martes, 29 de diciembre de 2009

Varita Mágica para Articular las Macro Regiones

Foto Impactante




¡Che…la ponés difícil!


Sepan ustedes, Pajaritas de Papel, en la Argentina de mi vida, pese a mi trayectoria artística, vetada estoy. Conozco de vuestro sufrimiento. Actriz a la que le nieguen el escenario, veleta a la que le arrebaten el protagonismo, es victima de su propio escenario. ¿Hay responsables de tamaño crimen? ¡Sí! La curiosidad os pica la picadura. Pues, lectura inteligente para unas buenas coplas:
De la chuleta de la mujer
hizo Dios al hombre,
para dejar a las mujeres
ese hueso pa' roer.
¡Magnifico!, Aterrizo en vuestra tierra y me solicitan mi modesta opinión. Vean queridas. Articular las macro regiones era el proyecto de Dante Alighieri, pero… terminó escribiendo sobre ángeles y demonios. Sin embargo, no le corro al desafío porque nunca estoy desinformada. Unificar las macro regiones en vuestro país, es tarea para… Fray Martín de Porras. Tres padre nuestros, dos ave marías y un credo y el milagro lo tendrán en sus manos. Con tanto perro, pericote y gato en las cuatro regiones geográficas se necesita un verdadero milagro. Y tengan presente lo que el filósofo salpicó: Quién anda con perros, pericotes o gatos de pulgas se llena.
Nini Marschall

(Gracias. Las editoras de “Pajaritas de Papel”, órgano de un grupo de mujeres descarriadas, solicitaron la opinione de Doña Tota Basili -y ésta de taquito nos la pasó, no sin antes deslizar algunas jodas-, acerca de cómo articular las Regiones, tema de debate político en el sur del Perú; así mismo, ordenaban incluya una foto alusiva a la nota que no exceda las 200 palabras. Ante tanto, mandonismo, tuvimos que coger las tetas por el pezón. Y bien, el “personalismo” e intereses de por medio, se ponen en evidencia en la disputa de tetas, vale decir, fórmulas: Tacna-Moquegua, Tacna-Moquegua-Arequipa, Bis+Puno, Bis+Madre de Dios, o simplemente quedarse huerfanitos,… no nos quedo otra respuesta que la que usted querido lector ha digerido.)

lunes, 28 de diciembre de 2009

Consumismo



Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco..

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano

sábado, 26 de diciembre de 2009

Orden – Desorden




Hace algunos años, Ilya Prigogine , comprendió que desorden no es sinónimo de caos sino de reorganización e incremento de la complejidad de los sistemas. Y tiene mucha razón. El argumento aniquila la pretendida armonía social porque armonía socio-económica es un despropósito ideológico. En los estados equilibrados o armónicos no hay movimiento, no hay cambio, y, por tanto, no hay desarrollo. La armonía en las organizaciones complejas es un imposible natural como imposible es el orden absoluto. Desde que Rudolf Emanuel Clausius (1822 -1888) enunciara el segundo principio de la termodinámica, la entropía ha sido objeto de múltiples estudios y debates académicos. La entropía es la ley que nos dice que las cosas se gastan. Los cuerpos calientes se enfrían a medida que pasa el tiempo, y el calor se escapa de ellos. Los edificios se desmoronan; las cosas vivas envejecen y mueren. Marx pensaba que el tiempo es espacio en permanente cambio . Así lo estima Ilya Prigogine, para quien los desarrollos recientes de la termodinámica nos proponen un universo en el que el tiempo no es ilusión ni disipación, sino CREACIÓN. Los cambios se hallan unidos al paso del tiempo, y crean la distinción entre pasado y futuro. Corresponden a un incremento en la cantidad de desorden en el universo y la sociedad. Ese desorden se mide en términos de entropía. El flujo del tiempo del pasado al futuro significa que la entropía del universo debe incrementarse siempre. Sin embargo, al percibir el universo como un organismo vivo, la noción unidireccional de la entropía se modifica. La presencia de cosas vivas en la tierra va en contra de esa regla. Nosotros creamos un orden del desorden generando nuevos organismos sociales, construyendo edificios; ir a contracorriente es un principio muy humano. Pero el punto más importante es que el planeta y la sociedad humana no son un sistema cerrado. El planeta se alimenta de la energía que fluye del sol, y expulsa entropía como resultado. La sociedad se alimenta de las contradicciones sociales y libera energía en los conflictos de clase.

Tacna, 26 Diciembre 2009
Edgar Bolaños Marín

miércoles, 23 de diciembre de 2009

CIEN AÑOS DE SEQUEDAD



POR: Artidoro Velapatiño Castilla

Leer puede ser dañino para el curioso.
Muchos años después el borracho conocido, frente al pelotón de botellas, había de recordar la remota tarde en que su padre lo llevó de la mano por primera vez a la Campiña de Pocollay a probar el vino de chacra. En ese tiempo Tacna era apenas una mísera adehuela bañada por un ridículo riachuelo llamado Caplina, afluente de una triste acequia que pasaba por una calle principal a la que daba cara el viejo Caserón del Palomar, donde tiempo después había de eregirse la Escuela Normal Superior de Varones, fundada por los secuaces del beato Marcelino de Champagnat y en cuyas aulas ilustres había de inspirarse en venideros tiempos el famoso poeta, hijo del caserío de Huanuara: Segundo urbano Cancino de Morales, enemigo público número 7 del tiránico arzobispo Alzamora, cazador de brujas y demonios y también había de ganarse la eterna animadversión de la antes bienamada Señorita de Tacna, llamada la Gutarra o Guitarra y fue por eso y demás cosas llamado el Maligno, que andaba suelto por los laberínticos callejones donde el famoso gigante Pepino el Macró había de fundar el mítico chongo “Al Este del Paraíso”, donde con el pasar de los años vendrían las más reputadas putas: rubias como el pelo del maíz de Tarata; sabrosas como las paltas de Moquegua; dulces como el membrillo de Capanique; morenas como el olivo de Magollo; tiernas como la papa de Ticaco; refrescantes como la chicha de Para Chico; lejanas y misteriosas como las playas de la Serena; silentes como el cactus de Raymondi que florece sólo en la inmensa soledad de alturas infinitas; frías como las nieves eternas del Tacora; melancólicas como los atardeceres de Mazocruz; embriagadoras como los extraños tragos preparados por Víctor, mozo Mayor de la Cosa Nostra y quien en futuros venideros seria víctima de ajustes de personal a resultas del shocks, paquetazos y mezquindades del usurero Braulio 90; fantasmales como infernales antros del Chancho Azul. En los oscuros salones de este lenocinio habían de hacerse famosas la Destroncadora de Challaviento que causaba en sus clientes espasmos que duraban 40 días con sus noches; la negra Chupapingas que dejaba por semanas íntegras exhaustos y con el miembro muerto a los incautos que con ella se atrevían; la Tati bronquera como ella sola y armadora de líos de la madona y embaucadora de borrachos además; la Daysi que gustaba dar el chico y en cuya puerta se formaban interminables colas para atacar por atroya, de fresa y de cuchilla y a diestra y siniestra; la Yorka con sus tiernos 14 años era preferida por viejos émulos de Pichuzo y secretos panegiristas de Polanski; la Maga que con sus 41 ofertadas posiciones era preferida de los exquisitos lectores en noches desveladas del Kamasutra y las memorias del Marqués de Sade; la sentimental July que lograba que sus preferidos la acompañaran en su llanto sempiterno, con viejas historias de perdidos amores e infelices ilusiones truncas; la popular tríada de las hermanitas Pissano que llegaron a quemar hasta el último cartucho de Tacna y cuyo interés por ejercer el oficio más antiguo del mundo llegó al punto de incrementar su banda con la servilleta de la casa y tener como ficho a un incipiente novelista de fama interprovincial que las explotaba al 30%, cobrando en dólares de libre cambio y pagándoles con dólares MUC, cuando nadie soñaba aun con planes correctivos de países en quiebra. Desde luego los inolvidables callejones de este lupanar serían concurridas por el famoso Peladito, natural de Sicuani, pésimo conductor de acémilas motorizadas y rival circunstancial de acémilas castrenses y jefe de un becketiano Centro de Computo, allpamiku por añadidura y muy bien secundado por la Chola Malagracia, su secretaria antisísmica como su jefe el susodicho y que de un tiempo a otra parte sería llamado el Señor de Sipán por su extraña afición a fosas comunes, choclonas en edad de orar, suripantas jamonas y causas perdidas; por Kike el Gavilán que confundía gallos por pollas y era también del Cuento puesto que era, es y será un intervencionista en los innumerables concursos de cuentos, todos ellos ganados por él con alevosía, ventaja y premeditación; por Taulichusco mal contador de trasnochadas historias cajamarquinas, copiando el fabla paisana y presumiendo de escritor y que ocultaba su extraña personalidad tras una tal Obdulia de los Alisos, generando una conducta de doble filo según análisis exhaustivo del criticón Nito de la Torre y era su musa una tal Doralisa a quien supuso principio y fin de su inefable destino, nirvana de sus quimeras, el dorado de sus sueños y a quien dedicó todas sus mediocres creaciones, sin sospechar siquiera que tiempo después sería demandado por abandono intempestivo y sería obligado a borrar todas las dedicatorias hechas y por hacer; por el Niño Maravilla que asombraba a propios y extraños presentándose en plena pista, con capa colorada, cajón sin guitarra y seguido muy de cerca por el acólito Chichi, conocido por su extraordinaria ubicuidad para estar en el sitio preciso donde justo no lo llamaban ni mucho menos lo necesitaban; por Corneta kid, creador de insólitos in promptus que hacían recordar los maravillosos solos de Bix Beiderbecke legendario en el quimérico Harlem; por el Perro Seco, traficante de libros de ortografía y perromuertero como él solo, saco largo impenitente fiel más allá de la vida y la muerte a Malinche su reina y señora, quien logró al fin un día menos pensado atarlo en su yunta y conducirlo al pie del mismo árbol donde Cortez dizque lloró la Noche triste y someterlo para siempre a su señorío de horca y cuchillo; por el famoso Mariscal Chumbeque, perdedor de 43 y una batallas y organizador de 77 frustradas parrilladas y conmovido hasta los húmeros por el lastimero llanto, gritos y susurros de la increíble Llorona de la Alameda Bolognesi y que en noches tormentosas daba Transilvánicos gritos de ¡¿dónde estás... dónde estás ... Yolanda!? Y el viento de la noche, más inmenso sin ella no respondía sumiéndolo en los más recónditos abismos de insondable soledad; por el conocido hipnotizador Federico, discípulo de Lican, famoso por sus curas de empedernidos borrachos y fumadores consuetudinarios, contador de cuentos y teatrero además; por Red Ryder eterno templado de un conjunto infinito numerable de odaliscas nunca alcanzadas, tales como la Gata, la Wawa, la Lala, la Lonchera de Perro, la Kelly, la Takanita, la Luz de mis Ojos, etc. y cuya prodigiosa nariz no le sirvió de nada para olfatear la hora de su desgracia, pese al aviso de la presencia de la sibilina Deliah de las Siete Lunas, agorera de sombríos tiempos, cuando en la desdichada compañía del mentado Señor de Sipán, que una vez más demostró que tira su caña, pero la rebajada con 40 grados de alcohol de laboratorio, chuchuwasi, chariro y otros yerbajos, mas no la de su tristemente célebre escarabajo y que a resultas de estos desatinos habrían de estrellarse contra un indefenso árbol quedando marcados por siempre y para siempre hasta la posteridad más remota; por Poca Luz ojo avizor y eterno conductor de tarjetas de kafkianos exámenes que con la edad de la electrónica habían de entronizarse en la principal Universidad de esta Villa de las Buganvillas; por el Abigeo especialista en cuyes, conejos, liebres y otros roedores de menor cuantía y a quien el tiempo lo convertiría primero en rondero entusiasta en las lejanas pampas de Junín y luego en chicano conductor de espalda mojadas, allá en el país de las mil maravillas; por el Memorracho, curioso caso de sobonería proestudiantil y jefe de una micropandilla de cholas metedoras de datos, verbigracia: la Bacana de la Boca de Rana con su guitarra al hombro y eufemísticamente llamada Mademoisille Rocinant; Gionanessa doncella prematuramente preñada por un cholillo de poca monta, Tess la vampiresa computarizada temida por su padre, el Generalísimo, vencedor del Mariscal Chumbeque en la batalla de Pago Chorrillos; Elba Guita corruptora de menores, gatusera como la farsa monea, que de mano en mano va y ninguno se la quea; Inesilla gordita cantora de valses jaraneros, boleros maroqueros y salsas arrechonas; Silvia la iluminada predicadora del mensaje de Jehová y hasta el alma ofendida por haber sido llamada Lacaya; Rosita la mal casada mormona, generosa hasta el colmo de la gracia, que llegó al punto de entregar su histórica virginidad a un antropoide de la peor especie y después terminaría como vendedora y alquiladora de videopornos con demostraciones personales de deshojes de margarita con suave música y luces chuchomeconas (quién lo diría!); la Malpapeada capaz de devorar un montón colosal de chizitos, popcorn, chocolatines y otras porquerías y supuesta devoradora de hombres y un conjunto finito de guillermosecundarias pirujas poco dignas de mención; por el Cholo Assembler, increíble auquénido metido en las honduras del software; por el cholo Merma, otro guanaco metido en las intríngulis del hardware, a quien al saque se le adivinaba una infancia infeliz, sin desarrollo de la psicomotricidad, puesto que a semejanza de Midas, toda computadora por él tocada se hacia mierda, y de remate pisado por Carmencita inimaginable alpaca, guía y conductora de ensamblajes informáticos clandestinos e implacable fabricante de deudas sin perdonar deudores y con chontriles a granel a su servicio; por Beto Verduguillo enredado en borrascosas cumbres con un roto vendedor de plumones, tintas, lapiceros, papel térmico y otras chucherías por el estilo; por Cucharita matutero incorregible de medias, calzones, pantys, enaguas, sostenes, mimosas y otras especias para féminas de ortografía dudosa; por Eduardito pequeño Maquiavelo Autóctono cocinador de planes y programas de imaginados gobierno, personero de masas metafísicas y presidente de frustrados comités salvadores del caos universitario; por el Quechueslovaco, terror de las servilletas y vendedora de frutas e imaginario Valentino soñado por todas las hembras del mundo, a quien ninguna gila y/o mariposón dejaba de contemplar extasiada por su inexorable capacidad de macho cabrío, seductor inevitable, aunque su inconfundible hedor a perro muerto alejaba a todo bicho viviente de su radio de acción; por Calderón de la Wasca, poeta de didácticas intensiones, condotiero de maestros y daltónico a resultas de un par de copas; por el chulo Nito Waywaco, anarcotroscorevisionistaneoliberalista a ultranza que a la tercera copa de sus inconclusas trancas de entrecasa se daba de Demóstenes histérico largando desatinos, huachaferías y lugares comunes a discreción, y por otros tantos intrascendentes sujetos que la crónica se negó a guardarlos en memoria. Nadie podía imaginar que con el correr de los años esta tranquila comarca sería invadida por el huayco de cholos venidos de allende el Lago, por los insufribles arequipeños, por los incautos moqueguanos, por los igualados de Ilo, por los aborígenes de los extramuros de Tacna y otros tantos galifardos venidos desde los más lejanos confines de la tierra, que a la postre habrían de convertirla en una increíble Fenicia donde se vende desde el hueso del Gallo de la Pasión hasta un pollo crocante sintético, desde un ábaco lupaca hasta una AT de bolsillo, desde la chupalla de la ñusta Chupisapa hasta el slip de Brooke Shields, desde el pututo de Ayarwaska hasta un órgano electrónico con música programada, desde viejas damajuanas del tradicional vino tacneño hasta las variopintas especies del químicamente puro vino chileno vendido en primorosos chuicos y cajas-recipientes, desde un cansino jumento de Challapalca hasta una bicicleta de carrera desarmable, desde un picante a la tacneña hasta una pizza a la calabresa, desde un anillo de plata pura hasta primorosas alhajitas de chalcopirita, oro de los necios, desde un incunable tákana hasta la última antología de una cáfila de poetas autoconsiderados como los mejores del orbe, desde un plano para buscar tapados de antes del cautiverio hasta folletos de mecánica popular para fabricar rayos láser con lo que se tenga a mano, desde viejos folletos de 451 maneras de evitar embarazos hasta tridimensionales ediciones de Penthouse y Play Boy con sus insospechables hembras, desde ponchos de plástico nacional hasta increíbles condones con espuelas, adendas y fuegos artificiales, desde el antiguo arte popular local hasta la increíble artesanía cauchesca y huachafa de Taiwan. En esos días la arquitectura de Tacna tampoco había sido maltratada ni mucho menos destrozada por la célebre cuatrinca de ineptos y descriteriados albañiles con y sin cartón a saber: Wachipato, Juntacadáveres, Chuculún y Chema Guevada; con la premeditada complicidad de lacayos como los dibujadores Coco el Sentimental, sugeridor de descabelladas ideas y planes dignos de mejor causa, simple y auténtico GPH; Trancaluz eterna estudiante de artes culinarios, decidora de versos y locutora de programas hípicos además; Ivanna la despampanante morena jalacachimbos que causaba extraños disturbios en los extasiados discípulos del mentado Wachipato, cuya dudosa fama de rubirosa de mediopelo era tema de discusión favorito de ciertos lagartos que a falta de actividad provechosa perdían tiempo en tan pueril y ruin acto y otros tantos sublacayos cuya intrascendencia los hace poco dignos de mención alguna. Y como si todo esto fuera poco habría de surgir una laya de poetas astros que no nacieron jamás y desde luego no morirán, como un tal Puma que cree que basta teñirse el cabello, usar zapatos aputamadrados, gritar como vieja histérica dizque a Neruda y Vallejo para sustituir su falta absoluta de talento para el canto, la trova, el mimo y otras tantas artes impunemente insultados por este androide de la más baja ralea; como Coti, el increíble vate pitoniso quiromántico que no lee para evitar perniciosas influencias que podrían masacrar su ungénito genio; como un tal García más loca que una cabra atacando las indefensas páginas de la poesía y otros bichos asaz mediocres que la historieta los absorberá. Aun entonces no habían aparecido las famosas cantinas El Sitio, Quihue, Santoche, Balalaika, El Porvenir, Aquí me Quedo, El Triángulo de la Muerte y el glorioso Chancho Azul, donde dejarían perdurable memoria el Pollo Sánchez con su increíble ballet de inalámbricas piruetas y sus inimaginables decires que se tornarían en frases célebres como aquello de “Hay que ser imbécil, pero no tanto”; Eugen el Octavo Borracho expulsado de Suiza por corromper a los perros San Bernardo y que en Tacna habría de escribir las más extraordinarias páginas de la historia chupística de esta tranquila comarca de los olivos, granados y zapallos; el Cuy a quien atacaban extrañas convulsiones y chiripiolcas en sus inconcebibles borracheras; Che Traguito improvisador de tangos en notas fuera de escala, tergiversador de versos y autores y creador de un teatro digno de Ubú Encadenado en la Quebrada de los Diablos; el desnutrido Pati de increíble y triste historia, duramente castigado por su consorte la desalmada Rossana Durán alias Mano de Piedra; Pepe Tinto el único peleador que se dormía antes de la cuenta que habría de traer Máximo el insigne mozo del Chancho y recordado además por haber escapado de la célebre matanza de los santos inocentes ordenada por Herodes el Grande y que solo alcanzaron a rajarle la patita, pero quedando marcado desde aquel infausto día en su caminar sin hacer camino; el Guachimán Squach que confundía champú con menta, con impredecibles consecuencias como el de levitar impulsado por burbujas multicolores que le salían del orificio posterior; el Chacho leo célebre por sus tormentosos amores con la inverosímil bailarina Miroka Nagashiro y por su compaginada enemistad con el Guachimán; el Tío Ho, pelado soñador y predicador en terreno baldío que buscaba incansablemente acólitos para imposibles tareas y desatinadas utopías; Molerito la Hormiga Termodinámica que sus inefables borracheras hacía primos suyos a cualesquiera borrachitos que en su camino se cruzaban e iba a jorobar en inoportunas horas del rayar del alba a sus amables secuaces que lo consentían con paciencia y mal humor; el Loco Girón, extraña mezcla de inconcreciones múltiples, que en memorable ocasión bebió de un solo trago un botella de pisco quebradeño acompañado de un pomo de corrector y otro de tinta y al poco rato sus ininteligibles palabras quedarían grabadas en pisos, paredes, papeles por siempre y para siempre jamás; por el Huevo Guita, armador inacabable e incorregible de broncas y casi siempre perdedor; y como olvidar a Cuarta Botella, agente internacional de la Botella Roja de la facción desviacionista y por extraña coincidencia también Suizo y que habría de fundar el histórico Fritszchi cuya celebridad se extendería más allá de los extramuros y confines de Tacna por las nunca soñadas broncas y desatinados romances que de sus estrechos ámbitos tuvieron lugar; Hugo Chupens, creador de la célebre seguidilla Salú, salú, salú..., que tumbaba a los más prestigiados chupacañas y habría de convertirse en el Alcalde Honorario de Tacna, por las repetidas y frustradas intenciones de llegar a la nunca alcanzada meta. En fin tantos otros choborras de quinta categoría que resultaría kilométrica su sola mención.
Y por desgracia esta verídica e increíble historia, incrédulos de la tierra toda, testimonia también el paso por esta heroica ciudad, de la manada de abstemios o hipócritas alcohólicos que sólo beben en casa o frente a espejos narcisistas en microcenáculos autocomtemplativos y sectarios y en consecuencia no trascenderán ni pasarán a los cielos de la eterna gloria, porque las estirpes condenadas a cien años de sequedad no tendrán una segunda oportunidad en la tierra.
Octubre de 1990

martes, 22 de diciembre de 2009

A propósito de un libelo que trajo mucha cola


Cien Años de Sequedad

El título, Cien Años de Sequedad, con el golpe de vista nos remonta a aquello de predicar en el “desierto” o a la ausencia de toda fuente de vida; pero no, todo lo contrario, el libelo trata de abundancia de vida. Vida que denigra a los mojigatos de aquella “manada de abstemios o hipócritas alcohólicos”, que “no trascenderán ni pasarán a los cielos de la eterna gloria, porque las estirpes condenadas a cien años de sequedad no tendrán una segunda oportunidad en la tierra”. He ahí la filosofía de Don Archibaldo. El autor con la “mala leche” que lo caracteriza narra sus experiencias en ésta “mísera adehuela bañada por un ridículo riachuelo llamado Caplina”. Ayacuchano y virgen, mucho antes que la blanca chuleta le arrebate su castidad, con acierto revela las felices o infelices situaciones de sus amigos o “enemigos”. Todos los personajes de su libellus aparecen en cueros, apenas cubiertos, ¡cuál taparrabos!, de sus respectivas insignias de combate, con una sola excepción: el borracho conocido. Ahora, nuestro querido amigo, no necesita el santo y seña que su padre le encajara en el registro municipal. Hoy es ocioso hacerlo. El próximo año recordaremos, los sobrevivientes de la generación de ruptura, el Veinte Aniversario de la publicación del libelo en cuestión. El tiempo y las parrilladas, nos exime de registrar en ésta edición electrónica, la nomenclatura oficial del ahora conocido borracho. ¿Para qué seguir haciéndolo famoso? Ayer, cuando los signatarios protagonizamos estos hechos, el cholo italiano, no aceptaba ser un borracho conocido, prefería el ignorado rincón del borracho anónimo. La mención imprudente de la pila de bautismo y el atrevimiento de publicarlo nos hizo acreedores a las represalias del “siciliano”. El rompimiento de relaciones diplomáticas cayó por su propio peso. La guerra silenciosa duró más de un largo año, y pese a que las relaciones disimuladas se reanudaron el incidente sigue pesando como un tonel de vino. Tonel vacío porque sus amigos ya nos lo chupamos.
Publicado en octubre del año 1990. Año en que su majestad imperial Kenya Fujimori Fujimori ascendió al trono de Pizarro. Punto de partida de la década en que cayeron las ilusiones románticas del zurdismo y la gentlemanía criolla mostró al desnudo toda su podredumbre. Década prodigiosa porque, en la historia republicana, nunca murieron tantos cholos – ni siquiera en la oprobiosa guerra del pacífico – como en esos diez años; década prodigiosa porque colocamos un guijarro en el nacimiento del primer outsider de la politiquería perucha; década prodigiosa porque resistimos mofándonos del establishment y toda esa laya de sabandijas que se prohijaron bajo el manto del sátrapa amarillo.
Con ésta edición recordamos a los camaradas de ruta que se adelantaron en la aventura a la inmortalidad: Eugen Blum, el Octavo Borracho; Hugo Salazar del Alcazar, el Niño Maravilla; Percy Montalvo, el descabellado; y como no mencionar a uno de los etcéteras, el recordado Pollo Sánchez; y, pare de contar, en ésta hora de nacionalismos infames que beben de trasnochados fundamentalismos étnicos; en ésta hora que la genuflexomanía al tintín de la callejera de Norteamérica prostituye talentos cosificados y la mediocridad avanza como el áspid de la fábula. En ésta hora, al pasar del mundo de la producción (oficialmente crecemos) al mundo de los seres humanos (extraoficialmente la miseria, también, crece), el optimismo desaparece. Y, sin embargo, triste de tanto reír te veo Perú al pie del orbe con mucho optimismo.

Edgar Bolaños Marín
Martes, 22 de diciembre de 2009

martes, 8 de diciembre de 2009

VIDA DE ESOPO, EL FRIGIO


Nada sabemos de cierto sobre el nacimiento de Homero ni de Esopo: apenas conocemos los más notables hechos de su vida; cosa sorprendente es esta, puesto que no desecha la historia noticias menos agradables y mucho menos provechosas. ¡Cuántos destructores de naciones, cuántos príncipes sin mérito han encontrado quien nos comunicase hasta los pormenores más insignificantes de su vida! ¡E ignoramos los más importantes acontecimientos de las de aquellos dos insignes varones, que son tal vez los que mayores méritos han contraído con la posteridad! Porque Homero, á más de ser el padre de los dioses, lo es también de los buenos poetas. En cuanto á Esopo, soy de parecer que se le debe colocar en el número de los sabios que tanto lustre dieron á la Grecia, puesto que enseñaba la verdadera sabiduría, y la enseñaba con arte más exquisito que los que dan de ella definiciones y reglas. Verdad es que han llegado hasta nosotros las vidas de esos dos grandes hombres, pero la mayor parte de los doctos las consideran fabulosas, tanto la una como la otra, y aún más particularmente la del segundo, que escribió Planudio. No he querido inmiscuirme en estas críticas; vivía Planudio cuando la memoria de lo que pudo acontecerle á Esopo no estaba aún borrada, y creo, por tanto, que sabía por tradición lo que nos dijo de él. En esta creencia, he seguido su relato, suprimiendo solamente lo que me ha parecido sobradamente pueril ó poco decoroso.
Esopo era frigio, de un pueblo llamado Amorium. Nació en la olimpiada LVII, unos doscientos años antes de la fundación de Roma. No es fácil decidir si tuvo que dar gracias á la naturaleza ó quejarse de ella, porque, dotándolo de ingenio muy perspicaz, hízolo tan feo y deforme, que apenas tenía figura humana, y hasta le negó casi por completo el habla. Con estos defectos, aunque no hubiera nacido esclavo por condición, no hubiera dejado de caer en tan triste suerte. Por lo demás, su espíritu se mantuvo siempre libre é independiente de la fortuna.
El primer dueño que tuvo le envió al campo á labrar la tierra, sin duda porque le juzgó incapaz de otro trabajo, ó por apartar de la vista objeto tan desagradable. Sucedióle que aquel amo fue á visitar su granja cierto día, y un labriego le regaló higos: pareciéronle muy buenos, y los hizo guardar, previniendo á su mayordomo, llamado Agathopo, que se los presentase al salir del baño. Quiso la mala suerte que Esopo tuviese que entrar en la granja. Así que lo advirtió Agathopo, aprovechó la ocasión y comió los higos en unión de algunos camaradas; echaron después la culpa al Frigio, creyendo que no podría justificarse, tan balbuciente era, y tan idiota les parecía. Los castigos que los antiguos aplicaban á sus esclavos eran muy duros, y muy grave aquella falta. El pobre Esopo se echó á los pies de su amo, y explicándose como pudo, pidió, por única gracia, que se suspendiese breves momentos su castigo. Otorgada la merced, buscó agua tibia, bebióla en presencia de su señor, metióse los dedos en la boca y sucedió lo que era natural; pero no arrojo más que agua. Cuando se hubo justificado de tal suerte, indicó por señas que hicieran lo mismo los demás: quedaron todos sorprendidos; no podían creer que saliera de Esopo tal estratagema. Agathopo y sus camaradas afectaron no inmutarse: bebieron agua tibia como había hecho el Frigio, y se metieron también los dedos en la boca, pero sin ahondar mucho. Esto no obstante, hizo su efecto el agua, y puso en evidencia los higos, aún crudos y carmesíes. Esopo quedó disculpado, y sus acusadores recibieron doble castigo, por su glotonería, y por su perfidia.
Al día siguiente, después que partió el amo, estando el Frigio en su faena cotidiana, algunos, caminantes extraviados (hay quien dice que eran sacerdotes de Diana) le rogaron, en nombre de Júpiter Hospitalario, que les indicase el camino que conducía á la ciudad. Esopo les invitó á descansar á la sombra; ofrecióles luego una ligera colación, les sirvió de guía y no les abandonó hasta haberles puesto en el camino que buscaban. Aquellas buenas gentes alzaron las manos al cielo, rogando á Júpiter que no dejase sin recompensa su buena acción. Apenas se separó de ellas, Esopo quedó dormido por el cansancio y el calor, y soñó que la Fortuna se llegaba á él, le desataba la lengua, y le hacía don, al mismo tiempo, de aquel arte maravilloso del que bien puede decirse que ha sido autor. Gozoso de tal aventura, despertó de pronto diciendo: «¿Qué es esto? mi voz suena clara y segura; pronuncio bien arado, rastrillo y todo lo que quiero.» Aquella maravilla dio lugar á que cambiase de dueño. Fue el caso que un tal Zenas, que estaba allí de administrador, y tenía la inspección de los esclavos, apaleó á uno de ellos bárbaramente por una falta insignificante, y Esopo no pudo resistir el noble afán de reprenderlo, amenazándolo con dar cuenta de sus malos tratos. Zenas, para zafarse, vengándose de él al propio tiempo, dijo al señor que había acontecido un prodigio en su casa; que el Frigio había recobrado la palabra; pero que se servía de ella para blasfemar y maldecir de su amo. Creyó éste lo que le decía su administrador, y aun hizo más, porque le entregó á Esopo como esclavo, autorizándole para hacer de él lo que quisiera. Encontró Zenas á un mercader, que le pidió le alquilase una bestia de carga. «No puedo complacerte en eso, respondióle, pero te venderé uno de nuestros esclavos, si te acomoda.» Así diciendo, hizo venir á Esopo y al verlo exclamó el mercader: «¿Es que te burlas de mí, proponiéndome la compra de ese mamarracho? Lo tomarían por un odre.» Y se despidió de ellos, medio riendo y medio murmurando. Esopo lo llamó y le dijo: «Cómprame sin miedo: de algo te serviré. Si tienes niños que alboroten y hagan males, mi fealdad les hará callar; haré para ellos el papel del coco.» Aquella salida hizo gracia al mercader. Compró á nuestro Frigio por tres óbolos, y dijo chanceándose: «!Loados sean los Dioses! No hago una gran compra, pero poco dinero me cuesta.»
Entre otras cosas, traficaba con esclavos aquel comerciante, y caminando hacia Efeso para deshacerse de los que tenía, los objetos que debían llevar para la comodidad del viaje fueron repartidos entre todos, según su categoría y sus fuerzas. Pidió Esopo que se tuviera en cuenta su escasa talla, alegando además que era recién venido, y debía ser tratado, con alguna consideración. «No llevarás nada, si no quieres,» dijeron sus camaradas. Esopo, picado en su honrilla, quiso llevar carga, como los demás. Dejáronle elegir, y tomó el canasto del pan: era la carga más pesada. Creyeron que lo hacía por falta de discernimiento; pero á la primera comida el pan comenzó á menguar, y á aligerarse la carga del Frigio; lo mismo sucedió á la cena, y á la comida del día siguiente; de manera que á la segunda jornada iba de vacío, y todos admiraban su perspicacia.
El mercader se deshizo de todos sus esclavos en Efeso, sin más excepción que un gramático, un cantor y Esopo. A estos llevólos á vender á Samos. Antes de presentarlos en la plaza, vistió á los dos primeros lo mejor que pudo, como quien quiere hacer gala de su mercancía. Esopo, por lo contrario, iba mal cubierto con un saco, y fue colocado entre sus dos compañeros para darles mayor lustre. Presentáronse varios compradores, entre ellos un filósofo, llamado Xanto. Preguntó éste al gramático y al cantor qué sabían hacer: «Todo», respondieron. Echó á reír el Frigio al oírlo, haciendo un gesto tan espantoso, que poco faltó para que todos huyesen despavoridos; así lo refiere Planudio. El mercader pidió mil óbolos por el cantor, y tres mil por el gramático, y ofrecía dar á Esopo de balde, si le compraban uno de ellos. El alto precio puesto al gramático y al cantor disgustó á Xanto; pero, por no volver á casa sin comprar algo, le aconsejaron sus discípulos que adquiriese aquel hombrecillo que tan grotescamente había reído: les serviría de espantajo y divertiría á las gentes con sus visajes. Xanto se dejó persuadir y dio por Esopo sesenta óbolos. Antes de cerrar el trato, preguntóle, como había preguntado á sus camaradas, de qué servía; Esopo contestó: «De nada», puesto que los otros dos lo habían tomado todo para ellos. Los empleados de la aduana no se atrevieron á exigir cantidad alguna á Xanto por su compra, y le dejaron entrar de balde aquel esclavo tan inútil.
Xanto tenía una esposa, de gusto bastante delicado, y á quien no parecía bien toda clase de sirvientes. Presentarle como una adquisición seria su nuevo esclavo, hubiera sido una burla, que la hubiera enojado; parecióle mejor tomar la cosa á broma. Fue, pues, á su casa, y dijo que acababa de comprar un joven esclavo, como no había en el mundo otro de gallardo y hermoso. Las doncellas que servían á su mujer, al oír tan fausta nueva, pensaban ya pelearse para tenerlo por servidor, pero todas quedaron asombradas cuando apareció el ridículo personaje. La mujer del filósofo dijo, al verlo, que le llevaban aquel monstruo para echarla de casa, y que estaba cansada de ella su marido. Cruzáronse de palabras, y se acaloró la contienda hasta el punto que la esposa reclamó su haber y quiso irse con sus padres; pero, tanto hicieron Xanto con su paciencia y Esopo con sus agudezas, que se arregló la cuestión: no habló mas la mujer de marcharse, y es tal la fuerza de la costumbre, que sin duda borró en parte la fealdad del nuevo esclavo.
Dejaré aparte multitud de pequeñeces en que dio á conocer la vivacidad de su ingenio, porque, aunque sirven para apreciar su carácter, no son de tal importancia que merezcan pasar á la posteridad. Citaré solamente un rasgo de su buen sentido y de la ignorancia de su amo. Fue éste á un huerto para escoger por sí mismo una ensalada. Cogidas las yerbas, rogóle el hortelano que le aclarase una duda que tenía: cómo era que las yerbas que plantaba y cuidaba con gran esmero, no prosperaban como las que producía la tierra sin cultivo alguno. Contestó Xanto que esto era debido á la Providencia, como suelen decir siempre los que no saben qué contestar. Soltó Esopo la carcajada, y llamando aparte á su dueño, aconsejóle decir al hortelano que le había dado una contestación tan general porque la pregunta no era digna de él; que se la hiciese á su sirviente, y éste le satisfaría. Xanto fue á pasear hacia la otra parte del huerto, y Esopo comparó la tierra á una mujer, que teniendo hijos del primer marido, se casa con otro, que tenga también hijos de un matrimonio anterior: seguro es que la nueva esposa los verá con malos ojos y les regateará el sustento, en beneficio de los suyos propios. Esto le pasa á la tierra, que adopta con dificultad las producciones del trabajo y del cultivo, reservando toda su ternura y sus beneficios para sus producciones propias: es madrastra de las primeras, madre amantísima de las segundas. El hortelano quedó tan contento de aquellas razones, que ofreció á Esopo todo lo que tenía en el huerto.
Ocurrió á poco un serio disgusto entre el filósofo y su mujer. Estando aquél en un banquete, apartó algunas golosinas y dijo á Esopo: «Lleva esto á mi buena amiga.» Esopo lo llevó á una perrita que hacía las delicias de su amo. Xanto, al volver á casa, preguntó si había parecido bien su presente. Contestó su mujer que no sabía nada. Llamaron á Esopo, para salir de dudas, y su dueño, que buscaba pretextos para castigarle, le preguntó si no le había dicho bien claro «lleva de mi parte estos bocadillos á mi buena amiga». Esopo replicó que por buena amiga no podía entenderse el ama de casa, que por cualquier fruslería amenazaba con el divorció, sino la perrita, que lo aguantaba todo, devolviendo caricias por golpes. El filósofo quedó cortado; pero su mujer se encolerizó tanto, que se separó de él. No hubo pariente ni amigo á quien no acudiese Xanto para que le hablase; pero de nada servían súplicas ni razones. Esopo apeló á una estratagema; compró mucha caza, como para una boda de rumbo, y se hizo el encontradizo con uno de los criados de su ama. Preguntó éste qué significaban aquellos preparativos; contestóle Esopo que su amo, en vista de que su mujer no volvía á casa, iba á casarse con otra. Apenas llegó á la dama la noticia, por celos, ó por espíritu de contradicción, fue á vivir con su marido. Pero guardaba siempre rencor á Esopo, que todos los días hacía nuevas jugadas á su señor, y todos los días se libraba del castigo por alguna sutileza. No podía nunca el filósofo pillarlo en descubierto.
Un día de mercado, queriendo obsequiar á algunos amigos, le envió á comprar lo mejor que encontrase, y nada más. «Yo te enseñaré, dijo el Frigio en sus adentros, á especificar lo que quieras sin fiarlo á la discreción de un esclavo.» Y no compró más que lenguas, aderezándolas con toda clase de salsas. El primer plato, el segundo, los intermedios, todo eran lenguas. Los convidados elogiaron al principio la elección de aquel manjar; pero al fin se cansaron de él. «¿No te encargué, dijo Xanto, que compraras lo mejor que encontrases?—¿Y hay algo mejor que la lengua? respondió Esopo. Ella es el vínculo de la vida civil, la llave de las ciencias, el órgano de la verdad y la razón; por ella son construidas y gobernadas las ciudades; por ella son los hombres educados y persuadidos; por ella cumplimos el primero de nuestros deberes, que es alabar á Dios.—Pues bien, replicó Xanto, ganoso de confundirlo; comprarás mañana lo peor que encuentres. Estos mismos amigos vendrán á comer. En la variedad consiste el gusto.» Al día siguiente hizo servir Esopo los mismos platos, diciendo que en el mundo no hay cosa peor que la lengua. «Es la madre de todas las contiendas, la nodriza de todos los procesos, el manantial de todas las disensiones y guerras. Cierto que es el órgano de la verdad, pero también lo es del error, y de algo peor, de la calumnia. Por ella son destruidas las ciudades; por ella se impone la perversidad; si, por una parte, alaba á los Dioses, por otra parte, blasfema contra ellos.» Uno de los convidados dijo á Xanto que en verdad le era muy provechoso aquel siervo, porque mejor que nadie sabía ejercitar la paciencia de un filósofo. «¿Y por qué habéis de incomodaros? repuso Esopo.—Búscame, pues, replicó Xanto, un hombre que no se incomode por nada.»
Esopo fue el día siguiente á la plaza y viendo á un labriego que lo miraba todo con la frialdad y la indiferencia de una estatua, lo condujo á presencia de su dueño. «Aquí tenéis, le dijo, el hombre sin cuidados, que buscáis.» Xanto ordenó á su mujer que calentase agua y lavase ella misma los pies a su nuevo huésped. Dejóla hacer el labriego, aunque bien sabía que no era merecedor de tanta honra; pero pensaba que quizás sería costumbre del país. Hiciéronle sentar en el mejor sitio de la mesa; y ocupó aquel lugar sin embarazo alguno. Durante la comida, Xanto no hizo más que criticar al cocinero; no encontraba nada bien. Lo que estaba dulce le parecía salado; lo que estaba salado le parecía dulce. Dejábale decir el hombre sin cuidados, y comía á mandíbula batiente. A los postres, sirvieron un pastel, que la esposa del filósofo había hecho. Xanto lo encontró muy malo, aunque era, en verdad, exquisito. «En mi vida, exclamó, probé un pastel tan insípido. Hay que quemar á la pastelera, porque no hará jamás cosa de provecho. Que traigan leña.—Aguardad un poco, gritó el labriego, voy por mi mujer, la misma hoguera servirá para las dos.» Este último rasgo desarmó al filósofo y le quitó para siempre la esperanza de atrapar al Frigio.
No sólo con su dueño hallaba Esopo ocasión de chancearse y de mostrar su ingenio. Envióle Xanto á cierto lugar, y encontró en el camino al juez, que le preguntó á dónde iba. Sea por estar distraído ó por otra razón, contestó que no lo sabía. El juez, tomando por despreciativa é irreverente la contestación, le envió á la cárcel, y él, camino haciendo, dijo á los esbirros que le conducían: «¿No veis como respondí la pura verdad? ¿Sabía yo acaso que iba á donde me lleváis?» El juez le dio suelta, y felicitó á Xanto de tener un esclavo tan ingenioso. Xanto se convenció, por todo ello, de que le convenía mucho no desprenderse de Esopo, cuya posesión tanto le honraba. Hasta llegó á suceder que cierto día, comiendo y bebiendo con sus discípulos, notó el Frigio, al servirles, que el vino se les iba subiendo á la cabeza, lo mismo al maestro que á los alumnos. «El exceso del vino, les dijo, tiene tres grados: el primero, de deleite; el segundo, de embriaguez; el tercero, de furor.» Burláronse de su observación, y continuaron vaciando copas. Xanto se embriagó hasta el extremo de perder la razón, y se alabó de que era capaz de beber el mar. Hizo reír á todos la ocurrencia; sostuvo Xanto lo dicho, y apostó su casa á que bebería la mar, toda entera; y para seguridad de la apuesta depositó el precioso anillo que llevaba.
Al día siguiente, disipados ya los vapores de Baco, Xanto se sorprendió mucho al no encontrar su anillo, que tenía en grande estima. Esopo le dijo que había perdido el anillo, y también la casa, por la apuesta que había hecho. No fue poco lo que el filósofo se alarmó, y le rogó á Esopo que le buscase una salida en aquel apuro. Esopo inventó la que voy á referir.
Cuando llegó el día señalado para la apuesta, todo el pueblo de Samos acudió á la plaza para ser testigo de la confusión del filósofo. El discípulo que había apostado contra él, saboreaba ya el triunfo. Xanto dijo á la reunión: «Señores, es verdad que he apostado que bebería todo el mar, pero no los ríos que entran en él; por consiguiente, desvíe su curso el que apostó contra mí, y cumpliré después aquello á que me he comprometido.» Todos elogiaron el recurso á que Xanto había apelado para salir honrosamente de tan mal paso. Confesó el discípulo que quedaba vencido y pidió perdón á su maestro. Xanto fue conducido á su casa con generales aclamaciones.
Por recompensa, pidió Esopo la libertad. Xanto se la negó, diciéndole que no era llegado todavía el tiempo de manumitirlo. Pero que si los Dioses se lo ordenaban consentía en ello. Díjole que estuviese atento al primer presagio que advirtiese al salir de casa. Si era favorable, como sucedería en el caso, por ejemplo, de presentarse á su vista dos cornejas, obtendría la libertad. Si no veía más que una, tendría que resignarse á continuar esclavo. Esopo salió en seguida; vivía su amo en el campo, frente á un sitio cubierto de grandes árboles; apenas estuvo nuestro Frigio fuera de casa, vio dos cornejas que abatieron el vuelo sobre el más alto, de ellos. Fue á prevenir á su señor, que quiso cerciorarse por sí mismo de lo que le decía. Mientras Xanto llegaba, voló una de las cornejas. «Siempre me has de engañar, díjole á Esopo. Que le den azotes.» La orden fue cumplida en el acto. Mientras sufría el pobre Esopo su castigo, invitaron á Xanto á un banquete, y prometió asistir. «!Ay¡ exclamó el azotado, ¡cuan falaces son los presagios! Yo, que he visto dos cornejas, recibo azotes, y á mi amo, que no ha visto mas que una, lo convidan á bodas.» Esta agudeza gustó tanto á Xanto, que hizo cesar el castigo de Esopo. Pero en cuanto á la libertad no podía resolverse á dársela, aunque repetidas veces se la prometió.
Un día paseaban ambos entre antiguos monumentos, examinando gustosos sus inscripciones. Dio Xanto con una que no entendía, aunque permaneció largo rato estudiándola; estaba formada con las primeras letras de ciertas palabras. Confesó el filósofo francamente que aquello era superior á sus alcances. «Si os hago encontrar un tesoro por medio de esas letras, ¿qué recompensa obtendré?» preguntó Esopo. Xanto le prometió la libertad y partir con él el tesoro. «Significan, pues, prosiguió Esopo, que lo encontraremos á cuatro pasos de esa columna.» Y en efecto, dieron con él á poco que excavaron la tierra. Exigió el esclavo al filósofo que cumpliese su palabra; pero se excusaba siempre. «Guárdenme los Dioses de emanciparte, díjole á Esopo, hasta que me hayas dado la explicación de esas letras; tesoro será más precioso para mí que el que hemos encontrado.—Las han grabado aquí, por ser las primeras letras de estas palabras Aetc., es decir, si retrocedes cuatro pasos y abres un hoyo, encontrarás un tesoro.—Puesto que eres tan agudo, repuso Xanto, haría mal en desprenderme de ti; no esperes, no, que te liberte.—Y yo os denunciaré al rey Dionisio, porque le corresponde el tesoro, y esas mismas letras son comienzo de otras palabras que así lo significan.» Asustado el filósofo dijo al Frigio que tomase su parte en el hallazgo y no dijese palabra; y Esopo volvió á replicar que no le debía por ello gratitud alguna, porque aquellas letras estaban combinadas de tal manera que encerraban un triple sentido y decían también: Al marcharte partirás el tesoro que has encontrado. Cuando estuvieron de regreso, mandó Xanto que encerrasen al siervo y le echaran grillos por miedo de que publicase lo ocurrido. «¡Ay! exclamó Esopo, ¿así es como cumple el filósofo sus promesas? Pero, por más que hagáis me habréis de dar la libertad á pesar vuestro.»
Cierta fue su predicción. Ocurrió un prodigio, que puso en fuerte apuro á los de Samos. Un águila arrebató el anillo público (era probablemente algún sello con el que se autorizaban los acuerdos del Consejo) y lo dejó caer en el regazo de un esclavo. Fue consultado sobre ello el filósofo, tanto por su profesión como por ser uno de los primeros de la república; pidió tiempo para contestar, y recurrió á su oráculo ordinario, á Esopo. Aconsejóle éste que lo llevase á la asamblea; si acertaba, toda la gloria sería para su amo; y si no acertaba, sólo acusarían al esclavo. Parecióle bien á Xanto, y le hizo subir á la tribuna de las arengas. Así que le vieron, soltaron el trapo á reír: nadie creyó que de aquel hombrecillo tan ruin pudiera salir algo razonable. Esopo les dijo que no había que fijarse en la forma del vaso, sino en el licor que contenía. Gritaron los de Samos que dijese, pues, sin temor, lo que opinaba del prodigio. Excusóse Esopo diciendo que no se atrevía. «La Fortuna, añadió, ha puesto en extraña pugna al esclavo y á su señor. Si el esclavo lo hace mal, será castigado; si lo hace mejor que su amo, será castigado también.» Al oir esto rogaron á Xanto que le diese libertad. El filósofo resistió largo rato; por fin, el magistrado supremo de la ciudad le dijo que si se negaba, lo haría él de oficio, en virtud de las facultades que tenía. El filósofo tuvo que ceder, é hizo la ceremonia de la manumisión. Cumplida la cual, dijo Esopo que los ciudadanos de Samos estaban amenazados de servidumbre por aquel prodigio, y que el águila arrebatando el sello, significaba que un poderoso rey quería avasallarlos.
Poco después, Creso, rey de Lidia, hizo saber á los de Samos que le prestasen tributo so pena de obligarlos por las armas. Opinaba la mayor parte por obedecerle. Esopo les dijo que la Fortuna abría dos caminos á los mortales: uno de libertad, rudo y escabroso al principio, pero muy llano y agradable luego; otro, de esclavitud, de más cómodos comienzos, pero muy dificultoso después. Así aconsejó de un modo muy persuasivo á los de Samos que defendieran su libertad, y en efecto, despidieron al embajador de Creso muy poco satisfecho.
Aprestóse Creso á atacarlos; pero el embajador le dijo que mientras estuviera Esopo entre ellos, le costaría trabajo someterlos, por la gran confianza que tenían en su buen sentido. Creso les envió á decir que lo pusieran en sus manos, con promesa formal de respetar sus libertades, si así lo hacían. Los prohombres de la ciudad hallaron muy ventajosa aquella condición, y no les pareció muy caro comprar su sosiego á expensas de Esopo; pero el Frigio les hizo pensar de otro modo, contándoles que los lobos y las ovejas hicieron un tratado de paz, dando éstas rehenes sus mastines, y cuando les faltaron aquellos defensores, las destrozaron los lobos fácilmente. Hizo efecto este apólogo: los de Samos volvieron sobre su primer acuerdo. Esopo quiso de todos modos ir á ver á Creso, diciéndoles que les sería más útil cerca de aquel rey, que permaneciendo en la ciudad.
Asombróse Creso, cuando le vio, de que tan mezquina criatura fuera tan gran obstáculo. «¿Es posible, exclamó, que esa figurilla les haga oponerse á mi voluntad?» Esopo se prosternó á sus pies. «Un campesino cogía saltamontes, le dijo, y cayó en sus manos una cigarra; iba á matarla, como había hecho con los saltamontes, cuando ella le dijo: ¿Os hice algún mal? No destruyo vuestras espigas, no tengo más que la voz, de la que me sirvo inocentemente. Gran rey, yo soy como aquella cigarra; no tengo más que la voz, y no me valí de ella para ofenderos.» Creso, admirado y compadecido, no sólo le perdonó, sino que dejó en paz á los de Samos por consideración á él.
En aquel tiempo compuso el Frigio sus fábulas, y se las dio al rey de Lidia, quien le envió á Samos, donde fue recibido con espléndidos honores. Entró entonces en deseos de viajar y de ver mundo, platicando con los que eran llamados filósofos. Adquirió, por fin, gran crédito en la corte de Lycero, rey de Babilonia.
En esto, se casó nuestro Frigio, y no teniendo hijos, adoptó á un joven de noble linaje, llamado Enno. No le pagó bien, llegando su perfidia hasta manchar el lecho de su bienhechor. Habiéndolo sabido Esopo, lo despidió, y él, para vengarse contrahizo cartas por las cuales se daba á entender que el fabulista andaba en tratos con reyes enemigos de Lycero. Este, persuadido por el sello y la firma de las cartas, ordenó á uno de sus oficiales, llamado Hermipo, que sin más averiguaciones, diese pronta muerte al traidor. Hermipo, que era amigo del Frigio, le salvó la vida, y sin saberlo nadie, le mantuvo largo tiempo en un sepulcro, hasta que habiendo llegado á noticias de Nectenabo, rey de Egipto, la muerte de Esopo, pensó este monarca que con la mayor facilidad haría tributario suyo á Lycero. Le provocó al efecto, retándole á que le enviase arquitectos que construyesen una torre en el aire, y al mismo tiempo, un sabio que contestase á toda clase de preguntas. Leyó las cartas Lycero y las comunicó á los más doctos de su reino, quedando todos sorprendidos y cortados. El rey echó entonces de menos á Esopo, y como le dijese Hermipo que no había muerto, lo mandó llamar. El Frigio fue muy bien recibido; se justificó y perdonó á Enno. En cuanto á la carta del rey de Egipto, tomóla á risa y contestó que al venir la primavera enviaría á los arquitectos y al sabio que había de contestar á todas las cuestiones. Lycero devolvió á Esopo sus bienes y puso á Enno en su poder para que lo castigase á su arbitrio. Esopo le recibió como un hijo, y por todo castigo, le recomendó honrar á los Dioses y á su príncipe; hacerse temible á sus enemigos y benévolo con los demás; tratar bien á su mujer, pero sin confiarle sus secretos; hablar poco y apartarse de los habladores; soportar con entereza las desgracias, pensar en el día de mañana, porque más vale enriquecer á los enemigos con nuestra muerte que importunar á los amigos durante nuestra vida; y sobre todo, no envidiar la felicidad ni la virtud ajena, porque esto es atormentarse á sí mismo. Tanto convencieron á Enno estos consejos y la bondad de Esopo que, como si aquellas palabras fueran un dardo que en el corazón se le clavase, murió poco después.
Volviendo al reto de Nectenabo, Esopo cogió polluelos de águila y los acostumbró (cosa dura de creer) á sostener en el aire un cesto cada uno, llevando un niño en cada cesto. Venida la primavera, marchó á Egipto con aquel equipaje, moviendo á gran admiración y espectativa á los pueblos por donde pasaba. Nectenabo, que había formulado aquel enigma noticioso de su muerte, quedó sorprendidísimo al verle llegar, porque no hubiera provocado de aquella manera á Lycero, á saber que Esopo estaba aun en el mundo. Preguntóle si había llevado los arquitectos y el contestador. Esopo dijo que el contestador era él, y que los arquitectos se presentarían á su debido tiempo. Salieron al campo y las águilas levantaron por los aires los cestos con los niños dentro; gritaban los niños que les diesen mortero, piedras y madera. «Ya lo veis, dijo Esopo á Nectenabo: ahí están los albañiles, proporcionadles vos los materiales.» El monarca confesó que Lycero había obtenido la victoria, pero propuso á Esopo esta cuestión: «Tengo yeguas en Egipto que conciben á los relinchos de los caballos que el rey Lycero tiene en Babilonia. ¿Qué me decís de esto?» El Frigio aplazó la respuesta para el día siguiente, y cuando volvió á su albergue, ordenó á uno de los chicos que cogiesen un gato y lo llevasen por las calles azotándolo. Los egipcios, que adoran á ese animal, se escandalizaron mucho de tan malos tratos. Arrancaron el gato de manos de los muchachuelos, y fueron á quejarse al rey. Llamó éste al Frigio. «¿No sabéis, le dijo, que este animal es uno de nuestros Dioses? ¿Por qué lo maltratáis de esa suerte?—Por la ofensa que ha inferido á Lycero, contestó Esopo: la noche pasada ha degollado á un gallo, que aquel rey estimaba mucho porque era muy valiente y cantaba á todas horas.—Sois un embustero, replicó el rey. ¿Cómo es posible que en tan poco tiempo hiciera el gato tan largo viaje?—Del mismo modo, repuso Esopo, que vuestras yeguas oyen relinchar á igual distancia á nuestros caballos y conciben al oírlos.»
En vista de todo aquello, el rey llamó á Eliópolis á ciertos varones de sutil ingenio, muy entendidos en cuestiones enigmáticas. Obsequiólos con un gran banquete, al cual fue invitado el Frigio; durante la comida, le propusieron varias dificultades, entre ellas la siguiente: «Hay un grandioso templo sostenido sobre una columna, rodeada de doce ciudades, cada una de las cuales tiene treinta botareles, y alrededor de ellos, se pasean, una tras otra, dos mujeres, una blanca y otra negra.—Esa pregunta, dijo Esopo, es buena en nuestro país para los chiquillos: el templo es el mundo; la columna el año; las ciudades los meses, y los botareles los días, á cuyo alrededor pasean alternativamente el día y la noche.»
Al día siguiente Nectenabo congregó á todos sus amigos. «¿Consentiréis, les dijo, que un hombrecillo como ese, un aborto de la naturaleza, dé el triunfo á Lycero, dejándome confundido?» Uno de ellos propuso pedir á Esopo que les hiciese preguntas de que nunca hubieran oído hablar. Esopo escribió una cédula por la cual Nectenabo confesaba deber dos mil talentos á Lycero, y la puso en manos del monarca, cerrada y sellada. Antes de abrirla, los amigos del príncipe sostuvieron que tenían conocimiento de lo que estaba consignado en aquella cédula. Cuando la abrieron, Nectenabo prorrumpió: «¡Es falso, completamente falso! Invoco por testigos á todos los presentes.—Es verdad lo que el rey dice, contestaron todos, jamás oímos hablar de tal cosa.—He cumplido, pues, vuestra exigencia,» contestó Esopo. Nectenabo lo envió á su país, colmándolo de presentes, tanto para él, como para su señor. Su permanencia en Egipto dio lugar sin duda á que escribiesen algunos autores que fue esclavo de Rhodopea, aquella famosa hermosura, que costeó con las liberalidades de sus amantes una de las tres pirámides que aun existen y se admiran: es la más pequeña, pero la construida con mayor arte.
A su vuelta á Babilonia, fue recibido Esopo por Lycero con grandes demostraciones de júbilo y afecto: este rey le hizo erigir una estatua. El afán de ver y de aprender obligóle á renunciar á todos aquellos honores. Dejó la corte de Lycero, donde tenía cuanto podía desear, y se despidió de aquel príncipe para visitar la Grecia una vez más. Lycero le despidió con abrazos y lágrimas y le hizo jurar sobre las sagradas aras que volvería para acabar los días á su lado. Entre las ciudades donde se detuvo, una de las principales fue Delfos. Sus habitantes le escucharon muy atentos; pero no le tributaron honores. Picado Esopo de aquel desaire, los comparó á palitroques, que sobrenadan en el agua; de lejos parece que son cosa de importancia, de cerca resulta que no son nada. La comparación le costó cara. Los de Delfos entraron en tal deseo de venganza, á la vez que temían sin duda ser desacreditados por él, que resolvieron quitarlo de delante. Para ello, escondieron en su equipaje uno de sus vasos sagrados, con la idea de convencerlo de robo y sacrilegio, y condenarlo á muerte. Cuando hubo salido de Delfos y tomado el camino de la Fócida, fueron á detenerle, fingiéndose muy afligidos. Acusáronlo de haber robado el vaso sagrado; nególo Esopo bajo juramento; registraron el equipaje y lo encontraron allí. Por más que dijo Esopo, no impidió que lo tratasen como á infame malhechor. Fue llevado á Delfos cargado de cadenas; lo encerraron en un calabozo, y lo condenaron á ser despeñado. No le valieron para su defensa sus armas ordinarias, los apólogos: los de Delfos se burlaban de ellos.
«La Rana, les dijo, había convidado al Ratón; para cruzar la charca le ató á sus patas. Así que estuvieron dentro del agua, trató ella de echarle á pique para que se ahogase y comérselo. El pobre Ratón resistió cuanto pudo: mientras pateaba en el agua, un ave de rapiña lo vio y se arrojó sobre él. Al llevárselo, llevóse detrás á la Rana, que no pudo desatarse, y de este modo hizo doble presa. Abominables ciudadanos de Delfos, otro más poderoso me vengará á mí también: yo pereceré; pero vosotros sufriréis igual suerte.»
Cuando le conducían al suplicio, pudo escapar y entró en una capillita, dedicada á Apolo. Los de Delfos le arrancaron de aquel lugar. «Violáis este asilo, les dijo, porque es una pobre capillita. Día vendrá en que vuestra perfidia no encontrará lugar seguro, ni siquiera en los templos. Os pasará como al Águila que, desoyendo las súplicas del Escarabajo, arrebató á una liebre, que se había refugiado en su madriguera: la generación del Águila fue castigada hasta en el regazo de Júpiter.» Los de Delfos hicieron poco caso de aquellos ejemplos, y le despeñaron. Poco después de su muerte, castigábalos una terrible peste. Preguntaron al oráculo cómo podrían calmar la cólera de los Dioses; les respondió que no tenían otro recurso que expiar su crimen, dando satisfacción á los manes de Esopo. En seguida le consagraron una pirámide. Grecia envió comisarios para informarse de su muerte, y castigó severamente á los culpables.
Fuente: Fábulas de La Fontanie, Ilustrada por Gustavo Doré, Traducción de Don Teodoro Llorente, Barcelona, Montaner y Simon, Editores, Calle de Aragón, Nums, 309 y 311, 1885