jueves, 29 de octubre de 2020

SOBRE CONSTITUCIONES EN BOLIVIA, CHILE Y PERÚ

 


Foto: http://villagrimaldi.cl

29/10/2020

En los últimos dos domingos de octubre 2020, los grandes festejos pertenecen a las mayorías boliviana y chilena. Una pequeña parte de peruanos se alegra por esos triunfos, por supuesto; si volvemos los ojos sobre nuestra realidad, nuestra peruanísma tristeza los nubla y la rabia los enciende porque no tenemos aún nada que se parezca a lo que el pueblo boliviano ya produjo y lo que ahora el pueblo chileno está buscando. En Perú sigue reinando la tesis “salvo una curul, el resto es ilusión”, mal endémico de la clase política que ha contagiado también a los segmentos de izquierda que quedan.    

En el plebiscito chileno se preguntó a los electores "¿Quiere usted una Nueva Constitución?". Ganó el “apruebo” con el 78,27% y perdió el “rechazo” con el 21,73%. En la segunda, "¿Qué tipo de órgano debiera redactar la Nueva Constitución?", los chilenos optaron por una Convención constitucional [Asamblea Constituyente], con el 79.7% de los votos, la que estará formada por 155 ciudadanos elegidos en su totalidad por voto popular, con la novedad de una paridad de hombres y mujeres, notable triunfo de los feminismos y las mujeres en lucha, no feministas ni antifeministas. Perdieron quienes querían una nueva Constitución redactada por un 50% escogido entre los parlamentarios actuales y el 50% por nuevos representantes elegidos después de este plebiscito.

En este artículo ofrezco una primera reacción, pocas horas después de conocer los resultados. Resulta imposible no comparar la cuestión de la Constitución en los casos chileno, boliviano y peruano.

Chile 

Es muy grande la importancia de la aplastante victoria del sí a una nueva Constitución porque en más de 200 años de República pomposamente llamada democrática, chilenas y chilenos serán llamados por primera vez en su historia a opinar sobre la constitución que su país necesita. Sus constituciones anteriores fueron todas impuestas; la última, del general Pinochet fue fruto de un golpe militar tramado por los generales y los burgueses chilenos, con el apoyo directo y explícito del gobierno norteamericano a través de su servicio de inteligencia, CIA. El gobierno de Allende fue elegido democráticamente, del mismo modo que el gobierno republicano español, destruido por el general Francisco Franco protegido por los fascistas alemanes e italianos. En ambos casos como en muchísimos otros, los intereses de las clases dominantes y de sus aliados importaron mucho más que la legitimidad de los gobiernos elegidos democráticamente. Se hartó el pueblo chileno, no se conformó con las decenas de enmiendas de la constitución pinochetista.

El plebiscito fue una conquista de un pueblo que a lo largo de un año fue ganando las calles para exigir el cumplimiento de sus derechos, para plantear nuevos derechos; los carabineros reprimieron con el saber acumulado que tienen para eso; hubo también provocadores infiltrados en las marchas; se presentaron denuncias sobre oficiales de las fuerzas armadas entre los provocadores. Como en el pasado, el saldo de 30 muertos es la prueba de algo muy simple: los derechos se conquistan, no se ruega para conseguirlos, ni se regalan. Hay otra vieja lección casi olvidada; cuando los movimientos sociales se organizan desde abajo, toman las calles y se multiplican, no hay aparato represivo suficiente para vencerlos y los beneficiarios del poder quedan desarmados.

Luego de los primeros resultados, el presidente Sebastián Piñera saludó la victoria de la institucionalidad y unidad chilena, del triunfo de la paz sobre la violencia; voceros de la derecha dijeron que había ganado Chile, que no hubo vencedores y que ganaron todos. Ese discurso es muy antiguo y debe ser oído y leído como el canto de los vencidos, como la aceptación hipócrita de su derrota. ¡Que amorosos!: “todos estamos unidos”. Se trata de una alucinación, la realidad no pasa por ahí. La aplastante victoria del pueblo chileno en las calles cierra una etapa de la constitución de Pinochet y abre un proceso que a lo largo de un año concluirá en una nueva constitución. Será inevitable la lucha en defensa de intereses opuestos: de un lado, los que perdieron y se negaron a aceptar públicamente su derrota, tratarán de recuperar lo más que puedan del poder que acaba de perder; de otro, los que ganaron, buscarán defender sus nuevas demandas reconociéndolas explícitamente en artículos constitucionales. Se mantendrán firmes, negociarán, concederán, conciliarán.

El momento habrá llegado para defender el planeta como primera prioridad para salvarnos como especie homo sapiens, si todavía es posible. Ya no se tratará solo de derechos civiles, políticos y humanos en general, porque con el agotamiento del modelo capitalista y los demoledores efectos de la pandemia ya es visible en plena superficie la enorme desigualdad que estaba escondida y cubierta por el discurso triunfalista de un Chile-país del primer mundo. Ya no tendrá sentido reformar y menos mantener las AFP, mal ejemplo chileno en la región; dura será la batalla para lograr que la salud sea declarada bien público y no un área de lucro privado y se establezca un sistema universal de pensiones. Otra batalla tendrá lugar para reformar la economía y el Estado, así como acabar con el militarismo y el armamentismo, y a ver si son capaces de formular un gesto político serio sobre el litoral que le expropiaron a Bolivia. Esa herida sigue abierta en todo el pueblo boliviano. Habrá llegado el momento de discutir a fondo y reconocer a la nación Mapuche y a los pueblos originarios aymara, atacameño, kawesqar, kolla, quechua, rapanui, yagan, como parte de un estado plurinacional. La hora habría llegado para dejar atrás el inútil discurso de la colonialidad del poder que solo propone “incluir” a esos pueblos en el estado uninacional para que poco a poco se disuelvan y desaparezcan. Se trata de alrededor de 700 mil habitantes, que importan mucho más por sus culturas y saberes que por su relativa pequeñez demográfica, razón por la cual la clase política de todos los colores los ignoran, con algunas excepciones, seguramente.

Bolivia 

Luis Arce y David Choquehuanca (Movimiento al Socialismo - MAS) obtuvieron en las elecciones del 25 de octubre 2020, el 55.10% de los votos y Carlos Mesa, expresidente de Bolivia, el 28.84 de los votos. La victoria fue notable porque el MAS casi duplicó los votos de su adversario más importante y obtuvo también una mayoría en las cámaras de diputados (75 de 130) y senadores (21 de 36). Como en los viejos tiempos, desde 2005 el MAS ganó todas las elecciones. He señalado en dos artículos anteriores  el grave error de Evo Morales de insistir en una nueva reelección prohibida por la constitución, elaborada y aprobada por el propio MAS, rechazada en una consulta popular, e impuesta finalmente por el Tribunal Constitucional. El resultado de ese grave error fue el golpe de Estado de 2019 y la aparición de la senadora Añez como presidenta. A la derecha le hubiera gustado desmontar el estado plurinacional, acabar con la Constitución pero no estaba en condiciones de hacerlo de manera legal, tampoco ilegalmente con un golpe militar de mediana duración.

Le corresponde ahora al nuevo gobierno del MAS afirmar y defender sus muchas conquistas, particularmente la conversión del viejo Estado uninacional de la República en un Estado Plurinacional de Bolivia. Don Fausto Reinaga abrió en 1967 el camino para que los bolivianos tomen conciencia de la existencia de dos Bolivias: una blanca, qara (desnuda) europea, y otra india, derivada de los pueblos originarios y defendida por Tupak y Tomás Katari, compañeros de Tupak Amaru en la revolución nacional indígena de 1780-1782. Surgió así el katarismo, como una especie de inconsciente colectivo de la mayoría de bolivianos. La multiplicación de katarismos para insistir solo en el componente étnico de Bolivia, sin tomar en cuenta el componente de clase, encarnado en la Central Obrera Boliviana (COB), condujo a su desaparición. El MAS produjo la síntesis de esos dos componentes centrales para articular una gran coalición de fuerzas, la que luego de la victoria electoral en primera vuelta de las elecciones de 2005 elaboró y acordó la nueva Constitución, aprobada por casi dos tercios de la población en un plebiscito que entró en vigencia en 2009. Nunca antes en su historia el pueblo boliviano había sido convocado para discutir y aprobar una Constitución.

La constitución vigente no es el regalo de un gobierno sino una conquista del pueblo de Bolivia, en las calles y caminos de todo el país, en luchas sucesivas, con centenares de bolivianos muertos y heridos. Esa constitución trajo una novedad extraordinaria: los rostros de todos los colores de las 14 naciones originarias y de los descendientes directos de la Bolivia blanca se convirtieron en rostros oficiales del país, con su espiritualidad, sus cantos, danzas y polleras. Desapareció “la nación boliviana” y fue sustituida por todas las otras naciones originarias oprimidas, pisadas, ninguneadas, pero realmente existentes a pesar de los cinco siglos de opresión colonial y republicana. Bolivia tiene, en consecuencia, el Estado plurinacional que le hacía falta, que se parece y se confunde con el país y que expresa por lo menos una parte de sus anhelos. Chile tiene ahora su oportunidad.

Perú

Aquí, vivimos en un Estado uninacional que no representa los intereses de los pueblos y de las naciones originarias. La Constitución de 1993 fue impuesta por una dictadura militar al servicio de un agrónomo que se ganaba la vida como profesor de matemáticas: Alberto Fujimori. Veintisiete años después, pasa los últimos inviernos de su vida una cárcel dorada, en el invierno de su vida, condenado a 25 años de prisión por muchos delitos, entre ellos uno de lesa humanidad. No fue él quien pensó la nueva constitución; la responsabilidad hay que cargársela a los funcionarios e ideólogos del capital y sus cómplices militares y burgueses peruanos. En la jerga actual suele llamárseles neoliberales, en caída abierta luego de 40 años en los que convirtieron la sección económica de la Constitución del 93 en un evangelio, indiscutible, casi convertido en una palabra de dios.

Ya se oyen tímidas voces reclamando una nueva constitución, sin precisar el contenido que tendría, ni cómo ganar la coalición política de ancha base que se necesita para cualquiera de los caminos que se encuentre para lograrla. Esas voces vienen de nuestros divididos predios de la izquierda. Sería peor si no tuviéramos esas tímidas voces. Los burgueses beneficiarios de la inmensa desigualdad en el país y sus aliados dueños de la prensa piensan que salvo el respeto al capítulo económico de la Constitución de 1993, el resto es ilusión. Son sacrificados pastores que llevan la buena noticia del capital y sus bondades como el evangelio de los santos de los últimos días. Viven encerrados en esa burbuja y no se dan cuenta del barro de sus pies, barro que la pandemia está ya disolviendo.

Como la política es mundial desde hace varias lunas, también nosotros tendremos esas batallas por una nueva constitución peruana pero hace falta abrir muy bien los ojos, dejar de lado los apetitos individuales por curules, organizarnos desde abajo, ganando las calles y mirando al congreso desde un espejo retrovisor, y librándonos de ese virus que obliga a buscar con desesperación las cámaras de televisión y figurar en territorios del poder pero no de los pueblos.

Las constituciones no cambian la realidad. Unas palabras finales. En el mundo abogadil en que vivimos nos han enseñado una especie de lección muy bien pensada: todo se arregla con leyes. Como la Constitución es ley de leyes o madre de todas, tendremos que cuidarnos y estar vigilantes. En Perú solo nos falta una nueva con un artículo único: “que las leyes ya existentes se cumplan”. “Dada la ley, hecha la trampa”, dice la sabiduría popular. El mal ejemplo de no cumplir las leyes lo dan precisamente quienes las hacen o los que encargados de cumplirlas. No recuerdo a qué lúcido presidente peruano se la atribuye la sabiduría de la frase “Para mis amigos todo, para mis enemigos, la ley”. Lo que importa es tener en cuenta que ni las constituciones ni las leyes cambian la realidad. Ese cambio se produce por actores políticos interesados en la aplicación efectiva de esas leyes. Si se derogasen algunos miles de las 131 mil y tantas que ya tenemos, los abogados quedarían sin trabajo y ojalá nos acerquemos a Utopía, el reino de ficción creado por Tomás Moro, en el que maravillosamente no hay abogados. El cumplimiento efectivo de la Constitución y las leyes depende del pueblo interesado en que se cumpla, vigilante y movilizado, bloqueando la acción de abogados, fiscales y jueces interesados en que no se cumplan para favorecer los intereses de sus amigos y “hermanitos”.

Fuente: La Mula

https://navegarrioarriba.lamula.pe/2020/10/26/sobre-constituciones-en-bolivia-chile-y-peru/rodrigomontoyar/

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209558

 


 

ELECCIONES: ¿MANDA EL PUEBLO?

 


Paramilitares golpistas de Cochabamba

·    Marcelo Colussi

29/10/2020

Democracia formal: “Es el arte de impedir que la gente se entrometa en lo que realmente le atañe”.

Paul Valéry

 

En Bolivia acaba de “triunfar la democracia”, según dicen tanto los ganadores (el Movimiento al Socialismo, encabezado por Luis Arce y David Choquehuanca) como la derecha perdedora de la contienda. Ensalzar “la democracia” es algo ya frecuente tras las juntas electorales. Por supuesto, debe apoyarse con todas las fuerzas el actual proceso boliviano, dado que es un triunfo popular luego de la asonada reaccionaria con que se sacó del poder a Evo Morales a fines del 2019. Pero, al mismo tiempo, debe profundizarse el análisis crítico de esta democracia electoral, porque es sabido su corto alcance, y que, en definitiva, es siempre un “triunfo popular” muy a medias. “Se puede revertir un Golpe de Estado en las urnas, y vencer democráticamente al intervencionismo extranjero”, se ha dicho con honestidad. Sucede, sin embargo, que esas urnas son mentirosas.

En el vocabulario político actual “democracia” es, sin lugar a dudas, una de las palabras más utilizadas. En su nombre puede hacerse cualquier cosa (invadir un país, torturar, mentir, incluso llegar a dar un golpe de Estado anticonstitucional… ¡para restaurar la democracia!). O, del mismo modo, sentirla como un triunfo revolucionario y popular en ocasiones (como ahora en Bolivia, o como estuvo pasando estos últimos años en Latinoamérica). Definitivamente, es un término elástico, engañoso. Pero lo que menos sucede, lo que más remotamente alejado de la realidad se da, es precisamente un ejercicio democrático, es decir: un genuino y verdadero “gobierno del pueblo”.

Los primeros balbuceos del socialismo construido durante el siglo XX comenzaron a equilibrar las injusticias económicas; pero en cuanto al ejercicio del poder popular la cuestión sigue siendo una asignatura pendiente. En esto se avanzó, sin dudas, al menos en la intención (los soviets rusos, la Revolución Cultural china o las asambleas populares cubanas son interesantes experiencias). Pero aún estamos lejos de poder indicar una democracia popular de base efectiva en el campo socialista, más allá de experiencias puntuales, tanto en el socialismo real como en otras áreas (por ejemplo, las Comunidades de Población en Resistencia -CPR- en Guatemala). Por otro lado, con su involución hacia fines del siglo pasado, la sobrevivencia de lo que no arrastró la marea de destrucción de todo ese campo socialista se centró en eso: la sobrevivencia, y el tema de la democracia de base, del poder popular, no fue el principal punto de agenda. ¿Se puede hablar hoy de poder popular en China? ¿Qué quedó de la “dictadura del proletariado” en los países de Europa del Este?

Por supuesto que en las experiencias “democráticas” del capitalismo lo que menos está presente es una posibilidad franca de gobierno del pueblo. En absoluto. Desde el triunfo de las burguesías modernas sobre los regímenes feudales en Europa, o de la consolidación de las colonias americanas de Gran Bretaña como Estados Unidos de América con su avance portentoso, la construcción del mundo moderno, de las “democracias industriales” no obedece más que a una lógica de dictadura de unos pocos factores de poder, enmascarados como gobierno de todos. Fue un paso adelante en relación con el absolutismo monárquico; pero de ahí a gobierno del pueblo media una distancia sideral.

La democracia que se construyó con la inauguración del mundo burgués moderno (donde Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña marcaron el rumbo) se asienta en la dominación de los grandes propietarios (industriales y banqueros en lo fundamental, también terratenientes) disfrazando la participación popular por medio de una estructura cosmética. El pueblo gobierna sólo a través de sus representantes. Pero, ¿a quién representan los gobernantes? ¿Gobierna el pueblo? En absoluto. Las decisiones que marcan el destino del mundo -la economía, las guerras, los modelos culturales- jamás se toman democráticamente.

La democracia formal es vacía, no es democracia. Es el gobierno de los grandes grupos económicos secundados por los políticos de profesión y por todo el andamiaje cultural y militar que permite seguir con la misma estructura, dándose el lujo incluso de jugar a la participación de la gente en las decisiones, sin que la gente nunca decida nada.

Ahora bien: ¿pueden esos modelos políticos servir para transformaciones profundas, estructurales? La experiencia muestra repetidamente que no es posible. Se pueden lograr algunas transformaciones, pero si las mismas se “pasan de la raya”, viene la reacción. El sistema está muy sólidamente armado, bien mantenido, defendido por todos los mecanismos ideológico-culturales que le dan robustez. Y cuando esos mecanismos no alcanzan, ahí están las bayonetas (que al día de hoy son algo más que bayonetas: son armas tremendamente letales de la más sofisticada tecnología).

La democracia parlamentaria, herencia de la tradición euro-anglosajona que marca al continente latinoamericano en su época de “independencia”, esa “democracia” formal que no va más allá de un voto cada cierto tiempo que sirve para cambiar administraciones pero que no toca los verdaderos resortes del poder, permite ciertos cambios, no más. Ejemplos al respecto abundan en Latinoamérica; cuando se intentó “tocar lo que no se debía tocar”, aparecen los golpes de Estado, la represión a los pueblos y la defenestración de los gobernantes “molestos”: Guatemala y su Primavera democrática, terminada en 1954 con la primera intervención en la historia de la CIA y golpe de militares guatemaltecos; Juan Domingo Perón en Argentina, quitado con golpe cruento en 1955; João Goulart en Brasil, defenestrado por por sus fuerzas armadas en 1964; Allende en Chile, derrocado por un alzamiento militar en 1973; Maurice Bishop en Granada, quitado del poder por militares -y ejecutado- en 1983; Jean-Bertrand Aristide en Haití, desplazado por asonada castrense en 1991; Manuel Zelaya en Honduras, removido por militares en 2009; Evo Morales en Bolivia, desplazado por una inventada crisis que terminó en golpe palaciego en el 2019.

La lista es larga, y en todos los casos se evidencia que esas democracias permiten logros, pero dentro de los marcos del capitalismo. Ahora Bolivia retorna a la “democracia”. No deja de ser llamativo que la derecha golpista, la misma que sacó a Evo Morales a fuerza de represión, con decenas de muertos y centenares de heridos, la misma que cede el litio de sus cuantiosas reservas de los Salares de Uyuni a las multinacionales, (“Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas; la ciudad no es para los indios. Que se vayan al Altiplano o al Chaco”, dijo la presidenta golpista Jeanine Áñez), es significativo que esa misma derecha reaccionaria y conservadora, racista y antipopular, ahora ceda tan tranquilamente la presidencia. Todo hace pensar -quizá con excesiva suspicacia, se podrá decir- que en ese “triunfo de la democracia” hay algo no dicho públicamente. ¿Negociaciones “bajo de agua”? ¿Habrá un nuevo Lenín Moreno a la espera? Realmente, ahora el pueblo boliviano, indígena en su mayoría, ¿decide sus destinos? ¿Qué pasó con el litio?

Es más que evidente que las decisiones reales en los países no las toma el “pueblo soberano” en las urnas. En estas últimas décadas se asistió en Latinoamérica a procesos de centro-izquierda surgidos de elecciones democrático-parlamentarias (democracia representativa, burguesa): Argentina y Kirchner-Fernández, Brasil con Lula-Dilma Roussef, Uruguay y Pepe Mujica, Paraguay con Fernando Lugo, Ecuador y Rafael Correa, Bolivia con Evo Morales. Incluso Venezuela, con la llegada al poder de Hugo Chávez. ¿Qué queda de todos esos procesos? El único que se mantiene, además de México con López Obrador, recientemente iniciado, es el de Venezuela, que sin ser un verdadero planteo socialista (con transformación efectiva en la tenencia de los medios de producción, pero sí un gobierno popular que propició importantes cambios), no cae por algo básico: detenta la fuerza para defenderse, fuerzas armadas y milicias populares armadas. El MAS -que también logró muy importantes avances populares- fue removido en Bolivia porque no contaba con la fuerza necesaria para mantenerse en el poder (el ejército apoyó el golpe finalmente). ¿Logrará ahora Luis Arce imponerse y transformar lo que no pudo hacer antes Evo Morales? Sin poder popular organizado y armas en la mano, no se logran los cambios. Eso está más que probado.

La situación del campo popular ha retrocedido tanto desde que se impusieron las políticas neoliberales en todo el mundo que mantener un miserable puesto de trabajo ya se ve como una ganancia. Por otro lado, en Latinoamérica las dictaduras se cansaron de matar y desaparecer gente que protestaba, que levantaba voces disonantes; de ahí que las falsas y precarias democracias que comenzaron a establecerse desde la década de los 80 en adelante pudieron sentirse como un alivio ante tanta represión. En ese maremágnum antipopular y represivo, la llegada de gobiernos con talante socialdemócrata pudo sentirse como un fenomenal paso adelante. Ahora, bien analizados, parece que no lo fueron tanto. Es por eso que hay que apoyar los procesos democráticos renovadores, pero no podemos quedarnos solo con eso. Hoy, dados esos tremendos golpes que sufrimos, existe un cierto exitismo que nos hace ver procesos como las recientes elecciones bolivianas como un tremendo triunfo popular. ¿Lo es? ¿De verdad que un triunfo en las urnas SIN ARMAS para defender lo obtenido es un triunfo? La experiencia nos dice otra cosa. Por eso sería urgente para el MAS pensar inmediatamente en estas cosas.

Conclusión de todo lo dicho: deben apoyarse con total fuerza todos los avances populares, también los surgidos de elecciones en los marcos de las restringidas democracias representativas. Son elementos que suman, que ayudan a empoderar a los pueblos. Pero no hay que perder de vista que eso tiene un límite, y el sistema sabe hasta dónde permite avanzar. El peronismo en Argentina fue un avance popular en su momento, pero el capitalismo lo puso a raya. Hoy día, la peronista ahora ex presidenta Cristina Fernández propicia un “capitalismo serio”. Es decir: capitalismo al fin (explotación de la masa trabajadora), aunque haya mejoras sociales. El movimiento bolivariano en Venezuela nunca se decide a dar el verdadero salto al socialismo. Hay que apoyarlo como proceso popular, pero no se sabe cuándo se llegará al mentado socialismo del siglo XXI. Hay que apoyar el reciente triunfo del MAS en Bolivia, pero sin dejar de ver que si no se detenta el poder real: manejo de la economía y armas para defender la revolución, la derecha, el sistema capitalista (oligarquías nacionales y el imperialismo estadounidense) se salen siempre con la suya. Ya sean golpes de Estado “suaves” o cruentos, al capital no se le tuerce el brazo en las urnas.

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LA COMPROBADA ESTERILIDAD DEL REFORMISMO Y SUS PARCHES “ALTERNATIVOS”

 


El Blog de Nanin

sábado, 24 de octubre de 2020

Proliferan por todas partes  organizaciones y movimientos sociales autodefinidos como “alternativos”, algunos de ellos con muchos años de rodaje: desde el ecologismo, el feminismo, el cooperativismo o el comunitarismo...ecoaldeas, municipalismos, indigenismos, monedas locales, neorruralistas...así como desde el pensamiento crítico y la política en general, tanto en su versión más académico-filosófica, como desde iniciativas más militantes y comprometidas, conformando todas estas iniciativas un enorme y fragmentado prisma de experiencias, que en conjunto constituyen lo que podríamos denominar la gran nebulosa "anticapitalista" y/o "alternativa". 

Todas son experiencias reformistas en esencia, incluso las autoetiquetadas como revolucionarias. Su propuesta alternativa es parcial, o localista sin perspectiva global o viceversa; y en todo caso referida únicamente a algún aspecto parcial, sin abordar la hipercompleja realidad de nuestro mundo contemporáneo. Y las que más se acercan, como el ecosocialismo o el anarquismo, carecen de visión holística y de propuesta estratégica. Véase la amplia lista de “anticapitalismos” y compruébese quiénes de entre ellos cuestionan la propiedad de los bienes comunes universales, la Tierra y el Conocimiento, o quiénes cuestionan el trabajo asalariado, el sistema productivo y los mercados, quiénes tienen una propuesta que sea completa y no de parte...porque, ¿cómo ser anticapitalistas y estatalistas a la vez, cómo sin comprender que el Estado es el aparato  generador y sostén del capitalismo en todas sus formas?, ¿cómo sin saber qué hacer para deshacernos del Estado?

Cierto que la mayoría de estas “alternativas”, vistas de una en una, contienen valiosos conocimientos y experiencias muy útiles en el corto plazo, que sus aportaciones son revolucionarias en muchos casos, pero siempre limitadas a un aspecto. Es como si el pensamiento y la capacidad humana se hubieran rendido definitivamente a la fuerza descomunal del sistema dominante, considerado ya como inevitable y, por tanto, insuperable.

En el reciente IV Encuentro de Transformación Integral repasamos y analizamos algunas de estas experiencias, en un proceso abierto a la autocrítica radical, lo que nos es imprescindible en el camino que hemos tomado, para la definición  de una propuesta revolucionaria holística, que necesita encontrar fundamentos comunes a todas estas iniciativas y movimientos sociales, para la autoconstrucción de una verdadera alternativa autónoma y radical, transversal y convergente, que cuanto antes pueda traducirse y articularse en un gran movimiento de resistencia y transformación integral, a escala local y global: todo lo contrario a los eclécticos populismos en auge, que sólo buscan avances electorales, a izquierda y derecha del circo político.

En adelante iré desgranando la autocrítica de todas esas experiencias, que será constructiva, porque todas ellas reúnen valiosas experiencias prácticas, que nos serán muy útiles, más en los próximos tiempos postpandemia. Traigo aquí, como ejemplo, los casos  de la agroecología y la permacultura, considerados movimientos alternativos. Se trata de un breve texto, recién publicado en la web de Revolución Integral por uno de los compañeros que participaron en el mencionado IV Encuentro:

EL DILEMA PERMACULTURAL. LIBERTAD O ECOCACIQUISMO.Texto de Diego Martínez Urruchi 

El recientemente celebrado IV Encuentro de Transformación Integral ha puesto de manifiesto la creciente disconformidad con los frutos cosechados de lo que se conoce como “Revolución Verde”, efectuada en el estado español hacia los años 60 del siglo pasado.

Alimentos carentes de nutrientes, sabor y plenos de tóxicos; desarraigo profundo tras abandonar los pueblos para poblar las ciudades; desconexión completa con el medio natural, con un contacto reducido a algunas actividades lúdicas; pérdida de la libertad que supone la producción del alimento propio y dependencia total del sistema productivo industrial; destrucción de suelos y contaminación de masas de agua y del aire; bajada drástica de la biodiversidad; entre otras.

Todo esto ha sido motivo de una preocupación que ha originado diversas reacciones. Quizá la más conocida es la agricultura ecológica, cuyos productos ya ocupan buena parte de las estanterías de todos los supermercados. Sus méritos no son otros que ser un calco de la agricultura convencional, pero envolviéndose bajo la atractiva y dudosa rúbrica “eco”. De esta manera, ahora es una ecoindustria ecoquímica la que provee al empresario agrícola de fitoquímicos, la calidad de los alimentos sigue siendo bastante pobre, se mantiene una clase empresarial separada por una inmensa brecha de una masa de asalariados que reciben un jornal mísero por un trabajo repetitivo y agotador[1], los daños ambientales siguen siendo muy preocupantes, la concentración de tierras que desplaza a cada vez más gente del rural, especialmente a los agricultores con poca/media cantidad de tierras, se agrava y el lucro permanece como categoría central sobre otras como la sostenibilidad o la repoblación rural, completamente desterradas.

Huelga decir que una agricultura de este tipo es incompatible con una transformación positiva de la sociedad, por neofeudal y destructiva, así que no me detendré más en ella.

Sí que son interesantes algunas propuestas que se autoenmarcan dentro del ámbito de la agroecología que, con una modesta producción, pero la eliminación de intermediarios, logran asentar una cierta población en el mundo rural. Ejemplo de ello es la cooperativa agroecológica BAH, a partir de la que han surgido multitud de proyectos de naturaleza similar. Uno de ellos, de nombre “Los Esquimos”, asentado en Perales de Tajuña, asumirá próximamente la iniciativa de otorgar formación a quien lo desee en su escuela de horticultura.

Por otro lado, quizá la más sonada alternativa al modelo productivo convencional sea la conocida como permacultura[2], nacida a finales de los 70 a partir del trabajo de los australianos Bill Mollison y David Holmgrem. Esta disciplina, cada vez más generalizada a lo largo y ancho del territorio peninsular, engloba multitud de operaciones agrícolas y ganaderas muy útiles y a tener en cuenta y practicar, así como a personas muy valiosas enfocadas en el avance de la misma.

Sin embargo, considero conveniente una crítica a este modelo, por insuficiente, desarraigado y poco fiel a su nombre, resultante de la contracción “cultura permanente”. Si se pretende que sea una herramienta para la construcción de un mundo nuevo, mucho mejor que el actual orden social: tiránico, hostil al amor y a la convivencia, y profundamente desigual; es crucial sacar a relucir sus defectos y faltas, para pulirlos y completarlos.

En primer lugar, la permacultura, proveniente de culturas y territorios foráneos, además de haberse fraguado en el calor de la modernidad, obnubilada en sí misma, ignora el pasado (y presente) cultural, estructural y social de los pueblos peninsulares. Así, ahonda en la desmemoria que sufre la gestión tradicional, milenariamente sostenible, de los ecosistemas ibéricos[3]. Sobre el comunal, de cardinal importancia en nuestro territorio, no existen en ella referencias. Al contrario que en aquel, las iniciativas permaculturales consisten en la adquisición de un pedazo de tierra para cultivar, opción cada día menos factible, dada la decreciente capacidad adquisitiva y la creciente acumulación de la tierra en manos del Estado y las grandes empresas.

Es fundamental proponer recetas para el mantenimiento y recuperación de las tierras y medios de producción comunales, capaces de cohesionar un conjunto social de manera eficaz. No solo en el ámbito de lo material, sino que también otorga la base para una forma de vida convivencial y más libre, que a la vez facilita y depende de la existencia de un tipo de persona inclinada hacia el bien moral, la autoconstrucción personal, la capacidad de diálogo y el encuentro cordial, y la responsabilidad, entre otras.

La permacultura adolece de un análisis histórico y político que le permita comprender los motivos del punto al que hemos llegado, y por tanto ha de errar en sus soluciones. El término permanente se confunde con sostenible, y la diferencia es abismal. Como he descrito brevemente, los pueblos ibéricos fueron capaces de asegurar la existencia futura de sus ecosistemas en el pasado y, sin embargo, aquellas culturas hoy se han extinguido prácticamente. Si no fueron capaces de “permanecer” no fue por su mal hacer agropecuario, sino más bien por la brutalidad con que el ente estatal se propuso adueñarse de aquellos recursos, así como de la mano de obra que precisaba para industrializar el país.

La permacultura puede, a pequeña escala, corregir la debacle ambiental que la fractura de aquella cultura trajo, pero si no tiene voluntad revolucionaria, si no hace propia la propuesta de un cambio profundo de las estructuras de poder, de la ética individual o del sistema de propiedad no puede ofrecerse como permanente. No, porque nada propone para constituir una sociedad libre y hermanada, con unas oportunidades razonables para acceder a la tierra y formar comunidad. Para esto debe dotarse de una estrategia, como la que propone el proyecto de Transformación Integral, que le permita evitar que el sistema de poder se adueñe de ella (si esto le fuera posible) para corregir sus fallos garrafales y así apuntalar una ecodictadura.

Las sociedades tradicionales pretéritas asistieron a su resquebrajamiento tan pronto como el Estado se vio capaz de ello, al percibirlas como una amenaza y como una fuente de recursos. Las primeras, ya bastante debilitada su capacidad para recibir tal envite, finalmente sucumbieron ante la horda de veterinarios, técnicos forestales, propagandistas varios, ingenieros agrónomos y ganaderos, policías y militares, entre otros, en quien el poder estatal confió tal empresa[4].

Hay cosas aún más importantes que la sostenibilidad, que es perfectamente compatible con una vida esclava, solitaria y de espaldas a la verdad. Por eso animo a quienes con muy buenas intenciones se decantan por la permacultura y otras fórmulas similares, a que conozcan, profundicen y practiquen lo que desde la Transformación Integral venimos planteando. Porque para “permanecer” habrán de escoger, y o lo hacen bajo un modelo social de dictadura estatal o desde la voluntad de cultivar una sociedad nueva y superior (por muchos motivos), que sólo podrá serlo tras auto otorgarse una razonable libertad desde la que partir.

A continuación, propongo una breve bibliografía para seguir profundizando en el tema, recomiendo su estudio.

- “Tierra y sociedad en Castilla” – David E. Vassberg.

- “Naturaleza, ruralidad y civilización” – Félix Rodrigo Mora.

- “El común catalán” – David Algarra Bascón.

- Artículos varios de los autores María Bueno y Enrique Bardají, que pueden encontrarse en esta página web.

 

[1] Podría pensarse que esto es el resultado de un sistema meritocrático que premia a quien se esfuerza más que los demás (o es más listo, más tramposo, parte de una situación inicial más favorable, etc.) y esto le permite adueñarse de cantidades crecientes de tierra. Dejando a un lado la legitimidad de este modelo, la realidad es que la agricultura ultra concentrada actual no hubiera sido posible sin la actuación estatal, quien, por ejemplo, expolió violentamente los medios productivos comunales para favorecer una propiedad latifundista a su servicio. Este es solo un ejemplo de las muchas intervenciones de las que el aparato estatal se sirve para dar pie a una agricultura como la actual, cuya existencia solamente se puede explicar desde la voluntad de poder del mismo.

[2] A día de hoy, cuando se usa la palabra permacultura, se suele englobar otras iniciativas cercanas, como la agricultura natural de Masanobu Fukuoka, la agricultura regenerativa, el pastoreo racional, etc.

[3] Un hermoso ejemplo de ello nos lo ofrece Jaime Izquierdo Vallina en su obra “La conservación cultural de la naturaleza”. En este caso se hace eco de la realidad asturiana, pero es extrapolable a prácticamente toda la península Ibérica. Hoy en día, ya desarticuladas vía operación estatal aquellas sociedades que hacían posible esta formidable gestión de los recursos naturales, se pretende mantener por todos los medios aquellos ecosistemas tal como fueron abandonados. Así, lo que antaño era una fuente de riqueza, hoy es puro derroche: donde antes pastaban vacas, cabras, ovejas o cerdos, hoy es zona de campeo para las cuadrillas de desbrozadores.

[4] La mayoría de estas medidas se disfrazaron (y hoy lo hacen) de buenas intenciones. Para comprender cómo el llamado conservacionismo profundiza en la despoblación y la desposesión, el artículo “El conservacionismo contra la ruralidad, los pastores y los indígenas” de Enrique Bardají Cruz es de enorme ayuda.

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