Odebrecht
y los ratones
Nuestra
Bandera (Perú)
31-12-2016
Cuando los militares brasileños adscritos a la Escuela Superior de
Guerra –Olimpio Moura de Minas Gerais, Castello Branco, Amaury Kruel,
y otros- derrocaron a Joao Goulart en marzo de 1964, se inició una nueva
etapa de expansión del capitalismo sub regional en América Latina.
El Golpe tuvo claras connotaciones
imperiales. Su acción, se desencadenó a partir del 13 de marzo de ese
año, cuando el Jefe del Estado firmó una ley expropiando refinerías de petróleo
y tierras. Seis días después -el 19-, los Cipriani de ese escenario y época,
salieron a las calles en una gigantesca “paseata”, por “Dios, Familia y
Libertad” reclamando “la patriótica intervención de los uniformados”.
Eran los tempos en los que Carlos Lacerda y la
“Prensa Grande” saludaban las maniobras militares norteamericanas en
suelo brasileño ejecutadas bajo el sugestivo nombre de “Brother Sam”, y decían
sin rubor: “lo que es bueno para los Estados Unidos, es bueno para el
Brasil”
A la sombra de ese golpe -31 de marzo de 1964- y en
años sucesivos, algunos grupos económicos acumularon inmensas fortunas haciendo
uso de métodos lícitos unos, e ilícitos otros, que multiplicaron su
capacidad operativa; en tanto que morían en las calles luchadores de la talla
de Carlos Marighella y otros -como Dilma- sufrían horrendos castigos en las
ergástulas del régimen.
Cuando los uniformados se vieron forzados a dejar
el Poder en 1985, gracias al vigoroso ascenso de un movimiento popular
que nunca dio tregua a la dictadura; estos grupos dejaron de “mandar” en el
nuevo escenario. Virtualmente “quedaron a la sombra”, y se
dedicaron a multiplicar sus ingresos formando empresas constructoras y
financieras, dando fuerza a un verdadero “imperio de la corrupción”
Surgieron así Odebrecht, Camargo Correa, Andrade
Gutiérrez, Queiroz Galvao, y otras, que buscaron reacomodar su
presencia adaptándose a la “nueva situación”, creada a partir de los años
80 del siglo pasado.
El periodo de transición de los años de la
dictadura a los de la democracia formal, en ese gigantesco país, fue
prolongado; pero, además, nunca profundo. Se cambiaron las formas de
dominación, pero la esencia, fue la misma.
El Fondo Monetario y el Banco Mundial acomodaron
sus recetes y la aplicación de sus políticas financieras y de reactivación;
en tanto que los “Poderes Fácticos” - la Prensa Grande, el sistema financiero,
las entidades patronales, la jerarquía eclesiástica, y otros- mantuvieron
intactos sus vínculos laboriosamente forjados y construidos a partir de la
discriminación, el racismo, la marginación y el anticomunismo desenfrenado.
La llegada del PT al gobierno a fines de los años
90 generó una esperanza; pero, sobre todo, una ilusión. Afincó la idea que era
posible introducir cambios profundos en el esquema de dominación vigente,
maquillando el rostro del Poder.
En otras palabras, se indujo a creer que bastaba
variar el rumbo de la política para hacer más digerible el consistente, y casi
imbatible, sistema de dominación hasta entonces imperante.
A fin de “vender” mejor ese producto,
aparecieron los “programas sociales”, las políticas de inclusión; y las
propuestas orientadas a reducir los índices de pobreza y marginalidad.
El discurso atractivo se basó en la idea que “en
democracia”, era posible disminuir la pobreza y aliviar la
situación las poblaciones más olvidadas; y que, para hacerlo, no
era preciso quitarle nada a nadie. Como la Revolución no era posible y el
Socialismo no tenía fuerza; la “salida“, era distinta: había que
embellecer el capitalismo, no cambiarlo.
Con otras palabras, se hizo carne el mensaje de
Haya de la Torre en 1945 en su recordado discurso de la Plaza San Martín ante
los bacones del Club Nacional: “No se trata de quitarle la riqueza al que
la tiene, sino de crear riqueza para el que no la tiene”. Sabiéndolo, o
ignorándolo, esa fue -finalmente- la esencia de la política del PT en lo
que va del nuevo siglo
A partir de entonces se vio en la patria de
Tiradantes una suerte de escenario compartido. Los empresarios, hacían sus
“negocios”, y los líderes del PT “sus políticas”. Ninguno.
Interfería en el juego del otro. Al contrario. Unos y otros se respetaban y aún
mas, podían “darse la mano” si eso fuera necesario. Lo importante era convertir
en realidad “el Milagro Brasileño“, y lograr lo que ya había predicho Richard
Nixon: “hacia donde mira el Brasil, mira América Latina”.
El “darse la mano”, tenía sus riesgos, pero valía
la pena. Los empresarios podían “aporta fondos” para algunos de los “programas
sociales” en boga, a cambio de que no se tocaran sus privilegios -ni sus
tierras, ni sus empresas-; en tanto que los políticos podían ayudarlos a
“extender” sus negocios, sin comprometer los intereses del Estado.
Fue en ese marco que las empresas brasileñas
llegaron al Perú. Las trajo Alberto Fujimori en la última etapa de su
gestión; y las heredó, en su momento, Alejandro Toledo. Luego
vendrían García y Humala, sólo que en similares condiciones.
Como lo han dicho algunos de los “analistas” que
abordaron el tema, estas empresas no tenían contenido político, ni rumbo
ideológico. Tenían, simplemente, objetivos comerciales. Hacían negocios,
independientemente del signo político de sus circunstanciales “aliados“. La
vida les había enseñado algo que el mundo conocería después en palabras de Deng
Xiaoping: “no importa de qué color sea el gato; lo que importa, es que
coma ratones”.
Y si Odebrecht fue el gato, los ratones en
este rincón del mundo, fueron los mandatarios peruanos que, a cambio de
algunos millones de dólares, les dieron jugosas concesiones. “Hagan sus
políticas, que no nosotros haremos nuestros negocios”, pareciera
haber dicho Marcelo, el brasileño de las coimas.
En 29 millones de dólares se calcula el monto que
el consorcio brasileño “invirtió” en los gobernantes peruanos que suscribieron
convenios. A decir verdad, no invirtió nada en el rubro; porque la suma
aludida, fue “descontada” del monto de la inversión empresarial, de modo que la
pagamos todos.
De alguna manera eso lo puso en evidencia, en
el periodo anterior, el congresista Juan Pari, pero no le dieron “bola”. Y es
que, en su informe, no sólo aludió a la “carne fresca” -Humala y Nadine-; son
también a la podrida: Fujimori, Toledo y García.
Hoy, forzada por la circunstancia, la “prensa
grande” resucita el “Informe Pari”, pero querrá “liberarlo” de la
presencia del chinito de la yuca, para investigar a los
demás -incluida Nadine, claro- porque a ella, se la tiene jurada.
Que investiguen a fondo, y que investiguen todo;
porque ese olor putrefacto, es del capitalismo en descomposición; ese que deja
“hacer política” mientras no toquen sus intereses; y que tolera a “los
políticos” mientras le sirvan. Cuando eso ya no ocurra, los tratarán como a
Dilma, o como a Nadine, claro.
Una buena experiencia, al fin y al cabo.