miércoles, 16 de marzo de 2011

Leer a los Cuatro Economistas mas Grandes para Conocer el Destino del Capitalismo

NOTA
El Articulo adjunto es la traduccion del Articulo al que se referia Manuel Riesco "Read the big four to know capital", aparecido en el Financial Times.

Aunque hay algunos aspectos con los que pudieramos discrepar con el autor, por ejemplo cuando afirma que el Capitalismo es el Sistema que se va a mantener porque cree que podrá resolver sus contradicciones atraves de la regulacion e intervencion estatal. Asimismo, cuando asevera que la propuesta de Marx era crear una sociedad igualitaria comunista desde el inicio.

Pero por otra parte, se tiene que reconocer que el autor al llamar a leer a Marx y a los otros grandes de la Economia Politica, reconoce al mismo tiempo la enorme valia del autor de El Capital.

Es tambien un llamado de atencion a los socialistas del Peru y del Mundo para que retornemos a Marx y estudiemos su obra; que le demos a esta el respeto al extraordinario esfuerzo que les costo a Marx y Engels. Marx se paso casi 20 años llendo a la Biblioteca de Londres para hurgar todos esos materiales, leyendo todo lo podia sobre el desarrollo del capitalismo y la historia de los modos de produccion a traves de la Historia.

El Trabajo de Marx fue arduo y requirio extraordinario esfuerzo, que solo un gigante intelectual pudo hacerlo como lo hizo, por supuesto con la ayuda del amigo Engels otro Titan del Socialismo. Marx tuvo que aprender otros idiomas para entender los libros y estudios originales; tuvo que aprender Aritmetica y Algebra, Estadistica y Calculo Diferencial; y toda materia que le permitiera esa Critica de La Economia Politica (que fue el subtitulo de esta obra). Marx sufrio de diversas dolencias fisicas, de penurias economicas, que afectaron sus estudios y su vida familiar. Pero su intencion era poner al Capitalismo en el Banquillo de la Historia, demostrar que como sistema era temporal, no eterno; que como sistema no resolvia los problemas sociales, sino que los exacerbaba. Y que en su centro llevaba los elementos de su propia superacion en un nuevo sistema social.Queria poner en las manos de los Trabajadores del Mundo una herramienta y un arma para su autoliberacion

Sepamos pues que el nombre de Socialismo Cientifico no es un nombre que se le dio para atarantar a sus rivales.

Un Abrazo

Eduardo Vargas

PD. al final esta el articulo original en ingles.


Leer a los Cuatro Economistas mas Grandes para Conocer el Destino del Capitalismo


Por Paúl Kennedy Publicado: 12 de marzo de 2009 20:42 | Última actualización: 12 de marzo de 2009 20:42 Traducción de Eduardo Vargas 3/14/2011

Los presidentes de EE.UU., cuando han tenido que enfrentar las crisis, a menudo han hecho saber que son estudiantes serios de la historia y de las biografías. George W. Bush, un inusualmente voraz, lector de tarde en la noche, devora libros sobre las vidas de grandes hombres, incluyendo a su héroe Winston Churchill, (quien a su vez le gustaba leer acerca de su ilustre antepasado, Marlborough). Barack Obama lee las biografías de Abraham Lincoln en busca de inspiración.

Dada la enormidad de la crisis de la banca, del crédito y del comercio, ¿podría valer la pena sugerirle a Obama y a los otros líderes, que en su lugar ellos estudien los escritos de los más grandes economistas del mundo?
Después de todo, nosotros podemos estar en tal sombría condición económica, que la dirección inteligente de los presupuestos es una cualidad mayor de liderazgo que la firme conducción de los de barcos de combate. Puesto que los líderes de hoy posiblemente no puedan leer todas las obras más importantes de la economía política, vamos a ayudarles mediante la selección de cuatro de los grandes nombres de la colección clásica de Robert Heilbroner, Los filósofos mundiales: Las Vidas, Tiempos e Ideas de los Grandes Pensadores Económicos:

Adam Smith, el virtual fundador de la disciplina y un temprano apóstol de los principios del libre comercio; Karl Marx, el penetrante crítico de las debilidades del capitalismo, y menos fiable predictor de su "inevitable" colapso; Joseph Schumpeter, el brillante y poco ortodoxo austriaco que no era ciertamente enemigo del sistema capitalista, pero advirtió de su volatilidad inherente (la "tormenta perenne de destrucción creativa"); y ese gran cerebro, John Maynard Keynes, quien pasó la segunda mitad de su asombrosa carrera tratando de encontrar políticas para rescatar ese mismo temperamental orden del libre-mercado para que no se estrellase contra el suelo.

Tal vez ,el supremamente talentoso dramaturgo Tom Stoppard podría poner esos cuatro sabios en el escenario y ofrecer una discusión entre ellos, en un imaginario cuadrilátero durante un largo fin de semana, sobre el futuro del capitalismo. A falta de semejante trabajo creativo, ¿Qué es lo que podríamos imaginar que los cuatro grandes maestros de la Economía Política pudieran decirnos acerca de nuestra crisis económica actual?

Smith, uno se imagina, pudiera reclamar que él nunca había defendido un total laissez faire, estaría horrorizado cómo es que los préstamos de alto riesgo a personas fiscalmente inseguras, contradicen su devoción a la economía moral, y expresaría su preocupación por el déficit de gasto propuesto por muchos gobiernos.

Marx, pudiera todavía estar seriamente golpeado al aprender de la perversión de sus teorías comunistas por Lenin y Stalin; y por la fulminante desaparición de la mayoría de las economías socialistas del mundo posterior a 1989. Sin embargo, todavía él pudiera sentir placer respecto del naufragio del capitalismo financiero moderno debido a sus propias contradicciones.

El austero Schumpeter, por el contrario, podría estar dándonos una conferencia que nos vamos a tener que tragarnos una década de depresión grave antes de que una nueva, forma más ligera (mas atlética, EV) del capitalismo pudiera surgir de nuevo; aunque con una gran cantidad de evidencias de tormentas con severos daños a su paso (el final de la industria automovilística de EE.UU., la declinación de la Ciudad de Londres, tal vez)

Y Keynes? Mi opinión personal es que no estaría muy feliz en el actual estado de cosas. Él pudiera ser (sólo pudiera) que considere bien que se le cite o que se le malinterprete millones de veces en los medios de comunicación de hoy, pero uno sospecha que él pudiera sentirse incómodo en ciertas partes del plan de déficit/gasto de Obama: a la propuesta del Departamento del Tesoro de los EE.UU. de destinar más dinero a la compra de deudas incobrables y el rescate de bancos malos, en vez de invertir en la creación de empleo; al observar la juerga de gastos de Washington que parece sin coordinación con las de Gran Bretaña, Japón, China y el resto; y, lo más inquietante de todo, frente al hecho de que nadie se está preguntando quién va a comprar los 1.750 billones [miles de millones, EV] de dólares de Bonos del Tesoro EE.UU. para ser ofrecidos al mercado este año - serán el cuarteto de Asia oriental, China, Japón, Taiwán y Corea del Sur (todos con sus propios catastróficos colapsos en la producción), los inseguros estados árabes (sí, pero quizás una décima parte de lo que se necesita), o los estados Europeos y de América del Sur casi en la quiebra? ¡Buena suerte!,
Si esa cantidad colosal de papel se compra este año, quienes tendrán los fondos listos para comprar las emisiones del Tesoro de 2010, el 2011, mientras que los EE.UU. se sumergen en los niveles de endeudamiento que podría hacer que el record de la España de Felipe II, pareciera austero en comparación.

En el sentido más amplio, por supuesto, los cuatro de nuestros filósofos estarían correctos. El Capitalismo - nuestra capacidad para comprar y vender, mover dinero alrededor como queremos, y obtener una ganancia al hacerlo - está en serios problemas. No hay duda que Smith, mientras observa el colapso de Islandia y las tribulaciones de Irlanda, está reconsiderando su aforismo, de que para crear un Estado próspero se necesita más que un poco de "la paz, los impuestos suaves y una administración de justicia" - que no funcionó esta vez.

Por el contrario, rugidos de satisfacción pudieran ser escuchados procedentes de la tumba de Marx en el cementerio de Highgate, causando entusiasmo a los todavía considerable numerosos visitantes chinos. Mientras tanto, Schumpeter tendría justa causa al murmurar: "Esto no es una sorpresa, la verdad."

En cuanto a Keynes, podemos imaginarlo tomando té con Wittgenstein en los prados de Grantchester, frunciendo los labios ante la incapacidad de los simplemente normales seres humanos de hacer las cosas correctas: a nuestra tendencia a un excesivo optimismo, a nuestra ceguera ante los signos de recalentamiento económico, a nuestra propensión al pánico – y a nuestra necesidad, cada vez mas frecuente, de buscar a los hombres inteligentes como él para pegar de nuevo al destrozado Humpty-Dumpty del capitalismo internacional.

Todos estos economistas políticos instintivamente reconocieron que el triunfo de las fuerzas del libre mercado - con la consiguiente eliminación de los viejos contratos sociales, la disminución (del poder, EV) del estado sobre el individuo, el fin de las restricciones a la usura - no sólo traería una mayor riqueza para muchos, pero podría también producir consecuencias significativas, posiblemente no deseados, que pudieran moverse, a través de sociedades enteras.

Laissez faire, laissez aller no sólo fue una llamada a aquellos en conflicto con la limitación medieval y jerárquica, sino que fue también una llamada a desatar Prometeo. Lógicamente, éste te ha liberado tanto de las cadenas de una época pre-mercado, pero tambien te liberó a los riesgos de desastres financieros y sociales. En el lugar de las normas de Agustinos llegaron las oportunidades de Bernie Madoff.

Por el mismo instintivo razonamiento, los gobiernos más sensibles desde el tiempo de Smith han tomado precauciones contra la totalmente irrestricta búsqueda, por los ciudadanos de las ventajas privadas. Los Estados han invocado a las necesidades de la seguridad nacional (por lo tanto, hay que proteger a ciertas industrias, incluso si eso no es rentable); el deseo de la estabilidad social (por lo tanto no permitir que un 1 por ciento de la población posea el 99 por ciento de su riqueza y por lo tanto provocar disturbios civiles); y el sentido común del gasto en bienes públicos (por lo tanto invertir en carreteras, en las escuelas y en los bomberos).

De hecho, con la excepción de los pocos estados absurdamente comunistas como Corea del Norte, todas las políticas económicas, de las muchas de hoy en día, se encuentran a lo largo de un espectro reconocible, de medidas de más libre mercado frente a las de menor libre mercado.

Pero lo que ha sucedido en la última década o más es que muchos gobiernos bajan su guardia y permitieron, a individuos, bancos, compañías de seguros y fondos de inversión, en busca de ganancias rápidas, un rango de acción mucho mayor para crear nuevos esquemas de inversión, controlar mas y mas capital sobre la base de recursos reales cada vez más débiles, y ampliar drásticamente la colección de las víctimas ingenuas (personas tontas, de bajos-ingresos, confiadas organizaciones sin fines de lucro, organizaciones benéficas judías, amigos de un amigo de un gerente de inversiones, la lista es larga), creando así nuestra propia espectacular era equivalente de la burbuja de los Mares del Sur.

Al igual que en todos esos gigantescos colapsos crediticios, muchos millones más de personas - los inocentes, así como los necios - se verán afectados que los vendedores de sebo de serpiente y los administradores de préstamos que perpetraron los llamados esquemas de "creación de riqueza".

Entonces, ¿cuál es el futuro del capitalismo? Nuestro dañado sistema actual, no está, a pesar de las esperanzas de Marx, para ser sustituido por una sociedad totalmente igualitaria, comunista (dichos acuerdos podrían estar allí en la vida después de la muerte).

Nuestra economía política en el futuro probablemente no sea una en la que Smith y sus discípulos de hoy en día puede encontrar mucho consuelo: habrá un grado mas-que-bienvenida de interferencia del gobierno en "el mercado", unos impuestos algo mayores y una fuerte desaprobación pública del principio de la ganancia en general.

Schumpeter y Keynes, uno sospecha, se sentirán un poco más en casa con nuestra nueva economía política post-exceso neocapitalista.
Este será un sistema en el que los espíritus animales del mercado serán vigilado muy de cerca (y controlados) por una variedad de cuidadores del zoológico nacional e internacional – un control, el cual la mayor parte de los espectadores lo aprueba de todo corazón -, pero no habrá un asesinato ritual del principio de la libre empresa, incluso si tenemos que hundir aún más en la depresión para los próximos años. Homus Economicus recibirá una paliza terrible.

Pero el capitalismo, en una forma modificada, no va a desaparecer. Al igual que la democracia, que tiene defectos graves - pero, al igual que uno encuentra algún defecto de la democracia, los críticos del capitalismo van a descubrir que todos los demás sistemas son peores. La economía política nos lo dice.

El escritor es profesor de historia y director de Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, es el autor / editor de 19 libros, incluyendo El ascenso y la caída de las grandes potencias (vintage). Está escribiendo una historia operativa de la segunda guerra mundial. Para participar en el debate vaya a www.ft.com / capitalismblog. Copyright El Financial Times Limitada 2011. Usted puede compartir con nuestras herramientas artículo. Por favor, no corte artículos de FT.com y redistribuir por e-mail o publicar en la web.




Read the big four to know capital’s fate
By Paul Kennedy
Published: March 12 2009 20:42 | Last updated: March 12 2009 20:42
US presidents, in confronting crises, have often let it be known that they are serious students of history and biography. George W. Bush, an unusually voracious late-night reader, devours books on the lives of Great Men, including his hero Winston Churchill, (who in turn liked to read about his illustrious ancestor, Marlborough). Barack Obama looks to biographies of Abraham Lincoln for inspiration.
Given the enormity of the banking, credit and trade crisis, might it be worth suggesting to Mr Obama and his fellow leaders that they study the writings of the greatest of the world’s political economists, instead? After all, we may be in such a grim economic condition that the clever direction of budgets is a greater attribute of leadership than the stout direction of battleships.
Since today’s leaders cannot possibly read all the major works of political economy, let us help them by selecting four of the greatest names from Robert Heilbroner’s classic collection The Worldly Philosophers : The Lives, Times, and Ideas of the Great Economic Thinkers: Adam Smith, the virtual founder of the discipline and early apostle of free trade; Karl Marx, that penetrating critic of the foibles of capitalism, and less reliable predictor of its “inevit-able” collapse; Joseph Schumpeter, the brilliant and unorthodox Austrian who was certainly no foe of the capitalist system but warned of its inherent volatilities (its “perennial gale of creative destruction”); and that great brain, John Maynard Keynes, who spent the second half of his astonishing career seeking to find policies to rescue the same temperamental free-market order from crashing to the ground.
Perhaps the supremely gifted playwright Tom Stoppard could put those four savants on stage and offer an imaginary weekend-long quadrilateral discourse among them about the future of capitalism. Failing such a creative work, what might we imagine the four great political economists would say about our present economic crisis?
Smith, one imagines, would claim that he had never advocated total laissez faire, was appalled at how sub-prime loans to fiscally insecure people contradicted his devotion to moral economy, and was concerned at the deficit spending proposed by many governments. Marx would still be badly bruised by learning of Lenin and Stalin’s perversion of his communistic theories, and by the post-1989 withering-away of most of the world’s socialist economies; yet he might still feel pleasure at modern financial capitalism foundering on its contradictions. The austere Schumpeter, by contrast, might be lecturing us to swallow another decade of serious depression before a newer, leaner form of capitalism emerged again, though with lots of evidence of severe gale-damage (the end of the US car industry, the decline of the City of London, perhaps) in its wake.
And Keynes? My own guess is that he would not be very happy at today’s state of affairs. He might (only might) regard it as fine that he was quoted or misquoted millions of times in today’s media, but one suspects that he would be uneasy at parts of Mr Obama’s deficit-spending scheme: at the US Treasury’s proposal to allocate more money to buying bad debts and rescuing bad banks than investing in job creation; at a Washington spending spree that seems unco-ordinated with those of Britain, Japan, China and the rest; and, most unsettling of all, at the fact that no one is asking who will purchase the $1,750bn of US Treasuries to be offered to the market this year – will it be the east Asian quartet, China, Japan, Taiwan and South Korea (all with their own catastrophic collapses in production), the uneasy Arab states (yes, but to perhaps one-tenth of what is needed), or the near-bankrupt European and South American states? Good luck! If that colossal amount of paper is bought this year, who will have ready funds to purchase the Treasury flotations of 2010, then 2011, as the US plunges into levels of indebtedness that could make Philip II of Spain’s record seem austere by comparison?
In the larger sense, of course, all four of our philosophers would be correct. Capitalism – our ability to buy and sell, move money around as we wish, and to turn a profit by doing so – is in deep trouble. No doubt Smith, as he watches the collapse of Iceland and the Irish travails, is reconsidering his aphorism that little else is needed to create a prosperous state than “peace, easy taxes and tolerable administration of justice” – that did not work this time. By contrast, rumbles of satisfaction might be heard coming from Marx’s grave in Highgate cemetery, causing excitement for the still-considerable numbers of Chinese visitors. Meanwhile, Schumpeter will have due cause to mutter: “This is not a surprise, really.” As for Keynes, we might imagine him sipping tea with Wittgenstein at Grantchester meadows, pursing his lips at the incapacity of merely normal human beings to get things right: at our tendency to excessive optimism, our blindness to the signs of economic over-heating, our proneness to panic – and our need, every so often, to turn to clever men like himself to put the shattered Humpty-Dumpty of international capitalism back together again.
All these political economists instinctively recognised that the triumph of free-market forces – with the consequent elimination of older social contracts, the downgrading of the state over the individual, the end of restraints upon usury – would not only bring greater wealth to many but could also produce significant, possibly unintended consequences that would ripple through entire societies. Laissez faire, laissez aller was not only a call to those chafing under medieval, hierarchical constraints; it was also a call to unbind Prometheus. Logically, it both freed you from the chains of a pre-market age, and freed you to the risks of financial and social disaster. In the place of Augustinian rules came Bernie Madoff opportunities.
By the same instinctive reasoning, most sensible governments since Smith’s time have taken precautions against citizens’ totally unrestricted pursuit of private advantage. States have invoked the needs of national security (therefore you must protect certain industries, even if that is uneconomic), the desire for social stability (therefore do not allow 1 per cent of the population to own 99 per cent of its wealth and thus provoke civil riot), and the common sense of spending upon public goods (therefore invest in highways, schools and fire-brigades). In fact, with the exception of the few absurdly communist states such as North Korea, all of today’s many political economies lie along a recognisable spectrum of more-free-market versus less-free-market arrangements.
But what has happened over the past decade or more is that many governments let down their guard and allowed nimble, profit-seeking individuals, banks, insurance companies and hedge funds much greater scope to create new investment schemes, leverage more and more capital on the basis of increasingly thin real resources and widen dramatically the pool of gullible victims (silly, under-earning individuals, hopeful not-for-profits, Jewish charities, friends of a friend of an investment manager, the list is long), thereby creating our own era’s spectacular equivalent of the South Sea Bubble. As in all such gigantic credit “busts”, many millions more people – the innocent as well as the foolish – will be hurt than the snake-oil salesmen and loan managers who perpetrated these so-called “wealth creation” schemes.
What, then, is capitalism’s future? Our current, damaged system is not, despite Marx’s hopes, to be replaced by a totally egalitarian, communist society (such arrangements might be there in life after death). Our future political economy will probably not be one in which Smith or his present-day disciples could find much comfort: there will be a higher-than-welcome degree of government interference in “the market”, somewhat larger taxes and heavy public disapprobation of the profit principle in general. Schumpeter and Keynes, one suspects, will feel rather more at home with our new post-excess neocapitalist political economy. It will be a system where the animal spirits of the market will be closely watched (and tamed) by a variety of national and international zookeepers – a taming of which the great bulk of the spectators will heartily approve – but there will be no ritual murder of the free-enterprise principle, even if we have to plunge further into depression for the next years. Homus Economicus will take a horrible beating. But capitalism, in modified form, will not disappear. Like democracy, it has serious flaws – but, just as one find faults with democracy, the critics of capitalism will discover that all other systems are worse. Political economy tells us so.
The writer is professor of history and director of International Security Studies at Yale University, is the author/editor of 19 books, including The Rise and Fall of the Great Powers (Vintage). He is writing an operational history of the second world war. To join the debate go to www.ft.com/capitalismblog
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