Si una revolución
socialista tuviera lugar en una sociedad burguesa desarrollada, entonces lo que
se supone, y lo que de hecho ocurriría a continuación, sería antes que nada una
abundancia material, una abundancia de bienes, una abundancia de medios de
producción y una abundancia relativa, o incluso absoluta, de capacidades
humanas, de herramientas, de habilidades, de experiencia, de recursos, una
abundancia de cultura. La coerción y la restricción serían innecesarias y la existencia
del mismo Estado dejaría de ser obligatoria o necesaria. La abundancia de
recursos se sostiene en la abundancia de civilización y la abundancia de
civilización en la abundancia de recursos. El comportamiento civilizado modela
la conducta individual, haciendo que ésta se someta a los patrones de la
actividad colectiva.
Si la revolución
socialista tiene lugar en sociedades subdesarrolladas, como ha ocurrido hasta
ahora, el factor básico, decisivo y determinante al que tenemos que
enfrentarnos es la escasez general: escasez de medios de producción, de medios
de consumo, de capacidades, de habilidades, de escuelas, escasez de
civilización y de cultura.[1] Y
mientras exista escasez continuará la falta de libertad, la desigualdad, la coerción
cultural e intelectual, la escasez por todas partes y sólo superabundancia del
factor humano con un deseo infinito de salir del atraso y la miseria. La
experiencia revolucionaria en la escasez señala el camino recorrido, sus limitaciones,
encrucijadas y peligros. La experiencia revolucionaria en la escasez debe crear
las condiciones para una vida civilizada moderna pero, al crear estas
condiciones incuba el germen de la involución en la economía y la política. La
posibilidad revolucionaria en la abundancia es el sueño de los socialistas.
La historia del
socialismo es la historia de las singularidades humanas (Comuna de París,
Revolución Bolchevique, Revolución China, Revolución Cubana, etc.) pero también
es la historia de las parodias, los plagios, las imitaciones, las copias, que
siempre han llevado a los fracasos. Algunos sostienen que la clase obrera tiene
en su haber innumerables batallas pérdidas. Sin embargo, el tiempo y la
experiencia acumulada no han sido en vano. Reforma o revolución era la
encrucijada de la humanidad, en el pasado. Pero, la reforma ha probado en el
tiempo que simplemente maquilla las atrocidades de la explotación capitalista.
Las reformas cambian la careta pero jamás el contenido de clase de la
explotación del hombre y la naturaleza.
Desde que Marx y
Engels iniciaron su gestión política ha pasado casi dos siglos. En los mil
ochocientos la experiencia de la Comuna de París fue el punto más alto de la
generación de los fundadores. En los mil novecientos, los soviets en la URSS y
las comunas en China, constituyen las batallas más relevantes en la lucha por
el socialismo. El siglo XXI, contra todo pronóstico, será el siglo de la batalla
definitiva entre capital y trabajo.
En efecto, ha
sido totalmente necesario que los monopolios terminen por barrer las fronteras
nacionales, para que la lucha de nuestro tiempo se generalice, para que la
inmoralidad contenida en el sistema económico se “viera llevada a su ápice por
el intento de negarla.”[2] Hace
172 años Marx observó, más allá de su tiempo, las condiciones básicas para esa
batalla decisiva:
«Con esta "enajenación",
para expresarnos en términos comprensibles para los filósofos, sólo puede
acabarse partiendo de dos premisas prácticas.
Para que se convierta en un poder "insoportable", es decir, en un
poder contra el que hay que sublevarse, es necesario que engendre a una masa de
la humanidad como absolutamente "desposeída" y, a la par con ello, en
contradicción con un mundo existente de riquezas y de cultura, lo que
presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva, un alto
grado de su desarrollo; y, de otra parte, este desarrollo de las fuerzas
productivas (que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en
un plano histórico-universal, y no en
la vida puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica
absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par,
la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la
inmundicia anterior; y, además, porque sólo este desarrollo universal de las
fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el
fenómeno de la masa "desposeída" se produce simultáneamente en todos
los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de
las conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente
mundiales, en vez de individuos locales.»[3]
Cabe alguna duda.
Hoy es pan de cada día: los mercados globales, la opulencia y miseria, la abundancia
de recursos, un alto grado de desarrollo tecnológico, etc. etc.
La Cuarta Revolución Industrial, bajo la
conducción de las élites capitalistas, está impulsando el desplazamiento o
reducción de empleos en "todas las industrias y regiones
geográficas". A medida que la robótica, la nanotecnología, la impresión 3D
y la tecnología automatizada funcionen a plenitud, no sólo se perderán millones
de empleos netos en todas las economías desarrolladas y emergentes sino que un
nuevo modo de vida impondrá un nuevo orden, bajo conducción de los propios
trabajadores, destruyendo las arterias del pervertido como decadente poder
político de la burguesía parasitaria. Este nuevo modo de vida, que se viene
forjando al calor de las nuevas herramientas de trabajo y la intensa lucha de
clases, terminará por redibujar una nueva arquitectura socio-económica.
Mientras tanto, los salarios reales de los trabajadores disminuyen sin pausa;
las utilidades, del 1% de los grandes propietarios de los medios de producción,
aumentan a un ritmo nunca visto en la historia de la humanidad.
Marc Vandepitte, en una investigación
titulada: El abismo entre ricos y pobres
nunca había sido tan grande, dice
que “El mundo nunca ha
producido tanta riqueza como ahora. Si esta riqueza estuviera repartida de
manera igual entre todos y en todo el mundo, una familia con tres hijos
dispondría de unos ingresos de 2.870 euros al mes y de un patrimonio (ahorros,
valor de la vivienda…) de 125.000 euros.”[4]
¡Hay que ver cómo las élites del
capitalismo ponen más y más ladrillos a su propio sepulcro! Tal como lo
imaginaba Karl Marx en el amanecer del capitalismo. A casi 200 años de su
profecía estamos observando como las condiciones básicas para la batalla decisiva
van apareciendo con asombrosa nitidez. Sin embargo, hay algo que está faltando:
conciencia política. En el pasado Mariátegui como Marx, resolvieron este
importante problema potenciando la acción
conjunta y la discusión. Y así se resolverá en el presente. Ellos confiaban
en que las multitudes llegarán a ser conscientes de su propia potencia a través
de sus propias experiencias de lucha. Y, sin duda, desde las trincheras de
resistencia al capitalismo está volviendo a nacer una renovada conciencia - organización
del futuro de la humanidad.
La
marcha de esos magníficos miserables esta en curso, en un mundo deslumbrado por
el lujo y la riqueza, pone a la orden del día el fantasma del Manifiesto.
Tacna, 10 de
febrero 2017
Publicado en http://perulibre.net.pe/index.php/2017/02/13/construyamos-un-nuevo-orden-de-los-trabajadores/
No hay comentarios:
Publicar un comentario