LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
SOCIALISMO Y PODER - Parte XII
Marcelo Colussi
¿Hacia una revisión del socialismo? 
"El
socialismo clásico fue prepotente y arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal
página para encontrar verdades y soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un
grave error."
Rafael Correa 
"¿Puede  sostenerse, 
hoy  por  hoy, 
la  existencia  de  una
clase  obrera  en ascenso, sobre la que caería la hermosa
tarea  de hacer parir una  nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos
económicos para comprender que esta clase 
obrera  –en  el sentido marxista del término– tiende
a  desaparecer, para  ceder 
su  sitio  a 
otro  sector  social? 
¿No  será  ese innumerable  conjunto 
de  marginados  y 
desempleados  cada  vez 
más  lejos  del 
circuito económico, 
hundiéndose  cada  día 
más  en  la 
miseria,  el  llamado 
a  convertirse en la nueva clase
revolucionaria?
Fidel Castro 
 En pos de aportar algo a favor de la mejora
del mundo en que vivimos, debe estudiarse detenidamente lo ocurrido en las
experiencias de socialización 
desarrolladas  en  el 
pasado  siglo;  experiencias 
que  tenían justamente,  como 
objetivo  final,  promover 
un  mejoramiento  en 
la  calidad de vida  de las poblaciones a quienes estaban
dirigidas; preámbulo, a su vez, de un proceso transformador pretendidamente
universal.
Hablar  de 
"revisión"  puede  resultar 
ostentoso.  El presente  escrito no 
tiene  más  finalidad 
que  ésta:  invitar 
a  iniciar  un 
debate  en  torno 
al humanismo con  el que,  hasta ahora, 
se  han intentado modificar  las 
estructuras  sociales.  Podríamos 
decir: ¿hacia  un  nuevo 
humanismo?  Un humanismo  que  no  desconozca 
la  naturaleza  humana; 
un  humanismo que  apunte 
a  replantear  las 
relaciones  para  con 
la  propiedad  al 
mismo tiempo que los límites y flaquezas insalvables que  nos constituyen. O si queremos  decirlo 
en  otros  términos: 
abrir  un  debate en 
torno  al  poder como eje de lo humano. 
 El surgimiento de la industria moderna trajo
un sinnúmero de modificaciones en la historia. Una de ellas, si se quiere
colateral por la forma en que nace, pero no por ello menos importante, es el
ascenso de la organización sindical y las ideas de colectivización que
desembocan, para mediados del siglo XIX, en el nacimiento del socialismo
científico de la mano de Carlos Marx.
Quizá como
nunca había mostrado antes en la historia un sistema de  pensamiento, 
las  razones  lógicas 
que  lo  sustentan 
se  muestran  incontestables.  La 
andanada  interminable  de 
críticas  que  recibe, 
revela  y ratifica  a 
fuego  aquella  agudeza 
atribuida  a  Miguel de 
Cervantes  (pero inhallable en el
Quijote) de "ladran Sancho, señal que cabalgamos". 
 El "fantasma"  que recorría Europa hacia mitad de los 800
(el fantasma  del  comunismo) 
crece,  gana  adeptos, 
se  constituye  en 
fuerza política.  Y  ya 
entrado  el  siglo 
XX  obtiene  su 
mayoría  de  edad. 
La  Rusia bolchevique  marca 
el  rumbo;  luego 
se  van  sumando, 
lenta  pero  ininterrumpidamente, cantidad de países. La
lista es larga; para la década del 80 una cuarta parte de la población mundial
vive en naciones con sistemas socialistas. Hay enormes diferencias entre muchas
de ellas, pero un común denominador para todas es que, en ningún caso, las
revoluciones tienen  lugar  en  los  países 
más  desarrollados  industrialmente  –tal 
como había  pretendido  la 
concepción  original–  sino, 
por  el  contrario, 
en  las sociedades  rurales 
más  "atrasadas",  más 
cercanas  inclusive  a 
los  sistemas feudales. 
 Pasadas 
varias  décadas  de 
desarrollo,  el  socialismo 
real  entra  en crisis. Hacer un balance acabado de cada
una de estas experiencias sería un trabajo monumental, que dista muchísimo de
las pretensiones aquí presentes.  Lo  que 
queda  claro es  que, 
por  distintas razones, todas  evidencian 
problemas  que  se 
suponía  debían ser  superados 
definitivamente:  dieron  marcha 
atrás  en  las 
confiscaciones,  no  lograron 
dignificar  y liberar  como 
se  esperaba  a 
todos  y  cada 
uno  de  sus  habitantes 
en  la misma  medida. 
La  corrupción,  la 
malversación  de  fondos 
públicos,  la burocracia,  la 
ineficiencia  estructural  y 
el  abuso  de 
poder  por  parte 
de sus  funcionarios,  la 
militarización  de  la 
vida  cotidiana,  han 
marcado hondamente  las  distintas 
experiencias  del  socialismo 
real.  Todos  los habitantes  eran 
iguales en  su estructura  social, 
pero  hubo  algunos más "iguales"  que 
otros.  Apúntese  de 
paso  que  poco 
hicieron  por  terminar con el machismo o el desastre
ecológico, más allá de declaraciones formales. Es importante señalar todo esto
con un profundo espíritu crítico: estas características ya son por demás
conocidas en el mundo de la libre empresa; 
la  cuestión  es 
ver  por  qué 
y  cómo  se  mantuvieron  en 
lo  que se esperaba fuera una
superación de problemas ancestrales. Hasta donde  se 
puede  comprobar  estas 
"lacras"  no  desaparecieron  en 
el  socialismo. 
 No hay ninguna duda que en todos los casos
estas experiencias de construcción de un nuevo modelo se vieron sometidas a la
agresión del poder  capitalista,  más 
o  menos  abiertamente. 
Tuvieron  que  soportar guerras,  presiones 
de  las  más 
diversas,  competir  en un 
plano  de  desigualdad 
con  sus  oponentes 
"occidentales".  Pero  también 
hay  razones intrínsecas que
impidieron el crecimiento, material y espiritual, tal como se había
contemplado. La redención de la Humanidad debió seguir esperando.
De más está
decir que la "contraparte" del socialismo no ha podido resolver los
problemas de atraso, explotación y olvido en que ha permanecido –y todo indica
que seguirá permaneciendo, al menos por ahora, y quizá ahondando esa situación–
una gran parte de la población mundial. Sólo 
para  graficarlo  rápidamente: 
en  el  mundo 
actual,  según  datos 
de Naciones  Unidas,  1.300 
millones  de  personas 
viven  con  menos 
de  un dólar  diario 
(950  en  Asia, 
220  en  África, 
y  110  en 
América  Latina  y  el
Caribe);  hay  1.000 
millones  de  analfabetos; 
1.200  millones  viven 
sin agua potable. El hambre sigue siendo la principal causa de muerte.
En la sociedad  de  la  información,  la 
mitad  de  la 
población  mundial  está 
a  no menos de una hora de marcha
del teléfono más cercano. Hay alrededor de 
200  millones  de  desempleados  y 
ocho  de  cada 
diez trabajadores  no gozan  de 
protección  adecuada  y 
suficiente.  Lacras  como 
la  esclavitud (¡esclavitud!,  en 
pleno  siglo  XXI), 
la  explotación  infantil 
o  el  turismo sexual continúan siendo algo
frecuente. El derecho  sindical ha pasado
a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres trabajadoras es peor aún:
además  de  todas 
las  explotaciones  mencionadas 
sufren  más  aún por su condición de género, siempre
expuestas al acoso sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro  de sus casas), eternamente
desvalorizadas.  Según  esos 
datos,  también  se 
revela  que  el 
patrimonio  de las 358 personas
cuyos activos sobrepasan los 1.000millones de dólares –que pueden caber en un
Boeing 747– supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el 45%
de la población mundial. El capitalismo 
no  quiere  ni 
puede  superar  todo 
esto  (y  es 
obvio  que  no 
tiene  la más mínima voluntad
siquiera de planteárselo).
Ahora  bien, 
¿qué  pasó  con 
el  socialismo  real? 
Dejemos  de  lado, aunque sin minimizarlo obviamente, el
ataque capitalista. Explicar todos los fenómenos en función de una sola causa:
la agresión externa, el bloqueo,  la  maldad 
del  enemigo  en 
definitiva,  libera  de 
la  autocrítica.  Tal vez 
se  trata,  combinándola 
con  los  anteriores 
motivos,  de  emprender una revisión profunda –y honesta–
de temas eludidos en la cosmovisión marxista: la relación del sujeto con el
poder. 
 Quizá no hay nada más genuinamente humano que
la lucha por el poder.  Proceso  que 
es  propio  de 
la  especie  humana, 
pues  los  mecanismos 
animales  asimilables  (delimitación 
de  territorios,  pelea 
entre  los machos  por 
las  hembras)  se 
explican  enteramente por
dispositivos  biológicos. Forzosamente el
poder se liga con la fuerza, la diferencia, la violencia. Esto es constitutivo
del fenómeno humano y no una "desviación". Stalin, Ceaucescu, Pol
Pot, eran marxistas. ¿Lo que ellos hicieron habrá sido  lo 
que  pergeñó  un 
humanista  de  la 
profundidad  de  Marx? 
Seguramente no. Pero no hay duda que estas teratologías se nutren en su
texto.  ¿Puede  justificarse 
que  el  asesinato 
de  Trotsky era  "políticamente necesario"?  Si 
se  lo  admite, 
¿de  qué  "hombre 
nuevo" estamos  hablando? 
 Que la violencia esté entre nosotros no
significa que ese sea nuestro  sino  final. 
La  cuestión  es: una 
vez  sabido  esto, 
¿cómo  lo  procesamos? 
¿O  nos  quedamos 
justificando  la  "teoría"  del 
garrote?  De  alguna manera 
puede  decirse  que 
en  el  marxismo 
clásico,  aquel  que 
sirvió  de aliento  para 
plantearse  un  "hombre 
nuevo"  y  una 
sociedad  superadora de  las 
injusticias  sociales,  se 
partió  de  la 
idea  original  de 
un  homo  bonus.
"¡El día que el triunfo alcancemos / ni
esclavos ni siervos habrá. / La Tierra será 
un paraíso / la Patria de la Humanidad!" El 
colapso de la Unión 
Soviética,  y  consecuentemente  la 
crisis  de  todos 
los  países  que, de 
una  u  otra 
manera  tenían  en 
ella  un  referente 
–impuesto  o  no–, muestra 
que  todavía  se 
está  muy  lejos 
de  edificar  ese 
paraíso  preconizado  en 
la  Marcha  Internacional 
de  los  Trabajadores. 
Y  la  masacre 
de Tiananmen  en  Pekín 
nos alerta  respecto  a 
que  la  tolerancia 
de las  diferencias  es 
aún  una  meta 
muy  lejana.  Que 
el  crecimiento  económico militar  de 
China  (¿se  le 
podrá  decir  socialista 
actualmente?)  la  coloque quizá 
en  la  perspectiva 
de  ser  un 
coloso  con  gran 
poder  de  decisión mundial en los años venideros no
quita la necesidad de esta reformulación sobre el "hombre nuevo". ¿Se
puede construir una nueva sociedad con los viejos modelos? ¿Puede construirse
socialismo con los esquemas del individualismo competitivo? 
 Tal 
vez  sea  necesario 
replantear  la  noción 
de  ser humano  de  la
que  hemos  estado 
hablando  desde  el 
surgimiento  del  mundo 
moderno; quizá por ese derrotero (el 
egocartesiano cerrado) no  hay más
camino que  desembocar  en 
un  hombre  "viable"  y 
uno  "excedente".  Hoy 
día  los ideólogos de la libre
empresa omnipotente han hecho de esta diferencia una  cuestión 
de  fe.  Oponer 
a  esto  un 
reino de  la  solidaridad 
natural  no ha  demostrado 
ser  muy  fructífero, 
pues  cuando  ella 
falló  se  la 
impuso por decreto; y nadie es "buena persona" porque el
Comité Central de un partido lo decida. (Como nadie es ateo o solidario por
imposición).
Es curioso
(¿triste se podría agregar?) ver que en las repúblicas de la extinta Unión
Soviética la gente persiste en las intolerancias que, era de  esperarse, 
estarían  superadas  tras 
siete  décadas de  socialismo, 
de nuevas relaciones sociales, de justicia y solidaridad. Las guerras
religiosas  e  interétnicas 
en  buena  parte 
de  Europa  Central y 
Oriental,  otrora socialista,  marcaron 
el  paso  de 
la  restauración  capitalista 
(no  muy  distintamente 
a  como  sucedía 
en  la  Edad 
Media).  El  muro 
de  Berlín  –con toda 
la  imparcialidad  del 
caso  hay  que 
admitirlo–  fue  derribado 
por  los propios alemanes del
Este, los mismos que hoy promueven grupos neonazis furiosamente xenofóbicos, no
muy distintamente al racista Ku Klux Klan en el Sur de Estados Unidos. 
 ¿Era 
entonces  una  mera 
quimera  inalcanzable  la 
Patria  de  la Humanidad 
levantada  apenas  hace 
unos  años  por 
el  socialismo?  Quizá no; 
quizá,  y  esto 
cambia  radicalmente  todo 
el  panorama,  se 
partió  de premisas  equivocadas 
en  cuanto  a  las  posibilidades 
reales  del  cambio aspirado,  por 
lo  que  el 
resultado  obtenido  resultó 
ese  producto  tan 
especial  que  conocimos. 
No  está  de 
más  recordar  que 
"el  camino  del 
infierno está plagado de buenas intenciones".
La  obra 
de  Marx,  vasta, 
profunda,  universal  –como lo 
era  toda  la filosofía 
clásica  alemana  de 
la  que  él 
fue  uno  de 
sus  más  connotados discípulos–  presenta 
varios  niveles  de 
análisis:  filosófica,  económica, política.  Transcurrido 
más  de  un 
siglo  desde  su 
muerte  muchas  de  sus
revelaciones  en  el 
campo  económico-social  continúan siendo  verdades inobjetables.  Verdades, 
por  otro  lado, 
que  ya  habían 
sido  entrevistas  y tibiamente 
formuladas  –por  supuesto 
no  con  ánimo 
revolucionario–  por los  clásicos 
de  la  economía 
política  inglesa  (Adam 
Smith,  David  Ricardo), quienes en forma paradójica son los
referentes obligados del actual neoliberalismo, paradigmáticamente opuesto al
marxismo. 
 Como  se
 ha 
dicho  en  más 
de  una  ocasión: 
Marx,  sin con  esto desmerecer  la 
originalidad  de  su creación, 
sintetizó  los  descubrimientos de  la economía 
liberal  inglesa  (teoría 
del  valor,  plusvalía, leyes  generales 
del  capital),  la 
filosofía  idealista  alemana 
(dialéctica  hegeliana,  filosofía 
de  la  Historia) 
y  la  formulación 
política  francesa  surgida 
de  la  primera 
experiencia  de  autogestión 
popular  conocida:  la 
Comuna  de  París de 1871. El resultado de todo esto fue
lo que recogieron los movimientos 
populares  de  fines 
del  siglo  XIX 
(sindicatos  industriales),  y  los  más diversos 
grupos  del  siglo 
XX:  desde  partidos 
urbanos  a  guerrillas 
rurales, pasando por una amplia y variada gama de expresiones contestatarias
del capitalismo.
De  las 
tres  fuentes  inspiradoras, 
seguramente  la  práctica 
política fue  la  más 
débil,  la  menos 
desarrollada.  De  hecho 
fue  una  experiencia muy  fugaz, 
inédita.  De  la 
nada,  prácticamente,  se 
improvisó  una  respuesta 
que  iba  en 
contra  de  una 
tradición  milenaria:  organizar 
la  autogestión  de 
una  comunidad.  El 
desafío  fue  enorme. 
El logro  obtenido: muy  grande 
en  algún  sentido 
(la  Comuna  fue 
exitosa  por  un 
período), pero débil en cuanto a su impacto a largo plazo. Hoy día la
autogestión sigue  siendo  un 
reto,  y  después 
de  las  experiencias vividas  de 
socialismo real todo indica que sigue habiendo ahí un interrogante
abierto. Las experiencias  de  Cuba 
o  la  actual 
Revolución  Bolivariana  en 
Venezuela pueden dar interesantes luces al respecto.
La pregunta
respecto a cómo organizar nuevas relaciones sociales –más  justas, más 
equitativas–  en  el 
momento  mismo  de 
tener  que implementarlas en tanto
proyecto político, permanece poco debatida. Marx tomó la experiencia que tenía
a la mano para dar respuesta a ello; y que era, por otro lado, la única
respuesta posible, dado que no había, en el contexto académico-intelectual
donde se moldearon sus ideas en el siglo XIX, otro referente. Luego, de la
Comuna de París ala dictadura del proletariado en tanto concepto, sólo había
que dar un paso. Y lo dio. 
 A la luz de lo experimentado el siglo XX el
tema de la autogestión popular,  más  que  la  crítica 
económica,  más  que  el  pensamiento 
de  denuncia social, se evidencia
inconsistente. Muchas de las experiencias autogestionarias habidas, válidas, de
fuerte impacto, no fueron marxistas, no tenían en su horizonte la dictadura del
proletariado como momento a transitar 
en  pos  de 
una  etapa  superior 
de  abolición de  toda 
forma  de desigualdad. Y en las
experiencias de construcción  del
socialismo la autogestión,  más  allá 
de  declaraciones  formales 
de  los  aparatos 
políticos en el poder, han dejado importantes vacíos. De hecho la
democracia real,  de  base, 
participativa,  es  una 
experiencia  bastante  poco 
desarrollada.  Una  vez 
más:  Cuba  y 
Venezuela  la  intentan, 
y  ese  es  el  modelo 
al que debemos prestar atención.
 Las experiencias de gobierno local, de grupos
de autogestión (muy diversas por cierto: vecinos organizados para defender sus
intereses barriales, cooperativas de 
productores,  o  de 
consumidores,  usuarios  de redes 
informáticas,  movimientos  de 
desocupados,  etc.)  son 
intentos muy  válidos  de 
dotar  de  poder 
a  grupos  pequeños. En la práctica  funcionan, satisfacen  necesidades. 
Sirven,  verdaderamente,  como 
alternativas a los proyectos políticos generales en el marco de los países
capitalistas.  El  problema 
se  presenta  cuando 
la  organización  de 
toda  una comunidad  –hablando 
ya  de países en  sentido moderno: Estado-nación con millones
de habitantes, aquellos sobre los cuales la idea de la revolución  socialista 
ha  visto  siempre 
su  objetivo–  intenta 
concebirse  desde estos  parámetros 
superadores  de  toda 
la  historia  conocida. 
Valga  decir que desde el marxismo
clásico siempre se concibió la idea de revolución en  términos 
de  abolición  del 
Estado  capitalista,  y 
en  las  sociedades 
del hoy  llamado  Tercer 
Mundo  (en  algunos 
casos  con  una 
pesada  herencia precapitalista)
era de esperarse un tránsito hacia la industrialización que desembocara,  posteriormente,  en 
el  paso  al 
socialismo  como  necesidad histórica. La idea de construcción de
nuevas relaciones políticas entre la gente 
se  resumió  entonces 
en  la  dictadura 
del  proletariado.  Pero 
esta idea no parece haber prosperado. ¿Qué falló?
Es  este 
el  lado  más 
débil  de  la 
teoría  socialista, el  que 
clara  y abiertamente  se 
puede  (y  debe) 
criticar.  El  debate 
en  torno  a 
las  relaciones  de 
poder  –o  si 
se  quiere:  a 
la  lógica  y 
dinámica  de  la 
violencia como elemento constitutivo del fenómeno humano– lejos de estar
abierto a la discusión ha sido cerrado. Pareciera de vital importancia
propiciar ese intercambio si se pretende proponer alternativas nuevas a un
orden social injusto y condenatorio para tanta gente a la exclusión y la falta
de desarrollo.  Pero  curiosamente 
de  eso  no 
se  ha  hablado. 
¿Vicios  pequeño-burgueses?  ¿Desviaciones?  Quizá 
temor  a  despejar un 
tema  que, ¿por qué no decirlo
claramente?, ha sido tabú en la izquierda. ¿No son el poder,  la 
codicia,  la  prepotencia, 
posibilidades  humanas?  ¿Por 
qué  desconocerlas? No está de más
recordar que las disputas por protagonismo entre partidos políticos de
izquierda o entre organizaciones de derechos humanos  son 
horrorosamente  encarnizadas;  muchas 
veces,  inclusive, causa de los
fracasos de sus estrategias. ¿Por qué el "hombre nuevo" en el
socialismo siempre se ha empezado concibiendo a partir de imágenes quasi  militares: 
el  comandante  ejemplar, 
heroico  y  abnegado? 
–dicho sea de paso, siempre varón–. ¿Puede una revolución tener como
garantía final la existencia de una sola persona? ¿Qué pasa si desaparece esa
persona? 
 Tal 
vez  la  mejor 
manera  de  evitar 
el  abuso  de 
todo esto,  del  poder, de la codicia, es no partir de una
consideración ingenua que lo niegue sino, más sanamente, tomarlo como normal, y
buscar los mecanismos 
sociales-legales  que  permitan 
afrontarlo,  debatirlo,  procesarlo. Después de lo que hemos
presenciado durante el siglo XX ¿estamos autorizados  a 
creernos  que  las 
dictaduras  vividas  en 
los  países  socialistas eran del proletariado?
Marx  no 
conoció  nuestras  ciencias 
sociales  actuales.  Su 
cosmovisión antropológica participa, 
por  tanto, de las concepciones de
su  tiempo, imbuidas del espíritu
romántico alemán, del  Sturm und Drang como movimiento
intelectual. Por razones cronológicas obvias no llegó a saber de desarrollos
ulteriores en el campo de las humanidades que, si bien no cuestionan de fondo
el pensamiento marxista, abren algunos interrogantes  que 
la  práctica  política 
del  socialismo  real no retomó.  Su 
lectura  de la  dialéctica 
hegeliana  del  amo 
y  del  esclavo 
desembocó en  el  materialismo 
dialéctico,  pero  no 
cayó  dentro  de 
su  esfera  de 
intereses  el  tema de la subjetividad, de la lógica interna
del poder. El sujeto de la historia es concebido como sujeto social, como
clase. Hoy día, a instancias de lo que 
las  ciencias  sociales 
nos  han  develado, 
no  es  posible 
omitir  en  el fenómeno 
humano  el  aspecto 
subjetivo.  Lo  humano 
no  se  agota 
en  un abordaje  político-social;  lo  "individual"  es 
siempre  social  (recordemos aquello de que "el nombre
propio es lo menos propio que tenemos", en tanto viene de otro. El yo se
constituye a partir del otro social). En algún sentido  todo 
lo  humano  es 
político,  por  decir 
social,  aunque  no 
todo  es práctica política,
ejercicio político. La historia no puede explicarse por los caprichos
personales de algunos gobernantes, sin dudas; 
pero para entender la historia –y predecirla, y darle dirección– debe
partirse por conocer quién es y cómo es en su intimidad el sujeto que la
ejerce. Es decir: cómo somos los seres humanos que le damos vida, cuáles son
nuestros deseos, qué fuerzas nos mueven.
Los
erráticos procesos políticos que no terminamos de entender no pueden  explicarse 
solamente  en  términos 
de  lucha  de clases 
(aunque ello  sea,  sin 
dudas,  un  horizonte 
desde  donde  comenzar). 
¿Por  qué  los alemanes 
masivamente  se  hicieron 
nazis  durante  la 
época  de  Hitler, 
o por  qué  Stalin 
("una  persona  muerta 
es  una  tragedia; 
un  millón:  una estadística" pudo decir sin
empacho),  quien podía estar de acuerdo
con un  asesinato  político 
como  el  que 
mandó  perpetrar  contra 
Trotsky,  o condenar a muerte a
millones de compatriotas "contrarrevolucionarios", se hizo del poder
a la muerte de Lenin pasando a ser el "padrecito adorado"  de 
toda  la  nación? 
¿Cómo  explicar  que 
los  sandinistas  en 
Nicaragua, quienes desplazaron a una feroz dictadura gracias al masivo
apoyo de  la  población, 
fueran  expulsados  luego 
por  el  voto 
popular?,  ¿cómo entender que
militares como Hugo Banzer en Bolivia o Efraín Ríos Montt en  Guatemala 
–confesos  dictadores–  vuelvan 
al  poder con  el 
aval  eleccionario de la misma
gente que reprimieron años atrás? Es, salvando las distancias,  como 
tratar  de  entender 
por  qué  los 
seres  humanos  siguen fumando pese a saber de los peligros
del cáncer de pulmón, o por qué el no uso del preservativo pese al conocimiento
de la pandemia de Sida. La noción 
del  saber  racional 
no  alcanza.  Y 
de  ninguna  manera 
puede  pensarse en estos fenómenos
en términos de psicopatología. 
 Muchas de las reacciones, conductas y procesos
"incomprensibles" de  los  humanos, y 
más  aún  en 
lo  que  concierne 
a  situaciones  masivas, colectivas (linchamientos, peleas
entre pandillas o entre porras de equipos 
rivales,  manipulaciones  o  desbordes  grupales 
de cualquier  índole: sectas  religiosas, 
modas,  fanáticos  de 
algún  ídolo, etc.)  pueden 
comprenderse,  y  eventualmente 
predecirse  y/o  manejarse, 
si  se  parte 
de conceptos  desconocidos  en 
la  época  de 
Marx:  psicología  social, 
teoría del inconsciente, comunicación social, semiótica. El manejo de
las masas humanas pasó a ser una técnica imprescindible para los factores de poder,
y por su intermedio se moldea la historia. Como lo decíamos cuando nos
referíamos a los medios masivos de comunicación: la abrumadora mayoría de
conductas que desplegamos a diario están premeditadas, calculadas,  orientadas 
por  unos  pocos 
grupos  de  poder. 
Con  toda  profundidad lo expresó Raúl Scalabrini Ortiz:
"nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría". 
 En 
esta  dimensión,  sabiendo 
que  cada  vez 
más  los  medios 
masivos  de  comunicación 
moldean  la  conciencia 
de  las  grandes 
masas,  y más que ningún medio la
televisión, no es imposible concebir una cultura de la imagen cada vez más
omnipotente (a propósito pensemos en el crecimiento  ininterrumpido  de 
lo  audiovisual  a 
expensas  de  la 
lectura  o de la tradición oral),
destinada a manipular íconos, imágenes preconcebidas,  y 
que  impide  consecuentemente  el 
pensamiento analítico. El hombre del futuro, que tal como van las cosas
no pareciera ser precisamente el ideal del "hombre nuevo" del
socialismo, es un ser consumidor de imágenes sentado ante una pantalla (de
televisión, de computadora, de videojuego); un sujeto pasivo no pensante;
siempre el horizonte está ya preestablecido. Pero junto a esto, curiosa y
paradójicamente se constata que una muy buena parte de la población mundial no
tiene acceso a energía eléctrica, y muchos menos a las tecnologías informáticas.
El futuro  ya  está 
escrito,  y  no 
parece  muy  promisorio 
por  cierto.  Pero 
¿y aquellos que no disponen de esta parafernalia técnica: sobran
entonces?
La  autoconciencia,  la 
conciencia  de  clase 
del  proletariado,  son 
figuras  filosóficas;  un 
proletario,  para  decirlo 
aludiendo  al  discurso marxista clásico, ¿aspirará a abolir
superadoramente sus contradicciones intrínsecas?  ¿Se 
sabe  realmente  "redentor  de 
la  Humanidad"?,  ¿sabe acerca del papel histórico que, se
supone, está llamado a cumplir? Quizá envidia al gerente, lo cual no quita que
también pueda entrar en huelga si 
sus  intereses  son 
perjudicados.  La  racionalidad 
política no  parece  ser lo dominante; antes bien "la
manipulación de las emociones y el control de 
la  razón"  explican 
mucho  más  certeramente 
cómo  el  poder 
se  perpetúa.  Las 
migraciones  de  habitantes 
pobres  del  Tercer 
Mundo  hacia  el Norte 
próspero  no  son 
una  forma  de 
dignificar  y  modificar 
sus  propias realidades  paupérrimas; 
pero  son  las 
conductas constatables.  Para muchos
países pobres, de hecho, las remesas que envían los migrantes son la  principal 
fuente  de  subsistencia. 
Valga  agregar, por  otro 
lado,  que esas migraciones se dan
con ritmos de crecimiento alarmantemente ascendentes, lo cual termina
convirtiéndose indirectamente en un elemento de cambio social más profundo que
las mismas guerrillas antiimperialistas. 
De  ahí,  seguramente, 
la  premura  de  los  mecanismos 
de  "ayuda" al  Tercer 
Mundo  para  evitar 
esos  éxodos,  más 
bien  por  el 
peligro  que representan para las
sociedades opulentas y estables del Norte que por un espíritu solidario para
con los más necesitados. Pero quien detenta el poder y sus beneficios parece
que no quiere compartirlo. Y si la "ayuda" internacional  no 
sirve,  ahí están  los 
muros electrificados  de  contención. Todo migrante  sabe 
que  el  Norte 
no  le  abre los 
brazos  con  mucha 
solidaridad,  precisamente;  pero 
ahí  están,  no 
obstante, viajando  en  las peores 
condiciones,  cruzando  desiertos 
o  arriesgando  sus 
vidas  en  el mar. ¿Y la dignidad? La necesidad es más
fuerte que los principios.
Marx, hijo
de su tiempo como cualquier gran genio también, pensaba  en 
una  universalización  necesaria 
del  modo  de 
producción  capitalista  en 
tanto  condición  para 
la  revolución  mundial, 
que  vendría  de  la
metrópoli hacia la periferia. Quizá hoy esa visión sería tachada de
eurocentrista;  pero  era 
el  fermento  revolucionario  más demoledor 
a  mediados del siglo XIX. Ni a
Marx ni a ningún socialista se le hubiera ocurrido 150  años 
atrás  levantar  una 
crítica  por  el 
crecimiento  impetuoso  de  la
producción  industrial;  antes 
bien  eso  era 
una  premisa  para 
la  maduración  de 
la  clase  obrera 
mundial,  eslabón  fundamental 
de  la  gran 
transformación  en  ciernes. 
Pero  hoy  día 
la  forma  en 
que  esa  producción 
siguió su curso (nada distinta la capitalista que aquella que tuvo lugar
en la  Unión  Soviética 
o  la  que 
vemos  en  la 
República  Popular  China) 
pone en peligro la habitabilidad misma del planeta, antelo que surge la
crítica de  un  movimiento 
ambientalista  que  no  es  necesariamente  marxista, 
y que  sin  embargo 
tiene  una  proyección de 
respeto  por la vida  y 
defensa de las condiciones de sobrevivencia humana especialmente
importantes. En  algunos  casos 
más  "humana"  que 
mucho  de  lo 
que  el  mismo  socialismo
llevó adelante. 
 Elementos que eran impensados (e impensables)
cuando la fundación  del  socialismo 
científico,  e  incluso 
en  los  albores 
de  las  primeras experiencias de construcción
soviética, hoy son los factores de contestación 
social  y  cultural 
más  dinámicos:  movimientos 
por  los  derechos humanos,  ecologismo, 
liberación  femenina,  grupos 
de defensa  de  consumidores, reivindicación de culturas y
etnias locales, diversas expresiones autogestionarias. A lo que podría
agregarse, como elemento distorsionador del statu quo con explosivo potencial
político: migraciones masivas 
incontenibles  de  población 
tercermundista  hacia  los 
centros  más desarrollados. 
 Desde el mundo del capital no hubo,
obviamente, una crítica constructiva 
respecto  a  las 
premisas  básicas  del 
socialismo.  Por  el 
contrario uno  y  otro 
sistema  fueron  enemigos 
irreconciliables,  y  su 
pugna  –por décadas–  marcó 
la  Guerra  Fría 
(la  Tercera  Guerra 
Mundial,  a  decir 
de algunos).  Pero  lo 
más  curioso  es 
que  el  mismo 
socialismo  no  fue 
autocrítico,  como  en 
general  no  lo 
es  ningún  sistema 
cerrado  en  sí 
mismo: una  religión,  una 
secta.  Lo  que 
parecía  podía  ser 
el  instrumento  para forjar 
una  Humanidad  mejor 
terminó  bastante  mal. 
Caído  el  muro 
de Berlín,  símbolo  de 
la  caída  universal de 
la era  soviética,  uno  de
los  dos oponentes de aquella guerra sale
como claro triunfador. Pero esto lleva a la reflexión inmediata: no terminaron
las injusticias, ni las desavenencias, 
ni  el  conflicto como  motor. 
Tras  esa  derrota 
se  pierden  reivindicaciones laborales y sindicales
logradas décadas atrás. Hoy día los pobres son 
más  pobres,  más 
que  hace  unos 
años  inclusive,  y aparentemente sin  muchas 
esperanzas  de  mejoría 
a  la  vista. 
El  sueño  de 
las  mayorías ya  no 
es  mejorar  su 
nivel  de  ingresos 
económicos  sino,  simplemente, tener  trabajo. 
Como  mínimo  es 
necesario  entonces  revisar 
qué  y  cómo es 
posible  esperar  en 
el  mejoramiento  de 
la  Humanidad.  Es 
decir: ¿cómo seguir alentando la utopía de un mundo mejor?

 
 
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