por Juan Carlos Blanco Sommaruga
16 de noviembre de 2025
Hay un fenómeno curioso en la
política contemporánea: cierta izquierda que, cansada de repetir viejos
eslóganes y sospechando que ya nadie los escucha, decidió mirar hacia la
derecha.
No por convicción, claro, sino
porque parece que desde allí se ve mejor en las encuestas. Es la izquierda que
se declara progresista, pero que cada tanto tiene un episodio de amnesia
selectiva y termina repitiendo argumentos que hace unos años habría denunciado
como “regresivos”. Un popurrí ideológico que, para ser justos, tiene su mérito:
no cualquiera logra tanta flexibilidad sin sufrir contracturas doctrinarias.
En este nuevo ecosistema
político, los líderes que se autodefinen de izquierda descubrieron que hablar
de igualdad cansa, pero hablar de “orden” vende. Que discutir justicia social
aburre, pero cuestionar la migración “descontrolada” genera clics. Que promover
reformas profundas intimida, pero criticar a las élites desde un acto con luces
y drones resulta irresistible. Es un arte moderno: el progresismo de diseño,
con estética joven, lenguaje inclusivo y playlist indignada, pero
agenda cuidadosamente editada para no incomodar demasiado.
Claro que esta metamorfosis no se
admite en público. Nadie confiesa abiertamente que ha decidido coquetear con la
derecha. En su lugar, se recurre a la fórmula mágica: “No es un giro, es
una lectura realista del momento”. Una frase que, traducida, significa algo así
como: “Las ideas son hermosas, pero las encuestas son más convincentes”. Y así,
la izquierda posmoderna se convierte en una suerte de versión política del
camaleón: cambia de tono según el auditorio, pero insiste en que sigue siendo
la misma.
El truco más encantador de este
populismo híbrido es su capacidad para posicionarse siempre en el lado correcto
del malestar. Si la gente está enojada, ratifica que hay motivos para estarlo.
Si la gente desconfía de la política, promete ser una política distinta. Si la
gente quiere seguridad, se vuelve adalid del orden. Y si mañana la gente quiere
unicornios, probablemente anuncie un plan nacional de fomento equino-mágico.
Todo es posible cuando la ideología se maneja como archivo editable.
El problema —porque siempre hay
un problema— es que tanta versatilidad termina vaciando de sentido a la propia
idea de izquierda. Entre tanto guiño hacia la derecha, tanta frase tibia y
tanto equilibrio de funambulista, se pierde aquello que alguna vez la
distinguió: un proyecto transformador, una visión de sociedad menos entregada al
mercado y más comprometida con la igualdad. Pero claro, eso no entra tan bien
en un video de 20 segundos para redes sociales.
Al final, esta izquierda que
quiere caerle bien a todos termina no convenciéndole del todo a nadie. Y
mientras practica la acrobacia electoral, deja el debate público reducido a una
competencia por quién administra mejor la frustración ciudadana. Un deporte
entretenido, sí, pero que poco tiene que ver con la política que decía aspirar
a cambiar el mundo.
Aunque, para ser justos, cambiar
de idea cada semana también es una forma de cambio. No necesariamente la más
noble, pero sin duda la más… adaptable.
Fuente: https://grupormultimedio.com/la-izquierda-que-mira-a-la-derecha-id176723/
2 comentarios:
Y Alfonso López Chau?
Como está situado dentro de la izquierda
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