sábado, 8 de noviembre de 2025

EL FRACASO DE LA IZQUIERDA



I

POR QUÉ LA IZQUIERDA PIERDE LAS ELECCIONES… Y ES RECHAZADA POR LAS CLASES POPULARES

 

Por Nicolas Maxime

 Nicolas Maxime Facebook 28/10/25

Javier Milei ha sido reelegido en las elecciones legislativas de mitad de mandato, una nueva señal de que el giro hacia la derecha populista continúa en todo el mundo, mientras que la izquierda sigue desmoronándose, incapaz de comprender lo que le está sucediendo. La izquierda pierde unas elecciones tras otras y seguirá perdiéndolas en todo el mundo, mientras la extrema derecha continúa su avance, incluso con un programa económico contrario a los intereses materiales de las clases populares. ¿Por qué? Porque la extrema derecha ha comprendido perfectamente la lógica girardiana del chivo expiatorio, señalando a los «asistidos», los desempleados, los migrantes e incluso los funcionarios y los jubilados como responsables de la crisis. Mientras que la izquierda, que se ha vuelto insignificante (incluso en sus formas llamadas «radicales»), ya no entiende nada del pueblo, hasta el punto de que, por inversión mimética, ha convertido al proletario blanco en su chivo expiatorio, ya que lo percibe como un pueblerino, palurdo o un «paleto» reaccionario y racista.

Esta desconexión con la realidad se plasma perfectamente en el desprecio de clase de un Édouard Louis, que llega a soñar —como él mismo expresa sin tapujos— con un régimen en el que las ciudades y el campo tuvieran gobiernos separados, ya que considera irreconciliables al pueblo urbano «progresista» y al campo, considerado reaccionario. Es el símbolo perfecto de una izquierda cultural, moralista y metropolitana, que ya no soporta al pueblo real, al que no habla como ella, no vive como ella y, sobre todo, ya no vota por ella.

A los ojos de las clases populares, motivadas por un instinto de supervivencia y de preservación de su modo de vida, la izquierda actual no es más que una «izquierda moral», una izquierda que encarna precisamente todo lo que odian.

Esta «izquierda moral» ya no tiene mucho que ofrecer, salvo algunas reformas sociales, una ecología quinua-vegana basada en prohibiciones y culpabilización y la imposición de impuestos a los ricos como último horizonte moral. En resumen, se ha convertido en la izquierda del Capital, la de los medios de comunicación, las grandes instituciones culturales, las universidades y las metrópolis. Y por eso ahora es considerada por las clases populares como aún más peligrosa que la extrema derecha, porque ha traicionado al bando que pretendía defender y ahora inspira el rechazo de una mayoría silenciosa que, a falta de una alternativa creíble, se vuelve hacia la extrema derecha o se refugia en la abstención, percibida como el mal menor.

Como decía Jean-Claude Michéa, esta izquierda rompió definitivamente con el pueblo cuando dejó de definirse por la crítica al capitalismo para fundirse en la lógica del progresismo liberal. Desde la década 1980 ha abandonado la lucha de clases, la socialización de los medios de producción y la defensa del mundo laboral, la clase trabajadora, para convertirse en la «izquierda moral» de los derechos individuales, la redistribución de la riqueza y la buena conciencia tranquila. Ya no se dirige a los obreros y empleados, sino a la burguesía cultural, a quienes poseen el capital simbólico, y ya no a quienes solo tienen su fuerza de trabajo para subsistir.

Como resume Michéa, ya no lucha contra el sistema, sino que lo acompaña y se pliega a él en nombre del «progreso». Y es precisamente porque ha dejado de ser popular por lo que se ha convertido, a los ojos de las clases populares, en la izquierda radical, la izquierda de los que dan lecciones y los conversos al nuevo orden moral liberal.

En sus investigaciones sobre las campiñas francesas, Coquard muestra que los territorios periféricos y rurales, lejos de ser bastiones reaccionarios, son ante todo espacios de sociabilidad, solidaridad y ayuda mutua, pero en los que predomina un profundo sentimiento de abandono. Coquard describe un mundo popular apegado al reconocimiento, al trabajo bien hecho y que ya no ve en la izquierda titulada y urbana a una aliada, sino a una élite moralizante que no los comprende y los desprecia.

Mientras la izquierda sermonea y culpabiliza, la extrema derecha capta los afectos, las iras, los miedos… en definitiva, todo lo que la izquierda ha despreciado en nombre de su «superioridad moral». Y así es como se instala de forma duradera como el único refugio político para aquellos que, desesperadamente, aún quieren creer que existen.

Por supuesto, la extrema derecha o la derecha populista serán un callejón sin salida, y las clases populares lo descubrirán (por desgracia) por las malas. Porque no son los inmigrantes, las minorías o las élites culturales los que amenazan sus modos de vida y sus tradiciones: es el mismo capitalismo, en su fase terminal, el que ahora se inclina hacia una forma autoritaria y libertaria, en la que ya no habrá ningún compromiso con los trabajadores.

La verdadera pregunta es, pues: ¿cómo hacerlo comprender sin caer en los mismos errores que la izquierda moralista?

Fuente: https://infoposta.com.ar/notas/14455/por-qu%C3%83%C2%A9-la-izquierda-pierde-las-elecciones-y-es-rechazada-por-las-clases-populares/

 

II

CUANDO LA IZQUIERDA DEJÓ DE ENTENDER EL MUNDO

 

Por Massimiliano Civino

 

Llega un momento en la historia de las ideas en que la política deja de interpretar la realidad y comienza simplemente a perseguirla. Ahí es donde empieza su desdicha

Massimiliano Civino La Fionda oct 29, 25

Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, escribió:  “En el debate científico, el más 'avanzado' es aquel que considera que el oponente puede estar expresando una necesidad que debe incorporarse a la propia construcción.”

Para Gramsci, ser «avanzado» no significa ser más puro ni más extremo, sino más bien tener mayor capacidad de comprensión, de incluir en la propia visión incluso lo que expresa el adversario, quizá de forma distorsionada o regresiva. Se trata de una perspectiva radical, en el sentido etimológico de radix (raíz), que profundiza en los procesos históricos en lugar de quedarse en la superficie de los acontecimientos. Ser radical, por tanto, no significa ser extremista, sino llegar a la raíz de las cosas, y esta capacidad para una perspectiva radical es precisamente lo que la izquierda ha ido perdiendo progresivamente.

Quienes se oponen a la derecha populista ya no interpretan la sociedad: se someten a ella. Reaccionan en lugar de analizar, denuncian en lugar de comprender. Hablan de derechos e igualdad, pero con un lenguaje vacío, incapaz de conectar con la realidad de quienes se sienten abandonados. Esto explica por qué tantos trabajadores eligen a quienes prometen «orden», o por qué las minorías discriminadas apoyan a líderes que las desprecian. No es ignorancia: es desconexión. Es la consecuencia de una política que ha dejado de lidiar con la complejidad de la realidad.

Franco Cassano, en La humildad del mal, nos recordó que «el bien debe aprender del mal a ser humilde»: no a replegarse en su propia superioridad moral, sino a aprender a escuchar. La política que no escucha al mal no lo comprende y, por lo tanto, no puede combatirlo. Pero comprender el mal no significa justificarlo: significa reconocer que el sufrimiento y el miedo son también formas de conocimiento.

Karl Marx, en La ideología alemana, escribió que «no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia». Las ideas no pueden cambiar el mundo si no pueden interpretar sus estructuras materiales, las relaciones que generan subyugación y consenso. Es una lección olvidada: la política habla de emancipación como si la voluntad bastara, sin comprender que las relaciones de poder existen dentro de los propios sujetos.

Porque, y aquí reside la clave, los súbditos no existen simplemente porque exista un monarca: el monarca existe porque los súbditos continúan reconociéndolo como tal. La dependencia no es una cadena puramente externa, sino un vínculo recíproco, una forma de complicidad simbólica. Como en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, el poder no existe sin el reconocimiento de quienes se someten a él. Y así, incluso cuando la libertad es posible, requiere un acto de conciencia: la decisión de dejar de reconocer como «natural» lo que es meramente habitual.

Para que la política recupere su sentido, debe volver a enfrentarse a esta complejidad: la interrelación entre miedo y consenso, deseo y subyugación, libertad y obediencia que impregna la vida contemporánea. No basta con oponerse al poder: debemos comprender sus mecanismos invisibles, aquellos que lo hacen creíble incluso para sus víctimas.

Slavoj Žižek observó que el populismo no es un retorno a la realidad, sino una huida de ella: una forma de identidad construida sobre un vacío. La derecha ha logrado ocupar este vacío, transformando la frustración en pertenencia. Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, habla del hombre que se explota a sí mismo en nombre de la libertad, convencido de ser su propio amo cuando en realidad es esclavo de su propia eficiencia. Esta paradoja crea una nueva forma de servidumbre voluntaria.

Pero la izquierda parece no darse cuenta. Sigue hablando de «mérito», «competencia», «oportunidad»: palabras tomadas del lenguaje del poder. Ya no se trata solo de una derrota electoral, sino de una rendición cultural. Hegel dijo que «la lechuza de Minerva inicia su vuelo al anochecer»: el pensamiento siempre llega tarde. Hoy, la política no solo llega tarde, sino que parece haber perdido el cielo mismo en el que volar.

La derecha gana porque presenta un mundo sencillo a quienes viven en la complejidad. La izquierda pierde porque confunde la complejidad con la confusión. Sin embargo, la realidad es contradictoria por definición: la libertad coexiste con el miedo, la rebeldía con la dependencia. Quienes no pueden aceptar esta ambigüedad terminan hablando una lengua muerta.

Marx nos recordó que «las ideas de la clase dominante son, en cada época, las ideas dominantes». En efecto, incluso quienes desean cambiar el mundo siguen pensando en él a través del lenguaje del poder. Redescubrir un punto de vista «avanzado», en el sentido gramsciano y radical, no implica extremismo, sino profundidad: saber pensar dentro de las contradicciones, no por encima de ellas.

Tal vez la izquierda recupere su comprensión del mundo cuando deje de intentar simplificarlo. Cuando acepte que los súbditos se liberan no solo del soberano, sino también de sus propios hábitos de sumisión. Cuando retome la que fue su tarea suprema: no gobernar, sino transformar la realidad, comprendiéndola a fondo, hasta sus raíces.

Bibliografía y referencias

Gramsci, Cuadernos de prisión (Einaudi, 1975)

Cassano, La humildad del mal (Laterza, 2011)

Marx, La ideología alemana (1846)

Hegel, Fenomenología del espíritu (1807) y Bosquejos de la filosofía del derecho (1821)

Žižek, Bienvenido al desierto de la realidad (Meltemi, 2020)

Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (Nottetempo, 2012).

https://www.lafionda.org/2025/10/29/quando-la-sinistra-ha-smesso-di-capire-il-mondo/

Fuente: https://infoposta.com.ar/notas/14452/cuando-la-izquierda-dej%C3%83%C2%B3-de-entender-el-mundo/

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