miércoles, 2 de octubre de 2024

ORGANIZACIÓN Y PLANEACIÓN (4): MAQUIAVELO, EL ARTE DE LA GUERRA



Muchos son, Lorenzo, quienes han sostenido y sostienen: que no hay cosa que menos conformidad tenga con otra, ni que sea tan disímil, como la vida civil respecto de la vida militar. Por lo cual a menudo se ve que si alguien decide dedicarse a la actividad militar, no sólo cambia repentinamente de indumentaria, sino que se diferencia de todo uso civil también en sus costumbres, hábitos, en su voz y presencia; porque no cree poder vestir un traje civil quien quiere estar dispuesto y pronto a toda violencia; ni puede tener costumbres y hábitos civiles quien juzga afeminada esas costumbres y no favorables a sus operativos esos hábitos; no le parece conveniente mantener la presencia y lenguaje corrientes a quien con su apariencia y sus blasfemias quiere infundir miedo en los otros hombres; lo cual hace que en estos tiempos esta opinión resulte muy acertada.

 

Pero si consideramos las antiguas instituciones, no encontraríamos cosas más unidas, más acordes, y que necesariamente se amen tanto una a la otra, como éstas; porque todas las artes que se organizan en una civilización por el bien común de todos los hombres, todas las instituciones en ellas establecidas para vivir en el temor de Dios y de las leyes, serían vanas si no estuviera preparada su defensa; la cual bien organizada mantiene a aquellas, aun cuando no estén bien organizadas. P. 7

 

Sé que les he hablado de muchas cosas que ustedes hubieran podido por sí solos comprender y considerar; pero sin embargo lo hice, como les dije hoy, para poderles mostrar mejor a través de ellas la calidad de este ejercicio, y también para satisfacer a quienes no las comprendan con tanta facilidad como ustedes, si los hubiera. Y me parece que no me queda por decirles más que algunas normas generales, que para ustedes serán muy familiares, y que son éstas:

 

- Lo que beneficia al enemigo te perjudica, y lo que te beneficia perjudica al enemigo.

- Quien en la guerra esté más alerta observando los planes del enemigo, y más esfuerzo dedique a adiestrar a su ejército, incurrirá en menores peligros y podrá esperar más de la victoria.

- Nunca conduzcas a la batalla a tus soldados si antes no confirmaste su ánimo y te cercioraste de que no tienen miedo y están organizados; y nunca hagas la prueba sino cuando ves que ellos esperan vencer.

- Es mejor vencer al enemigo por hambre que por la espada, victoria en la que puede mucho más la fortuna que la virtud.

- No hay decisión mejor que la que está oculta al enemigo hasta el momento en que se la lleva a la práctica.

- Nada beneficia tanto en la guerra como reconocer la oportunidad y aprovecharla.

- La naturaleza genera pocos hombres sólidos; el trabajo y el ejercicio generan muchos.

- La disciplina puede en la guerra más que la furia.

- Cuando algunos se desprenden del bando enemigo para ponerse al servicio del tuyo, son grandes adquisiciones cuando son fieles; porque las fuerzas del adversario disminuyen más con la pérdida de los que huyen que con los muertos, aun cuando el nombre de los fugitivos sea sospechoso a los nuevos amigos y odioso a los viejos.

- Al prepararse para la batalla es mejor conservar tras del primer frente reservas suficientes, que esparcir a los soldados para hacer el frente mayor.

- Difícilmente es derrotado quien sabe reconocer sus fuerzas y las del enemigo.

- Más vale el coraje de los soldados que su cantidad; a veces el lugar beneficia más que la virtud.

- Las cosas nuevas y súbitas desalientan a los ejércitos; las cosas lentas y acostumbradas les merecen poco aprecio; por eso harás que tu ejército practique y conozca en pequeñas peleas un enemigo nuevo, antes de librar combate con él.

- Quien persigue desordenadamente al enemigo derrotado, no quiere otra cosa que convertirse de triunfante en perdedor.

- El que no prepara las vituallas necesarias para vivir es derrotado sin armas.

- La elección del sitio de combate depende de si el capitán confía más en la caballería que en la infantería, o en la infantería que en la caballería.

- Cuando quieres saber si durante el día llegó un espía al campo, ordena que todos vayan a su cuartel.

- Cambia de planes, cuando te des cuenta de que el enemigo los conoce.

- Asesórate con muchos sobre lo que tienes que hacer; lo que después decidas compártelo con pocos.

- En los ejércitos los soldados se mantienen con el miedo y los castigos; cuando van a la batalla, con la esperanza y el premio.

- Los buenos capitanes nunca van a la batalla si la necesidad no los obliga o no los llama la ocasión.

- Tus enemigos no deben saber cómo quieres que sea el orden de combate en la pelea; y cualquiera sea ese orden, las primeras escuadras deben poder ser recibidas por las segundas y las terceras.

- En la pelea nunca utilices una compañía para otra cosa que aquella para la cual la habías destinado, si no quieres crear desorden.

- Es difícil poner remedio a los percances sufridos, en cambio es fácil poner remedio a los pensados.

- Los hombres, las armas, el dinero y el pan son el nervio de la guerra; pero de los cuatro los más necesarios son los dos primeros, porque los hombres y las armas encuentran el dinero y el pan, pero el dinero y el pan no encuentran a los hombres y las armas.

- Adiestra a tus soldados en el desprecio de las comidas delicadas y los trajes suntuosos.

 

Esto es lo que me ocurre recordarles en términos generales; sé que podría haber dicho muchas otras cosas en toda mi exposición, como por ejemplo: cómo y de cuántas maneras los antiguos organizaban las escuadras; cómo se vestían y cómo se adiestraban en muchas otras cosas, y añadirles muchos detalles que no me pareció necesario dar, porque ustedes podían verlos por ustedes mismos y porque mi intención no era mostrarles exactamente cómo se componía la antigua milicia, sino cómo en esos tiempos se podía organizar una milicia con más virtud que la acostumbrada hoy. De allí que no me pareció exponer de las cosas antiguas sino las que juzgué necesarias a esta introducción. También sé que debí extenderme más sobre las milicias a caballo, y referirme a la guerra naval, porque quien conoce la milicia dice cómo es un ejército de mar y de tierra, a pie y a caballo. Del ejército de mar no pretendería hablar porque no tengo información de él; pero haría hablar a los genoveses y a los venecianos, quienes con estudios similares hicieron en otros tiempos grandes cosas. En cuanto a la caballería, no quiero decirles más de lo que ya dije, porque es el sector menos corrompido del ejército. Además, si la infantería, que es el nervio del ejército, está bien organizada, necesariamente la caballería es buena. A quien organizara en su territorio la milicia llenándola de caballos, le recordaría dos precauciones: una, que distribuya caballos de buena raza  por el condado y adiestre a sus hombres a que hagan acopio de potrillos, como ustedes en esta comarca hacen con los terneros y mulos; la segunda, para que estos encuentren compradores les prohibiría tener mulo a quien no tenga un caballo, de modo que el que quiera tener una sola cabalgadura, esté obligado a tener un caballo; y además que no pueda vestirse de brocado sino quien tenga caballo. Entiendo que algún príncipe de nuestro tiempo estableció estos criterios, y en muy poco tiempo su comarca tuvo una caballería óptima. En cuanto a las demás cosas, en lo que respecta a los caballos me remito a cuánto les dije y a lo que se acostumbra. ¿Tal vez desearían también saber qué función debe cumplir un capitán?  Los satisfaré muy brevemente, porque no sabría elegir otro hombre que el que supiera hacer todas las cosas de las que hoy hemos hablado; las cuales no bastarían si no pudiera descubrirlas por sí, porque nadie fue grande en su oficio si no tiene imaginación; y si la invención hace honor en las otras cosas, en la actividad militar te honra por sobre todo. Y vemos que los escritores celebran todos los inventos, incluso los débiles. (...) P. 198.

 

Si usted recuerda bien, Cosimo, usted me decía que yo por un lado exalto a la antigüedad y condeno a quienes no la imitan en las cosas serias; y por otro no la he imitado en las cosas de la guerra a las que me he dedicado, para lo cual usted no encontraba razón; y yo le respondí que los hombres que quieren hacer una cosa, primero tienen que prepararse para saber hacerla, y poder después ponerla en práctica cuando se presente la oportunidad. Quiero que ustedes que me han escuchado disertar largamente sobre este tema sean mis jueces en decidir si sé o no organizar a las milicias con criterios antiguos; a partir de mi exposición ustedes han podido reconocer cuánto tiempo dediqué a estos pensamientos, y también creo que pueden imaginar cuánto deseo hay en mí de hacerlos realidad. Pueden conjeturar fácilmente si pude hacerlo, si alguna vez se me dio la oportunidad. (...) P. 202.

 

Me quejo de la naturaleza, que o no debió hacerme conocer esto, o debía darme la oportunidad de ponerlo en práctica. Ahora que soy viejo, no creo tener ya ninguna oportunidad; por eso he sido generoso con ustedes, que siendo jóvenes y estando capacitados podrán, si les gustan las cosas que les dije, a su debido tiempo, ayudar y aconsejar a sus príncipes. No quiero que ustedes se desalienten o desconfíen, porque esta provincia parece nacida para resucitar las cosas muertas, como se ha visto en la poesía, la pintura y la escultura. En lo que a mí respecta, por estar avanzado en años, no confío. Verdaderamente, si la fortuna me hubiera concedido en otro tiempo un Estado tal que bastara para esta empresa, creería haber demostrado en poco tiempo al mundo el valor de las instituciones antiguas; y sin duda lo habría acrecentado con gloria o perdido sin deshonor.  P. 208.

 

      Nicolás Maquiavelo, El Arte de la Guerra, 1521

      Editorial Losada, Buenos Aires, 1999, 219 págs., 14 x 22 cms.

      (Maquiavelo, 1469-1527, es el introductor del término Estado. En esta obra ya se puede apreciar la relación entre lo civil y lo militar, entre la política y la guerra).

19.12.07 

Ragarro

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