lunes, 18 de julio de 2022

EL PARTIDO DE MARIÁTEGUI XIX: LA POLÍTICA DE FRENTE UNIDO EN LA CONSTRUCCIÓN DEL PARTIDO DE MASAS E IDEAS


 


TRES TEXTOS ADICIONALES AL DEBATE 1923-1924

 

(17 de julio de 2022)

 

Buena tarde de este domingo 17.

La carta del 15 de setiembre de 1923, de César Falcón (en España) al Comité de Lima (Mariátegui), fue muy importante en el desarrollo del naciente movimiento socialista peruano, y como usted dice, hay que "estudiarla con atención".

Hay que estudiar el contenido de la carta de César Falcón, acompañada con la lectura de otros documentos de ese tiempo.

En una primera aproximación, por lo menos, hay que leer otros "tres documentos":

1.- "La crisis mundial y el proletariado peruano", texto de la primera conferencia de Mariátegui en la UPGP, del 15 de junio de 1923. En especial los párrafos en los cuáles Mariátegui se refiere al movimiento anarquista.

2.- "El fracaso de la II Internacional", texto de la tercera conferencia del 29 de junio de 1923, en especial el primer párrafo, en el cual Mariátegui anunció un viraje en su táctica de trabajo organizativo, al reconocer que en ese momento (no siempre) había que priorizar el trabajo frente unitario.

3.- "El 1° de mayo y el frente único", texto del discurso de clausura del ciclo de conferencias, del 1°de mayo de 1924.

Con la lectura, de por lo menos, esos tres textos de Mariátegui, se puede entender que le dijo Mariátegui a Falcón, antes y después de la carta de Falcón del 15 de setiembre de 1923.

Más adelante, continuaré señalando otros textos de ese gran debate 1923-1924, que se amplió y se prolongó por lo menos hasta 1926.

Miguel Aragón

 

ADENDA

I

PRIMERA CONFERENCIA1

LA CRISIS MUNDIAL Y EL PROLETARIADO PERUANO

En esta conferencia —llamémosla conversa­ción más bien que conferencia— voy a limitarme a exponer el programa del curso, al mismo tiem­po que algunas consideraciones sobre la necesi­dad de difundir en el proletariado el conocimiento de la crisis mundial. En el Perú falta, por des­gracia, una prensa docente que siga con atención, con inteligencia y con filiación ideológica el de­sarrollo de esta gran crisis; faltan, asimismo, maestros universitarios, del tipo de José Ingenie­ros, capaces de apasionarse por las ideas de re­novación que actualmente transforman el mun­do y de liberarse de la influencia y de los pre­juicios de una cultura y de una educación con­servadoras y burguesas; faltan grupos socialis­tas y sindicalistas, dueños de instrumentos pro­pios de cultura popular, y en aptitud, por tanto, de interesar al pueblo por el estudio de la crisis. La única cátedra de educación popular, con espíritu revolucionario, es esta cátedra en forma­ción de la Universidad Popular. A ella le toca, por consiguiente, superando el modesto plano de su labor inicial, presentar al pueblo la realidad contemporánea, explicar al pueblo que está vi­viendo una de las horas más trascendentales y grandes de la historia, contagiar al pueblo de la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del mundo.

En esta gran crisis contemporánea el proletariado no es un espectador; es un actor. Se va a resolver en ella la suerte del proletariado mundial. De ella va a surgir, según todas las probabilidades y según todas las previsiones, la civilización proletaria, la civilización socialista, destinada a suceder a la declinante, a la decadente a la moribunda civilización capitalista, individualista y burguesa. El proletariado necesita, ahora como nunca, saber lo que pasa en el mundo. Y no puede saberlo a través de las informaciones fragmentarias, episódicas, homeopáticas del cable cotidiano, mal traducido y peor redactado en la mayoría de los casos, y proveniente siempre de agencias reaccionarias, encargadas de desacreditar a los partidos, a las organizaciones y a los hombres de la Revolución y desalentar y desorientar al proletariado mundial.

En la crisis europea se están jugando los destinos de todos los trabajadores del mundo. El desarrollo de la crisis debe interesar, pues, por igual, a los trabajadores del Perú que a los trabajadores del Extremo Oriente. La crisis tiene como teatro principal Europa; pero la crisis de las instituciones europeas es la crisis de las instituciones de la civilización occidental. Y el Perú, como los demás pueblos de América, gira dentro de la órbita de esta civilización, no sólo porque se trata de países políticamente independientes pero económicamente coloniales, ligados al carro del capitalismo británico, del capitalismo americano o del capitalismo francés, sino porque europea es nuestra cultura, europeo es el tipo de nuestras instituciones. Y son, precisamente, estas instituciones democráticas, que nosotros copiamos de Europa, esta cultura, que nosotros copiamos de Europa también, las que en Europa están ahora en un período de crisis definitiva, de crisis total. Sobre todo, la civilización capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad, ha creado entre todos los pueblos lazos materiales qué establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El internacionalismo no es sólo un ideal; es una realidad histórica. El progreso hace que los intereses, las ideas, las costumbres, los regímenes de los pueblos se unifiquen y se confundan. El Perú, como los demás pueblos americanos, no está, por tanto, fuera de la crisis: está dentro de ella. La crisis mundial ha repercutido ya en estos pueblos. Y, por supuesto, seguirá repercutiendo. Un período de reacción en Europa será también un período de reacción en América. Un período de revolución en Europa será también un período de revolución en América. Hace más de un siglo, cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria como hoy, cuando no existían los medios de comunicación que hoy existen, cuando las naciones no tenían el contacto inmediato y constante que hoy tienen, cuando no había prensa, cuando éramos aún espectadores lejanos de los acontecimientos europeos, la Revolución Francesa dio origen a la Guerra de la Independencia y al surgimiento de todas estas repúblicas. Este recuerdo basta para que nos demos cuenta de la rapidez con que la transformación de la sociedad se reflejará en las sociedades americanas. Aquellos que dicen que el Perú, y América en general, viven muy distantes de la revolución europea, no tienen noción de la vida contemporánea, ni tienen una comprensión, aproximada siquiera, de la historia. Esa gente se sorprende de que lleguen al Perú los ideales más avanzados de Europa; pero no se sorprende en cambio de que lleguen el aeroplano, el trasatlántico, el telégrafo sin hilos, el radio; todas las expresiones más avanzadas, en fin, del progreso material de Europa. La misma razón para ignorar el movimiento socialista habría para ignorar, por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein. Y estoy seguro de que al más reaccionario de nuestros intelectuales —casi todos son impermeables reaccionarios— no se le ocurrirá que debe ser proscrita del estudio y de la vulgarización la nueva física, de la cual Einstein es el más eminente y máximo representante.

Y si el proletariado, en general, tiene necesidad de enterarse de los grandes aspectos de la crisis mundial, esta necesidad es aún mayor en aquella parte del proletariado, socialista, laborista, sindicalista o libertaria que constituye su vanguardia; en aquella parte del proletariado más combativa y consciente, más luchadora y preparada; en aquella parte del proletariado encargada de la dirección de las grandes acciones proletarias: en aquella parte del proletariado a la que toca el rol histórico de representar al proletariado peruano en el presente instante social; en aquella parte del proletariado, en una palabra, que cualquiera que sea su credo particular, tiene conciencia de clase, tiene conciencia revolucionaria. Yo dedico, sobre todo, mis disertaciones, a esta vanguardia del proletariado peruano. Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a enseñarles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos. Yo no os enseño, compañeros, desde esta tribuna, la historia de la crisis mundial; yo la estudio con vosotros. Yo no tengo en este estudio sino el mérito modestísimo de aportar a él las observaciones personales de tres y medio años de vida europea, o sea de los tres y medio años culminantes de la crisis, y los ecos del pensamiento europeo contemporáneo.

Yo invito muy especialmente a la vanguardia del proletariado a estudiar conmigo el proceso de la crisis mundial por varias razones trascendentales. Voy a enumerarlas sumariamente. La primera razón es que la preparación revolucionaria, la cultura revolucionaria, la orientación revolucionaria de esa vanguardia proletaria, se ha formado a base de la literatura socialista, sindicalista y anarquista anterior a la guerra europea. O anterior por lo menos al período culminante de la crisis. Libros socialistas, sindicalistas, libertarios, de vieja data, son los que, generalmente, circulan entre nosotros. Aquí se conoce un poco la literatura clásica del socialismo y del sindicalismo; no se conoce la nueva literatura revolucionaria. La cultura revolucionaria es aquí una cultura clásica, además de ser, como vosotros, compañeros, lo sabéis muy bien, una cultura muy incipiente, muy inorgánica, muy desordenada, muy incompleta. Ahora bien, toda esa literatura socialista y sindicalista anterior a la guerra, está en revisión. Y esta revisión no es una revisión impuesta por el capricho de los teóricos, sino por la fuerza de los hechos. Esa literatura, por consiguiente, no puede ser usada hoy sin beneficio de inventario. No se trata, naturalmente, de que no siga siendo exacta en sus principios, en sus bases, en todo lo que hay en ella de ideal y de eterno; sino que ha dejado de ser exacta, muchas veces, en sus inspiraciones tácticas, en sus consideraciones históricas, en todo lo que significa acción, procedimiento, medio de lucha. La meta de los trabajadores sigue siendo la misma; lo que ha cambiado, necesariamente, a causa de los últimos acontecimientos históricos, son los caminos elegidos para arribar, o para aproximarse siquiera, a esa meta ideal. De aquí que el estudio de estos acontecimientos históricos, y de su trascendencia, resulte indispensable para los trabajadores militantes en las organizaciones clasistas.

Vosotros sabéis, compañeros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. Entre una y otra ha tratado de surgir una Internacional intermedia. Pero que ha concluido por hacer causa común con la primera contra la segunda. En uno y otro bando hay diversos matices; pero los bandos son neta e inconfundiblemente sólo dos. El bando de los que quieren realizar el socialismo colaborando políticamente con la burguesía; y el bando de los que quieren realizar el socialismo conquistando íntegramente para el proletariado el poder político. Y bien, la existencia de estos dos bandos proviene de la existencia de dos concepciones diferentes, de dos concepciones opuestas, de dos concepciones antitéticas del actual momento histórico. Una parte del proletariado cree que el momento no es revolucionario; que la burguesía no ha agotado aún su función histórica; que, por el contrario, la burguesía es todavía bastante fuerte para conservar el poder político; que no ha llegado, en suma, la hora de la revolución social. La otra parte del proletariado cree que el actual momento histórico es revolucionario; que la burguesía es incapaz de reconstruir la rique­za social destruida por la guerra e incapaz, por tanto, de solucionar los problemas de la paz; que la guerra ha originado una crisis cuya solución no puede ser sino una solución proletaria, una solu­ción socialista; y que con la Revolución Rusa ha comenzado la revolución social.

Hay, pues, dos ejércitos proletarios porque hay en el proletariado dos concepciones opuestas del momento histórico, dos interpretaciones distintas de la crisis mundial. La fuerza numérica de uno y otros ejércitos proletarios depende de que los acontecimientos parezcan o no confirmar su res­pectiva concepción histórica. Es por esto que los pensadores, los teóricos, los hombres de estudio de uno y otros ejércitos proletarios, se esfuerzan, sobre todo, en ahondar el sentido de la crisis, en comprender su carácter, en descubrir su signi­ficación.

Antes de la guerra, dos tendencias se dividían el predominio en el proletariado: la tendencia so­cialista y la tendencia sindicalista. La tendencia socialista era, dominantemente, reformista, so­cial-democrática, colaboracionista. Los socialis­tas pensaban que la hora de la revolución social estaba lejana y luchaban por la conquista gradual a través de la acción legalitaria y de la colaboración gubernamental o, por lo menos, le­gislativa. Esta acción política debilitó en algunos países excesivamente la voluntad y el espíritu revolucionarios del socialismo. El socialismo se aburguesó considerablemente. Como reacción contra este aburguesamiento del socialismo, tuvimos al sindicalismo. El sindicalismo opuso a la ac­ción política de los partidos socialistas la acción directa de los sindicatos. En el sindicalismo se refugiaron los espíritus más revolucionarios y más intransigentes del proletariado. Pero también el sindicalismo resultó, en el fondo, un tanto colaboracionista y reformístico. También el sin­dicalismo estaba dominado por una burocracia sindical sin verdadera psicología revolucionaria. Y sindicalismo y socialismo se mostraban más o menos solidarios y mancomunados en algunos países, como Italia, donde el Partido Socialista no participaba en el gobierno y se mantenía fiel a otros principios formales de independencia. Como sea, las tendencias, más o menos beligerantes o más o menos próximas, según las naciones eran dos: sindicalistas y socialistas. A este período de la lucha social corresponde casi íntegramente la literatura revolucionaria de que se ha nutrido la mentalidad de nuestros proletarios dirigentes.

Pero, después de la guerra, la situación ha cambiado. El campo proletario, como acabamos de recordar, no está ya dividido en socialistas y sindicalistas; sino en reformistas y revolucionarios. Hemos asistido primero a una escisión, a una división en el campo socialista. Una parte del socialismo se ha afirmado en su orientación social democrática, colaboracionista; la otra parte ha seguido una orientación anti-colaboracionista, revolucionaria. Y esta parte del socialismo es la que, para diferenciarse netamente de la primera, ha adoptado el nombre de comunismo. La división se ha producido, también, en la misma forma en el campo sindicalista. Una parte de los sindicatos apoya a los social-democráticos; la otra parte apoya a los comunistas. El aspecto de la lucha social europea ha mudado, por tanto, radicalmente. Hemos visto a muchos sindicalistas intransigentes de antes de la guerra tomar rumbo hacia el reformismo. Hemos visto, en cambio, a otros seguir al comunismo. Y entre éstos, se ha contado, nada menos, como en una conversación lo recordaba no hace mucho al compañero Fonkén, el más grande y más ilustre teórico del sindicalismo: el francés Georges Sorel. Sorel, cuya muerte ha sido un luto amargo para el proletariado y para la intelectualidad de Francia, dio toda su adhesión a la Revolución Rusa y a los hombres de la Revolución Rusa.

Aquí, como en Europa, los proletarios tienen, pues, que dividirse no en sindicalistas y socialistas —clasificación anacrónica— sino en colaboracionistas y anticolaboracionistas, en reformistas y maximalistas. Pero para que esta clasificación se produzca con nitidez, con coherencia, es indispensable que el proletariado conozca y comprenda en sus grandes lineamientos, la gran crisis contemporánea. De otra manera, el confucionismo es inevitable.

Yo participo de la opinión de los que creen que la humanidad vive un período revolucionario. Y estoy convencido del próximo ocaso de todas las tesis social-democráticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas.

Antes de la guerra, estas tesis eran explicables, porque correspondían a condiciones históricas diferentes. El capitalismo estaba en su apogeo. La producción era superabundante. El capitalismo podía permitirse el lujo de hacer sucesivas concesiones económicas al proletariado. Y sus márgenes de utilidad eran tales qué fue posible la formación de una numerosa clase media, de una numerosa pequeña-burguesía que gozaba de un tenor de vida cómodo y confortable. El obrero europeo ganaba lo bastante para comer discretamente y en algunas naciones, como Inglaterra y Alemania, le era dado satisfacer algunas necesidades del espíritu. No había, pues, ambiente para la revolución. Después de la guerra, todo ha cambiado. La riqueza social europea ha sido, en gran parte, destruida. El capitalismo, responsable de la guerra, necesita reconstruir esa riqueza a costa del proletariado: Y quiere, por tanto, que los socialistas colaboren en el gobierno, para fortalecer las instituciones democráticas; pero no para progresar en el camino de las realizaciones socialistas. Antes, los socialistas colaboraban para mejorar, paulatinamente, las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora colaborarían para renunciar a toda conquista proletaria. La burguesía para reconstruir a Europa necesita que el proletariado se avenga a producir más y consumir menos. Y el proletariado se resiste a una y otra cosa y se dice a sí mismo que no vale la pena consolidar en el poder a una clase social culpable de la guerra y destinada, fatalmente, a conducir a la humanidad a una guerra más cruenta todavía. Las condiciones de una colaboración de la burguesía con el proletariado son; por su naturaleza, tales que el colaboracionismo tiene, necesariamente, que perder, poco a poco, su actual numeroso proselitismo.

El capitalismo no puede hacer concesiones al socialismo. A los Estados europeos para reconstruirse les precisa un régimen de rigurosa economía fiscal, el aumento de las horas de trabajo, la disminución de los salarios, en una palabra, el restablecimiento de conceptos y de métodos económicos abolidos en homenaje a la voluntad proletaria. El proletariado no puede, lógicamente consentir este retroceso. No puede ni quiere consentirle. Toda posibilidad de reconstrucción de la economía capitalista está, pues, eliminada. Esta es la tragedia de la Europa actual. La reacción va cancelando en los países de Europa las concesiones económicas hechas al socialismo; pero, mientras de un lado, esta política reaccionaria no puede ser lo suficientemente enérgica ni eficaz para restablecer la desangrada riqueza pública, de otro lado, contra esta política reaccionaria, se prepara, lentamente, el frente único del proletariado. Temerosa a la revolución, la reacción cancela, por esto, no sólo las conquistas económicas de las masas, sino que atenta también contra las conquistas políticas. Asistimos, así, en Italia a la dictadura fascista. Pero la burguesía socava y mina y hiere así de muerte a las instituciones democráticas. Y pierde toda su fuerza moral y todo su prestigio ideológico.

Por otra parte, en el orden de las relaciones internacionales, la reacción pone la política externa en manos de las minorías nacionalistas y antidemocráticas. Y estas minorías nacionalistas saturan de chauvinismo esa política externa. E impiden, con sus orientaciones imperialistas, con su lucha por la hegemonía europea, el restablecimiento de una atmósfera de solidaridad europea, que consienta a los Estados entenderse acerca de un programa de cooperación y de trabajo. La obra de ese nacionalismo, de ese reaccionarismo, la tenemos a la vista en la ocupación del Ruhr.

La crisis mundial es, pues, crisis económica y crisis política. Y es, además, sobre todo, crisis ideológica. Las filosofías afirmativas, positivistas, de la sociedad burguesa, están, desde hace mucho tiempo, minadas por una corriente de escepticis­mo, de relativismo. El racionalismo, el historicis­mo, el positivismo, declinan irremediablemente. Este es, indudablemente, el aspecto más hondo, el síntoma más grave de la crisis. Este es el in­dicio más definido y profundo de que no está en crisis únicamente la economía de la sociedad burguesa, sino de que está en crisis integralmen­te la civilización capitalista, la civilización occi­dental, la civilización europea.

Ahora bien. Los ideólogos de la Revolución Social, Marx y Bakounine, Engels y Kropotki­ne vivieron en la época de apogeo de la civiliza­ción capitalista y de la filosofía historicista y positivista. Por consiguiente, no pudieron prever que la ascensión del proletariado tendría que producirse en virtud de la decadencia de la civi­lización occidental. Al proletariado le estaba destinado crear un tipo nuevo de civilización y cultura. La ruina económica de la burguesía iba a ser al mismo tiempo la ruina de la civilización burguesa. Y que el socialismo iba a encontrarse en la necesidad de gobernar no en una época de plenitud, de riqueza y de plétora, sino en una época de pobreza, de miseria y de escasez. Los socialistas reformistas, acostumbrados a la idea de que el régimen socialista más que un régimen de producción lo es de distribución, creen ver en esto el síntoma de que la misión histórica de la burguesía no está agotada y de que el instante no está aún maduro para la realización socialis­ta. En un reportaje a La Crónica yo recordaba aquellas frases de que la tragedia de Europa es ésta: el capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía. Esa frase que da la sensación, efectivamente, de la tragedia europea, es la frase de un reformista, es una frase saturada de men­talidad evolucionista, e impregnada de la con­cepción de un paso lento, gradual y beatífico, sin convulsiones y sin sacudidas, de la sociedad individualista, a la sociedad colectivista. Y la his­toria nos enseña que todo nuevo estado social se ha formado sobre las ruinas del estado social precedente. Y que entre el surgimiento del uno y el derrumbamiento del otro ha habido, lógica­mente, un período intermedio de crisis.

Presenciamos la disgregación, la agonía de una sociedad caduca, senil, decrépita; y, al mismo tiempo, presenciamos la gestación, la formación, la elaboración lenta e inquieta de la sociedad nueva. Todos los hombres, a los cuales, una sin­cera filiación ideológica nos vincula a la socie­dad nueva y nos separa de la sociedad vieja, de­bemos fijar hondamente la mirada en este perío­do trascendental, agitado e intenso de la histo­ria humana.


NOTA:

1 Pronunciada el viernes 15 de Junio de 1923, en el local de la Federación de Estudiantes (Palacio de la Exposi­ción), con el título de "La Revolución Social en marcha a través de los diversos pueblos de Europa". Con el título que aparece en esta recopilación se publicó en Amauta, Nº 30, Lima, abril-mayo de 1930, después de la muerte de José Carlos Mariátegui y cuando la histórica revista era dirigida por Ricardo Martínez de la Torre.

 

II

EL FRACASO DE LA SEGUNDA INTERNACIONAL

Las notas del autor:

No omitiré la exposición del movimiento anarquista. No traeré ningún espíritu sectario. Creo oportuno ratificarme en estas declaraciones. Algunos compañeros temen que yo sea muy poco imparcial y muy poco objetivo en mi curso. Pero soy partidario antes que nada del frente único proletario. Tenemos que emprender juntos muchas largas jornadas. Causa común contra el amarillismo. Antes que agrupar a los trabajadores en sectas o partidos agruparlos en una sola federación. Cada cual tenga su filiación, pero todo el lazo común del credo clasista. Estudiemos juntos las horas emocionantes del presente.

Completaremos el examen de la conducta de los partidos socialistas y sindicatos. Veremos có­mo y por qué el proletariado fue impotente para impedir la conflagración.

La guerra encontró impreparada a la Segunda Internacional. No había aún programa de acción concreto, y práctico para asegurar la paz. Con­greso de Stuttgart. Moción de Lenin y Rosa Lu­xemburgo:

«En el caso de que estalle una guerra, los so­cialistas están obligados a trabajar por su rápi­do fin y a utilizar la crisis económica y política provocada por la guerra para sacudir al pueblo y acelerar la caída de la dominación capitalista».

Pero en la Segunda Internacional había muy pocos Lenin y Rosa Luxemburgo.

Tres años después, el Congreso de Copenha­gue. Vaillant y Keir Hardi propusieron la huelga general. Se dejó la cuestión para Viena 1914.

En 1912 la situación grave obligó a la II Inter­nacional a convocar un congreso extraordinario. Basilea 1912 noviembre. De este congreso salió un manifiesto. Y de nuevo se dejó la cuestión técnica para Viena, agosto de 1914.

Antes, Sarajevo. El Bureau Internacional de Bruselas convocó de urgencia para el 29 de ju­lio a los partidos socialistas de Europa. Por Fran­cia, Jaurés, Sembat, Vaillant, Guesde, Loguet. Por Alemania, Haase, Rosa Luxemburgo. Apresu­rar el congreso. París 9 de agosto en vez de Vie­na 23 de agosto. Declaración de la Oficina Inter­nacional. Palabras de Jaurés en la noche del 29 de julio.

Dos días después Jaurés muerto. Muller en París, el 1º de agosto. Esterilidad de su misión. La guerra ya incontenible se desencadenó. El Congreso del 9 de agosto no pudo efectuarse. Páginas de Claridad describen con vivo color el ambiente de delirante patriotismo y nacionalis­mo. La mayoría ofuscada, contagiada por la at­mósfera guerrera, marcial agresiva. La prensa y los intelectuales instigadores.

¿Por qué la Internacional no pudo oponer una barrera a este desborde de pasión nacionalista? ¿Por qué la Internacional no pudo conservarse fiel a sus principios de solidaridad clasista? Vea­mos las circunstancias que dictaron la conducta socialista.

Declaración de los diputados alemanes en el parlamento el 4 de agosto. Catorce votos, contra.

Declaración de los socialistas franceses en el parlamento el 6 de agosto. En Francia, nación agredida, la adhesión fue más ardorosa, más viva.

La actitud de los demás partidos obreros. "De la Segunda a la Tercera Internacional".

La conducta de los socialistas italianos reclama especial mención. Manifestaron mayor lealtad al internacionalismo. El 26 de julio, manifiesto so­cialista. Lucha entre neutralistas e intervencio­nistas. Los fautores socialistas del intervencionis­mo. Arturo Labriola. Benito Mussolini. Anécdo­ta de ambos.

Fórmula de los socialistas italianos: "Ni adhe­rirse a la guerra ni sabotearla". Declaración so­cialista en la Cámara. La reunión de Zimmerwald en setiembre de 1915. Asistieron delegaciones alemana, francesa, italiana, rusa, polaca, balcáni­ca, sueca, noruega, holandesa y suiza. Inglate­rra negó los pasaportes. Lenin. El manifiesto de Zimmerwald primer despertar de la conciencia proletaria,

Pero este llamamiento no repercutía en todas las conciencias proletarias. Los fieles, en mino­ría. La unión sagrada. El frente único nacional. Tregua de la lucha de clases. Un solo partido: el de la defensa nacional.

Para asegurarse al proletariado, la burguesía le dio participación en el poder. Algunas concesiones al programa mínimo. La guerra exigía la mayor disciplina nacional posible. Libertades res­tringidas. Esta política pareció la inauguración de la era socialista. Guerra revolucionaria.

El Estado subsidiaba a las familias de los combatientes, ofrecía a bajo precio el pan y subven­cionaba largamente a la industria. Trabajo abun­dante bien remunerado. Con esto se adormecía en las masas la idea de la injusticia social, se atenuaban los motivos de la lucha de clases. El proletariado no se fijaba en que esta prodigali­dad del Estado acumulaba cargas para el porvenir. Concluida la guerra, los vencidos pagarían. Que el pueblo combatiese hasta el fin. Había que vencer.

Los aliados más que prédica de intereses, pré­dica de ideales. El pueblo inglés, creía combatir en defensa de los pueblos débiles. El pueblo francés contra la barbarie, la autocracia, el medioeva­lismo. El odio al boche.

La fuerza de los aliados consistió, precisamen­te, en estos mitos. Para los austro-alemanes, gue­rra militar. Para los aliados, guerra santa, cruzada por grandes y sacros ideales humanos. Los lí­deres, en gran parte, prestaron su concurso a es­ta propaganda. Adhesión efectiva de gran parte del proletariado. No hablaban sólo los políticos de la burguesía. En Austria y Alemania la adhe­sión era menos sólida. Guerra de defensa nacio­nal. Las minorías pacifistas más fuertes. Liebk­necht, etc., disponían de mayor ambiente. Ale­mania rodeada de enemigos. Sensación victoria. En nombre defensa nacional y esperanza victoria. Alemania disponía de argumentos suficientes.

Todas estas circunstancias hicieron que duran­te cuatro años los proletarios europeos se asesi­nasen los unos a los otros. Así fracasó la Segun­da Internacional. La experiencia enseña, que den­tro de este régimen las guerras no son inevitables. La democracia capitalista, la paz armada, la política de equilibrio, la diplomacia secreta. Se in­cuba permanentemente la guerra. Y el proleta­riado no puede hacer nada. Ahora la experiencia del conflicto franco-alemán. Pesan aún demasiados intereses y sentimientos nacionalistas.

Conforme a estas duras lecciones para comba­tir la guerra, no basta el grito de abajo la guerra. Grito de la II Internacional, de todos sus congre­sos, hasta de los pacifistas tipo Wilson. El grito del proletariado: Viva la sociedad proletaria. Pen­semos en construirla.

Y la gran frase de Jaurés no debe apartarse de nuestro recuerdo:

«Hay que impedir que el espectro de la guerra salga cada seis meses de su sepulcro para aterro­rizar al mundo».

 

III

EL 1° DE MAYO Y EL FRENTE UNICO

 


Escrito: 1924.
Primera edición: El Obrero Textíl, vol. V, No. 59, Lima, mayo 1, 1924.
Fuente: José Carlos Mariátegui, La organización del proletariado, Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista Peruano (eds.). Lima: Ediciones Bandera Roja, 1967.
Preparado para el Internet: Marxists Internet Archive, 2000.


 

El 1° de Mayo es, en todo el mundo, un día de unidad del proletariado revolucionario, una fecha que reúne en un inmenso frente único internacional a todos los trabajadores organizados. En esta fecha resuenan, unánimemente obedecidas y acatadas, las palabras de Carlos Marx: "Proletarios de todos los países, uníos". En esta fecha caen espontáneamente todas las barreras que diferencian y separan en varios grupos y varias escuelas a la vanguardia proletaria.

El 1° de Mayo no pertenece a una Internacional es la fecha de todas las Internacionales. Socialistas, comunistas y libertarios de todos los matices se confunden y se mezclan hoy en un solo ejército que marcha hacia la lucha final.

Esta fecha, en suma, es una afirmación y una constatación de que el frente único proletario es posible y es practicable y de que a su realización no se opone ningún interés, ninguna exigencia del presente.

A muchas meditaciones invita esta fecha internacional. Pero para los trabajadores peruanos las más actual, la más oportuna es la que concierne a la necesidad y a la posibilidad del frente único. Últimamente se han producido algunos intentos seccionistas. Y urge entenderse, urge concertarse para impedir que estos intentos prosperen, para evitar que socaven y que minen la naciente vanguardia proletaria del Perú.

Mi actitud, desde mi incorporación en esta vanguardia, ha sido siempre la de un fautor convencido, la de un propagandista fervoroso del frente único. Recuerdo haberlo declarado en una de las conferencias iniciales de mi curso de historia de la crisis mundial. Respondiendo a los primeros gestos de resistencia y de aprehensión de algunos antiguos y hieráticos libertarios, más preocupados de la rigidez del dogma que de la eficacia y la fecundidad de la acción, dije entonces desde la tribuna de la Universidad Popular: "Somos todavía pocos para dividirnos. No hagamos cuestión de etiquetas ni de títulos."

Posteriormente he repetido estas o análogas palabras. Y no me cansaré de reiterarlas. El movimiento clasista, entre nosotros, es aún muy incipiente, muy limitado, para que pensemos en fraccionarle y escindirle. Antes de que llegue la hora, inevitable acaso, de una división, nos corresponde realizar mucha obra común, mucha labor solidaria. Tenemos que emprender juntos muchas largas jornadas. Nos toca, por ejemplo, suscitar en la mayoría del proletariado peruano, conciencia de clase y sentimiento de clase. Esta faena pertenece por igual a socialistas y sindicalistas, a comunistas y libertarios. Todos tenemos el deber de sembrar gérmenes de renovación y de difundir ideas clasistas. Todos tenemos el deber de alejar al proletariado de las asambleas amarillas y de las falsas instituciones “representativas". Todos tenemos el deber de luchar contra los ataques y las represiones reaccionarias. Todos tenemos el deber de defender la tribuna, la prensa y la organización proletaria. Todos tenemos el deber de sostener las reivindicaciones de la esclavizada y oprimida raza indígena. En el cumplimiento de estos deberes históricos, de estos deberes elementales, se encontrarán y juntarán nuestros caminos, cualquiera que sea nuestra meta última.

El frente único no anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que lo componen. No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta, práctica. El programa del frente único considera exclusivamente la realidad inmediata, fuera de toda abstracción y de toda utopía. Preconizar el frente único no es, pues, preconizar el confusionismo ideológico. Dentro del frente único cada cual debe conservar su propia filiación y su propio ideario. Cada cual debe trabajar por su propio credo. Pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria, y la misma pasión renovadora. Formar un frente único es tener una actitud solidaria ante un problema concreto, ante una necesidad urgente. No es renunciar a la doctrina que cada uno sirve ni a la posición que cada uno ocupa en la vanguardia. La variedad de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el proletariado. La existencia de tendencias y grupos definidos y precisos no es un mal; es por el contrario la señal de un periodo avanzado del proceso revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse ante la realidad concreta del día. Que no se esterilicen bizantinamente en excomuniones y exconfesiones reciprocas. Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes.

Tratemos de sentir cordialmente el lazo histórico que nos une a todos los hombres de la vanguardia, a todos los fautores de la renovación. Los ejemplos que a diario nos vienen de fuera son innumerables y magníficos. El más reciente y emocionante de estos ejemplos es el de Germaine Berthon. Germaine Berthon, anarquista, disparó certeramente su revólver contra un organizador y conductor del terror blanco por vengar el asesinato del socialista Jean Jaurés. Los espíritus nobles, elevados y sinceros de la revolución, perciben y respetan, así, por encima de toda barrera teórica, la solidaridad histórica de sus esfuerzos y de sus obras. Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.

El frente único proletario, por fortuna, es entre nosotros una decisión y un anhelo evidente del proletariado. Las masas reclaman la unidad. Las masas quieren fe. Y, por eso, su alma rechaza la voz corrosiva, disolvente y pesimista de los que niegan y de los que dudan, y buscan la voz optimista, cordial, juvenil y fecunda de los afirman y de los que creen.

 

 


NOTA:

1 Pronunciada el sábado 30 de junio de 1923 en el local de la F.E.P. (Palacio de la Exposición), Lima. Debemos hacer hincapié, en primer lugar, en la importancia de la parte Introductiva que figura en los apuntes de José Carlos Mariátegui, y que ha pasado inadvertida en la versión periodística. Poseen plena vigencia sus afirmaciones: «Soy partidario antes que nada del frente único proletario»... «Cada cual tenga su filiación, pero todos el lazo común del credo clasista»... Treinticinco años después de lanzada, esta voz de orden sigue ajustándose a una línea justa, en el plano de las luchas reivindicativas del proletariado peruano. El autor, en vivisección admirable, analiza las causas del fracaso de la II Internacional, el cual se gestó en vísperas de la Primera Guerra Mundial y se desarrolló en el curso de la misma. Pero, también, debemos insistir —si cabe este término antinómico— en las profecías científicas del conferenciante. Este, al escudriñar las características de la economía de las grandes potencias en el período bélico 1914-1918, anticipa en varios lustros las características correspondientes a la segunda conflagración mundial, en lo que a los países capitalistas atañe: trabajo abundante, salarios artificialmente elevados, control económico del Estada, freno a la lucha de clases, espejismo sobre el porvenir que esperaba a la clase trabajadora, cuando se apagase el estruendo bélico, etc. En la parte final, es justa su tesis de que las guerras son inevitables dentro del sistema capitalista. Sin embargo, la aparición de otros sistemas y el ascenso de la conciencia pacifista mundial, hoy día, hacen factible el hecho incomparable de que la guerra nuclear pueda ser evitada.

 

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