ENTREVISTA A DIEGO FUSARO
29/06/2019 - 05:00 Actualizado: 01/07/2019 - 15:21
Diego Fusaro es uno de los intelectuales más polémicos de Italia, ya que ocupa una
posición ideológica que aúna posiciones conservadoras y de izquierda. Es
marxista, y sus referentes son Gramsci, Pasolini y Costanzo
Preve, al mismo tiempo que antiglobalista y soberanista, y eso le ha
llevado a sostener posiciones con las que muchos salvinistas no están en
desacuerdo. Varios libros suyos han sido editados en España, tanto
por editoriales ligadas a la izquierda, como 'Antonio Gramsci, la pasión de
estar en el mundo' (Ed. Siglo XXI) o 'Todavía Marx' (Ed. El Viejo Topo), o a la
derecha, como el recién publicado 'El contragolpe' (Ed. Fides). El de Fusaro es
un pensamiento heterodoxo, que está destinado a recibir críticas de un lado y
de otro, y en no pocas ocasiones ha sido tildado de rojo y de fascista,
como también se ha hecho con quienes le han entrevistado, a quienes acusan de
blanqueamiento. Pero aquí asumimos gustosos ese riesgo, porque las ideas del
filósofo de moda en la política italiana también merecen ser conocidas.
PREGUNTA.
Acaba de publicar 'La notte del mondo'. Explíqueme, por favor, por qué estamos
en una noche oscura, en qué punto se cruzan Marx y Heidegger.
RESPUESTA.
Mi libro 'La notte del mondo. Marx, Heidegger e il tecnocapitalismo' (UTET,
2019) es un intento de razonar según las categorías de Marx y Heidegger sobre
lo que Heidegger mismo, con los versos de Hölderlin, define "La
noche del mundo". La noche del mundo es una época en la que la oscuridad
está tan presente que ya ni siquiera vemos la oscuridad en sí y, por lo tanto,
no somos conscientes de esa oscuridad. Heidegger lo expresa diciendo que
"es la noche de la huida de los dioses", en la que ya ni siquiera
somos conscientes de la pobreza y la miseria en las que nos encontramos.
Esta es una situación de máxima emergencia. Por su parte, Marx en los
'Grundrisse' decía que "el mundo moderno deja insatisfecho, o si en algo
satisface es trivialmente". Es otra manera de decir que estamos
efectivamente en la noche del mundo, donde ni siquiera vemos el enorme problema
en el que nos encontramos. En el libro empleo las categorías de dos autores muy
diferentes, como Marx y Heidegger, para tratar de poner de manifiesto cuáles
son las contradicciones de nuestro presente en el que todo el mundo calcula y
nadie piensa. En el que la razón económica y técnica, técnico-científica, se ha
impuesto como la única razón válida, y pretende reemplazar a todas las demás.
El siervo
debe luchar por la soberanía nacional-popular como base de la democracia y de
los derechos sociales
P. Insiste
en que el eje político no debe ser izquierda y derecha, sino los de arriba y
los de abajo. Y que ideológicamente hay que ser conservadores en cuanto a los
valores (arraigamiento, lealtad, familia, eticidad, patria) y de izquierdas
(emancipación, socialismo democrático, dignidad del trabajo). ¿Es esa la forma
de ser marxista hoy?
R. Sí, creo
que la geografía de la política actual ha cambiado profundamente. Hoy hay una
especie de totalitarismo liberal que nos permite ser liberales de derecha,
liberales de izquierda, liberales de centro, siempre y cuando seamos liberales,
siempre, y, por lo tanto, izquierda y derecha se convierten en dos formas
diferentes de ser liberales o, precisamente, en liberalismo político y
económico, en práctica libertaria en las costumbres y, por supuesto, en
atlantista en la esfera geopolítica. Creo que hoy debemos replantearnos una
recategorización de la realidad política según la dicotomía alto/bajo o la
categoría élite/pueblo, que a veces se utiliza como sinónimo. Esto implica que
si la élite, el Señor globalista, es precisamente cosmopolita, a favor de la
apertura ilimitada de la libre circulación, el siervo, en cambio, debe
luchar por la soberanía nacional-popular como base de la democracia de los
derechos sociales. Hoy es preciso restablecer el vínculo entre el Estado
nacional y la revolución socialista. Este es el punto fundamental.
La UE es la
despolitización de la economía y la imposición del interés del capital
cosmopolita contra las comunidades nacionales
P. ¿Cuál va
a ser el futuro de la UE? ¿Se romperá? ¿Qué opciones se abrirían? ¿Cree posible
una alianza de los países del norte, como Alemania, Países Bajos, Suecia y
demás y otra de los países del sur? ¿Cómo se recompondrá el orden internacional
si la UE se hace más débil aún o si se rompe?
R. Debemos
ser muy claros al dar una definición de la Unión Europea. La Unión Europea es la unión de las clases
dominantes europeas contra las clases trabajadoras y los pueblos de Europa. Es
la victoria post-1989 de un capitalismo que se realiza completamente
disolviendo los últimos bastiones de resistencia: los Estados soberanos
nacionales con el primado de lo político y de la democracia sobre el
automatismo total del tecnocapitalismo. Esta es la Unión Europea. Un proceso de
globalización, de despolitización de la economía y de imposición del interés
del capital cosmopolita contra los intereses de las comunidades nacionales. Por
eso, la lucha contra el capitalismo en nuestro continente hoy no puede dejar de
ser una lucha contra la Unión Europea. La tragedia es que la izquierda ha
abandonado esta lucha, en la medida en que ha pasado del internacionalismo
proletario al cosmopolitismo liberal y, por lo tanto, deja que la lucha
contra la Unión Europea, contra la globalización capitalista, la lleven a cabo
fuerzas que, muy a menudo, no quieren la emancipación humana ni la solidaridad
de los trabajadores, tratan simplemente de reaccionar mirando hacia un pasado
que ya no existe.
P. ¿Cómo
deberían actuar los países de Europa frente a EEUU y China?
R. Creo que
Europa puede salvarse solo si recupera, por una parte, sus propias identidades
culturales y su pluralidad estructural y, por otra parte, si se libera de la
dictadura llamada Unión Europea, que es la dictadura del capital, de los
mercados contra los trabajadores y los pueblos, y si se libera del yugo mortal
del atlantismo de Washington. Tenemos que apuntar a un eje euroasiático que
vaya desde la Rusia de Putin hasta China en función antiatlantista.
Debemos liberarnos de esto y cambiar nuestro punto de vista.
Hay que huir
del cosmopolitismo que destruye a las naciones y del nacionalismo, que es un
egoísmo pensado a nivel de la nación
P. Insiste en que hay combatir el globalismo, pero tampoco hay que apoyar el
nacionalismo. ¿Cuál es la opción?
R. Creo que
hoy debemos ir más allá del globalismo y del nacionalismo. Al fin y al cabo, el
globalismo no es más que el nacionalismo estadounidense que se ha hecho mundo
y, por lo tanto, es una forma de nacionalismo llevado a su máximo desarrollo.
Creo que es necesario hacer valer, contra estos dos opuestos, un modelo de
internacionalismo entre Estados soberanos solidarios, basados en la
democracia, el socialismo y los derechos de las clases más débiles y, en
consecuencia, una especie de soberanía internacionalista, democrática y
socialista, alejada tanto del cosmopolitismo que destruye a las naciones, como
del nacionalismo que es un egoísmo pensado a nivel de la propia nación
individual.
P. El Estado
es el primado de lo político sobre lo económico. ¿Por eso el mundo global
quiere acabar con los Estados?
R. Los
Estados nacionales soberanos, en la modernidad, no han sido solo los lugares
del imperialismo, del nacionalismo y de las guerras, como repite el orden del
discurso dominante, que quiere destruir a los Estados para imponer el primado
del capital globalista, donde los Estados se convierten únicamente en los
mayordomos del capital. Esta es la visión liberal del Estado. En realidad, los
Estados nacionales soberanos también han sido los lugares de las democracias y
de las conquistas salariales de las clases débiles. Y es por esta razón que hoy
el capital quiere destruirlos, ciertamente no para evitar las guerras o el
imperialismo que, de hecho, prosperan más que nunca en el marco posnacional. Hoy
el Estado puede representar el único vector de una revolución opositora contra
el capital mundialista, tal y como demuestran perfectamente los
acontecimientos de los países bolivarianos, como Bolivia, Venezuela o Ecuador que, a pesar de sus límites
estructurales, están creando formas de populismo soberanista, socialista,
patriótico, anti-globalista e identitario.
Muchos
tontos que se dicen 'de izquierda' luchan contra el fascismo, que ya no existe,
para aceptar el totalitarismo del mercado
P. Por ideas
como estas, a usted se le ha llamado fascista. Sus posturas políticas asustan
más a la izquierda que a la derecha. ¿Por qué? En esa demonización, ¿qué papel
juegan los medios de comunicación y la Academia?
R. Por supuesto,
hoy en día la categoría de 'fascismo' se usa de manera completamente
deshistorizada y descontextualizada, para demonizar simplemente al
interlocutor. Hoy quien reafirma la necesidad de controlar políticamente la
economía y, por lo tanto, reintroducir la soberanía contra la apertura
cosmopolita, es vilipendiado y tachado inmediatamente de 'fascista',
'rojipardo' y 'estalinista'. La categoría de fascismo está, pues, completamente
deshistorizada, solo sirve para ocultar el verdadero rostro de lo que Pasolini
ya había identificado como el verdadero fascismo de hoy: el de la sociedad de
mercado, el totalitarismo de los mercados y de las bolsas de valores
especulativas. Este es el verdadero rostro del poder hoy en día, y muchos
tontos que se hacen llamar 'de izquierda' luchan contra el fascismo, que ya no
existe, para aceptar plenamente el totalitarismo del mercado. Estos últimos son
los que luchan en Francia contra Le Pen para aceptar de buena gana a Macron.
Luchan contra un fascismo que ya no existe para poder aceptar la nueva porra
invisible de la economía de mercado. Y, por supuesto, la clase intelectual,
el circo mediático y el clero intelectual desempeñan un papel fundamental en
este proceso; la tarea de la clase intelectual, académica y periodística es
garantizar que los dominados acepten el dominio de la clase dominante en lugar
de rebelarse. De modo que, como en la caverna de Platón, amen sus propias
cadenas y luchen contra cualquier libertador.
P. Ha
insistido en que con una mano nos dan derechos civiles y con otra nos quitan
derechos sociales. ¿En esto consisten las llamadas políticas de la diversidad?
R. Los
llamados 'derechos civiles' hoy en día son, en realidad, ni más ni menos, los
derechos del 'bourgeois', que Marx había descrito en 'La cuestión judía'. En
otras palabras, son los derechos del consumidor, como diríamos hoy, los
derechos del individuo que quiere todos los derechos individuales que puede
comprar concretamente. Estoy pensando en los vientres de alquiler, por ejemplo,
en la custodia de los niños según el coste del consumidor. Pues bien, hoy
estamos asistiendo a un proceso mediante el cual el capital nos quita los derechos
sociales, que son derechos vinculados al trabajo, a la vida comunitaria en la
polis; anula estos derechos y, en cambio, aumenta los derechos del consumidor,
siempre vinculados a un consumo que se lleva a cabo de manera individual, sin
cuestionar nunca el orden de la producción y que, de hecho, terminan
fortaleciendo el sistema capitalista en lugar de debilitarlo.
Además,
crean una especie de microconflictualidad generalizada que actúa como un arma
de distracción masiva y, también podríamos decir, como un arma de división
masiva permanente. Por un lado, distrae de la contradicción capitalista que ya
ni siquiera se menciona, y por otro lado, por así decirlo, divide a las
masas en homosexuales y heterosexuales, musulmanes y cristianos, veganos y
carnívoros, fascistas y antifascistas, etcétera. Y mientras esto ocurre de
manera natural, el capital deja que las personas salgan a la calle por el
orgullo gay, por los animales y por todo, pero ¡qué no se atrevan a echarse a
las calles para luchar contra la esclavitud de los salarios, contra la
precariedad o contra la economía capitalista! De ser así, ahí está la
represión, como sucedió en Francia con los chalecos amarillos.
El
capitalismo ha declarado la guerra a las raíces éticas en el sentido hegeliano,
a las formas comunitarias de solidaridad
P. Señala
que los lazos estables, representados en el matrimonio, se han convertido hoy
en revolucionarios. ¿Por qué? ¿Cómo han cambiado las cosas para que algo
radicalmente frecuente en la Historia se convierta hoy en revolucionario? ¿En
qué consiste el consumismo erótico?
R. El
capitalismo actual es flexible y precarizador. Disgrega a toda comunidad humana
y quiere ver en todas partes al individuo sin identidad y sin vínculos, al
consumidor que entabla relaciones desechables basadas en el consumo. Por eso,
el capitalismo hoy ha declarado la guerra a lo que yo, en mi libro 'Storia e
coscienza del precariato. Servi e signori della globalizzazione' (Bompiani,
2018) llamo las raíces éticas en el sentido hegeliano; es decir, aquellas
formas comunitarias de solidaridad que van desde la familia a los organismos
públicos como los sindicatos, la escuela, la universidad, hasta completarse en
el Estado. Tiene como objetivo romperlas para reducir el mundo a un mercado
único, como dijo Alain de Benoist: la sociedad se convierte en un único mercado global.
Esta es la razón por la cual hoy en día la reetización de la sociedad, es
decir, la revalorización de las raíces éticas en el sentido hegeliano es un
gesto revolucionario.
Me parece
que Podemos últimamente está entrando cada vez más en el frente único del
partido único del capital
P. Afirma
que hay que recuperar a Gramsci y apartarlo de las izquierdas liberal-libertarias
que hoy dominan y que son quienes más lo han utilizado últimamente y que
encarnan bien lo que Gramsci combatió. ¿Definiría también, por ir al caso
español, a Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, y a Podemos en general, como un fenómeno
cultural de glorificación del capitalismo globalizado?
R. Sí, en lo
esencial, Gramsci es todo lo opuesto de lo que está haciendo la izquierda en
Italia y en gran parte de Europa, las izquierdas ya no son rojas sino fucsias,
ya no son la hoz y el martillo, sino el arco iris. Luchan por el capital y no
por el trabajo, luchan por el cosmopolitismo liberal y no por el
internacionalismo de las clases trabajadoras. El caso específico de Podemos en
España me parece bastante interesante, porque comenzó como fuerza soberanista y
socialista, más allá de la derecha y la izquierda, pero me parece que
últimamente está entrando cada vez más en el frente único del partido único del
capital, y es realmente una lástima porque el partido Podemos originariamente
parecía ser un partido de ruptura.
La izquierda
es demofóbica: odia al pueblo porque el pueblo se le escapa de las manos
P. ¿Qué
papel debe jugar el intelectual en este escenario?
R. En mi opinión, el intelectual de hoy debe restablecer lo que Gramsci
llamaba la "conexión sentimental con el pueblo-nación", es decir,
debe volver a conectar el pueblo a la política, a la intelectualidad misma,
para que el pueblo salga de la pasividad y se transforme en subjetividad
activa, como ya está sucediendo, en la medida en que el pueblo está rebelándose
contra la élite cosmopolita. Lo hace votando por el Brexit, lo hace votando por
Trump, lo hace votando en Italia contra el referéndum
constitucional, lo hace votando en Grecia por el referéndum contra la
austeridad de la Unión Europea. Pero el pueblo, dice Gramsci, debe ser
'interpretado', necesita de una filología viva, el pueblo es un texto que debe
ser interpretado y no dirigido de manera unívoca. Hay que escuchar sus
necesidades, sus exigencias, lo que la izquierda hoy no está haciendo; la
izquierda es demofóbica, es decir, odia al pueblo, odia al pueblo porque el
pueblo se le escapa de las manos, ya no se siente representado por una
izquierda amiga del capital y de los amos, en lugar de los trabajadores y del
pueblo.
P. Propone
recuperar la utilización del italiano frente al inglés, y además de un italiano
bien hablado o escrito. Lo entiende como una batalla cultural imprescindible.
¿Por qué?
R. Sí, yo
propongo, en contra de la neolengua de los mercados que habla el inglés del
'spread', de la 'spending review', de la 'austerity' y de la 'governance', una
veterolengua basada en la recuperación del italiano con toda su riqueza, el
italiano de Dante y Maquiavelo. Es una batalla cultural de
resistencia a la globalización y a ese 'genocidio cultural', como lo llamaba
Pasolini, que la globalización está llevando a cabo destruyendo las culturas en
nombre del único modelo permitido: el consumidor de mercancías, apátrida,
posidentitario, que habla el inglés anónimo de los mercados financieros
apátridas.
P.S. La
entrevista ha sido realizada a través del correo electrónico y la traducción de
las respuestas de Fusaro corresponde a su traductora al español, Michela
Ferrante Lavín.
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