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martes, 18 de octubre de 2016

¿ES CIERTO QUE LO QUE VEMOS NO ES LA REALIDAD?




 
A los seres humanos nos parece natural el hecho de que seamos conscientes de los objetos, situaciones y eventos del medio que nos rodea; resulta para nosotros algo tan obvio que no nos sorprende y a menudo lo aceptamos sin plantear preguntas al respecto. Damos por supuesto que percepción y realidad son una misma cosa. Sólo cuando los recursos de que disponemos para percibir el mundo se ven mermados, amenazados, o se pierden, llegamos a dudar sobre ciertas cuestiones.

Uno de estos casos fue el de una paciente que los investigadores llamaron D. F., estudiada por el psicólogo canadiense Melvyn Goodale entre 1991 y 1995. A los 34 años, sufrió una intoxicación con monóxido de carbono. La falta de oxígeno causó un daño severo e irreversible de su corteza cerebral visual.Como resultado, perdió algunos de los aspectos elementales de la visión consciente y desarrolló lo que los neurólogos llaman “agnosia visual”.

Si se le pedía reconocer formas, D. F. respondía como si estuviera prácticamente ciega: no podía diferenciar un cuadrado de un rectángulo; tampoco lograba reconocer la orientación (vertical, horizontal u oblicua) de una línea. Sin embargo, cuando se le pedía que pasara una tarjeta por una rendija inclinada, cuya orientación sin duda no lograba percibir,su mano se comportaba con una precisión perfecta. También adaptaba la apertura de la mano a los objetos para alcanzarlos, pero era por completo incapaz de hacerlo de manera voluntaria, no podía describir el tamaño percibido. Parecía que su sistema motor «veía» de manera inconsciente las cosas mejor de lo que ella podía hacerlo de forma consciente.

Desde entonces, numerosos investigadores se han interesado, estudiando este tipo de pacientes, por abordar el problema de cómo percibimos y somos conscientes de la realidad, recurriendo entre otras técnicas a la utilización de estímulos seleccionados que permitan enlentecer el proceso perceptivo y, así, estudiarlo minuciosamente desde la entrada del estímulo en el órgano sensorial hasta su recorrido en el cerebro y la respuesta de la persona. Y, apoyados sobre todo en descubrimientos relativos a las ilusiones visuales, la visión ciega, las alucinaciones y otros fenómenos de percepción visual que muchas personas experimentan; han llegado a la conclusión de que la realidad no es igual para todo el mundo, sino un producto elaborado y subjetivo que depende de la interpretación de cada uno, como veremos a continuación.

El cerebro, el principal órgano que regula la supervivencia de cada especie, está equipado para ello de sensores, que podríamos equiparar a una web-cam que inspecciona por un lado el medio externo o entorno en que vive y por otro, el medio interno, es decir, el propio cuerpo. La información que captan estos sensores, mediante los procesos perceptivos, se representa cognitivamente (es decir, simbólicamente, mediante el pensamiento) como lo que se ha denominado ‘mapas cognitivos’. Según esta teoría, se han descrito tres tipos de mapas cognitivos:

a) mapas interoceptivos, que informan del estado de lor órganos internos,
b) mapas propioceptivos, que informan del estado del aparato esquelético-muscular
c) mapas exteroceptivos, que informan del estado del mundo exterior.

Los mapas cognitivos jugarían un papel fundamental en la configuración de la conciencia humana, que es genuina, personal e intransferible del perceptor, como persona capaz de analizar el medio de analizarse a sí misma. Ahora bien, ¿Cómo llega a convertirse la información captada por nuestros sentidos en conciencia y pensamiento?

La teoría de los mapas cognitivos establece que su funcionamiento se basa en los cambios que se producen en el cuerpo y en el cerebro durante nuestra interacción física con los objetos del medio. Las señales neurales en forma de potenciales de acción, enviadas por los sensores desde los órganos sensoriales, construyen pautas o patrones neuronales que plasman en mapas estas interacciones. Dichos patrones neuronales, cuya finalidad es ayudar a gestionar y controlar de modo eficiente el proceso de la vida, son dinámicos, ya que crean una representación del mundo externo que se fija en la memoria y sirve para responder con mayor precisión a los objetos y acontecimientos: al poder ser revividos en nuestra mente a través de la evocación, es posible planificar e inventar respuestas cada vez más perfeccionadas.

Nuestra mente se vale para ello de múltiples mapas de diferentes modalidades sensoriales y el cerebro también tiene que establecer múltiples conexiones entre ellas. Dichas conexiones deben estar sincronizadas en el tiempo. Esta gran complejidad de señales generadas las experimentamos como estados mentales y se corresponden no sólo con la actividad de un área concreta del cerebro, sino más bien son el resultado de un proceso recursivo que tiene lugar entre distintas regiones ensambladas.

Según Damasio (2010), los patrones de ocurrencia de eventos y objetos en el espacio y el tiempo, así como sus relaciones espaciales y temporales (movimiento de los objetos), constituyen el proceso de la mente, como un continuo fluir de estos mapas que corresponden a imágenes del exterior, del interior, reales, recordadas o imaginadas. Estas imágenes se ordenan en secuencias y unas consiguen destacar más que otras en la corriente del pensamiento, según la importancia que tengan para el sujeto. Esta importancia proviene de los valores asignados a los mapas adquiridos a través de la experiencia. Así pues, el fenómeno de percibir es producto de complejos procesos, que desde hace poco tiempo se están empezando a comprender y, que, si pensamos sobre ellos, podemos preguntarnos por la certidumbre e incertidumbre de nuestro conocimiento. ¿Cómo capturamos un objeto y lo llegamos comprender? ¿Se corresponde la realidad con la representación cognitiva que el hombre tiene?, o ¿el mundo cognitivo es sólo un producto inventado por la mente humana? ¿Son fiables y válidos los datos informativos que los órganos sensoriales captan y transmiten? o ¿nos engañan los datos sensoriales?

Estas son incógnitas que nos asaltan a la hora de evaluar la correspondencia entre lo físico y lo psíquico y la validez de la percepción. Aunque existen una varias posiciones teóricas, en general, todos los autores parecen admitir que existe una cierta congruencia aceptable, aunque no en todas las personas y no siempre, entre la información proporcionada por la energía física y la experiencia psicológica correspondiente; asumiendo que, además de la información estimular y contextual, intervienen las experiencias previas, las motivaciones, inferencias, expectativas, etc., que añaden información única de cada persona en la construcción del mundo cognitivo desde el perceptual. 

Así que no percibimos una realidad única, invariable y exacta, sino una representación de ella. Percibir es algo más que ver, oír, oler, etc., se debe interpretar el estímulo y dotarlo de significación. La función perceptiva y la experiencia perceptiva no son exactamente la misma cosa, en contra de lo que parecen indicarnos nuestras experiencias cotidianas. No experimentamos directamente lo que ocurre en nuestras retinas, nuestras orejas o la superficie de nuestra piel.

El conocimiento lo experimentamos como “qualias” o cualidades singulares de experiencia (color, olor, sabor, tamaño/extensión, textura, etc.) en los cuales estamos inmersos. En el mundo físico existen cosas tales como una longitud de onda larga de la luz, vibraciones rápidas de una cuerda, moléculas de una sustancia química conocida como Cl-Na, materia sólida (una roca o un mineral, por ejemplo), etc., mientras que a éstas mismas cosas en el mundo psíquico (la mente) les hacemos corresponder otras cosas tales como: el color rojo, un tono agudo, sabor salado, textura rugosa y aspecto brillante, respectivamente. Se trata de las mismas cosas, pero expresadas en diferente lenguaje: los objetos del mundo los experimentamos como cualidades de experiencia y estas “qualias” son diferentes de su explicación física, son conceptos propios de otro dominio diferente, denominado por algunos autores la “conciencia fenomenológica”, al que pertenecería el psiquismo o, dicho de otra manera, la experiencia consciente personal. 

Por ejemplo, el cerebro debe establecer la correspondencia entre: a) Una determinada longitud de onda radiante y un color; b) Ciertas relaciones espaciales y la percepción de una forma; c) Determinadas relaciones espacio-temporales y percepción de movimiento; d) Cierta frecuencia temporal de un sonido y su tonalidad; etc. La forma de un objeto, las tres dimensiones, la profundidad y la distancia, el color, el movimiento o la posición exacta no son percibidos ni al mismo tiempo ni en el mismo lugar. El cerebro asocia esas informaciones, consulta otras percepciones subjetivas y emocionales y fabrica las imágenes finales.

Lo que realmente experimentamos, aquello de lo que somos conscientes, es la suma de muchos procesos de interpretación, el resultado de lo que Dennett llamaría «proceso editorial»

Uno de los campos de investigación que mayor conocimiento ha aportado sobre como los estímulos percibidos son interpretados y elaborados por el cerebro para alcanzar la conciencia de realidad y permitir una respuesta a ella es, como decíamos al inicio, el de la percepción visual. Así, los investigadores han ido concluyendo que, precisamente como consecuencia de que los datos extraídos del estímulo son interpretados, en ocasiones, cometemos errores de interpretación, al basar las inferencias en ‘pistas’ (claves) inadecuadas.Veamos cómo en ocasiones el cerebro modifica por su cuenta la información que llega a la retina:
  • El cerebro inventa la información que le falta:
    Punto ciego (el cerebro nos hace creer que vemos en una zona donde no nos está llegando información): En el lugar donde penetra el nervio óptico en la retina, llamado disco, tenemos un punto ciego, denominado así porque en ese punto no disponemos de conos ni bastoncillos (células visuales) lo que hace que no podamos transformar los fotones que llegan a él en impulsos nerviosos que lleven esa información al cerebro. Todas las personas normales somos inconscientes de este déficit (el punto ciego) que anula una parte de nuestro campo visual, aunque el déficit está ahí, no nos damos cuenta de él. Esto se debe a que el cerebro “rellena” el espacio que no vemos con información que deduce o imagina según las características del resto de la imagen percibida. 
  • El cerebro ignora la información que no le conviene:
    Supresión sacádica: Otro de los ejemplos que nos indican que nuestra visión no funciona como una simple cámara fotográfica que se limita a captar punto por punto lo que tiene enfrente, es el de los movimientos sacádicos de los ojos: movimientos rápidos de los ojos que hacemos cuando cambiamos de un punto a otro de fijación de nuestra vista. Si estamos mirando algo y después miramos a otro lado, hacemos un movimiento sacádico. También efectuamos estos movimientos cuando leemos, de hecho en esa tarea nuestros ojos efectúan pequeños saltos entre las palabras. Imaginenos que hacemos lo mismo con una cámara de vídeo:  la velocidad de los movimientos sacádicos es tan alta que aparecería en la grabación una imagen borrosa. Si tenemos en cuenta que hacemos más de un movimiento sacádico por segundo de media, deberíamos estar viendo borroso buena parte del tiempo. ¿Por qué, entonces, no vemos borroso durante estos movimientos de los ojos? La explicación está en la supresión sacádica: una interrupción en la recogida de información visual que experimentamos durante el movimiento sacádico de los ojos. Una forma de observar esta supresión es intentar detectar el movimiento de nuestros ojos en un espejo sin girar la cabeza. Si mantenemos la cabeza estática y movemos los ojos de un lugar a otro, no conseguiremos pillar a nuestros ojos moviéndose, por mucho que lo intentemos.Gracias a la supresión sacádica vemos el mundo de una manera estable aunque la imagen en nuestra retina se mueve casi continuamente.
  • El cerebro puede recibir y procesar información sin que seamos conscientes de ello:                                                                                                                Visión ciega: (El cerebro nos hace creer que no vemos a pesar de que hay evidencias de que la información es percibida y procesada) Se ha denominado así a la peculiaridad de ciertas personas que afirman que no ven determinadas zonas de su campo visual y sin embargo se ha comprobado en numerosos experimentos que utilizan información que se les presenta en esa zona. Por ejemplo, fogonazos de luz en la zona ciega del paciente aceleran el tiempo de reacción a estímulos visuales presentados en su campo normal. También palabras presentadas ensu zona ciega, les facilita el reconocimiento de palabras con el mismo significado (reconocimiento semántico) en su zona normal. Un ejemplo es el caso de la paciente D.F. que mencionábamos al inicio,cuya habilidad inconsciente para realizar acciones motoras no se correspondía con su capacidad para percibir de manera consciente las mismas formas visuales. Otros pacientes estudiados, aunque consideraban que eran totalmente ciegos, podían caminar por un pasillo transitado sin chocarse con objetos.                                                                     Negligencia espacial:  una lesión en el hemisferio derecho, impide que estas personas puedan prestar atención al lado izquierdo, es decir, a toda la mitad izquierda de una escena u objeto. Un paciente se quejaba con vehemencia porque no le habían dado suficiente comida: había ingerido todo el alimento situado en el lado derecho de su plato, pero no percibía que el lado izquierdo todavía estaba lleno. En realidad los pacientes con negligencia espacial no son ciegos en el campo visual izquierdo. Sus retinas y su corteza visual funcionan perfectamente; pero desconocemos el modo en que una lesión en un nivel más alto no les permite prestar atención a esta información y registrarla en un nivel consciente. Sin embargo, la información a la cual no se presta atención no se pierde: la corteza todavía procesa la información desatendida, pero en un nivel inconsciente.
  • El cerebro se apoya en la memoria para compensar la falta de estímulos: (el cerebro reacciona y responde aunque no hay estímulo sensorial)
    Sindrome de Charles Bonnet: es un tipo de alucinación, descrito por Ramachandran y Blakeslee en1998, en el que los pacientes, que han sufrido una lesión en el cortex visual quedan parcial o totalmente ciegos; sin embargo, cuando mantienen los ojos abiertos,  experimentan alucinaciones visuales muy realistas,como para «compensar» la realidadque les falta. El contenido de estas alucinaciones suele proceder de la vida cotidiana, aunque en ocasiones también sea extravagante (personajes de historieta, ángeles, duendes, lluvia de estrellas,figuras imaginarias). Las alucinaciones, en general, conllevan la percepción de algo que no está físicamente presente, por parte de una persona despierta y consciente: son una sensación sin estímulo.Se diferencia de la ilusión visual en que una ilusión es una reacción real frente a una sensación real en la que la persona se equivoca al atribuir la causa.
    Vuelo fuera del cuerpo: Es otro caso de situaciones en que la estimulación sensorial esta ausente, pero la percepción subjetiva varía. En algunas ocasiones los pacientes de cirugía informan que dejaron sus cuerpos durante la anestesia, describiendo una sensación irrefrenable de haber flotado cerca del techo e incluso haber mirado hacia abajo, hacia su cuerpo inerte. El neurólogo suizo Olaf Blanke realizó una serie de experimentos sobre las experiencias extracorporales. Tras investigar a muchos pacientes neurológicos y quirúrgicos, Blanke descubrió que existía una región cortical que, cuando sufría algún daño o alguna perturbación eléctrica,causaba repetidamente una sensación de transportación fuera del cuerpo (Blanke,Landis, Spinelli y Seeck, 2004, Blanke, Ortigue, Landis y Seeck, 2002). Esta región está situada en una zona de alto nivel del cerebro donde convergen múltiples señales: aquellas provenientes de la visión, de los sistemas kinestésico y somatosensorial (nuestro mapa cerebral de las señales musculares, de acción y del tacto corporal) y del sistema vestibular (la plataforma biológica de la inercia, localizada en nuestro oído interno, que monitorea los movimientos de la cabeza). Al unir estas valiosas pistas,el cerebro genera una representación integrada de la localización del cuerpo en relación con su entorno. Sin embargo, este proceso puede funcionar mal si las señales no concuerdan o se vuelven ambiguas como resultado del daño cerebral. La conclusión es que el estado extracorporal sería parecido a una forma exacerbada del mareo que todos experimentamos cuando nuestra vista no concuerda con nuestro sistema vestibular, como en un barco en alta mar.
  • El cerebro cambia de opinión sobre lo que está viendo:
    (El cerebro responde preferentemente ante los cambios en los estímulos, por encima del juicio inicial sobre un estímulo en particular).                                Postefectos: Si observamos de manera continuada una figura verde, durante un par de minutos, e inmediatamente miramos una hoja de papel blanco, veremos exactamente la misma figura, pero en el color complementario, es decir, en rojo. En escasos segundos habrá desaparecido. Otro ejemplo: al mirar, por un tiempo prolongado, determinadas figuras geométricas planas (espiral, aspas, remolinos, etc.), rotando a cierta velocidad, si se detiene la rotación súbitamente, percibiremos un movimiento en el sentido contrario de estas figuras. 
  • El cerebro lucha continuamente contra sí mismo:
    Rivalidad binocular: Es una poderosa ilusión óptica descubierta por Charles Wheatstone en 1838. Al presentar una imagen distinta ante cada ojo; en un momento dado sólo veremos una de ellas. En el experimento, se le presentaba al sujeto un rostro al ojo izquierdo y una casa al derecho. En lugar de ver dos imágenes fusionadas, veía un sinfín de alternancias entre el rostro, la casa, y así sucesivamente.Este efecto da una prueba contundente de la percepción subjetiva: si bien el estímulo es constante,el espectador informa que lo que está viendo cambia.
    Nunca procesamos en realidad dos elementos no relacionados de manera consciente justo en el mismo momento. Cuando intentamos prestar atención a dos cosas a la vez, como nuestra conciencia no puede percibir de manera simultánea dos objetos en la misma localización, nuestro cerebro es el escenario de una competencia feroz. Se accede a uno de ellos, que entra en la percepción consciente, pero el otro debe esperar.
Las conclusiones alcanzadas sobre los efectos visuales investigados, permitieron a científicos como  Ramachandran aventurar una hipótesis: todo acto de percepción parece implicar un juicio por parte del cerebro; «parece que lo que llamamos percepción es, en realidad, el resultado final de una interacción dinámica entre las señales sensoriales y la información almacenada a alto nivel sobre imágenes visuales del pasado « (Ramachandran y Blakeslee, 1998).

Por lo que la realidad, es para cada ser humano, ni más ni menos que una serie de señales bioeléctricas que contienen información codificada sobre el mundo exterior. Al procesar esas señales, interpretándolas, en el cerebro, inferimos las cualidades y relaciones de las cosas y seres en el mundo externo al yo. Pero nadie puede asegurar la certeza absoluta de esta inferencia. Y, en consecuencia, cada persona solo tiene constancia de su subjetividad, cada persona dispone de un punto de vista subjetivo en el mundo, una particular manera de vivir y entender este mundo, su realidad. Y cuando el ser humano coincide consensuadamente con las subjetividades de otros seres humanos, podemos otorgar a este conocimiento la categoría de objetividad.


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jueves, 18 de agosto de 2016

CEREBRO EMOCIONAL VERSUS RACIONAL ¿QUIÉN GANA?





 
Naufragio del Titanic, 14 de Abril de 1912. Murieron más de 1.000 personas, y pudieron ser muchas más, lo que evitó una tragedia mayor fue que el salvamento se organizó de una forma racional, como es sabido: primero mujeres y niños para ocupar los botes, la evacuación organizada según departamentos, la orquesta siguió tocando hasta el final para contribuir a mantener la calma del pasaje… El Lusitania, un barco muy parecido al Titanic aunque menos conocido, se hundió el 7 de Mayo de 1915, debido a un torpedo procedente de un submarino alemán en la I Guerra Mundial. En este último, el salvamento no se organizó de una forma racional ni lógica, sino regido por el «sálvese quién pueda». Las características sociales del pasaje eran las mismas, las características técnicas de los barcos y condiciones reglamentariamente establecidas para el salvamento eran las mismas en ambos casos. ¿Qué fue lo que provocó esta diferencia extrema entre la organización-desorganización del salvamento?

Aunque pudiera no parecerlo, la razón es más poderosa que la emoción; pero sólo cuando le prestamos atención, cuando se usa conscientemente. Cuando bajamos la guardia, son las emociones las que predominan. Somos seres instintivos, emocionales y racionales a la vez: vamos a ver por qué, y lo que esto implica.
 
El cerebro como órgano ha evolucionado desde hace 400 millones de años, desde el cerebro de los reptiles, programado para tener comportamientos instintivos, pasando por el cerebro de los mamíferos: el cerebro de las emociones, que nace para potenciar la conducta instintiva, aparece hace alrededor de 200 millones de años; y finalmente hace entre 50-60 millones de años, aparece el neocortex, el cerebro de los primates, que podemos denominar el de la razón o inteligencia. Pero ninguna de estas capas se ha eliminado con la evolución, por eso no hemos dejado de ser seres instintivos ni emocionales aunque seamos racionales. Todos los estadios de nuestro cerebro, desde el más primitivo hasta el más reciente, se hallan integrados.

Así, se han descrito las estructuras anatómicas del cerebro humano que intervienen en el afecto y la cognición, son las siguientes:
  • Corteza prefrontal dorsolateral, controla el pensamiento, la inteligencia, la voluntad, accediendo a la información que le proporciona el resto del cerebro. También llamada neocorteza, elabora la información recibida mediante diversos niveles de circuitos cerebrales antes de percibir plenamente y por fin iniciar la respuesta que considera más perfectamente adaptada.
  • Amígdala, estudiada desde los años 60 del siglo XX, hoy día se considera el centro del cerebro emocional, aunque no la única parte que se dedica al procesamiento de las emociones. Su nombre, procedente del latín, significa “almendra”, ya que tiene forma ovoidal. Se encuentra en la parte medial del lóbulo temporal del cerebro de primates y en la parte basal y caudal del telencéfalo del resto de los vertebrados. Según las últimas investigaciones, la región amigdalina está implicada en funciones de importancia vital para el organismo, como el miedo, la reproducción, la memoria, el aprendizaje de asociaciones entre estímulos y refuerzos positivos, el comportamiento agresivo e incluso el estrés. Éstas no son estructuras independientes, aunque cada una de ellas es clave en su cometido. Actúan integradamente a través de
  • Estructuras puente: partes de nuestro cerebro que permiten que la emoción pueda influenciar al razonamiento, a la inteligencia, y viceversa. Son la corteza orbitofrontal y ventromedial y la corteza cingulada anterior.
Pero ¿qué es exactamente una emoción? La emoción es una activación neuroendocrina y conductual que induce al cuerpo al movimiento, mediante la secreción de hormonas que cambian la respuesta fisiológica y conductual, energiza nuestro cuerpo para la acción (respuesta de lucha o huida).

Cada emoción conlleva una conducta corporal visible y determinada. Por ejemplo, no tenemos la misma postura cuando estamos enfadados que cuando nos sentimos felices.
 
Dado que la función principal del cerebro es mantener la homeostasis del cuerpo, es decir, su equilibrio; el cerebro ha de estar pemanentemente informado de lo que ocurre en nuestro organismo: es por esto que cuando nos emocionamos, el cerebro percibe que nuestro cuerpo se revoluciona, así aparece el sentimiento, la parte consciente de la emoción, lo que sentimos cuando sentimos miedo, o amor, o vergüenza.
 
Así pues, la diferencia entre emoción y sentimiento es clara: el sentimiento es la forma subjetiva que tiene el cerebro de interpretar los cambios fisiológicos que ocurren en el cuerpo a raíz de experimentar una emoción.
 
Por todo ello, las emociones son clave para recordar las cosas importantes que nos ocurren en la vida. Pero nuestras respuestas no pueden ni deben guiarse sólo por las emociones, sino que en cada una de ellas también juega su papel el pensamiento o cognición.
 
En los años 90 del pasado siglo, Joseph LeDoux, destacado neurobiólogo de la Universidad de Nueva York, fue el primero en describir la función que desempeña la amígdala en el cerebro emocional, demostrando que las señales sensoriales del ojo y el oído viajan primero a la región cerebral del tálamo para dirigirse luego directamente hacia la amígdala; en cambio, una segunda señal del tálamo se dirige a la neocorteza, el cerebro pensante. Esta bifurcación permite a la amígdala empezar a responder antes que la neocorteza, que elabora la información mediante diversos niveles de circuitos cerebrales antes de percibir plenamente y por fin iniciar su respuesta más perfectamente adaptada. Este es el motivo de que muchas reacciones emocionales ocurran sin ninguna decisión consciente y cognitiva, desencadenando la respuesta emocional antes de que los centros corticales puedan comprender qué está sucediendo. Lo peor es que la mente emocional considera sus convicciones como absolutamente ciertas. Esta es la explicación por lo que es muy difícil poder razonar con alguien que está emocionalmente perturbado.

En la actualidad, mediante las técnicas de resonancia magnética funcional, los investigadores han podido comprobar como se activa la amígdala en una persona en la que está funcionando la emoción, y la corteza prefrontal dorsolateral, cuando está funcionando su razonamiento; así como la corteza ventromedial que conecta ambos centros para que funcionen de manera integrada.Pero ¿qué ocurriría si se desconectara nuestro cerebro emocional de nuestro cerebro funcional?

La respuesta a esta pregunta la obtuvieron los investigadores del famoso caso de Phineas Gage, en 1848. Su caso, a raíz de un accidente, ha pasado a la historia de la neurociencia: al haber sido destruidas las partes ventromediales y orbitofrontales de su cerebro, provocando una desconexión entre su cerebro emocional y racional, se convirtió en otro hombre, una persona sin racionalidad, sin sentido común, sin disciplina, dominado por las emociones, sin vergüenza, abrupto e impulsivo. El resto de su vida no pudo tener relaciones personales ni sociales adecuadas, tampoco conservar su trabajo. En su caso, la emoción dominaba poderosamente a la razón.
 
Esto demuestra que cuando la parte racional y emocional del cerebro se desconectan funcionalmente (aunque no lo hagan anatómicamente como puede ser por un accidente o lesión), predomina el comportamiento emocional. La razón pierde capacidad entonces para controlar la conducta.

El regulador del cerebro para los arranques de la amígdala es afortunadamente la corteza prefrontal, que contiene o controla el sentimiento (por ejemplo de rabia) con el fin de ocuparse más eficazmente de la situación inmediata, o cuando una nueva evaluación hace conveniente una respuesta totalmente diferente, más analítica o apropiada a nuestros impulsos emocionales. Así pues, el discernimiento en la respuesta emocional es progresivo, la decisión es resultado de un proceso evaluativo entre razón y emoción previo a nuestras respuestas, a no ser que haya una emergencia emocional; donde respuestas rápidas son fundamentales para nuestra supervivencia: imaginemos que vamos a cruzar una calle y que en el instante en que bajamos el pie de la acera pasa a gran velocidad un coche; por supuesto nuestra reacción más inmediata es echar el pie hacia atrás como un movimiento reflejo, no hay tiempo para valorar las distintas posibilidades que podría ofrecernos la mente pensante, esa pérdida de tiempo sería fatal para la supervivencia.

Es aquí donde obtenemos la respuesta a nuestra pregunta inicial: el Titanic se hundió en 2h., mientras que el Lusitania lo hizo en 20 minutos. En condiciones extremas, cuando no hay tiempo para decidir, el cerebro racional no puede emitir una respuesta, no tiene capacidad de organizarla. Ahí se impone el cerebro emocional, diseñado para una respuesta rápida de supervivencia.

Sin embargo, lo normal es que para otras situaciones exista una relación mente emocional-mente pensante: cuando una emoción entra en acción, momentos después la corteza prefrontal se representa una relación riesgo/beneficio de infinitas reacciones posibles, y elige una de ellas como la mejor. Si la amígdala actúa a menudo como disparador de emergencia, la corteza prefrontal izquierda parece ser parte del mecanismo de desconexión del cerebro para las emociones perturbadoras: la amígdala propone y el lóbulo frontal dispone.
 
Esto nos lleva a pensar que tenemos dos mentes, una mente emocional y otra racional, la primera es mucho más rápida, actúa sin ponerse a pensar en lo que está haciendo, descarta la reflexión deliberada y analítica propia de la mente pensante, por lo que las acciones que surgen de la mente emocional acarrean una sensación de certeza especialmente fuerte: tras una descarga emocional fuerte, o incluso durante la misma, nos sorprendemos a veces pensando para qué o por qué lo hice; como en el caso de una discusión en la que de pronto se desata una tormenta emocional y respondemos diciendo lo primero que nos pasa por la cabeza fruto de la ira, desesperación o tristeza, en definitiva de las emociones. En este caso quizá luego llegue el arrepentimiento: cómo he podido dejarme llevar por las emociones, debería de haberme controlado.
 
Hemos llegado a la conclusión de que las emociones son imprescindibles en nuestra vida, ya que nos ayudan a sobrevivir en el momento inmediato y a decidir, porque adelantan cómo nos vamos a sentir en una situación u otra. Por ello, es muy difícil intentar tomar decisiones sobre una base puramente racional.

Hay otros casos en los que, no estando implicada la supervivencia inmediata, la emoción interfiere la razón: por ejemplo, en una infidelidad, la razón avisa a la persona infiel de que esa conducta no está bien, mientras que la emoción refuerza la conducta infiel positivamente a través del placer que ésta produce. En ese caso, se produce un desequilibrio entre razón y emoción que genera estrés a la persona, siendo la única posibilidad de evitar ese estrés alcanzar de nuevo el equilibrio: o bien cambia la emoción abandonando la infidelidad, o se buscan argumentos razonables que hagan aceptable la conducta infiel.

La calidad de vida de una persona, pues, depende de su balance o equilibrio emocional: la capacidad para sentir sus emociones de forma adecuada y regularlas en respuesta a las circunstancias estresantes de la vida. Ello obviamente no supone eliminar las emociones, cosa como hemos visto imposible, sino integrar la razón y la emoción para evitar el estrés, que no es más que una respuesta emocional continuada y disfuncional.

Las personas con capacidad para obtener ese equilibrio decimos que despliegan inteligencia emocional. Lo que hoy conocemos como “inteligencia emocional“, fue un término acuñado en 1990 por dos psicólogos, John Mayer de la universidad de New Hampshire, y Peter Salovey de Yale; abarca cualidades del ser humano como la comprensión de las propias emociones, la capacidad de saberse poner en el lugar de otras personas y la capacidad de conducir sus propias emociones de forma que mejore la calidad de vida. Salovey organiza la inteligencia emocional en cinco competencias principales:
  • Conocimiento de las propias emociones (autoconocimiento)
  • Capacidad de manejarlas (control emocional)
  • Capacidad de automotivarse
  • Capacidad de reconocimiento de las emociones de los demás (empatía)
  • Habilidad en las relaciones (habilidades sociales y liderazgo)
La gran ventaja es que la mente emocional puede interpretar percepciones en un instante, es decir, podemos evaluar si alguien está mintiendo, está triste o alegre, y evaluar intuitivamente cómo comportarnos con cada una de las personas que nos rodea. A partir de aquí la persona tendrá habilidades para percibir, valorar y expresar emociones con precisión o desarrollar la capacidad de generar a voluntad determinados sentimientos, en la medida que faciliten el entendimiento de uno mismo o de otra persona o incluso de regular las emociones para fomentar un crecimiento emocional o intelectual.
En conclusión, la inteligencia emocional es el uso de la razón para gestionar convenientemente nuestros sentimientos: una emoción negativa se puede anular con una positiva, si sabemos utilizar la razón (la inteligencia emocional) para seleccionar y desarrollar dichas emociones positivas, así como para ajustar nuestras expectativas a nuestras posibilidades y las de quienes nos rodean.

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