domingo, 11 de julio de 2010

Polémica: Roberto Aguilar Valera responde a Ramón García Rodriguez




Comentarios “Por qué cuestión electoral”

Antes de nada:
Creo que el autor podría ahorrarse, y ahorrarnos tiempo valioso a los lectores, si “desgrasa” sus escritos de las generalidades, las obviedades y los pensamientos felices. Ejemplos más destacados:
- “Parecen pocos, pero así como "con una palanca se puede mover el mundo", con una organización convicta y confesa, con voluntad disciplina y entusiasmo se puede mover el país entero desde sus cimientos”
- “Según sea el estilo, así será el resultado”
- “Y es que sólo la convicción y fe mueve montañas”

Quisiera señalar que el lenguaje arcano, que ya otros han repetido como una especie de aplicación, reaparece nuevamente aludiendo a un escrito de Engels. Sería errado, creo, hacer un trabajo de erudición y trasladar el debate hacia ese terreno, puesto que los referentes del texto no pueden responder por los referentes con que los sujetos tratan de exponer sus puntos sobre problemas contemporáneos. La introducción de este texto recae en los otros vicios que otros ya han practicado en menor abundancia. Por ejemplo, el uso de referentes ¿para la acción política? Bastante indefinidos como el tratamiento del sufragio electoral como el índice de madurez de la clase obrera. Anteriormente intenté obtener una respuesta de Domingo Suárez sin ningún éxito. Califico de indefinido este referente puesto que no se explica cómo es posible que con éste se pueda medir la madurez (¿qué tipo de madurez?) de la “clase obrera” (¿sólo de la clase obrera?, ¿y la de las otras clases populares con que se mide?). Nuevamente hace referencia a otro secreto de Fátima cuando se sostiene en otra cita que refiere a un punto de ebullición en el termómetro de sufragio (que puede entenderse de muchas maneras: cuando las aguas hiervan, cuando se alcance los cien grados, etc, etc; todas igual no dicen nada) y sobre alguna conducta esperada en los trabajadores que está programada para activarse cuando el medidor del termómetro alcance tal punto. ¿Será el momento en que los obreros tomarán las riendas de su destino?, ¿Cuándo la Revolución proletaria marque su inicio?, ¡Quién sabe!
La situación se pone más grave cuando Ragarro escribe: “Es evidente que quien ignora o abandona esta estrategia cae en el electorerismo, y jamás hallará el porqué del resultado electoral adverso”. Esto puede sumir a más de un lector en un problema existencial bastante serio pues - en mi caso -, como mi entendimiento se halla en las tinieblas, no tengo ninguna conciencia sobre si he abandonado o ignorado la estrategia (¡al menos sabemos ya que es una estrategia!) propuesta, lo que me aterrara más aún es que puedo estar ubicado en el electorerismo sin saberlo.
Repito que aquí no está en discusión el escrito de Engel’s ni sus ya lejanas opiniones. Mucho menos aún los saberes de R. García, sólo las verdades a las que estos hacen referencia. Ceder a los impulsos ortodoxos significaría situarnos en el tratamiento del texto lo que descentraría la atención sobre lo que, a mi modesto parecer, es lo importante para la relación teoría – práctica.
Sin embargo, no todo lo escrito por García en su reciente envío requiere de clave para descifrar y creo que hay cosas importantes que ameritan abundar en comentarios.

La cuestión del sistema: ¿Estamos fuera?
El primer punto que el autor señala como la “Norma Laboral” de la que él llama “oposición contestataria” es el de “No integrarse al sistema”. Creo que en éste se comete el error de confundir Sistema con el Estado (o con el Sistema Estatal de Servicios). La comparación entre Sistemas basadas en la racionalidad estatal - una racionalidad modernista - es propia del período de la Guerra Fría donde la eficiencia en la producción marcaba el paso en la competencia entre sistemas estatales (socialistas vs capitalistas, estados mucho más grandes y con mucho más accionar “populista”), lo cual era incompatible con ideales socialistas, situación que se puede ejemplificar con el estado Chino.
El sistema no se limita a expresarse como un estado ineficiente y sus instituciones. Sus representaciones pueden ser también partidos políticos, empresas privadas, medios de comunicación, el mundo de la moda, el del entretenimiento, la internet, etc, etc. Olvidamos que son miles y miles de relaciones sociales que sostienen el dominio del pensamiento neoliberal (y pensamientos aliados) que ha logrado instalarse en el sentido común de la mayoría de sectores populares (haríamos bien en no glorificar ni homogeneizar a un pueblo que no se conoce), especialmente urbanos, y con los cuales estos juzgan el quehacer propio y el ajeno. No es por motivos caprichosos el éxito de la imagen del “empresario que surge desde abajo” o las reivindicaciones de la “peruanidad” a base de la gastronomía o de la compra de productos peruanos. El Sistema es también un universo simbólico.
¿No integrarse al sistema? Llamado bastante ingenuo. La mayoría vive dentro del sistema, mas aquello no es condición necesaria para que estemos de acuerdo con él. El hecho de que estemos en contra de este aparato y conjunto de relaciones dominantes no implica tampoco que nos ubiquemos fuera de él (recordemos los intentos frustrados de las comunas de los tiempos de Marx y también los experimentos hippies). Se entra en contacto con el sistema desde que tenemos uso de razón, estas relaciones son aceptadas porque la alienación se transmite a modo de pensamiento común, en la misma célula familiar, como si fuera “lo normal”; el lenguaje juega un papel importante como poderoso vehículo de significados. Tanto por la presión social o la necesidad de sostenernos económicamente -la adopción de normas de conducta políticamente correctas que nos permitan adaptarnos a la sociedad en la cual vivimos - el contacto con sus instituciones resulta inevitable, (como es el caso de nuestros centros de labores, p.e.). El sistema mismo tiene mecanismos para corregir toda desviación que no se proteja con/en una estrategia mayor y colectiva.
Si hacemos una distinción entre lo pensado y lo que realmente sucede podríamos caer en la cuenta de que un activista socialista, como cualquier otra persona, lleva una vida más allá de los espacios del quehacer político. Fuera de su organización tiene que enfrentarse a otros quehaceres organizados cuyo fin es el integrar al sujeto al sistema a nivel del pensamiento, que es la conquista más importante.
Los sentidos comunes que ha logrado instalar el pensamiento hegemónico se encuentran tanto en la vida pública como en la privada, por lo tanto los espacios de disputa son más amplios. No se trata sólo de difundir saberes; se trata también de crear sentidos comunes alternativos que puedan ayudarnos a pensar y desear una nueva sociedad. Estos sentidos comunes se forman desde lo existente, desde algo ya dado. Contra estas situaciones y a la vez con ellas, es que toda propuesta tiene que realizarse.
No se llega a los espacios de disputa a tratar con mentes en blanco ni con “políticas por hacerse”, de ahí la importancia que la teoría trate los problemas que vive el colectivo con el que se organiza. Por lo tanto afirmar que la miseria tiene un lado revolucionario suena bastante relativo ante la presencia de un pensamiento hegemónico que ha logrado “dignificar” la supervivencia y “normalizar” la dádiva por la “fidelidad” política. A esto hay que añadir la limitada o casi inexistente presencia del activismo de izquierda y podremos preguntarnos, ¿estamos situándonos en algún lugar de la lucha social - que no sea el imaginario de izquierda – cuando proponemos “reclamar el cambio de este sistema actual?” (además, ¿esto tiene que reclamarse o realizarse?) Creo que no, mucho menos cuando se enuncian generalidades en mayor o menor medida aceptadas por el movimiento socialista (distribución de lo producido, educación laboral calificada, etc.), muchas de válidas aunque el autor condiciona su realización a la táctica del “reclamo”, bastante indefinido pues no indica su dirección. Por el contrario, creo que la realización de aquellas puede ser posible sólo cuando sean expresión de un poder popular y no la implementación de un Estado que concentre el poder en nombre del pueblo.

Un iluminismo insuficiente
Fue en la esperanza y confianza excesiva de muchos intelectuales en un racionalismo bastante estrecho que la Postmodernidad aprovechó para darle con palo al pensamiento científico y rebajarlo al nivel de cualquier discurso religioso.
En el Punto 3 de “La planeación electoral” R. García describe una estrategia de formación política para el trabajo electoral: “Partir de la realidad (pocas ideas a muchos) en talleres, y de la experiencia general (muchas ideas a pocos) en seminarios, es el estilo de estudio para llegar a todos los niveles del pueblo trabajador” Bueno, situémonos sólo en los distritos limeños “emergentes” en época electoral. Este tipo de trabajo va a encontrar, primero, resistencia a los hábitos de estudio (que si ya se los encuentra en la izquierda…) y segundo una forma de hacer política ya instituida: la de la dádiva y al de la corrupción; y no es un fenómeno episódico. Bastantes problemas crea en una comunidad el ofrecimiento de instalar el sistema de alcantarillado en una calle (de un AAHH, p.e.) por parte de algún potentado candidato a cambio de votos (aprovechan las oportunidades que les abre el programa de presupuesto participativo). Muchos dirigentes manejan esto de diferentes maneras, algunos se rinden al poder corruptor del dinero, otros con diplomacia y enuncian la conocida frase “que haga la obra, pero al final cada uno decide por quién votar”. Hay también comunidades que hacen valer su independencia y rechazan la compra de conciencias, pero son escasas. ¿Puede la dádiva competir con un trabajo de formación sistematizado? No, porque no apuntan al mismo objetivo. La dádiva tiene un efecto emotivo, no busca apelar al raciocinio del sujeto mas bien a obturarlo. Contra lo que uno puede esperar, el candidato “pro sistema” puede lograr más votos de lo que se esperaba.
Esto no sólo sucede en espacios donde las necesidades básicas están por implementarse. También puede funcionar en zonas de clase media baja que requieran “enrejar” su calle para prevenir la delincuencia y el pandillaje. Un par de rejas cuestan casi como 7 mil soles incluida la mano de obra y para ello los vecinos tienen que recurrir a la realización de actividades por largos períodos de tiempo para recaudar dinero, a veces sin mucho éxito (al margen de si esto significa alguna solución a toda lacra social). Un ofrecimiento de los de la “Operación avispa” puede solucionar la situación aprovechándose de la desesperación de los vecinos. Esto, repito, tiene un efecto emotivo. Podemos, desde luego, hacer talleres para revertir esta situación, pero creo que la propuesta es bastante corta.
Este es un panorama donde estas prácticas y sentidos comunes se han instituido desde hace bastante tiempo, especialmente cuando el fujimorismo redefinió el quehacer políticos en los barrios populares y en el campo. Es a lo que tenemos que enfrentarnos. Un iluminismo bastante apocado (la difusión de una propuesta que no se pone a debate en base a talleres y seminarios) y distante (que habla del pueblo en tercera persona) representa sólo una buena idea, bastante racional pero bien corta de miras. A la propuesta de R. García, pasando por alto las obviedades (“la organización de núcleos en cada sector de población económicamente activa (agricultura-industria-servicios)”), se le escapa las contradicciones en el mundo de lo simbólico.
Los trabajadores pueden comprender muy bien la situación en la que se encuentran, pero esto no es suficiente para una acción política revolucionaria. Por eso mi crítica dirigida contra este tipo de iluminismo (que diferencio de aquél que se practica como una difusión y democratización del conocimiento). Como en la película última de Batman (contra el Joker, que tiene un discurso bien estructurado), la verdad no es suficiente. Se requiere una identificación de los activistas con nuestras comunidades, se requiere que seamos pueblo y no nos distingamos de él como izquierda. No parecer, ni instrumentalizar, mucho menos llegando a ellos con la “buena nueva”, sino construir con ellos tanto las instituciones como las ideas que ayudaran al inicio de una acción revolucionaria. Construyendo también relaciones horizontales con quienes consideramos personas y no material en bruto que trabajar para hacer la revolución.
No podemos subvertir el orden sino nos subvertimos nosotros mismos a la vez. Tampoco si suponemos que debe existir un “proletariado” que debiera ser permeable a nuestras ideas o que requerimos apodícticamente un tipo de “organización para hacer la revolución”. Una teoría revolucionaria es tal porque puede abordar los problemas de su tiempo. Así como cambian los datos que nos ayudan a construir una alternativa de cambio revolucionario, así deben cambiar nuestros horizontes intelectuales.



Roberto Aguilar Valera

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Cuál es su propuesta concreta? ¿Puede expresarlo?
Gracias.

I.P.