jueves 11 de septiembre de
2025, 22:00h
Elena Fritz
El último artículo publicado en
“Foreign Affairs”, la revista oficial del establishment de la política exterior
estadounidense, es digno de ser abordado. Titulado “The End of the Age of NGOs”
[“El fin de la era de las ONGs”], las politólogas Sarah Bush y Jennifer Hadden
entran en el tema con rigurosidad: el tiempo en el que las ONGs desempeñaban un
papel central en un orden mundial moralmente consciente parece haber concluido.
El número de ONGs internacionales se está estancando, su influencia está disminuyendo
y su reputación está seriamente tocada.
Pero si bien las autoras explican
este fenómeno, principalmente, como consecuencia de la disminución de la
financiación y el aumento del rechazo, nos faltaría un análisis estructural más
profundo, salvo que se haya eludido de manera deliberada. La verdadera razón
del declive global del sistema de las ONGs no reside tanto en problemas de
financiación, como en la creciente conciencia de la sociedad global sobre el
papel de estos actores como herramientas de una política destinada únicamente a
apuntalar el poder.
Las ONG como órganos ejecutivos de un
orden mundial informal
En la eufórica década de los noventa
del pasado siglo, las ONGs eran vistas como vanguardia de una “sociedad civil
transfronteriza”. Sin embargo, la realidad nos muestra, ya desde el principio,
una nueva estrategia hegemónica: control moral, influencia a través de
“valores” y liderazgo mediante una visible participación ciudadana. El clásico
funcionario colonial dio paso al “asesor”, el soldado al “observador
internacional” y el intervencionismo se disfrazó de “campaña en pro de los
derechos humanos”.
Estas organizaciones nunca operaron
en el vacío. Formaban parte de un sistema finamente orquestado, cuyo objetivo
era una proyección informal del poder, con el apoyo de gobiernos occidentales,
fundaciones, centros de investigación y estructuras supranacionales. Se
presentaban como independientes, pero perseguían, conscientemente o no, una
agenda geopolítica: estabilizar gobiernos pro occidentales, desestabilizar
regímenes indeseables y manipular el discurso social bajo la bandera de valores
universales.
El color cambiaba según las
circunstancias: a veces se trataba de “derechos humanos”, otras de “buena
gobernanza”, e incluso de “promoción de la democracia”. El objetivo siempre era
el mismo: ganar influencia sin asumir responsabilidades formales, eludiendo una
intervención directa, sin atacar abiertamente. Las ONGs eran el perfecto
camuflaje en una era en la que las guerras ya no tenían que declararse, sino
“justificarse”.
El punto de ruptura: soberanía frente
a control informal
Lo que “Foreign Affairs” describe
como una “restricción de la sociedad civil” es, en realidad, expresión de un
impulso global en pro de la soberanía. Más de 130 Estados han tomado medidas en
los últimos años para controlar o excluir a las ONGs dotadas financiación
extranjera como medio de defensa contra las operaciones de influencia híbrida.
Es sabido desde hace tiempo que,
donde las ONGs occidentales son particularmente activas, el orden político
suele cambiar, ya sea mediante maniobras electorales, campañas de opinión,
intervenciones legales o incluso la movilización urbana de la disidencia. Todo
ello no es expresión de una “sociedad civil” orgánica, sino el resultado de una
transferencia de poder orquestada, como ha sucedido, sin ir más lejos, en
Ucrania, Georgia o Libia.
Un caso concreto: el ataque a la
industria automotriz alemana
Un ejemplo particularmente virulento
de la instrumentalización política de las ONGs ha ocurrido recientemente en
pleno corazón de Europa, con repercusiones directas para la soberanía
industrial alemana. Artículos de prensa, como los de “Welt am Sonntag”,
revelaron cómo programas europeos como el llamado “programa LIFE” se habían
utilizado para financiar específicamente a ONGs que posteriormente
desencadenaron campañas legales contra los fabricantes alemanes de automoción.
La organización medioambiental ClientEarth, por ejemplo, recibió financiación
de la Unión Europea, financiación que fue utilizada para demandar a empresas
como Volkswagen y BMW por presuntas infracciones de emisiones.
Estas ONGs operan formalmente de
forma independiente, pero en realidad funcionan como reguladores externos que
socavan económica y políticamente industrias clave, no mediante debates
democráticos, sino mediante ofensivas estratégicas y judiciales. El escándalo
no sólo reside en el contenido de las denuncias, sino en el propio sistema: se
están pagando fondos públicos a actores que, bajo pretextos morales,
interfieren en las políticas estructurales de Estados soberanos.
Las ONGs operan en el corazón del
propio poder
Estos hechos confirman una tendencia
cada vez más evidente: las ONGs no operan extramuros, sino en el corazón mismo
del poder. Cuentan con el apoyo de estructuras supranacionales que eluden
responsabilidades, mientras ejercen presión sobre gobiernos, corporaciones y
empresas esquivando cualquier tipo de legitimidad democrática. Lo que
comúnmente conocemos como “sociedad civil” es, en realidad, vanguardia
operativa de control postdemocrático.
El daño es evidente: no sólo es
económico —por ejemplo, debido a la relocalización de la producción, la
inseguridad en las instalaciones y el daño a la reputación—, sino también
institucional. Porque cuando estructuras que no pueden controlarse
democráticamente interfieren en las decisiones industriales a través de los
tribunales, los medios de comunicación y las políticas de financiación, la
soberanía política se ve sistemáticamente socavada.
La industria automovilística alemana
simboliza aquí una nación industrial en una desafortunada transición de una
autodeterminación fructífera a una dependencia manejable, controlada,
orquestada a través de campañas moralizantes de las ONGs.
Los recursos: un síntoma, no una
causa
Bush y Hadden atribuyen la crisis de
las ONGs a la disminución de la financiación que recibían del mundo occidental.
De hecho, muchos países, incluida Alemania, han reducido o reasignado sus
presupuestos para financiar ONGs internacionales. Pero esta no es la causa, sino
una consecuencia de su menor utilidad estratégica: el modelo de las ONGs ha
alcanzado los límites de legitimidad.
La creencia en una “sociedad civil”
neutral, buena y no partidista se tambalea cuando la realidad nos señala otro
tipo de conclusiones: los actores de las ONGs no viven al margen del poder,
sino en su nudo gordiano. Forman parte, a menudo inconscientemente, de una
forma de control que ya no requiere carros de combate, sino que utiliza
narrativas, redes y presión normativa.
Un cambio de paradigma global
El orden mundial está en constante
cambio. El actual status sugiere diversas interpretaciones, ya
que está dominado por Occidente y presenta a las ONGs como una suerte de
columna vertebral moral. Este status, empero, está perdiendo
influencia. Está siendo reemplazado por una realidad multipolar en la que están
emergiendo modelos alternativos: pragmáticos, soberanos y culturalmente
específicos.
En este nuevo escenario, las ONGs no
están desacreditadas per se, pero deben confrontar su propio papel
y su más reciente pasado: ¿Quién las financia? ¿A quién sirven? ¿Qué intereses
representan y qué lenguaje esgrimen? Estos interrogantes ya no pueden
desatenderse.
Perspectivas: fin del camuflaje,
retorno a la responsabilidad
Lo que presenciamos actualmente no es
el final de la participación de la sociedad civil, sino el fin de su
instrumentalización ideológica. El reflujo las ONGs es el precio a pagar por
décadas de políticas en las que la moral se había convertido en camuflaje y la
indignación en una palanca de reorganización geopolítica.
Cualquiera que hoy desee realizar una
auténtica labor cívica debe liberarse de estas estructuras y asumir el riesgo
de una verdadera autonomía. En un mundo que vuelve a buscar la verdad en lugar
de “valores”, esta ruptura era tan necesaria como largamente esperada.
Traducción: Juantxo García
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