domingo, 22 de septiembre de 2019

KARL KORSCH: COMUNA REVOLUCIONARIA



¿Qué debe saber de la “comuna revolucionaria”* todo obrero con conciencia de clase en este momento histórico que nos corresponde vivir, en el que la autoliberación revolucionaria del yugo capitalista por parte de la clase obrera figura en el orden del día? ¿Y qué es lo que sabe hoy de ella incluso la parte políticamente más formada y, en consecuencia, relativamente autoconsciente del proletariado?

Existen a este respecto un par de hechos históricos y un par de palabras de Marx, Engels y Lenin relacionadas con ellos que, en la coyuntura actual, después de medio siglo de propaganda socialdemócrata durante todo el período de preguerra y de la serie de acon­tecimientos verdaderamente trascendentales de los últimos tres lustros, han pasado a formar parte decidida de la consciencia proletaria, por mucho que en las es­cuelas de la actual república “democrática” se hable, a pesar de todo, tan escasamente de estas cuestiones como en las de la vieja monarquía imperial. Se trata de la historia y del significado profundo de la gloriosa Comuna de París, que desplegó la bandera roja de la revolución proletaria el 18 de marzo de 1871 y la mantuvo enhiesta durante setenta y dos días de luchas encarnizadas contra un mundo exterior armado hasta los dientes y empeñado en un ataque a muerte contra ella. Se trata, en fin, de la comuna revolucionaria del proletariado parisino de 1871, de la que Karl Marx dijo en el Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores del 30 de mayo de 1871 sobre la guerra civil en Francia o que “su verdadero secreto” había radicado, fundamentalmente, en ser un gobierno de la clase obrera, “el resultado de la lucha de la clase productora contra la que se apropia del trabajo ajeno, la forma política al fin hallada que permitía realizar la emancipación económica del trabajo”. De manera similar arrojaba veinte años después Friedrich Engels al rostro de los filisteos aterrorizados, en un momento en el que la fundación de la Segunda Internacional y la institución de la Fiesta proletaria de Mayo como primera forma de la acción directa de masas a nivel internacional volvía a llenar de temor a las clases propietarias, las siguientes frases llenas de orgullo: “¿Quieren saber ustedes la forma que adoptará esa dictadura? Analicen la de la Comuna de París. Esa fue la dictadura del proletariado”. Y más de dos decenios después, el más grande político revolucionario de nuestra época, Lenin, volvió sobre este tema, llevando a cabo en la parte central de la más importante de sus obras políticas, El estado y la revolución, un detallado análisis de las experiencias de la Comuna de París y de la lucha contra la debilitación oportunista y la mixtificación de las importantes enseñanzas que ya Marx y Engels supieron extraer de aquel período histórico.

Y cuando pocas semanas después de la revolución rusa de 1917, que comenzó en febrero como revolución nacional y burguesa y acabó por convertirse, superando sus limitaciones de cuño nacional y burgués y ampliando y ahondado sus perspectivas en la primera revolución proletaria del mundo, tanto Lenin y Trotski como las masas obreras de Europa occidental y los sectores más progresistas de la clase obrera de todo el mundo saludaron la nueva forma de gobierno creada por esta acción revolucionaria de las masas, es decir, el sistema revolucionario de los consejos como la prolongación directa de la comuna revolucionaria alumbrada medio siglo antes por los obreros de París.

Hasta aquí, muy bien. Por muy confusa que fuera la idea que en el periodo de ascensión e impulso revolucionarios que siguió en toda Europa a las conmociones políticas y económicas desencadenadas por los cuatro años de guerra mundial, abrigaran los obreros revolucionarios al pronunciar la fórmula “Todo el poder para los consejos” y por muy profundo que fuera el abismo que ya entonces comenzaba a abrirse entre dicha imagen y la realidad que iba forjándose en la nueva Rusia bajo el rótulo de “República Socialista de Consejos”, no cabe duda de que en aquellos años la llamada a los consejos representaba una forma de evolución política positiva de la voluntad de una clase proletaria y revolucionaria en plena urgencia de realización. A decir verdad, únicamente filisteos amargados podían clamar entonces contra la indeterminación que inevitablemente aquejaba a esta idea, al igual que a toda idea no plenamente realizada, y sólo pedantes inanes podían acometer el intento de remediar esta deficiencia mediante “sistemas” artificialmente elaborados en el terreno de la imaginación, como el desacreditado “sistema de cajitas” de Daumig y Richard Müller. En todos aquellos lugares en los que, al igual que de ma­nera tan efímera en Hungría y Baviera en 1919, el proletariado constituyó su dictadura revolucionaria de clase, la concibió, tituló y formó como “gobierno de la clase obrera”, gobierno que era el resultado de la lucha de la clase productora contra la clase que se adueña del trabajo ajeno, y cuyo objetivo último radicaba en la plena consecución de la “liberación económica del trabajo”, un gobierno definido en fin, como “gobierno revolucionario de consejos”. y si en aquella época en alguno de los grandes países industriales, en Alemania, por ejemplo, cuando la gran huelga de la primavera de 1919 o cuando el contragolpe a raíz del putsch de Kapp de 1929 o en ocasión de la llamada huelga de Cunow, en el año de ocupación del Ruhr y de la inflación (1923), o en Italia, durante la época de la Ocupación de fábricas de octubre de 1923, hubiera triunfado el proletariado, hubiera constituido su poder en forma de república de consejos, vinculándose a la ya existente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en una Federación Mundial de Repúblicas Revolucionarias de Consejos. En las actuales circunstancias, sin embargo, la idea de los consejos y la existencia de un gobierno de consejos pretendidamente “socialista” y “revolucionario”, tienen un significado totalmente distinto. Hoy, en que la superación de la crisis económica mundial del año 1921 y las consiguientes derrotas de los obreros alemanes, polacos e italianos, a las que han seguido una cadena de nuevas derrotas proletarias hasta la huelga general inglesa y huelga de mineros de 1926, el capitalismo europeo ha inaugurado un nueva ciclo de su dictadura sobre una clase obrera derrotada, hoy, en fin, en que nos encontramos ante unas nuevas condiciones objetivas, los luchadores de la clase proletaria y revolucionaria de todo el mundo no podemos seguir aferrándonos de manera acrítica e inmovilista a nuestra vieja fe en la importancia revolucionaria de la idea de los consejos y en el carácter revolucionario del gobierno de los consejos como manifestación reciente y evolucionada de la forma política de la dictadura proletaria “hallada” hace medio siglo por los communards franceses.

Frente a las flagrantes contradicciones que hoy existen entre el nombre y la realidad efectiva de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no podemos darnos por satisfechos con la constatación, por ejemplo, de que los actuales mandatarios rusos “han traicionado” el primitivo principio “revolucionario” de los consejos, de manera similar a como Scheidemann, Müller y Leípart “han traicionado” sus principios socialistas “revolucionarios” de preguerra. Limitarse a ello sería a un tiempo superficial y erróneo. Es obvio que se trata de ‘una doble o verdad indudable. Los Scheidemanh, Müller y Leipart han traicionado, sin duda, sus principios socialistas, y, por otra parte, la “dictadura” que hoy es ejercida por la cumbre máxima del aparato de un partido gubernamental en extremo exclusivista y del que sólo el nombre recuerda al primitivo partido “comunista” y “bolchevique” sobre el proletariado y toda la Rusia soviética con la ayuda de una burocracia extraordinariamente desarrollada, tiene en común con las ideas revolucionarias de los consejos de 1917 y 1918 exactamente lo mismo que la dictadura del partido fascista del viejo socialdemócrata revolucionario Mussolini en Italia. Pero en ambos casos es tan poco lo que se explica hablando de “traición”, que más, bien es el hecho de la traición misma lo que necesita ser explicado. 

La verdadera tarea que esta evolución contradictoria -que ha llevado del viejo lema revolucionario de “Todo el poder para los consejos” al actual régimen capitalista y fascista del pretendido “estado socialista soviético”- nos plantea a todos los socialistas revolucionarios con conciencia de clase de manera realmente urgente, no es, a decir verdad, sino una tarea de autocrítica revolucionaria. Hemos de reconocer que no sólo para las ideas e instituciones del pasado feudal y burgués, sino también para cuantos pensamientos y formas de organización ha ido procurándose la propia clase obrera en los anteriores y sucesivos periodos de su lucha de autoliberación histórica, tiene validez esa dialéctica revolucionaria en virtud de la cual “el bien de ayer se convierte en el mal de hoy”, por decirlo con palabras de Goethe, o, como vino a decir más clara y terminantemente Karl Marx, todo estadio histórico de una forma evolutiva de las fuerzas productoras revolucionarias y de la acción revolucionaria, así como de la evolución de la consciencia, puede convertirse, en un determinado punto de su proceso evolutivo, en una rémora para el mismo. A esta contradicción dialéctica de la evolución revolucionaria están sometidas, al igual que las restantes ideas y producciones históricas, también esas formaciones en el orden del pensamiento y en el de la organización propias de una determinada fase histórica de la lucha revolucionaria de clase, como la forma política “por fin hallada” hace casi  60 años por los communards franceses y estructurada como forma de gobierno propia de la clase obrera al modo de comuna revolucionaría y su heredera, surgida en un nuevo periodo histórico de lucha a impulsos del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos rusos, conocida con el nombre de “poder revolucionario de los consejos”, 

En lugar de lamentarnos sobre la “traición” a la idea de los consejos y la “degeneración” consiliar debemos proceder a sintetizar de manera sobria, serena e históricamente objetiva la evolución entera de este proceso, elaborando una visión histórica de conjunto que dé cuenta de sus fases sucesivas, haciéndonos, por último, la pregunta crítica: ¿cuál es, de acuerdo con esta experiencia histórica, el significado real de orden histórico y clasista de esta nueva forma de gobierno, cristalizada inicialmente en la comuna revolucionaria de 1871, aniquilada por la fuerza al cabo de setenta y dos días de vida y que ha encontrado su expresión más concreta y reciente a raíz de la revolución rusa de 1917?

Procurarse una nueva imagen, mucho más profunda y orientadora, del carácter histórico y clasista de la comuna revolucionaria y su prosecución en el sistema revolucionario de consejos resulta doblemente necesario si se piensa que incluso la crítica histórica más superficial muestra lo totalmente infundado de esa concepción, tan extendida hoy entre los revolucionarios, que si bien desprecia teóricamente al parlamento como institución burguesa por su origen y su función y prácticamente predica la necesidad de “aniquilarlo”, en el llamado “sistema de consejos” y en su precedente, la “comuna revolucionaria” vislumbra, al mismo tiempo, una forma de gobierno total y esencialmente proletaria, opuesta, por su propia, naturaleza, de manera inconciliable, y contradictoria respecto del estado burgués. En realidad, sin embargo, la “comuna” representa, a lo largo de su evolución casi milenaria, no sólo una forma de gobierno burgués más antigua que el parlamento, sino que constituye -desde sus comienzos en el siglo XI hasta su punto culminante en el momento álgido del movimiento revolucionario de la burguesía, es decir, en la gran revolución francesa de 1789-1793- la forma más pura, precisamente, en el orden clasista de la lucha que, en las formas más diversas, llevó a cabo durante todo este período histórico la entonces revolucionada clase burguesa para conseguir la transformación del orden social feudal existente hasta el momento y edificar el nuevo orden social de cuño burgués. 

Cuando en la frase que citamos anteriormente -entresacada de La guerra civil en Francia- Marx celebraba la comuna revolucionaria de los obreros parisinos del año 1871 como “la forma política al fin hallada que permitía realizar la emancipación económica del trabajo” era, al mismo tiempo, de todo punto consciente de que la forma heredada de las seculares luchas burguesas de liberación de la “comuna” sólo podían asumir este carácter nuevo al precio de una transformación radical de su entera esencia anterior. Toma posición, expresamente, contra las falsas concepciones de cuantos querían ver, en su tiempo, en esta “nueva comuna, aniquiladora del poder del estado” una “versión renovada de las comunas medievales anteriores a dicho poder estatal y que sentaron, en realidad, las bases del mismo”. Y estaba muy lejos, por supuesto, de esperar cualquier tipo de efectos milagrosos para la lucha de clases del proletariado de la forma política de. la constitución comunal en cuanto a tal, considerada independientemente del contenido clasista específico con el que, en su opinión, habían llenado los obreros de París esta forma política por ellos conquistada y puesta al servicio de su autoliberación económica en un determinado momento histórico. De acuerdo con su análisis de, este problema, los obreros de París hicieron de la forma heredada de la “comuna” un instrumento de sus fines revolucionarios -opuestos radicalmente a la originaria finalidad histórica de la misma- en virtud, precisamente, de su carácter poco evolucionado y relativamente indeterminado. En tanto que en el estado burgués plenamente desarrollado, tal y como ha ido formándose -en Francia, sobre todo- en su versión clásica, es decir, como estado representativo moderno centralizado, el poder estatal no pasa de ser, de acuerdo con la conocida expresión del Manifiesto comunista, otra (cosa que “un consejo de administración del conjunto de negocios de la burguesía”, en las formas tempranas y poco desarrolladas de la estructura estatal burguesa, entre las que hay que situar la comuna “libre” medieval, este carácter clasista específicamente burgués, consustancial a todo estado, cobra una fisonomía por completo diferente. Frente al posteriormente cada vez más evidente y cada vez más elaborado carácter del poder estatal burgués de “instrumento público coactivo para la opresión de la clase obrera”, de “máquina para el dominio clasista” (Marx), en esta fase primitiva de su evolución todavía pesa más la finalidad originaria de la organización burguesa de clase como órgano de la lucha revolucionaria de liberación de la clase burguesa oprimida contra el dominio feudal medieval. Por muy poco que fuera lo que esta lucha de la burguesía medieval tenia en común con la lucha proletaria de emancipación de la época histórica contemporánea, era, no obstante, una lucha de clases histórica, y en esta medida -aunque, desde luego, sólo en ella- los instrumentos creados por la burguesía al hilo de las necesidades de su lucha revolucionaria no dejan de ofrecer también un punto de partida puramente formal para la lucha de emancipación revolucionaria que actualmente, sobre bases totalmente distintas en condiciones harto diferentes y con vistas a otros fines protagoniza la clase proletaria.

Marx llamó muy pronto la atención sobre la especial importancia que a esa serie de experiencias y conquistas tempranas de la lucha de clases sostenida por la burguesía, cuya expresión más importante puede verse en las diversas fases evolutivas de la comuna revolucionaria burguesa de la Edad Media, le ha ido correspondiendo en la formación tanto de la moderna consciencia proletaria de clase como de la lucha de clase del proletariado, y lo hizo mucho antes, incluso, de que el gran acontecimiento histórico del alzamiento de los communards parisienses de 1871 le incitara a saludar esta nueva comuna revolucionaria de los obreros de París como la forma política al fin; hallada de la emancipación económica del trabajo. Debemos a Marx, a este respecto, la demostración de la analogía histórica existente entre la evolución política de la burguesía como clase oprimida y en lucha por su liberación en el seno del estado feudal medieval y la evolución del proletariado en la moderna sociedad capitalista. Una analogía de la que se ha servido, por cierto, como importante punto de partida en su teoría dialéctica y revolucionaria sobre la importancia de los sindicatos y de las luchas sindicales -una teoría aún no comprendida plena y adecuadamente, ni siquiera en nuestros días, por buen número de marxistas tanto de inspiración izquierdista como derechista-. En ella Marx ha comparado las modernas coaliciones de obreros con las comunas de la burguesía medieval, subrayando el hecho histórico de que también la clase burguesa comenzó  su lucha contra el orden social feudal con la formación de coaliciones. Ya en su escrito polémico contra Proudhon encontramos la siguiente referencia, hoy verdaderamente clásica, a esta cuestión:

En la historia de la burguesía: debemos diferenciar dos fases: en la primera se constituye como clase bajo el régimen del feudalismo y de la monarquía absoluta; en la segunda, la burguesía constituida ya como clase, derroca al feudalismo y la monarquía, para transformar la vieja sociedad en una sociedad burguesa. La primera de estas fases fue más prolongada y requirió mayores esfuerzos. También la burguesía comenzó su lucha con coaliciones parciales contra los señores feudales. Se han hecho no pocos estudios para presentar las diferentes fases históricas recorridas por la burguesía desde la comunidad urbana (comuna) hasta su constitución como clase. Pero cuando se trata de tomar buena nota de las huelgas, coaliciones y otras formas de las que los proletarios se sirven para culminar ante nosotros su organización como clase, los unos son presa de verdadero espanto y los otros hacen gala de un desdén trascendental (Miseria de la filosofía). 

Lo que aquí expresa teóricamente el joven Marx a mediados de los años 40, reciente aún su evolución al socialismo proletario, y viene a repetir, sin mayores variaciones, años después en su exposición de los diversos estadios evolutivos de la burguesía y del proletariado en el Manifiesto comunista, vuelve veinte años después a expresarlo una vez más en la conocida Resolución del Congreso de Ginebra de la Asociación Internacional de Trabajadores concerniente a los sindicatos, donde se dice de éstos que ya en su anterior evolución, y sin ser conscientes de ello, más allá de sus tareas cotidianas inmediatas de defensa de los salarios y de la jornada de trabajo de los obreros contra las incesantes acometidas del capital, “habían llegado a convertirse en puntos verdaderamente culminantes de la organización de la clase obrera, de manera similar a como las municipalidades y comunidades medievales lo habían sido para la burguesía”, de tal modo que en el futuro habrían de obrar ya de manera plenamente consciente como tales puntos culminantes de la organización del conjunto de la clase obrera. 

Autor: Karl Korsh (1929)

* Se refiere al escrito de Karl Marx “La guerra civil en Francia”.


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