambiental; la economía que prioriza
la especulación y el consumismo; las debilidades de los sistemas de salud; la
corrupción y las redes de lumpen-acumulación; la fascistización y sus miserias.
Ahí estaban desde antes. Lo que hizo la pandemia es sacarlas a la luz.
La
salida de la pandemia no implica un cambio social porque la misma no ha
conllevado una transformación estructural. Ni la pandemia es una revolución ni
su salida tampoco. No vamos a “ser mejores”, aunque sería deseable. No seremos
“más conscientes, más sensibles, más humanos”, aunque sería de desear. Como en
tantos otros casos, la pandemia no implica un cambio estructural que pudiese
sustentar una transformación cultural. En general el capital procura
diseñar una salida que le beneficie (en especial al monopólico) sin tocar apenas
la estructura anterior. La consigna es (como siempre): salvar al capital, no a
las personas.
Frente
a ello es necesario poner por delante a las personas y la naturaleza, es
ineludible construir salidas que superen al capital y sus contradicciones. Para
eso se requiere defender las condiciones de vida y en primer lugar el empleo
sin sacrificar los intereses de largo plazo; es decir, hay que construir los
sujetos sociales y políticos, las organizaciones, y las perspectivas
estratégicas que apunten a la transformación estructural. Solo de esa forma se
cambiará el modo de vida para que corresponda a otro tipo de sociedad, en la
que quepan todos y todas en relación armónica con la naturaleza. A estas
alturas, solo de esta forma puede ser viable la sociedad humana sobre la
tierra.
01/07/2020
Andrés
Rosero E.
Notas
[1] La quiebra de Wall Street el 29 de octubre de
1929 fue detonada por el pinchazo de una burbuja financiera. El segundo crack
de Wall Street se produjo el 15 de septiembre de 2008, tras el estallido de la
burbuja inmobiliaria y la quiebra de la banca de inversión (Lehman Brothers).
[2] “La utilización de la plusvalía como capital
se llama acumulación de capital” (Marx, 1976: III, 25). Una superproducción
absoluta de capital se da cuando el capital incrementado al final de un primer
ciclo (C+ ΔC) genera igual o menor masa de plusvalía que el capital originario
(C). Con ello “una parte del capital quedaría total o parcialmente ociosa… y la
otra parte se valorizaría a una cuota más baja de ganancia bajo la presión del
capital ocioso u ocupado solo a medias” (Marx, 1978: I, 331).
[3] El capitalismo tardío (tras II GM): “es la
época en que la contradicción entre el crecimiento de las fuerzas productivas y
la supervivencia de las relaciones de producción capitalistas asume una forma
explosiva… conduce a una crisis cada vez más generalizada de estas relaciones
de producción” (Mandel, 1987: 543).
[4] “La era neoliberal [vuelve a ser] la de las
finanzas” (Duménil-Levy, 2007: 161 y ss). Las finanzas comprenden “las
instituciones [que centralizan] el dinero [para] colocación en préstamos o
títulos” (fondos mutuos y fondos de pensiones), “las grandes compañías de
seguros y los grandes bancos”; y además, “los soportes institucionales,…los
mercados de títulos que garantizan la ‘liquidez’ ” (Chesnais, 2009: 81-82).
[5] “Valor que se valoriza a sí mismo, dinero
generador de dinero, sin ninguna huella de su origen… La relación social se
ultima como relación de una cosa, del dinero, consigo misma” (Marx, 1978: II,
78).
[6] El capital ficticio se crea “mediante la
emisión de simples medios de circulación” (Marx, 1978: II, 90), es decir,
papeles de todo tipo respaldados por entidades financieras, que en el fondo son
solo promesas de pago. No constituyen capital real, productivo (Ibid: 89 y 95).
[7] Ver Beinstein, 2008; Rosero, 2010; VVAA,
2010; Robinson, 2011; Wallerstein, 2013.
[8] Lumpen-acumulación: procesos realizados por
fracciones cada vez más lumpenizadas de neoburguesía (narcos, traficantes,
corruptos, señores de la guerra, mafiosos de toda laya) o que indirectamente
están asociados a ellos (sistema financiero, políticos, abogados, constructores
y otros) o procesos que están atravesados por los métodos utilizados por el
lumpen (asesinato, robo, tráfico ilegal, violencia,…).
[9] Henry Paulson, directivo de Goldman Sachs y
promotor de activos tóxicos, como Secretario del Tesoro lideró el
mega-salvataje bancario con 700.000 millones para comprar dichos activos. Mario
Draghi, cabeza de Goldman Sachs cuando ayudó a encubrir el déficit griego, como
presidente del Banco Central Europeo impuso el ajuste a Grecia, y lideró la
expansión monetaria y la compra de activos por más de un billón de euros.
Romano Prodi, consejero de Goldman Sachs, Primer Ministro italiano y luego
Presidente de la Comisión europea; Mario Monti, asesor de Grecia para el
fraude, fue Primer Ministro de Italia en un golpe de Estado para cumplir la
austeridad; Lukás Papademus contraparte del fraude griego, luego primer
ministro de facto impuesto en favor de la UE; Durao Barroso, ex
presidente de la Comisión Europea 2004-2014, reclutado para Goldman Sachs…
[10] Los trabajadores no controlan su trabajo ni
el producto del mismo, que más bien les somete. “La propiedad privada [es], por
una parte, producto del trabajo enajenado
y, por otra, medio de su enajenación, realización de esta enajenación” (Marx, 1988: 54 y ss).
[11] Según el FMI, el crecimiento de la economía
mundial será de -4,9% en 2020 (-8% en las economías avanzadas, -3% en las
emergentes y en desarrollo), con todas las regiones en negativo por primera vez
(FMI, 2020: 1 y 9). El impacto será particularmente negativo en los hogares de
bajos ingresos a nivel mundial, lo que provocaría un aumento sustancial de la
desigualdad (Ibid: 10). Además, 1.200 millones de niños han visto afectada su
enseñanza, lo que les afectará en el futuro (Ibidem). Según la CEPAL, la
economía de América Latina y el Caribe sufrirá una contracción del 5,3% en
2020, lo que aumentará en 30 millones el número de pobres y en 11,6 millones el
número de desempleados (CEPAL, 2020: 15). Según la OIT, el número de
desempleados superará con creces las proyecciones iniciales (25 millones) y la
pérdida de horas de trabajo equivale a 195 millones de trabajadores a tiempo
completo (OIT, 2020: 3-4). En EEUU, se superó la cifra de 36 millones de
desempleados en una cifra sin precedentes desde la Gran Depresión.
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