miércoles, 17 de abril de 2024

“SI NO ODIAS TU VIDA, ¿CÓMO LA CAMBIARÁS?”

 


Entrevista a Santiago López Petit

Publicada en 13 de abril de 2024

Entrevista realizada por: Sergi Picazo

Aparecida en El Critic. (Barcelona)

19-3-2024

 

Uno de los primeros libros preferidos de mi hija Lena era uno de aquellos en que se abren pestanyetes de dibujos: El libro de los sentidos, se llamaba. Un día de verano en el Pirineo conoció a Santiago López Petit (Barcelona, 1950) y, sin dar cuenta del error, me dijo: “Papa, vamos a ver el Sentidos” en lugar de Santi. Pensamos que no había que corregirla. Para coger las reflexiones de López Petit sobre la vida, la enfermedad, la muerte, el amar y el pensar, es necesario tener los cinco sentidos muy despiertos. Esta conversación quiere servir para entender el pensamiento de uno de los filósofos más contestatarios, libres y críticos de los últimos treinta años en Cataluña y, para hacer el viaje con él, pasé un verano leyendo (y subrayando) algunos de sus libros más “desesperados”: Hijos de la noche, Amar y pensar. El odio de querer vivir, El gesto absoluto o La movilización global: breve tratado para atacar la realidad.

¿Cómo empiezas a politizarte?


Con 18 años, debía de ser 1969 o 1970, empiezo a estudiar Químicas, y entro en el movimiento estudiantil. Por una serie de casualidades, conozco a José Antonio Díaz, un cura secularizado, trabajador del metal y uno de los fundadores de las primeras comisiones obreras. Con un pequeño grupito hicimos una imprenta clandestina, traducíamos todo lo que podíamos de la izquierda no autoritaria como Castoriadis o los Situacionistas, y así entro en el movimiento obrero autónomo. Era la izquierda que no existía. Aquí todo el mundo era marxista-leninista…

Viviste los años convulsos, a finales del 70, el fin del franquismo, las grandes protestas sociales y estudiantiles…

Sí, sí. El momento en que realmente aprendo que es el movimiento obrero es con la huelga de Roca, en Gavà, durante los años 76 y 77. Cuatro mil trabajadores en huelga y autoorganizados! Era la segunda fábrica de España. Me impliqué mucho. Yo entonces vivía en el barrio de Pubilla Casas, en l’Hospitalet de Llobregat, y formaba parte de una organización que se llamaba Liberación, y que inicialmente había sido una editorial de origen cristiano. A mí me enviaron a vivir a l’Hospitalet y acabaría entrando a trabajar en una fábrica de vidrio. Abandoné definitivamente la investigación sobre el origen de la vida que tanto me apasionaba.


De químico en una fábrica de vidrio… a profesor de Filosofía van unos cuántos pasos.


En los años 80, la fábrica de vidrio donde trabajaba entró en crisis y nos la quedamos los 150 trabajadores después de algunos meses de lucha. La convertimos en cooperativa. Y, con el dinero que ganaba, me pagué la carrera de Filosofía. Tenía 30 años.


¿Por qué filosofía?


La huelga de la Roca y otras muchas huelgas y protestas acabaron con pactos miserables y con traiciones. Se acercaban las elecciones democráticas y algunos querían destruir aquellos movimientos como fuera. El caso de la huelga de Roca es emblemático. Había que demostrar que los controlaban. Entonces un día, allí solo, pensé: “¿Qué ha sido de mi vida? ¿Ha merecido la pena luchar para acabar así?” Y pensé que quería entender por qué habíamos perdido, y a pesar de que dudé entre Economía y Filosofía, acabé estudiando Filosofía.

Acabaste siendo uno de los profesores más conocidos y populares de la Facultad de Filosofía de la Universitat de Barcelona a los 90 y 2000, ¿no?


Bien, no lo sé, no lo sé… Pero sí que es cierto que convertimos las clases en un laboratorio político donde todos aprendíamos de todos. Cuando se produjo el desalojo del cine Princesa, en el año 96, paramos las clases y bajamos todos allí.


Del estallido de rabia por el desalojo del Princesa en la Barcelona de la antiglobalización y el 15-M: volviste a vivir intensamente un nuevo ciclo de protestas sociales.


Veníamos de una travesía del desierto muy larga, desde la Transición a los Juegos Olímpicos del 92, y, finalmente, volvíamos a vivir un estallido social. Yo nunca viví en una casa okupada, pero sí que usamos la okupación como una palanca política. Surgieron todo tipo de colectivos, muchas okupaciones breves de espacios abandonados, la Oficina 2004 contra el Foro de las Culturas y campañas como la de Dinero Gratis, la película del Taxista Ful. El Dinero Gratis, de hecho, ya era una crítica del trabajo, y una crítica de la vida cotidiana misma. Y también los “Espacios liberados contra la guerra”…


¿Cómo ves ahora aquel ciclo de protestas sociales, y como acabó?


La crítica que hacíamos tuvo, yo diría, una cierta hegemonía cultural y política en aquel momento en Barcelona. Entre todos conseguimos deslegitimar un poco el Modelo Barcelona. Pero duró poco. De alguna manera y a otra escala, pasó lo mismo con el 15M. El 15M fue la palanca para ocupar el espacio público e interrumpir la cotidianidad. Era una crítica de la política, de la política en el sentido de representación política. ¿Qué sucedió después? A mí la palabra traición no me gusta, porque tiene un contenido muy psicológico, y es más complejo que esto… pero en mi caso, fue la segunda vez que me ocurría algo parecido. Ya había visto, a comienzos de la democracia, compañeros que habían estado a nuestro lado y que entraban a las instituciones…  parecía como si se olvidaran de lo que habían vivido. Para decirlo suavemente.


¿Pero qué alternativa había a la política electoral y a entrar a las instituciones ante aquella ventana de oportunidad?


Sinceramente, no sé si había otro camino. Hay un dilema siempre en los movimientos de izquierdas, que es, o bien haces una política institucional, y por tanto una politización desde el Estado, podríamos decir, y por tanto defiendes reformas, a pesar de que yo pienso que el poder no deja espacio ni para reformas realmente verdaderas; o la otra posición, que es no entrar en las instituciones y acabar siendo autocomplaciente con la inutilidad de tu lucha. Sabes que tu lucha ha sido inútil, pero tú te mantienes muy puro. Todo lo que he escrito, todo lo que he pensado e intentado, es cómo atravesar este dilema.


Entonces, tú, en realidad, ante el clásico dilema de la izquierda entre reforma o ruptura, dirías que todas las opciones son malas.


Me niego a escoger siempre el “mal menor”. Por eso digo que se tiene que atravesar este dilema.


¿Cómo lo atravesaremos? ¿Tienes respuesta?


No, yo no tengo ninguna solución… pero la historia del movimiento obrero nos enseña que han existido muchos momentos en los cuales se ha intentado una síntesis entre la politización de la vida y una intervención política más amplía.


Políticamente e ideológicamente, ¿dirías que la izquierda (así en general y entendiéndola muy ampliamente) vive una época de derrota y resistencialismo? ¿O estamos a la ofensiva y en el camino de asaltar los cielos?


Estamos frente a un impasse. Lo resumo mediante una paradoja: “Lo que es políticamente posible no cambiará nada. Lo que verdaderamente podría cambiar algo es imposible políticamente”. Parece bastante indudable que las reformas propuestas por el reformismo (socialdemócrata o populista de izquierda) son ilusorias. Habría que añadir, además, una cosa: estamos en la época de las políticas identitarias (muchas con una base biológica) y de “lo políticamente correcto”, y a pesar de ser políticas necesarias, nos han conducido a un callejón sin salida. Por ejemplo la consigna: “Todo lo personal es político…” se ha convertido actualmente en una obviedad que ha perdido toda su fuerza. Evidentemente, no se trata de volver a la sociedad-fábrica ni de defender un universalismo vacío… pero sí de volver a poner la lucha de clases en el centro. Una lucha de clases que esté a la altura de las transformaciones sociales de hoy en día.


Para entender tu pensamiento y activismo político hay que detenerse en una cuestión clave: la enfermedad y, en general, tu lucha por querer vivir. ¿Qué enfermedad tienes, Santiago?


Hace ya muchos años empecé a encontrarme mal. Primero, no dormía bien, después el dolor de cabeza. Tengo lo que se denomina síndrome de fatiga crónica. Sensación de pérdida de memoria, de dolor por todo el cuerpo, de ansiedad y de insomnio… lo que los médicos denominan “la niebla matinal”. Se trata de una expresión poética maravillosa, pero que si lo sufres es terrible. Clara Valverde escribió un libro magnífico sobre estas enfermedades que tenía por título: “Pues tienes buena cara!” Porque, como también afirmaba ella, la gente que tiene fibromialgia o fàtiga crónica, llevamos la silla de ruedas dentro nuestro, y no se ve.


Decías en tu libro Hijos de la noche, que querías explicar “lo que le pasa a mi cabeza”, “el dolor que no me deja vivir”, “porque la noche está en mí”… ¿Por qué decidiste explicarlo?


Yo no quería explicar mi historia personal. Esto no tendría ningún interés. Pero exponer mi sufrimiento me permite ir más en allá del caso particular y empezar a poner las preguntas verdaderamente importantes: ¿qué relación existe entre la salud y la enfermedad? ¿Quién no está enfermo en esta sociedad? Y especialmente: ¿Se puede hacer de la enfermedad un arma?


¿Cuáles son, pues, para ti los malestares de esta época?


El diagnóstico de lo que yo tengo, es para mí también un diagnóstico de la sociedad. Esta sociedad nos hace enfermar y tritura nuestras vidas. He intentado pensar esto, no desde el lugar de la víctima, sino desde el lugar de aquel que dice, “yo no puedo más”. Pero la frase “yo-no-puedo-más” abre una puerta. ¿No crees?? El “yo-no-puedo-más” es la bifurcación que se abre ante ti: o te agarras a la cuerda que te estrangula, o te agarras a la cuerda que evita tu caída y puedes salir adelante.

La idea que subyace el “yo-no-puedo-más” a mí me parece un final. Pero, en cambio, tú crees que esto es como una rebelión. No lo entiendo.


Cualquiera que diga, “yo no puedo más” o “yo no soporto más esta sociedad”, es ya un rebelde: porque el que expresa su situación de enfermo es que no se quiere doblegar, que no quiere bajar la cabeza y someterse. Todo este tipo de enfermedades, desde la fatiga crónica o el simple cansancio hasta un cuadro de depresión o ansiedad, son enfermedades de la normalidad, o enfermedades del vacío. ¿Si no viviéramos en este mundo, tendríamos estas enfermedades? Lo que tienen en común es la desconexión. Yo me desconecto de este mundo. Pero ¿por qué nos desconectamos? Nos desconectamos porque no queremos estar metidos dentro de un movimiento continuo impulsado por esta máquina de matar despacio que es la sociedad. La sociedad nos va destruyendo, nos va minando, nos va exprimiendo. Y nos rebelamos. Yo aquí veo aquí, en esta rebelión, una extraña alegría.


Tenía un prejuicio al principio de la entrevista, quizás por culpa de otra gente que me hablaba de ti, creía que me encontraba ante un autor nihilista, pesimista, que hablaba de la muerte. Pero leyéndote finalmente he encontrado a un López Petit que, en realidad, está haciendo un canto a la vida. Defiendes, en tus escritos, el “querer vivir”, y escribes cosas como: “Pensar el querer vivir ha sido para mí la manera de seguir vivo”. Poéticamente hablas de, “hambre de hambre, sed de sed”. ¿Eres un optimista en realidad?

 

No soy optimista ni pesimista, porque el que está en una lucha no se plantea si es optimista o pesimista, o si hay esperanza o ya no. El lugar desde donde miro el mundo no es desesperanzado. No, no, no. Es desesperado. Desesperado es otra cosa.


¡Vaya! ¿Qué diferencia hay?


Si tú miras el mundo hoy, o tienes una mirada desesperada, o eres un cínico. La guerra es la nueva centralidad. En la actualidad hay más de cien guerras en el mundo y, además, estamos viendo como surgen nuevas potencias nuevas militares, paramilitares o económicas que quieren disputar el poder a los Estados Unidos. Y esto solo es la superficie. Vivimos en un sistema basado en la violencia, la que se ve, y la que no se ve. Te pongo un ejemplo: aquí en Barcelona, en el barrio de Gracia se han puesto de moda los talleres de cerámica, hay un montón, y la gente suele decir que va a hacer cerámica porque así se encuentra a sí misma. Pues, bien, esto es una estupidez. Van para no ver el mundo, para evadirse. Para… escapar de la realidad.


Sin embargo, escribiste, un libro después de un hecho sobrecogedor como fue la muerte por suicidio del activista social barcelonés, Pablo Molano. Lo titulaste El gesto absoluto.


No me interesa el suicidio como lugar reflexivo. No soy un existencialista, ni pienso que la vida sea absurda. Me interesa el querer vivir. El querer vivir es lo que he intentado pensar siempre. Casi todos los subtítulos de mis libros hacen referencia al querer vivir. Y es cierto, Pablo Molano, que había sido estudiante y amigo mío, un día decidió suicidarse. Ante el inmenso vacío que se produjo, creí que tenía que hacer algo. No deseaba preguntarme por el motivo de su suicidio. Lo que yo quería era intentar contestar: ¿qué nos dice su suicidio, a la gente que estamos vivos. A los supervivientes. Por eso intento pensar el suicidio como un fracaso colectivo, y a la vez, como una herida abierta que nos hace pensar, que nos hace pensar sobre este mundo.


Volvemos al punto anterior: así, pues, ¿cómo se atraviesa la sociedad del malestar o de la enfermedad? ¿cómo se impulsa la resistencia o la rebelión?


El primer paso es politizar la vida, politizar la existencia, y esto no tiene nada que ver con hacer política. Es decir, no es apuntarse a un sindicato, o a un partido, o una cosa así. No tiene nada a ver. La política, hoy, satura la realidad y, de hecho, la política es una de las maneras más sofisticadas de despolitizar. ¿Qué seria, pues, politizar la existencia? Politizar la existencia seria atreverse a hacer de tu imposibilidad de vivir, de tu “yo no puedo más”, un desafío. Decir “yo no seré una pieza de esta máquina de movilización”, seré una anomalía. Politizar quiere decir yo seré una anomalía, es decir, una vida rota, pero que persiste y se rompe porque no acepta lo que hay y se rompe como manera de desafiar.


Buff, a ver, explícamelo algo mejor, por favor, para que yo lo entienda…


Hace unos días fui a comprar a una panadería, y la señora que estaba atendiendo se echó a llorar. Tenía un ataque de ansiedad y tuvo que dejar su trabajo. ¿Cuánta gente está en una situación parecida? Muchas vidas se aguantan con hilos. Somos vidas rotas. Vivimos dentro del vientre de la bestia, llámalo la Vida en mayúscula, o el sistema capitalista. Lo fundamental es que somos nosotros mismos quienes, viviendo, alimentamos a la bestia. Por tanto, para matar la bestia, hay que salir de su vientre. Y, para salir, de alguna manera, tendrás que hacerte daño. Atravesar la noche produce daño, y sobre todo, produce daño a los que más quieres.


Claro, y nadie se quiere hacer daño, nadie quiere arriesgarse a perder lo poco que tiene, para salir del vientre de la bestia…


Cierto, pero esa es la única manera de tener aire, de poder respirar…


Por qué hablas de una Vida en mayúscula y de una vida en minúscula? Tú hacías una reflexión en el libro: “En este mundo simulado es imposible vivir. No vivimos, tenemos una vida. Tenemos una vida que debe ser rentabilizada”. ¿Así alimentamos la bestia?


A raíz de la pandemia de la Covid-19, el Estado nos dijo: “Tenemos que salvar la vida y para salvar la vida os encerramos en casa”. La pregunta que me hacía aquellos días era: “Salvar la vida? ¿Qué vida quieren salvar?” Querían salvar la Vida en mayúscula, es decir, la economía, el capital, las estructuras económicas y políticas. Tener una vida no quiere decir vivir. Tener una vida hoy día quiere decir trabajar para hacerla rentable. No vivimos, tenemos una vida. Y además estamos encadenados a una deuda permanente. Cómo si tuviéramos que pagar algo. Somos esclavos, aunque de una manera sofisticada. Antes la sujeción se ejercía mediante una sociedad disciplinaria. Ahora no. Ahora la proclama culpabilizadora dice: “¡Eres libre! Las oportunidades están delante tuyo. ¡De ti depende que las aproveches!”

No hay escapatoria, ¿pues?


La lucha tiene que ser contra esta Vida en mayúscula, para arrancarle la vida. Tenemos que interrumpir la máquina, es decir, dejar de ser los terminales, hacerse incontables, no visibles, o sea, no codificables. Y este es el gran peligro para el poder, que no sabe lo que hay en los agujeros negros. La dicotomía actual está entre ser un terminal del algoritmo, una pieza de la máquina de movilización, o una anomalía. Tenemos que escoger y lo hacemos cada día. Ahora bien, si eres una anomalía, lo pagarás. Lo pagarás, por ejemplo, con estas enfermedades de la normalidad, con un gran malestar, con la pobreza, o con la marginación. Pienso que una alianza de amigos puede ayudar a vivir, pero ciertamente no es suficiente si es autorreferencial y no piensa el problema de la coyuntura y de la mayoría. No es suficiente una ética del querer vivir; necesitamos una política del querer vivir. La cuestión fundamental para mí es la siguiente: ¿cómo hacer que la fuerza de dolor se encuentre con la fuerza del anonimato? Esta cuestión es la que intento plantear en el libro Tiempos de espera. Marx, Artaud y la fuerza de dolor y que quisiera terminar este año.


El odio del querer vivir es una expresión que repites a menudo en tus libros. Al principio me costó entenderlo, la verdad. Llegas a decir: “El odio a la vida es la llama que enciende el fuego”. ¿Cómo puedes odiar la vida?


Si tú no odias tu vida, ¿Cómo la cambiarás? Es decir, odiar tu vida significa establecer una demarcación: esto lo quiero vivir, esto no lo quiero vivir. Y yo siempre digo, la Vida en mayúscula te pasa lista cada día. Te miras al espejo y te preguntas: ¿Por cuánto dinero me vendo hoy? Hay un odio que no te lleva al suicidio, a la muerte, y que tampoco es resentimiento. No es odio al otro, es un odio liberador. De hecho Marx ya hablaba del odio de clase. Si no hay un odio de clase, ¿cómo puedes cambiar la sociedad? Hay que odiar esta vida que nos cierra y, es necesario “hacer del querer vivir un desafío”. Al final del mi libro Hijos de la noche, hay esta frase: “Pero me agarro con todas mis fuerzas a esta puta vida tan hermosa”. Pues bien, para poder escribir esto, he tardado cuarenta años y cientos de páginas. Aquí se condensa todo: la vida, el querer vivir, y su relación.


En tu libro Amar y pensar, defiendes que “amar, pensar y luchar son los tres gestos radicales”.


Una vida política es aquella que se basa amar, pensar y luchar. Y con esto basta. Contra las filosofías vitalistas que exaltan la vida… lo que planteo es una lucha a muerte con la Vida en mayúscula. Para provocarla, para arrancarle un poco de vida. Esta exacerbación es lo que te posibilitará amar, pensar, y resistir. Si no estás dispuesto a sacudir tu vida, nunca podrás amar, pensar, ni resistir… En este sentido amar es de valientes porque quiere decir compartir tu querer vivir con un extraño que tiene que permanecer siempre extraño.

Fuente: https://lobosuelto.com/si-no-odias-tu-vida-como-la-cambiaras-entrevista-a-santiago-lopez-petit-sergi-picazo/

 

domingo, 14 de abril de 2024

CÓMO EL NEOLIBERALISMO DESTRUYE LA DEMOCRACIA


 

Christian Laval

08/ABR/2024| VIENTOSUR Nº 192

La constatación es evidente. Las democracias liberales, parlamentarias, adosadas a Estados llamados de derecho, hacen frente, en el exterior, a regímenes que aborrecen esa forma política, mientras que, en su interior, son saboteadas por una amplia fracción de fuerzas de derecha o extrema derecha. Los recientes éxitos electorales de las formaciones más nacionalistas y xenófobas en Italia, Holanda y Alemania dan fe de ello. No se trata aquí de aprobar la actuación de las democracias parlamentarias que están históricamente vinculadas al colonialismo y que han dado un envoltorio liberal a la explotación capitalista de la fuerza de trabajo. Se trata más bien de mostrar cómo el neoliberalismo, como modo general de organización económica y social a todos los niveles de la vida, ha funcionado y sigue funcionando como una formidable máquina de destrucción de la democracia liberal. Esto es lo que ha llevado a algunos autores, como Wendy Brown, a hablar de desdemocratización o, como hemos dicho nosotros, de una “salida de la democracia”, para subrayar mejor el carácter antidemocrático fundamental del neoliberalismo 1/.

La responsabilidad directa de este sabotaje recae en gran medida en la extrema derecha y la derecha radicalizada. Estas fuerzas llevan al espacio público discursos que encuentran su coherencia en un etnonacionalismo teñido a veces de fanatismo religioso y en la elección de un Estado securitario en el que la policía tiene prioridad sobre la justicia. Ésta es la principal tendencia política e ideológica de nuestro tiempo, hasta el punto de que incluso las llamadas derechas moderadas o las formaciones de centro están en gran medida contaminados por ella. La evolución del macronismo en Francia tiene un significado general. Al principio, Macron se presentó como representante de la globalización neoliberal y defensor de la Europa ordoliberal frente el cierre soberanista de Ressemblement National [extrema derecha] y contra el iliberalismo de los países de Europa del Este. Con el tiempo, se ha orbanizado de forma casi caricaturesca, llegando incluso a retomar recientemente temas antiinmigración, masculinistas y pro-natalistas de la extrema derecha. Pero esta responsabilidad directa no puede ocultar la causa más profunda de esta evolución: el neoliberalismo.

Es difícil identificar estos procesos de extrema derechización cuando no se entiende suficientemente bien la naturaleza del neoliberalismo. En primer lugar, es necesario diferenciar entre liberalismo en general y neoliberalismo. Incluso es un profundo error calificar sin más de liberal lo que concierne al neoliberalismo. Cierto, el neoliberalismo es un liberalismo económico, e incluso radical, pero no concibe esta libertad económica como uno de los aspectos de un vasto conjunto de libertades fundamentales, cada una de las cuales tendría su propia lógica y sus instituciones independientes, sino que la considera como el principio general de la vida social e individual. En otras palabras, se supone que el binomio competencia-empresa remodelará toda la sociedad y sus instituciones. Esta supremacía absoluta del mercado contraviene el ideal pluralista de la democracia liberal: se supone que el mercado debe responder en todas las áreas al único propósito de la prosperidad individual y el enriquecimiento de todo el mundo. En otras palabras, el neoliberalismo puede definirse como la extensión indefinida de la racionalidad capitalista a todas las esferas de la existencia, incluso a la subjetividad humana. 

El neoliberalismo es una estrategia de guerra civil

El neoliberalismo se presenta como una estrategia política de transformación de las sociedades en órdenes competitivos, lo que implica el debilitamiento o la eliminación de las fuerzas de oposición, con el objetivo de imponer a las sociedades ciertos estándares operativos generales, de los que el principal es la competencia, que es la única que garantiza la soberanía de la o del consumidor individual 2/. El mercado competitivo es una especie de imperativo categórico que permite legitimar las medidas más extremas; incluiso el uso de la dictadura militar si fuera necesario, como ocurrió durante el golpe de Estado en Chile en 1973 que fue aplaudido por las autoridades intelectuales del neoliberalismo. El neoliberalismo como lógica general del funcionamiento de una sociedad sólo puede imponerse mediante la neutralización de las fuerzas sociales, políticas y culturales que se le oponen. Pero hay dos medios para lograrlo: el aplastamiento violento a través de un fascismo tradicional o renovado, o la erosión de los resortes y las instituciones de la democracia de forma lenta a lo largo de varias décadas. En ambos casos, la lógica normativa del neoliberalismo presupone la creación de condiciones políticas, ideológicas y sociales para su extensión y, en particular, un debilitamiento de todo lo que pueda obstaculizar la racionalidad del capital. 

Si hay una unidad del neoliberalismo no es doctrinal, es esencialmente estratégica, relativa al objetivo final y a los medios para neutralizar a un enemigo capaz de adoptar rostros diferentes según la situación. Es este objetivo único y la diversidad de medios lo que explica la relativa plasticidad política del neoliberalismo. En determinadas ocasiones históricas, el neoliberalismo parece fusionarse con el advenimiento o el restablecimiento de la democracia liberal; en otras circunstancias, cuando el orden del mercado parece amenazado, se combina con formas políticas más autoritarias que llegan incluso a la violación de los derechos más básicos de las personas. Y en muchos otros casos, se trata de una democracia parlamentaria que se va vaciando gradualmente de sustancia en beneficio de un Estado policial que ejerce vigilancia y represión sobre todo lo que pueda amenazar el orden sagrado de la competencia. Así, el neoliberalismo puede aparecer, unas veces, como un vector de la democracia liberal y, otras, como un aliado de las peores dictaduras.

Idealmente, en el orden de mercado estructurado por el principio mismo de competencia generalizada, la dominación se ejerce mediante medios económicos y técnicos supuestamente neutrales que pretenden ser mucho más efectivos que la confrontación violenta. Sin embargo, actualmente, en las democracias liberales más antiguas, podemos observar un aumento de la violencia estatal directa contra los ciudadanos y ciudadanas a quienes se les considera no sólo culpables ante la ley, sino como enemigos de las leyes fundamentales del orden del mercado. Esta enemigación [considerar enemigo al oponente] de los oponentes y los perturbadores es el sello distintivo del momento actual de la historia política. Basta con ver la intensidad de la represión policial y judicial contra quienes perturban el orden social y se atreven a desafiar el poder. Cada vez más, las medidas jurídicas, policiales y tecnológicas específicas de la guerra contra el terrorismo o dirigidas contra las insurgencias armadas se convierten en instrumentos para la gestión ordinaria del orden público. 

Estas nuevas formas autoritarias de dominación neoliberal nos recuerdan que se trata de una verdadera guerra civil, abierta o larvada, declarada o no, contra todas las fuerzas organizadas, las instituciones y las subjetividades que no obedezcan al modelo de la empresa y a la norma de la competencia. 

El papel del Estado en la guerra neoliberal

Todas las y los neoliberales están convencidos de que la intervención estatal es necesaria para lograr y defender ese orden de mercado competitivo. Además, ésta fue la base del acuerdo entre las diferentes corrientes doctrinales que se formuló por primera vez durante el Coloquio Lippmann de 1938 y, por segunda vez, con la fundación de la Sociedad Mont-Pélerin en 1947. Todas las grandes luchas posteriores del neoliberalismo político testimoniarán este acuerdo fundamental en la lucha común contra el Estado de bienestar y contra el comunismo. El Estado neoliberal no es el Estado pasivo, mínimo o débil. Por el contrario, es muy activo a la hora de imponer la lógica de la competencia en las relaciones sociales y el modelo de la empresa en las instituciones, incluidas las públicas. 

El Estado neoliberal trabaja para luchar contra los mecanismos de protección establecidos en una fase anterior del desarrollo del Estado y, de manera más general, contra todo lo que se relaciona con la igualdad civil y social. El Estado neoliberal se vuelve así contra el Estado social mediante una política deliberadamente insecuritaria e inigualitaria a nivel social. Pero no son sólo las conquistas del Estado social las que están en cuestión por las políticas neoliberales, sino que también es el funcionamiento clásico de las democracias liberales el que se ve afectado en su esencia:

1) por la constitucionalización de la lógica del capital que sustrae la orientación de la política económica del ámbito de la deliberación pública, 

2) por la concentración oligárquica del poder, y

3) por el uso de métodos represivos y el chantaje permanente destinados a imponer retrocesos en los derechos sociales de los asalariados y asalariadas y en los derechos políticos de la ciudadanía. 

El neoliberalismo nunca ha sido democrático. Desde el inicio, en el núcleo de su proyecto existe un contenido antidemocrático fundamental que surge de un deseo deliberado de excluir las reglas del mercado de la orientación política de los gobiernos, consagrándolas como reglas inviolables impuestas a cualquier gobierno. Independientemente de la mayoría electoral de la que provenga. La democracia, según neoliberales como Friedrich Hayek, es un peligro si se interpreta como soberanía popular. Porque la soberanía popular conduce a la socialdemocracia, que es el primer paso hacia el socialismo y el totalitarismo. El terreno de lo social, que nos remite al conjunto de los dispositivos de la protección social y a las políticas para redistribuir e igualar los recursos, proviene, según los neoliberales, de una falsa concepción de la democracia y de un abuso de las instituciones que se reclaman de ella. Hay que combatir esa falsa democracia, esa peligrosa democracia, porque está directamente enfocada a eliminar una sociedad basada en la libertad individual 3/.

F. Hayek está convencido de que la democracia como soberanía popular conduce al socialismo, que contiene en sí misma las semillas de la democracia totalitaria debido a la doble creencia en la soberanía popular y en la justicia social, dos mitos que, para él, han desenfrenado el poder público y puesto en grave peligro el orden espontáneo de la sociedad 4/. Según los neoliberales, hay dos concepciones posibles de la democracia, la mala y la buena. La mala es la que ve en el pueblo la fuente de la soberanía, la legitimidad que da al gobierno la capacidad de intervenir ilimitadamente en los asuntos de la colectividad en función de las mayorías electorales. La buena es la que ve en la democracia una forma para seleccionar a los dirigentes sin violencia y de limitar su poder para garantizar las libertades personales. 

Esta oposición entre las dos concepciones de democracia es fundamental para comprender la estrategia neoliberal. Hay que recordar que los primeros neoliberales austriacos y alemanes estuvieron muy influidos por Carl Schmitt y su doctrina del Estado fuerte, el único capaz, a su juicio, de resistir a todas las reivindicaciones populares en favor de la igualdad social. Por encima de la contienda, el Estado fuerte es lo opuesto al Estado total que quiere encargarse de todo. El Estado fuerte, para los neoliberales, es el guardián de un orden de libertad que, como tal, puede utilizar los medios más autoritarios y violentos para defenderlo. 

En este sentido, la actitud de los más grandes neoliberales hacia la dictadura de Pinochet, ya sean F. Hayek o Milton Friedman, atestigua suficientemente las consecuencias políticas de su doctrina. F. Hayek tuvo el mérito de la franqueza cuando declaró al periódico chileno El Mercurio en abril de 1981: “Mi preferencia personal es por una dictadura liberal y no por un gobierno democrático en el que está ausente todo liberalismo”. 

Así, el neoliberalismo no es en absoluto una doctrina de la democracia como poder autónomo del pueblo, es una teoría de los límites institucionales que hay que poner a la lógica de la soberanía popular, en la medida en que esta lógica, cuando no está controlada, está plagada de peligros totalitarios. 

Sin sacar conclusiones directas entre estas primeras tesis neoliberales de los años 1930 y 1940, basadas en el miedo a la democracia, y las formas autoritarias de los gobiernos neoliberales actuales, al mencionarlas se puede entender mejor que, desde el principio, la inspiración neoliberal no es en modo alguno un liberalismo moral y político clásico. Porque para el neoliberalismo la finalidad de un orden social no es la libertad y la dignidad humana, no es la garantía incondicional de los derechos humanos, sino que, de manera más prosaica, reside en la racionalidad capitalista como una lógica normativa general. 

Variantes del neoliberalismo

El neoliberalismo no se ha desarrollado nunca como la aplicación de un plan de conjunto cuya aplicación estuviera perfectamente regulada por un centro de mando único. Si bien existe un neoliberalismo identificable como estrategia global para la transformación de la sociedad, también existen numerosas y a veces importantes variantes en torno a este eje estratégico. El neoliberalismo ha sabido diversificarse según países, clases, sectores de la población y, por supuesto, momentos históricos. Estos modelos se inventaron mediante el método de prueba y error y se han adaptado a las circunstancias. Precisamente, a escala global, el neoliberalismo ha podido imponerse a través de esta diferenciación y de la saturación del espacio social y político que resulta de estas diferentes configuraciones sociopolíticas. Aunque su formulación es cuestionable, Nancy Fraser tuvo el mérito de subrayar que en Estados Unidos, y hasta cierto punto en Europa, había dos posibles figuras de coalición neoliberal: la que ella llama “neoliberalismo progresista” (alianza de la alta tecnología, la finanza y las minorías culturales y sociales representadas por el centrismo del Partido Demócrata) y el “neoliberalismo reaccionario” (alianza de los sectores capitalistas más tradicionales y las capas sociales más sensibles a los valores religiosos, tradicionalistas y nacionalistas) representadas por el Partido Republicano. Las fuerzas llamadas “progresistas”, al igual que las fuerzas llamadas “reaccionarias”, pueden, a su vez, impulsar un poco más la racionalidad capitalista en detrimento de la solidaridad social y los derechos de las asalariadas y asalariados 5/. En cada variante, el objetivo es captar las categorías sociales y culturales que tienen intereses y características propias: jóvenes, mujeres, urbanos, rurales, titulados, no titulados, funcionarios y empleados del sector privado, asalariados y asalariadas de estatuto y asalariados y asalariadas precarios, etc. 

Las oligarquías dominantes se dividen y se oponen entre sí, particularmente en materia de valores familiares y religión, sobre el comportamiento educativo y la moral en general, pero a la vez coinciden en la idea común de una sociedad regida por la competencia y la acumulación de ganancias, es decir, coinciden en una sociedad regida por la racionalidad capitalista. Hoy, en muchos países, una fracción de las oligarquías dominantes busca agitar el nacionalismo, la xenofobia y el masculinismo para aprovechar la ira popular contra los efectos más brutales de esta racionalidad capitalista. El ejemplo británico del Brexit en lo que respecta a Europa es bastante típico en este sentido, al igual que el trumpismo en Estados Unidos. 

La guerra de valores

¿Cómo socava el neoliberalismo los cimientos de los regímenes políticos liberales actuales? Asistimos a una nueva combinación de neoliberalismo y el populismo nacionalista más autoritario, como si en el ámbito de todas las técnicas para imponer la libertad de los mercados, las fuerzas políticas a la vez neoliberales y nacionalistas hubieran logrado la hazaña de darle la vuelta a la cólera de las masas y utilizarla para promover el neoliberalismo radical. 

Esta hibridación cada vez más profunda entre el neoliberalismo y el nacionalismo populista provoca la captación de los afectos mediante la instrumentalización del resentimiento hacia las élites, sobre todo de izquierda, que se supone han traicionado al pueblo nacional. Esto sólo es posible desplazando las cuestiones políticas desde el terreno de la injusticia social al terreno de la identidad nacional, la religión y las jerarquías tradicionales. Esta guerra de valores permite desviar la ira, la frustración y los miedos sociales de la parte de la población más vulnerable hacia chivos expiatorios (inmigrantes, negros, mujeres, homosexuales, sindicalistas, activistas, intelectuales, etc.). Por lo tanto, esta guerra civil neoliberal no es sólo la lucha librada por un aparato estatal contra los derechos sociales y las libertades públicas, sino también una guerra cultural intestina que se libra en detrimento de los intereses de la mayoría. Esta guerra de valores sirve para dividir a las personas y enfrentarlas entre ellas activando líneas de división moral, racial, cultural e ideológica, que a veces son muy antiguas. Es esta división la que asegura hoy la perpetuación de una situación tan desigual y regresiva a nivel democrático. Las fuerzas nacionalistas y reaccionarias no cuestionan en absoluto ni el neoliberalismo como modo de poder ni el capitalismo como sistema productivo. Por el contrario, cuando llegan al poder, reducen los impuestos a los más ricos, reducen las ayudas sociales, aceleran la desregulación, en particular en materia financiera o ecológica, y atacan a los sindicatos y a las organizaciones sociales. Trump fue un modelo de este tipo, Milei en Argentina es hoy su discípulo aún más radical. 

Esta plasticidad del neoliberalismo no es nueva. A menudo nos acordamos de la forma en que las políticas neoliberales se profundizaron después de la crisis financiera global de 2008. Algunos creían entonces en el final del neoliberalismo, según el famoso título de un artículo de Joseph Stiglitz. En realidad, el neoliberalismo sobrevive y se fortalece; no a pesar de las crisis que provoca, sino, por el contrario, apoyándose en ellas, explotando en su beneficio las consecuencias más negativas o desastrosas de sus propias políticas, de modo que se refuerza por las crisis que engendra. 

Esta radicalización del neoliberalismo se debe en gran medida a una lógica de auto-alimentación y de auto-agravación de las crisis, ya que las oligarquías dominantes atribuyen estas últimas a la muy limitada libertad económica. Es este proceso infernal el que actualmente acelera la crisis de las democracias liberales, hasta el punto de que las poblaciones, prisioneras de estos bucles de auto-alimentación y auto-agravación, buscan una salida en un Estado autoritario que finalmente pondrá orden en sociedad y las protegerá de la inseguridad. Para decirlo de manera más simple, el rostro autoritario y violento que adopta el neoliberalismo se debe a la explotación política e ideológica de los efectos de la libertad económica y la desestabilización social que genera. Toda la paradoja de la situación está ahí: la guerra cultural y la propaganda nacionalista se basan en las reacciones de desesperación de sectores de la población particularmente afectados por las políticas neoliberales. 

La Europa neoliberal y el ascenso de la extrema derecha

Las próximas elecciones al Parlamento Europeo, según los sondeos y a la vista del aumento electoral de la extrema derecha en Europa, deberían reforzar el peso de los grupos nacionalistas. En todas partes, las fuerzas de derecha o de centro están, poco o mucho, contaminadas por la xenofobia y el culto al Estado fuerte. El modelo neoliberal europeo está teniendo las mismas consecuencias ideológicas y políticas que en todas partes. La construcción del gran mercado que estableció desde los años 1980 la libre circulación de bienes, servicios y capitales, el establecimiento de la moneda única y luego el Tratado Constitucional de 2005 constituyeron otras tantas etapas hacia la Unión Europea que conocemos. 

Esta construcción, combinada con la globalización económica que ha reforzado el dumping social, fiscal y medioambiental a una escala aún mayor, ha logrado una constitucionalización de la competencia libre y no distorsionada que los gobiernos de derecha e izquierda han promovido unánimemente. Este viejo sueño ordoliberal está pagando hoy un precio político que pocos de los responsables de este logro habían previsto y que ninguno está asumiendo hoy 6/. La armonización social y fiscal a la baja, junto a la libertad de flujos de capital, han acentuado los desequilibrios sociales y regionales internos, mientras que las políticas de austeridad han favorecido una caída de los salarios en la distribución del valor producido. La concentración de los ingresos y las fortunas, la inseguridad económica, la desindustrialización violenta y la desarticulación de las sociedades entre los centros metropolitanos y las periferias suburbanas o rurales, han conducido a esta profunda y duradera crisis de las formas democráticas liberales en Europa. 

La contradicción entre la encantadora retórica sobre la apertura al mundo y la realidad social vivida por las poblaciones conduce a una desconfianza masiva hacia los representantes del pueblo y, más profundamente, contra las democracias representativas, en pleno corazón de Europa, en los antiguos países fundadores del mercado común. Se ha extendido el sentimiento de que no nos representan porque no nos protegen. 

La tragedia de nuestro tiempo es que la reacción de la sociedad ante las agresiones del capitalismo ha adoptado una forma reaccionaria. El fenómeno no es absolutamente nuevo. En las décadas de 1920 y 1930, al menos si nos atenemos a los análisis de Karl Polanyi, experimentaron un contramovimiento que, como reacción al liberalismo económico del siglo XIX, pretendía reinsertar la economía en formas sociales tolerables. En muchos países, fue el Estado, con rasgos totalitarios, el que asumió el liderazgo de este contramovimiento. 

Por lo tanto, la cuestión es cómo evitar que las defensas reactivas de la sociedad vuelvan a adoptar formas políticamente reaccionarias. Defender el Estado de derecho contra las medidas vergonzosas contra las y los inmigrantes y contra todos los dispositivos de un Estado patriarcal y securitario que violan las libertades fundamentales, los derechos sociales y las conquistas feministas es ciertamente necesario, pero no suficiente. El objetivo de romper con el orden existente es indispensable. Pero el peor error sería adherirse a la lógica de repliegue nacionalista y estatista, como proponen muchos en la izquierda. No se gana nada abrazando la retórica nacionalista, como hoy hacen La France Insoumise o el Partido Comunista Francés. La transnacionalización de las luchas ecologistas, feministas y campesinas, por muy embrionaria que sea, indica una posible dirección completamente diferente. La circulación global de las formas de lucha (ocupación de las plazas, asambleísmo, democracia directa) y de los experimentos de autogobierno (desarrollo de los comunes, comunalismo, etc.) sugiere el nacimiento de una cosmopolítica radical capaz de tomar el relevo del altermundialismo. 

Otra cuestión decisiva que el populismo de izquierda no ha resuelto es la de la convergencia de las luchas. La lógica nacionalista y estatista, hoy dominante, apuesta por la concentración sintética de las cóleras y de los intereses en torno a las grandes entidades trascendentes de la Nación y el Estado. Por su parte, el radicalismo de izquierda no puede contentarse con la multiplicidad de causas sin una visión unificada de la sociedad deseable. La dispersión de las luchas y de las protestas que favorece las vallas identitarias plantea un problema estratégico que sólo una transversalización muy profunda de las prácticas y de las causas podría resolver. Desafortunadamente, estamos sólo en el comienzo de esta toma de conciencia.

Christian Laval es profesor emérito de sociología en la Universidad París-Nanterre

Este año saldrá traducido al español: La opción por la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo de las Editoriales Traficantes de Sueños, Lomy y Tinta limón, donde Laval junto a otros autores amplía muchos de los temas apuntados en este artículo.

Traducción: viento sur

 

Fuente: https://vientosur.info/como-el-neoliberalismo-destruye-la-democracia/

 

EZLN: 30 AÑOS EN BREGA POR LA EMANCIPACIÓN

 


TREINTA AÑOS DE HORAS EXTRA

MARTA DURÁN DE HUERTA

09/ABR/2024

Hace treinta años le pregunté al entonces Subcomandante Marcos algo sobre el siguiente paso del movimiento. Me miró muy serio y me dijo: “No sé si mañana existamos. Desde el primero de enero estamos viviendo horas extra”.

Han pasado 30 años de horas extra y las y los zapatistas no dejan de asombrarnos. Son las personas más pobres de México y las más organizadas; las más aisladas geográficamente y las más globales; los de menor talla y los de mayor estatura moral.

Saben bien qué quieren y saben mucho mejor qué no quieren; lo más difícil ha sido el camino para lograrlo. En un principio pensaron que la lucha armada sería la mejor vía, pero la sociedad civil no estuvo de acuerdo, aunque apoyó las justas demandas de los rebeldes. Intentaron por la vía electoral apoyando la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la República, pero, como de costumbre, hubo fraude electoral. 

Echaron mano de consultas, congresos, marchas, comunicados y todo tipo de estrategias pacíficas. Las caravanas de los grupos de solidaridad apoyamos con todo lo que pudimos, pero no bastó.

Las y los rebeldes se encerraron, se aislaron para consolidar sus propias instituciones, su propio sistema de justicia, de educación y de salud, así como sus propios proyectos productivos y cooperativos. Recuperaron tierras que les habían sido arrebatadas en el pasado, como las de Dolores Hidalgo donde celebramos en diciembre pasado el 30 aniversario del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Han pasado tres décadas y las y los zapatistas siguen dando la batalla por un país con paz, justicia y libertad; desarrollando estructuras políticas horizontales y transparentes donde las decisiones se toman en colectivo, donde el consenso es central.

La simulación

Al tiempo que el gobierno simulaba interés en un diálogo con los rebeldes, en realidad formaba grupos paramilitares y dejaba que los problemas crecieran, que los conflictos se acentuaran y que el panorama político se pudriera.

Desde 1994, los asesinatos selectivos de líderes indígenas y campesinos no solo no cesaron, sino que aumentaron. La masacre de Acteal (22 de diciembre 1997) fue una cruel e infame demostración de fuerza de los poderes fácticos en Chiapas. La intención de matar inocentes que ayunaban y rezaban por la paz, fue la de paralizar a la gente por medio del horror. Las atrocidades cometidas por los paramilitares con la complicidad de las policías y en las narices del Ejército, se volverían en México, el pan de cada día.

La palabra como puente

Junto a las organizaciones indígenas, las y los zapatistas accedieron a buscar una solución al conflicto por la vía del diálogo. Tras meses de intenso trabajo, los Acuerdos de San Andrés fueron guardados en el archivo muerto del gobierno, cajón del olvido. En el año 2001, cuando fueron llevados al Congreso, las y los diputados desconocieron y/o borraron los puntos más importantes de los Acuerdos de San Andrés, los más esenciales para las comunidades indígenas como la autonomía y el respeto a la cultura, usos y costumbres indígenas. Las campañas contra las comunidades indígenas fueron infames. Se decía que querían separarse de México, que eran títeres de intereses oscuros y que si les daban la autonomía volverían a los sacrificios humanos. Aquel desfile de pendejadas difundidas por la prensa de alquiler hizo mella en personas que no tenían otra fuente de información o que por fin veían justificado su ancestral racismo.

La nueva violencia

Para que los militares tuvieran buena imagen, se crearon grupos paramilitares que hicieron el trabajo sucio de los guachos, es decir, de las fuerzas armadas. Los soldados, los paramilitares y los priístas armados, es decir, los miembros del Partido de la Revolución Institucional, se encargaron de poner en marcha una guerra de baja intensidad contra los y las zapatistas o sus simpatizantes. 

Desde los primeros años del levantamiento zapatista, la violencia no ha cesado, se ha transformado y se ha intensificado. En todos estos años, el Estado no ha hecho nada para combatirla. Desde enero de 1994, Chiapas está militarizado, pero no para proteger a la población. Su misión era de contrainsurgencia y el supuesto control de los flujos migratorios que entran por la frontera sur.

Estados Unidos presiona a México para que éste último impida que las caravanas de personas refugiadas y migrantes lleguen a Estados Unidos. En 2018, la recién formada Guardia Nacional fue enviada a la frontera sur para cerrar la puerta; sin embargo, la presencia de los militares, de la Guardia Nacional y los agentes de migración solo ha servido para administrar el gran negocio del tráfico de personas, el cual está en manos del crimen organizado. El cártel de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación están en guerra por el control del territorio, con todo y reclutamiento forzado de carne de cañón.

El crimen organizado ya tiene el control de toda la economía chiapaneca. Las comunidades zapatistas son de los pocos que han denunciado y han enfrentado a estos grupos; la pregunta es por cuánto tiempo más podrán resistir esa enorme presión. La Selva Lacandona se volvió un sitio ideal para descargar armas y cocaína en pistas clandestinas. La ruta de los traficantes de armas, drogas y personas pasa por comunidades zapatistas. Por todo el estado aparecieron fosas clandestinas, cadáveres con signo de violencia como mensajes macabros, y todos esos horrores que son comunes en el norte de México y nuevos en la muy codiciada frontera sur. El peligro es tal, que algunas zonas arqueológicas como Yaxilán, o la zona eco turística Las Nubes, están cerradas al público desde hace meses. La gran pregunta es por qué las fuerzas armadas y el gobierno no han actuado con contundencia.

Las y los zapatistas, al igual que el resto de chiapanecos están a merced de los cárteles armados hasta los dientes, locos y sádicos. Estas tropas salidas de infierno hacen lo que se les da la gana ante la complacencia o impotencia del gobierno local o federal.

La resistencia, el único camino

Las y los zapatistas buscan constantemente nuevas maneras de organizarse, de hacer las cosas. Si algo no funciona, se intenta otra cosa. Si el camino no lleva lejos, se toma otro. Mucho se decide sobre la marcha, pero la brújula interna de este movimiento social tiene un norte muy claro.

Para las comunidades, los problemas se multiplican año con año. Hay fracturas internas, problemas de tierras entre quienes fueron zapatistas y decidieron ya no serlo. Hubo quien decidió recibir el dinero del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, lo que significó la expulsión inmediata; otros decidieron migrar. Pero la peor pesadilla llegó hace dos años: el crimen organizado. Actualmente el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación están en guerra a muerte por el control de la frontera sur, las rutas de la droga, de las armas, del contrabando y sobre todo, de las personas migrantes; ellas son una mina de oro cuyo tráfico, transporte y esclavitud deja más dinero que los estupefacientes. Toda persona migrante, sin importar su procedencia, es extorsionada, abusada, secuestrada o robada. El tráfico de personas está en manos del crimen organizado y es un negocio multimillonario en el que participan políticos de todos colores, tamaños y sabores, todas las policías, la Guardia Nacional y el Ejército.

Las organizaciones criminales necesitan carne de cañón y la leva, el reclutamiento forzado de jóvenes que hicieron en el norte de México, ya se practica en Chiapas. La juventud ha tenido que huir y tras ella, el resto de la familia. Los narcos llegan a tu casa y te sacan a rastras sin que se vuelva a saber de ti. Ir a la escuela es un peligro; salir a la calle, ni pensarlo. En Chiapas hay un impresionante desplazamiento forzado e interno de poblaciones enteras ante la indiferencia, complacencia o impotencia de las autoridades. La ruta de los traficantes de migrantes, de la droga y de todo lo prohibido ya pasa por territorio zapatista. Los caminos cercanos ya están controlados por los delincuentes. En algunas regiones, los narcos obligan a la población a que los vitoreen cuando los sicarios desfilan por sus pueblos.

La semilla

A pesar de los pesares, y teniendo todo en contra, la semilla zapatista está ahí. Las comunidades no son las mismas que antes del levantamiento. Tienen una conciencia clara de su papel en la historia, tienen una dignidad rebelde, un convencimiento absoluto de que su revolución es el camino a seguir. Los cambios en las comunidades zapatistas son impresionantes, como en el nuevo rol de las mujeres; ellas y los niños han sido los más beneficiados con los frutos del zapatismo. Hay pobreza y muchas carencias, eso es innegable, pero la conciencia, el sentido que le dan a sus vidas, sus sueños e ilusiones por un mundo mejor, no lo tienen otros pobres, que simplemente ven pasar la vida día a día.

Las y los zapatistas tienen metas, sueños, objetivos claros como su lucha contra el neoliberalismo, ese capitalismo salvaje que devora personas y recursos naturales. También, desde sus trincheras combaten la corrupción, ese cáncer que pudre todo lo que toca. En las comunidades no hay alcoholismo, corrupción, drogadicción o feminicidios como en el resto del país. Tienen un tejido social sano, limpio, intacto, en contraste con el resto del país, pero están más solos que nunca.

Las y los zapatistas saben que las soluciones efectivas son colectivas, comunitarias, no individuales. La derrama de ayudas sociales del gobierno actual está destinada a personas en concreto. El programa Sembrando Vida, que otorga 5000 pesos mensuales a los campesinos y campesinas, produjo fracturas dentro del movimiento zapatista y deserciones. Esa ayuda no combate la pobreza, ni ataca el problema de raíz ni mucho menos de manera estructural. Es un paliativo.

Las y los zapatistas no matan, no secuestran, no ponen bombas, sino que organizan fiestas, partidos de futbol, marchas y encuentros internacionales con marimba y tamales. Tienen una motivación y un reconocimiento internacional que les ayuda a seguir adelante. La vida cotidiana es muy dura, así como su resistencia. Sinceramente no sé qué van a hacer ante el crimen organizado. Es una cuestión de vida o muerte, no solo para ellos y ellas, sino para toda la población.

Marta Durán de Huerta es decana periodista y una de las primeras
personas en entrevistar al subcomandante Marcos en 1994

 

Fuente: https://vientosur.info/treinta-anos-de-horas-extra/

 

 

EZLN: 30 AÑOS EN BREGA POR LA EMANCIPACIÓN

ARTURO ANGUIANO

08/ABR/2024

La insólita insurrección indígena en México, dirigida por desconocidos que se hicieron llamar Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en el amanecer de 1994, adelantó de manera inesperada el cambio de siglo (o milenio), anunciando nuevos aires, ideas y luchas que de golpe recrearon a una izquierda que se había eclipsado con la caída del muro de Berlín en 1989, así como por el derrumbe del llamado socialismo real personalizado en la Unión Soviética y el sistema de democracias populares que se armó después de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que en realidad era el fin de la usurpación del socialismo y el marxismo que siguió a la desnaturalización por el estalinismo de la Rusia soviética emergida de la Revolución de 1917, devino en la deriva de los numerosos núcleos y corrientes de las izquierdas que –entonces en crisis de identidad– se acomodaron en su mayoría a los nuevos tiempos, aceptando al capitalismo neoliberal como una fatalidad. Ya sin las trabas del bloque burocrático pretendidamente socialista que, en descomposición, arrancará la carrera hacia el capitalismo salvaje, las grandes empresas mundiales se expandieron por el Planeta todo, alcanzando al fin una efectiva mundialización del mercado y la producción que pareció irrefrenable. Por todas partes, la socialdemocracia (que todavía se consideraba izquierda reformadora) refrendó su papel de mejor administrador de las economías capitalistas de sus países y cayó en una generalizada crisis de representación de los llamados regímenes democráticos. En América Latina, los desarrollistas se miraron en el espejo de Pinochet y devinieron neoliberales. Las izquierdas de signos radicales prevalecieron, muchas veces se transfiguraron, pero sin duda se debilitaron significativamente, sobre todo, las organizaciones de mayor tradición y más persistentes. Y tardarán en encontrar las vías para rehacerse en el espacio que perdían. 

En México, la izquierda inició su crisis en 1988, antes incluso de la caída del muro de Berlín, con el resurgimiento del cardenismo (ahora bajo la tutela de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del expresidente Lázaro Cárdenas). El movimiento estudiantil-popular de 1968 había anunciado el agotamiento del régimen despótico construido como salida contrarrevolucionaria de la mistificada Revolución de 1910-1920. Siguieron más de dos decenios de crisis económica y viraje neoliberal, donde brotaron procesos de recomposición, reagrupamiento y reorganización de los movimientos sociales y de las distintas izquierdas, en medio de la inestabilidad político-social devenida crisis estatal y luego descomposición de la hasta entonces todavía llamada Revolución hecha gobierno, lanzada a un ocaso interminable. Se abrió un auténtico proceso de transición política de carácter histórico, un verdadero cambio de época que, contradictoriamente, solo desembocó en la disolución de la mayoría de las corrientes de izquierda mexicana en el proyecto nacional-popular en que cristalizaron la candidatura presidencial cardenista y el movimiento contra el fraude electoral que impuso a Carlos Salinas de Gortari. El Sol amarillo de Cuauhtémoc se sobrepuso, como en un eclipse, a las variadas tonalidades de rojo de la izquierda socialista, para luego simplemente subsumirse ésta en el nacionalismo revolucionario recompuesto que al inicio se concentra en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). La abjuración de los programas y teorías de un marxismo diverso por parte de los nuevos perredistas desemboca en la generalización del pragmatismo que va diluyendo por completo las antiguas identidades de izquierda, con el extravío de las perspectivas teóricas articuladas por proyectos de emancipación de los de abajo. 

En efecto, en los ciclos de lucha social y política, fue todo un cambio de quienes habían surgido y se habían formado bajo los aires tempestuosos del 68 desde una visión crítica al poder despótico y bajo la exigencia de libertades democráticas entonces inexistentes. A pesar de que la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y su ruptura con el PRI-gobierno en 1987 fueron un avance sin igual en la inconformidad y disposición de movilización de capas muy amplias y diversas de la sociedad mexicana, de manera paradójica representó una contrarrevolución cultural contra la estela crítica y rebelde del 68. Abandono de posiciones teóricas, pérdida de sensibilidades críticas, recuperación de mitos ideológicos e históricos de lo que José Revueltas denominó la historia alienada, por antiguos marxistas reconvertidos al cardenismo de ocasión; generalización arrasadora del clientelismo, la realpolitik y la deriva hacia los intereses privados y la voracidad mercantil que impregna todo. En suma, la fascinación de sentirse, ahora sí, en la palestra, en el ahora de la lucha del poder y por el dinero, candidatos a administradores de un orden social en extremo desigual y opresivo, inhumano, sin opciones de fondo. La fatalidad capitalista y el neoliberalismo ineludible asumidos como único horizonte. Eso que en el PRD en auge denominaron la izquierda moderna, la izquierda fuera de las geometrías políticas pretendidamente desfasadas y que luego, simplemente, se mimetiza con los otros partidos, hasta hacerlos a todos semejantes, asimilados a la cultura política autoritaria y corrupta del régimen priista.

En México, todo se volvió una simple mascarada, si bien lastrada por asesinatos, desapariciones forzadas, represiones y descomposiciones de toda suerte. La pretendida transición democrática –como se insistió en llamar la recomposición política en ciernes– solo sirvió a las y los intelectuales y académicos, que de nuevo volvieron a encontrar la posibilidad de desarrollarse y prosperar bajo la sombra generosa del Estado. Recomposiciones políticas sin cambios de fondo, privilegios monopólicos a partidos controlados verticalmente (verdaderas franquicias mercantiles), que generaron una nueva clase política ampliada y un régimen político con instituciones estatales que siguieron siendo frágiles por la concentración del poder presidencial que comenzaba a desdibujarse, sin lograr instaurar un auténtico Estado de derecho en el país (México formado en la semilegalidad o la legalidad a modo), pero que dieron forma a una suerte de democracia oligárquica, en extremo rentable para sus socios exclusivos (con el financiamiento público a manos llenas) y muy onerosa para una sociedad de por sí en condiciones de supervivencia.

Los vientos del sur presagian la tormenta

La revuelta armada de los pueblos indios acontece en el momento en que se consagraba al presidente Carlos Salinas de Gortari como el modernizador que logra enganchar a México con el primer mundo mediante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado con Estados Unidos y Canadá, que ese primero de enero entraba en funciones. Había asimilado o anulado a las oposiciones, consolidado la reestructuración neoliberal de la economía y desprovisto al Estado de sus capacidades productivas y de regulación, con el desmontaje del Estado interventor devenido asistencialista gracias al remate de los bienes públicos, y dejaba lista una sucesión presidencial que le garantizaba nuevos horizontes personales. Pero todo se vino abajo por el influjo de los vientos huracanados que del suroriental estado de Chiapas se expandieron por todo México y alcanzaron el mundo.

Todo se trastocó de la noche a la mañana, la guerra impuso su furia manifestada en la intervención masiva del Ejército y bombardeos aéreos contra las comunidades indígenas de Chiapas, a quienes el gobierno vio como responsables, y no solo contra los miles de milicianos y milicianas zapatistas que evidentemente progresaron en silencio bajo la complicidad colectiva de aquellas. Pero como durante los sismos de 1985 y las elecciones de 1988, la irrupción de una sociedad muy diversificada que todavía no lograba ser realmente ciudadana, impuso al gobierno el cese el fuego y en adelante abrigó y acompañó a las y los rebeldes –si bien en forma intermitente– en el trance y la trama inacabables que desde entonces se desencadenan. En forma intensa en los primeros años y luego de manera recurrente, al ritmo de silencios ensordecedores e iniciativas siempre ingeniosas de las y los nuevos zapatistas, México vive a la hora del EZLN y de los pueblos originarios que poco a poco irán imponiendo sus dolores y necesidades (“¿De qué nos van a perdonar?”), pero igualmente su creatividad y su pensamiento, sus modos. A pesar de los esfuerzos gubernamentales por restringir regionalmente el conflicto, las y los zapatistas lograron de inmediato proyectar e imponer su dimensión nacional e incluso sus alcances internacionales. Los modos zapatistas interpelan a todas y todos, desde muy temprano las negociaciones de paz con el gobierno se transforman en diálogos con cada vez mayores sectores de una sociedad civil que van cobrando forma y vida. Sus iniciativas interrogan y movilizan, ponen a actuar incluso a sus adversarios, todavía no repudiados, que en el orden estatal ensayan reformas y actitudes que pretenden apaciguar al país conmovido, como la reforma política emergente de Salinas y su acuerdo con los candidatos presidenciales en campaña; luego, la actitud errática y la reforma electoral definitiva de Ernesto Zedillo Ponce de León en 1996 y, más tarde, el fiasco de la apertura de Vicente Fox Quesada y su supuesta disposición a solucionar el conflicto en Chiapas, retomando los Acuerdos de San Andrés Larráinzar. Los Acuerdos de San Andrés, firmados el 16 de febrero de 1996 entre el gobierno y el EZLN, fueron enseguida repudiados por un presidente sin autoridad, siempre a la deriva. Y no faltaron quienes, arriba, consideraron la violencia que significó la insurrección zapatista como propiciadora de los ajustes de cuentas (asesinatos de Luis Donaldo Colosio Murrieta y Francisco Ruiz Massieu, candidato presidencial y secretario general del PRI) en un poder desquiciado y a la defensiva.

Aparición del arcoíris

Pero lo que a mí me interesa destacar ahora es la manera como las iniciativas recurrentes del EZLN estimulan la sensibilidad crítica y ciertas formas de organización, acción común e intercambio entre núcleos cada vez más amplios (si bien inestables muchos de ellos) de la sociedad: desde los cordones de vigilancia durante las pláticas de la Catedral de San Cristóbal de Las Casas y las negociaciones de San Andrés, hasta las caravanas nacionales y extranjeras a las tierras rebeldes, la irrupción masiva en la Selva Lacandona por la Convención Nacional Democrática en Guadalupe Tepeyac, todas las reuniones en los distintos Aguascalientes y luego Caracoles y las consultas nacionales que movilizan a toda suerte de organismos ciudadanos y sociales, así como la construcción y apoyo de los municipios autónomos y las Juntas de Buen Gobierno. Todavía más: la Marcha del Color de la Tierra que, luego de hacer un recorrido en forma de caracol por doce estados de la República, arribó a la Ciudad de México para convencer al Congreso de la Unión de la necesidad constitucional de aprobar la Ley sobre derechos y cultura indígenas elaborada por la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), e igualmente la otra campaña, que durante 2006 y 2007 encaminó por todo el país al Subcomandante Insurgente Marcos y a numerosos comandantes y comandantas, poniendo en movimiento a pueblos indios de todo México y a numerosos miembros de organizaciones, colectivos, pueblos, ciudades que fueron articulando un proyecto político anticapitalista claramente alternativo. En fin, la iniciativa de la candidatura presidencial de María de Jesús Patricio, Marichuy, como vocera de los pueblos originarios, para que interviniera en las elecciones nacionales de 2018, alentó participaciones por todo México que, sin embargo, no pudieron cristalizar por las trabas legales que resguardan el monopolio de los partidos en los cargos de representación constitucional. 

Muchas de las iniciativas zapatistas no cristalizan, sobre todo los primeros años, pues implicaban formas organizativas y de acción en las cuales el EZLN no podía involucrarse directamente debido al cerco en los territorios rebeldes, pero, sobre todo, por su carácter de organización político militar sui géneris que hacía recaer las responsabilidades en otros y otras, que generalmente provenían de antiguas organizaciones o corrientes de izquierda con los lastres sectarios y dogmáticos que todavía persistían en muchos casos y circunstancias. La Marcha del Color de la Tierra y la otra campaña fueron distintas, pues ahí las y los zapatistas actuaron como responsables directos y articularon las distintas formas de organización y actividades requeridas. Al final, la otra campaña quedó un tanto en el aire por las amenazas que obligaron a la comandancia zapatista a suspender los recorridos y reconcentrarse en su territorio. La Sexta no reapareció hasta después del 13 Batkun maya (21 de diciembre de 2012) anunciado con la irrupción de más de 40000 zapatistas que en silencio, en perfecta disciplina y con el puño en alto, se movilizaron en cinco ciudades de Chiapas, causando el asombro y la admiración generalizada en un país en el que se especulaba sobre su ausencia y debilitamiento.

Según los propios zapatistas, la iniciativa de construir en 1996 el Congreso Nacional Indígena (CNI) ha sido su más valiosa y duradera contribución, pues se convirtió en el eje articulador de un movimiento indígena, entonces inexistente, que no ha dejado de reforzarse involucrando a la mayoría de los pueblos originarios del país y que en 2017 pudo dar vida al Consejo Indígena de Gobierno (CIG), como parte de la iniciativa dirigida a las elecciones presidenciales de 2018.

Muchas de las iniciativas y acciones políticas del EZLN fortalecieron su encuentro y la interacción con la sociedad mexicana e innumerables núcleos militantes o activistas en numerosos países, especialmente de América y Europa, aunque no solo. Las luchas altermundistas y las oleadas de personas indignadas que fueron emergiendo por todos lados, en el Norte como en el Sur, comenzaron, curiosamente, en la Selva Lacandona. El comportamiento político y la palabra de las y los zapatistas, en particular del Subcomandante Insurgente Marcos (quien muere y renace como Galeano en mayo de 2014), fueron modificando los trazos del perfil de una organización completamente singular que, de inicio, se mostró como un ejército rebelde, enraizado en comunidades y pueblos originarios que no dejaron de transformarlo durante sus diez años de construcción, y que ahora estaba abierto a una sociedad (a las “sociedades civiles”, como gusta decir) que tampoco deja de influirlo. Un ejército rebelde que trata de cambiar su circunstancia, asegurar la paz con justicia y dignidad, para poder entregarse a un proyecto político-social que le permita contribuir a cambiar el mundo, defender la vida amenazada por un capitalismo que en su ceguera y voracidad tiende a devastar el planeta todo. Desde su entrada en escena, el EZLN desconcierta al desechar los esquemas vanguardistas y de lucha por el poder. Mandar obedeciendo, Para todos todo, nada para nosotros e incluso Detrás de nosotros, estamos ustedes, se convierten en símbolos de una concepción innovadora que aterriza y se condensa en la Otra política, la cual se irá perfilando a través de los diálogos, consultas, festivales, foros, semilleros (seminarios, reuniones), encuentros artísticos, experiencias colectivas de organización autogestionarias y de gobierno autónomo que se construyen e irán madurando entre las comunidades. Aunque, de entrada, todavía habla de cambio revolucionario, estructura su lucha en torno al eje libertad, democracia y justicia, planteando la necesidad de una verdadera transición democrática; sus iniciativas llevan precisamente a convocar y activar, a organizar a núcleos (o redes) cada vez más extensos de la sociedad para que participen con las más variadas formas de organización y de lucha en un proceso que hoy diríamos debe ser plural, extremadamente diversificado, para asegurar la transformación del país. Sin que el EZLN ni nadie se plantee como vanguardia, sino como experiencias de lucha muy propias que convergen en objetivos dentro de un complejo proceso emancipador. La lucha por los derechos de los pueblos originarios y por el reconocimiento de su cultura, de su autonomía y autogobierno forma parte de ese proceso de transición a la democracia urgente en el país. De ahí que las iniciativas y prácticas de las y los zapatistas se concentran, se sintetizan, en la Marcha del Color de la Tierra y la brega por la reforma constitucional que incluya la propuesta de la Cocopa. De ahí también que en todo ese período se dirijan al conjunto de la sociedad e igualmente a los partidos políticos, negociando obviamente con el Estado.

Repliegue creador, silencio fragoroso

Después de la traición de todos los partidos y de los tres poderes estatales en 2001, con la contrarreforma indígena aprobada en el Congreso de la Unión en contradicción con los millones de personas que validaron los Acuerdos de San Andrés en las consultas y durante el recorrido zapatista de la también Marcha de la Dignidad Indígena hacia la Ciudad de México de febrero-marzo de ese año, se produce un repliegue creador de los zapatistas, quienes pondrán en práctica los derechos negados, construyendo en su territorio los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno. El asedio del Estado y los partidos estatales, incluyendo al PRD y luego a Morena, no dejará de persistir y renovarse como una guerra de baja intensidad, cualesquiera sea el gobierno o los personajes que se sucedan en los gobiernos, nacional, como estatal. Frente a una clase política que en conjunto entra en descomposición, el EZLN pasa a la ofensiva con el lanzamiento de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona (junio 2005), donde plantea “construir desde abajo y abajo una alternativa a la destrucción neoliberal, una alternativa de izquierda para México”, la que igualmente se va a impulsar por todo el Planeta. La Sexta Declaración representa un cambio cualitativo donde el EZLN hace el balance de su trayectoria de lucha, reactualiza su modo de mirar al mundo y al país, convoca a la sociedad de abajo (trabajadores y trabajadoras del campo y la ciudad, las personas oprimidas, las otras que son diferentes) a intervenir directamente en los asuntos que competen a todos, todas, para luchar contra el orden capitalista conservador y dar curso a otra forma de hacer y vivir la política. La lucha indígena, así, solamente podía avanzar, dar un nuevo paso, uniendo sus esfuerzos con la sociedad de abajo. Enseguida se convoca a todas las organizaciones políticas de izquierda no oficiales (no legalizadas) y a toda suerte de organizaciones sociales, colectivos de jóvenes y mujeres, al sinnúmero de diferentes, las y los oprimidos, organizados o no, para preparar la otra campaña, con la cual arrancan el proceso en busca de construir una alternativa anticapitalista y claramente de izquierda. 

Ese proyecto se va decantando de diversas formas, superando o dando por canceladas iniciativas político-organizativas que fueron planteándose e incluso avanzando con diversos o nulos resultados, tales como Convención Nacional Democrática, Comités Civiles del Diálogo, Movimiento para la Liberación Nacional propuesto a Cuauhtémoc Cárdenas a fin de articular la corriente cardenista radical y el zapatismo, Frente Zapatista de Liberación Nacional, el auto-organizado Movimiento Insumiso Zapatista, en fin, distintos ensayos dirigidos a agrupar y organizar políticamente a las nadies de abajo despreciadas y oprimidas por la oligarquía estatal y la financiera. 

El EZLN se densifica de esta forma, planteándose abiertamente como un proyecto de izquierda radical, de abajo, haciendo el balance de un proceso que desde su irrupción en la madrugada del Año Nuevo de 1994 estremeció al país todo, pero primero que nada recuperó el proyecto de izquierda entendido en tanto asedio de la utopía y persecución de la emancipación, el cual se había extraviado desde el surgimiento del PRD. 

La pesadilla persistente y el rescate de la izquierda
La llamada insurrección ciudadana que se gestó durante la campaña electoral de 1988 y de la que emergió el partido de Cárdenas –que por un tiempo fue la oposición más intransigente al régimen autoritario–, luego la efectiva rebelión indígena de 1994, así como las masivas irrupciones en las urnas de millones de mexicanos y mexicanas contra el abuso de poder, la corrupción y la democracia a medias en la vuelta del siglo y en el 2018 (luego del regreso del PRI), fueron sin duda momentos relevantes y significativos. Evidenciaron la recurrencia del hartazgo de muchas capas sociales sobre un orden social y político que no logra transformarse y que a pesar de los repetidos anuncios de transformación del régimen (gobierno del cambio, régimen posliberal, 4T), las cosas y los procesos persisten casi en los mismos términos y el país pasa de la crisis económica al estancamiento, del autoritarismo y el monopolio del poder del PRI-gobierno al poder iluminado del presidencialismo revivido encarnado por un inusitado caudillo, bajo la figura del predicador como en tiempos de Luis Echeverría, pero con atuendo de pastor religioso. Se mantiene en la zozobra el México oprimido y en desigualdad extrema (los más bajos salarios y la mayor concentración de riqueza de todo el Continente, que apenas comienzan a paliarse), con la precarización generalizada del trabajo y el masivo desempleo revestido como economía informal (60 por ciento de la PEA), con despojos múltiples (territorios, bienes nacionales y culturales, etc.) que no cesan de prosperar bajo el patrocinio o la tolerancia de gobiernos que siguen siendo los mismos, aunque cambien colores partidarios y personajes. Peor todavía, un país militarizado como nunca por las ocurrencias anticonstitucionales del presidente, Andrés López Obrador, que desnaturalizan a las fuerzas armadas con tareas que les son ajenas y las distraen de sus funciones y donde el Estado laico se diluye en rezos religiosos pronunciados en Palacio Nacional.

En realidad, el regreso del PRI en 2012 demostró su subsistencia no obstante el repudio generalizado que lo echó fuera del gobierno luego de más de 70 años de dominio absoluto, pues la cultura política nacional (antidemocrática, clientelar, patrimonialista) arraigada durante su largo dominio se reprodujo por (y determinó a) todos los actores políticos institucionales. Reveló la descomposición generalizada con la trama perversa de un Pacto por México que arrancó con el aval de los principales partidos a fin de imponer en forma drástica las reformas estructurales, requeridas por la estrategia neoliberal siempre prevaleciente. Ese pacto de complicidad e impunidad contra la mayoría de la sociedad mexicana anunció el fin de las oposiciones institucionales y transfiguró, en especial al PAN y al PRD (que en diversos momentos habían sido importantes oposiciones efectivas al priismo), en una suerte de partidos paleros, falsa oposición pragmática, que a partir de entonces se precipitan en la declinación y quiebra. En especial, el PRD, estremecido por disputas de camarillas irreconciliables por avidez de los intereses particulares y lealtades a modo, acelera su proceso de degradación y prácticamente se despuebla por el surgimiento de Morena, que venía siendo organizado por su líder único, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en particular desde su segundo fracaso como candidato presidencial en 2012.

Durante su gobierno, iniciado formalmente en diciembre de 2018, López Obrador se sostiene, por un lado, en acuerdos inconsistentes con quienes había atacado como mafia del poder (los principales empresarios del país, que devienen su consejo asesor), a quienes beneficia preferentemente (salvo excepciones convenientes) y, en general, con los grandes capitalistas mundializados; y, por otro lado, en políticas clientelares de carácter asistencialista, que tratan de desmantelar todo lo socialmente organizado (autónomo o no) a fin de imponer el control absoluto, la supeditación directa, individualizada, de los de abajo al poder presidencial. La austeridad republicana, un tanto demagógica, debilita en forma absurda la capacidad de acción del Estado que, por lo demás, renuncia a una fiscalidad equitativa, por lo que la proclamada centralidad del Estado queda en el aire. El Estado enflaquece todavía más, hasta volverse incompetente e inoperante, por lo que López Obrador reniega del antiguo estatismo nacionalista y potencia la estrategia neoliberal, que no logra enmascarar con su publicidad abusiva cargada de mentiras. Tampoco sigue en la óptica del nacionalismo, por más que se aferre a dos empresas estatales (Pemex y la Comisión Federal de Electricidad) como opción de desarrollo. Más bien se desliza por la senda neocolonial, como lo muestran su extractivismo, su visión de un México maquilador, todos sus megaproyectos prioritarios destinados a beneficiar al capital mundializado en detrimento de pueblos y comunidades y, en particular, por su aval indiscriminado al Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) que asimila por completo la economía del país y su entrega escandalosa a los dictados de Estados Unidos, del imperialismo norteamericano redivivo, con Donald Trump o John Biden. La capitulación del presidente frente al Ejército, el militarismo y la militarización que no han dejado de prosperar, sin que realmente se revierta o alivie la grave situación de violencia que caracteriza a México (desprotegido como nunca), solo ha sido el colofón de una deriva autoritaria que deja en la indefensión al conjunto de la población, que queda a la intemperie.

El EZLN recupera el proyecto emancipador

Se puede hablar entonces de la izquierda que fue (la socialista de los años que siguieron al M68), la que ya no es (la que se orientó hacia las elecciones en búsqueda de espacios de poder sin alternativas y se recicla (básicamente PRD, PT e incluso Morena inicial), esto es, una izquierda desnaturalizada como opción. Pero también persiste otra izquierda –que no oculta su perfil rebelde ni reniega de sus tradiciones– que es precisamente la que ha sido alentada por el EZLN y que trata de articularse. A contracorriente y en condiciones del todo adversas, ensaya de mil maneras reafirmarse y potenciarse como una nueva izquierda sostenida en solidaridades y fraternidades que trascienden lo sectorial, lo local, lo genérico y hasta lo nacional (islas que se convierten en archipiélagos, bolsas de resistencia que tejen redes abarcadoras) para devenir mundiales. Es, ya, una izquierda de abajo (múltiple, diversa) que continúa bregando por resistir, no solamente al neoliberalismo (que no es sino una estrategia capitalista extrema), combatiendo la explotación, el despojo, la destrucción del medio ambiente, las discriminaciones, la criminalidad, toda suerte de opresión y muros varios levantados contra los desvalidos; procura, igualmente, construir en los hechos alternativas de fondo al capitalismo y al régimen autoritario de carácter oligárquico que prevalecen.

Como señalamos, en México esa nueva izquierda comienza a recomponerse y reorganizarse bajo el influjo de la rebelión zapatista impulsada por el EZLN en Chiapas. Proceso contradictorio, desigual y discontinuo que queda sujeto a las iniciativas casi siempre inesperadas e imaginativas que brotan de la Selva Lacandona, que encuentran eco no sólo en antiguos colectivos militantes, sino también en amplias capas sociales agraviadas (jóvenes y viejos, hombres y mujeres, trabajadores, toda suerte de personas discriminadas y excluidas), cuyas inconformidades la mayoría de las veces se disuelven o pierden en el aislamiento y la soledad. Muchas proposiciones zapatistas tratan –y logran en ocasiones– hacer visibles las resistencias, los enojos, las voluntades de lucha, la hartazón por el estado de cosas en ausencia de diálogo, de comunicación, pero igualmente van comunicando, compartiendo, articulando, tejiendo redes solidarias a través de encuentros, manifestaciones, caravanas, consultas y campañas que van formulando y forjando en los hechos otra forma de concebir la política, la participación, la democracia y en general la vida misma. 

Lo más significativo es que los y las zapatistas tratan de redefinir en los hechos el concepto mismo de izquierda, intentan darle densidad teórica, con una teoría crítica que se desprende de la práctica, de la experiencia social y socializada, de una práctica que es de por sí teórica. Por eso, promueven desde la Selva Lacandona la recuperación y progreso del pensamiento crítico, central para la organización de las instancias, redes y mecanismos colectivos de resistencia, pero igualmente para conducir y orientar, para hacer posible la movilización pensada, la resistencia organizada. Esto es, la búsqueda de nuevas condiciones de existencia, donde poner en práctica, al fin, relaciones sociales regidas por la igualdad, formas de organización política y autogobierno no jerárquicas ni opresivas, sino igualitarias, vigiladas, participativas y realmente democráticas, con rendición de cuentas y auténtica revocabilidad efectiva, en el momento y bajo los modos que decida la propia colectividad.

Por ello, la izquierda de abajo, la izquierda muy otra, para utilizar expresiones consagradas por el zapatismo, busca luchar por la vida contra la muerte que representa el capitalismo. No puede ser sino anticapitalista, su accionar comienza agrietando el muro erigido por los poderosos, pero requiere centrarse en el propósito de destruir realmente el capitalismo y las condiciones de explotación y opresión que reproducen un orden jerárquico extremadamente desigual; no trata de asaltar el poder, sino rehacerlo desde abajo, desde la propia sociedad ahora excluida y dominada al mismo tiempo, bajo su creatividad e imaginación por todos lados diversa, pero semejante. El régimen oligárquico simula la representación ciudadana que, en verdad, en México solo existe desde hace muy poco y limitadamente, todavía con derechos truncos; así pretende legitimarse, lograr un consenso social que no obtiene a pesar de su clientelismo y todo su poder. La otra política no puede más que ser participativa, de abajo y por debajo, no puede apoyarse sino en la auto-actividad de toda la gente, en la autoorganización múltiple de la sociedad, en el autogobierno donde sea posible y en la autogestión para reproducir las condiciones materiales de la vida. Solamente se puede realizar con justicia, libertad y una democracia verdadera, sin suplantaciones ni representaciones postizas; tal vez combinando la democracia directa y la democracia representativa sin simulaciones. No puede someterse a personajes o poderes de ningún tipo, que siempre imponen jerarquías, supeditaciones y descansan en la mentira y la reproducción de las desigualdades. Tiene que sostenerse en las fuerzas sociales propias, ya sea en la comunidad, el pueblo, el barrio, la calle, el centro de trabajo, la escuela, donde sea que pueda reproducirse el colectivo, la acción común en aras de objetivos sociales acordados entre todas y todos, no tramados desde arriba.

En México y en el mundo, en la época que todavía puede considerarse de hegemonía del neoliberalismo, de predominio de los intereses oligárquicos del capitalismo extremista mundializado, únicamente se pueden construir proyectos alternativos si van al fondo en defensa del planeta y la humanidad, desde una perspectiva de izquierda autogestionaria, de abajo. Por eso, la izquierda hoy no es solo nacional, sino internacional, pues su ámbito de acción y su perspectiva involucra al Planeta todo. Es la práctica y la visión que ha desarrollado el zapatismo desde los primeros días del 94 y sus insólitos comunicados, preparando o insinuando un nuevo internacionalismo de las y los oprimidos: “el territorio de nuestro accionar –escriben en 2013– está ahora claramente delimitado: el planeta llamado Tierra, ubicado en el llamado Sistema Solar”. Como nunca, la izquierda no puede ser más que aquella que combata las condiciones de explotación, del despojo y del dominio capitalista, es decir, solamente puede ser izquierda la que bregue en forma real contra la lógica del capitalismo y sus fundamentos, que devastan y amenazan con la guerra y la destrucción del mundo, no atacando nada más sus consecuencias perniciosas ni buscando supuestas reformas que le cambien el rostro inhumano. “La supervivencia de la humanidad depende de la destrucción del capitalismo”, advierte el EZLN.

En 2021 el EZLN rompió de nuevo el cerco –ahora impuesto por AMLO, con fuerzas militares, programas asistenciales (en particular de carácter caritativo) e incluso con el patrocinio de grupos paramilitares reconstituidos y la complicidad de cárteles del narcotráfico, al que añade un muro de mentiras y calumnias–, zarpando desde Isla Mujeres el 2 de mayo en el viejo navío La Montaña, para realizar una travesía por el Atlántico que duró cerca de 50 días, dirigida a invadir a la Europa insumisa en plena pandemia de la covid. Su propósito cumplido durante intensos días fue reanudar los intercambios de dolores, pero sobre todo de experiencias, alentar las resistencias y la organización de alternativas de vida, encontrando en los distintos países una solidaridad fraternal de innumerables y muy variados colectivos, organizaciones e individuos que comparten la necesidad de forjar un nuevo internacionalismo de las y los oprimidos frente la mundialización del capitalismo extremista que expande la muerte. 

La situación en México y en el mundo es difícil, pues no dejan de prosperar las opciones de derecha y las variantes disfrazadas del neoliberalismo, como la de López Obrador. La confusión y fragmentación de las resistencias que tales circunstancias conllevan, sin duda retrasan las posibilidades de recomposición y fortalecimiento de las luchas anticapitalistas y por la defensa de la Humanidad. Pero éstas no dejan de prosperar dondequiera, tejiendo redes de resistencia e incluso construyendo formas de autogobierno y autonomía que prefiguran actuales caminos de emancipación en vistas a construir un mundo donde quepan muchos mundos.

Durante 30 años, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se ha transfigurado y ha transformado en forma significativa y duradera muchos aspectos de la realidad mexicana y alentado resistencias donde sea que se sufren la explotación, el despojo, la opresión y el desprecio. En ese camino queda claro que, en nuestro tiempo, no puede existir más izquierda que la izquierda que actualice la utopía, recobre el proyecto de auto-emancipación de las y los oprimidos, precisamente de quienes tienen que vender su fuerza de trabajo para vivir, de todas las y los excluidos, discriminados, perseguidos y sometidos por el capitalismo y sus variadas formas de dominio.

Arturo Anguiano es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (México). Sus libros más recientes: Transición bloqueada. México 1970-2018, Rehacer el mundo. Abajo y a la izquierda y Resistir la pesadilla. La izquierda en México entre dos siglos 1958-2018. Formó parte del comité editorial de la revista Rebeldía, México, 2002-2011.

 

Fuente: https://vientosur.info/ezln-30-anos-en-brega-por-la-emancipacion/