martes, 6 de julio de 2010

Liberar la energía de las masas o terrorismo

Nota Breve

La apología al terrorismo, disimuladamente por el Gobierno de turno y abiertamente por las “mesnadas desarmadas” del Senderismo, está a la orden del día. En determinadas circunstancias los extremos en política se unen. Hoy al unísono claman: ¡Amnistía! Al establishment le preocupa, en cabeza de Kenya Fujimori, su propia testa; y, al doctrinarismo maoísta la cabeza de su figura principal.

Publicamos en evidente herejía un artículo de León Trotsky, perseguido en vida y satanizado después de muerto, cuya vigencia permanece intacta pese al tiempo transcurrido. Trotsky en 1909 escribe: "En la medida en que el terror siembra la confusión y la desorganización en las filas del gobierno (al precio de desorganizar y desmoralizar las filas revolucionarias), les hace el juego nada menos que a los liberales".Y en 1937 concluye: “Pero el desorden que produce el atentado terrorista en las filas de la clase obrera es mucho mas profundo. Si para alcanzar los objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad hay de organizar a la clase? Si tiene sentido aterrorizar a altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del parlamento? / Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, la hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir con misión.”
T.06 julio 2010
EBM




EL TERRORISMO Y EL RÉGIMEN STALINISTA EN LA UNIÓN SOVIÉTICA

[Para justificar el terror oficial desatado contra la oposición de izquierda trotskista -y prácticamente contra toda la vieja generación revolucionaria- en las sangrientas purgas de los años 30, Stalin y su aparato policial y judicial lo acusaron de conspiración y terrorismo antisoviéticos, incluyendo el sabotaje, asesinato, etcétera.]
[En el siguiente testimonio, pronunciado ante la "Comisión Internacional de Investigación de los Cargos pronunciados contra León Trotsky en el juicio de Moscú" el 17 de abril de 1937, Tortsky se refirió al trasfondo político de las acusaciones de Stalin contra la Oposición, explicando por qué los terroristas no podían siquiera pensar en recurrir al terror en la lucha contra la burocracia stalinista en la URSS.]
[Las referencias al asesinato de Kirov aluden a Sergio Kirov, dirigente del Partido Comunista de Leningrado, asesinado por Nikolaiev en diciembre de 1934. Nikolaiev había apoyado a Zinoviev en la Oposición conjunta de 1926-27. Su atentado terrorista fue utilizado para enjuiciar a Zinoviev, Kamenev y otros grandes dirigentes de la Revolución Rusa por complicidad con el asesinato.(1)]
Si el terror es factible para un bando, ¿porqué considerarlo vedado para el otro? Este razonamiento, seductoramente simétrico, es falso hasta la médula. No se puede colocar el terror de una dictadura contra su oposición en el mismo plano que el terror de la oposición contra la dictadura. Para la camarilla dominante, la preparación de asesinatos por intermedio de una corte o de una emboscada es lisa y llanamente un problema de técnica policial. En la eventualidad de un fracaso, siempre pueden sacrificarse algunos agentes de segunda categoría. Para la oposición, el terror supone la concentración de todas sus fuentes en la preparación de los atentados, sabiendo de antemano que cada atentado, tenga o no éxito, provocará la liquidación de decenas de sus mejores hombres. Una oposición no podría permitirse ese insensato despilfarro de sus fuerzas. Por esta razón y por ninguna otra, la Comintern no recurre a actos terroristas en los países donde imperan las dictaduras fascistas. La Oposición tiene tan poco interés en la política suicida como la Comintern.
Según la acusación, rayana en la ignorancia y la haraganería mental, los "trotskos" están decididos a liquidar al grupo dominante para abrirse el camino al poder. El filisteo corriente, sobre todo si lleva la chapa de "amigo de la URSS" razona de la siguiente manera: "La Oposición no puede sino luchar por el poder y debe, por tanto, odiar al grupo que lo detenta. ¿Por qué, entonces, no ha de recurrir al terrorismo?" En otros términos, para el filisteo la cuestión termina donde en realidad comienza. Los dirigentes de la Oposición no son advenedizos ni novatos. El problema no radica en si luchan o no por el poder. Toda tendencia política sería lucha por el poder. La pregunta es: ¿Podía la Oposición, educada por la enorme experiencia del movimiento revolucionario, creer por un solo instante que el terror es capaz de aproximarla al poder? La historia rusa, la teoría marxista y la psicología política responden: ¡No, no podía!
Aquí es necesario clarificar, aunque sea brevemente, el problema del terror desde el punto de vista de la historia y la teoría. En la medida en que se me tacha de iniciador del "terror antisoviético", debo darle a mi exposición un carácter autobiográfico. En 1902, recién llegado a Londres, luego de casi cinco años de prisión y exilio en Siberia, tuve la ocasión, en un artículo recordatorio del bicentenario de la fortaleza de Schlusselburg, con sus trabajos forzados, de enumerar a lo revolucionarios muertos bajo al tortura en ese lugar. "Las sombras de esos mártires claman por la venganza..." Pero agregué inmediatamente: "Una venganza no personal sino revolucionaria. No la ejecución de un ministro sino la de la autocracia." Esas líneas iban dirigidas contra el terror individual. Su autor tenía veintitrés años de edad. Desde los primeros días de su actividad revolucionaria ya era un adversario del terrorismo. De 1902 a 1905 pronuncié, en varia ciudades de Europa, ante estudiantes y emigrados rusos, decenas de informes políticos contra la ideología terrorista, que a comienzos de siglo volvía a cundir entre la juventud rusa.
A partir de la década de 1880, dos generaciones de marxistas rusos experimentaron la era del terror, aprendieron sus trágicas lecciones y asimilaron orgánicamente una actitud negativa hacia el aventurerismo heroico del individuo solitario. Plejanov, fundador del marxismo ruso; Lenin, dirigente del bolchevismo; Martov, máximo representante del menchevismo; todos ellos dedicaron miles de páginas y cientos de discursos a la lucha contra la táctica terrorista.
La inspiración ideológica proveniente de estos maestros del marxismo alimentó mi actitud hacia la alquimia revolucionaria de los círculos intelectuales cerrados durante mi adolescencia. Para nosotros, los revolucionarios rusos, el problema del terror era una cuestión de vida o muerte en el sentido tanto político como personal del término. Para nosotros, el terrorista no era un personaje novelesco sino un ser humano viviente y familiar. En el exilio convivimos con los terroristas de la vieja generación. En las cárceles y bajo la custodia policial conocimos terroristas de nuestra misma edad. Nos enviábamos mensajes, en la fortaleza de Pedro y Pablo, con los terroristas condenados a muerte. ¡Cuántas horas, cuantos días, invertimos en apasionada discusión! ¡Cuántas veces rompimos relaciones personales por esta cuestión tan candente! La literatura rusa sobre el tema, alimentada por estos debates, llenaría una gran biblioteca.
Las explosiones terroristas aisladas son inevitables allí donde la oposición política traspasa ciertas fronteras. Semejantes actos tienen casi siempre un carácter sintomático. Pero la política que consagra al terror, la que lo eleva a la categoría de sistema, eso es otra cosa. "El trabajo terrorista -escribí en 1909-, por su propia esencia, requiere tal concentración de energías para el ‘gran momento’, tal sobreestimación de la significación del heroísmo personal y, por último, una conspiración tan hermética que [...] excluye totalmente el trabajo organizativo y de agitación entre las masas [...]. Al luchar contra el terrorismo, la intelectualidad marxista defendió su derecho o su deber de no salir de los barrios obreros para cavar túneles bajo los palacios de los zares o grandes duques". Es imposible engañar a la historia. A la larga la historia coloca a cada cual en su lugar. La característica fundamental del terrorismo como sistema es que busca compensar su falta de fuerza política mediante compuestos químicos. Existen, desde luego, circunstancias en que el terror puede sembrar la confusión entre las filas gobernantes. Pero, en ese caso, ¿quién puede cosechar los frutos? No la organización terrorista, ni las masas a cuyas espaldas transcurre el duelo político. Así en su momento, los burgueses liberales rusos simpatizaron con el terrorismo. La razón es clara. En 1909 escribí: "En la medida en que el terror siembra la confusión y la desorganización en las filas del gobierno (al precio de desorganizar y desmoralizar las filas revolucionarias), les hace el juego nada menos que a los liberales". Encontramos la misma idea, expresada en casi las mismas palabras, un cuarto de siglo más tarde en relación al asesinato de Kirov.
El hecho mismo de los actos terroristas individuales es señal inconfundible del atraso político de un país y de la debilidad de las fuerzas progresistas en el mismo. La Revolución de 1905, que reveló la fuerza inmensa del proletariado, puso fin al romanticismo del combate singular entre un puñado de intelectualesy el zarismo. "El terrorismo ruso ha muerto -reiteré en una serie de artículos- [...]. El terror ha emigrado al Lejano Oriente, a las provincias de Punjab y Bengala [...]. Puede que en otros países de Oriente el terrorismo esté destinadoa conocer una época floreciente. Pero en Rusia ya es parte de la herencia de la historia."
En 1907 me encontré nuevamente en el exilio. El azote de la contrarrevolución se abatía salvajemente, y las comunidades rusas en las ciudades europeas se volvieron muy numerosas. Dediqué todo el período de mi segunda emigración a hacer informes y artículos contra el terror de la venganza y la desesperación. En 1909 se reveló que a la cabeza de la organización terrorista de los autotitulados "socialrevolucionarios" había un agente provocador, de nombre Azef. "En el callejón sin salida del terrorismo -escribí en enero de 1909- la mano del provocador actúa con seguridad". El terrorismo sigue siendo para mí un "callejón sin salida".
En el mismo periodo escribí: "La actitud irreconciliable de la socialdemocracia rusa para con el terror burocrático de la revolución como método de lucha contra la burocracia terrorista del zarismo ha suscitado el asombro y la condena, no solo de los liberales rusos sino también de los socialistas europeos". Éstos, al igual que aquéllos, nos acusaron de "doctrinarismo". Nosotros, los marxistas rusos, atribuimos esta simpatía hacia los terroristas rusos al oportunismo de los dirigentes de la socialdemocracia europea que se habían acostumbrado a transferir sus esperanzas de las masas a las cúpulas dominantes. "Quien quiera que ande al acecho de una cartera ministerial ... lo mismo que aquellos que, portando una máquina infernal bajo la capa, acechan al propio ministro, deben sobreestimar por igual al ministro: a su personalidad y a su puesto. Para ellos el sistema desaparece y retrocede y sólo queda el individuo investido con el poder". Más adelante veremos, en relación al asesinato de Kirov, cómo reaparece este pensamiento, que está presente en mis décadas de actividad.
En 1911 cundieron sentimientos terroristas entre ciertos grupos de obreros austriacos. A pedido de Federico Adler, editor de Der Kampf, mensuario teórico de la socialdemocracia austriaca, escribí un artículo a propósito del terrorismo:
Que un atentado terrorista, incluso uno "exitoso, cree la confusión en la clase dominante, depende de la situación política concreta. Sea como fuere, la confusión tendrá corta vida; el Estado capitalista no se basa en ministros de Estado y no queda eliminado con la desaparición de aquellos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán personal de reemplazo; el mecanismo permanece intacto y en funcionamiento.
Pero el desorden que produce el atentado terrorista en las filas de la clase obrera es mucho mas profundo. Si para alcanzar los objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad hay de organizar a la clase? Si tiene sentido aterrorizar a altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del parlamento?
Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, la hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir con misión.
Cinco años después, al calor de la guerra imperialista, Federico Adler, a cuyo pedido escribí este artículo, asesinó al ministro-presidente austríaco Stuergkh en un restaurante vienés. El escéptico oportunista heroico no pudo encontrar otra válvula para su indignación y desesperación. Naturalmente, mis simpatías no estaban con el funcionario de los Habsburgo. Sin embargo, a la acción individualista de Adler contrapuse el accionar de Carlos Liebknecht, quien en plena época de guerra salió a una plaza de Berlín a distribuir un manifiesto revolucionario dirigido a los obreros.
El 28 de diciembre de 1934, cuatro semanas después del asesinato de Kiov, cuando el poder judicial soviético aun no sabía hacia que lado apuntar las flechas de su "justicia", escribí en el Boletín de la Oposición:
[...] Si los marxistas han condenado categóricamente el terrorismo individual [...] aun cuando las balas fueran dirigidas contra agentes del gobierno zarista y de la explotación capitalista, tanto más implacablemente condenarán y rechazarán el aventurerismo criminal de los actos terroristas dirigidos contra los representantes burocráticos del primer estado obrero de la historia. Las motivaciones subjetivas de Nikolaiev y Cía, nos son indiferentes. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Mientras la burocracia soviética no sea derrocada por el proletariado -lo que eventualmente ocurrirá- cumple una función necesaria en la defensa del estado obrero. En caso de cundir, el terrorismo al estilo Nikolaiev podría, si se dieran otras circunstancias desfavorables, servir sólo a la contrarrevolución fascista.
Sólo los farsantes políticos podrían tratar de incluir a Nikolaiev en la Oposición de Izquierda, aunque sólo fuera como miembro del grupo de Zinoviev tal como existía en 1926-1927. La organización terrorista de la juventud comunista no es alentada por la Oposición de Izquierda, sino por la burocracia, por su descomposición interna. El terrorismo individual es en esencia la otra cara del burocratismo. Los marxistas nos descubrieron esta ley recién ayer. El burocratismo no confía en las masas, y trata de sustituirlas. El terrorismo hace lo mismo; quiere hacer felices a las masas sin dejar las participar. La burocracia ha creado un repugnante culto al líder, otorgando a los dirigentes poderes divinos. El culto al "héroe" es también la religión del terrorismo, sólo que con un signo negativo. Los Nikolaiev imaginan que basta con eliminar con revólveres a unos cuantos dirigentes paraque la historia tome otro rumbo. En tanto que grupo ideológico, los terroristas comunistas están hechos con la misma madera que la burocracia stalinista. [No.41, de enero de 1935]
Como ustedes ya han podido convencerse, estas líneas no fueron escritas adhoc. Sintetizan la experiencia de toda una vida, enriquecida a su vez por la experiencia de dos generaciones.
Ya en la época del zarismo, un joven marxista que pasara a integrar las filas del partido terrorista era un fenómeno relativamente raro: lo suficiente como para que se lo señalara con el dedo. Pero en esa época se desarrollaba una polémica teórica incesante entre las dos tendencias; las discusiones públicas eran cosa de todos los días. Ahora, en cambio, quieren hacernos creer que no son los revolucionarios jóvenes sino los viejos dirigentes del marxismo ruso, que tienen tras de sí la experiencia de tres revoluciones, los que se han volcado repentinamente, sin crítica, sin discusión, sin una sola palabra de explicación, hacia el terrorismo que siempre rechazaron, por considerarlo un suicidio político oficial, y ni qué hablar de la justicia soviética. A las convicciones políticas logradas a través de la experiencia, selladas por la teoría, templadas al fuego de la historia de la humanidad, los falsificadores contraponen testimonios de fuentes sospechosas y desconocidas, rudimentarios, contradictorios y sin ninguna clase de prueba.

(1) La Oposición de Izquierda se formó en 1923, a iniciativa de León Trotsky, como fracción del Partido Comunista Ruso para luchar contra la burocratización y por la vuelta a los principios de la democracia y el internacionalismo proletario. En 1926-1927 se formó un bloque con otros sectores que también pasaron a oponerse a Stalin. Uno de los dirigentes de la Oposición conjunta fue Grigori Zinoviev (1883-1936), que había ayudado a Stalin en su campaña contra los "trotskistas". Juntamente con León Kamenev (1883-1936) formaron parte de la Oposición hasta que ésta fue derrotada en diciembre de 1927. Luego capitularon ante Stalin y fueron reincorporados al partido. En 1932 los expulsaron nuevamente, y los reincorporaron en 1933. En las parodias de juicios de Moscú de 1936 fueron condenados y ejecutados.

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