01/09/2020
“Bienvenidos al 2030. Soy dueño de nada, no tengo
privacidad y la vida nunca fue mejor”, así se titula un reciente artículo
publicado en la web de Davos, como también se conoce al elitista Foro Económico
Mundial. Por la prominencia de este oráculo, la sola frase debería traer a la
mente imágenes de futuros distópicos, posapocalípticos, como las que abundan en
la literatura y el cine contemporáneos.
Después de todo, por ideales o humanitarias que
pudieran sonar, las “soluciones” globales de la oligarquía de Davos no tienen
ni pizca de democráticas (y esa es la clave a observar). Durante décadas, la
élite neoliberal ha impuesto su voluntad sobre el mundo de manera vertical, tal
como se maneja todo en la gran corporación. Los organismos internacionales
sobre los cuales la oligarquía occidental extiende sus tentáculos no consultan
con la plebe ni respetan el mandato de ninguna ciudadanía. Sus representantes
más encumbrados –como George Soros o Bill Gates– se mueven por el mundo sin
restricciones y son recibidos como grandes dignatarios.
Lo cierto es que muchos de esos superricos
consiguieron su fortuna en colaboración con algún poderoso gobierno. La
estrategia de expandir la influencia imperial a través de compañías privadas
tiene cientos de años, desde la East India Company hasta la United Fruit y, más
recientemente, Google y Facebook, que las agencias de inteligencia
estadounidenses usan para espiar al mundo y “regular” el discurso público.
De oligarquías –vale la pena anotar–, la prensa
corporativa solo conoce la variedad rusa. A los integrantes de la occidental
les llama simplemente “multimillonarios”. A principios del siglo veinte pasaba
algo parecido: grandes oligarcas estadounidenses como Carnegie, Rockefeller o
Mellon, se hacían llamar –por la prensa, claro está– “capitanes de la industria”.
La gente les llamaba de otra forma.
El poderoso foro de Davos ya había advertido el
pasado 3 de junio, además, sobre el “gran reseteo del capitalismo”, que habrá
de implementarse sobre las ruinas de la pandemia. A ello debemos sumar un
anuncio casi idéntico del Fondo Monetario Internacional (FMI), emitido solo
días después, el 9 de junio, y titulado: “De la gran cuarentena a la gran
transformación”. El lenguaje usado en ambos casos incluye conceptos más
relacionados con la izquierda socialdemócrata que con la derecha liberal, como
“estados de bienestar”, “economía verde” y “redes de protección social”.
Ahora, los integrantes del foro completan el
panorama con su visión de un futuro colectivista –“soy dueño de nada” – y
carente de privacidad, pero en apariencia feliz y lleno de bienestar, en el que
“la vida nunca fue mejor”. A nosotros nos suena a mente-colmena y a la
rendición de nuestros derechos elementales, pero ¿a cambio de qué?, ¿con que
terrores justificarán, esta vez, el control total?
Antes de analizar más a fondo esta distopía
ambientada en el año 2030, recordemos que Davos representa a una élite que se
hizo superrica y obscenamente poderosa durante las últimas cuatro décadas de
fundamentalismo de mercado, aumento radical de la desigualdad y destrucción
impune del medio ambiente.
El “hombre de Davos”
Esta variedad de homo sapiens fue clasificada por
el famoso politólogo y académico norteamericano Samuel Huntington, quien lo
definió así: “tiene poca necesidad de lealtades nacionales, ve las fronteras
como obstáculos que por suerte se están esfumando y los gobiernos nacionales
como residuos del pasado, que solo tuvieron utilidad para facilitar las
operaciones globales de la élite”.
La publicación se hizo, para colmo, en una revista
estadounidense llamada The National Interest (“el interés nacional”).
Huntington resaltó el abismo entre ese cosmopolitanismo de elite y el sentir
del estadounidense de a pie, marcadamente nacionalista.
El “hombre de Davos” prototípico sería Klaus Schwab,
el multimillonario que fundó el foro a principios de la década del 70 para
reunir a directores de grandes corporaciones europeas y a la vieja élite
aristocrática (el príncipe Carlos de Inglaterra es uno de sus voceros). Con el
tiempo, el foro empezó a incluir a toda clase de figuras influyentes de la
economía, la política y el espectáculo. El alemán Schwab es el autor del nuevo
Manifiesto de Davos “para un mejor capitalismo”.
En él se señala que las compañías privadas deben
pagar su cuota justa de impuestos, barrer con cualquier forma de corrupción y
defender los derechos humanos. En el Perú, eso significaría el fin de varios
dinosaurios sin capacidad para un cambio de tal magnitud.
¿Un capitalismo con conciencia social? Ver para
creer. El giro anunciado por Davos, por mucho que vaya a la contra del sentido
común neoliberal, tampoco es, en realidad, tan sorprendente. Un libro de 2009,
escrito por el economista marxista James Petras y el sociólogo Henry Veltmeyer,
contiene esta interesante observación sobre el foro:
“La respuesta de los guardianes del orden global
capitalista al ‘predicamento de la desigualdad’… seguramente resultará en una
nueva forma de gobernanza global y una economía mixta que combine elementos del
socialismo y el capitalismo con un toque más suave de imperialismo”.
Schwab y su pandilla, según los autores, serían
capitalistas keynesianos. El trasfondo del gran reseteo, pronosticado por
Petras y Veltemeyer hace más de una década, sigue esa línea. Stewart Wallis,
otro miembro de Davos, da cuenta de las raíces ideológicas que guiarían este
potencial cambio de era:
“Necesitamos un modelo económico diferente… con eso
no me refiero a capitalismo versus comunismo. Hablo de un cambio en la línea de
los dos grandes cambios del siglo veinte: el keynesianismo, con su enfoque en
salud y educación y un gobierno involucrado en los negocios… y luego, la
reacción a eso, el neoliberalismo, con su enfoque en libre mercado, libertad
individual y quitar de en medio a los gobiernos. Ahora necesitamos un nuevo
sistema que nos permita satisfacer las necesidades de cada humano sobre la
Tierra… ya no enfocado en el crecimiento, sino en el bienestar…”.
Ciudades amuralladas
Pero el 2030 de Davos también esconde su lado “Mad
Max”. Hacia el final del artículo futurista, quien lo redacta confiesa que hay
seres humanos viviendo diferentes tipos de vida, “allá afuera”.
“Mi mayor preocupación –dice el relato– es toda esa
gente que no vive en nuestra ciudad. Los que perdimos en el camino, los que
decidieron que era demasiado… toda esta tecnología. Los que se sintieron
obsoletos e inútiles cuando los robots y la IA (inteligencia artificial)
tomaron gran parte de nuestro trabajo. Ellos se enemistaron con el sistema
político y se pusieron en su contra…”.
Con la pandemia de coronavirus y varios proyectos
encaminados a implementar pasaportes “biológicos”, potencialmente obligatorios
en un futuro inmediato para quien desee acceder a ciertos espacios geográficos,
oportunidades laborales o medios de transporte, no es difícil imaginar ciudades
amuralladas, reductos de bienestar a los que las personas podrán acceder a
cambio de obediencia, aptas solo para quienes previamente hayan rendido varios
de sus derechos fundamentales, como la privacidad o la libertad de expresión.
Todo podría ser fácilmente justificado en la
supervivencia de la especie y presentando como la única alternativa.
La vida en los extramuros de esos entornos seguros
–ciudades burbuja– sería efectivamente posapocalíptica, una mezcla de los
filmes Mad Max y Eliseo. En el último, la élite ya ha abandonado la caótica
Tierra para vivir en un idílico satélite artificial, pero regresa a ella de
manera cotidiana para administrar sus grandes corporaciones terrestres. La
humanidad dejada atrás, su baratísima mano de obra, está contaminada,
agonizando a causa de una gran variedad de enfermedades degenerativas y
condenada a vivir en un planeta convertido en una enorme y hacinada favela.
Revolución de millonarios
En uno de sus muchos videos sobre el “gran reseteo”
y “la cuarta revolución industrial” –proceso cuyos inicios ya estaríamos
viviendo–, los chicos de Davos alucinan con humanos integrados con robots y
otras cosas que, aparentemente, deberíamos desear. También hablan de energía
libre, impresoras tridimensionales y revoluciones en la medicina y el trabajo.
Más allá de sus profecías, lo que Davos tiene claro
es la necesidad de contarnos un nuevo cuento: “la historia demuestra –observa
cierto miembro del foro–, que un cambio en los valores es provocado por la
creación de una nueva historia sobre cómo queremos vivir”.
Pero en los planes de Davos no aparece por ningún
lado la palabra democracia. La historia del neoliberalismo da cuenta con lujo
de detalles de que las élites no son muy adeptas a las ideas de igualdad que
subyacen a un orden democrático. Finalmente, el caos actual es el producto de
un orden que también se instaló prometiendo utopías que ahora sabemos
imposibles. La pregunta que queda por hacer es: ¿caeremos en su plan B?
https://www.alainet.org/es/articulo/208713
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