por andres 22 de diciembre de 2023
La democracia
capitalista como democracia esquizofrénica El capitalismo es un sistema
socioeconómico que lleva emparejada una apertura hacia la democracia formal, en
abstracto, al liberar de ataduras los factores básicos de su razón de ser: el
capital y el trabajo, cuyas personificaciones quedan formalmente libres para
establecer vínculos contractuales entre sí. […]
La democracia capitalista como democracia
esquizofrénica
El capitalismo es un sistema
socioeconómico que lleva emparejada una apertura hacia la democracia formal, en
abstracto, al liberar de ataduras los factores básicos de su
razón de ser: el capital y el trabajo, cuyas personificaciones quedan
formalmente libres para establecer vínculos contractuales entre sí. De esa
apertura formal pueden derivarse después distintos desarrollos de democracia
efectiva en función de la relación que en cada momento se dé entre esas
personificaciones. Esto es, entre el Capital (quienes poseen los medios de
producción y organización social en gran escala) y el Trabajo (quienes tienen
que asalarizarse o autoasalarizarse para vivir).
En el capitalismo la democracia está
vinculada a la constitución de la esfera económica como (si fuera) un ámbito
separado de la política. Y se requiere que sea así para mantener la democracia
exclusivamente en el nivel formal. Esto implica que el Capital
puede permitirse la irrupción del Trabajo en el ámbito político, donde se
instaura la formalización del poder (la política con minúsculas). Pero no en la
esfera económica, donde teje su poder real, en cuanto
que poder material.
Por eso también, la única democracia
que ha podido y puede darse compatiblemente con el modo de producción
capitalista es una democracia coja o esquizofrénica. Pueden ganarse
cuotas de apertura en la esfera del consumo (técnicamente la de circulación de
las mercancías) en la que los seres humanos son susceptibles de llegar a
ser consumidores-ciudadanos y electores (pretendidamente)
soberanos. Pero el Sistema no puede realizar ninguna concesión en la base de su
poder material, que radica en la despótica expropiación de los medios de vida
(tierras, materias primas, recursos energéticos, alta tecnología, maquinaria
productiva, solares, naves…). Éstos, en el capitalismo, para las grandes
dimensiones, no están al alcance de la población sino que están privatizados o
concentrados en muy pocas manos. Lo que quiere decir que quienes no disponen de
nada de eso en escala suficiente como para vivir por sí mismos, están obligados
a trabajar para aquellos que sí lo tienen en cantidad suficiente como para
hacer que otros trabajen para ellos sin necesidad de que ellos trabajen por sí
mismos en el mismo proceso productivo (el 0,33% de la sociedad, aproximadamente).
En este terreno el capitalismo no puede
ofrecer ninguna concesión ‘democrática’. Esto es, no puede conceder ninguna
democracia en la esfera de la producción, donde los seres humanos están
privados de decisión y voto (como trabajadores dependientes de terceros) sobre
el proceso de producción-distribución-consumo. Ahí sólo pueden hacer lo que les
ordena quien les paga.
Pero resulta que en el capitalismo los
productores son también los consumidores. Consumidor y productor son la misma
persona. Una persona que tiene que asimilar que como consumidor es «soberano»
(siempre tiene razón), mientras que como productor no puede decidir apenas
nada.
De ahí la «esquizofrenia democrática».
Ahora bien, la «soberanía» o capacidad
de decidir en la esfera del consumo, está limitada a los productos que
previamente ofrece el propio capital. Esto vale tanto para las «mercancías»
físicas como para las electorales.
Veamos un poco más esto último, el
espacio político-institucional.
El cerramiento del espacio político-institucional
Ya tradicionalmente, desde la II Guerra
Mundial, para acceder a los parlamentos capitalistas ha habido que contar con
todo un entramado empresarial-mediático, una maquinaria electoral dependiente
de los grandes poderes económicos (a los cuales quedan deudoras -y no sólo
económicamente- las fuerzas en liza, sean de las siglas que sean). Ese espacio
se ha ido concentrando correlativamente a como se concentra el capital en la
esfera económica. Las palabras del analista norteamericano, William Pfaff, en
su artículo «El poder del dinero en la política estadounidense», son asaz
esclarecedoras al respecto: «…al mundo empresarial le viene muy bien el
actual sistema de gasto ilimitado en las campañas políticas. Mientras éstas
sigan exigiendo sumas faraónicas, no se elegirá una mayoría reformista.
Mientras gastar dinero siga siendo una forma de libertad de expresión
protegida, el sistema estadounidense permanecerá bloqueado«.
Desde el principio se trató de asentar
un Bipartidismo en el que sólo dos fuerzas, a la par representantes de
distintos sectores de poder, se apropiaran también del espacio electoral casi
en su totalidad (con pequeños márgenes para otras fuerzas menores que
proporcionaban cobertura así a la «pluralidad» electoral).
Con los procesos de oligopolización
económica el Bipartidismo fue dando lugar al Bipartido, omniabarcador del
espacio político-institucional, exactamente como la Liga de fútbol se fue
cerrando para que sólo dos equipos en la práctica pudieran ganarla. La
aceptación del estado de las cosas de aburrida monotonía por parte del
público-elector va calando, sin embargo, en el descrédito y desgana con que se
mira a la política-institucional, como al fútbol, por más que todo el entramado
periodístico-mediático actúe cada día ignorando estos hechos (si no, ¿qué
venderían?), como si la competición fuera emocionante para todos, y como si
todos compitiesen con las mismas oportunidades. Por eso, una vez obviada la
injusticia de partida, los resultados son siempre justos.
Pero como decíamos, en la presente
coyuntura se está cerrando cada vez más ese espacio democrático institucional,
lo que deja cada vez menos huecos para que la vía electoral pueda constituirse
en una vía de transformación social, válida para que la población pueda incidir
de alguna forma en la política económica y social que se lleva a cabo. Esto es,
para intervenir en la Política de verdad, con mayúsculas.
Algunos pasos han ido trazando ese
deslizamiento antidemocrático.
- Primero se ha
llevado a cabo la des-substanciación de las instituciones de
representación popular, creando o empoderando en cambio entidades
supraestatales ajenas a cualquier tipo de elección democrática (Bancos
Centrales, Comisión Europea, G-20, FMI, OMC, Foro de Davos…).
- Después se
supeditan las leyes estatales a las supraestatales, liquidando la
soberanía del Estado incluso para poder tener una política económica
propia (y en el caso de la UE ni siquiera una moneda soberana),
autosubordinándose a los mercados financieros y a sus agencias evaluadoras
de riesgos, que no son precisamente elegidos democráticamente.
- Finalmente se
modifican las propias constituciones, de manera que sea
‘anticonstitucional’ intentar cambiar la falta de soberanía, al tiempo que
se empieza a tomar medidas para expulsar de forma directa a los partidos
minoritarios de la contienda electoral (a través de la exigencia de una
gran cantidad de avales para poder presentarse, por ejemplo).
Pero por si todo eso fallara, siempre
queda la amenaza del caos (las famosas huelgas del capital) que se producirá si
no sale una opción «aceptable» para los mercados, la presión para la repetición
de elecciones, el chantaje político y económico, etc. Todo con tal de que la
masa de votos no se vaya del Bipartido. Véanse como ejemplo los referenda sobre
la constitución europea en distintos países cuando el resultado fue negativo,
el intento de referéndum y las posteriores elecciones de la primavera de 2012
en Grecia, donde sólo faltó amenazar con el fuego divino.
Sin embargo, cuando el resultado
‘democrático’ entraña un riesgo mayor para las clases dominantes, éstas se
decantan por el golpe de Estado, el boicot, la subversión productiva o la
agresión militar directa contra lo expresado en las urnas. Los casos del Chile
de Allende, la Nicaragua sandinista, la Angola independiente del MPLA, son
ejemplos no muy lejanos en el tiempo; la República Española es también testigo
histórico excepcional de ello. Los actuales países del ALBA son laboratorios
donde se llevan a cabo esas agresiones casi a diario, como en estos momentos
ejemplifica dramáticamente una vez más, Venezuela.
El Bipartido no descarta nunca, si las
cosas se ponen feas socialmente hablando (a través de un nivel generalizado de
descontento y protesta social, por ejemplo), conformar gobiernos de concertación
nacional, para «salvar» el orden.
El caso español
Vamos a atender ahora a algunas de las
claves que se fueron introduciendo en la famosa «transición» española de cara a
obliterar el espacio político-institucional a las grandes mayorías.
1. Impedir que el ciudadano pueda
elegir a la persona en quien confía su representación en la Cámara de
Diputados.
Para ello se estableció un conjunto de
medidas tendentes a que el candidato quedara desvinculado de compromisos con
los electores: se hicieron amplias circunscripciones territoriales, también
listas cerradas (que mantienen el predominio del partido sobre el candidato),
así como el voto secreto de los representantes, la disciplina de voto y el
colegio uninominal.
Como las listas son confeccionadas por
las jefaturas partidarias, los candidatos procurarán responder antes a aquéllas
que a los electores, y estar a bien con los jefes de partido, que son quienes
los cooptan para su elección.
Esto conlleva una «inversión
democrática» : si ningún elector puede elegir a un diputado nominalmente,
tampoco lo puede controlar.
2. Eliminar el techo y el control
eficaz de los gastos electorales
Los partidos pudieron recibir
financiación sin límite y sin obligación de explicitar, ni ante la opinión
pública ni ante ninguna entidad jurídica o política de control (ni control
interno ni externo, público o privado). Incluso se oculta el dinero prestado
por la Banca a las cúpulas políticas, y la consiguiente deuda de los partidos
(nunca clara).
Esto supone una fuente segura de
corrupción (es muy fácil que las empresas financien partidos a cambio de
concesiones y contratos, estatales, autonómicos, municipales…). Además, los
elegidos deben responder más a estos compromisos que a los programas-publicidad
electorales.
3. Evitar el sistema de representación
proporcional integral (Ley de Hont).
Se favorece el sistema de mayorías
absolutas que recorta el pluralismo y disminuye la representación parlamentaria
de opciones «díscolas». También, por ejemplo, se sobrerrepresentan zonas
rurales con escasa densidad poblacional frente a las concentraciones urbanas e
industriales.
Dado el presente nivel de deterioro
económico y social, el Bipartido (el PPSOE en España) está hoy sometido a
fuertes tensiones según se extiende la desafección de la sociedad. Necesita una
vía de regeneración que vuelva a ilusionar a la población con la vertiente
electoral. Estamos viviendo momentos muy movidos en torno a una gran variedad
de opciones que brotan por doquier con intención de representar y encauzar esa
ilusión.
Para distinguir entre tanto brote
verde, será necesario recordar que una transformación social real sólo
puede venir de una correlación de fuerzas populares, con una sedimentada
conciencia de lo que se quiere (no sé si muy común entre las hoy tan
vitoreados multitudes y noventaynueves por ciento).
Y que ésta es resultado de trabajos de larga duración y calado, de base,
forjados a través de transformaciones previas conseguidas desde abajo. Sólo
entonces, para que la esquizofrenia social llegara a su fin,
la vía electoral podría tener posibilidades transformadoras serias, como
traducción de esa fuerza social generada. Una fuerza que es
capaz, por tanto, de afectar también a la esfera de la economía, para
desprivatizar los medios de producción, a la par que emprende un gran
proceso constituyente en el orden social y político, para dar el paso
a la Política.
Este es el único camino posible para
una izquierda integral.
La vía contraria, esto es, poner el
carro delante de los bueyes (que es la que escoge tanta izquierda
integrada), nunca trajo a la postre buenos resultados para los intereses
populares.
Por Andrés
Piqueras
Fuentes: Rebelión
28.03.14.
[Artículo que publiqué en rebelion.org,
el 28 de marzo de 2014, y que creo o espero que pueda seguir aportando algo en
el marasmo de la política institucional que padecemos]
Fuente: https://andrespiqueras.com/2023/12/22/le-dicen-democracia-y-no-lo-es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario