domingo, 4 de noviembre de 2012

EL CONOCIMIENTO NO ES UNA MERCANCÍA, ES UNA TRADICIÓN Y UNA HERENCIA



 

Revista Ñ
03-11-2012


La Red, con su capacidad infinita de copiar, injertar, yuxtaponer textos en todas las formas de la reiteración y de la modificación, está erosionando el concepto de autor y por supuesto el de editor, junto con el pensamiento tradicional que les sirve de base: este pensamiento que sostiene que la sociedad es un conglomerado de átomos, de individuos que han “creado” la sociedad y que por tanto no tienen ningún lazo previo ni obligación para con los otros. Este pensamiento, que en estos tiempos de neoliberalismo globalizado ha retomado su fuerza, desconoce que nacemos en un mundo dado, es decir en un mundo que nos ha sido donado, bajo una lengua también dada, hemos recibido una herencia social que nos ha constituido. Lejos de no deberle nada a nadie, nacemos ligados, totalmente endeudados con los otros.

No hay átomos y la constitución del “autor”, como cualquier otra, se conforma con la alteridad que la preexiste. Antes de constituirse o en la constitución misma de algo así como un sujeto, de algo que diga “yo”, todo un mundo previo ya preexiste, estamos conformados antes de ser, por la herencia y la tradición, la transmisión, la pervivencia del mensaje.

El conocimiento no es una mercancía, el conocimiento produce conocimiento, es una transmisión, una traducción, una tradición, una herencia que como tal me preexiste. Y que tengo la obligación de transmitir. Toda traba legal u económica puesta a la libre transmisión del conocimiento, toda privatización del mismo es una traba a su producción.

La cultura, que no es de nadie, la hemos heredado, la hacemos entre todos y para hacerla necesitamos contar con lo que otros han escrito antes que nosotros. No podríamos producir lo nuevo sin el acceso a nuestra herencia, a nuestra tradición. Mantenerla “privada” es privarnos del porvenir.

Antes de la aparición de Internet y la revolución técnica que la acompaña era muy fácil privatizar el conocimiento: había ciertos señores que eran dueños de maquinas, obreros y recursos, necesarios en aquellos momentos para producir un libro, una película, una grabación musical.

Estos propietarios privados, decidían qué se debía leer, escuchar, contemplar, pensar. Un aparato periodístico-académico completaba el tándem. Se creó así un estamento de “especialistas” que dictaminaban qué se debía consumir en cuanto a los bienes culturales, en base a determinar lo más rentable económicamente, y aquello que era funcional a esta cultura donde editores, críticos, profesores, nos trataban como niños tontos que no pueden ni deben elegir lo que consumen. Y mucho menos producir y distribuir conocimiento, sin la supervisión y la intervención forzada de estos señores que tenían y tienen todavía –en gran medida privatizada– la cultura en su propio beneficio.

La evolución de Internet por un lado nos muestra la transmisión de saberes, discursos, modelos; transmisión acelerada, facilitada, liberada de algunas barreras tradicionales, de algunas gendarmerías y algunas policías, de algunas censuras políticas, económicas, académicas y o editoriales.

Esta vía debe ser alentada si queremos que una democracia por venir, nos esté prometida. Para ello son necesarios ciertos derechos: el derecho de acceso al archivo, es decir al superarchivo de la Red, el derecho a la participación en la constitución del mismo, y el derecho a la libre interpretación de lo archivado.

De lo contrario seguirá pasando lo que pasa: una concentración cada vez más grande de la información y el poder, del poder de la información en corporaciones más allá de cualquier control, que seguirán en su tarea de hacer que prolifere la banalidad en un descontrol del vale todo, por un lado, y en un control cada vez más obsesivo, minucioso, detallado al milímetro y al segundo de la vida y el cuerpo de cada individuo, por el otro.

Ese es un control disponible hasta en sus menores detalles, a la disposición inmediata de las policías de todo tipo y variedad, sean éstas, de control político (seguridad), de control económico (bancos) o de control de la vida (salud pública).

Lo que nos traiga el porvenir depende y no depende de nosotros. Es el momento de tomar una posición.


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