jueves, 5 de abril de 2012

EL CEREBRO Y EL MITO DEL YO (5)

La naturaleza intrínseca de la función cerebral

Hace ya algún tiempo propuse una hipótesis de trabajo (Llinás, 1974) relacionada con las ideas de Brown, según la cual la función del sistema nervioso central podría operar independientemente, en forma intrínseca, y que la entrada sensorial, más que informar, modularía este sistema semicerrado. Me apresuro a decir que la ausencia de entrada sensorial no es el modo operativo normal del cerebro, como todos lo sabemos cuando, de niños, observamos por primera vez el comportamiento de una persona sorda o ciega. Sin embargo, también sería erróneo decir que el extremo opuesto es cierto: para generar percepciones, el cerebro no depende de una entrada continua de señales del mundo externo (ver El último hippie de Oliver Sacks); los sentidos se necesitan para modular el contenido de las percepciones (inducción) pero no para la deducción. Propongo que, como el corazón, el cerebro opera como un sistema autorreferencial, cerrado al menos en dos sentidos: en primer lugar, como algo ajeno a la experiencia directa, en razón del cráneo, hueso afortunadamente implacable; en segundo lugar, por tratarse de un sistema básicamente autorreferencial, el cerebro sólo podrá conocer el mundo externo mediante órganos sensoriales especializados. La evolución sugiere que estos órganos especifican estados internos que reflejan una selección determinada de circuitos neuronales, realizada según el método ancestral de ensayo y error. Tales estados pasaron a formar parte de la predeterminación genética (por ejemplo, no tenemos que aprender a ver colores). Al nacer, estos circuitos ancestrales ya presentes (que comprenden la arquitectura cerebral funcional heredada) se enriquecen gradualmente en virtud de nuestras experiencias como individuos y, por ende, constituyen nuestras memorias particulares, que de hecho nos constituyen nuestro sí mismo.

Como veremos, el mundo de la neurología brinda apoyo al concepto del cerebro como sistema cerrado. En tal tipo de sistema, la entrada sensorial desempeñaría un papel más importante en la especificación de los estados intrínsecos (contexto) de actividad cognoscitiva, que en el puro suministro de "información" (contenido). Lo anterior equivale, ni más ni menos, al ejemplo en el cual una entrada sensorial modula el patrón de actividad neuronal generado en la medula espinal, que produce la marcha. Sólo que aquí nos referimos a un estado cognoscitivo generado por el cerebro y al modo como la entrada sensorial lo modula. El principio es el mismo. Pongamos por caso la prosopagnosia, condición en la que, debido a una lesión neurológica, se pierde la capacidad de reconocer caras humanas. Estas personas pueden ver y reconocer las diferentes partes de la cara, pero no reconocen las caras como entidades en sí, es decir, el sistema intrínseco que reconoce no funciona (Damasío et al., 1982; De Renzi y Pellegrino, 1998) y por lo tanto, las caras como tal, son una creación del cerebro. Más aún, los habitantes de los sueños de los prosopagnósicos carecen de caras (Llinás y Pare, 1991). Más adelante volveremos a este problema.

El significado de las señales sensoriales se expresa principalmente en su incorporación a entidades o estados cognoscitivos de más amplia envergadura. En otras palabras, las señales sensoriales adquieren representación gracias a su impacto sobre una disposición funcional preexistente del cerebro (Llinás, 1974,1987), concepto éste que constituye un problema mucho más profundo de lo que podría pensarse a simple vista, particularmente si se examinan cuestiones acerca de la naturaleza del "sí mismo".

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