jueves, 1 de diciembre de 2016

EL PASADO NOS SIGUE ALUMBRANDO (VII): A PROPÓSITO DE LA “PAZ” ENSANGRENTADA EN COLOMBIA, VEAMOS QUE NOS DICE LENIN Y LA CRUDA REALIDAD ACTUAL.





PARTE PRIMERA

LA CONSIGNA DEL “DESARME”

En toda una serie de países, en su mayoría pequeños y no implicados en la guerra actual, por ejemplo, Suecia, Noruega, Holanda, Suiza, se han alzado voces en favor del remplazo de la vieja reivindicación del programa mínimo socialdemócrata relativa a la “milicia” o a “armas para el pueblo”, por una nueva reivindicación, la del “desarme”. En el núm. 3 del órgano de la organización internacional de la juventud, Jugend-Internationale, se publica un editorial en favor del desarme. En las “tesis” de R. Grimm sobre la cuestión militar, redactadas para el congreso del Partido Socialdemócrata suizo, hallamos una concesión a la idea del “desarme”. En la revista suiza, Neues Leben, de 1915, Roland Holst, al mismo tiempo que propugna ostensiblemente la “conciliación” de ambas reivindicaciones, hace, en la práctica, la misma concesión. En el núm. 2 del órgano de la izquierda internacional, Vorbote (“El precursor”) se publicó un artículo del marxista holandés Wijnkoop en defensa de la vieja reivindicación de armas para el pueblo. La izquierda escandinava, como se desprende de los artículos que se publican más adelante, acepta el “desarme”, aunque reconoce a veces, que éste contiene un elemento de pacifismo[*].

Examinemos más de cerca la posición de los defensores del desarme.

I

Una de las premisas fundamentales en favor del desarme, aunque no siempre expresada con precisión, es la siguiente: estamos contra la guerra, contra toda guerra en general, y la exigencia del desarme es la expresión más definida, más clara y más precisa de ese punto de vista.

En nuestro comentario al Folleto de Junius, al cual remitimos al lector[†], demostramos la falacia de esa idea. Los socialistas no pueden oponerse a toda guerra en general sin dejar de ser socialistas. No hay que dejarse enceguecer por la actual guerra impe­rialista. En la época imperialista, estas guerras entre “grandes” potencias son típicas, pero de ningún modo son imposibles las guerras democráticas y las rebeliones, por ejemplo, de los países oprimidos contra sus opresores para liberarse de la opresión. Las guerras civiles del proletariado contra la burguesía, por el socia­lismo, son inevitables. Son posibles las guerras entre un país en el que ha triunfado el socialismo, y otros países, burgueses o reac­cionarios.

El desarme es el ideal del socialismo. En la sociedad socia­lista no habrá guerras y, por consiguiente, se logrará el desarme. Pero quienquiera espere que se logre el socialismo sin una revo­lución social y sin la dictadura del proletariado, no es socialista. La dictadura es el poder del estado directamente basado en la violencia. Y en el siglo xx, como en general en la época de la civilización, la violencia no significa el puño o un palo, sino el ejército. Incluir el “desarme” en el programa equivale a hacer la declaración general: nos oponemos al empleo de las armas. Hay tan poco marxismo en esto como lo habría si dijéramos: ¡nos oponemos a la violencia!

Obsérvese que la discusión internacional sobre dicha cuestión se ha llevado principalmente, si no exclusivamente, en alemán. Y en alemán se utilizan dos palabras cuya diferencia no es fácil traducir en ruso. Una, estrictamente hablando, significa “desar­me” y por ejemplo Kautsky y los kautskianos, la emplean en el sentido de reducción del armamento. La otra estrictamente hablando, significa “supresión del armamento”[‡] y es utilizada de preferencia por la izquierda en el sentido de abolir el militarismo, abolir todo sistema militarista. En este artículo hablamos de la última reivindicación, corriente entre algunos socialdemócratas revolucionarios.

La apología que hacen los kautskianos del desarme , dirigi­da a los gobiernos actuales de las grandes potencias imperialistas, es el más burdo oportunismo, es pacifismo burgués que, en reali­dad, y a pesar de las “buenas intenciones” de los sentimentales kautskistas, sirve para distraer a los obreros de la lucha revolucionaria, pues semejante apología busca infundir a los obreros la idea de que los gobiernos burgueses contemporáneos de las po­tencias imperialistas no están ligados entre sí por miles de hilos del capital financiero y por decenas y centenares de tratados secretos similares (es decir, tratados de rapiña, de bandidaje, que preparan el camino para una guerra imperialista).

II

Los integrantes de una clase oprimida que no se esfuerzan por aprender a usar las armas, por adquirir armas, los integrantes de esa clase oprimida sólo merecen ser tratados como esclavos. Nosotros, a no ser que nos hayamos trasformado en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases y el derrocamiento del poder de la clase dominante.
 
En toda sociedad de clases, ya sea basada en la esclavitud, en la servidumbre o, como ahora, en el trabajo asalariado, la clase opresora está siempre armada. No sólo el ejército regular moder­no, sino también la milicia moderna incluso en las repúblicas burguesas más democráticas como por ejemplo Suiza—, representan a la burguesía armada contra el proletariado. Es esta una verdad tan elemental que apenas si es necesario detenerse en ella. Basta recordar que en todos los países capitalistas sin excepción, se emplean tropas (incluyendo la milicia republicana democrática) contra los huelguistas. La burguesía armada contra el proletariado es uno de los hechos más importantes, fundamentales y principales de la sociedad capitalista moderna.

¡Y ante semejante hecho se insta a los socialdemócratas revolucionarios a “exigir” el “desarme”! Ello equivale a abandonar por completo el punto de vista de la lucha de clases, a renunciar a toda idea de revolución. Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta es la única táctica posible para la clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista y que es dictada por él. Sólo después de desarmar a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra todas las armas, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo cuando se hayan cumplido estas condiciones, de ningún modo antes.

Si la guerra actual despierta entre los reaccionarios socialis­tas cristianos, entre la pequeña burguesía llorona sólo horror y temor, solo repugnancia hacia todo empleo de armas, hacia el derramamiento de sangre, hacia la muerte, etc., nosotros debemos decir entonces: la sociedad capitalista es y ha sido siempre un horror sin fin. Y si la más reaccionaria de todas las guerras pre­para ahora para esa sociedad un fin con horror, no tenemos ningún motivo para desesperamos. Pero la exigencia del “desarme”, o más correctamente, la ilusión del desarme, no es, objetivamente más que una expresión de desesperación, en una época en que, como todos pueden ver, la misma burguesía prepara el camino para la única guerra legítima y revolucionaria: la guerra civil contra la burguesía imperialista.

Algunos podrán decir: es una teoría al margen de la vida pero nosotros les recordaremos dos hechos de carácter histórico universal: el papel de los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas, por una parte, y la Comuna de París de 1871 y la insurrección de diciembre de 1905 en Rusia, por la otra.

El propósito de la burguesía es promover trusts, empujar a niños y mujeres a las fábricas, someterlos a la corrupción y al sufrimiento, condenarlos a la miseria. Nosotros no “reclamamos" semejante desarrollo, no lo “apoyamos”, luchamos contra él. Pero, ¿cómo luchamos? Sabemos que los trusts y el empleo de las mujeres en la industria implican un progreso. No queremos regresar al sistema de artesanía, al capitalismo premonopolista al penoso trabajo doméstico de la mujer. Adelante, a través de los trusts, etc., y más allá de ellos, hacia el socialismo!

Este razonamiento tiene en cuenta el desarrollo objetivo y, con las modificaciones necesarias, se aplica también a la actual militarización del pueblo. Hoy la burguesía imperialista no solo militariza a todo el pueblo, sino también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar a las mujeres. Nuestra actitud debe ser ¡tanto mejor! ¡Adelante, a todo vapor! Pues cuanto más de prisa avancemos, tanto más cerca estaremos de la insurrección armada contra el capitalismo. ¿Cómo pueden los socialdemócratas caer en el temor a la militarización de la juventud, etc., si no han olvidado el ejemplo de la Comuna de París? Eso no es una "teoría al margen de la vida” o una ilusión, es un hecho. Y sería en verdad un mal negocio si pese a todos los hechos económicos y políticos, los socialdemócratas comenzaran a dudar de que la época imperialista y las guerras imperialistas han de conducir, inevitablemente, a la repetición de tales hechos.
                                                                                
Cierto observador burgués de la Comuna de París escribía, a un periódico inglés, en mayo de 1871: “¡Si la nación francesa estuviera formada sólo por mujeres, qué nación terrible sería!” Mujeres y niños hasta de 13 años lucharon en la Comuna de París, hombro a hombro con los hombres. Y no podrá suceder de otro modo en las batallas futuras por el derrocamiento de la burgue­sía. Las mujeres proletarias no mirarán pasivamente como la burguesía, bien armada, ametralla a los obreros, mal armados o desarmados. Tomarán las armas, como lo hicieron en 1871 y de las actuales naciones atemorizadas, o, más correctamente, del actual movimiento obrero, desorganizado, mas por los oportunistas que por los gobiernos, surgirá sin duda alguna, tarde o temprano, pero con absoluta certeza, una liga internacional de las “naciones terribles” del proletariado revolucionario.

En la actualidad se está militarizando toda la vida social. El imperialismo es una lucha encarnizada de las grandes potencias por la distribución y redistribución del mundo, y, por ello conducirá inevitablemente a una mayor militarización en todos los países, incluso en los neutrales y pequeños. ¿Cómo combatirán esto las mujeres proletarias? ¿Sólo maldiciendo todas las guerras y todo lo militar, sólo exigiendo el desarme? Jamás aceptaran ese vergonzoso papel las mujeres de una clase oprimida y verdaderamente revolucionaría. Dirán a sus hijos: “Pronto serás grande. Te darán un fusil. Tómalo y aprende bien la ciencia militar. Los proletarios necesitan aprenderla, no para disparar contra tus her­manos, los obreros de otros países, como sucede en la guerra ac­tual, y como te lo aconsejan los traidores al socialismo, necesitan aprender esta ciencia para luchar contra la burguesía de su propio país, para poner fin a la explotación, a la miseria y a las guerras, y no con piadosos deseos, sino derrotando y desarmando a la burguesía.” Si vamos a renunciar a esta propaganda, precisamente a esta propaganda, con respecto a la guerra actual, entonces es mejor que dejemos de usar lindas palabras sobre la socialdemocracia revolucionaria internacional, la revolución socialista y la guerra contra la guerra.

III

Los defensores del desarme objetan el punto del programa referente a “armas para el pueblo”, entre otras razones, porque, alegan, conduce más fácilmente a hacer concesiones al oportunismo. Más arriba hemos examinado lo más importante: la rela­ción entre el desarme y la lucha de clases y la revolución social. Examinaremos ahora la relación existente entre la reivindicación del desarme y el oportunismo. Una de las razones más importan­tes de que sea inadmisible, es precisamente que junto con las ilusiones que engendra, debilita y enerva inevitablemente nuestra lucha contra el oportunismo.

No cabe duda de que ésta lucha es el problema principal e inmediato que afronta ahora la Internacional. La lucha contra el imperialismo que no esté indisolublemente ligada a la lucha contra el oportunismo es una frase hueca o un engaño. Uno de los defectos principales de Zimmerwald y Kienthal, una de las causas principales del posible fracaso de esos embriones de la III Internacional, es que ni siquiera se haya planteado franca­mente el problema de la lucha contra el oportunismo, y mucho menos que se haya resuelto en el sentido de señalar la necesidad de romper con los oportunistas. El oportunismo triunfó, momen­táneamente, en el movimiento obrero europeo. En todos los gran­des países se manifiestan sus dos matices fundamentales: primero, el social imperialismo franco, cínico y por ello no menos peligroso, de los señores Plejánov, Scheidemann, Legien, Albert Thomas y Sembat, Vandervelde, Hyndman, Henderson, etc.; segundo, el oportunismo de Kautsky, encubierto: Kautsky-Haase y el “Grupo Socialdemócrata del Trabajo” en Alemania; Longuet, Pressemanne, Mayeras, etc. en Francia; Ramsay McDonald y otros dirigen­tes del “Independent Labour Party” en Inglaterra; Mártov, Chjeídze, etc. en Rusia; Treves y otros, llamados reformistas de izquierda, en Italia.

El oportunismo declarado se opone directa y abiertamente a la revolución y a los movimientos y explosiones revolucionarios incipientes. Está en alianza directa con los gobiernos, cualesquiera sean las formas de esta alianza, desde la aceptación de cargos ministeriales hasta la participación en los comités de la industria bélica. Los enmascarados, los partidarios de Kautsky, son mucho más perjudiciales y peligrosos para el movimiento obrero, porque ocultan la defensa que hacen de su alianza con los primeros con palabras plausibles, seudo “marxistas”, y consignas pacifistas. La lucha contra estas dos formas de oportunismo predominantes debe llevarse a cabo en todos los ámbitos de la política proletaria: parlamento, sindicatos, huelgas, fuerzas armadas, etc.

¿Cuál es la característica principal que distingue estas dos formas de oportunismo predominante?

Es que el problema concreto de la relación entre la guerra actual y la revolución y demás problemas concretos de la revolución se silencian y se ocultan, o se tratan con el pensamiento puesto en las prohibiciones policiales. Y eso a pesar de que antes de la guerra se señaló infinidad de veces, tanto de modo extra­oficial como oficial en el manifiesto de Basilea, la relación entre esa guerra inminente y la revolución proletaria.

El defecto principal de la reivindicación del desarme es que elude todos los problemas concretos de la revolución. ¿O es que los defensores del desarme están por una forma totalmente nueva de revolución, una revolución sin armas?

IV

Prosigamos. De ningún modo nos oponemos a la lucha por las reformas. Y no queremos ignorar la triste posibilidad de que la humanidad —si sucede lo peor— tenga que pasar por una segunda guerra imperialista, si de la guerra actual no surge la revo­lución, a pesar de las numerosas explosiones de efervescencia de las masas y del descontento de las masas y a pesar de nuestros esfuerzos. Somos partidarios de un programa de reformas que también esté dirigido contra los oportunistas. Mucho se alegrarían los oportunistas si abandonásemos totalmente en sus manos la lucha por las reformas y buscásemos escapamos de la triste reali­dad en una nebulosa fantasía de “desarme”. El “desarme” sig­nifica simplemente huir de la desagradable realidad y no luchar contra ella.

A propósito, algunos izquierdistas no dan una respuesta suficientemente concreta al problema de la defensa de la patria, y este es un gran defecto por parte de ellos. Teóricamente es mucho más correcto y en la práctica muchísimo más importante decir que en la actual guerra imperialista la defensa de la patria es un engaño reaccionario burgués, que adoptar una actitud “general” contra la defensa de la patria en “cualquier” circunstancia. Esto es erróneo y además no “fustiga” a los oportunistas, esos enemigos directos de los obreros, dentro de los partidos obreros.

En lo que se refiere al problema de la milicia, debiéramos decir, formulando una contestación concreta y prácticamente necesaria: no estamos por una milicia burguesa, estamos por una milicia únicamente proletaria. Por consiguiente, “ni un centavo, ni un hombre” no sólo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa, incluso en países como Estados Unidos, Suiza, Noruega, etc. Con tanta mayor razón por cuanto en los países republicanos más libres (por ejemplo Suiza) observamos una prusianización cada vez mayor de la milicia y que se la prostituye movilizándola contra los huelguistas. Podemos exigir la elección de los oficiales por el pueblo, la abolición de todos los tribunales militares, iguales derechos para los obreros extranjeros y los nacidos en el país (punto de especial importancia para aquellos Estados imperialistas que, como Suiza, explotan cada vez más y más descaradamente a mayor número de obreros extranjeros, negándo­les todo derecho). Además podemos exigir, digamos, que cada cien habitantes de un país determinado tengan derecho a formar asociaciones de adiestramiento militar voluntario con libre elec­ción de instructores, pagados por el Estado, etc. Sólo en tales condiciones, podría adquirir el proletariado adiestramiento militar para sí, y no para sus esclavizadores; y los intereses del proletariado exigen absolutamente ese adiestramiento. La revolución rusa demostró que todo éxito del movimiento revolucionario, in­cluso un éxito parcial, como la toma de una urbe, de una ciudad fabril, o el atraerse a una parte del ejército, obliga inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica precisamente ese programa.

Por último, se comprende que el oportunismo jamás será derrotado sólo con programas, sino vigilando sin descanso el cumplimiento real de éstos. El mayor error, fatal, de la fracasada II Internacional fue que sus palabras no concordaban con sus hechos, que se practicaba la costumbre de recurrir a una fraseología revolucionaria inescrupulosa (véase la actitud actual de Kautsky y Cía. hacia el manifiesto de Basilea). Al enfocar desde este ángulo la exigencia del desarme, debemos, ante todo, plantear el problema de su significado objetivo. El desarme como idea social es decir, una idea que surge de un determinado ambiente social y que puede actuar sobre él, y que no es invención de algún excéntrico o de un grupo— surge, evidentemente, de las condicio­nes particularmente “tranquilas” que, como excepción prevalecen en algunos Estados pequeños que durante un período bastante largo se mantuvieron al margen del derrotero mundial de las gue­rras y del derramamiento de sangre y que confían poder seguir así. Para convencerse de ello basta considerar, por ejemplo, los argumentos de los defensores del desarme en Noruega: “Somos un país pequeño”, dicen, “nuestro ejército es pequeño, nada podemos hacer contra las grandes potencias (y por consiguiente ¡nada podemos hacer si se nos impone por la fuerza una alianza imperialista con uno u otro grupo de grandes potencias!), “quere­mos que nos dejen tranquilos en nuestro rincón remoto y conti­nuar con nuestra política pueblerina, exigir el desarme, el arbitra­je obligatorio, una neutralidad permanente, etc.” (¿“permanente” al estilo belga sin duda?).

El afán mezquino de los Estados pequeños de mantenerse apartados, el deseo pequeñoburgués de estar lo más lejos posible de las grandes batallas de la historia mundial, de aprovechar su situación relativamente monopolista para permanecer en una pasividad anquilosada: tal es el medio social objetivo que puede asegurar cierto éxito y alguna popularidad a la idea del desarme en algunos Estados pequeños. Claro que ese afán es reaccionario y está basado sólo en ilusiones, pues el imperialismo, de uno u otro modo, arrastra a los Estados pequeños a la vorágine de la econo­mía mundial y de la política mundial.

Citemos el caso de Suiza. Su situación en medio de Estados imperialistas impone objetivamente dos líneas al movimiento obrero. Los oportunistas, en alianza con la burguesía, buscan hacer de Suiza una federación monopolista republicano democrática que prosperará con las ganancias que le dejarán los turistas de la burguesía imperialista y hacer que esta “tranquila” posición monopolista sea lo más lucrativa y tranquila posible. En realidad, esta es una política de alianza entre una pequeña capa privilegiada de obreros de un pequeño país privilegiado y la burguesía de ese país contra las masas del proletariado. Los verdaderos socialdemócratas suizos se esfuerzan por utilizar la relativa libertad de Suiza, su situación “internacional” (la vecindad con los países más ilustrados, la circunstancia de que Suiza no tiene —gracias a Dios— “un idioma propio” sino tres idiomas universales) para extender, consolidar, fortalecer la alianza revolucionaria de los ele­mentos revolucionarios del proletariado de toda Europa. Ayude­mos a nuestra burguesía a que mantenga el mayor tiempo posible su monopolio del supertranquilo comercio de maravillas alpinas; quizá también a nosotros nos toque algún centavo — ese es el contenido objetivo de la política de los oportunistas suizos. Ayudemos a forjar la alianza de las secciones revolucionarias del pro­letariado de Francia, Alemania e Italia, para derrocar a la burguesía — tal es el contenido objetivo de la política de los socialdemócratas revolucionarios suizos. Lamentablemente, las “iz­quierdas” en Suiza realizan aún de modo muy insuficiente esta política, y la excelente resolución del congreso de su partido, realizado en Aarau en 1915 (reconocimiento de la lucha revoluciona­ria de masas), es aún letra muerta. Pero esta no es la cuestión que discutimos ahora.

La cuestión que ahora nos interesa es: ¿concuerda la reivindicación del desarme con esta tendencia revolucionaria de los socialdemócratas suizos? Evidentemente no. Objetivamente, la “exigencia” del desarme corresponde a la estrecha línea nacional, oportunista, del movimiento obrero, una línea que está limitada por la perspectiva de un Estado pequeño. El “desarme” es, objetivamente, un programa en extremo nacional, específicamente na­cional, de los pequeños Estados; no es, ciertamente, el programa internacional de la socialdemocracia revolucionaria internacional.

***

P. S. En el último número de Socialist Review[§] de Inglaterra (setiembre de 1916), órgano del oportunista “Partido obrero independiente”, encontramos en la pág. 287 la resolución de la Conferencia de Newcastle de ese partido: negativa de apoyar cualquier guerra librada por cualquier gobierno, aunque, “nominalmente”, sea una guerra “defensiva”. En la pág. 205 del mismo número encontramos la siguiente declaración en un editorial: “No aprobamos de ninguna manera la sublevación de los fenianos” (sublevación irlandesa de 1916), “no aprobamos ninguna insurrección armada, así como tampoco aprobamos ninguna forma de militarismo o de guerra”.

¿Es necesario demostrar que esos “antimilitaristas”, que tales defensores del desarme, no de un país pequeño, sino grande, son los oportunistas más perniciosos? Y sin embargo, teóricamente, tienen toda la razón cuando consideran la insurrección como una de las “formas” del militarismo y de la guerra.

Escrito en octubre de 1916. Publicado en diciembre de 1916, en Sbórnik Sotsiál-Demokrata, núm. 2.

Ob. Completas, Tomo XXIV Editorial Cartago, Bs. As. 1970

Firmado: N. Lenin.

Se publica de acuerdo con el texto de la publicación




PARTE SEGUNDA

LOS RIESGOS EN LA VÍSPERA DE LA PAZ: ¿PUEDE REPETIRSE UN GENOCIDIO POLÍTICO EN COLOMBIA?


Publicado: 1 dic 2016 11:11 GMT

Las señales, aunque alarmantes, siguen relativamente veladas. El asesinato de líderes políticos y defensores de los derechos humanos no ha cesado en Colombia, aún cuando su presidente fue galardonado con el Premio Nobel de la paz. Los activistas ya lo advierten: la amenaza de un genocidio sigue latente.

"El riesgo de que se repita la trágica experiencia de la UP está latente", sostiene la defensora de derechos humanos, Ana Teresa Bernal, en entrevista a RT.

UP son las siglas de la Unión Patriótica, un partido político de izquierda que fue víctima de un genocidio en la década de los ochenta: más de 4.000 de sus miembros fueron asesinados mientras transcurrían las negociaciones de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de Belisario Betancourt.

Hoy, el país suramericano está en un proceso similar. El presidente Juan Manuel Santos -recientemente galardonado con el Premio Nobel de la Paz- emprendió conversaciones con el grupo guerrillero para ponerle punto final al conflicto armado de más de medio siglo. Sin embargo, los escollos no son pocos.

Además del fracaso en el plebiscito que refrendó el primer acuerdo y la férrea oposición de grupos conservadores, la huella de la sangre sigue. Sólo este año, 70 líderes sociales y defensores de los derechos humanos han sido asesinados. ¿Cuáles son los riesgos que ponen en veremos la ansiada paz para Colombia?

Estigmatización

La semana pasada fue alarmante. Tres dirigentes campesinos fueron asesinados en los conflictivos departamentos de Nariño Y Caquetá. Una comisión de Naciones Unidas (ONU) se trasladó a la zona para esclarecer los hechos mientras Santos advertía que las muertes eran el recordatorio de que la paz no requería más dilaciones.

La fiscalía, luego de las denuncias de varias organizaciones políticas  e indígenas, llamaron a declarar a un alcalde para que rindiera cuentas por el suceso porque, en su cuenta de Facebook, el edil había acusado a la asociación donde militaban las víctimas de querer "usurpar el espacio que deja la guerrilla en cuanto a la extorsión". La estigmatización, presume el Ministerio Público, pudo haber sido la condena de muerte para las víctimas.

Pese a que la guerrilla y el gobierno firmaron un segundo acuerdo, que deberá ser refrendado ahora por el Congreso, el temor de los activistas sigue latente. "El Presidente Juan Manuel Santos debe actuar con diligencia y compromiso para frenar esta ola de violencia, de lo contrario todo el esfuerzo de la paz se habría perdido", advierte Bernal, Alta Consejera de víctimas, paz y reconciliación en Bogotá, y fundadora de Redepaz.

En los últimos cuatro años, al menos 127 líderes de la UP han sido asesinados. De acuerdo al Centro Nacional de Memoria Historia (CNMH), sólo en el mes de noviembre hubo cinco homicidios en contra de los dirigentes sociales Jhon Jairo Rodríguez Torrez, José Antonio Velasco, Erley Monroy, Didier Lozada y Rodrígo Cabrera. 

¿Quién le teme a la paz?

Para Bernal, los mayores desafíos para el proceso de paz tienen que ver con la seguridad de los líderes sociales y la población civil en general, así como con la voluntad política para la implementación del acuerdo: "Todos los funcionarios deben estar el servicio de este proceso de transformación de la sociedad".

La historia en Colombia, sin embargo, ha demostrado ser distinta. "Ha sido sistemática la violencia contra los defensores de derechos humanos y la falta voluntad política para frenar este flagelo", añade Bernal, tras recordar que en muchas ocasiones, miembros de al fuerza pública han actuado de manera conjunta con grupos ilegales para intimidar, amenazar o eliminar a los líderes sociales o miembros de grupos insurgentes.

La posible incorporación de las FARC a la vida política, en caso de que el acuerdo prospere, es un escenario que podría avivar aún más la conflictividad, en un país que se ha caracterizado por "la intolerancia política", sostiene la Alta Consejera.

Los enemigos de la paz, explica, no sólo se oponen a que se abra el abanico para la participación política, sino que "no quieren la verdad, no quieren la restitución de las tierras a los campesinos y menos unas transformaciones en la política agraria porque afecta sus intereses económicos".

Las razones de esa oposición, más que políticas, son económicas: "La guerra también es un negocio que produce dividendos para algunos: narcotráfico, tráfico de armas, mejores prevendas a los militares", afirma. Por eso, para Colombia, la paz apenas está en ciernes. La firma del acuerdo es el principio.

Nazareth Balbás



[*] Lenin se refiere a los artículos de Ch. Kílbom “La socialdemocracia sueca y la guerra mundial” y de A. Hansen “Algunos momentos del movi­miento obrero contemporáneo en Noruega”, publicados en Sbotnik Sotsial- Demokrata, núm. 2 (diciembre de 1916). (Ed.)
[†] Véase V. I. Lenin, ob. cit, t. XXIII. (Ed.)
[‡] Literalmente, "prescindencia de las armas”. (Ed.)
[§] The Socialist Review (“La revista socialista”): publicación mensual, portavoz del reformista Partido Laborista Independiente de Inglaterra, se publicó en Londres desde 1908 a 1934. Durante los años de la guerra impe­rialista mundial colaboraban en la revista R. MacDonald, F. Snowden, A. Lee y otros. (Ed.)

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