viernes, 4 de octubre de 2024

PLEJÁNOV RESPONDIENDO A LUNACHARSKI SOBRE LA BELLEZA, LO OBJETIVO Y LO DECADENTE EN EL ARTE

 


viernes, octubre 04, 2024 

«Cuando expresé los conceptos aquí expuestos, el señor Lunacharski me hizo varias objeciones. Examinaré ahora las más importantes.

En primer lugar, se extrañó de que, al parecer, yo reconociera la existencia de un criterio absoluto de la belleza. Pero tal criterio no existe. Todo fluye, todo cambia. Y también cambian, por cierto, los conceptos que los hombres tienen de la belleza. Por eso, no podemos demostrar que el arte contemporáneo está atravesando efectivamente una crisis de fealdad. 

A esta objeción contesté y contesto diciendo que, en mi opinión, no existe ni puede existir un criterio absoluto de la belleza [64]. Los conceptos que el hombre tiene de la belleza cambian indudablemente con el curso del proceso histórico. Pero si no existe un criterio absoluto de la belleza; si todos los criterios con que se la enjuicia son relativos, ello no significa que carezcamos de toda posibilidad objetiva de juzgar si una obra artística está bien hecha. Supongamos que el artista quiere pintar una «mujer de azul». Si lo que ha representado en su cuadro se parece realmente a esa mujer, diremos que ha logrado pintar un buen cuadro. Pero si en lugar de una mujer vestida de azul vemos en su lienzo varias figuras estereométricas coloreadas en diversos lugares con manchas azules más o menos densas y más o menos burdas, diremos que ha pintado cualquier cosa menos un buen cuadro. Cuanto más corresponde la ejecución al intento, o, empleando una expresión más general, cuanto más corresponde la forma de una obra artística a su idea, más afortunada es esa obra. Ahí tiene usted una medida objetiva. Y sólo porque tal medida existe podemos afirmar que los dibujos de Leonardo da Vinci, pongamos por caso, son mejores que los del pequeño Temístocles, que emborrona papeles para distraerse. Cuando Leonardo da Vinci dibujaba a un viejo con barba, le salía un viejo con barba. ¡Y cómo le salía! Al contemplarlo no podemos por menos de exclamar: ¡parece vivo! Pero cuando a Temístocles se le ocurre pintar a un viejo barbudo, lo mejor que podemos hacer para evitar malentendidos es poner debajo: esto es un viejo barbudo y no otra cosa. Al afirmar que no puede haber una medida objetiva de la belleza, el señor Lunacharski pecaba de lo mismo que pecan tantos ideólogos burgueses, incluidos los cubistas: de extremo subjetivismo. No comprendo en absoluto cómo un hombre que se llama marxista, puede caer en semejante error. Debo añadir, sin embargo, que aquí empleo el término «belleza» en un sentido muy amplio, tal vez demasiado amplio. Pintar un hermoso cuadro que representa a un anciano no significa pintar un anciano hermoso, es decir, bello. La esfera del arte es mucho más vasta que la esfera de «lo bello». Pero en toda su amplitud puede aplicarse con igual comodidad el criterio por mí indicado: la correspondencia entre la forma y la idea. El señor Lunacharski afirma −si no le he entendido mal− que la forma también puede corresponder exactamente a una idea falsa, con lo que yo no puedo estar de acuerdo. Recordemos la obra de De Curel «La comida del león» (1898), basada, como sabemos, en la falsa idea de que las relaciones entre el patrono y sus obreros son las mismas que las existentes entre el león y los chacales que se alimentan de las migas que caen de su regia mesa. ¿Podría De Curel haber reflejado con fidelidad en su drama esta falsa idea? ¡De ningún modo! La idea es falsa, porque se halla en contradicción con las verdaderas relaciones entre el patrono y sus obreros. Presentarla en una obra artística es desfigurar la realidad. Y cuando una obra artística desfigura la realidad se trata de una obra desafortunada. Por eso, «La comida del león» está muy por debajo del talento de De Curel, y por la misma razón la pieza «A las puertas del reino» (1895) está muy debajo del talento de Hamsun. 

En segundo lugar, el señor Lunacharski me reprochó un exceso de objetivismo en la exposición. Al parecer, estaba de acuerdo en que el manzano debe dar manzanas y el peral, peras. Pero hizo la observación de que entre los artistas que adoptan el punto de vista de la burguesía los hay vacilantes y que a ésos hay que convencerlos y no dejarlos sometidos a la fuerza espontánea de las influencias burguesas. 

Para mí, ese reproche es menos comprensible que el primero. En mi conferencia dije y demostré −así quisiera creerlo− que el arte contemporáneo se halla en decadencia [65]. Como causa de este fenómeno, ante el cual no puede permanecer indiferente ninguna persona que ame de verdad el arte, señalé la circunstancia de que la mayoría de los artistas actuales mantienen el punto de vista de la burguesía y son completamente refractarios a las grandes ideas emancipadoras de nuestra época, ¿Qué influencia, pregunto yo, puede tener esta indicación sobre los vacilantes? Si la indicación es convincente, entonces debe impulsarles a adoptar el punto de vista del proletariado. Y eso es todo lo que se le puede exigir a una conferencia dedicada a examinar el problema del arte, y no a exponer y defender los principios del socialismo. 

Aunque no en último lugar, el señor Lunacharski, que considera imposible demostrar la decadencia del arte burgués, cree que yo habría procedido de un modo mucho más racional si hubiese opuesto a los ideales burgueses un sistema armónico −me parece que ésa ha sido la expresión usada por él− de conceptos contrarios. Y comunicó a su auditorio que ese sistema será elaborado con el tiempo. Tal objeción rebasa ya definitivamente mi capacidad comprensiva. Si ese sistema ha de ser elaborado, es evidente que aún no existe. Y si no existe, ¿cómo podía oponerlo yo a las concepciones burguesas? El socialismo científico moderno constituye, sin duda, una teoría perfectamente armónica, con la ventaja, además, de que ya existe. Pero, como ya he dicho, sería sumamente extraño que yo, al ponerme a dictar una conferencia sobre «el arte y la vida social», me dedicase a exponer la teoría del socialismo científico moderno, por ejemplo, la de la plusvalía. Sólo es bueno lo que aparece en el momento oportuno y en el lugar que le corresponde». (Gueorgui Plejánov; El arte y la vida social, 1913)

Anotaciones de la edición:

[64] «No es el caprichoso antojo de un gusto exigente lo que nos sugiere el deseo de hallar valores estéticos originales, no sometidos a las vanidades de la moda ni a la imitación borreguil. El sueño creador de una belleza única e imperecedera, la imagen de la vida, la que «salvará al mundo», iluminando y regenerando a los descarriados y a los caídos, se nutre en la exigencia imprescriptible del espíritu humano de penetrar en los profundos arcanos de lo absoluto». (V. I. Speranski; El papel social de la filosofía, introducción, 1913)

Quienes razonan de este modo están obligados por la lógica a reconocer la existencia de un criterio absoluto de la belleza. Pero quienes así razonan son unos idealistas a carta cabal, mientras que yo me considero un materialista no menos cabal. No sólo no acepto la existencia de una «belleza única e imperecedera», sino que ni siquiera comprendo qué sentido se puede atribuir a las palabras «belleza única e imperecedera». Más aún. Estoy convencido de que ni los propios señores idealistas lo comprenden. Todas las disquisiciones acerca de semejante belleza no son sino pura «retórica».

[65] Me temo que también aquí pueda producirse una confusión. La expresión «en decadencia» es utilizada por mí, como era de esperar, en el sentido de todo un proceso y no de un fenómeno aislado. Este proceso no ha terminado aún, como tampoco ha terminado el proceso social de la caída del régimen burgués. Por eso, sería peregrino pensar que los actuales ideólogos burgueses son totalmente incapaces de producir obras destacadas. Tales obras, como es natural, también son posibles ahora. Pero las posibilidades de que aparezcan disminuyen fatalmente. Además, hasta las obras destacadas llevan ahora el sello de la época de decadencia. Tomemos como ejemplo, aunque sólo sea, la citada trinidad rusa: si el Sr. Filosófov no tiene nada de talento para nada, la Sra. Hippius tiene, en cambio, cierto talento artístico, y el Sr. Merezhkovski es incluso un artista de gran talento. Pero es fácil comprobar que su última novela «Alejandro I de Rusia» (1911), por ejemplo, ha sido echada a perder definitivamente por su manía religiosa, la cual es, a su vez, un fenómeno propio de una época de decadencia. En tales épocas, hasta los hombres de gran talento no dan todo lo que podrían dar si las condiciones sociales fueran más favorables.

 Anotaciones de Bitácora (M-L):

En cuanto al tema del decadentismo, Lunacharski siempre opinó en un sentido muy parecido a Plejánov. En una crítica al simbolista francés Maurice Maeterlinck dijo en una ocasión:

«Los decadentes son un producto natural de la sobreproducción del proletariado inteligente. Este es el arte de los perdedores. Miles de hijos de campesinos y artesanos arruinados son enviados desde las provincias a los grandes centros; estos miles de jóvenes a menudo no encuentran ingresos ni la oportunidad de recibir una educación completa; se apiñan en áticos, alimentados por el lujo inaccesible de los barrios ricos, sueñan con la fama, reemplazando su ausencia con una presunción inflada, y la ausencia de felicidad con alcohol y libertinaje barato. La bohemia siempre ha tenido tendencia a soñar y a enojarse, pero nunca ha habido tanta bohemia como la que hay hoy. Compitiendo entre sí, todos estos poetas, músicos, escultores y pintores intentan gritar y reoriginalizarse unos a otros ¡y qué flores silvestres del falso arte no surgen en este suelo insalubre, en esta atmósfera insalubre!

Aislado de la vida pública, privado de la alegría de ser, atormentado por el orgullo y la competencia, el artista proletario soñador inventó la decadencia con su hipertrofia de personalidad, extravagancias absurdas y a veces sucias, idealismo atrofiado y ensoñaciones vacías; inventó esta mezcla de intensa originalidad y melancolía de una criatura insatisfecha, y de repente los monstruos burgueses le extendieron los brazos: la adaptación mutua rápidamente comenzó a ocurrir, y una musa delgada, susurrando historias enfermizas, reinó sobre nuestro Parnaso.

No hay duda de que la decadencia es sumamente típica de todo lo moderno, como el llamado modernismo. Aunque a veces contiene elementos directamente opuestos a la lenta decadencia, todos los modernistas están, en un grado u otro, infectados con su espíritu de cementerio, o al menos le rindieron homenaje en su época». (Anatoli Lunacharski; Maurice Maeterlinck. Una experiencia de caracterización literaria, 1902)

En otra ocasión, recalcó lo siguiente sobre qué peligros comportó la irrupción del fenómeno del decadentismo en el arte moderno:

«La pintura debe estar exenta de ideas: ésta es la creencia de los pintores de nuestros días. La idea de «literarismo» arruina al pintor; es una invasión ilegal de un arte en el ámbito de otro. La pintura trata de colores, primero de formas, y luego el resto es una mezcla innecesaria, a veces dañina. En su entusiasmo, los defensores de «pintar por pintar» están incluso dispuestos a declarar que es perjudicial para un pintor ser un psicólogo profundo, un experto en la vida, un personaje original y, más aún, un filósofo. Los teóricos más inteligentes y moderados de la nueva dirección dirán: que todo esto lo tenga el pintor, pero eso no tiene nada que ver con la pintura como tal. ¿Importa si está escrito naranjas o melocotones? ¿Atardecer o amanecer? También le es indiferente el contenido pictórico de una imagen, ya sea que tenga o no contenido psicológico, moral, social o filosófico. ¿Cómo se hace esto? ¿Es agradable a la vista? ¿Cómo se planteó y resolvió el problema pictórico-técnico? (...) Vemos degeneración y decadencia en esto. De esto no se sigue que los degenerados y decadentes no puedan aportar nada nuevo o interesante en su campo. Pero el hecho de que ocupen una parte significativa del grupo artístico sugiere una profunda enfermedad en el arte, uno de cuyos síntomas es el deseo indispensable y absurdo incluso entre los artistas sanos de pasar por excéntricos enfermos». (Anatoli Lunacharski; Exposición de pinturas de la Unión de Artistas Rusos, 1907)

En realidad, por diversas razones, Plejánov mantuvo durante toda su vida varias polémicas con Lunacharski. Una de ellas se reflejó en el artículo «Nuestros intentos modernos de fundar religiones libres del elemento «sobrenatural» (1910), dedicado a cuando «el señor Lunacharski», sumándose al grupo de los llamados «constructores de Dios» −del cual también formó parte Gorki, Bazárov o Bogdánov−  difundió la idea de «una religión sin Dios», llegando a proclamar, por ejemplo, que «la religión es el sentimiento de conexión de un individuo con un principio superior», y por tanto, «el socialismo científico es la más religiosa de todas las religiones, y un verdadero demócrata es la persona más profundamente religiosa», siendo el revolucionario, según él, «la persona más profundamente religiosa». Huelga aclarar que años después, Lunacharski y Gorki agradecieron tanto a Plejánov como a Lenin por la ayuda prestada para escapar de tales teorizaciones místicas. 

Pese a un breve periodo de acercamiento a los bolcheviques, a partir de 1912 Plejánov desertó definitivamente al campo menchevique tanto en lo organizativo como en lo táctico, lo cual no pudo dejar de tener repercusiones en otros campos. En este sentido, era inevitable que dentro de sus grandes investigaciones esta cosmovisión menchevique del mundo se reflejase también en sus artículos de arte, llegando a autocensurar sus antiguas obras como denunció Lenin:

«El primer trabajo de Plejánov sobre Chernishévski fue publicado en 1890-1892 en forma de artículos en los fascículos 1 a 4 del boletín político y literario Sotsial-Demokrat. (…) Acerca de esta edición Lenin escribió: (…) «En su libro sobre Chernishévski, Plejánov ha apreciado plenamente la importancia de Chernishévski y aclarado su posición respecto de la teoría de Marx y Engels».  (…) En octubre de 1909, en la editorial «Shlpóvnik salió un nuevo libro de Plejánov acerca de Chernishévski sustancialmente revisado y aumentado. El libro fue escrito cuando Plejánov había pasado ya a las posiciones del menchevismo; en varias postulaciones importantes Plejánov abandona sus apreciaciones anteriores en lo concerniente a Chernishévski, vela el espíritu democrático revolucionario de éste, su intransigencia en la lucha contra el liberalismo, por la revolución campesina. No antes de octubre de 1909 y no más tarde de abril de 1911 leyó este libro Lenin, que hizo en el texto y en los márgenes varias acotaciones y observaciones. Lenin cotejó minuciosamente el texto del libro con el del primer artículo de Plejánov en «Sotsial-Demokrat» y señaló las importantes formulaciones que habían quedado intactas y las que habían sido modificadas en comparación con el texto del artículo». (Prefacio a «Obras completas», Tomo 52, Cuadernos filosóficos, 5 edición rusa)

Este proceso ambivalente entre el viejo Plejánov y el nuevo Plejánov lo resumió muy bien uno de los expertos soviéticos en Plejánov a la hora de explicar cómo, si bien su caída en el revisionismo afectó en no pocas ocasiones a sus evaluaciones estéticas, no supuso el fin de la creación de obras de valor de este:

«Lenin nunca identificó el oportunismo político de Plejánov con sus escritos filosófico-estéticos. En una carta a Gorki del 24 de marzo de 1908, Lenin observó que en el ámbito de la filosofía, en la lucha contra los machistas, «Plejánov, en el fondo, tiene toda la razón al estar contra ellos». Lenin subrayó firmemente la invalidez de los intentos de predicar viejas tonterías reaccionarias bajo el pretexto de criticar el oportunismo táctico de Plejánov. Tampoco hay que pasar por alto la complejidad de la evolución de las opiniones sociales de Plejánov. Incluso cuando ya era menchevique, Plejánov, para citar a Lenin, «ocupaba una posición especial y se apartó del menchevismo muchas veces». La evolución política de Plejánov hacia el menchevismo dio lugar a un fortalecimiento de los aspectos débiles de su estética y sin duda afectó a sus opiniones crítico-literarias. Sin embargo, la posición especial de Plejánov sobre estas cuestiones le permitió, incluso después de 1903, producir una serie de obras excelentes y expresar mucho valor en el ámbito de la filosofía y la teoría del arte y la literatura −los artículos «El drama francés y la pintura francesa del siglo XVIII desde el punto de vista sociológico» (1905), «El movimiento proletario y el arte burgués» (1905), «El arte y la vida social» (1913), «Henrik Ibsen» (1906), «La ideología de nuestro filisteo actual» (1908) y «Sobre el libro de D. V. Filosofov» (1909)−. Y durante este período es inevitable notar y apreciar debidamente su lucha por el materialismo en la estética, contra el naturalismo y la decadencia, por las tradiciones realistas progresistas y por el arte auténtico y figurativo». (Introducción de V. Shcherbina a las «Obras filosóficas escogidas», Tomo V, 1981)

Entre tanto, Lunacharski, continuó siendo un bolchevique que rompió progresivamente con las ideas filosóficas del empiriomonismo de Bogdánov, sin embargo, siempre guardó un gran respeto y admiración hacia Plejánov por sus diversos trabajos. En su obra «Plejánov como crítico literario» (1930), Lunacharski aseguró que, para él, este legó «la base de la crítica de arte marxista» y que toda desviación de su núcleo de análisis supone normalmente «un gran riesgo». Advirtió que si bien no había que buscar en sus textos unas «sagradas escrituras» e incluso con el tiempo es muy seguro que fuera obligatorio que «se revisen muchas cosas en el pensamiento de Plejánov», en lo fundamental consideró que lo más urgente no era retocar sus conclusiones artísticas sino difundirlas.

Según el testimonio de Lunacharski en su obra «Lenin y Plejánov» (1928) corrobora que Lenin también tuvo especial debilidad por Plejánov debido a su gran talento: «Lenin sentía una reverencia asombrosa por el talento de Plejánov». Tal es así, relató, que «durante mi época de trabajo bajo su dirección en Ginebra, tuve exactamente la impresión que, al condenar los errores políticos de Plejánov −su salida del bolchevismo−, Lenin, sin embargo, sigue considerándolo la mente socialista más notable de nuestro país y el líder ideológico más deseable de la clase obrera, si, por supuesto, volviera a el camino correcto». 

Esta «redención ideológica» nunca llegó, todo lo contrario, sin embargo, aun habiendo leído «El testamento político» (1918) de Plejánov, un panfleto escrito antes de morir y de contenido contrarrevolucionario de arriba y abajo, con todo, Lenin en «Una vez más acerca de los sindicatos» (1921) siguió proclamando que había que rescatar las mejores obras del viejo Plejánov: «Creo oportuno señalar para los jóvenes miembros del partido que no se puede ser un comunista consciente, de verdad, sin estudiar −precisamente estudiar− todo lo que escribió Plejánov sobre filosofía, pues es lo mejor de toda la literatura internacional del marxismo».  

Fuente: https://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com/2024/10/plejanov-respondiendo-lunacharski-sobre.html#more

 

 


ORGANIZACIÓN Y PLANEACIÓN (6): PRINCIPIOS DE ADMINISTRACIÓN CIENTÍFICA F.W.TAYLOR 1911

 



Fundamentos de la administración científica Este trabajo ha sido escrito: Primero: Para señalar, mediante una serie de ejemplos simples, la gran pérdida que todo el país está sufriendo a causa de la ineficiencia de casi todos nuestros actos diarios; Segundo: Para tratar de convencer al lector de que el remedio para esta ineficiencia reside en la administración sistemática y no en la búsqueda de hombres excepcionales o extraordinarios; Tercero: Para probar que la mejor administración es una verdadera ciencia, que descansa sobre la base de leyes, reglas y principios claramente definidos. P.130


El enorme ahorro de tiempo y, por tanto, el aumento en la producción que se obtienen mediante la eliminación de los movimientos innecesarios y la sustitución de los movimientos lentos e ineficientes por movimientos rápidos, solamente pueden ser plenamente comprendidos después que se ha visto personalmente la mejora que resulta de un estudio completo del movimiento y el tiempo realizado por un hombre competente. P.142


Los principios de la administración científica. El tipo más excelente de administración ordinaria. Toda persona que se interesa en la administración científica se formula las tres preguntas siguientes: Primero: ¿Cuáles son las diferencias esenciales entre los principios de la administración científica y los sistemas comunes de administración?; Segundo: ¿Por qué se logran los mejores resultados mediante la administración científica; Tercero: ¿El problema más importante es el de conseguir un hombre de primer orden para que dirija la compañía? Y si se consigue ese hombre, ¿puede confiársele sin riesgo la elección del tipo de administración?


Los cuatro principios fundamentales. Primero: Desarrolla, para cada elemento del trabajo del obrero, una ciencia que reemplaza los antiguos métodos empíricos. Segundo: Selecciona científicamente y luego instruye, enseña y forma el obrero, mientras que en el pasado éste elegía su oficio y se instruía él mismo de la mejor manera, de acuerdo con sus propias posibilidades. Tercero: Coopera cordialmente con los obreros para que todo el trabajo sea hecho de acuerdo con los principios científicos que se aplican. Cuarto: Distribuye equitativamente el trabajo y la responsabilidad entre la administración y los obreros. P.149


Es esta cooperación del obrero trabajando con toda su iniciativa, unida a los nuevos sistemas de trabajo, lo que hace que la administración científica sea tan superior al antiguo sistema. Los tres primeros elementos existen, en muchos casos, en la administración de "iniciativa e incentivo", pero en forma vaga y rudimentaria; mientras que en la administración científica forman la esencia misma del sistema. El cuarto de estos elementos, "una división equitativa de la responsabilidad entre los administradores y los obreros", requiere algunas aclaraciones complementarias. La filosofía del sistema de "iniciativa e incentivo" obliga a cada obrero a soportar casi toda la responsabilidad de la ejecución, tanto del conjunto como de cada detalle de su trabajo, y en muchos casos también de la elección de sus herramientas. Además de esto, debe realizar todo el trabajo físico necesario para cumplir su tarea. Pero el desarrollo de una ciencia implica el establecimiento de muchas leyes y fórmulas destinadas a reemplazar las reglas empíricas del obrero, leyes que pueden ser usadas eficazmente en la práctica del taller sólo después de haber sido verificadas y registradas sistemáticamente. P.150


En resumen: bajo la administración de "iniciativa e incentivo" todo el trabajo queda confiado "completamente al obrero", mientras que bajo la administración científica la mitad del problema pertenece "completamente a la administración". Sin duda, el elemento más importante en la administración científica moderna es la idea de la tarea. El trabajo de cada obrero es preparado enteramente por la administración, con un día de anticipación, por lo menos, y cada obrero recibe en la mayoría de los casos instrucciones escritas completas describiendo en detalle la tarea que debe realizar, como asimismo los procedimientos que habrán de ser usados al efectuar el trabajo. P.151


Efectos prácticos de la fuerza y efecto de los principios fundamentales.


Manipuleo de lingotes de hierro. El ejemplo (...) pone de relieve tres de los cuatro elementos que constituyen la esencia de la administración científica: primero, la selección cuidadosa del obrero; segundo y tercero, instruirlo, adiestrarlo y ayudarlo para que trabaje de acuerdo con el método científico (p.156) Trabajo de pala. Un análisis cuidadoso ha demostrado que cuando los obreros son reunidos en cuadrilla, cada uno de ellos se vuelve mucho menos eficiente que cuando su ambición personal es estimulada; la eficiencia individual decae casi invariablemente hasta el nivel o por debajo del nivel del peor obrero de la cuadrilla; y que todos empeoran, en lugar de mejorar, al ser reunidos en cuadrillas (p.169) Trabajo de albañilería. En la mayoría de los casos, particularmente cuando el trabajo es intrincado por naturaleza, el "desarrollo de la ciencia" es el más importante de los cuatro grandes elementos de la nueva administración. No obstante, existen casos en los cuales la "selección científica del obrero" tiene mayor importancia que cualquier otro elemento (p.177) Verificación de balines para bicicletas. Una segunda razón de la ineficacia de los planes de participación en las ganancias reside en que aún no se ha ideado ninguna forma de cooperación (p.182) Corte de metales. En los treinta años últimos, los cronometristas adscritos a la administración de talleres de maquinarias dedicaron todo su tiempo al estudio científico de los movimientos, seguido por una exacta medición del tiempo, con relación a todos los elementos del trabajo de los mecánicos.


Tenemos la esperanza de que los ejemplos proporcionados hayan demostrado claramente por qué la administración científica produce inevitablemente en todos los casos, tanto para la empresa como para los obreros, resultados abrumadoramente superiores a los que pueden obtenerse con la administración de "iniciativa e incentivo". Esos resultados han sido logrados no por una marcada superioridad del mecanismo de un tipo de administración con respecto a otro, sino por la sustitución de un conjunto de principios por otro totalmente distinto de principios fundamentales, por la sustitución de una filosofía por otra filosofía en administración industrial. P.193


Resultados obtenidos mediante la aplicación de la dirección científica


Al volver a los ejemplos precedentes se verá que los resultados útiles han provenido principalmente de: 1) la sustitución del criterio individual del obrero por una ciencia; 2) la selección y formación científicas del obrero, que es estudiado, instruido y adiestrado, y podría decirse sometido a experimentación, en lugar de permitir que se seleccione y desarrolle al azar, y 3) la cooperación íntima de la administración con los obreros, de manera que juntos realizan el trabajo de acuerdo con las leyes científicas obtenidas, en lugar de dejar la solución de cada problema personalmente en manos del obrero. Al aplicar estos principios, en vez del antiguo esfuerzo de cada obrero, ambas partes tienen casi igual participación en la ejecución diaria de la tarea a cumplir, realizando la administración parte del trabajo para cuya ejecución se encuentra mejor capacitada, y el obrero el resto. P.194


Psicología del obrero. Existe otro tipo de investigación científica que ha sido mencionado varias veces en este libro y que debiera recibir especial atención: el estudio minucioso de los móviles que gobiernan a los hombres. Podría parecer, a primera vista que ésta es una cuestión de observación y criterio individual, y que no es materia apropiada para experimentos científicos exactos. (...)Estos dos elementos, la tarea y la prima, constituyen dos de los elementos más importantes del mecanismo de la administración científica. P.198


Conclusiones. Se dirá, sin duda, que en todo lo que precede no hay nada que no haya sido dicho antes. Es muy probable que esto sea cierto. La administración científica no encierra necesariamente ninguna gran invención ni el descubrimiento de hechos nuevos o sorprendentes. Sin embargo, consiste en una cierta combinación de elementos que no existían en el pasado, a saber: los conocimientos antiguos reunidos, analizados, agrupados y clasificados en leyes y reglas de manera tal de constituir una ciencia, acompañada de un cambio completo en la actitud recíproca de los trabajadores y de la dirección, no solamente con respecto a personas sino también hacia sus respectivos deberes y responsabilidades. Resulta de ello una nueva división de los deberes entre ambas partes y una cooperación tan íntima y cordial que resulta imposible de obtener bajo la filosofía del antiguo sistema de administración. Y aún, todo esto no podría existir en muchos casos sin la ayuda de mecanismos gradualmente desarrollados. No es un elemento individual, sino más bien toda esta combinación, lo que constituye la administración científica, que puede ser resumida así: Ciencia, no regla empírica; Armonía, no discordia; Cooperación, no individualismo; Rendimiento máximo, en lugar de producción restringida, Formación de cada hombre, hasta alcanzar su mayor eficiencia y prosperidad. P.208


Deseo expresar nuevamente que: "La época de las grandes proezas personales o individuales de una persona sola y sin la ayuda de los que lo rodean se aleja rápidamente. Y llega la época en que todas las grandes obras serán hechas por este tipo de cooperación en la cual cada hombre ejecuta la función para la que se encuentra más capacitado, conserva su propia individualidad y sobresale en esa función, y todo ello sin perder nada de su originalidad y de su propia iniciativa, y, sin embargo, controlado y trabajando armoniosamente con muchos otros hombres" P.208


Principios de la Administración Científica Frederick Winslow Taylor 1911

Editorial "El Ateneo", 1969, 351 págs. Págs de 118 a 210

F.W. Taylor (1856-1915) es el fundador del movimiento conocido como organización científica del trabajo. El pensamiento que lo guía es la eliminación de las pérdidas de tiempo, de dinero, de materiales, etc. Los reproches más válidos partieron sobre todo de la escuela de las relaciones humanas, y se refieren a su concepción muy somera de la fisiología del trabajo (donde exclusivamente, o casi exclusivamente, se considera la fatiga) y al desarrollo de sus componentes psicológicos y sociológicos. (Lenin señaló que era "un sistema para exprimir sudor", aunque después la Revolución de Octubre aplicó el sistema científico del trabajo).

Compilación Ragarro

(17.01.08 ).

 

jueves, 3 de octubre de 2024

DE KARL MARX AL ECO-MARXISMO


Michael Löwy

24/Sep/2024

 

La reflexión sobre la contribución de Marx a una perspectiva ecológica ha progresado mucho en las últimas décadas. La imagen un tanto caricaturesca de un Marx “prometeico”, productivista, indiferente a los retos medioambientales, transmitida por algunos ecologistas, ansiosos de “sustituir el paradigma rojo por el verde”, ha perdido mucha credibilidad. El pionero en el redescubrimiento de la dimensión ecológica en Marx y Engels fue sin duda John Bellamy Foster, con su obra La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza (Ediciones de Intervención Cultural, 2000), que pone de manifiesto los análisis de Marx sobre la “fractura metabólica” (Riss des Stoffwechsels) entre las sociedades humanas y el medio natural, provocada por el capitalismo. Bellamy Foster transformó la Monthly Review, una de las publicaciones más importantes de la izquierda norteamericana, en una revista eco-marxista, y fomentó el avance de toda una escuela de pensamiento marxista en torno a la temática del metabolic rift, incluyendo a autores tan importantes como Brett Clark, Ian Angus, Paul Burkett, Richard York y otros. Se puede criticar a Bellamy Foster por su lectura de Marx como un ecologista comprometido desde sus escritos de juventud hasta sus últimos trabajos, sin tener en cuenta textos o pasajes que muestran una lógica productivista; pero no se puede dudar de la importancia, la novedad, la profundidad de sus escritos. En la lectura de Marx en una perspectiva ecológica hay un antes y un después de Bellamy Foster.

Próximo a esta escuela de pensamiento -su primer libro, Karl Marx’s Ecosocialism, Capital, Nature and the Unfinished Critique of Political Economy (2017) [La naturaleza contra el capital, Bellaterra, 2022] fue publicado por Monthly Review Press-, el joven investigador japonés Kohei Saito se distingue por una interpretación más matizada de los escritos de Marx. Tanto en su primer libro como en el siguiente, Marx in the Anthropocene. Towards the Idea of Degrowth Communism (2022), muestra que la reflexión de Marx sobre el medio ambiente no es un todo homogéneo. No trata los escritos de Marx como un conjunto sistemático, definido de comienzo a fin por un gran compromiso ecológico (según algunos) o una poderosa tendencia no ecológica (según otros), sino como un pensamiento en movimiento. Es cierto que se pueden descubrir elementos de continuidad en la reflexión de Marx sobre la naturaleza, pero también hay cambios y reorientaciones muy significativas. Además, como lo sugiere el subtítulo del libro de 2017 -publicado en francés como La Nature contre le Capital. L’écologie de Marx dans sa critique inachevée du capital (2021)- sus reflexiones críticas sobre la relación entre la economía política y el medio natural quedaron “inacabadas”.

Entre las continuidades, una de las más importantes es la cuestión de la “separación” capitalista de los humanos respecto de la tierra, esto es de la naturaleza. Marx pensaba que en las sociedades precapitalistas existía una forma de unidad entre los productores y la tierra, y consideraba como una de las tareas esenciales del socialismo la de restablecer la unidad original entre los humanos y la naturaleza, destruída por el capitalismo, aunque a un nivel más elevado (negación de la negación). Eso explica el interés de Marx por las comunidades precapitalistas, tanto en sus discusiones ecológicas (por ejemplo, Carl Fraas) como en sus investigaciones antropológicas (Franz Maurer): estos dos autores eran considerados “socialistas inconscientes”. Y desde luego, en su último documento importante, la carta a Vera Zasulich (1881), Marx afirmaba que gracias a la supresión del capitalismo, las sociedades modernas podrían volver a una forma superior de un tipo “arcaico” de propiedad y de producción colectivas. Se diría que esto pertenece al momento “anticapitalista romántico” de las reflexiones de Marx… Sea como sea, esta interesante visión general de Saito resulta muy pertinente hoy día, cuando las comunidades indígenas de las Américas, de Canadá a la Patagonia, están en primera línea de la resistencia a la destrucción capitalista del entorno.

No obstante, la principal contribución de Saito es mostrar el movimiento, la evolución de las reflexiones de Marx sobre la naturaleza, en un proceso de aprendizaje, reconsideración y remodelación de sus pensamientos. Antes de El Capital (1867), se puede encontrar en los escritos de Marx una evaluación bastante poco crítica del “progreso” capitalista -una actitud muchas veces descrita con el vago término mitológico de “prometeismo”. Esto resulta evidente en el Manifiesto Comunista, que celebraba la “sumisión de las fuerzas de la naturaleza al hombre” y la “roturación de continentes enteros para el cultivo”; pero se aplica también a los Cuadernos de Londres (1851), a los Manuscritos Económicos de 1861-63 y a otros escritos de aquellos años. Curiosamente, Saito parece excluir de su crítica a los Grundrisse (1857-58), una excepción no justificadaen mi opinión, porquees conocido cómo admiraba Marx en este manuscrito la “gran misión civilizadora del capitalismo” respecto a la naturaleza y a las comunidades precapitalistas, prisioneras de su localismo y de su ¡”idolatría de la naturaleza”!

El cambio ocurre en 1865-66, cuando Marx descubrió, leyendo los escritos del químico agrícola Justus von Liebig, el problema del agotamiento de los suelos, y la ruptura metabólica entre las sociedades humanas y el medio natural. Esto llevaría, en el volumen I del Capital -aunque también en los otros dos volúmenes inacabados- a una valoración mucho más crítica de la naturaleza destructiva del “progreso” capitalista, en particular en la agricultura. Después de 1868, leyendo a otro científico alemán, Carl Fraas, Marx descubrió también otras cuestiones ecológicas importantes, como la deforestación y el cambio climático local. Según Saito, si Marx hubiera podido terminar los volúmenes 2 y 3 del Capital, habría puesto más el acento en la crisis ecológica -lo que significa también, al menos implícitamente, que en su estado inacabado actual, el acento no estaba suficientemente puesto en esas cuestiones…

Esto me lleva a mi principal desacuerdo con Saito: en varios pasajes del libro, afirma que para Marx “la no durabilidad medioambiental del capitalismo es la contradicción del sistema” (p. 142, subrayado por Saito); o que al final de su vida, llegó a considerar la ruptura metabólica como “el problema más grave del capitalismo”; o que el conflicto con los límites naturales era para Marx “la principal contradicción del modo de producción capitalista”.

Me pregunto dónde ha encontrado Saito semejantes declaraciones, en los escritos de Marx, los libros publicados, los manuscritos o los cuadernos… Son inencontrables, y por una buena razón: la insostenibilidad ecológico del sistema capitalista no era una cuestión decisiva en el siglo XIX como lo es hoy día: o mejor dicho, desde 1945, cuando el planeta ha entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno. Creo además que la ruptura metabólica, o el conflicto con los límites naturales, no es “un problema del capitalismo” o una “contradicción del sistema”, ¡es mucho más que eso! Es una contradicción entre el sistema y las “condiciones naturales eternas” (Marx), y por tanto con las condiciones naturales de la vida humana en el planeta. De hecho, como afirma Paul Burkett (citado por Saito), el capital puede continuar acumulando en cualquiercondición natural, incluso degradada, mientras no haya extinción completa de la vida humana: la civilización humana puede desaparecer antes de que la acumulación del capital se vuelva imposible…

Saito concluye su libro con una valoración sobria que me parece una resumen muy pertinente de la cuestión: El Capital (el libro) fue un proyecto inacabado. Marx no respondió a todas las cuestiones ni predijo el mundo de hoy. Pero su crítica del capitalismo proporciona una base teórica extremadamente útil para la comprensión de la crisis ecológica actual. Por consiguiente, añadiría que el ecosocialismo puede apoyarse en las ideas de Marx, pero que debe desarrollar plenamente una nueva confrontación eco-marxista con los desafíos del Antropoceno en el siglo XXI.

En su último libro, Marx and the Anthropocene, Saito desarrolla y amplia su análisis de los escritos de Marx, criticando el productivismo de los Grundrisse y del famoso Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, a menudo considerada la formulación definitiva del materialismo histórico. En el Prólogo de 1859, las fuerzas productivas aparecen como la principal fuerza motriz de la historia, que sería liberada, gracias a la revolución, de los “obstáculos” que constituyen las relaciones de producción capitalistas. Sitio muestra cómo, a partir de 1870, en sus escritos sobre Rusia y en sus cuadernos de notas etnográficas o naturalistas, Marx se aleja de esta visión de la historia. En este “último Marx” se esboza, según Saito, una nueva concepción del materialismo histórico -ciertamente inacabado- en donde el medio natural y las comunidades pre-modernas (o no-europeas) juegan un papel esencial. Saito intenta mostrar también, sobre todo a partir de los Cuadernos de Notas recientemente publicados por la nueva MEGA, una adhesión de Marx a la idea de decrecimiento, pero esta hipótesis no encuentra un fundamente efectivo en estos escritos.

Marx crítico de la acumulación ilimitada

Me parece que la cuestión de la contribución de Marx al ecosocialismo, o si se prefiere, al eco-marxismo, no se limita a sus textos sobre la relación con la naturaleza -que son, hay que reconocerlo, relativamente marginales en su obra: no hay un solo libro, o artículo, o capítulo de libro, de Marx o de Engels, dedicado a la ecología, o a la crisis ecológica. Lo cual es del todo comprensible, considerando que la destrucción capitalista del entorno sólo estaba en sus primeras manifestaciones, y no tenía en absoluto la gravedad que hoy día tiene. Pienso que en sus escritos se encuentran argumentos que no tienen por objeto la naturaleza, pero constituyen contribuciones esenciales para una reflexión eco-marxista, a condición de ser repensadas en función de la crisis ecológica de nuestra época. Hay que considerar aquí dos elementos:

1.      La crítica de Marx a la hybris capitalista: la acumulación/expansión sin límites.

2.     El comunismo como “Reino de la Libertad”

3.     El capitalismo es un sistema que no puede existir sin una tendencia expansiva ilimitada. En los Grundrisse, Marx observaba:

“El capital, en tanto que representa la forma universal de la riqueza -el dinero- es la tendencia sin límites ni medida a superar su propio límite. Cualquier límite no puede ser superado más que por él. Si no, dejaría de ser capital: el dinero en tanto que se produce a sí mismo (…) es el movimiento perpetuo que tiende siempre a crear más”[1].

Es un análisis que se desarrollará en el primer volumen de El Capital. Según Marx, el capitalista es un individuo que no funciona más que como “capital personificado”. Como tal, es necesariamente un “agente fanático de la acumulación”, que “fuerza a los hombres, sin piedad ni tregua, a producir para producir”. Este comportamiento es “el efecto de un mecanismo social del que sólo es un engranaje”. ¿Cuál es ese “mecanismo social”, cuya expresión psíquica en el capitalista es “la más sórdida avaricia y el espíritu calculadormás mezquino”? Esta es su dinámica, según Marx:

“El desarrollo de la producción capitalista necesita una expansión continua del capital colocado en una empresa, y la concurrencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes coercitivas externas a cada capitalista individual. No le permite conservar su capital sin ampliarlo, y no puede continuar ampliándolo sin una acumulación progresiva”[2].

La acumulación ilimitada del capital es la regla inflexible del mecanismo social capitalista: “¡Acumulad, acumulad! ¡Es la ley y los profetas! (…) Acumular para acumular, producir para producir, es la consigna de la economía política que proclama la misión histórica del período burgués”[3].

Acumulación para la acumulación, producción para la producción, sin tregua ni piedad, sin límites ni medida, en un movimiento perpetuo de crecimiento, una ampliación continua: ésta es, según Marx, la lógica implacable del capital, ese mecanismo social del que los capitalistas son “agentes fanáticos”. El imperativo de acumulación se convierte en una especie de religión secular, de culto “fanático”, en el que la mercancía sustituye a “la ley y los profetas” del judeo-cristianismo.

El significado de este diagnóstico para el Antropoceno del siglo XXI resulta evidente: esta lógica productivista del capitalismo, esta hybris que exige la expansión permanente y que rechaza cualquier límite, es la responsable de la crisis ecológica y del proceso catastrófico de cambio climático de nuestra época. El análisis de Marx permite comprender por qué el “capitalismo verde” no es más que un señuelo: el sistema no puede existir sin acumulación y crecimiento, un crecimiento “sin límite ni medida”, que depende en un 80% de las energías fósiles. Por eso, a pesar de las lenificantes declaraciones de los gobiernos y de las reuniones internacionales sobre el clima (las COPs) o sobre la “transición ecológica”, las emisiones de gas de efecto invernadero no han dejado de crecer. Los científicos hacen sonar la voz de alarma y enfatizan la necesidad urgente de cesar cualquier nueva explotación de energías fósiles, esperando reducir rápidamente la utilización de los recursos existentes; pero los grandes monopolio del petróleo abren cada día nuevos pozos, y su representante, la OPEP, anuncia públicamente que harán falta explotar estos recursos durante mucho tiempo todavía, “para satisfacer la demanda creciente”. Lo mismo ocurre con las nuevas minas de carbón, que no dejan de abrirse, de la Alemania “verde” a la China “socialista”.

En efecto, la demanda de energía no deja de crecer, y con ella el consumo de energías fósiles, mientras que las renovables vienen simplemente a añadirse a aquellas, en vez de reemplazarlas. Si un capitalista “verde” quisiera realizar una práctica diferente, sería echado del mercado: como recordaba Marx, “la competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes coercitivas externas a cada capitalista individual”.

La temperatura media del planeta se ha acercado peligrosamente, en 2023, al límite de 1,5 grados por encima de la época preindustrial -límite por encima del cual amenaza desencadenar un proceso de recalentamiento global incontrolable, con mecanismos de retroacción cada vez más intensos. Los científicos del GIEC recuerdan la necesidad de reducciones inmediatas de las emisiones, de aquí a 2030, como última posibilidad de evitar la catástrofe. Ahora bien, la Unión Europea y otros gobiernos anuncian, con gran suficiencia, que podrán alcanzar las “cero emisiones netas”… en 2050. Un anuncio doblemente mixtificador, no sólo porque finge ignorar la urgencia de la crisis, sino también porque “cero netas” no es lo mismo que cero emisiones: gracias a los “mecanismos de compensación”, las empresas pueden continuar con sus emisiones, si las “compensan” protegiendo un bosque en Indonesia.

El capitalismo industrial moderno es totalmente dependiente del carbón y del petróleo desde hace tres siglos y no muestra ninguna disposición a prescindir de ellos. Para ello habría bastado con romper con la acumulación “sin límites ni medida” y con el productivismo, organizando un proceso de decrecimiento planificado, con supresión o reducción de sectores enteros de la economía: una gestión totalmente contradictoria con los fundamentos mismos del capitalismo. Greta Thunberg recordaba, con toda razón, que es “matemáticamente imposible resolver la crisis climática en los marcos del sistema económico existente”. Los análisis de Marx en El Capital sobre el inexorable mecanismo, “sin tregua ni piedad”, de la acumulación/expansión capitalista explican esta imposibilidad.

Muchos ecologistas tienen tendencia a apuntar al consumo como responsable de la crisis medioambiental. Es cierto que el modelo de consumo del capitalismo moderno es claramente insostenible. Pero la fuente del problema se encuentra en el sistema productivo. El productivismo es el motor del consumismo. Marx ya observó esta dinámica. En su Contribución a la crítica de la economía política (1859) escribía:

“La producción produce el consumo: 1. Proporcionándole el material; 2. Determinando el modo de consumo; 3. Haciéndolo aparecer para el consumidor como necesidad de los productos que colocaen forma de objeto. Produceel objeto del consumo, el modo de consumo, laimpulsión al consumo[4].

Esto es mucho más cierto aún en nuestra época que en el siglo XIX… Los productores capitalistas suscitan “la impulsión al consumo” por medio de un vasto e inmenso aparato publicitario, que machaca, día y noche, en las paredes de las ciudades, en los periódicos, en la radio o la televisión, por todas partes, “sin tregua ni piedad”, con la necesidad imperativa de consumir tal o cual mercancía. La publicidad comercial se apropia de todos los ámbitos de la vida: el deporte, la religión, la política, la cultura, la información. Se crean necesidades artificiales, se fabrican “modas”, y el sistema induce un frenesí consumidor, “sin límites ni medida”, de productos cada vez menos útiles, lo que permite a la producción ampliarse y extenderse al infinito. Si la producción produce el consumo, como constataba Marx, hay que transformar el sistema productivo, mejor que predicar la abstinencia a los consumidores. La supresión pura y simple de la publicidad comercial es el primer paso para superar la alienación consumidora y permitir a los individuos volver a encontrar sus verdaderas necesidades.

Otra dimensión del consumismo capitalista criticado por Marx -una dimensión con evidentes implicaciones ecológicas actuales- es el predominio del tener sobre el ser, de la posesión de bienes, o de dinero, o de capital, sobre la libre actividad humana. En los Manuscritos de 1844 se desarrolla esta temática. Según Marx, en la sociedad burguesa predomina, de forma exclusiva, “el sentido de la posesión, del tener”. En lugar de la vida de los seres humanos aparece “la vida de la propiedad”, y “en lugar de todos los sentidos psíquicos e intelectuales aparece la simple alienación de todos esos sentidos, el sentido del tener”. La posesión, el tener, es una vida alienada: “Cuanto menos eres, menos manifiestas tu vida, más posees, más aumenta tu vida alienada, más acumulas tu ser alienado”[5].

Se trata aquí de otra forma del consumismo: lo importante no es el uso, sino la posesión de un bien, de una mercancía. Su manifestación más evidente es el consumo ostentatorio de las clases privilegiadas, estudiado por Thorstein Veblen en su clásico Teoría de la clase ociosa (1899). En nuestros días alcanza proporciones monumentales, y alimenta una extensa industria de productos de lujo: aviones privados, yates, joyas, obras de arte, perfumes… Pero la obsesión posesiva gana también a otras clases sociales, conduciendo a la acumulación de bienes como fin en sí mismos, independientemente de su valor de uso. El ser, la actividad humana como tal, es sacrificada al tener, la posesión de mercancías, alimentando así el productivismo, la inundación de la vida social por una masa creciente de productos cada vez menos útiles. Bien entendido, los recursos necesarios para la producción de esta montaña de bienes mercantiles son, todavía y cada vez más, el carbón y el petróleo…

El comunismo, reino de la libertad

El comunismo, en tanto que reino de la libertad, se basa en la prioridad del ser sobre el tener, invirtiendo la lógica alienada impuesta por el capitalismo. La economía política burguesa lleva hasta sus últimas consecuencias esta lógica perversa: “Su tesis principal es la renuncia a sí mismo, la renuncia a la vida y a todas las necesidades humanas. Cuanto menos comes, bebes, compras libros, cuanto menos vas al teatro, al baile, al cabaret, cuanto menos piensas, amas, haces teoría, cuanto menos cantas, hablas, haces esgrima, etc., más ahorras, más aumentas tu tesoro (…), tu capital (…), todo lo que el economista te coge de vida y de humanidad y te lo sustituye por dinero y riqueza (…)”.

Marx incluía en lo que constituye el ser -es decir, la vida y la humanidad de los humanos- tres elementos constitutivos: I. La satisfacción de las necesidades esenciales (beber, comer); II. La satisfacción de las necesidades culturales: ir al teatro, al cabaret, comprar libros. Hay que señalar que estas dos categorías se refieren a actos de consumo vital, pero no de acumulación de bienes (¡todo lo más, libros!) y aún menos de dinero. La inclusión de las necesidades culturales es ya una protesta implícita contra el capitalismo, que quiere limitar el consumo de obrero a lo que permite su supervivencia elemental: beber y comer. Para Marx, el obrero, como todos los seres humanos, necesita ir al teatro, al cabaret, leer libros, educarse, divertirse; III. La auto-actividad humana: pensar, amar, hacer teoría, cantar, hablar, hacer esgrima… Esta lista es fascinante, por su diversidad, su carácter tanto serio como lúdico, y por el hecho de que incluye a la vez lo esencial -pensar, amar, hablar- y el “lujo”: cantar, hacer teoría, practicar esgrima… Todos estos ejemplos tienen en común su carácter activo: aquí el individuo ya no es consumidor sino actor. Bien entendido, podrían añadirse muchos otros ejemplos de autoactividad humana, individual o colectiva, artística o deportiva, lúdica o política, erótica o cultural, pero los ejemplos elegidos por Marx abren una amplia ventana sobre el “reino de la libertad”. Es verdad que la distinción entre estos tres momentos no es absoluta, comer y leer libros son también actividades. Se trata de tres manifestaciones de la vida -el ser- frente a lo que está en el centro de la sociedad burguesa: el tener, la propiedad, la acumulación.

Escoger el ser más que el tener es por tanto una contribución significativa de Marx a una cultura socialista/ecológica, a una ética y una antropología en ruptura con los datos fundamentales de la civilización capitalista moderna, donde el absoluto predominio del tener, bajo su forma mercantil, conduce con frenesí creciente a la destrucción de los equilibrios ecológicos del planeta.

Se encuentran importantes reflexiones -directamente inspiradas por los Manuscritos de 1844- sobre la oposición entre “ser” y “tener” en los escritos freudo-marxista del filósofo y psicoanalista Erich Fromm. Judío alemán anifascista emigrado a los Estados Unidos, Fromm publicó en 1976 el libro Tener o Ser. Una elección de la que depende el futuro del hombre, comparando dos formas opuestas de existencia social: el modo tener y el modo ser. En el primero, mi propiedad constituye mi identidad: tanto el sujeto como el objeto son reificados (cosificados). Se siente a uno mismo como una mercancía, y el “eso” posee al “yo”. La avidez posesiva es la pasión dominante: ahora bien, insisteía Fromm, la codicia, al contrario que el hambre, no tiene punto de saciedad, su satisfacción no llena el vacío interior…

¿Qué es por tanto el modo ser? Fromm cita un pasaje de Marx en los Manuscritos de 1844:

“Partimos de la idea de que el ser humano es un ser humano y que su relación con el mundo es una relación humana. El amor, por tanto, sólo puede ser intercambiado con amor, la confianza con confianza”

El modo ser, explicaba Fromm, es un modo activo, en que el ser humano expresa sus facultades, sus talentos, la riqueza de sus dones; ser activo significa aquí “renovarse, desarrollarse, desbordar, amar, transcender la prisión del yo aislado; es ser interesado, atento; es darse”. El modo ser es el socialismo, no en su versión social-demócrata o soviética (estaliniana), reducido a una aspiración de consumo máximo, sino, según Marx: autoactividad humana. En resumen, concluía Fromm, citando una vez más a Marx en el volumen III de El Capital, el socialismo es el reino de la libertad, cuyo objetivo es “el desarrollo de la potencia humana como fin en sí”.

Karl Marx escribió muy poco sobre la sociedad emancipada del futuro. Se interesaba de cerca por las utopías, pero desconfiaba de las versiones demasiado normativas, demasiado restrictivas, esto es, dogmáticas: su objetivo era, como recuerda de forma pertinente Miguel Abensour, el transcrecimiento de la utopía al comunismo crítico. ¿En qué consiste esto? En el tercer volumen de El Capital -manuscrito inacabado editado por Friedrich Engels- se encuentra un pasaje esencial, muchas veces citado pero pocas analizado. No aparece la palabra “comunismo”, aunque se trata desde luego de la sociedad sin clases del futuro, que Marx definía, y es una opción muy significativa, como Reino de la Libertad (Reich der Freiheit).

“El reino de la libertad comienza allí donde acaba el trabajo determinado por la necesidad y los fines exteriores: por la naturaleza misma de las cosas, está fuera de la esfera de la producción material (…) La libertad en este ámbito sólo puede consistir en esto: el ser humano socializado (vergesellschafte Mensch), los productores asociados, regulan racionalmente su metabolismo (Stoffwechsel) con la naturaleza, sometiéndolo a su control colectivo, en lugar de estar dominados por él como por un poder ciego; lo hacen con los esfuerzos más reducidos posibles, en las condiciones más dignas de su naturaleza humana y las más adecuadas a esta naturaleza. Más allá de este reino comienza el desarrollo de las potencias del ser humano, que es a su vez su propio fin, que es el verdadero reino de la libertad, pero que sólo puede expandirse apoyándose en este reino de la necesidad. La reducción de la jornada de trabajo es la condición fundamental”.

Es interesante el contexto en el que aparece el pasaje. Se trata de una discusión sobre la productividad del trabajo. El aumento de esta productividad permite, sugiere el autor del Capital, no simplemente ampliar la riqueza producida, sino sobre todo reducir el tiempo de trabajo. Esto aparece como prioritario respecto a una extensión ilimitada de la producción de bienes.

Marx distingue por tanto dos ámbitos de la vida social: el “reino de la necesidad” y el “reino de la libertad”: a cada cual corresponde una forma de libertad. Comencemos examinando más de cerca el primero: el reino de la necesidad, que corresponde a la “esfera de la producción material” y por tanto del trabajo “determinado por la necesidad y fines exteriores”. También existe libertad en esta esfera, pero es una libertad limitada, en el marco de las condiciones impuestas por la necesidad: se trata del control democrático, colectivo, de los seres humanos “socializados” sobre sus intercambios materiales -su metabolismo- con la naturaleza. En otras palabras: Marx nos hablaba aquí de la planificación democrática, esto es, de la propuesta esencial del programa económico socialista: la libertad significa aquí la emancipación respecto al poder ciego de las fuerzas económicas -el mercado capitalista, la acumulación del capital, el fetichismo de la mercancía.

Volviendo al pasaje citado del volumen III del Capital: es interesante observar que no se trata, en este texto, de la “dominación” de la sociedad humana sobre la naturaleza, sino del dominio colectivo de los intercambios con ésta: lo que un siglo más tarde será uno de los principios fundadores del eco-socialismo. El trabajo sigue siendo una actividad impuesta por la necesidad, de cara a la satisfacción de las necesidades materiales de la sociedad, pero dejará de ser un trabajo alienado, indigno de la naturaleza humana.

La segunda forma de libertad, la más radical, la más integral, la que corresponde al “Reino de la Libertad”, se sitúa más allá de la esfera de la producción material y del trabajo necesario. Entre las dos formas existe sin embargo una relación dialéctica esencial: gracias a una planificación democrática del conjunto de la economía se podrá dar una prioridad al tiempo libre; y recíprocamente, la extensión máxima de este último permitirá a los trabajadores participar activamente en la vida política y en la autogestión, no sólo de las empresas sino de toda la actividad económica y social, a nivel de los barrios, las ciudades, las regiones, los países. El comunismo no puede existir sin una participación de toda la población en el proceso de discusión y toma democrática de decisiones, no como hoy día por medio de una votación cada cuatro o cinco años, sino de forma permanente -lo que no impide la delegación de poderes. Gracias al tiempo libre, los individuos podrán asumir la gestión de su vida colectiva, que ya no será dejado en manos de políticos profesionales.

Lo que añade Marx en el Capital III a su argumento de 1844 es el hecho de que la autoactividad humana -el tercer momento planteado en los Manuscritos económico-filosóficos- exige, para poder expandirse, tiempo libre, tiempo obtenido por la reducción de las horas de trabajo “necesario”. Esta reducción es por tanto la llave que abre la puerta hacia el “Reino de la Libertad”, que es también el “reino del ser”. Gracias a este tiempo de libertad, los humanos podrán efectivamente desarrollar sus potencialidades intelectuales, artísticas, eróticas, lúdicas. Es lo opuesto al universo capitalista de acumulación hasta el infinito de mercancías cada vez menos útiles, de la “expansión” productivista y consumista sin límites y sin medida.

Conclusión: más allá de sus escritos referidos directamente a la naturaleza y su destrucción por el “progreso” capitalista, la obra de Marx contiene reflexiones que tienen, al nivel más profundo, un significado ecológico, por su crítica del productivismo capitalista y por su imaginación de una sociedad donde la actividad humana es el centro de la vida social, y no la acumulación obsesiva de “bienes”. Son unas indicacioones esenciales para el desarrollo de un eco-marxismo del siglo XXI.

Michael Löwy

Traducción: viento sur

[1] Karl Marx, Manuscritos de 1857-1858, llamados Grundrisse.

[2] Karl Marx, El Capital, libro I

[3]Ibid.

[4] Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política.

[5] Karl Marx, Manuscritos de 1844.

Fuente: https://vientosur.info/de-karl-marx-al-eco-marxismo/