De izda a dcha: Pablo Catatumbo y Jorge
Enrique Botero
Entrevista al comandante de las FARC-EP Pablo
Catatumbo
"EL PEOR ERROR DE SANTOS FUE HABER MATADO A
ALFONSO CANO"
Partido Comunista Colombiano
27-09-2013
Pablo Catatumbo fue boxeador un par de
años antes de volverse guerrillero. Participó en los juegos departamentales del
Valle del Cauca en 1970, y obtuvo bronce en la categoría de los pesos mosca. Su
sueño era representar a Colombia en los Juegos Panamericanos de Cali de1971,
pero en el camino se atravesaron Carlos Marx y José Maria Vargas Vila, lo cual
hizo que cambiara bruscamente de cuadriláteros, metiéndose a una pelea de
asaltos infinitos en las que no se oye el sonido salvador de la campana sino el
eterno silbido del plomo ventiao.
Nació en 1953, en plena dictadura de
Rojas Pinilla, en el emblemático barrio San Antonio de Cali, pero siendo muy
niño su familia se trasladó al barrio Municipal, donde vivió su niñez y la
juventud. “Fueron años muy felices aunque transcurrieron en medio de la
pobreza: mi padre era un obrero que ganaba el mínimo, pero era un hombre muy
dedicado a su familia, una familia numerosa de diez hijos donde habitó siempre
el afecto”.
Aquellos años felices, sin embargo, se interrumpieron como un hachazo sin
aviso, con la muerte repentina del señor de la casa. “Él trabajaba en la Kodak,
en la Plaza de Caicedo y los fines de semana iba a Roldanillo, su tierra natal,
a tomar fotografías para hacer unos pesos extras. En uno de esos viajes, de
regreso a Cali, una locomotora embistió el vehículo en que viajaba y falleció
instantáneamente”, recuerda Catatumbo.
Pese a que su padre era conservador y a que se proclamaba laureanista, en la
casa de Catatumbo no se respiró política. “Él no era sectario ni fanático, era
un conservador por tradición, cuya enorme admiración hacia John F. Kennedy lo
hacía ser un godo muy atípico”.
Jorge Torres Victoria tenía 11 años cuando falleció su padre y tuvo que ver
cómo su hermano mayor, de 16, tomaba las riendas de la casa. Para completar las
turbulencias de aquella época, dos años después, una hermana murió de cáncer.
“Afortunadamente el patrón de mi papá, don Edgar Lenis, asumió una especie de
tutoría de la familia: le dio a mi hermano el mismo puesto y el mismo sueldo
que tenía mi padre, lo cual permitió que la familia no cayera en la miseria
absoluta”.
Con el ingreso del hermano mayor de Catatumbo al mundo laboral comenzaron a
aparecer “de la noche a la mañana un montón de libros raros” en la casa del
barrio Municipal. Desde esa época el jovencito Torres Victoria comenzó a
cultivar una gran admiración por su hermano mayor, quien se esforzaba al
máximo, trabajando de día en la Kodak y estudiando de noche en el colegio Santa
Librada, más conocido en Cali como el Santa “Pedrada” por el espíritu de
rebeldía que siempre se respiró en sus aulas.
El hermano mayor leía en voz alta y el menor le escuchaba entre la fascinación
y el asombro. Oyendo los textos de Vargas Vila, descubrió que era posible
cuestionar los valores y las instituciones de la época, en especial a la
iglesia. Fue así como el adolescente Jorge Torres Victoria se hizo hombre entre
los Césares de la decadencia y Aura o las violentas. “Por fortuna no me
contagié de la misoginia del autor”, bromea.
También fue por esa época que el hoy comandante guerrillero, miembro del
Secretariado de las Farc, le oyó leer a su hermano una minuciosa biografía de
Lenin escrita por Gerard Walter. “Muchos años después me estremecí al verme
leyendo en voz alta la misma biografía de Lenin, pero esta vez a la luz de una
vela en medio de la selva, frente a un auditorio de 50 guerrilleros”
A finales de los 60 sucedió algo que se veía llegar: su hermano ingresó a las
filas del Partido Comunista y la casa del barrio Municipal se convirtió en un
hervidero de ideas revolucionarias. “Mi hermano era un organizador nato, un
constructor de partido y era imposible que yo no terminara contagiado de sus
ideas”. Fue él quien lo convenció de ingresar a la Juventud Comunista (JUCO) en
mayo de 1968 por los mismos días en que los muros de Paris gritaban “Seamos
realistas, pidamos lo imposible” y en las esquinas se gritaba que quedaba
terminantemente “prohibido prohibir”.
En aquel año mágico ocurrió un nuevo sisma en la familia Torres: el hermano
mayor y alter ego del joven Jorge decidió irse para las Farc. “Él era muy
metódico y antes de ingresar a la guerrilla hizo un entrenamiento de un año.
Trotaba, cruzaba a nado el rio Cauca, y subía y bajaba lomas con mucho peso
encima”. Sin decirle nada, Luis Ernesto invitaba a Jorge a sus travesías. Fue
así como terminaron navegando el Cauca sobre una balsa de guaduas hecha por
ellos mismos con la cual intentaron llegar hasta la desembocadura del rio,
centenares de kilómetros al norte. “Por fortuna la balsa se deshizo antes de
llegar a La Virginia (Risaralda), donde hay unos tremendos saltos en los que
nos hubiéramos ahogado entre la furia de las aguas”. La evocación de aquella
pequeña odisea fluvial lo remite sin remedio a los caudales del rio
Mississippi, donde transcurren las aventuras de Tom Sawyer y Hukleberry Finn,
los inmortales personajes de Mark Twain que él leyó con pasión algún tiempo
después. “Entre los autores norteamericanos, me quedo con Twain, aunque creo
haberme leído toda la obra de Hemingway y también ese fabuloso libro de John
Steinbeck titulado Las uvas de la ira“.
“Pocos días antes de irse pal monte, mi hermano me presentó a una persona que
me impactó mucho, pues era la primera vez en mi vida que yo veía un costeño. Me
llamó la atención la alegría, el desparpajo y la vitalidad del personaje. Era
alguien que irradiaba optimismo por todos los poros: se llamaba Jaime Bateman y
le decían el flaco. “Bateman fue el que se llevó a mi hermano para las Farc”,
rememora Catatumbo.
A comienzos de los 70, el joven comunista Jorge Torres Victoria estaba dedicado
de lleno a la militancia política, como activista en las muy recordadas
movilizaciones estudiantiles del año 71. Fue por esa época cuando la JUCO lo
envió a tomar un curso en las afueras de Moscú, en un instituto donde se
reunían jóvenes revolucionarios de todo el mundo para aprender la cartilla
marxista-leninista de la mano de profesores soviéticos. En la delegación
colombiana viajaba alguien que se convertiría en el entrañable amigo y
compañero de caminos y combates de Torres Victoria: Guillermo León Saénz, mejor
conocido, 11 años después, como Alfonso Cano.
Catatumbo se devuelve por los vericuetos de su memoria hasta el invierno
glacial que los acompañó en esos meses y recuerda que entre sus compañeros de
curso también estaba Leonardo Posada, asesinado en Barrancabermeja el 30 de
agosto de 1986, semanas después de haber sido elegido representante a la Cámara
por la Unión Patriótica.
A su regreso de la URSS se enteró de que su hermano mayor, la persona que más
admiraba y que más influencia ejercía sobre él, ya estaba en la guerrilla.
“Quien que me lo contó fue Bateman durante una larguísima conversación de seis
horas en la que yo permanecí casi todo el tiempo callado, obnubilado con la
carreta del Flaco.”. Al terminar aquella charla, Jorge Torres Victoria quedó
absolutamente convencido de que su destino también sería el mundo insurgente.
“Bateman era un organizador impresionante. El que pasaba por sus manos
terminaba en el monte”, recuerda Catatumbo y aprovecha para subrayar el origen
comunista y fariano del líder del M-19, fallecido en abril de 1983 en las
selvas del Darién. “Bateman ingresó a las Farc en 1966, apenas dos años después
de la fundación de esta guerrilla y trabajaba directamente con Jacobo Arenas,
al frente de una red de apoyo urbana. Tres años antes había sido miembro de la
dirección nacional de la JUCO”.
Unas semanas después de la conversación con Bateman, Torres Victoria viajó
hacia el páramo de Sumapaz, camino de entrada a los campamentos guerrilleros.
Dice que disfrutó mucho aquel trayecto pues lo hizo acompañado de Manuel
Ruiseco, sobrino del entonces obispo de Cartagena, quien también se disponía a
ingresar a las Farc y se sabía todos los poemas de Pablo Neruda. Entre muchos
poemas de amor y una canción desesperada llegaron a un campamento que se
llamaba Rajapicha, donde conoció a Jacobo Arenas. “Ahí estaban también Jorge
Briceño (Mono Jojoy), recién ingresado, Miguel Pascuas, Jaime Guaracas, Álvaro
Fayad y Carlos Pizarro”.
A comienzos de los 70, el joven comunista Jorge Torres Victoria estaba dedicado
de lleno a la militancia política, como activista en las muy recordadas movilizaciones
estudiantiles del año 71. Fue por esa época cuando la JUCO lo envió a tomar un
curso en las afueras de Moscú, en un instituto donde se reunían jóvenes
revolucionarios de todo el mundo para aprender la cartilla marxista-leninista
de la mano de profesores soviéticos. En la delegación colombiana viajaba
alguien que se convertiría en el entrañable amigo y compañero de caminos y
combates de Torres Victoria: Guillermo León Saénz, mejor conocido, 11 años
después, como Alfonso Cano.
Catatumbo se devuelve por los vericuetos de su memoria hasta el invierno
glacial que los acompañó en esos meses y recuerda que entre sus compañeros de
curso también estaba Leonardo Posada, asesinado en Barrancabermeja el 30 de
agosto de 1986, semanas después de haber sido elegido representante a la Cámara
por la Unión Patriótica.
A su regreso de la URSS se enteró de que su hermano mayor, la persona que más
admiraba y que más influencia ejercía sobre él, ya estaba en la guerrilla.
“Quien que me lo contó fue Bateman durante una larguísima conversación de seis
horas en la que yo permanecí casi todo el tiempo callado, obnubilado con la
carreta del Flaco.”. Al terminar aquella charla, Jorge Torres Victoria quedó
absolutamente convencido de que su destino también sería el mundo insurgente.
“Bateman era un organizador impresionante. El que pasaba por sus manos
terminaba en el monte”, recuerda Catatumbo y aprovecha para subrayar el origen
comunista y fariano del líder del M-19, fallecido en abril de 1983 en las
selvas del Darién. “Bateman ingresó a las Farc en 1966, apenas dos años después
de la fundación de esta guerrilla y trabajaba directamente con Jacobo Arenas,
al frente de una red de apoyo urbana. Tres años antes había sido miembro de la
dirección nacional de la JUCO”.
Unas semanas después de la conversación con Bateman, Torres Victoria viajó
hacia el páramo de Sumapaz, camino de entrada a los campamentos guerrilleros.
Dice que disfrutó mucho aquel trayecto pues lo hizo acompañado de Manuel
Ruiseco, sobrino del entonces obispo de Cartagena, quien también se disponía a
ingresar a las Farc y se sabía todos los poemas de Pablo Neruda. Entre muchos
poemas de amor y una canción desesperada llegaron a un campamento que se
llamaba Rajapicha, donde conoció a Jacobo Arenas. “Ahí estaban también Jorge
Briceño (Mono Jojoy), recién ingresado, Miguel Pascuas, Jaime Guaracas, Álvaro
Fayad y Carlos Pizarro”.
Al día siguiente Catatumbo pidió permiso para visitar a su hermano, que estaba
en un campamento vecino, y cuál no sería su sorpresa cuando éste le contó que
Pizarro había dejado las filas guerrilleras. “Se voló ese man, me dijo mi
hermano y yo quedé estupefacto. Sin embargo, siempre tuve la convicción de que
Carlos no era un traidor. Allá lo acusaron de todo eso, pero yo decía: el no es
un traidor. El se voló por incomprensiones, pero no para traicionar la
revolución. Y puedo decir que siempre conservé la amistad y la admiración por
él”.
Catatumbo también cultivó una estrecha relación con Iván Marino Ospina a quien
califica como un hombre con gran capacidad de liderazgo, firme y valiente. “Eso
es justamente lo que uno añora cuando ve a estos líderes del M-19. Iván Marino,
Fayad, Pizarro, Bateman, eran auténticos revolucionarios. No como un Navarro o
un Petro. Y ni qué decir de un Rosemberg o un Everth Bustamente que son
verdaderos traidores. No se entiende que personas que estuvieron al lado de
Bateman terminen avalando a un fascista como Álvaro Uribe”.
El jefe guerrillero que actualmente busca en la Mesa de Diálogos de La Habana
una fórmula que permita a las Farc entrar de lleno en la escena política,
considera que Navarro nunca ha sido revolucionario, por lo tanto no es un
traidor. “Lo que sí está claro es que él no encarna los ideales por los cuales
luchó y murió tanta gente. Navarro abandonó los principios que lo catapultaron
al escenario nacional”.
En el año 83, después de pasar una temporada en la cárcel, Guillermo Sáenz
llegó al campamento de La Caucha, en las faldas de la cordillera oriental, para
convertirse en Alfonso Cano. Allí lo recibieron Manuel Marulanda y Jacobo
Arenas. “Hay que reconocer el enorme esfuerzo que tuvo que hacer Alfonso para
adaptarse al mundo insurgente. Él era urbano en toda la extensión de la
palabra, físicamente “blandito”, y sufría bastante con las condiciones agrestes
de las montañas, aunque vale decir que al final de su vida ya era un curtido
guerrillero”. Al evocar a su camarada entrañable, abatido en el departamento
del Cauca el 4 de noviembre del 2011, Cataumbo lo define como un amigo firme y
leal, de profundas convicciones políticas, nada dogmático ni sectario;
aficionado a escuchar a los demás, espartano en su vida personal y dueño de un
agudo sentido del humor. “El peor error que ha cometido Santos fue matar a
Alfonso Cano. Con su asesinato, que se pudo evitar, Santos perdió un magnífico
interlocutor que le hubiera dado gran profundidad e incluso más rapidez al
proceso de paz”.
Cuando termina de evocar al amigo, Catatumbo abre una carpeta que exhibe en su
carátula muchos kilómetros andados y quizás décadas de vida. Saca una hoja
amarillenta y lee en voz alta las palabras con las que Cano inauguró los
diálogos de paz de Caracas, en junio de 1991: “Pongamos en el centro de nuestra
sociedad el derecho a la vida. Creemos la mentalidad nacional del respeto a la vida
como el bien natural y social primario de la gente que habita nuestra
patria.(…) todos y cada uno de nosotros tiene responsabilidad con la solución
negociada. La paz no es cuestión de resolver la situación de personas o de
organizaciones. No se trata de darles garantías electorales o curules a los
dirigentes, se trata de lograr acuerdos que permitan iguales derechos y
garantías para todos los colombianos sin excepción…esa es la esencia de la
negociación”.
Catatumbo cierra la carpeta, hace un largo silencio y escucha los ecos de una
tormenta eléctrica que se acerca a La Habana. “Palabras absolutamente vigentes.
Lo mismo que estamos discutiendo ahora, sólo que han pasado 22 años, unos
cuantos miles de muertos y millones de desplazados”.
Espere mañana:
-No pensamos pasar de agache en el tema de las víctimas: asumiremos las
responsabilidades que nos correspondan
-Catatumbo está leyendo una biografía de Gerry Adams: si Irlanda del Norte, con
semejante conflicto, pudo lograr una salida política, es imposible que Colombia
no lo consiga.
-Recomienda a nuestros generales que lean al mariscal Montgomery: “el papel de
los militares no es glorificar la guerra sino hacer todo lo posible para
evitarla”
-No me veo de parlamentario, pero si toca, toca
-La pepa del acuerdo son las garantías políticas y la pepa de las garantías es
el desmonte definitivo del paramilitarismo
-Hoy lo único rentable en el campo es la coca
-Santos contra Santos en la disputa de la presidencia?…eso no es serio, como
dijo el señor Presidente.
-Marulanda fue el que le puso orden a la guerra a comienzos de los 60
-Las 2 Orillas
TANTA RETÓRICA HACE DAÑO, SANTOS
www.farc-ep.co
27-09-2013
El Presidente Santos respondió
calculando cada palabra al referirse en Nueva York a los ofrecimientos de
colaboración que le hiciera el Presidente Mujica. No obstante agradecer la
propuesta del territorio uruguayo como posible sede, el primer mandatario
colombiano prefirió no adelantar nada sobre diálogos con la guerrilla del ELN.
En este tipo de situaciones hay que ser muy prudente. Las decisiones se toman
de común acuerdo, afirmó.
Vale creer que para el Presidente Santos esta última frase debe inspirar
también los diálogos con las FARC. Las decisiones, los acuerdos, han de ser el
producto del consenso. No puede pretenderse estar sentado en una mesa de
conversaciones y que sólo lo que una de las partes sostenga merezca atención.
Si como lo predica repetidamente Santos, se conversa es con el enemigo, si la
paz consiste en tender puentes entre contrarios, los modelos económico y de
democracia, verdaderas causas de la confrontación social y armada,
necesariamente deben ser modificados.
En las más recientes intervenciones del Presidente Santos, su discurso apunta a
señalar con un grave e irresponsable sesgo, que el conflicto armado colombiano,
la guerra, esa que ha dado en llamar mula o vaca muerta atravesada en el
camino, es atribuible de manera exclusiva a la insurgencia. El terrorismo de
Estado, las ejecuciones extrajudiciales, el paramilitarismo, los
desplazamientos y demás horrores, según él, sólo son imputables a nosotros. Los
intereses norteamericanos, la oligarquía colombiana, sus fuerzas armadas, sus
políticas antipopulares y violentas, su corrupción y sus represiones son por
completo ajenos e inocentes.
Si bien es cierto que varias generaciones de colombianos no hemos conocido en
la vida un solo día de paz, tampoco puede desconocerse que lo peor de la
existencia ha correspondido siempre a los sectores más pobres, la inmensa
mayoría, y no precisamente a las familias engominadas que durante más de un
siglo han manejado el país para beneficio de sectores minoritarios. Que Santos
padre o hijo hayan prestado su servicio militar en la Armada o el Ejército,
está muy lejos de equipararlos con los humildes colombianos que se juegan la
vida en el campo de batalla. Las odiosas distinciones de clase y los
privilegios perversos no desaparecen con frases enternecedoras.
El cerrado régimen bipartidista, la violencia salvaje en que echó sus raíces
desde la primera parte del siglo pasado, azuzada por familias como los Santos,
según sus propias y espontáneas revelaciones recientes, la brutal redistribución
de la tierra que se prolonga hasta los albores de esta centuria, las políticas
económicas encaminadas a favorecer siempre a banqueros, empresarios,
terratenientes y compañías extranjeras al precio del envilecimiento de la vida
de los trabajadores y campesinos, la militarización creciente, la
criminalización de la lucha social, el vandalismo policial, la conjunción de
corrupción, narcotráfico y paramilitarismo, el exterminio de la Unión
Patriótica y lo más granado del movimiento sindical, campesino y popular, la
guerra sucia, los crímenes cometidos por las fuerzas armadas en nombre de la
contrainsurgencia, el capitalismo salvaje desatado en el país con la
implementación de las políticas neoliberales, para la oligarquía gobernante
ninguno de esos fenómenos de la vida colombiana guarda relación alguna con el
conflicto armado existente en el país. Así que basta nuestra voluntad para
poner fin a todo.
Lo que hemos afirmado las FARC desde el comienzo de las aproximaciones con el
actual gobierno, es que para poner fin definitivamente al conflicto es
necesario remover todas esas causas reales de la confrontación. Tras un largo
proceso denominado Encuentro Exploratorio, firmamos con el gobierno nacional un
Acuerdo General que todo el mundo conoce. Cuando lo hicimos, las dos partes
coincidimos en que el desarrollo de los puntos de la agenda acordada se
cumpliría en el espíritu de las distintas consideraciones que integraron su
preámbulo. Sin embargo, nuestros delegados siempre se topan con la actitud
gubernamental de considerar que el Acuerdo sólo comprende los puntos de la
Agenda, a los cuales además insisten en otorgar tal restricción, que sólo lo
que ellos llevan a la Mesa merece considerarse.
Cumplidas así las cosas, y ya lo han explicado ampliamente nuestros voceros, el
gobierno nacional insiste en sus imposiciones unilaterales. Ya cuenta con su
marco legal para la paz, un modelo de justicia transicional diseñado sin contar
para nada con nuestra opinión, el cual además el Presidente Santos promociona hasta
en las Naciones Unidas, única fórmula que considera válida para los puntos
sobre víctimas y participación política. Ya tiene lista su ley de referendo
para refrendar los acuerdos finales. Afirma que una vez desmovilizada, la
guerrilla deberá cambiar de bando y sumarse a la política estatal de
erradicación de cultivos ilícitos, porque así lo tiene él decidido antes de
tratar del tema en los foros respectivos y en la Mesa. Así también la
responsabilidad por el conflicto deberá ser asumida toda por nosotros.
Y aparte, presiona con el cuento de que el tiempo y la paciencia de los
colombianos se agotan. Las protestas, las marchas y los paros recientes
demuestran que eso puede ser cierto, pero no en el sentido que indica el
Presidente. Su tal Pacto Nacional por el Agro no pasa de ser otro de sus falsos
positivos. Los problemas, la inconformidad y la rebeldía siguen vivas. Lo que
se acorta en realidad es el tiempo para definir su candidatura a la reelección,
y es evidente su afán en exhibir al país un acuerdo de paz. Pero ni siquiera
por ello asume una posición que facilite la concertación. Somos nosotros
quienes debemos ceder a sus afanes y firmar cuanto antes lo que él quiere.
Vuelve a llamarnos terroristas, se ufana de haber derramado nuestra sangre como
nadie en los últimos cincuenta años y exhibe en cada mano la cabeza de un
miembro del Secretariado.
Así la cosas, cada gesto nuestro de reconciliación significa debilidad. Haber
pasado sobre el cadáver del camarada Alfonso Cano, haber aceptado los dos
enviados al primer encuentro cuando no eran los que oficialmente nos habían
dicho, hasta nuestra sincera voluntad de firmar una paz digna y justa es
interpretada como el producto de la derrota militar. Y qué decir de la
propuesta de cese bilateral de fuegos. Y de cada una de las propuestas a la
Mesa. Todavía a estas alturas, tres años después de fracasar con su Espada de
Honor y su Prosperidad Democrática, y pese a sus manifestaciones de encontrar
una salida política, Santos, alucinado, confía en doblegarnos con gruñidos.
Estamos muy viejos para eso. La clave está en consensuar, en cambiar para bien
esa actitud arrogante y mezquina.
Mientras eso pasa, ante tan grande ofensiva discursiva y mediática contra
nosotros y lo que sucede en la Mesa, con el exclusivo propósito de que el país
y el mundo conozcan en verdad lo que ocurre, he decidido autorizar a nuestros
voceros en La Habana la elaboración de un informe al pueblo colombiano. Tenemos
una gran responsabilidad ante él, y tanta retórica hace daño, Santos.
Timoleón Jiménez, Jefe del Estado Mayor Central de las FARC-EP
25 de septiembre de 2013