viernes, 9 de diciembre de 2016

LA GENEALOGÍA DEL ISIS (DA’ESH) - UNO

¿Querrán restaurar el Imperio Otomano (1-2)


LA GENEALOGÍA DEL ISIS (DA’ESH)

UNO

Por Yassin Al-Haj Saleh, Al-Jumhuriya English/ Traducción para Rebelión
por Sinfo Fernández/ Resumen Latinoamericano/ 2 de Dic. 2016

A pesar de que el autoproclamado Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS o Da’esh) apareció en Siria en 2013, puede rastrearse el origen de su estructura hasta en tres capas históricas a través de tres geografías e influencias, la más antigua de las cuales hunde sus raíces en Afganistán, seguida de Iraq y, más recientemente, de Siria.

Estas capas deberían interpretarse siguiendo la Political Anthropology de George Balandier, en función de la cual los acontecimientos, prácticas y condiciones más recientes no sustituyen a los anteriores sino que más bien crean nuevas capas adicionales. En su History of Religious Ideas, Mircea Eliade afirma que entre los elementos que comprenden la formación de los fenómenos sociales religiosos, los más antiguos son los más profundos. Por tanto, el que debe observarse es el más reciente de entre dichos elementos porque es con el que el fenómeno interactúa en su entorno concurrente.

La capa afgana

De su experiencia formativa en Afganistán, el Da’esh aprendió un primer método de redes globalizadas. Durante la década de 1980, el primer ejemplo de tal globalización es la “yihad” árabe e islámica en Afganistán antes de que el concepto se extendiera por todas partes en la década de 1990. En aquel tiempo, Afganistán estaba bajo la ocupación soviética y en el último año de la presidencia de Jimmy Carter, la CIA, asesorada por el consejero de seguridad nacional de Carter, Zbigniew Brzenzinski, había patrocinado el establecimiento de un movimiento de resistencia islamista (movimiento islámico de resistencia a los soviéticos).

La yihad afgana fue financiada principalmente por los saudíes mientras los estadounidenses fueron quienes proporcionaron las armas. Los servicios de inteligencia saudíes, pakistaníes y egipcios también participaron en su organización y facilitación. En aquel momento, sus gobiernos consintieron en estas acciones; no hubo coerción ni conspiración. Es fundamental tener en cuenta quiénes fueron los primeros patrocinadores de los yihadistas contemporáneos, con EEUU a la cabeza. Aunque la yihad contra los rusos fue una campaña militar llevada a cabo por grupos emergentes, las consultas de inteligencia y la interacción con estos grupos se produjeron a nivel de funcionarios del ejército y la inteligencia, no a nivel de jefes de Estado o ministros de asuntos exteriores.

El movimiento de la yihad afgana estaba integrado por afganos y un gran número de árabes procedentes de Arabia Saudí y Egipto; por sirios que venían de la derrota final de los Hermanos Musulmanes en su lucha contra el régimen de Hafez al-Asad durante los últimos años de la década de 1970 y comienzos de la de 1980; por argelinos, palestinos islamistas, en el contexto de la salida de la OLP de Beirut en 1982; y de muchos otros países árabes. De este grupo de reclutas y voluntarios, surgió el fenómeno de los “afganos árabes” –o “muyajidines”.

Pero el establecimiento de una red islamista para lanzar una yihad contra la Unión Soviética, como algo opuesto a un movimiento secular de emancipación nacional, no surgió de la nada. La posición de la Unión Soviética, rodeada de un arco islámico o “cinturón verde”, estuvo muy presente en el pensamiento estadounidense durante la Guerra Fría. EEUU ha venido utilizando, mediante el patrocinio saudí, el nexo islamista desde la década de 1960, y el derrotero estadounidense contra el nacionalismo árabe y el comunismo también se inició esa misma década. La islamización de Afganistán dio a Arabia Saudí y a Pakistán (este último bajo el liderazgo del general Zia-ul-Haq), un papel destacado en la formación del movimiento yihadista. Ahora es de conocimiento común que la monarquía wahabí, que controla la producción y el precio global del petróleo, es desde hace mucho tiempo un aliado de confianza de EEUU. En aquel entonces, los estadounidenses no sentían preocupación o temor alguno respecto a un reino saudí financieramente rico, militarmente débil y políticamente alineado. Además, después de la revolución iraní y la aparición de islamistas en muchos países árabes, quedó claro que estos últimos podrían utilizarse como categóricos opositores al comunismo soviético, considerado en Afganistán como una fuerza ocupante, pero también en la propia esfera imperial regional de la URSS, como es el caso de las repúblicas islámicas en Anatolia. La misma actitud se tenía dentro del contexto interno de los liderazgos árabes, que mantenían similares puntos de vista. Por ejemplo, Anwar al-Sadat había fomentado la aparición del islamismo en Egipto para desafiar a la izquierda egipcia y consolidar su gobierno, caracterizado por el abandono del naserismo y sus políticas.

A nivel ideológico, Afganistán sirvió como laboratorio para que el wahabismo saudí se encontrara con el qutbismo egipcio, un encuentro que fue a la vez político, personal e intelectual. Políticamente, Arabia Saudí y el Egipto de Sadat, así como Pakistán, eran las partes más entusiastas en el marco del empeño estadounidense para contrarrestar a los soviéticos, y las más ansiosas de facilitar que el ocupado Afganistán se convirtiera en una base de la Yihad islámica contra la URSS. A nivel interpersonal, una proporción importante de los “muyahidines” procedían de Arabia Saudí y Egipto, así como de Afganistán. A nivel intelectual, los saudíes se adherían a la doctrina wahabista, que en 1979, el mismo año en que se ocupó Afganistán, inspiró la ocupación del Gran Mezquita de La Meca por parte de Yuhaiman al-Utaibi y su grupo salafista. Ese año fue también testigo del derrocamiento del Shah de Irán y de la victoria de la revolución iraní, así como de la masacre en la Escuela de Artillería de Alepo por parte de las vanguardias de los Hermanos Musulmanes. En Egipto, durante los últimos años del gobierno de Naser y durante la era de Sadat, apareció y echó raíces el qutbismo, con inclinaciones yihadistasentre sus filas.

Aunque es cierto que la génesis de al-Qaida, según la conocemos hoy día, se estableció tras la caída de la Unión Soviética y tras su derrota en Afganistán, la yihad afgana fue su experiencia incubadora, o su prehistoria fundacional. La “victoria” en la batalla de Afganistán fue la “victoria” que otorgó legitimidad a unos grupos que habían quedado a la deriva, luchando por encontrar una razón de ser tras la caída de la URSS y porque EEUU había dado la espalda a un Afganistán que quedó destrozado.

La derrota soviética en Afganistán contribuyó de forma importante al colapso de la URSS como polo global, y a su vez, para los estadounidenses, supuso la pérdida de un digno adversario comunista. En aquella época, los islamistas no emprendieron ninguna acción importante contra los intereses occidentales (la violencia árabe dirigida por árabes contra intereses occidentales entre la década de 1950 y los principios de los ochenta se practicó bajo la bandera del nacionalismo palestino, de la izquierda, del nacionalismo árabe y, en una etapa posterior, durante los ochenta, bajo la bandera del chiísmo). Los estadounidenses recurrieron al terrorismo islámico como enemigo alternativo y a la narrativa de la “Guerra contra el Terror” como una gran narrativa en el momento del “colapso de la gran narrativa”, según la formulación expresada por François Lyotard. Podría también decirse que la objeción de Osama bin Ladin a la entrada de las tropas estadounidenses en Arabia Saudí en 1990, a raíz de la invasión iraquí de Kuwait, jugó un papel relevante en el desarrollo de esta actitud estadounidense.

En cualquier caso, la guerra contra el terrorismo resultó ser un enorme favor hecho al yihadismo sunní que, a diferencia de su contrapartida chií, carecía de un Estado como punto de referencia y que, a la inversa, ha establecido un Imperio de una red suplente, Al-Qaida. En este contexto, el “nuevo orden mundial” o el sistema internacional unipolar declaraba que el “terrorismo islámico” era su archienemigo, definiéndolo en contraste consigo mismo. En aquel tiempo, y especialmente tras el 11-S, no era raro afirmar que el mundo seguía integrado por dos polos distintos, EEUU y el Terrorismo Islámico. Al-Qaida no podía haber soñado con mejor publicidad/propaganda…

La capa iraquí

La segunda capa, por encima la primera y más antigua, en la aparición de al-Qaida es la iraquí tras la ocupación de Iraq por EEUU. Los estadounidenses, que habían creado la arcilla con la que se fue moldeando al-Qaida, justificaron la invasión diciendo que se debía a la cooperación de Sadam Husein con al-Qaida. Si bien era una mentira explícita, pronto se convirtió en una profecía autocumplida. Mediante la invasión y posterior desintegración del Estado iraquí, y facilitando el dominio chií en un Estado que se reconstruyó desde cero, los estadounidenses dieron paso a un entorno propicio para la actividad yihadista. Además, su atolondrada empresa en Afganistán había dispersado a los yihadistas no afganos más allá de su núcleo original, aparte de haber dado un importante paso adelante impulsando la propaganda de al-Qaida entre algunos segmentos de la juventud musulmana.

En esta ocasión, el régimen sirio, temeroso de convertirse en el siguiente en la línea de fuego de EEUU, que había invadido dos países en menos de dieciocho meses, desempeñó un papel destacado facilitando la entrada de yihadistas en Iraq. La primera oleada de sirios no estaba en absoluto afiliada a al-Qaida; más bien estaban motivados por una mezcla de nacionalismo, panarabismo e inclinaciones islamistas en oposición a la hegemonía estadounidense, una actitud que era aceptable para el régimen. Cabe destacar que durante los seis meses en que EEUU estuvo preparando la invasión de Iraq antes del comienzo de la campaña militar, varios intelectuales y artistas sirios visitaron Bagdad y manifestaron su solidaridad en contra de la entonces inminente agresión. Los sentimientos de la primera oleada de combatientes no eran muy diferentes de tal solidaridad, y la mejoría en las relaciones entre los regímenes de Sadam Husein y Bashar al-Asad facilitó esa situación en aquel momento. Quienes combatieron y lucharon no se hicieron de al-Qaida hasta después del antagonismo estadounidense y al verse excluidos por los nuevos gobernantes chiíes y por la posterior llegada de los herederos de la yihad afgana con sus recuerdos y experiencias.

La propia al-Qaida pasó por una nueva transformación en el laboratorio iraquí, apareciendo como Al Tawhid Wal Yihad bajo el liderazgo de Abu Musab al-Zarqawi, convirtiéndose en un movimiento que posteriormente juró lealtad a bin Ladin, aunque manteniendo su origen y experiencia afganos y su disciplina dentro del paradigma salafista-yihadista. En una etapa posterior, al-Zarqawi formaría “el Estado Islámico de Iraq”, que enfrentó importantes ataques por parte de EEUU, entre ellos el asesinato de su líder en 2006, así como los asedios del “Sahwat al Anbar” [El Despertar], un grupo iraquí sunní de mayoría tribal que recibió también apoyo estadounidense para que combatiera a al-Qaida. Esta base sunní provocó las iras del grupo de al-Zarqawi, quien emitió pronunciamientos ofensivos contra ellos debido a su odio sectario, tildando a los shiíes de infieles (takfiri). Pero ante todo le interesaba combatir al “enemigo cercano” más que a al-Qaida. Sahwat consiguió asediar y finalmente casi erradicar la presencia de al-Qaida, pero sus integrantes se vieron pronto marginados, perseguidos y debilitados por el primer ministro Nuri al-Maliki, lo que empujó a algunos de ellos a las filas del Estado Islámico de Zarqawi. Algunos de los que habían formado parte de los servicios de inteligencia y del ejército de Sadam, a quienes se había privado de sus medios de vida y que pertenecían a las comunidades locales discriminadas, también formaron parte o empezaron a cooperar, o disolverse en sus filas, con el Estado Islámico de Iraq.

En esta línea, y en el laboratorio iraquí de la yihad, se desarrollaron las consideraciones, prácticas y relaciones que componen la segunda capa en la formación de lo que llegaría a ser el Da’esh: un elemento sustancial de inteligencia que consolida la naturaleza discrecional de al-Qaida como imperio de una red globalizada, en la que aparecían antagonismos con los anteriores patrocinadores estatales de la yihadafgana de 1990, cuando las tropas occidentales y estadounidenses se desplegaron en Arabia Saudí en ese año a raíz de la invasión de Kuwait por Sadam. Esta transformación se produjo también tras el abandono de Afganistán, al desmoronarse como Estado tras la retirada soviética, sin que recibiera ayuda sustantiva alguna para su recuperación política y económica. El antagonismo con los anteriores patrocinadores se agudizó después del 11-S, la ocupación estadounidense de Afganistán y la detención y asesinato de los dirigentes de al-Qaida. Todo esto sucedía en el contexto de lo que Hasan Abu Hanieh y Mohammad Abu Rumman llaman “la crisis sunní”, que se agravó y extendió por todo Iraq, Siria y el Líbano. (De su libro: “The Islamic State: the Sunni crisis and the struggle over internacional Jihadism,2015).

Del laboratorio iraquí surgió además el proyecto de Estado y las ambiciones de control territorial, a diferencia de la red descentralizada y no regional que era al-Qaida. La “red” pertenecía a la Ummah,mientras que el “Estado” es una aplicación de la doctrina salafista-yihadista en un país, lo que de alguna manera recuerda la aventura comunista del siglo XX.

En realidad, este resultó ser el desarrollo más importante: la transformación de al-Qaida, la red salafí-yihadista, en un violento “Estado” policial basado en esa doctrina. La gravedad del Estado y la inteligencia/policía (mujabarat) en la composición de esta nueva entidad habían sobrepasado rápidamente la gravedad de la ideología salafista-yihadista, reminiscencia de algún modo de la relación entre la doctrina marxista-leninista y las instituciones y aparatos estatales que desarrolló esta doctrina, al buscar la legitimidad a través de su ideología.

Fue dentro del laboratorio iraquí que se desarrolló el elemento del odio de los chiíes, que no había sido un elemento crucial en la etapa afgana. Y quizá lo más importante, que los dirigentes del “Estado Islámico de Iraq” que evolucionarían más tarde, tras su expansión por el territorio sirio, en el Da’esh, el “Estado Islámico de Iraq y el Levante”, tenían origen iraquí.

de: Resumenrebel <resumenrebel@gmail.com> a través de listas.nodo50.org



Nota.- Continúa en la siguiente entrega

COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
9 de diciembre 2016

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