martes, 28 de octubre de 2014

SOCIALISMO


Primer Paso

            Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben en ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas progresivas de la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónicas no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa, brinda, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la humanidad.
Carlos Marx
Prólogo a Contribución a la crítica de la economía política
Londres, enero de 1859

Segundo Paso

            Ahora bien, la historia del desarrollo de la sociedad difiere sustancialmente, en un punto, de la historia del desarrollo de la naturaleza. En ésta -si prescindimos de la acción inversa ejercida a su vez por los hombres sobre la naturaleza-, los factores que actúan los unos sobre los otros y en cuyo juego mutuo se impone la ley general, son todos agentes inconscientes y ciegos. De cuanto acontece en la naturaleza -lo mismo los innumerables fenómenos aparentemente fortuitos que afloran a la superficie, que los resultados finales por los cuales se comprueba que esas aparentes casualidades se rigen por su lógica interna-, a nada se llega como a un fin propuesto de antemano y consciente. En cambio, en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin propuesto. Pero esta distinción, por muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí reina, en la superficie y en conjunto, pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos fines propuestos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o son insuficientes los medios de que se dispone para llevarlos a cabo. Las colisiones entre las innumerables voluntades y actos individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines de los actos son obra de la voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son, y, cuando parecen ajustarse de momento al fin propuesto, a la postre encierran consecuencias muy distintas a las propuestas. Por eso, en conjunto, los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. Pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes.

            Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios propuestos conscientemente; y la resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la historia. Importa, pues, también lo que quieran los muchos individuos. La voluntad está determinada por la pasión o por la reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces son objetos exteriores; otras veces motivos ideales: ambición, “pasión por la verdad y la justicia”, odio personal, y también manías individuales de todo género. Pero, por otra parte, ya veíamos que las muchas voluntades individuales que actúan en la historia producen casi siempre resultados muy distintos de los propuestos -a veces incluso contrarios-, y, por tanto, sus móviles tienen también una importancia puramente secundaria en cuanto al resultado total. Por otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en las cabezas de los hombres se transforman en estos móviles.

            Esta pregunta no se la había hecho jamás el antiguo materialismo. Por esto su interpretación de la historia, cuando la tiene, es esencialmente pragmática; lo enjuicia todo con arreglo a los móviles de los actos; clasifica a los hombres que actúan en la historia en buenos y en malos, y luego comprueba que, por regla general, los buenos son los engañados, y los malos los vencedores. De donde se sigue, para el viejo materialismo, que el estudio de la historia no arroja enseñanzas muy edificantes, y, para nosotros, que en el campo histórico este viejo materialismo se hace traición a sí mismo, puesto que acepta como últimas causas los móviles ideales que allí actúan, en vez de indagar detrás de ellos, cuáles son los móviles de esos móviles. La inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas determinantes. En cambio la filosofía de la historia, principalmente la representada por Hegel, reconoce que los móviles ostensibles y aun los móviles reales y efectivos de los hombres que actúan en la historia no son, ni mucho menos, las últimas causas de los acontecimientos históricos, sino detrás de ellos están otras fuerzas determinantes, que hay que investigar; pero no va a buscar estas fuerzas en la misma historia, sino que las importa de fuera, de la ideología filosófica. En vez de explicar la historia de la antigua Grecia por su propia concatenación interna, Hegel afirma, por ejemplo, sencillamente, que esta historia no es más que la elaboración de las “formas de la bella individualidad”, la realización de la “obra de arte” como tal. Con este motivo, dice muchas cosas hermosas y profundas acerca de los antiguos griegos, pero esto no es obstáculo para que hoy no nos demos por satisfechos con semejante explicación, que no es más que una forma de hablar.

            Por tanto, si se quiere investigar las fuerzas motrices que -consciente o inconscientemente, y con harta frecuencia inconscientemente- están detrás de esos móviles por los que actúan los hombres en la historia y que constituyen los verdaderos resortes supremos de la historia, no habría que fijarse tanto en los móviles de hombres aislados, por muy relevantes que ellos sean, como en aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos en bloque, y, dentro de cada pueblo, a clases enteras; y no momentáneamente, en explosiones rápidas, como fugaces hogueras de paja, sino en acciones continuadas que se traducen en grandes cambios históricos. Indagar las causas determinantes que se reflejan en las cabezas de los masas que actúan y en las de sus jefes -los llamados grandes hombres- como móviles conscientes, de un modo claro o confuso, en forma directa o bajo un ropaje ideológico e inclusive divinizado: he aquí el único camino que puede llevarnos a descubrir las leyes por las que se rige la historia en conjunto, al igual que la de los distintos períodos y países. Todo lo que mueve a los hombres tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro de ellas depende en mucho de las circunstancias. Los obreros no se han reconciliado, ni mucho menos, con la producción maquinizada capitalista, aunque ya no hagan pedazos las máquinas, como todavía en 1848 hicieran en el Rin.

            Pero mientras que en todos los períodos anteriores la investigación de estas causas propulsoras de la historia era punto menos que imposible -por lo compleja y velada que era la trabazón de aquellas causas con sus efectos-, en la actualidad, esta trabazón está ya lo suficientemente simplificada para que el enigma pueda descifrarse. Desde la implantación de la gran industria, es decir, por lo menos, desde la paz europea de 1815, ya para nadie en Inglaterra era un secreto que allí la lucha política giraba en torno a las pretensiones de dominación de dos clases: la aristocracia terrateniente (landed aristocracy) y la burguesía (middle class). En Francia, se hizo patente este mismo hecho con el retorno de los Borbones; los historiadores del período de la Restauración, desde Thierry hasta Guizot, Mignet y Thiers, lo proclamaban constantemente como el hecho que da la clave para entender la historia de Francia desde la Edad Media. Y desde 1830, en ambos países se reconoce como tercer beligerante, en la lucha por el Poder, a la clase obrera, al proletariado. Las condiciones se habían simplificado hasta tal punto, que había que cerrar intencionalmente los ojos para no ver en la lucha de estas tres grandes clases y en el choque de sus intereses la fuerza propulsora de la historia moderna, por lo menos en los dos países más avanzados.

            Pero ¿cómo habían nacido estas clases? Si, a primera vista, todavía era posible asignar a la gran propiedad del suelo, en otro tiempo feudal, un origen basado -a primera vista al menos- en causas políticas, en una usurpación violenta, para la burguesía y el proletariado ya no servía esta explicación. Era claro y palpable que los orígenes y el desarrollo de estas dos grandes clases residían en causas puramente económicas. Y no menos evidente era que en las luchas entre los grandes terratenientes y la burguesía, lo mismo que en  la lucha de la burguesía con el proletariado, se trataba, en primer término, de intereses económicos, debiendo el Poder político servir de mero instrumento para su realización. Tanto la burguesía como el proletariado debían su nacimiento al cambio introducido en las condiciones económicas, o más concretamente, en el modo de producción. El tránsito del artesanado gremial a la manufactura, primero, y luego de ésta a la gran industria, basada en la aplicación del vapor y de las máquinas, fue lo que hizo que se desarrollasen estas dos clases. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las nuevas fuerzas productivas puestas en marcha por la burguesía -principalmente, la división del trabajo y la reunión de muchos obreros parciales en una manufactura total- y las condiciones y necesidades de intercambio desarrolladas por ellas hiciéronse incompatibles con el régimen de producción existente, heredado de la historia y consagrado por la ley, es decir, con los privilegios gremiales y con los innumerables privilegios de otro género, personales y locales (que eran otras tantas trabas para los estamentos no privilegiados), propios de la sociedad feudal. Las fuerzas productivas representadas por la burguesía se rebelaron contra el régimen de producción representado por los terratenientes feudales y los maestros de los gremios; el resultado es conocido: las trabas feudales fueron rotas, en Inglaterra poco a poco, en Francia de golpe; en Alemania todavía no se han acabado de romper. Pero, del mismo modo que la manufactura, al llegar a una determinada fase de desarrollo, chocó con el régimen feudal de producción, hoy la gran industria choca ya con el régimen burgués de producción, que ha venido a sustituir a aquel. Encadenada por ese orden imperante, cohibida por el estrecho marco del modo capitalista de producción, hoy, la gran industria crea, de una parte, una proletarización cada vez mayor de las grandes masas del pueblo, y de otra parte, una masa creciente de productos que no encuentran salida. Superproducción y miseria de las masas -dos fenómenos cada uno de los cuales es, a su vez, causa del otro- he aquí la absurda contradicción en que desemboca la gran industria y que reclama imperiosamente la liberación de las fuerzas productivas, mediante un cambio del modo de producción.
Federico Engels,
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Londres, 21 de febrero de 1888

Tercer Paso

            El socialismo moderno, cualquiera que sea su tendencia, en la medida en que toma como punto de arranque la economía política burguesa, suscribe casi sin excepciones la teoría del valor de Ricardo. De los dos postulados que Ricardo proclamara en 1817 en las primeras páginas de sus Principles: 1) que el valor de toda mercancía se determina única y exclusivamente por la cantidad de trabajo necesario para producirla, y 2) que el producto de todo trabajo social se divide entre tres clases: los propietarios de la tierra (renta), los capitalistas (ganancia) y los obreros (salarios), de estos dos postulados se hicieron en Inglaterra ya a partir de 1821 deducciones socialistas, y a veces con tal vigor y decisión que esa literatura, hoy casi completamente olvidada y en gran parte redescubierta por Marx, no fue superada hasta la aparición de El Capital. (…)

            La susodicha aplicación de la teoría de Ricardo -a saber: que a los obreros, como únicos productores efectivos, les pertenece el producto social íntegro, su producto- lleva directamente al comunismo. Pero, como indica Marx en las líneas citadas, esta conclusión es formalmente falsa en el sentido económico, ya que representa una simple aplicación de la moral a la economía política. Según las leyes de la economía burguesa, la mayor parte del producto no pertenece a los obreros que lo han creado. Cuando decimos que es injusto, que no debe ocurrir, esto nada tiene de común con la economía política. No decimos sino que este hecho económico se halla en contradicción con nuestro sentido moral. Por eso Marx no basó jamás sus reivindicaciones comunistas en argumentos de esta especie, sino en el desmoronamiento inevitable del modo capitalista de producción, desmoronamiento que adquiere cada día a nuestros ojos proporciones más vastas; Marx habla sólo del simple hecho de que la plusvalía se compone de trabajo no retribuido. Pero lo que no es exacto en el sentido económico formal, puede serlo en el sentido de la historia universal. Si la conciencia moral de las masas declara injusto un hecho económico cualquiera, como en otros tiempos la esclavitud o la prestación personal campesina, esto constituye la prueba de que el hecho en cuestión es algo que ha caducado y de que han surgido otros hechos económicos, en virtud de los cuales el primero es ya intolerable y no puede mantenerse en pie. Por consiguiente, en la inexactitud económica formal puede ocultarse un contenido realmente económico.
Federico Engels
Prólogo a Miseria de la Filosofía (de Carlos Marx, 1847)
Londres, 23 de octubre de 1884

            Nota.-

            Una década después del Manifiesto Comunista, Marx señala que “Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben en ella”, que “Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción” y que “Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la humanidad” Todo esto es muy cierto. Y la humanidad toda, con el proletariado a la cabeza, con su volitismo político ha ido superando el determinismo económico, y así se está cerrando la prehistoria humana.

            Marx emplea los términos “modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués”, que ahora poco se usan y son reemplazados por otros:

         Modo de producción
               Etapa Superior
         Comunismo primitivo
                    Despotismo
          Esclavismo
                    Imperialismo
          Feudalismo
                    Absolutismo
         Capitalismo
                    Financierismo
         Socialismo
                    Comunismo

En su etapa superior, el modo de producción en Egipto fue despotismo (señorío), en Grecia fue imperialismo (rey de reyes), en Francia fue absolutismo (“El Estado soy Yo”), en EUA es financierismo (bancocracia). Socialismo y Comunismo son términos sinónimos, pero políticamente diferencian la etapa inicial (Estado proletario) de la superior (anarquía-acracia, sin dominio ni gobierno de clase, es decir sin Estado)

            No obstante que una es la sociedad humana y otra es la naturaleza, su historia también se rige por leyes de carácter interno. Pero el volitismo político no contradice el determinismo económico. Y aunque nadie puede lograr volver al feudalismo, sí puede luchar por una etapa superior. Por eso siempre hay que indagar “cuáles son los móviles de esos móviles” ideales que impulsan a “todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines” Más aún ahora, cuando “Superproducción y miseria de las masas -dos fenómenos cada uno de los cuales es, a su vez, causa del otro- he aquí la absurda contradicción en que desemboca la gran industria y que reclama imperiosamente la liberación de las fuerzas productivas, mediante un cambio del modo de producción”

            En el proceso histórico se parte de la situación concreta para adecuarla. Por eso, la revolución en Francia derrocó la monarquía pero instauro una nueva dinastía. La revolución en Rusia derrocó la monarquía, pero instauró un Estado burocrático-militar. Y es que “las muchas voluntades individuales que actúan en la historia producen casi siempre resultados muy distintos de los propuestos -a veces incluso contrarios-, y, por tanto, sus móviles tienen también una importancia puramente secundaria en cuanto al resultado total” No obstante, termina imponiéndose el nuevo modo de producción.

Corolario
            La nueva tendencia, que ha descubierto en la historia de la evolución del trabajo la clave para comprender toda la historia de la sociedad, se dirigió preferentemente, desde el primer momento, a la clase obrera y encontró en ella la acogida que ni buscaba ni esperaba de la ciencia oficial.

Federico Engels,
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Londres, 21 de febrero de 1888

            La actual crisis económica genera la crisis social, ésta la crisis cultural, y a su vez ésta la crisis política. En este cuadro, “Si la conciencia moral de las masas declara injusto un hecho económico cualquiera, como en otros tiempos la esclavitud o la prestación personal campesina, esto constituye la prueba de que el hecho en cuestión es algo que ha caducado y de que han surgido otros hechos económicos, en virtud de los cuales el primero es ya intolerable y no puede mantenerse en pie”

            En  nuestro país, la crisis económica-social-cultural-política es ya intolerable.

            Por eso, en esta lucha final ¡Agrupémonos todos!

Ragarro
28.10.14



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