lunes, 15 de julio de 2013

MATRIZ COMUNITARIA: SOCIALISMO Y PODER - XII

LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL

Nuevo Orden: Matriz comunitaria

EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI



SOCIALISMO Y PODER - Parte XII

Marcelo Colussi

¿Hacia una revisión del socialismo?

"El socialismo clásico fue prepotente y arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal página para encontrar verdades y soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un grave error."
Rafael Correa

"¿Puede  sostenerse,  hoy  por  hoy,  la  existencia  de  una clase  obrera  en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea  de hacer parir una  nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase  obrera  –en  el sentido marxista del término– tiende a  desaparecer, para  ceder  su  sitio  a  otro  sector  social?  ¿No  será  ese innumerable  conjunto  de  marginados  y  desempleados  cada  vez  más  lejos  del  circuito económico,  hundiéndose  cada  día  más  en  la  miseria,  el  llamado  a  convertirse en la nueva clase revolucionaria?
Fidel Castro

 En pos de aportar algo a favor de la mejora del mundo en que vivimos, debe estudiarse detenidamente lo ocurrido en las experiencias de socialización  desarrolladas  en  el  pasado  siglo;  experiencias  que  tenían justamente,  como  objetivo  final,  promover  un  mejoramiento  en  la  calidad de vida  de las poblaciones a quienes estaban dirigidas; preámbulo, a su vez, de un proceso transformador pretendidamente universal.

Hablar  de  "revisión"  puede  resultar  ostentoso.  El presente  escrito no  tiene  más  finalidad  que  ésta:  invitar  a  iniciar  un  debate  en  torno  al humanismo con  el que,  hasta ahora,  se  han intentado modificar  las  estructuras  sociales.  Podríamos  decir: ¿hacia  un  nuevo  humanismo?  Un humanismo  que  no  desconozca  la  naturaleza  humana;  un  humanismo que  apunte  a  replantear  las  relaciones  para  con  la  propiedad  al  mismo tiempo que los límites y flaquezas insalvables que  nos constituyen. O si queremos  decirlo  en  otros  términos:  abrir  un  debate en  torno  al  poder como eje de lo humano.

 El surgimiento de la industria moderna trajo un sinnúmero de modificaciones en la historia. Una de ellas, si se quiere colateral por la forma en que nace, pero no por ello menos importante, es el ascenso de la organización sindical y las ideas de colectivización que desembocan, para mediados del siglo XIX, en el nacimiento del socialismo científico de la mano de Carlos Marx.

Quizá como nunca había mostrado antes en la historia un sistema de  pensamiento,  las  razones  lógicas  que  lo  sustentan  se  muestran  incontestables.  La  andanada  interminable  de  críticas  que  recibe,  revela  y ratifica  a  fuego  aquella  agudeza  atribuida  a  Miguel de  Cervantes  (pero inhallable en el Quijote) de "ladran Sancho, señal que cabalgamos".

 El "fantasma"  que recorría Europa hacia mitad de los 800 (el fantasma  del  comunismo)  crece,  gana  adeptos,  se  constituye  en  fuerza política.  Y  ya  entrado  el  siglo  XX  obtiene  su  mayoría  de  edad.  La  Rusia bolchevique  marca  el  rumbo;  luego  se  van  sumando,  lenta  pero  ininterrumpidamente, cantidad de países. La lista es larga; para la década del 80 una cuarta parte de la población mundial vive en naciones con sistemas socialistas. Hay enormes diferencias entre muchas de ellas, pero un común denominador para todas es que, en ningún caso, las revoluciones tienen  lugar  en  los  países  más  desarrollados  industrialmente  –tal  como había  pretendido  la  concepción  original–  sino,  por  el  contrario,  en  las sociedades  rurales  más  "atrasadas",  más  cercanas  inclusive  a  los  sistemas feudales.

 Pasadas  varias  décadas  de  desarrollo,  el  socialismo  real  entra  en crisis. Hacer un balance acabado de cada una de estas experiencias sería un trabajo monumental, que dista muchísimo de las pretensiones aquí presentes.  Lo  que  queda  claro es  que,  por  distintas razones, todas  evidencian  problemas  que  se  suponía  debían ser  superados  definitivamente:  dieron  marcha  atrás  en  las  confiscaciones,  no  lograron  dignificar  y liberar  como  se  esperaba  a  todos  y  cada  uno  de  sus  habitantes  en  la misma  medida.  La  corrupción,  la  malversación  de  fondos  públicos,  la burocracia,  la  ineficiencia  estructural  y  el  abuso  de  poder  por  parte  de sus  funcionarios,  la  militarización  de  la  vida  cotidiana,  han  marcado hondamente  las  distintas  experiencias  del  socialismo  real.  Todos  los habitantes  eran  iguales en  su estructura  social,  pero  hubo  algunos más "iguales"  que  otros.  Apúntese  de  paso  que  poco  hicieron  por  terminar con el machismo o el desastre ecológico, más allá de declaraciones formales. Es importante señalar todo esto con un profundo espíritu crítico: estas características ya son por demás conocidas en el mundo de la libre empresa;  la  cuestión  es  ver  por  qué  y  cómo  se  mantuvieron  en  lo  que se esperaba fuera una superación de problemas ancestrales. Hasta donde  se  puede  comprobar  estas  "lacras"  no  desaparecieron  en  el  socialismo.

 No hay ninguna duda que en todos los casos estas experiencias de construcción de un nuevo modelo se vieron sometidas a la agresión del poder  capitalista,  más  o  menos  abiertamente.  Tuvieron  que  soportar guerras,  presiones  de  las  más  diversas,  competir  en un  plano  de  desigualdad  con  sus  oponentes  "occidentales".  Pero  también  hay  razones intrínsecas que impidieron el crecimiento, material y espiritual, tal como se había contemplado. La redención de la Humanidad debió seguir esperando.

De más está decir que la "contraparte" del socialismo no ha podido resolver los problemas de atraso, explotación y olvido en que ha permanecido –y todo indica que seguirá permaneciendo, al menos por ahora, y quizá ahondando esa situación– una gran parte de la población mundial. Sólo  para  graficarlo  rápidamente:  en  el  mundo  actual,  según  datos  de Naciones  Unidas,  1.300  millones  de  personas  viven  con  menos  de  un dólar  diario  (950  en  Asia,  220  en  África,  y  110  en  América  Latina  y  el Caribe);  hay  1.000  millones  de  analfabetos;  1.200  millones  viven  sin agua potable. El hambre sigue siendo la principal causa de muerte. En la sociedad  de  la  información,  la  mitad  de  la  población  mundial  está  a  no menos de una hora de marcha del teléfono más cercano. Hay alrededor de  200  millones  de  desempleados  y  ocho  de  cada  diez trabajadores  no gozan  de  protección  adecuada  y  suficiente.  Lacras  como  la  esclavitud (¡esclavitud!,  en  pleno  siglo  XXI),  la  explotación  infantil  o  el  turismo sexual continúan siendo algo frecuente. El derecho  sindical ha pasado a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres trabajadoras es peor aún: además  de  todas  las  explotaciones  mencionadas  sufren  más  aún por su condición de género, siempre expuestas al acoso sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro  de sus casas), eternamente desvalorizadas.  Según  esos  datos,  también  se  revela  que  el  patrimonio  de las 358 personas cuyos activos sobrepasan los 1.000millones de dólares –que pueden caber en un Boeing 747– supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el 45% de la población mundial. El capitalismo  no  quiere  ni  puede  superar  todo  esto  (y  es  obvio  que  no  tiene  la más mínima voluntad siquiera de planteárselo).

Ahora  bien,  ¿qué  pasó  con  el  socialismo  real?  Dejemos  de  lado, aunque sin minimizarlo obviamente, el ataque capitalista. Explicar todos los fenómenos en función de una sola causa: la agresión externa, el bloqueo,  la  maldad  del  enemigo  en  definitiva,  libera  de  la  autocrítica.  Tal vez  se  trata,  combinándola  con  los  anteriores  motivos,  de  emprender una revisión profunda –y honesta– de temas eludidos en la cosmovisión marxista: la relación del sujeto con el poder.

 Quizá no hay nada más genuinamente humano que la lucha por el poder.  Proceso  que  es  propio  de  la  especie  humana,  pues  los  mecanismos  animales  asimilables  (delimitación  de  territorios,  pelea  entre  los machos  por  las  hembras)  se  explican  enteramente por dispositivos  biológicos. Forzosamente el poder se liga con la fuerza, la diferencia, la violencia. Esto es constitutivo del fenómeno humano y no una "desviación". Stalin, Ceaucescu, Pol Pot, eran marxistas. ¿Lo que ellos hicieron habrá sido  lo  que  pergeñó  un  humanista  de  la  profundidad  de  Marx?  Seguramente no. Pero no hay duda que estas teratologías se nutren en su texto.  ¿Puede  justificarse  que  el  asesinato  de  Trotsky era  "políticamente necesario"?  Si  se  lo  admite,  ¿de  qué  "hombre  nuevo" estamos  hablando?

 Que la violencia esté entre nosotros no significa que ese sea nuestro  sino  final.  La  cuestión  es: una  vez  sabido  esto,  ¿cómo  lo  procesamos?  ¿O  nos  quedamos  justificando  la  "teoría"  del  garrote?  De  alguna manera  puede  decirse  que  en  el  marxismo  clásico,  aquel  que  sirvió  de aliento  para  plantearse  un  "hombre  nuevo"  y  una  sociedad  superadora de  las  injusticias  sociales,  se  partió  de  la  idea  original  de  un  homo  bonus.

"¡El día que el triunfo alcancemos / ni esclavos ni siervos habrá. / La Tierra será  un paraíso / la Patria de la Humanidad!" El  colapso de la Unión  Soviética,  y  consecuentemente  la  crisis  de  todos  los  países  que, de  una  u  otra  manera  tenían  en  ella  un  referente  –impuesto  o  no–, muestra  que  todavía  se  está  muy  lejos  de  edificar  ese  paraíso  preconizado  en  la  Marcha  Internacional  de  los  Trabajadores.  Y  la  masacre  de Tiananmen  en  Pekín  nos alerta  respecto  a  que  la  tolerancia  de las  diferencias  es  aún  una  meta  muy  lejana.  Que  el  crecimiento  económico militar  de  China  (¿se  le  podrá  decir  socialista  actualmente?)  la  coloque quizá  en  la  perspectiva  de  ser  un  coloso  con  gran  poder  de  decisión mundial en los años venideros no quita la necesidad de esta reformulación sobre el "hombre nuevo". ¿Se puede construir una nueva sociedad con los viejos modelos? ¿Puede construirse socialismo con los esquemas del individualismo competitivo?

 Tal  vez  sea  necesario  replantear  la  noción  de  ser humano  de  la que  hemos  estado  hablando  desde  el  surgimiento  del  mundo  moderno; quizá por ese derrotero (el  egocartesiano cerrado) no  hay más camino que  desembocar  en  un  hombre  "viable"  y  uno  "excedente".  Hoy  día  los ideólogos de la libre empresa omnipotente han hecho de esta diferencia una  cuestión  de  fe.  Oponer  a  esto  un  reino de  la  solidaridad  natural  no ha  demostrado  ser  muy  fructífero,  pues  cuando  ella  falló  se  la  impuso por decreto; y nadie es "buena persona" porque el Comité Central de un partido lo decida. (Como nadie es ateo o solidario por imposición).

Es curioso (¿triste se podría agregar?) ver que en las repúblicas de la extinta Unión Soviética la gente persiste en las intolerancias que, era de  esperarse,  estarían  superadas  tras  siete  décadas de  socialismo,  de nuevas relaciones sociales, de justicia y solidaridad. Las guerras religiosas  e  interétnicas  en  buena  parte  de  Europa  Central y  Oriental,  otrora socialista,  marcaron  el  paso  de  la  restauración  capitalista  (no  muy  distintamente  a  como  sucedía  en  la  Edad  Media).  El  muro  de  Berlín  –con toda  la  imparcialidad  del  caso  hay  que  admitirlo–  fue  derribado  por  los propios alemanes del Este, los mismos que hoy promueven grupos neonazis furiosamente xenofóbicos, no muy distintamente al racista Ku Klux Klan en el Sur de Estados Unidos.

 ¿Era  entonces  una  mera  quimera  inalcanzable  la  Patria  de  la Humanidad  levantada  apenas  hace  unos  años  por  el  socialismo?  Quizá no;  quizá,  y  esto  cambia  radicalmente  todo  el  panorama,  se  partió  de premisas  equivocadas  en  cuanto  a  las  posibilidades  reales  del  cambio aspirado,  por  lo  que  el  resultado  obtenido  resultó  ese  producto  tan  especial  que  conocimos.  No  está  de  más  recordar  que  "el  camino  del  infierno está plagado de buenas intenciones".

La  obra  de  Marx,  vasta,  profunda,  universal  –como lo  era  toda  la filosofía  clásica  alemana  de  la  que  él  fue  uno  de  sus  más  connotados discípulos–  presenta  varios  niveles  de  análisis:  filosófica,  económica, política.  Transcurrido  más  de  un  siglo  desde  su  muerte  muchas  de  sus revelaciones  en  el  campo  económico-social  continúan siendo  verdades inobjetables.  Verdades,  por  otro  lado,  que  ya  habían  sido  entrevistas  y tibiamente  formuladas  –por  supuesto  no  con  ánimo  revolucionario–  por los  clásicos  de  la  economía  política  inglesa  (Adam  Smith,  David  Ricardo), quienes en forma paradójica son los referentes obligados del actual neoliberalismo, paradigmáticamente opuesto al marxismo.

 Como  se  ha  dicho  en  más  de  una  ocasión:  Marx,  sin con  esto desmerecer  la  originalidad  de  su creación,  sintetizó  los  descubrimientos de  la economía  liberal  inglesa  (teoría  del  valor,  plusvalía, leyes  generales  del  capital),  la  filosofía  idealista  alemana  (dialéctica  hegeliana,  filosofía  de  la  Historia)  y  la  formulación  política  francesa  surgida  de  la  primera  experiencia  de  autogestión  popular  conocida:  la  Comuna  de  París de 1871. El resultado de todo esto fue lo que recogieron los movimientos  populares  de  fines  del  siglo  XIX  (sindicatos  industriales),  y  los  más diversos  grupos  del  siglo  XX:  desde  partidos  urbanos  a  guerrillas  rurales, pasando por una amplia y variada gama de expresiones contestatarias del capitalismo.

De  las  tres  fuentes  inspiradoras,  seguramente  la  práctica  política fue  la  más  débil,  la  menos  desarrollada.  De  hecho  fue  una  experiencia muy  fugaz,  inédita.  De  la  nada,  prácticamente,  se  improvisó  una  respuesta  que  iba  en  contra  de  una  tradición  milenaria:  organizar  la  autogestión  de  una  comunidad.  El  desafío  fue  enorme.  El logro  obtenido: muy  grande  en  algún  sentido  (la  Comuna  fue  exitosa  por  un  período), pero débil en cuanto a su impacto a largo plazo. Hoy día la autogestión sigue  siendo  un  reto,  y  después  de  las  experiencias vividas  de  socialismo real todo indica que sigue habiendo ahí un interrogante abierto. Las experiencias  de  Cuba  o  la  actual  Revolución  Bolivariana  en  Venezuela pueden dar interesantes luces al respecto.

La pregunta respecto a cómo organizar nuevas relaciones sociales –más  justas, más  equitativas–  en  el  momento  mismo  de  tener  que implementarlas en tanto proyecto político, permanece poco debatida. Marx tomó la experiencia que tenía a la mano para dar respuesta a ello; y que era, por otro lado, la única respuesta posible, dado que no había, en el contexto académico-intelectual donde se moldearon sus ideas en el siglo XIX, otro referente. Luego, de la Comuna de París ala dictadura del proletariado en tanto concepto, sólo había que dar un paso. Y lo dio.

 A la luz de lo experimentado el siglo XX el tema de la autogestión popular,  más  que  la  crítica  económica,  más  que  el  pensamiento  de  denuncia social, se evidencia inconsistente. Muchas de las experiencias autogestionarias habidas, válidas, de fuerte impacto, no fueron marxistas, no tenían en su horizonte la dictadura del proletariado como momento a transitar  en  pos  de  una  etapa  superior  de  abolición de  toda  forma  de desigualdad. Y en las experiencias de construcción  del socialismo la autogestión,  más  allá  de  declaraciones  formales  de  los  aparatos  políticos en el poder, han dejado importantes vacíos. De hecho la democracia real,  de  base,  participativa,  es  una  experiencia  bastante  poco  desarrollada.  Una  vez  más:  Cuba  y  Venezuela  la  intentan,  y  ese  es  el  modelo  al que debemos prestar atención.

 Las experiencias de gobierno local, de grupos de autogestión (muy diversas por cierto: vecinos organizados para defender sus intereses barriales, cooperativas de  productores,  o  de  consumidores,  usuarios  de redes  informáticas,  movimientos  de  desocupados,  etc.)  son  intentos muy  válidos  de  dotar  de  poder  a  grupos  pequeños. En la práctica  funcionan, satisfacen  necesidades.  Sirven,  verdaderamente,  como  alternativas a los proyectos políticos generales en el marco de los países capitalistas.  El  problema  se  presenta  cuando  la  organización  de  toda  una comunidad  –hablando  ya  de países en  sentido moderno: Estado-nación con millones de habitantes, aquellos sobre los cuales la idea de la revolución  socialista  ha  visto  siempre  su  objetivo–  intenta  concebirse  desde estos  parámetros  superadores  de  toda  la  historia  conocida.  Valga  decir que desde el marxismo clásico siempre se concibió la idea de revolución en  términos  de  abolición  del  Estado  capitalista,  y  en  las  sociedades  del hoy  llamado  Tercer  Mundo  (en  algunos  casos  con  una  pesada  herencia precapitalista) era de esperarse un tránsito hacia la industrialización que desembocara,  posteriormente,  en  el  paso  al  socialismo  como  necesidad histórica. La idea de construcción de nuevas relaciones políticas entre la gente  se  resumió  entonces  en  la  dictadura  del  proletariado.  Pero  esta idea no parece haber prosperado. ¿Qué falló?

Es  este  el  lado  más  débil  de  la  teoría  socialista, el  que  clara  y abiertamente  se  puede  (y  debe)  criticar.  El  debate  en  torno  a  las  relaciones  de  poder  –o  si  se  quiere:  a  la  lógica  y  dinámica  de  la  violencia como elemento constitutivo del fenómeno humano– lejos de estar abierto a la discusión ha sido cerrado. Pareciera de vital importancia propiciar ese intercambio si se pretende proponer alternativas nuevas a un orden social injusto y condenatorio para tanta gente a la exclusión y la falta de desarrollo.  Pero  curiosamente  de  eso  no  se  ha  hablado.  ¿Vicios  pequeño-burgueses?  ¿Desviaciones?  Quizá  temor  a  despejar un  tema  que, ¿por qué no decirlo claramente?, ha sido tabú en la izquierda. ¿No son el poder,  la  codicia,  la  prepotencia,  posibilidades  humanas?  ¿Por  qué  desconocerlas? No está de más recordar que las disputas por protagonismo entre partidos políticos de izquierda o entre organizaciones de derechos humanos  son  horrorosamente  encarnizadas;  muchas  veces,  inclusive, causa de los fracasos de sus estrategias. ¿Por qué el "hombre nuevo" en el socialismo siempre se ha empezado concibiendo a partir de imágenes quasi  militares:  el  comandante  ejemplar,  heroico  y  abnegado?  –dicho sea de paso, siempre varón–. ¿Puede una revolución tener como garantía final la existencia de una sola persona? ¿Qué pasa si desaparece esa persona?

 Tal  vez  la  mejor  manera  de  evitar  el  abuso  de  todo esto,  del  poder, de la codicia, es no partir de una consideración ingenua que lo niegue sino, más sanamente, tomarlo como normal, y buscar los mecanismos  sociales-legales  que  permitan  afrontarlo,  debatirlo,  procesarlo. Después de lo que hemos presenciado durante el siglo XX ¿estamos autorizados  a  creernos  que  las  dictaduras  vividas  en  los  países  socialistas eran del proletariado?

Marx  no  conoció  nuestras  ciencias  sociales  actuales.  Su  cosmovisión antropológica participa,  por  tanto, de las concepciones de su  tiempo, imbuidas del espíritu romántico alemán, del  Sturm und Drang como movimiento intelectual. Por razones cronológicas obvias no llegó a saber de desarrollos ulteriores en el campo de las humanidades que, si bien no cuestionan de fondo el pensamiento marxista, abren algunos interrogantes  que  la  práctica  política  del  socialismo  real no retomó.  Su  lectura  de la  dialéctica  hegeliana  del  amo  y  del  esclavo  desembocó en  el  materialismo  dialéctico,  pero  no  cayó  dentro  de  su  esfera  de  intereses  el  tema de la subjetividad, de la lógica interna del poder. El sujeto de la historia es concebido como sujeto social, como clase. Hoy día, a instancias de lo que  las  ciencias  sociales  nos  han  develado,  no  es  posible  omitir  en  el fenómeno  humano  el  aspecto  subjetivo.  Lo  humano  no  se  agota  en  un abordaje  político-social;  lo  "individual"  es  siempre  social  (recordemos aquello de que "el nombre propio es lo menos propio que tenemos", en tanto viene de otro. El yo se constituye a partir del otro social). En algún sentido  todo  lo  humano  es  político,  por  decir  social,  aunque  no  todo  es práctica política, ejercicio político. La historia no puede explicarse por los caprichos personales de algunos gobernantes, sin dudas;  pero para entender la historia –y predecirla, y darle dirección– debe partirse por conocer quién es y cómo es en su intimidad el sujeto que la ejerce. Es decir: cómo somos los seres humanos que le damos vida, cuáles son nuestros deseos, qué fuerzas nos mueven.

Los erráticos procesos políticos que no terminamos de entender no pueden  explicarse  solamente  en  términos  de  lucha  de clases  (aunque ello  sea,  sin  dudas,  un  horizonte  desde  donde  comenzar).  ¿Por  qué  los alemanes  masivamente  se  hicieron  nazis  durante  la  época  de  Hitler,  o por  qué  Stalin  ("una  persona  muerta  es  una  tragedia;  un  millón:  una estadística" pudo decir sin empacho),  quien podía estar de acuerdo con un  asesinato  político  como  el  que  mandó  perpetrar  contra  Trotsky,  o condenar a muerte a millones de compatriotas "contrarrevolucionarios", se hizo del poder a la muerte de Lenin pasando a ser el "padrecito adorado"  de  toda  la  nación?  ¿Cómo  explicar  que  los  sandinistas  en  Nicaragua, quienes desplazaron a una feroz dictadura gracias al masivo apoyo de  la  población,  fueran  expulsados  luego  por  el  voto  popular?,  ¿cómo entender que militares como Hugo Banzer en Bolivia o Efraín Ríos Montt en  Guatemala  –confesos  dictadores–  vuelvan  al  poder con  el  aval  eleccionario de la misma gente que reprimieron años atrás? Es, salvando las distancias,  como  tratar  de  entender  por  qué  los  seres  humanos  siguen fumando pese a saber de los peligros del cáncer de pulmón, o por qué el no uso del preservativo pese al conocimiento de la pandemia de Sida. La noción  del  saber  racional  no  alcanza.  Y  de  ninguna  manera  puede  pensarse en estos fenómenos en términos de psicopatología.

 Muchas de las reacciones, conductas y procesos "incomprensibles" de  los  humanos, y  más  aún  en  lo  que  concierne  a  situaciones  masivas, colectivas (linchamientos, peleas entre pandillas o entre porras de equipos  rivales,  manipulaciones  o  desbordes  grupales  de cualquier  índole: sectas  religiosas,  modas,  fanáticos  de  algún  ídolo, etc.)  pueden  comprenderse,  y  eventualmente  predecirse  y/o  manejarse,  si  se  parte  de conceptos  desconocidos  en  la  época  de  Marx:  psicología  social,  teoría del inconsciente, comunicación social, semiótica. El manejo de las masas humanas pasó a ser una técnica imprescindible para los factores de poder, y por su intermedio se moldea la historia. Como lo decíamos cuando nos referíamos a los medios masivos de comunicación: la abrumadora mayoría de conductas que desplegamos a diario están premeditadas, calculadas,  orientadas  por  unos  pocos  grupos  de  poder.  Con  toda  profundidad lo expresó Raúl Scalabrini Ortiz: "nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría".

 En  esta  dimensión,  sabiendo  que  cada  vez  más  los  medios  masivos  de  comunicación  moldean  la  conciencia  de  las  grandes  masas,  y más que ningún medio la televisión, no es imposible concebir una cultura de la imagen cada vez más omnipotente (a propósito pensemos en el crecimiento  ininterrumpido  de  lo  audiovisual  a  expensas  de  la  lectura  o de la tradición oral), destinada a manipular íconos, imágenes preconcebidas,  y  que  impide  consecuentemente  el  pensamiento analítico. El hombre del futuro, que tal como van las cosas no pareciera ser precisamente el ideal del "hombre nuevo" del socialismo, es un ser consumidor de imágenes sentado ante una pantalla (de televisión, de computadora, de videojuego); un sujeto pasivo no pensante; siempre el horizonte está ya preestablecido. Pero junto a esto, curiosa y paradójicamente se constata que una muy buena parte de la población mundial no tiene acceso a energía eléctrica, y muchos menos a las tecnologías informáticas. El futuro  ya  está  escrito,  y  no  parece  muy  promisorio  por  cierto.  Pero  ¿y aquellos que no disponen de esta parafernalia técnica: sobran entonces?

La  autoconciencia,  la  conciencia  de  clase  del  proletariado,  son  figuras  filosóficas;  un  proletario,  para  decirlo  aludiendo  al  discurso marxista clásico, ¿aspirará a abolir superadoramente sus contradicciones intrínsecas?  ¿Se  sabe  realmente  "redentor  de  la  Humanidad"?,  ¿sabe acerca del papel histórico que, se supone, está llamado a cumplir? Quizá envidia al gerente, lo cual no quita que también pueda entrar en huelga si  sus  intereses  son  perjudicados.  La  racionalidad  política no  parece  ser lo dominante; antes bien "la manipulación de las emociones y el control de  la  razón"  explican  mucho  más  certeramente  cómo  el  poder  se  perpetúa.  Las  migraciones  de  habitantes  pobres  del  Tercer  Mundo  hacia  el Norte  próspero  no  son  una  forma  de  dignificar  y  modificar  sus  propias realidades  paupérrimas;  pero  son  las  conductas constatables.  Para muchos países pobres, de hecho, las remesas que envían los migrantes son la  principal  fuente  de  subsistencia.  Valga  agregar, por  otro  lado,  que esas migraciones se dan con ritmos de crecimiento alarmantemente ascendentes, lo cual termina convirtiéndose indirectamente en un elemento de cambio social más profundo que las mismas guerrillas antiimperialistas.  De  ahí,  seguramente,  la  premura  de  los  mecanismos  de  "ayuda" al  Tercer  Mundo  para  evitar  esos  éxodos,  más  bien  por  el  peligro  que representan para las sociedades opulentas y estables del Norte que por un espíritu solidario para con los más necesitados. Pero quien detenta el poder y sus beneficios parece que no quiere compartirlo. Y si la "ayuda" internacional  no  sirve,  ahí están  los  muros electrificados  de  contención. Todo migrante  sabe  que  el  Norte  no  le  abre los  brazos  con  mucha  solidaridad,  precisamente;  pero  ahí  están,  no  obstante, viajando  en  las peores  condiciones,  cruzando  desiertos  o  arriesgando  sus  vidas  en  el mar. ¿Y la dignidad? La necesidad es más fuerte que los principios.

Marx, hijo de su tiempo como cualquier gran genio también, pensaba  en  una  universalización  necesaria  del  modo  de  producción  capitalista  en  tanto  condición  para  la  revolución  mundial,  que  vendría  de  la metrópoli hacia la periferia. Quizá hoy esa visión sería tachada de eurocentrista;  pero  era  el  fermento  revolucionario  más demoledor  a  mediados del siglo XIX. Ni a Marx ni a ningún socialista se le hubiera ocurrido 150  años  atrás  levantar  una  crítica  por  el  crecimiento  impetuoso  de  la producción  industrial;  antes  bien  eso  era  una  premisa  para  la  maduración  de  la  clase  obrera  mundial,  eslabón  fundamental  de  la  gran  transformación  en  ciernes.  Pero  hoy  día  la  forma  en  que  esa  producción  siguió su curso (nada distinta la capitalista que aquella que tuvo lugar en la  Unión  Soviética  o  la  que  vemos  en  la  República  Popular  China)  pone en peligro la habitabilidad misma del planeta, antelo que surge la crítica de  un  movimiento  ambientalista  que  no  es  necesariamente  marxista,  y que  sin  embargo  tiene  una  proyección de  respeto  por la vida  y  defensa de las condiciones de sobrevivencia humana especialmente importantes. En  algunos  casos  más  "humana"  que  mucho  de  lo  que  el  mismo  socialismo llevó adelante.

 Elementos que eran impensados (e impensables) cuando la fundación  del  socialismo  científico,  e  incluso  en  los  albores  de  las  primeras experiencias de construcción soviética, hoy son los factores de contestación  social  y  cultural  más  dinámicos:  movimientos  por  los  derechos humanos,  ecologismo,  liberación  femenina,  grupos  de defensa  de  consumidores, reivindicación de culturas y etnias locales, diversas expresiones autogestionarias. A lo que podría agregarse, como elemento distorsionador del statu quo con explosivo potencial político: migraciones masivas  incontenibles  de  población  tercermundista  hacia  los  centros  más desarrollados.

 Desde el mundo del capital no hubo, obviamente, una crítica constructiva  respecto  a  las  premisas  básicas  del  socialismo.  Por  el  contrario uno  y  otro  sistema  fueron  enemigos  irreconciliables,  y  su  pugna  –por décadas–  marcó  la  Guerra  Fría  (la  Tercera  Guerra  Mundial,  a  decir  de algunos).  Pero  lo  más  curioso  es  que  el  mismo  socialismo  no  fue  autocrítico,  como  en  general  no  lo  es  ningún  sistema  cerrado  en  sí  mismo: una  religión,  una  secta.  Lo  que  parecía  podía  ser  el  instrumento  para forjar  una  Humanidad  mejor  terminó  bastante  mal.  Caído  el  muro  de Berlín,  símbolo  de  la  caída  universal de  la era  soviética,  uno  de los  dos oponentes de aquella guerra sale como claro triunfador. Pero esto lleva a la reflexión inmediata: no terminaron las injusticias, ni las desavenencias,  ni  el  conflicto como  motor.  Tras  esa  derrota  se  pierden  reivindicaciones laborales y sindicales logradas décadas atrás. Hoy día los pobres son  más  pobres,  más  que  hace  unos  años  inclusive,  y aparentemente sin  muchas  esperanzas  de  mejoría  a  la  vista.  El  sueño  de  las  mayorías ya  no  es  mejorar  su  nivel  de  ingresos  económicos  sino,  simplemente, tener  trabajo.  Como  mínimo  es  necesario  entonces  revisar  qué  y  cómo es  posible  esperar  en  el  mejoramiento  de  la  Humanidad.  Es  decir: ¿cómo seguir alentando la utopía de un mundo mejor?

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