Por | 04/05/2024 | Diccionario Marxismo en América
Traducido del portugués para Núcleo
Práxis-USP / Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez, Beatriz Morales Bastos y
Jhosman G. Barbosa
Escritor, periodista, editor, científico social, filósofo y dirigente
comunista peruano, fue pionero de un marxismo propiamente americano al situar
en el centro del debate marxista temas como el del comunismo indígena o el de
la necesaria relación entre las posturas realista y romántica en la
construcción revolucionaria.
MARIÁTEGUI, José Carlos; “Amauta”, “Juan Croniqueur” (peruano; Moquegua, 1894 – Lima, 1930)
1 – Vida y praxis política
Nacido
en el sur de Perú, José Carlos Mariátegui La Chira se trasladó cuando aún era
un niño a Huacho, ciudad próxima a la capital. Su padre, funcionario público,
dejó a la familia tempranamente, por lo que fue su madre, María Amalia La Chira
Vallejos –costurera católica de ascendencia indígena–, quien tuvo que sacar
adelante a sus tres hijos. En 1902 Mariátegui se fracturó la rodilla en el
colegio a raíz de un accidente; sin embargo, debido a que la lesión tuvo una
mala evolución clínica, acabó cojo de por vida. Durante el tiempo que pasó en
el hospital de Lima se dedicó a leer los libros a los que tuvo acceso y a
estudiar francés; empezaba de ese modo la que sería una amplia formación
autodidacta.
Ya
en 1909 empezó a trabajar como tipógrafo en el periódico La Prensa y
en los años posteriores, antes del comienzo de la I Guerra Mundial, empezó a
escribir crítica literaria y poesía y, algo después, publicó sus primeros
artículos periodísticos de tema político. En esos textos, que publicó con el
pseudónimo de Juan Croniqueur, satirizó la frivolidad de la sociedad limeña;
además, en tanto que en esos artículos mostraba un profundo conocimiento de esa
sociedad, logró acercarse a los círculos intelectuales y artísticos de la
vanguardia peruana y, al mismo tiempo, al movimiento obrero, concretamente a la
corriente anarquista, que empezara a organizarse a finales del siglo XIX de la
mano de los inmigrantes europeos que llegaban a América.
Destacándose
como periodista, Mariátegui comenzó a trabajar como cronista del
periódico El Tiempo (1916), en el que se especializó en
cuestiones políticas, lo que le llevó a denunciar lo que él denominó
“democracia mestiza”: un sistema demagógico que servía a las clases dominantes
como fuente de “diversión” que desviaba la atención popular del hecho de que la
burguesía de la región costera, aliada de los grandes propietarios rurales del
interior, convertían a Perú en un “sector colonial” del imperialismo
estadounidense. El contexto socioeconómico en el que escribió esos artículos
estaba marcado por una fuerte subida de los precios de los alimentos y por un
consecuente descontento popular, que hacía crecer la agitación del pueblo
trabajador y entraba en contradicción con el dominio político de la oligarquía
(financiera, extractivista y agroexportadora). Afín a las ideas socialistas
desde esta época, apoyó huelgas y se enfrentó a la élite dirigente limeña.
En
1918 surgió en Córdoba (Argentina) un movimiento por la reforma universitaria
que se extendería por el resto del continente; entusiasmado con ese hecho,
Mariátegui afirmó que se trataba del “nacimiento de una nueva generación
latinoamericana”. Ese mismo año, además, fue uno de los fundadores de la
efímera revista Nuestra Época, otro hito en la política del Perú de
comienzos de siglo: una publicación que, si bien no llegaba a diseñar un
“programa socialista”, constituía un esfuerzo ideológico en esa dirección. De
ese modo ponía en marcha, en ese momento, su tarea como editor, que
constituiría una actividad de gran importancia en su trayectoria política
madura (comunista).
El
triunfo de la Revolución Rusa y el fin de la I Guerra Mundial marcó –en Perú y
en el mundo–, un período de gran agitación de las clases trabajadoras. En 1919
Mariátegui y su camarada César Falcón fundaron el periódico La Razón,
que en poco tiempo se convirtió en una voz privilegiada de las reivindicaciones
obreras. Ese mismo año, una huelga general en la capital fue duramente
reprimida y sus protagonistas encarcelados; se iniciaba así una década de
populismo de derechas, económicamente pro estadounidense, aunque también
flirteaba con el movimiento indigenista. A través de su periódico, Mariátegui
salió en defensa de los líderes obreros presos, razón por la que fue aclamado
por una multitud en las calles. Un mes después, la redacción del periódico fue
clausurada y él tuvo que exiliarse con destino a Europa; no obstante, como el
gobierno no deseaba un escándalo y Mariátegui estaba emparentado con la esposa
del presidente Augusto Leguía, oficialmente el motivo de su partida fue la
concesión de una beca para que ejerciese de embajador de la cultura peruana por
Europa.
Tal
como él mismo relató en sus “Apuntes autobiográficos” (1927), fue entonces
cuando rompió con su experiencia inicial de escritor “contaminado de
decadentismo” (individualismo y escepticismo) y con “paso firme” puso rumbo
hacia el socialismo. Vivió durante tres años y medio en Europa (desde finales
de 1919 hasta 1923), en que visitó algunos países: Hungría, Austria,
Checoslovaquia, Alemania, Suiza, Francia y, en especial, Italia, donde se ha
establecido. Influido por la coyuntura europea en que vivía, en la que resonaba
con fuerza la Revolución Rusa, se produce su aproximación a las obras de Marx,
Engels y Lenin, al tiempo que entra en contacto con el movimiento comunista
italiano y el surrealismo. En el Partido Bolchevique encontró la convergencia
entre teoría y práctica, entre filosofía y ciencia, motivo
por el que llegó a afirmar que Lenin era “indudablemente” el renovador “más
enérgico y fecundo del pensamiento marxista”.
También
según sus palabras, en ese período se casó con “una mujer y algunas ideas”. La
italiana Anna Chiappe, su compañera, le transmitió un “nuevo entusiasmo
político”. La familia de su compañera estaba vinculada con la del filósofo
Benedetto Croce, a través del cual Mariátegui conocería la obra de Georges
Sorel, sindicalista revolucionario de quién tomó prestadas ideas tales como la
del “mito de la huelga general” y la de la defensa del uso de la violencia
revolucionaria contra la violencia institucional. En Italia asistió a
ocupaciones de fábricas y a congresos de obreros, y se acercó al colectivo
editor de la revista L’ Ordine Nuovo; asimismo, participó en grupos
de estudios socialistas, entró en contacto con el pensamiento de Antonio
Gramsci y Umberto Terracini y asistió a la fundación del Partido Comunista de
Italia (una escisión del Partido Socialista Italiano).
Su
estancia en Europa le permitió observar Oriente: la Revolución China y el
despertar de la India, del mundo árabe y de los diferentes movimientos
nacionalistas y antiimperialistas de posguerra. Interpretó que esos
acontecimientos apuntaban hacia la decadencia de la sociedad occidental.
Reforzó esta concepción cuando vivió de cerca la ascensión del fascismo en
Italia, que interpretó como la respuesta del gran capital a una profunda crisis
social y política. En paralelo a esa efervescencia política, Mariátegui tuvo la
oportunidad de conocer las obras de Sigmund Freud y Friedrich Nietzsche, lo que
le llevó a interesarse tanto por el recién creado psicoanálisis,
como por la filosofía intuitiva (o vitalista).
Sin
embargo, a pesar de que él llegó a Europa con la humildad de un discípulo
abierto al aprendizaje en el que entonces se consideraba el centro del
pensamiento moderno, poco a poco empezó a decepcionarse con los desastres que
presenció en Europa. Eso le llevó a asumir una perspectiva antropológica
pionera –invertida en relación con lo que era habitual en ese momento–, lo que
le permitió captar detalles de la crisis occidental hasta ese
momento poco advertidos por los propios europeos. Por ejemplo, su observación
sobre la decadencia de la llamada “democracia burguesa”, proceso que más tarde
caracterizaría como una nueva farsa de la clase dominante, que de esa forma
reconfiguraba su poder con los trazos autoritarios del fascismo.
A
su regreso al Perú, en 1923, Mariátegui ya defendía abiertamente la causa
comunista; además, la tragedia europea le había llevado a comprender con más
nitidez el alcance histórico de la tragedia de su América. Una vez en Lima,
participó en el III Congreso del Comité Central Pro-Derecho Indígena
Tahuantinsuyo (CCPDIT, constituido en 1919), donde tuvo la oportunidad de
conocer al líder indigenista Ezequiel Urviola, a quien se acercó. Ese mismo año
el intelectual y político peruano Haya de la Torre le invitó a dar clases en
las Universidades Populares González Prada, germen de lo que sería
más adelante la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), movimiento
continental de tendencia reformista. Mariátegui impartió allí dos docenas de
conferencias en las que difundió el marxismo y aprovechó para presentar su
visión de la crisis mundial en un escenario polarizado donde las tesis
socialdemócratas (fundadas en el supuesto evolucionismo social)
carecían de sentido; en los debates se abordó también la “cuestión del indio”,
que sería crucial en su pensamiento.
Al
año siguiente, debido a un tumor en la pierna sana, hubo que amputársela, por
lo que empezó a usar silla de ruedas. Repuesto de ese duro golpe, en 1925,
junto a su hermano Julio César, fundó la Imprenta y editorial Minerva, proyecto
volcado en la publicación de obras “científicas, literarias y artísticas”; fue
en esa editorial donde publicó sus primeros libros y en la que dio a conocer al
público peruano obras tanto de autoría nacional como extranjera, entre las que
se encuentran las del indigenista Luis Valcárcel, la poetisa aprista Magda Portal
o el ruso Máximo Gorki.
En
1926 la actividad editora de Mariátegui se incrementó al fundar la
revista Amauta (“sabio” en quechua, uno de los nombres con los
que sería conocido), cuya propuesta, al margen de la cuestión económica, era
promover el debate político, sobre todo marxista, y cultural socialista. La
postura de Mariátigui –al tratar cuestiones que iban desde el marxismo o el
leninismo a la poesía, la literatura, el arte contemporáneo o la educación de
la clase trabajadora–, se hizo cada vez más aguda, más radical. Con sus
críticas al aprismo y a la intelectualidad mestizo-oligárquica, se resintió su
relación con Haya de la Torre; en ese momento empezó a rechazar el indigenismo
“paternalista” del APRA y a defender la idea de que en América no se podría
reproducir automáticamente el comunismo europeo, si no que sería necesaria una
“creación heroica”, en la que la comunidad campesina autóctona –esencialmente
“solidaria” en sus relaciones sociales–, se convertiría en la base del Estado
contemporáneo socialista. Rechazó también la teoría “racial” de algunos
indigenistas que, en oposición a la corriente eurocéntrica, afirmaban que los
nativos tenían algo innato que les llevaría a liberarse “de
forma natural”. De hecho, consideró que las dos posturas anteriores (el
“paternalismo” aprista y el indigenismo innatista) eran de carácter “racista” y
defendió una postura que afirmaba que todos los seres humanos estamos sujetos a
las mismas “leyes” que gobiernan los pueblos, y que lo que llevará a la
emancipación indígena será el dinamismo de una economía y una cultura que
“lleven en sus entrañas el germen del socialismo”.
En
1927 se prohibió el CCPDIT, hecho que llevó a algunos de los dirigentes
indigenistas con quienes Mariátegui mantenía relaciones (Urviola, Hipólito
Salazar o Eduardo Quispe y Quispe, entre otros), a acercarse al socialismo
marxista que se estaba consolidando en torno al “movimiento” que de hecho
constituía la revista Amauta. Ese mismo año, además, Mariátegui
asumió la publicación de Tempestad en los Andes (1927), obra
de L. Valcárcel que está considerada como la “Biblia del indigenismo radical”.
En el prólogo de ese libro escribió una de las frases más emblemáticas, “la
esperanza indígena es revolucionaria”, y empezó a desarrollar su idea de que la
“revolución socialista” era el “nuevo mito” de los indígenas, la fe
transformadora sobre la cual el comunismo peruano construiría sus pilares. Al
definir la cuestión indígena como una cuestión “económica”, descartaba los
enfoques “filantrópicos” que prevalecían en el discurso sobre esa cuestión: el
“problema indio” –sostiene–, es el “problema de la tierra”; el “problema indio”
es el “latifundio”. Al mismo tiempo intensificó sus críticas a los apristas,
a cuyos mestizos letrados de las élites acusó de haber creado su indigenismo
“verticalmente”, una postura que a pesar de ser útil para condenar el
latifundismo era inadecuada para hacer la revolución.
A
mediados de ese año, como resultado del impulso que había alcanzado la lucha
antiimperialista con la realización del I Congreso Mundial contra el
Imperialismo y la Opresión Colonial (Bruselas, 1927), la revista Amauta dedicó
un número a discutir sobre el imperialismo estadounidense. Ese hecho le valió a
Mariátegui la prisión y la clausura de la revista durante unos meses, siendo
acusado por Leguía (presionado por la embajada de los Estados Unidos) de formar
parte de un “complot comunista”. Más tarde y en respuesta a esas acusaciones
escribió uno de sus ensayos de mayor impacto, “El problema de la tierra”
(1927), en el que se declaró un marxista “convicto y confeso”.
Al
año siguiente publicó su clásico Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana (1928), en el que reunía textos escritos desde 1924 y
que constituye un punto álgido de su “investigación de la realidad nacional de
acuerdo con el método marxista”. De hecho, esa publicación constituyó su
ruptura con el aprismo nacionalista. Esto se confirmó cuando, al dirigirse por
carta a Haya de la Torre para exponerle su desacuerdo con la política de
alianza de clases que defendía el APRA, Haya de la Torre le respondió
acusándolo de “europeísmo”. Mariátegui, por su parte, le contestó diciendo que
“no habrá salvación para Indo-América” sin la “ciencia” y el “pensamiento”
modernos: “mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis
pasiones”.
En
el año 1928 fundó su partido, al que denominó Partido Socialista
Peruano (PSP) para no agravar la persecución que sufrían los
comunistas y ganar más adeptos; no obstante, mantuvo como prioridad principal
la vinculación del PSP a la Internacional Comunista (IC). Mariátegui se
acercará a la IC a finales del año anterior al ser invitado al IV Congreso de
la Internacional Sindical Roja (Moscú, 1928) al que el PSP envió una comitiva
en representación y nunca más se apartó de esa organización, aunque siempre
supo mantener su independencia crítica. Ese fue un momento de gran intensidad
en su vida, en el que participó en varios debates político-filosóficos contra
el nacionalismo conservador y el socialismo dogmático, que preveía una
evolución social lineal, pretendidamente natural y de acuerdo con
los modelos europeos.
En
1929 Mariátegui participó en la fundación de la Confederación General
de Trabajadores del Perú y el PSP envió delegados (liderados por Julio
Portocarrero y Hugo Pesce) a la I Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos
Aires), donde defendieron las “tesis” elaboradas en su mayor parte por Mariátegui:
“Antecedentes y desarrollo de acción clasista”, “Punto de vista
antiimperialista” y “El problema de las razas en América Latina”. En contra de
la propuesta de la IC de crear Estados indígenas en los Andes, las tesis
mariateguianas sostenían que la “cuestión indígena” era un problema
fundamentalmente “de clases”, ya que el centro de la cuestión no era la
división étnica, si no la posesión de la tierra, lo que tendría que definir la
política del país. Esa es la razón por la que le habría de corresponder a los
revolucionarios llamar a las poblaciones indígenas, mestizas y negras de la
nación a “la rebelión” haciéndoles comprender que solo un gobierno obrero y
campesino unido podría traer la libertad. Aunque no asistió a ese Congreso por
problemas de salud, Mariátegui fue elegido en él miembro del Consejo General de
la Liga contra el Imperialismo y la Opresión Colonial, entidad ligada a la III
Internacional. Asimismo, empezó a tramitar el cambio de nombre del PSP, que se
convertiría en Partido Comunista del Perú (cambio de nombre que Mariátegui ya
no llegó a ver pues se hizo efectivo después de su muerte).
Poco
después, en abril de 1930, la salud de Mariátegui, que era frágil, volvió a
empeorar. En vísperas de su muerte, el aun joven marxista animó a los
revolucionarios a estudiar el “leninismo”. Murió antes de cumplir los 36 años.
Su féretro estuvo acompañado en su entierro por un multitudinario cortejo
fúnebre de seguidores.
2 – Contribuciones al marxismo
La
formación de José Carlos Mariátegui se desarrolla en un momento histórico
convulso: por un lado, las potencias capitalistas llevaron a la humanidad a ser
víctima de uno de sus mayores horrores, la I Guerra Mundial; por otro lado, la
experiencia soviética de construcción socialista proponía en la práctica una
alternativa al sistema capitalista, que ya daba señales de decadencia.
Empecinado autodidacta, tuvo diversas influencias teóricas, pero con la
evolución de su militancia política y de un pensamiento cada vez más elaborado,
se convirtió en uno de los máximos exponentes del marxismo, no solo en su país
o incluso en América, sino también de su tiempo.
A
pesar de su corta vida, destacó como escritor, periodista, editor, científico
social, filósofo y dirigente comunista. Su atracción por el marxismo surgió
sobre todo de la búsqueda de una explicación de larga duración a
los procesos históricos de su país y de una propuesta revolucionaria que
vinculase dialécticamente el pasado, el presente y
el futuro. A lo largo de ese camino intelectual logró conocer en
profundidad la civilización autóctona andina –atrofiada por la colonización– y
a imaginar formas que hiciesen posible la ruptura de esa estructura.
A
principios del siglo XX Lima era una ciudad cosmopolita que mantenía una
relación más estrecha con Europa que con el interior de su propio país,
indígena y empobrecido. Perú era un país fracturado, escindido en dos regiones
bien distantes entre sí y con ritmos históricos particulares: la costa (del
Pacífico), la sierra (Andes) y la selva (Amazonia). De ese hecho Mariátegui
extrae una de sus principales tesis: Perú era todavía un esbozo,
una nación incompleta, ya que entiende que la formación de la nación peruana se
había interrumpido y que su proceso revolucionario se realizaría por
arriba, mediante una especie de vía no-clásica; una concepción
original semejante a la de A. Gramsci (para Italia) y de Caio Prado Júnior
(para Brasil). En consecuencia, era necesario construir el
Perú.
En
su país, como en tantos otros de América, la élite estaba cortada por los
patrones europeos y únicamente el indigenismo (hacía los años 1920), interrumpió
parcialmente esa tendencia. Lo que prevalecía hasta ese momento, incluso en el
ámbito socialista, era la idea de que la emancipación de los pueblos indígenas
consistiría en convertirlos “a la civilización” (según los cánones
europeo-occidentales). Esta concepción no comenzó a cambiar hasta que las
propias personas nativas pasaron a la acción al inaugurar en la década de 1910
un nuevo ciclo en su larga historia de resistencia contra la dominación del
Estado colonial y de los latifundistas. Uno de los hitos de esa transformación
fue su participación en la Guerra del Pacífico (1879-1993) contra Chile, lo que
sirvió para que la intelectualidad socialista elaborase una autocrítica: las
poblaciones autóctonas no necesitaban ser “despertadas”; lo que era necesario
era que los propios revolucionarios relativizasen sus referencias eurocéntricas y
prestasen más atención a la experiencia práctica de las movilizaciones
indígenas. En los debates sobre la “cuestión del indio” en los que participó,
Mariátegui sometió las tendencias de su tiempo a una crítica socialista
radical, como fue el caso del “nacionalismo criollo”, posición defendida por la
élite mestiza peruana. En la concepción mariateguiana las clases dominantes del
país eran solidarias con el colonizador, lo que le lleva a proponer la
construcción de un nacionalismo vanguardista, que reivindicase el “pasado
incaico”.
En
su camino, las concepciones y la praxis política del Amauta se
distinguieron particularmente por su atención a los conocimientos indígenas (su
relevancia y valor revolucionario), así como por el espíritu vital despertado
en todo el mundo por la Revolución Rusa. Considera que, en medio del proceso de
alienación política y existencial –inherente al capitalismo–, esta Revolución
había logrado despertar al “hombre matinal”, este ser cansado de la noche
“artificialmente iluminada” (la decadencia burguesa de posguerra). Para la
construcción social de este nuevo ser humano era necesario
absorber los bienes de todas las fuentes de conocimiento a las que el mundo
contemporáneo podría tener acceso, no solo el conocimiento moderno, sino al
conocimiento tradicional de pueblos como los andinos (“El alma matinal”, 1928).
Investiga los distintos periodos históricos relacionando aspectos económicos y
culturales, lo que le lleva a reflexionar sobre la fuerza del “mito
revolucionario”: esa utopía concreta. Entiende que es necesario
trabajar la dialéctica entre objetividad y subjetividad,
entre otros antagonismos creadores, como es el caso de la síntesis que propone
entre saberes del pasado y del presente. De
acuerdo con su concepción, el conocimiento de los nuevos tiempos tendría que
abarcar elementos de los saberes que de forma imprecisa denomina “occidentales”
(filosofías, ciencias y técnicas actuales, que en realidad son fruto de un
milenario intercambio universal) y “orientales” (o de forma más precisa no-occidentales,
es decir, lo tradicional, lo autóctono, lo campesino, lo relativo a los pueblos
ligados a la tierra).
La
intención de Mariátegui era revitalizar la praxis marxista, que en su época
estaba ahogada por el reformismo de la Internacional Socialista (IS),
organización contaminada por el “mediocre positivismo”. Asimismo, sostiene que
en la medida en que la I Guerra Mundial demostró a la humanidad que existen
“hechos superiores a la previsión de la ciencia” y “contrarios al interés de la
civilización”, más allá de la razón, el ser humano tiene necesidad de “fe”, de
“pasión”, de “esperanza” combativa.
A
este respecto, el marxista Florestan Fernandes observaría que Mariátegui había
percibido que el progreso irreflexivo promovido por el capitalismo provocaría
un aumento de la barbarie (realidad subestimada desde la “perspectiva
eurocéntrica”) y que de un mero progreso técnico no se obtiene espontáneamente
una evolución humana, social; al contrario, al observar a la sociedad en su
totalidad (guerras, genocidios, hambre, desigualdad), se aprecia la gravedad de
esa desorientación y de las contradicciones “implosivas” de ese proceso
autodestructivo de la civilización.
Con
el objetivo de cuestionar la estrechez del cientifismo moderno, el Amauta se
interesó por ciertos conceptos de Freud y de Nietzsche; de hecho, fue uno de
los primeros marxistas en tomar algunas ideas de estos pensadores –críticos de
la divinización de la razón operada en la modernidad–, para
introducirlas en el debate comunista. Buscó en esas teorías elementos que
permitiesen abarcar la irracionalidad humana en la interpretación marxista
del todo real (y ampliar así la perspectiva cognitiva de la
realidad social concreta); en algunas de esas ideas encontró armas de una gran
solidez interpretativa para denunciar la alienación, la impotencia y la
artificialidad del ser humano inmerso en una estructura sociocultural represiva
burguesa y cristiana.
No
obstante, es necesario insistir en que Mariátegui está lejos de realizar una
síntesis ecléctica que aspirase a mezclar principios del
materialismo histórico con otros que pudiesen estar en conflicto o ser ajenos a
este pensamiento revolucionario. Al apropiarse de algunos de los
conocimientos psicológicos y sobre todo vitalistas (a
pesar de despreciar el “escepticismo” y el “relativismo” y de entender que el
“nietzscheanismo” no era más que una “enfermedad” del espíritu), el propósito
mariateguiano era reforzar la solidez de una concepción marxista
efectivamente dialéctica; esto, en contraposición con el reformismo
(determinista o mecanicista) que afectaba e afecta influyentes corrientes
socialistas, con sus posturas gradualistas –idea que él consideraba una
“fosilización académica” del marxismo. Dicho de otra forma, su preocupación es
la de valorar la dimensión ética que compone la noción marxista de praxis: la
voluntad de libertad, la esperanza que hay que restaurar, el sentimiento
emancipatorio que impulsa a la acción al ser humano deseoso de autonomía,
justicia y felicidad. Para conseguir eso, en oposición a la apatía reformista
(parlamentaria y evolucionista), él se abre a teorías que investigan el
inconsciente, las pasiones humanas, la cuestión subjetiva de la “fe”
revolucionaria, del “mito” que anima el espíritu combativo de los oprimidos.
Así pues, Mariátegui entiende la esfera sentimental del marxismo como un factor
potente y necesario para la revolución.
En
este sentido, su concepción marxista destaca el valor de las tradiciones
comunitarias al resaltar ciertos aspectos que les permitieron a los indígenas
disfrutar de una mejor calidad de vida antes de la invasión europea: como la
“solidaridad”, una de las características propias del “comunismo agrario” de la
sociedad inca, en franco contraste con la siempre elogiada competitividad del
capitalismo. No obstante, afirma que, si bien antiguamente el indígena
trabajaba con placer y satisfacción, actualmente no se puede renunciar a los
diversos saberes alcanzados en nuestro mundo contemporáneo. De ahí que sea
necesario relacionar los mejores frutos del conocimiento actual (las técnicas
avanzadas, las ciencias modernas y, en especial, el pensamiento marxista) con
los conocimientos tradicionales (se refiere en concreto al pueblo inca, cuyo
vigor revolucionario encuentra en el hábito de cooperación mutua y en su fe en
la revolución).
Es
en ese sendero que Mariátegui desarrolla su concepción de un “nuevo
romanticismo”, que considera “espontánea y lógicamente socialista”. Su
intención es relacionar el impulso vigorizante e idealista de la subjetividad
romántica con la concreción conflictiva de la objetividad
realista. De ese modo reelabora el concepto de “mito” de G. Sorel, que
transforma y profundiza: el “mito revolucionario” es una “esperanza
sobrehumana” que trae al pueblo una nueva fascinación ante la vida. Actualiza,
por tanto, el antiguo y abstracto espíritu romántico al
incorporarle la objetividad epistémica del “realismo proletario”
(antipositivista y consciente de la imperfección humana), con la intención de
cultivar de forma más realista la energía subjetiva presente
en la esperanza de construir una nueva sociedad. En conclusión, para Mariátegui
tanto el romanticismo como el realismo son dos posturas intrínsecas del
marxismo que concurren para la transformación revolucionaria de acuerdo con una
dialéctica que se podría llamar romántico-realista.
En
cuanto a la historiografía, una de las más importantes contribuciones
mariateguianas es su análisis de la cuestión nacional peruana
desde la perspectiva del materialismo histórico, reflexión que en parte haría
extensible al conjunto de las naciones latinoamericanas. En relación con esa
cuestión, una de sus contribuciones de más impacto político fue la conclusión de
que en América no se formó una “burguesía nacional”, supuestamente interesada
en aliarse con los socialistas en su lucha contra el imperialismo. En ese
debate, la posición “aliancista” defendía la propuesta de una coalición de
clases que tendría que ser dirigida por los sectores burgueses presuntamente
progresistas, mientras que los socialistas tendrían una posición subordinada.
Sin embargo, según Mariátegui, las élites latinoamericanas no tenían ningún
interés en luchar contra el imperialismo, ya que, a diferencia de otros pueblos
(como los asiáticos), no tenían ningún vínculo con el pueblo, ya que no
compartían ni la historia ni la cultura. El burgués peruano, “blanco”,
despreciaba todo aquello que sonase a “popular” o “nacional”, al sentirse por
encima de todo blanco, algo que también imitaba la “pequeña
burguesía mestiza”. Esa es la razón por la cual solo la revolución socialista
podría superar el imperialismo de forma radical, afirma. En ese sentido,
insiste que la Revolución Rusa constituye el mejor ejemplo para
seguir, pero no como un “modelo” que se tenga que copiar, sino como una “guía”
para las decisiones que cada pueblo debe tomar de forma autónoma.
Con
la experiencia bolchevique como brújula, el
marxista andino polemizó con revisionistas, nacionalistas, reformistas
socialdemócratas de la II Internacional (IS) y, más tarde, con algunas tesis de
la III Internacional (IC) que consideraba eurocéntricas. A pesar de que había
mostrado su apoyo a la IC desde el primer momento y de haberse adherido (a través
de su partido), Mariátegui criticó la propuesta que había hecho esa
organización para que los comunistas del Perú promoviesen la creación de
“repúblicas nativas independientes”, lo que consideró una lectura errónea de
las tesis de Lenin al respecto de la cuestión de la autodeterminación de los
pueblos. En su concepción, el problema de su país era la irresoluta “cuestión
agraria” y, considerando que tres cuartas partes de la población era indígena,
sería ese pueblo, en su mayoría campesino, el protagonista del proceso
revolucionario.
Pionero
de un pensamiento marxista propiamente americano, Mariátegui
influyó en diversos movimientos sociales en la historia del siglo XX, desde
agrupamientos de resistencia campesina e indígena hasta grupos guerrilleros y
políticos de varias tendencias revolucionarias; asimismo, sus ideas han
adquirido una proyección todavía mayor en la actualidad, en un contexto de
profundización de la crítica al eurocentrismo.
3 – Comentario sobre la obra
Los
escritos de José Carlos Mariátegui abarcan una gran diversidad de materias, que
van desde la filosofía, la historiografía, la sociología y la economía hasta la
literatura, la psicología, la crítica de arte y la educación, entre otros
campos del conocimiento. Debido a su precoz muerte (1930), en vida tan solo vio
publicados dos libros editados en su propia editorial (Minerva), aunque dejó
otros tres listos para su edición. El resto de sus escritos, cuya selección y
edición corrió a cargo del sello editorial Amauta, no vieron la luz hasta treinta
años después de su muerte, gracias al esfuerzo de realizado por su esposa Anna
y sus hijos, junto con la colaboración de algunos camaradas, como H. Pesce y
Alberto Tauro.
Su
primer libro, La escena contemporánea (Lima: Minerva, 1925),
es una selección de artículos centrados en figuras y aspectos de la realidad
internacional en los que aborda temas como el fascismo, la “crisis” de la
democracia liberal y del socialismo reformista, la literatura revolucionaria,
“los hechos y las ideas” de la Revolución Rusa y diferentes ensayos sobre los
pueblos de Oriente.
Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (Lima: Minerva, 1928) es su obra más difundida e importante. Con
decenas de ediciones y diversas traducciones, reúne una serie de ensayos en los
que aplica el materialismo histórico para comprender la realidad de su país y
aborda, entre otras cuestiones, la evolución de la economía nacional, la
“cuestión del indio” y “de la tierra”, la educación pública, el “factor
religioso” en la formación de Perú, el problema del “regionalismo” y del
“centralismo” peruano y la literatura nacional.
El
tercero de los libros póstumos que dejó preparados es Defensa del
marxismo: polémica revolucionaria (Santiago de Chile: Ediciones
Nacionales y Extranjeras, 1934), escrito entre los años 1927 y 1929, y centrado
en cuestiones filosóficas, presenta algunos de los puntos de vista esenciales
en su filosofía marxista. A partir de un análisis del revisionismo
“desencantado” de Henri de Man, critica la economía liberal, el reformismo
socialdemócrata, el evolucionismo y el pragmatismo laborista británico y la
“literatura conformista”; asimismo, analiza las limitaciones de la filosofía
moderna y defiende que el marxismo (tan solo “en parte” una filosofía) la
superó y seguirá siendo válido mientras perdure la sociedad de clases; y, por
último, en un pionero ensayo sobre el tema (cuando apenas unas pocas personas
se habían dedicado a la cuestión), relaciona los pensamientos de Marx y de
Freud, entre los que encuentra afinidades.
El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy (Lima: Amauta, 1950) es una selección de textos escritos entre
1923 y 1929 en los que discute diversos asuntos relacionados con la filosofía y
la cultura, entre los que destacan los siguientes: literatura contemporánea,
historia del arte, cultura italiana moderna y la “emoción de nuestro tiempo”,
en los que contrapone la impotente perspectiva “escéptica” de la sociedad
burguesa en crisis con el renovado espíritu “romántico” –que anima el nuevo
“mito”, el “socialismo”.
La
siguiente obra, La novela y la vida (Lima: Amauta, 1950),
muestra que Mariátegui conservó en su madurez la llama literaria de la
juventud. De acuerdo con el autor, que concedía un gran valor a la literatura
en el proceso de construcción socialista, se trata de un “relato” en el que se
“entremezclan el cuento y la crónica, la ficción y la realidad”. Basado en un
curioso caso judicial que tuvo lugar en Italia, la trama implica a un profesor
supuestamente sin memoria, de quien una mujer dice que es su esposo
desaparecido, por lo que el profesor terminará viviendo en otra realidad, la de
un obrero.
Tres
décadas después de su muerte empezaron a salir a la luz ediciones (incluso
populares) que reunían sus otros escritos. En 1959 la editorial Amauta puso en
marcha la edición de sus Obras Completas (Lima: Editora
Amauta) –así titulada, a pesar de no reunirlas a todas–, que incluye en 16
volúmenes diferentes textos del autor, entre los que se encuentran, a parte de
los ya mencionados, los siguientes: Ideología y política (1959),
que trata del indigenismo y de la filosofía política marxista de
Mariátegui; Temas de Nuestra América (1959); El
artista y la época (1959); Signos y obras (1959); Historia
de la crisis mundial: conferencias (1959); Cartas de
Italia (1969); Peruanicemos al Perú (1970); Temas
de educación (1970); y, Figuras y aspectos de la vida mundial (1970),
publicado en tres volúmenes divididos por períodos (I: 1923-1925; II:
1926-1928; III: 1929-1930). La colección incluye además algunos tomos extras,
entre los que se encuentra el libro Poemas a Mariátegui (con
prólogo del poeta Pablo Neruda) y otros escritos sobre la obra
del autor.
Años
más tarde apareció la obra Mariátegui total (Lima: Amauta,
1994), edición conmemorativa del centenario del autor, que en dos tomos (con
4.000 páginas en total), más allá de los textos ya reunidos en los libros anteriores,
incluye sus escritos de juventud, su correspondencia y un álbum fotográfico.
De
entre los principales ensayos mariateguianos incluidos en las ediciones
mencionadas, merece la pena destacar aquellos en los que el autor trata temas
que le resultaron de mayor interés, como la filosofía marxista y la praxis
política revolucionaria: “El crepúsculo de la civilización” (1922), en el que
analiza la decadencia de la “civilización capitalista” (“esencialmente
europea”); “El hombre y el mito” (1925), en el que reflexiona sobre el nuevo
“mito” de la “revolución social”; “Dos concepciones de la vida” (1925), en el
que denuncia el “respeto supersticioso” a la idea de “progreso” y defiende la
“necesidad de la fe” para, como hicieran “los bolcheviques, poner rumbo hacia
la utopía”; “Crisis de la democracia” (1925), en el que sostiene que el
fascismo es la reacción a la crisis del régimen burgués “envejecido”, es decir,
consiste en la adaptación de la élite a los nuevos tiempos del “imperialismo
monopolista” en los que la “democracia liberal” ya no es útil a los intereses
de esa élite; “¿Existe un pensamiento hispano-americano?” (1925); “Heterodoxia
de la tradición” (1927); “Mensaje al Congreso Obrero” (1927); y, algunas cartas
del período italiano. Además, para tener comprender mejor su
pensamiento político es necesario referirse a los “Principios programáticos del
Partido Socialista” (1928), en los que reivindica la necesidad de adaptar las
acciones del Partido a las condiciones sociales del país, aunque sin olvidar la
dinámica universal, ya que las circunstancias nacionales dependen de la
historia mundial, por lo que insiste en que el método de lucha del PSP era el
“marxismo-leninismo” y la forma, la “revolución”.
A
pesar de los esfuerzos editoriales de las últimas décadas, todavía no se han
recopilado la mayor parte de los cerca de três mil textos escritos por
Mariátegui, la gran mayoría publicados en periódicos, tanto del Perú como del
exterior – por ejemplo Mundial o Variedades.
Respecto
a la pequeña parte de la obra mariateguiana traducida al portugués destacan:
dos ediciones de los Sete ensaios de interpretação da realidade peruana –una
publicada por Alfa Omega (1975), prologada por F. Fernandes, y la otra de las
editoriales Expressão Popular y Clacso (2008)–; las antologías Política (Ática,
1982) y Por um socialismo indo-americano (Editora UFRJ, 2006);
y la edición ampliada Defesa do marxismo: polêmica revolucionária e
outros escritos (Boitempo, 2011), que, además de su libro sobre
filosofía marxista, incluye ensayos inéditos en portugués sobre temas como la
Revolución Rusa y el feminismo.
Los
volúmenes de la colección de sus Obras completas están
disponibles en red en diferentes portales: Patria Roja, Archivo Chile o Marxists. A parte de estos libros,
el Archivo J. C. Mariátegui, en cooperación con la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos (que conserva la biblioteca particular de
Mariátegui, donada por su familia) está impulsando la organización y
digitalización de una amplia documentación sobre el marxista, que se puede
acceder en el sitio del Archivo –en
el que se encuentran disponibles numerosas copias de sus manuscritos
originales, su correspondencia y otros documentos, así como fotografías (entre
otras, las usadas en sus publicaciones) y la colección completa de la
revista Amauta. Respecto a los estudios sobre el pensamiento
mariateguiano, también están disponibles en la red varias antologías y ensayos
de investigadores de su obra.
4 – Bibliografía de referencia
ESCORSIM,
Leila. Mariátegui: vida e obra. São Paulo: Expressão Popular, 2006.
DEVEZA,
Felipe S. “Mariátegui, González Prada e o indigenismo radical no Peru da década
de 1920”. Tempo, UFF (Niterói), v. 28, n. 2, may-ago. 2022.
FERNANDES,
Florestan. “Significado atual de José Carlos Mariátegui”. Coleção
Princípios, n. 35, 1994-1995. Disp.: http://grabois.org.br.
FLORES
GALINDO, Alberto. La agonía de Mariátegui. Lima: Desco, 1980.
Disp: http://www.catedramariategui.com [Cátedra
J. C. Mariátegui].
LUNA
VEGA, Ricardo. Sobre las ideas políticas de Mariátegui. Lima:
Ediciones Unidad, 1984.
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L., Yuri. Marx na América. São Paulo: Alameda/Fapesp, 2018.
______. O
marxismo de Caio Prado e Mariátegui. Tesis (Doctorado en Historia
Económica) – USP/CNRS, 2015. Disp.: https://www.teses.usp.br.
______.
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C. Defesa do marxismo: polêmica revolucionária e outros escritos [org.
y traducción: Yuri Martins-Fontes L.]. São Paulo: Boitempo Editorial, 2011.
MELIS,
Antonio. José Carlos Mariátegui hacia el siglo XXI (Cuadernos
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OBANDO
M., Octavio. Ordenamiento cronológico de las Obras completas populares
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QUIJANO,
Aníbal. “José Carlos Mariátegui: reencuentro y debate”. En: MARIÁTEGUI, J.
C. Siete ensayos… Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2007.
ROUILLON
D., Guillermo. La creación heroica de José Carlos Mariátegui [2
tomos]. Lima: Editorial Arica, 1975.
SÁNCHEZ
VÁZQUEZ, Adolfo. De Marx al marxismo en América Latina. Ciudad de
México: Itaca, 2012.
Notas
Yuri
Martins-Fontes L. es coordinador general del Núcleo Práxis-USP y editor
del Dicionário marxismo na América; profesor de Historia y
Filosofía Política, escritor, traductor y periodista; doctor en Historia
Económica (USP/CNRS), bachiller en Filosofía y en Ingeniería (USP), con
post-doctorados en Ética y Política (FFLCH-USP) y en Historia, Cultura y
Trabajo (PUC-SP). Autor de, entre otras obras: Marx na América: a
práxis de Caio Prado e Mariátegui (2018) y Cantos dos
infernos (2021).
Editado
por Joana Coutinho y Solange Struwka, este artículo se publicó originalmente en
portugués en el portal del Núcleo
Práxis-USP y constituye una de las entradas del Dicionário
marxismo na América, obra colectiva coordinada por esa
organización. Está permitida su reproducción, sin fines comerciales, siempre
que se cite la fuente (nucleopraxisusp.org) y que no se altere su
contenido. Son bienvenidas las sugerencias y críticas: nucleopraxis.usp.br@gmail.com.
Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad
y mencionar a los traductores y a la traductora, y a Rebelión y Núcleo Práxis como fuentes de la
traducción.
Fuente
(del original): https://nucleopraxisusp.org/2023/08/25/o-marxismo-de-jose-carlos-mariategui/
https://rebelion.org/el-marxismo-de-jose-carlos-mariategui-2/
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