jueves, 28 de abril de 2022

NUEVA CONSTITUCIÓN: ¿UNA TÁCTICA CORRECTA O UN DISTRACTIVO POLÍTICO?

 


Por razones que sería largo explicar, soy bastante escéptico en los logros de un movimiento dirigido a cambiar la constitución peruana, en las actuales condiciones en nuestro Perú. No estoy en contra de una nueva constitución, pero, para resumir brevemente, mi escepticismo en el sentido de que ella sea garantía de un nuevo Perú, nace de que no hay una columna vertebral ni cabeza que conciban, planifiquen y potencien la lucha del pueblo, incluida la lucha por una nueva constitución. Lograr esa cabeza y columna vertebral es una tarea estratégica a largo plazo que demanda sacrificio y disposición a correr riesgos, incluso con pérdida de vida, debido a la reacción violenta de las clases y Estado opresores. Es decir, demanda la creación heroica a la que se refería Mariátegui.

La lucha por una nueva constitución es un recurso táctico importante pero llamado a diluirse, incluso si resulta triunfante en el recuento de votos, sin ese requisito de la visión y acción estratégicas. La estrategia demanda incluso la prioridad de revivir las hoy semi-difuntas organizaciones de la clase trabajadora, aplastadas por el aluvión neoliberal. Dónde están hoy los sindicatos, dónde el movimiento campesino organizado el cual, mal que bien, comandó y fue capaz de librar inmensas y muchas veces victoriosas luchas por la tierra hasta los años 60. Incluso el movimiento intelectual progresista actual está impregnado de neoliberalismo en cuanto no ve más allá de lo que le permite sus anteojeras neoliberales y el endiosamiento de la democracia abstracta, la que no pasa de ser una entelequia bajo el sistema económico burgués y de la sociedad burguesa en general. Se hacen extrañar, por ejemplo, los trabajos literarios de Alegría, Scorza, Arguedas, Salazar Bondy, etc., los cuales, mucho más allá del posterior relumbrón hueco de la literatura vargallosiana, anunciaban el surgimiento de una elevada literatura nacional con profundo contenido social. Incluso en el terreno político, el intelectualmente brillante movimiento social progresista de Ruiz Eldredge y sus compañeros sería visto hoy como extremista e incómodo para una izquierda que se afana en llegar a gobernar en la creencia de que pueden modificar el estado burgués semi-colonial peruano y que tiene miedo y vergüenza de definirse como socialista (¿comunista yo, nosotros, nuestro partido revolucionario?? ¡Horror!! No somos terroristas, no somos comunistas. ¡Somos demócratas!!, estamos en primera línea contra el terrorismo; acaso no defendimos al estado y a la República contra el terrorismo cuando gobernaba Fujimori??!! ¿Acaso no apoyamos a Alan, a Toledo, a Humala, etc. para salir de la crisis, aunque fuese con la constitución de Fujimori??). Por eso, puede parecer muy cuerdo ese llamado a centrarse en la reforma de la constitución, pero ésta no pasará de ser una versión más de las muchísimas que en nuestra historia republicana muestra el hueco contenido del activismo político izquierdizante sin el  norte de la lucha por la realización de los intereses de la clase trabajadora, sea ésta obrera fabril, campesina, o de los nuevos estratos de la fuerza de trabajo creados por el desarrollo del capitalismo computarizado  especialmente en los llamados servicios.

Al ver el activismo político que agita y amenaza como si tratara de tirar el libraco de la nueva constitución en la cabeza de la pérfida burguesía, uno no puede menos que preguntarse: y ¿quién se encargará de hacer cumplir la constitución? ¿O es que se piensa que la constitución, como varita mágica, va a atontar y finalmente hacer humo al imperialismo y a su servil burguesía semi- o neo-colonial? ¿En qué país estamos? ¿Es que se cree que la constitución va a pulverizar al gran monopolio minero, industrial y de servicios, y especialmente el monopolio del capital bancario (extranjeros por lo demás, pues los “grandes” banqueros peruanos y la “gran” burguesía peruana no son más que enclenques prestanombres del gran capital imperialista)? ¿Es que se piensa que la corrupción que permea todo el aparato estatal (y no solamente el gobierno) va a disolverse de muto proprio debido a que los corruptos son observantes fieles de la ley?? (Para quien no se haya enterado de la realidad de la corrupta semi-colonialidad peruana, le sería bueno leer atentamente los trabajos de Durand publicados por el IEP y la U. Católica). Y se dirá seguramente que el pueblo hará respetar la constitución. ¿Pero cómo? ¿Sin cabeza y con un cuerpo malaguoso?


Argumentar los ejemplos boliviano, chileno y mexicano como respaldando la lucha por la nueva constitución es ignorar la especificidad de las luchas y desarrollos históricos de esos pueblos. En todos ellos, sobrevivieron movimientos revolucionarios que, con mayores o menores éxitos, no pudieron ser derrotados. En el caso boliviano es conocida la importancia de los sindicatos y organizaciones campesinas; en el caso mexicano, existió siempre una intelectualidad y partidos con un marcado sentimiento nacionalista anti-imperialista, además del importante movimiento campesino. En el caso chileno, el movimiento popular es heredero del movimiento revolucionario reprimido por el pinochetismo y por ello pudo tener consignas y movimientos reivindicativos claramente revolucionarios y progresistas aún en medio de la violenta represión pinochetista. El caso peruano es otro. El conjunto del movimiento popular aquí está descabezado, desorganizado en su conjunto, su "dirección" si de ella se puede hablar, totalmente subsumida en los vericuetos corruptos del parlamentarismo y legalismo burgueses.

Es comprensible entonces que la mayoría del pueblo peruano no crea más en los partidos políticos, incluidos los de "izquierda". Pero eso no puede ni debe ser razón para negar la urgencia de darle cabeza y columna vertebral a la clase trabajadora, a sus organizaciones y aliados. La lucha por una nueva constitución y la lucha por los derechos de los trabajadores y el pueblo en general no deben estar desligadas de la persistencia en este trabajo organizativo, sacrificado y altamente idealista, heroico y con fe en el mito mariateguiano. Pensar que sin pensamiento ni acción consciente, coordinada y valiente, pensar que sólo con el activismo y la agitación se va a crear consciencia y marchar al socialismo es tremendamente irresponsable e históricamente condenado al fracaso, una vez más al fracaso del espontaneismo.

Son cuarenta años de neoliberalismo, es cierto, pero son también cuarenta años de una prédica reformista electorera acobardada por la represión, que sirvió para adormecer al movimiento popular y que logró sustituirlo con activismo reinvindicacionista desligado de los intereses de la única clase social que hoy por hoy podría emprender una lucha por la real transformación del Perú si tuviera la dirección y organización requeridas por los grandes cambios históricos, insuflando y englobando las luchas de las regiones y  las luchas sectoriales como aquellas  contra la represión de las mujeres -especialmente las de las mujeres trabajadoras-, contra la hipocresía y la represión machista y de género, por la satisfacción de sus demandas de salud, vivienda, alimentación, educación y otras. Cuarenta años, pues, durante los cuales el reformismo electorero izquierdizante sirvió para apuntalar el sistema burgués semicolonial, durante los cuales la principal obsesión era hacerse del cargo burocrático parlamentario. Hay que acabar con ese activismo sin norte y con el oportunismo liquidador del movimiento popular y de la clase trabajadora.

¿Quién lo va a hacer? ¿Quién va a reconstituir el partido de Mariátegui y las organizaciones, especialmente los sindicatos, de la clase trabajadora? No va a ser por cierto una izquierda embebida en los rituales congresísticos y leguleyos. La nueva cabeza, la nueva columna vertebral sindical y frentista será decididamente obra de nuevos actores, de jóvenes, de una nueva generación con el deseo profundo de luchar por un Perú nuevo arriesgando incluso su bienestar y seguridad, una nueva generación idealista como también lo fue en tiempo de Mariátegui y en la que él puso sus esperanzas, sueños que no se concretaron por su partida y, sobre todo, por el oportunismo y el arribismo que cundió entonces. ¿Quiere decir esto que hay que esperar a tener la gran organización antes de luchar por las reivindicaciones de los trabajadores y del pueblo en general? Por supuesto que no. De lo que se trata es de combinar ambas tareas, de liquidar el electorerismo y el activismo sin norte de clase, de estudiar nuestra realidad pues el socialismo peruano no será calco ni copia sino producto de la reflexión, del estudio y de la acción planificada para lograr el cambio. Y de no tener vergüenza de tener ideales ni de llamarse socialista o comunista o marxista. Dejemos al arribismo que se regocije con los títulos como señor senador de la república, señor alcalde, dejemos que se chante al cuerpo y deshonre esas bandas rojiblancas que satisfacen sus pequeños y mezquinos egos caciquiles.

 

En cuanto al papel de la religión en la historia del pueblo peruano, creo que hasta ahora el ensayo de Mariátegui sobre el factor religioso, después de un siglo, no ha sido superado y sigue totalmente vigente.  Ese ensayo, de validez universal, no es solo valioso por su penetrante análisis del factor religioso en una determinada formación social, sino porque es también un extraordinario ejemplo de la aplicación de la teoría marxista al problema de la relación entre estructura y superestructura. En ese ensayo, su dominio del método marxista de análisis de la realidad es brillante y es quizás lo más valioso, junto a sus descubrimientos y conclusiones sobre la historia y desarrollo del sentimiento religioso y de la religiosidad del pueblo peruano. En las universidades, por ejemplo, los marxistas recurrían a las pocas referencias explícitas de Marx que en sus obras mayores se encuentra respecto a la relación entre literatura y la economía.  Y generalmente hacían referencia a las escuetas referencias de Marx al brillo de la literatura griega clásica. Pues bien, en el ensayo mencionado, Mariátegui hace un brillante análisis lógico-histórico de la religiosidad del pueblo peruano y su relación con la organización económica del imperio incaico. Un torpe intento de contraponer el método dialectico en filosofía y en su aplicación a la historia, cree encontrar justificación en la distinción que hace Mariátegui entre materialismo filosófico y materialismo histórico. Lo único que demuestra ese aserto de Mariátegui es que él, contrariamente a lo que muchos sostienen, conocía muy bien la filosofía dialéctica marxista y no la confundía con su aplicación concreta al análisis de la sociedad.  De paso: quien pudiera sorprenderse por ese tratamiento objetivo, dialéctico, y por la tipificación del incanato por Mariátegui como una economía socialista,  seguramente se escandalizaría al enterarse que Frederick Engels (en su obra "Sobre la Religión") sostiene y demuestra que la predica de Jesús y sus seguidores fue una prédica socialista, que ellos fueron los primeros socialistas, pero que su doctrina fue corrompida por charlatanes y aventureros y más tarde entronizada como opresivo instrumento ideológico del imperialismo romano.

28/04/2022

Rebelde marxista

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