domingo, 9 de octubre de 2016

EL ESTIGMA DEL TRAIDOR




Autor: Dante Castro

Dante Alighieri ubica a los traidores en el último círculo del infierno ya que considera a la traición como el peor pecado de todos. La razón es que, a diferencia de otro tipo de crímenes, para traicionar primero hay que ganarse la confianza y el afecto de la víctima (Lautaro Berasategui). Confianza y afecto en oposición a lealtad y sinceridad. El traidor es el opuesto al héroe. Sin traidores no podríamos enseñar heroicidad, fidelidad y otros valores. La historia de la humanidad y la literatura universal cuentan con una larga galería de traidores. Judas traicionó a Jesús, Ganelón a Roldán, Bruto a Julio César, Petain a Francia, Mariano Ignacio Prado al Perú, Albino Guzmán al MIR, Cístero García al MRTA, etc. Sea Felipillo en la conquista del Tawantinsuyo, la Malinche en la conquista de México o Paullu Inca con Almagro, sin traidores no se hubiesen consumado grandes procesos criminales.

Nuestra tradición oral acuñó una excelente figura retórica inventando el jabón Prado: puedes intentar lavar la mancha pero nunca desaparece. Y es que el estigma del traidor no solo perdurará con él el resto de su existencia sino que se perennizará en la historia. Es imborrable. Trasciende al sujeto. Otra condición intrínseca de la traición es que no hay modo de remediarla. 

El traidor tiene la risita de la hiena, no el rugido del león. Risita tan hipócrita como la garúa limeña y ese afán de auto-conmiseración que lo hace aparecer como víctima de su contexto. Pero el traidor olvida lo que dijo Ortega y Gasset: El hombre es él y sus circunstancias. De modo que la decisión personal, la elección entre traición y lealtad, tiene más peso que las condiciones exteriores al sujeto. Judas, Bruto, Ganelón, Petain, Mariano Ignacio Prado, Albino Guzmán, Mario Monje, Cístero García, etc., tuvieron su minuto decisivo y optaron voluntariamente por traicionar. El león puede morir en su ley, pero la hiena trata de sobrevivir agachando la cabeza, con la cola entre las piernas, casi a ras del piso. Atacan en manada y por la espalda, aprovechando el descuido y la falta de respuesta. Igualmente el traidor busca amigos que lo justifiquen y confía en el olvido colectivo.

Decíamos que para traicionar hay que contar con la confianza y el afecto de la víctima. Manuel López Obrador (México), declara a la prensa que los traidores abundan, los hay en todos lados, e incluso hasta en las familias. Quien puede lo más, puede lo menos, dice un axioma del Derecho. Quien traiciona a su familia, ¿qué otra organización, línea política o concepto no podrá traicionar? 

Los sobrevivientes a una traición siempre se han negado a castigar a los traidores. Parece que les basta dejarlos ilesos para que vivan su propio infierno. Así tenemos vivos a Albino Guzmán, a Mario Monje, a Cístero García y otros de menor cuantía. Muertos en vida, no es necesario ajusticiarlos. Los que nada tienen que demostrar, guardan silencio. Los traidores hablan demasiado porque los persigue una insana pasión por excusar sus vergonzosos actos.

Este 9 de octubre conmemoramos la caída del Che, traicionado por Mario Monje y la línea jruschovista de la URSS. Es inevitable condenar la traición que trajo como consecuencia su muerte. Hubo quien lo traicionó en vida y quienes traicionan a posteriori su memoria. Valorar al Che es valorar también los conceptos que acompañan a su imagen: honestidad, lealtad, consecuencia, entrega. En las escuelas de Cuba los niños dicen a coro: “seremos como el Che”. Agreguemos: no como Mario Monje.


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