miércoles, 11 de septiembre de 2019

UN SIGLO DE MARXISMO-LENINISMO EN EE.UU.


Ctxt
11-09-2019

Fundado en 1919, el Partido Comunista estadounidense ha sobrevivido a la represión y la demonización. La prioridad de sus 5.000 miembros es derrotar a la extrema derecha en las elecciones de 2020.
 


Robert Thompson y Benjamin Davis, miembros del Partido Comunista estadounidense, a su salida del Palacio de Justicia Federal de Nueva York en 1949. Stieglitz, C. M. | Library of Congress 10 de Septiembre de 2019
 
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Entre los días 21 y 23 de junio se celebró en Chicago, Illinois, la trigésimo primera convención del Partido Comunista de EE.UU. (CPUSA por sus siglas en inglés). Una convención más o menos de un partido aparentemente marginal en el panorama político norteamericano sería despreciable si no fuera porque da comienzo a la celebración de sus cien años de existencia. Una china en el zapato de uno de los países más anticomunistas del mundo, o, lo que es lo mismo, de uno de los países más fervorosamente capitalistas de la Tierra. Cumplir un siglo de edad, como lo hace el CPUSA estos días, expresa perfectamente la fuerza de una organización que, más allá de su tamaño real, unos 5.000 miembros en la actualidad, ha sido y es columna vertebral de las luchas obreras y sindicales, de la reivindicación y defensa de los derechos civiles, y de los movimientos contra la guerra en EE.UU.

“Nos reunimos en un momento crucial. La misma existencia de nuestra gente y nuestro planeta está en peligro”, afirmaba John Bachtell, presidente saliente, en la apertura de la convención, “somos nosotros los que lideraremos la lucha para extender los derechos democráticos y salvar el planeta (…), los que vamos a crear un tipo de sociedad radicalmente nueva, libre de explotación, odio y desigualdad”. El idealismo del presidente, presumiblemente también el de los 300 delegados, delegadas y representantes de distintos partidos del trabajo de todo el mundo que lo acompañaban, está fuera de toda cuestión. Pero, en todo caso, si algo hay que reconocer del CPUSA es su capacidad de iniciativa, es decir, su verdadera vocación de vanguardia de las luchas obreras y ciudadanas.

Ese mismo afán se materializó un 1 de septiembre del convulso año de 1919 (año de la mayor huelga del metal en la historia del país hasta ese momento), cuando 128 hombres y mujeres, reunidos en el 1221 de la Blue Island Avenue de Chicago, fundaban el CPUSA. El manifiesto aprobado en aquella ocasión por una mayoría de esos hombres y mujeres rezaba: “El mundo está al borde de una nueva era. Europa se ha rebelado. Las masas de Asia se agitan con inquietud. El capitalismo está en colapso. Los trabajadores del mundo vislumbran una nueva vida y adquieren un nuevo coraje. De la noche de la guerra viene un nuevo día... (…) Llega la llamada a la acción. ¡Los trabajadores deben responder a esta llamada!”.

Desde sus inicios dedicó una parte de sus energías, de sus cuadros y sus militantes, a la fundación de organizaciones para la defensa de los derechos civiles, de las libertades de las minorías, de los inmigrantes y de los nacidos en el extranjero

Desde su misma fundación, los miembros del CPUSA sufrieron persecución, cárcel y, en el caso de miles de inmigrantes afiliados, deportación. El fiscal general en aquel entonces, A. Mitchell Palmer, con la cobertura de la Ley de Sedición de 1918 (una especie de “ley mordaza” que castigaba, entre otras cosas, las opiniones contrarias a la guerra), desató la respuesta represiva ante la Primera amenaza roja, constituida por las luchas obreras, la agitación en las calles, las huelgas y, para colmo, el desarrollo y la profundización del triunfo en 1917 de los trabajadores y las trabajadoras de Rusia. Los componentes más destacados de la dirección del partido no tuvieron más remedio que reducirse a la clandestinidad. Este acoso estatal se produjo en un contexto económico en el que, entre 1915 y 1920, en EE.UU., por efecto de la Primera Guerra Mundial, los precios de la alimentación se duplicaron, mientras que los de la ropa se triplicaron.

Esta primera ola de represión comenzó a remitir a partir 1921, cuando el partido pudo emerger del anonimato, aunque una parte de él quedó oculta, en lo que ha dado en llamarse el “aparato secreto del CPUSA”. El trabajo del partido se centró entonces en echar raíces entre la clase trabajadora, siempre con el objetivo de defender sus intereses de clase. Para ello, tomó la iniciativa en la formación de tantos sindicatos y tan inclusivos como fuera posible, con la colaboración de la Federación Americana del Trabajo, ya existente, en todos los sectores productivos de EEUU. Pero también dedicó una parte de sus energías, de sus cuadros y sus militantes, a la fundación de organizaciones para la defensa de los derechos civiles, de las libertades de las minorías, de los inmigrantes y de los nacidos en el extranjero. Y al mismo tiempo, a integrar y a organizar a las personas de color, trabajadores y trabajadoras negras del campo y de la ciudad, en los sindicatos. De hecho, y para confirmar esa vocación de vanguardia de la que hablábamos, el CPUSA fue el primer partido racialmente integrado de EE.UU.

“Una característica esencial del trabajo del Partido es nuestra política estratégica: identificar el objetivo político más importante del momento, el cual, cuando se logre, hará avanzar a toda la clase obrera y a la lucha democrática”, decía Bachtell en la conferencia de apertura de la convención del CPUSA de junio para definir la misma estrategia que el partido ha llevado a cabo a lo largo de su historia. Lo mismo en los inicios como posteriormente, con huelgas fallidas en unos casos, ganadas en otros, con éxitos y fracasos, como en toda lucha justa.

Sin embargo, en octubre de 1929, tras el crash de Wall Street, los trabajadores y trabajadoras que habían perdido sus empleos necesitaban algo más que estrategias. Los comunistas y las comunistas del CPUSA se pusieron de inmediato a la cabeza de la sociedad para ayudar a la “famélica legión”. Crearon los Consejos de Desempleados, que se encargaban de repartir entre los necesitados los víveres y artículos que el Estado, mediante las oficinas de socorro, no llegaba a proporcionar o solo en los casos de pobreza más extrema. Estos consejos sirvieron asimismo para bloquear los desahucios a que se enfrentaban decenas de miles de inquilinos (en lo que fueron escraches de la época), para organizar también la movilización por la exigencia de empleos públicos para los desempleados y ayudas para los que no podían trabajar, principalmente mujeres con hijos y/o personas mayores y/o discapacitados a su cargo, y no solo en la ciudad, sino también en las zonas rurales, donde se producían ejecuciones hipotecarias en las granjas. Desilusionados con el capitalismo, seducidos por las ideas comunistas o por la labor que sus militantes realizaban a pie de calle y con las manos en el barro, muchas de las personas desempleadas pasaron a las filas del CPUSA. Su afiliación, que había sido de 12.000 miembros en los años de su fundación, llegó a los 75.000 en 1938.

Tras la entrada en la guerra de la Unión Soviética en 1941, el CPUSA se centró en las políticas y la lucha antifascistas, recuperó su influencia y alcanzó los 80.000 miembros

En 1935, tres años después de ganar las elecciones, el gobierno de Franklin Roosevelt puso en marcha el New Deal, “la mayor victoria de la gente trabajadora, desde que la Guerra Civil abolió la esclavitud”, un giro contra el laissez-faire que había llevado a la crisis. La legislación del New Deal establecía así la prestación por desempleo, la adopción de la negociación colectiva, pensiones para los mayores y seguridad social, un salario mínimo y la semana de 40 horas de trabajo, reivindicaciones de las que el CPUSA había sido pionero en el país.

“Somos un partido internacionalista cuya meta es –señala Bachtell– acabar con el imperialismo yanqui y su presencia militar global, y reemplazarlo por solidaridad, igualdad y cooperación global”. El carácter internacionalista del CPUSA queda así de manifiesto hoy con sus palabras, como ayer quedó de manifiesto con hechos.

España, 1936, “Alzamiento nacional” y golpe a la Segunda República. Muchos militantes del partido se lanzan a las calles de EE.UU. y se manifiestan en defensa de la República española, en contra del golpe de Estado militar de julio, liderado por el general Francisco Franco. El CPUSA colabora con el bando de la democracia y la legalidad, recauda fondos para asistencia médica, y facilita la integración de muchos de sus miembros en una agrupación interracial, el Batallón Abraham Lincoln, una de las brigadas internacionales que luchó en la Guerra Civil española.

“Los limitados derechos civiles, sociales y democráticos que la clase trabajadora y el pueblo ganó bajo el capitalismo, siempre están amenazados. Ahora son asaltados de una forma sin precedentes. (…) En una u otra medida, la extrema derecha siempre supondrá un peligro para la democracia.” Parece que casi podemos oír reverberar en la sala de conferencias las palabras del ex presidente del CPUSA, John Bachtell. También parece que no hayan pasado cien años.

Con la llegada del general Franco a España, de Hitler a Alemania y de Mussolini a Italia, el fascismo se extendió por Europa. Stalin, en el gobierno ruso desde 1941, intrigaba y manejaba con mano de hierro la administración, el Partido y la Internacional Comunista (hasta que la disolvió en 1943). 

Tras la entrada en la guerra de la Unión Soviética en 1941, el CPUSA se centró en las políticas y la lucha antifascistas, recuperó su influencia y alcanzó sus mayores cifras de afiliación, con un total de 80.000 miembros.

El CPUSA tuvo en Earl Browder, secretario general y presidente del partido entre los años 1932 y 1945, como también en su sucesor, más conocido por el seudónimo de Eugene Dennis, unos fieles seguidores de los planteamientos de Stalin. Para ilustrar la cuestión, baste señalar que cuando en agosto de 1940 un agente ruso asesinó a Trotsky con un piolet, Browder aceptó y perpetuó la ficción de que dicho agente era un elemento desilusionado del partido. Ambos dirigentes, junto con otros líderes del CPUSA, fueron acusados por la justicia norteamericana de espiar para la URSS y sufrieron procesos y cárcel. 

El CPUSA sufrió una sangría de militantes después de que las fuerzas soviéticas invadieran Hungría en 1956, y de que Khrushchev desvelara en febrero de ese mismo año, los continuados crímenes de Stalin 

Poco después, finalizada la Segunda Guerra Mundial, con la Guerra Fría, con el lanzamiento de la primera bomba atómica en 1949 por parte de la URSS, con la llegada al poder en China de Mao Zedong ese mismo año y el comienzo de la Guerra de Corea en 1950, llegaría la psicosis anticomunista, o la Segunda amenaza roja. El presidente del Comité del Senado estadounidense, Joseph MacCarthy, denunció en febrero de 1950 una conspiración y la infiltración de agentes comunistas en el Departamento de Estado (equivalente al Ministerio de Exteriores). Así se iniciaron los procesos inquisitoriales contra cualquier sospechoso o sospechosa de comunismo, la “caza de brujas”, entre cuyas víctimas se cuentan actores y guionistas de Hollywood, funcionarios y funcionarias del gobierno y algunos militares. Dichos procesos pasaron por encima del principio de presunción de inocencia, propio de cualquier democracia que se precie, de forma que era el acusado o la acusada quien debía probar su inocencia, es decir, su nula vinculación o simpatía por el Partido Comunista, o en su defecto, debía delatar a sus camaradas.

“Todavía muchos nos perciben como ilegales o ligados a la Unión Soviética y a modelos de socialismo del pasado. Muchos de nuestros miembros, algunos líderes sindicales y comunitarios y funcionarios electos temen asociarse públicamente con nosotros”, reconocía Bachtell en la convención del CPUSA. “Aun así, los tiempos, la gente y la atmósfera política han cambiado dramáticamente. El anticomunismo también ha declinado, especialmente entre las generaciones jóvenes, nacidas después de la Guerra Fría”, añadía.

El CPUSA sufrió una sangría de militantes después de que las fuerzas soviéticas invadieran Hungría en 1956, y de que Nikita Khrushchev desvelara en febrero de ese mismo año, en un inesperado “discurso secreto” en el vigésimo Congreso del Partido Comunista Soviético, los continuados crímenes de Stalin y su gobierno. Howard Fast, autor de la novela Espartaco y militante del CPUSA desde 1943, expresaba así la sensación que dejó Khrushchev entre los miembros del partido: “Carreras brillantes abandonadas, éxito y riqueza dejadas de lado por algunos, respeto y honor arrinconados por otros, todos juntos en un pequeño grupo minoritario que había sido acosado y perseguido durante una década, todos nosotros guiados y comprometidos con un sueño espléndido de hermandad y justicia (…), y en este grupo (…) me levanté y dije: me pregunto si hay algún camarada que pueda decir ahora, después de lo que hemos conocido y visto, que ella o él seguiría hoy con vida si los líderes de nuestro propio partido hubieran tenido el poder de ejecución”. En todo caso, tras ese “discurso secreto”, los disidentes que renunciaron al estalinismo fueron expulsados del partido, otros se salieron por propia voluntad, y algunos de ellos formaron nuevas organizaciones de izquierda (como el Partido Progresista del Trabajo). Aún a día de hoy, Bachtell se lamentaba en la convención del CPUSA: “La percepción de que el comunismo es sinónimo de totalitarismo (…) aún está profundamente arraigada en el ADN político del país y es un arma poderosa de división por parte de la clase dominante”.

Fue en 1990 cuando por fin, después de años de insistencia, el militante del partido Eric A. Gordon consiguió que publicaran el primer artículo que aparecía en los círculos del CPUSA en reivindicación de los derechos de las personas LGTB

No obstante, los miembros que permanecieron en el partido y activos a pesar de todo, mantuvieron la labor del CPUSA, hasta que en 1988 Mijail Gorbachov alcanzó la jefatura del Estado soviético. Tras una primera acogida favorable a las profundas reformas de aquel, en 1989 el obrero metalúrgico Gus Hall, presidente del CPUSA desde 1959 hasta el 2000, las rechazó como una contrarrevolución destinada a restaurar el capitalismo en la URSS. Este planteamiento debilitó las relaciones del CPUSA con el Partido Comunista de la Unión Soviética, hasta el punto de que su secretario general les cortó la financiación. Los comunistas estadounidenses dependían financieramente del partido comunista ruso, como demuestra la existencia de al menos un recibo firmado por Hall. 

Con la disolución de la URSS y la ilegalización del Partido Comunista ruso en 1991 por parte de Boris Yeltsin, el CPUSA tuvo que replantearse su posición ideológica, para finalmente reafirmarse en su enfoque marxista-leninista, tal como se lee en sus estatutos: “Aplicamos la perspectiva científica desarrollada por Marx, Engels, Lenin y otros, en el contexto de nuestra historia, cultura y tradiciones americanas”.

Hay una cuestión en la que el CPUSA siempre ha estado rezagado respecto de otras formaciones de izquierdas. Así, fue solo en 1990 cuando por fin, después de años de insistencia, el militante del partido Eric A. Gordon consiguió que publicaran el primer artículo que aparecía en los círculos del CPUSA, concretamente en el periódico People’s Daily World, en reivindicación de los derechos de las personas LGTB. 

El Partido Comunista estadounidense celebra sus cien años de historia con una prioridad inmediata: “El campo de batalla más decisivo son las elecciones de 2020. (…) Se requerirá la máxima unidad y movilización de nuestra clase obrera multirracial, masculina y femenina, gay y heterosexual, multigeneracional, nativa y extranjera, en alianza con todas las demás fuerzas democráticas esenciales, incluyendo las comunidades de color, las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes, los discapacitados y todos los movimientos sociales. Derrotar a la extrema derecha es sólo la primera etapa de una lucha más prolongada y expansiva contra toda la clase capitalista”, señaló Bachtel antes de dar paso a una presidencia bicéfala compuesta por Rossana Cambron, la primera mujer en dirigir el partido desde que en 1961 fuera presidenta la líder sindical Elizabeth Gurley Flynn, el periodista y activista Joe Sims.


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