domingo, 3 de mayo de 2020

COVID-19, PREGUNTAS SIN RESPUESTAS Y LA FILOSOFIA DE LA CRISIS





La violenta presencia del COVID-19, en nuestras vidas, cuya incidencia acompaña una macabra estadística de quien va primero en número de infectados muertos y recuperados, enluta el entendimiento. Son cifras que se alteran todo el tiempo. Comparados entre los países, surgen contradicciones y desarmonías, como las presentadas por los países ricos que se encuentran en la picota a pesar de sus abultados medios, hay preguntas difíciles de responder. Se ha dado una variada gama de explicaciones, los entendidos de la ciencia y la religión, emiten explicaciones tan diferentes como si fueran simples opiniones, son al mismo tiempo muy repetitivo que ya no concitan mayor interés, frente al cual vivimos un enfermizo acomodamiento. Estamos frente a una situación que va más rápido que cualquier posibilidad de acción y reflexión. Ahora bien, este hecho adverso no nos debe llevar a la parálisis nerviosa o a la inhibición paranoica del pensamiento.

El ¿Dónde, cuándo y cómo? más o menos lo sabemos, pero sobre el ¿por qué y para qué?, sólo tenemos atisbos, el futuro es imprevisible. En otra nota he explicado los posibles escenarios de cómo se presenta y afecta a la sociedad. No sabemos siquiera en que estadio de su evolución nos encontramos. Se está dando al decir de Roubini una “caída libre” de los indicadores socialesy económicos, en forma de “I” sin posibilidades de “tocar fondo”. Si llega ese día, ¿habremos cambiado sustancialmente las personas? ¿La sociedad volverá a sus inercias de siempre como despertando de una pesadilla’.

Enrique Dussel, en reciente entrevista dice que la aparición del COVID-19, desde una interpretación de la naturaleza, es la reacción natural frente a la agresión sufrida desde el nacimiento de la humanidad. Es verdad que ella se recicla, pero como en todo, cuando se sobrepasan los límites, esa capacidad se va perdiendo tendiendo a su destrucción.  Más fatalmente, la segunda ley de la termodinámica, dice que las sociedades van de lo simple a lo complejo, donde las fuerzas que la unen se disipan, la entropía aumenta y sobreviene inevitablemente la destrucción y el caos.

Una de las causas es el “efecto invernadero” por el cual determinados gases, que son componentes de la atmósfera terrestre, retienen parte de la energía que la superficie planetaria emite por haber sido calentada por la radiación solar. Cuando decimos que algo está caliente o que esta frio más de los límites permitidos nos afecta a los seres vivos, el desorden se vuelve desequilibrado e imprevisible. El nacimiento, crecimiento y muerte de cualquier organismo, es parte de la evolución natural de los seres vivos, está condicionada por la producción de entropía negativa y su coexistencia con el incremento del desorden. El incremento de temperatura de los sistemas marinos por ejemplo puede desaparecer la vida.
Los virus y su evolución no están exceptuados de lo que pasa en el medio  ambiente, cuando este se modifica, de su estado de somnolencia que se encontraba se vuelve activa y mutante para sobrevivir, como lo haría cualquier ser vivo (Los COVID -19, son están formados de una cadena de ARN donde van sus genes y una cubierta lipídica con las proteínas que les permiten adherirse y entrar en las células del cuerpo que invaden) para algunos no califica como “ser vivo”,  para otros si,  desde que tiene una gran capacidad de reproducción e infección parasitaria. Su agresividad estaría asociada a la entropía negativa y su coexistencia con el incremento del desorden. En otras palabras somos los humanos los que hemos provocado este desorden por la agresión sistemática y duradera al medio ambiente.
Los campesinos de la sierra y los indios de la Amazonia, conviven armoniosamente con el medio ambiente, del cual extraen lo que es estrictamente necesario para reciclar la vida, por eso cuidan de la tierra y los ríos,  no solo de ellos mismos sino fundamentalmente de los asesores foráneos a la comunidad (mineros, madereros, agro negocios de exportación) . En este empeño muchos han dado la vida. También en estos espacios tenemos la presencia del mercado capitalista, por el cual se necesita producir un excedente que permita la compra de productos industriales. Dussel dice al respecto, que si un emprendimiento da una utilidad digamos de 5%, razonable en términos ambientales y luego en términos de productividad” forzamos hacia un 10%, es porque inevitablemente se ha agredido al medio ambiente.

Aunque no sea este el momento para reivindicaciones ideológicas o sociales, al menos hasta rendir al adversario que sabemos bien quienes son, esta crisis puede ayudarnos a cambiar nuestra mirada sobre ciertas cuestiones de una enorme importancia. Puede variar por ejemplo la mentalidad hegemónica del “sálvese quien pueda”, imperante. Un conocido empresario hace mucho tiempo, cuando trabajamos la cuestión ambiental en la “Asociación Amazonia”, dije que había una explotación irracional que se estaba dando en la floresta amazónica, respondió: “A la Amazonia, apenas lo hemos arañado”.  Esa mentalidad empresarial, a pesar de los efectos invernadero y el cambio climático no han cambiado. El rio Rímac ahora se muestra admirablemente limpio y transparente, las plantas y las aves han regresado, no porque la gente ha dejado de contaminarla, sino porque las grandes empresas mineras, industriales y de todo tipo han dejado de hacerlo. Quiere decir que una baja intensidad de contaminación permite su recuperación por efectos de filtración y acción de la luz solar.

Ante el fracaso de los cuentistas y los pregoneros de la buena suerte y la esperanza, es la hora que aparezcan los filósofos y hacernos las preguntas de rigor: ¿Podría esta pandemia global dar lugar a una suerte de revolución social? Una revolución tan inédita como la propia pandemia. Que fuese acometida sin estridencias y se viera consumada mediante reformas de gran calado. Que contemplara unas reglas de juego menos determinadas por los intereses estrictamente económicos. Que generase un contrato social de nuevo cuño, presidido por las prioridades vitales de todos los ciudadanos. Es decir un nuevo orden económico y social, no venido del existente, sino producto del COVID – 19 y de la presión social por la sobrevivencia de todos.

Esta crisis carente de precedentes puede hacernos comprender que la actual desigualdad social, cada vez más acusada, no es sostenible a medio y largo plazo. Los beneficios desmesurados de la especulación deben tender a moderarse y no suponer el único modelo social a seguir. Las rentas del trabajo han de apreciarse como merecen, para reactivar un consumo atemperado en el que no se solicite tanto lo superfluo. Puede hacernos revisar nuestro desfallecido aprecio por la moral del esfuerzo, de “la productividad” estresante que enriquece a otros. También puede contribuir a que cobremos una mayor conciencia sobre los problemas del cambio climático. ¿Tiene sentido que nuestros aviones colapsen el espacio aéreo y nuestras carreteras no den abasto para un ingente número de automóviles?

Acaso advirtamos que las desorbitadas inversiones en gastos militares no sirven para mucho, ahora están en las calles ayudando y guardando orden, pero fuera de estos tiempos ¿Qué hace?, si ni siquiera tiene espacio ni permiso para hacer la guerra a nadie. Que resulta mucho más rentable para todos invertir en ciencia e innovación, cultura y educación y deporte, todo ellos junto interrelacionados e inclusivos y además de dotar al sistema sanitario público con los recursos apropiados. Ahora reparamos en que quienes trabajan en la sanidad prestan un servicio impagable, tras los recortes presupuestarios acumulados en aras de una privatización más o menos encubierta. Bien está el emotivo aplauso desde los balcones. Pero es obvio que esos cualificados profesionales merecen mucho mejor trato en lo sucesivo. Empezando por contar con los medios adecuados para realizar su imprescindible labor. El presupuesto aplicado en estos temas en el Perú es ridículo y mal aplicados, con una estrategia privatizadora que excluye a los que más necesitan.

Sin embargo, la crisis del coronavirus podría generar una catarsis colectiva propiciadora de cambios muy significativos en un orden social donde resulten más complementarios el interés personal y los intereses colectivos. Rentabilicemos este malhadado asedio del COVID -19 para meditar sobre cómo suscribir un pacto social de nuevo cuño. Más allá de fórmulas periclitadas y obsoletas que resultan cada vez más disfuncionales. Un inédito pacto social cuyas inventivas reglas de juego sirvan para enfrentar a los conocidos del Apocalipsis que se han provocado: la extrema desigualdad y una exacerbada insolidaridad.

Como ha señalado Pedro Sánchez el presidente del gobierno español, sólo quienes creen saberlo todo no aprenderán absolutamente nada de esta traumática experiencia. Los demás deberíamos aprovechar el confinamiento para ver cómo cabría estructurar un futuro común presidido por valores más atentos al ciudadano de a pie, aunque se releguen a un segundo plano los indicadores macroeconómicos. Es muy posible que casi nada sea como antes. Porque sin duda nos encontramos ante un punto de inflexión desde una perspectiva social. Ante uno de esos grandes hitos que jalonan la historia. Puede darnos mucho que pensar y el tiempo para reflexionar con serenidad.

Roberto R. Aramayo, Profesor de Investigación IFS-CSIC. Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC), dice que “Esta crisis puede invitarnos a reencontrarnos con la naturaleza y a disfrutar de las relaciones interpersonales como antaño. Puede hacernos ver que –parafraseando a Kant– las cosas pueden siempre cambiarse por algo equivalente y por eso tienen un precio de mercado. Pero que las personas no deben ser jamás un mero instrumento para una u otra finalidad. Porque su carácter irrepetible les hace sencillamente insustituibles. Y ello les otorga esa dignidad indisociable del ser humano.

Giorgio Agamben, filósofo italiano, sacó un artículo de opinión en diciembre del año pasado cuando el virus apenas llegaba a Italia, que tituló La invención de una epidemia. Su postura es tajante: se está sobredimensionando una gripe más y con el despliegue mediático se logrará una situación de pánico generalizado; una modalidad del estado de excepción que avalará la intervención militar, el cierre de fronteras y toda una serie de medidas económicas de emergencia.

El filósofo francés Jean-Luc Nancy, en respuesta a Agamben, llama la atención sobre el punto álgido que la interconexión técnica ha alcanzado en el mundo contemporáneo. Dice que en el análisis de Agamben, se desconoce el papel de la técnica y su vínculo con la política. Más que sospechar de un poder soberano que mueve los hilos secretos para mantener sujetados a los ciudadanos, debemos reflexionar acerca de los modos en que la técnica es la que impone un verdadero estado excepción; sería una técnica soberana. En este sentido, no se niega el estado de excepción, pero sí hay que modificar su naturaleza netamente política; es un estado de excepción biológico, informático, cultural, etc. permitido por la híperconectividad en estos tiempos. Ahora bien, para el francés, en la técnica también palpita la esperanza y la solución. El bueno de Jean-Luc, olvida que la técnica la poseen los mismos que han generado la crisis y no serán ellos que la usen para que la tecnología sea soberana.

En un artículo, el esloveno Žižek, frente a la información con la que hemos sido bombardeados, se hace una pregunta pertinente: ¿dónde terminan los hechos y dónde comienza la ideología? En ese momento, hace un poco menos de un mes, en un tono sarcástico decía muchas distopías que ya han preludiado el futuro cercano: teletrabajo, ejercicio en casa, yoga por Skype, clases a distancia y ocasionalmente masturbaciones por la internet o sexo delivery previo baño y medios de higiene garantizado y sujetos a manual normativo.  Todo un modo de explotación laboral a distancia y un modo de ayuda «humanitaria» contra el virus y sus efectos. Se cree que este tipo de acciones bien intencionadas contribuirá con las medidas de protección.

Humores de Žižek, a veces de mal gusto aparte, debemos también pensar sobre el efecto de pánico y miedo que se ha originado; toda una sensación imaginaria de apocalipsis, racismo y egocentrismo. Llamativamente, desde el discurso científico este tema es el menos tratado, pero el que más efectos devastadores puede tener sobre la sociedad y la economía. Aún, creemos en sujetos racionales que toman decisiones desde la claridad del entendimiento y con un balance de los argumentos; en los momentos actuales, de precario equilibrio, desentonando ligeramente con la realidad.

Por último, deberíamos preguntarnos por el estatus de la información y desinformación que ha circulado por medios oficiales y no oficiales. Quizá estamos en un punto límite de la historia, un atolladero donde una “fake new”, como por ejemplo, propiciado por Bolsonaro/hijo desde el poder, es motivo de investigación judicial, podría desatar una histeria colectiva con efectos sociales dramáticos o incluso, en un tono hiperbólico, ocasionar el desplome de la economía, que, una vez más y como siempre, afectarían mayoritariamente a los más vulnerables y empobrecidos de la vida.

Alejo Lerzundi Silvera 

CONSULTOR Y Director de Capacitación en ORETRABAJO
Ing. Agrónomo. MSC en Planificación del Desarrollo por el IICA/OEA
Especialista en Gestión de Proyectos y Desarrollo Rural Sustentable
lerzundi.alejo@gmail.com
Telfs: +(51) 1 469-6148 / 999209210
Calle Ocharán 281, depto. 802 Torre B, Miraflores. Lima. Perú


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