09/05/2018
En términos
elementales, las finanzas son mera contabilidad: un registro de obligaciones y
compromisos monetarios. Sin embargo, las finanzas son también una forma de
planificación: un conjunto de instituciones para organizar intereses sobre el
reparto del producto social.
La fusión de
estas dos funciones -contabilidad y planificación-, que obedecen a lógicas
distintas, es tan antigua como el capitalismo y, durante casi tanto tiempo, ha
soliviantado la conciencia burguesa. La creación de poder adquisitivo a través
de préstamos bancarios es difícil de congeniar con la máxima ideológica del
capitalismo de que los precios de mercado ofrecen una medida neutral de alguna
realidad material preexistente. El fracaso manifiesto del capitalismo para
ajustarse a esta idea de sistema natural ha sido atribuido, por los defensores
de estas tesis, a la capacidad de los bancos (instigados por el Estado) para
alejar los precios de mercado de sus verdaderos valores.
De alguna
manera, separar estas dos funciones del sistema bancario - contabilidad y
planificación-, es el hilo conductor de los 250
años de propuestas de reforma monetaria de economistas burgueses,
demagogos y chiflados. Podemos rastrearlo desde David Hume, quien creía que una
"circulación perfecta" era una en la que el oro solo se usaba para
pagos, y que dudaba de si los préstamos bancarios deberían permitirse en absoluto;
a los defensores decimonónicos de un patrón oro estricto o de la doctrina de
billetes reales (dos propuestas enfrentadas que supuestamente restaurarían la
automaticidad a la creación de crédito bancario); a las propuestas de Proudhon
de otorgar al dinero una base objetiva vinculada al tiempo de trabajo; a los
temores preconcebidos de Wicksell sobre la inestabilidad de un
sistema no regulado de dinero bancario; a las propuestas, a menudo
revividas, de reservas bancarias al 100%; a las propuestas de Milton
Friedman para una regla estricta de crecimiento de la oferta monetaria; a las
fantasías de la ortodoxia actual de un banco central que siga una regla
inviolable que emule la "tasa de interés natural".
Lo que todas
estas admoniciones y propuestas tienen en común es que buscan restaurar la
objetividad del sistema monetario; legislar para que existan los valores
supuestamente reales que subyacen al precio del dinero. Buscan obligar al
dinero a cumplir, de facto, sus presupuestos ideológicos: una medida objetiva
del valor que refleja el valor real de las mercancías, libre de juicios de
banqueros y políticos.
Los
socialistas rechazamos esta fantasía. Sabemos que el desarrollo del capitalismo
ha sido desde el principio un proceso de "financiarización"; de
expansión de la esfera crediticia a todo ámbito de la actividad humana, y de
representación del mundo social en términos de pagos y compromisos monetarios.
Sabemos que
no hubo un mundo precapitalista de producción e intercambio sobre el cual el dinero,
y luego el crédito, fueron superpuestos con posterioridad: las redes de crédito
(de reclamos monetarios) son el sustrato sobre el que la producción de
mercancías se ha desarrollado y organizado. Y sabemos que el excedente social
bajo el capitalismo no es resultado de la asignación de los
"mercados", como dicen los cuentos de hadas de los economistas. El
excedente es el resultado de la asignación realizada por bancos y otras
instituciones financieras, cuyas actividades son coordinadas por planificadores,
no por mercados.
Aunque
descentralizada en teoría, la producción de mercado está de hecho organizada a
través de un sistema financiero altamente centralizado. Y donde existe algo así
como mercados competitivos, es generalmente gracias a una extensa intervención
estatal: desde leyes antimonopolio hasta toda la compleja maquinaria del
Obamacare para apuntalar un mercado desvencijado como el de seguros de salud
privado. Como reconocieron Marx y Keynes, la
tendencia del capitalismo es hacia el desarrollo de formas de producción más
colectivas y sociales, ampliando el dominio de la planificación consciente y
disminuyendo el ámbito del mercado. (Un punto que también han entendido algunos
economistas
liberales más avispados y con una aproximación más histórica a los
problemas). Preservar el mercado se convierte en un proyecto cada vez más
utópico, que requiere una intervención cada vez más activa por parte del
gobierno. Piensa en la vasta financiación, inversión y regulación públicas que
son requeridas para la provisión "privada" de vivienda, educación,
transporte, etc.
En un mundo
en el que la producción se guía por una planificación consciente, pública o
privada, simplemente no tiene sentido pensar que los valores monetarios reflejan
el resultado objetivo de los mercados, o el crédito simplemente como un
registro de flujos "reales" de ingresos y gastos.
Pero es muy
difícil resistir a la "ilusión de lo real", como lo llama Perry
Mehrling. Debemos recordar constantemente que los valores de mercado nunca han
sido, y nunca podrían ser, una medida objetiva de las necesidades y
posibilidades humanas. Debemos recordar que los valores medidos en dinero
-precios y cantidades, producción y consumo- no tienen existencia independiente
de las transacciones de mercado que les dan forma cuantitativa.
De aquí se
sigue que el socialismo no puede describirse en términos de la cantidad de
mercancías producidas o distribuidas. El socialismo es la emancipación de la
forma mercancía. No se define por la disposición de cosas, sino por la
condición del ser humano. Es la extensión progresiva del dominio de la libertad
humana, de esa parte de nuestras vidas gobernada por el amor y la razón.
Muchos
críticos de las finanzas ven éstas como el enemigo de un capitalismo más humano
o auténtico. Esta es la crítica tanto de reformistas gerenciales que se oponen
a las finanzas por ser un parásito de las empresas productivas (recuérdese el
"soviet de ingenieros" de Veblen), como de populistas que odian las
finanzas como el destructor de su pequeño capital, o de sinceros creyentes en
la competencia de mercado que ven a las finanzas como receptores de rentas
ilegítimas. En términos prácticos, hay mucho terreno común entre estas
posiciones y un programa socialista. Pero no podemos aceptar la idea de que las
finanzas sean una distorsión de algunos valores verdaderos de mercado
naturales, objetivos o justos.
Las finanzas
deben comprenderse como un momento más del proceso capitalista, integral a él,
pero con dos caras contradictorias. Por un lado, están las finanzas como
institución concreta que genera y hace cumplir compromisos crediticios a
cualquier tipo de agente social -personas, empresas, Estados-. Desde este punto
de vista, su rol es extender y mantener la lógica de la producción de
mercancías. (Los préstamos estudiantiles refuerzan la disciplina del trabajo
asalariado, la deuda soberana mantiene la división internacional del trabajo).
Sin embargo,
por otro lado, el sistema financiero es también donde la planificación consciente
toma su forma más desarrollada bajo el capitalismo. Los bancos son, en palabras
de Schumpeter, el equivalente privado de Gosplan, la agencia de planificación
soviética. Sus decisiones de préstamo determinan qué nuevos proyectos obtendrán
una parte de los recursos de la sociedad, e imponen (o infligen) el
"juicio del mercado" sobre otras.
Un programa
socialista debe responder a estas dos caras de las finanzas. Nos oponemos al
poder de las finanzas para reducir progresivamente el grado en que nuestras
vidas se organiza en torno a la acumulación de dinero. Pero abrazamos la
planificación ya inherente a las finanzas porque queremos expandir el dominio
de la elección consciente y reducir el dominio de la necesidad ciega.
El
desarrollo de las finanzas revela el desplazamiento progresivo de la
coordinación del mercado en favor de la planificación. Capitalismo significa
producción para obtener beneficio; pero, en la realidad concreta, los criterios
de beneficio siempre están subordinados a los criterios financieros. El juicio
del mercado solo tiene fuerza en la medida en que sea ejecutado por las
finanzas. El mundo está lleno de negocios cuyos ingresos exceden sus costes,
pero se ven obligados a reducir volumen o cerrar debido a las exigencias
financieras en su contra. El mundo también está lleno de negocios que operan
durante años, o indefinidamente, con costes que exceden sus ingresos, gracias a
su acceso a la financiación. Las instituciones que toman estas decisiones de
financiación lo hacen en función de su propio juicio subjetivo, y limitado solo
en última instancia por los términos establecidos del banco central, y no por
unos criterios objetivos de valor.
Existe una
contradicción básica entre el principio de competencia y el de finanzas. Se
supone que la competencia es una forma de selección natural: las empresas que
obtienen ganancias las reinvierten y crecen, mientras que las empresas que
pierden no pueden invertir y merman, hasta finalmente desaparecer. Se supone
que esto es una gran ventaja de los mercados sobre la planificación. Pero el
objetivo de las finanzas es romper este vínculo entre las ganancias de ayer y
las inversiones de hoy. El excedente pagado en forma de dividendos e intereses
está disponible para la inversión en cualquier lugar de la economía, no solo
donde se generó.
Y viceversa,
hay empresarios que pueden emprender nuevos proyectos que nunca han sido
rentables en el pasado si pueden convencer a alguien para que los financien. La
competencia mira hacia atrás: los recursos de hoy dependen de cómo te haya ido
en el pasado. Las finanzas miran a futuro: los recursos de hoy dependen de cómo
(¡alguien!) se espera que lo hagas en el futuro. Por lo tanto, a diferencia de
la idea de que las empresas triunfan o fracasan por selección natural, las
empresas predilectas de las finanzas - desde Amazon
hasta Uber
y toda la manada de unicornios -, pueden invertir y crecer indefinidamente sin
tener beneficios. Se supone que esto también es una gran ventaja de los
mercados.
En el mundo
sin fricciones imaginado por los economistas, la primacía de las finanzas sobre
la competencia ya se ha llevado al límite. Las empresas no controlan ni
dependen de su propio excedente. Todo el excedente se asigna de manera
centralizada por los mercados financieros. Todos los recursos para la inversión
provienen de los mercados financieros y todos los beneficios regresan
inmediatamente a ellos en forma de dinero. Esto tiene dos implicaciones
contradictorias. Por un lado, elimina cualquier consideración de la empresa
como organismo social, de la actividad que realiza para reproducirse, de su búsqueda
de fines distintos a la ganancia máxima para sus "dueños".
De hecho, la
empresa nace nueva cada día por el beneplácito de quienes la financian. Pero,
por la misma razón, la lógica de la maximización de los beneficios pierde su
base objetiva. El proceso cuasi evolutivo de la competencia deja de funcionar
si los propios beneficios de la empresa ya no son su fuente de inversión, sino
que fluyen hacia un fondo común. En este mundo, qué empresas crecen y cuáles
fracasan depende de las decisiones de los planificadores financieros que
asignan capital a cada una de ellas.
La
contradicción entre producción de mercado y finanzas socializadas se agudiza a
medida que los propios fondos financieros se unen o se vuelven más homogéneos.
Este fue un punto clave para los marxistas de inicios del siglo pasado
como Hilferding
(y Lenin), pero también está detrás del alboroto
reciente en
la prensa económica por el aumento de los fondos indexados. Estos
fondos tienen acciones de todas las empresas que pertenecen a un determinado
índice; a diferencia de los fondos administrados activamente, que tratan de
invertir en la empresa que se cree irá mejor, éstos tienen acciones en muchas
compañías que compiten entre sí.
Según un estudio
reciente, "la probabilidad de que dos empresas seleccionadas al azar en el
S&P 1500 de la misma industria tengan un accionista común con al menos un
5% de participación en ambas aumentó de menos del 20% en 1999 a alrededor del
90% en 2014". El problema es obvio: si las empresas trabajan para sus
accionistas, ¿por qué competirían entre sí si sus acciones están en manos de
los mismos fondos?
Obviamente,
una solución
propuesta es una mayor intervención estatal para preservar la forma
de los mercados, limitando o desfavoreciendo la propiedad accionarial a través
de fondos. Otra respuesta, y quizás la más lógica, sería: si ya confiamos en
los corporate managers para ser fieles representantes de la clase rentista en
su conjunto, ¿por qué no dar el siguiente paso y convertirlos en representantes
de la sociedad en general?
Además, los
términos sobre los cuales el sistema financiero redirige el capital son fijados
en última instancia por el banco central. Sus decisiones -la política monetaria
en sentido estricto, pero también la regulación financiera o los rescates
durante de la crisis a entidades- determinan no solo el ritmo de expansión del
crédito sino también el criterio de rentabilidad mismo. Esto es muy evidente en
las crisis, pero también está implícito en la política monetaria rutinaria. A
menos que los reducidos tipos de interés conviertan a algunos proyectos
previamente no rentables en rentables, ¿cómo sino podrían salir adelante?
Al mismo
tiempo, la legitimidad del sistema capitalista -la justificación ideológica de
su evidente injusticia y desperdicio- proviene de la idea de que los resultados
económicos están determinados por "el mercado" y no por la elección
de nadie. Por lo tanto, la función de planificación del banco central debe
mantenerse fuera de la vista.
Los propios
banqueros centrales son muy conscientes del papel que juegan. A principios de
la década de 1980, cuando la Reserva Federal cambió su principal instrumento de
política monetaria, sus responsables
se preocuparon por que su elección preservara la ficción de que eran
los mercados los que establecían el tipo de interés. Como dijo el gobernador de
la Fed, Wayne Angell, era esencial elegir una técnica que "tuviera el
camuflaje de las fuerzas del mercado en acción".
Los libros
de texto de la economía dominante describen de manera explícita la trayectoria
a largo plazo de las economías capitalistas en términos de un planificador
ideal, que determina la producción y precios para toda la eternidad con el fin
de maximizar el bienestar general. La contradicción entre esta visión macro y
la ideología de la competencia de mercado queda relegada por la suposición de
que a largo plazo esta trayectoria es la misma que la "natural" de un
mercado competitivo perfecto sin dinero ni bancos.
Fuera del
mundo académico es más difícil mantener la fe en que los planificadores del
banco central eligen de manera infalible los resultados que el mercado debería
haber alcanzado por sí mismo. Muchas críticas a los bancos centrales
provenientes de la derecha -y también de la izquierda- entienden claramente que
los bancos centrales se dedican a una planificación activa, pero lo consideran
intrínsecamente ilegítimo. Su creencia en los resultados “naturales” del
mercado les lleva a las fantasías de retorno a un patrón monetario independiente
del juicio humano: ya sea el oro o el bitcoin.
Los
socialistas, que vemos a través de la fachada del supuesto juicio experto
neutro de los banqueros centrales y reconocemos su estrecha asociación con las
finanzas privadas, podríamos vernos tentados por ideas similares. Pero el
camino hacia el socialismo va por otro lado. No buscamos organizar la vida
humana en una red objetiva de valores de mercado, libre de la influencia
distorsionante de las finanzas y los bancos centrales. Más bien buscamos sacar
a la luz la planificación consciente que ya existe, convertirla en terreno de
la política y dirigirla hacia la satisfacción de las necesidades humanas, y no
hacia el refuerzo de las relaciones de dominación. En resumen: socializar las
finanzas.
En el
contexto de los Estados Unidos, el análisis anterior sugeriría un programa de
transición tal vez en las siguientes líneas:
Desmercantilizar
el dinero
Aunque no
haya forma de separar el dinero y los mercado de las finanzas, eso no significa
que las funciones rutinarias del sistema monetario deban ser una fuente de
beneficios privados. Migrar la responsabilidad de las infraestructuras
monetarias elementales a organismos públicos o semipúblicos es una reforma
no-reformista: aborda algunos de los abusos manifiestos e inestabilidad del
sistema monetario existente al tiempo que abre el camino hacia transformaciones
más profundas.
En
particular, esto podría implicar:
1. Un sistema de pagos públicos.
En un pasado
no muy lejano, si alguien quería dar algo de dinero a cambio de un bien o
servicio, no teníamos que pagar a un tercero por el permiso para realizar el
intercambio. Sin embargo, con el reemplazo del efectivo por cargos
electrónicos, los pagos rutinarios se han convertido en una fuente de
beneficio. Las transacciones y el resto de la fontanería rutinaria del sistema
de pagos debe ser un monopolio público, al igual que la moneda.
2. Banca postal.
Los
servicios bancarios deberían proporcionarse igualmente a través de las oficinas
de correos, como en muchos otros países. Las transacciones rutinarias entre
cuentas (verificar y guardar) son un servicio que puede ser proporcionado
directamente por el Estado.
3. Calificaciones de crédito públicas, tanto para bonos como para
individuos.
Esta
información debe estar ampliamente disponible para realizar su función; incluso
es un elemento importante para la provisión pública dentro de la lógica del
capitalismo. Ello implica además desafiar la función coercitiva y disciplinaria
que, cada vez más, realizan las agencias privadas de calificación crediticia en
Estados Unidos.
4. Financiación pública de la vivienda.
Las
hipotecas para primeras viviendas son otra área donde una pátina de
transacciones de mercado oculta un sistema que ya es sustancialmente público.
El mercado hipotecario a treinta años es totalmente una creación de la
regulación, es mantenido por los creadores de mercado públicos, y los
organismos públicos son, en gran medida, los prestamistas de última instancia.
Los socialistas no tenemos especial interés en el cultivo de una sociedad de
pequeños propietarios a través de la propiedad de la vivienda; pero mientras el
Estado lo haga, exigimos que sea de manera abierta y directa en lugar de
disfrazarse de transacciones privadas.
5. Pensiones de jubilación públicas.
Ahorrar para
la jubilación, junto con la vivienda, es donde el Estado hace más por fomentar
lo que Gerald
Davis llama la "ficción de capital": concebir la relación de cada
uno con la sociedad en términos de propiedad de activos.
Pero aquí, a
diferencia de la propiedad de la vivienda, la provisión social bajo la
apariencia de sistema financieros ha fallado incluso en sus propios términos.
Muchos hogares de clase trabajadora en los Estados Unidos y en otros países
ricos sí tienen sus casas en propiedad, pero solo un pequeño porcentaje puede
acceder a una pensión digna solo con el ahorro privado. Del mismo modo, los
sistemas públicos de pensiones están mucho más desarrollados que la provisión
pública de vivienda. Esto sugiere apostar por la eliminación de programas
existentes que fomentan el ahorro privado para la jubilación y por una gran
expansión de la Seguridad Social y sistemas similares de seguro social.
Contención de las finanzas
No es tarea
de los socialistas mantener al gran casino funcionando plácidamente. Pero
mientras existan instituciones financieras privadas, no podemos evitar la
cuestión de cómo regularlas. Históricamente, la regulación financiera a veces
ha tomado la forma de "contención financiera", en la cual los tipos
de activos que poseen las instituciones financieras son decretados
sustancialmente por el Estado.
Esto permite
que el crédito se dirija de manera más efectiva a la inversión socialmente
útil. Lo cual también permite mantener bajos tipos de interés en el mercado,
que - en un contexto de inflación mayor- disminuye tanto la carga de la deuda
como el poder de los acreedores. El sistema financiero liberalizado ya
tiene críticos
muy elocuentes; no es necesario duplicar su trabajo con una propuesta de
reforma detallada, pero podemos exponer algunos principios generales:
1. Si no está permitido, está prohibido.
La
regulación eficaz siempre ha consistido en especificar funciones para cada
institución, y prohibir cualquier otra cosa. De lo contrario, es demasiado
fácil escometar la norma con algo que es formalmente diferente pero
sustancialmente equivalente. Los bancos centrales también necesitan este tipo
de regulación para controlar el flujo de crédito, con independencia de que
continúen o no siendo los principales impulsores de la demanda agregada
2. Proteger las funciones, no las instituciones.
El poder
político de las finanzas se deriva de su capacidad de poner en peligro la
contabilidad social rutinaria y la seguridad de los pequeños propietarios.
("¡Si no rescatamos a los bancos, los cajeros automáticos cerrarán! ¿Qué
pasa con mi pensión?")
Mientras las
instituciones financieras privadas desempeñen funciones socialmente necesarias,
la política debe dirigirse a preservar esas funciones, y no las instituciones
que las realizan. Esto significa que las intervenciones deben ser lo más
cercanas posible al usuario final (no financiero), y no en el ámbito del
tejemaneje bancario. Un ejemplo en esta línea: el sistema de garantía de
depósito.
3. Requerir grandes tenencias de deuda pública.
La amenaza
de especuladores contra los bonos del gobierno federal estadounidense ha sido
exagerada; así lo demostró, por ejemplo, la farsa del techo de deuda y la
rebaja crediticia de 2012. Pero para los gobiernos más pequeños -incluidos los
gobiernos estatales y locales en los Estados Unidos- no es tan fácil ignorar a
los mercados. Las grandes tenencias de deuda pública reducen además la
frecuencia y gravedad de las crisis financieras cíclicas que son,
perversamente, una de las principales formas en que se mantiene el poder social
de las finanzas.
4. Controlar los niveles de deuda con menores tipos de interés y mayor
inflación.
El
apalancamiento de los hogares en los Estados Unidos ha aumentado dramáticamente
en los últimos treinta años; algunos creen que esto se debe a que se recurrió
al endeudamiento para elevar los niveles de vida ante el estancamiento o la disminución
de los ingresos reales.
Pero este no
es el caso; el crecimiento más lento de los ingresos simplemente ha significado
un crecimiento más lento del consumo. O, mejor dicho, la
causa principal del aumento de la deuda de los hogares en los últimos
treinta años ha sido la combinación de baja inflación y elevados tipos de
interés para los hogares de manera continuada. En cambio, la forma más efectiva
de reducir la carga de la deuda -para los hogares, y también para los
gobiernos- es mantener bajos tipos de interés y, al mismo tiempo, permitir una
mayor inflación.
Corolario:
podemos rechazar cualquier reclamo moral en favor de las rentas derivadas de
esos intereses. No hay derecho a ejercer ningún reclamo sobre el trabajo de
otros derivado de la propiedad de activos financieros.Que la prestación privada
de servicios socialmente necesarios como los seguros y las pensiones se vea
socavada por los bajos tipos de interés, es un argumento para trasladar estos
servicios al sector público, no para aumentar las exigencias de los rentistas.
Democratizar los bancos centrales
Los bancos
centrales siempre han sido planificadores centrales. Las decisiones sobre tipos
de interés y los términos en los cuales las instituciones financieras son
reguladas y rescatadas, inevitablemente condiciona la rentabilidad, así como la
dirección y nivel de actividad productiva. Este papel se ha ocultado detrás de
una ideología que imagina que el banco central se comporta de manera
automática, de acuerdo con una regla que de alguna manera reproduce el
comportamiento "natural" de los mercados.
Las propias
actuaciones de los bancos centrales desde 2008 han dejado esta ideología en
ruinas. La respuesta inmediata a la crisis ha obligado a los bancos centrales a
intervenir más directamente en los mercados de crédito, a comprar una gama más
amplia de activos e incluso a reemplazar a las instituciones financieras
privadas para prestar directamente a las empresas no financieras. Desde
entonces, el fracaso de la política monetaria convencional ha obligado a los
bancos centrales a asumir involuntariamente una gama más amplia de
intervenciones, canalizando directamente el crédito hacia los prestatarios
seleccionados.
Este giro
hacia la "política crediticia" supone admitir, a regañadientes y
forzados por los acontecimientos, que la anarquía de la competencia es incapaz
de coordinar la producción. Los bancos centrales no pueden, como imaginan los
libros de texto, estabilizar el sistema capitalista pulsando un simple botón
con la etiqueta "oferta monetaria" o "tipo de interés". Su
propio juicio debe sustituir al resultado del mercado en una amplia y creciente
gama de mercados de activos y crédito.
El desafío
ahora es politizar a los bancos centrales: hacerlos objeto de debate público y
presión popular. En Europa, los bancos centrales nacionales serán un terreno
central de disputa para el próximo gobierno de izquierda que busca romper con
la austeridad y el liberalismo. A pesar de la percepción errónea de la
centralización de funciones en el Banco Central Europeo (BCE), los bancos
centrales nacionales todavía ejecutan muchas de sus antiguas funciones.
En Estados
Unidos podemos renunciar definitivamente a la idea de la política monetaria
como dominio exclusivo de la pericia tecnocrática, y poner de manifiesto su
programa de mantener un elevado desempleo para frenar el crecimiento salarial y
el poder de los trabajadores. Como propuesta en positivo, podríamos exigir que
la Fed use tenazmente su autoridad legal existente para comprar deuda
municipal, privando a los rentistas de su poder sobre gobiernos locales con
limitaciones financieras (como Detroit o Puerto Rico); y, con carácter general,
atenuar el poder de "los mercados de deuda" que actúan como
restricción de las políticas populares a nivel estatal y local. En definitiva,
los bancos centrales deberían ser responsables de redirigir activamente el
crédito hacia fines socialmente útiles.
Desempoderar a los accionistas
El
capitalismo realmente existente consiste en limitados flujos de transacciones
de mercado que fluyen entre grandes áreas no de mercado. Una función central de
las finanzas es actuar como el arma en manos de la clase capitalista para hacer
cumplir la lógica del valor en estas estructuras no de mercado. Las demandas de
los accionistas sobre empresas no financieras y las de tenedores de bonos sobre
los gobiernos nacionales aseguran que todos estos dominios de la actividad
humana permanezcan subordinados a la lógica de la acumulación. Queremos
defensas más fuertes contra estas demandas; no porque tengamos fe en el
capitalismo productivos o las burguesías nacionales, sino porque ocupan el
espacio en el que la política es posible.
En
particular, deberíamos apoyar a las empresas frente a los accionistas. La
empresa, como Marx señaló hace mucho tiempo, es "la abolición del modo de
producción capitalista dentro del propio modo de producción capitalista".
Dentro de la empresa, la actividad se coordina a través de planes, no de
mercados; y la orientación de esta actividad es hacia la producción de un valor
de uso particular en lugar de dinero como tal.
"La
tendencia de la gran empresa", escribió Keynes, "es a
socializarse". La función política fundamental de las finanzas es mantener
esta tendencia bajo control. Sin la amenaza de adquisición y la presión de los
accionistas, la empresa se convierte en un espacio donde los trabajadores y
otras partes interesadas pueden cuestionar el control sobre la producción y el
excedente que genera; una posibilidad que los capitalistas nunca pierden de
vista.
Huelga decir
que esto no implica ningún apego a los individuos particulares en lo alto de la
jerarquía empresarial, que en la actualidad son frecuentemente rentistas reales
o potenciales sin ninguna conexión orgánica con el proceso de producción. Más
bien, es el reconocimiento del valor de la empresa como organismo social; como
un espacio estructurado por relaciones de confianza y lealtad, con motivaciones
de "conciencia profesional"; y como el lugar de la planificación
consciente de la producción de valores de uso.
El papel de
las finanzas con respecto a la empresa moderna no es proporcionarle recursos
para la inversión, sino garantizar que su orientación hacia la producción como
fin en sí mismo esté en realidad subordinada a la acumulación de dinero.
Resistir
esta presión no es un sustituto de otras luchas, como las que afectan al
proceso de trabajo o el reparto de recursos y autoridad dentro de la empresa.
(La historia da muchos ejemplos de producción de valores de uso como un fin en
sí mismo que se lleva a cabo bajo condiciones tan coercitivas y alienadas como
en la producción con fines de beneficio). Pero resistir la presión de las
finanzas crea más espacio para esas luchas y para la evolución del socialismo
dentro de la forma corporativa.
Cerrar las fronteras al dinero (y abrirlas a la
gente)
Del mismo
modo que el poder accionarial impone la lógica de la acumulación a las
empresas, la movilidad del capital hace lo mismo con los Estados. En las
universidades, se escucha la supuesta eficiencia de la libre circulación de
capitales, pero en el ámbito político se escucha más su poder para "disciplinar"
a los gobiernos nacionales. La amenaza de fuga de capitales y crisis de balanza
de pagos protege a la lógica de la acumulación frente a las incursiones de los
gobiernos nacionales.
Los Estados
pueden ser vehículos para el control consciente de la economía solo en la
medida en que los reclamos financieros transfronterizos sean limitados. En un
mundo donde los flujos de capital son amplios y sin restricciones, la actividad
concreta de producción y reproducción debe ajustarse constantemente a los caprichos
cambiantes de los inversores extranjeros.
Esto es
incompatible con cualquier estrategia para el desarrollo de las fuerzas de
producción a nivel nacional; todos los casos exitosos de industrialización
tardía han dependido de la redirección consciente del crédito a través del
sistema bancario nacional. Aún más, el requisito de que la actividad real se
acomode a los flujos financieros transfronterizos es incompatible incluso con
la reproducción estable del capitalismo en la periferia. Hemos aprendido esta
lección muchas veces en América Latina y en otras partes del Sur, y la estamos
aprendiendo de nuevo en Europa.
Por lo
tanto, un programa socialista sobre finanzas debe incluir el apoyo a los
esfuerzos de gobiernos nacionales por desvincularse de la economía global y por
mantener o recuperar el control sobre sus sistemas financieros. Hoy en día,
tales esfuerzos están a menudo vinculados a políticas de racismo, nativismo y
xenofobia que debemos rechazar sin compromiso. Pero es posible avanzar hacia un
mundo en el que las fronteras nacionales no representen un obstáculo para las
personas y las ideas, sino que limiten el movimiento de bienes y sean barreras
imposibles de alcanzar para demandas financieras privadas.
En Estados
Unidos y otros países ricos, también es importante oponerse a cualquier uso de
la autoridad, legal o no, de nuestros propios Estados para hacer cumplir las
demandas financieras contra Estados más débiles. Argentina
y Grecia
, por tomar dos ejemplos recientes, no fueron forzados a aceptar los términos
de sus acreedores por las acciones de particulares dispersos en los mercados
financieros, sino respectivamente por las acciones del Juez Griesa del Segundo
Circuito de EE.UU. y Trichet y Mario Draghi del BCE. Para que los estados
periféricos fomenten el desarrollo y sirvan como vehículo para la política popular,
deben aislarse de los mercados financieros internacionales. Pero el poder de
esos mercados proviene en última instancia de los cañones, figurativos o
literales, mediante los cuales se imponen las demandas financieras privadas.
En relación
a los Estados fuertes, los mercados no tienen poder excepto sobre el
imaginario. Como hemos visto repetidamente en los últimos años, más
dramáticamente en el sainete del límite de deuda de 2011-2013, no hay
especuladores al acecho; los términos sobre los cuales los gobiernos se
endeudan están completamente determinados por su propia autoridad monetaria.
Todo lo que se necesita aquí para acabar con el poder del mercado de deuda es
simplemente reconocer que ya no tiene poder alguno.
En resumen,
deberíamos rechazar la idea de las finanzas como la intrusión en un orden de
mercado preexistente. Debemos resistir al poder de las finanzas como ejecutor
de la lógica de la acumulación. Y deberíamos reclamar como espacio para una
política democrática la planificación social ya realizada a través de las
finanzas.
Es profesor de economía en el John Jay College, en
Nueva York y en el Instituto Roosevelt
Fuente:
https://www.jacobinmag.com/2016/11/finance-banks-capitalism-markets-socialism-planning
Traducción:
Andrea Maler