martes, 14 de agosto de 2012

6 DE AGOSTO, LA ÉPICA VICTORIA DE JUNÍN - 01


Un Tema de Actualidad

Danilo Sánchez Lihón

1

Siendo las 4 de la tarde de hoy, 6 de agosto del año 1824, la batalla ya está irremediablemente perdida para el ejército patriota, integrado principalmente por fuerzas colombianas, peruanas, argentinas, venezolanas y chilenas. Otra vez la victoria es para el arma de la caballería española, hace centurias imbatible.

Pero aún se escucha el choque de sables, el galope y el piafar de los caballos, los gritos y quejidos de los heridos en el aire translúcido de la tarde. Es horrendo el acezar de los que caen atravesados por las lanzas, el bronco retumbar de los cuerpos antes ágiles que se desploman sobre la tierra. El agudo quejido de quienes son atravesados por las espadas, y otra vez el relincho de los caballos al escape. O de los que se doblegan descoyuntados, o abiertos por algún tajo, hecho al quitar el cuerpo el combatiente al cual iba dirigido el sablazo.

Los escuadrones independentistas en estos momentos siguen siendo diezmados por las armas punzocortantes realistas, aunque algunos ya se baten en retirada. El agrupamiento que comanda directamente el general Miller va amenguando desordenado, pese a la bravura con que siguen luchando.

2.

En estas circunstancias es que el comandante Isidoro Suárez, de apenas 23 años y jefe de los dos escuadrones que no han sido tomados en cuenta para ingresar a batalla, pide a su ayudante de campo, el teniente José Andrés Rázuri, que solicite órdenes concretas al General José de La Mar, acerca de las acciones que deberían tomar.

Ya Bolívar ha emprendido veloz carrera montado en “Palomo” su alazán blanco, huyendo desde el altozano desde donde ha contemplado la batalla, a unirse con la infantería que avanza a dos leguas de distancia al mando del General Sucre.

José Andrés Rázuri se acerca apresurado al General La Mar y aún galopando le consulta:

– El coronel Isidoro Suárez pide órdenes e instrucciones para los dos escuadrones a su mando.

– ¡Que huyan! –Dice a gritos La Mar– ¡Que emprendan la fuga! ¡Sálvense! ¡Escapen como puedan!

3

Rázuri espolea su caballo de regreso, bordeando el escenario de la batalla.

Le conmueve el titubeo de nuestras banderas, que aún flamean inhiestas. Y presiente el holocausto de los sueños más acariciados de una patria libre.

– ¿Qué dice? –Insiste Suárez con ansiedad al verle llegar.

Las palabras parecen habérsele atascado en su boca.

Ya terminan de pasar los jinetes españoles persiguiendo a los grupos dispersos de patriotas americanos.

– ¡Cuál es la orden! –Amenaza Suárez haciendo cabriolear su caballo.

Rázuri, al divisar otra vez cómo se escarnece a los nuestros, consciente que arriesga la vida, cambia en su mente y después en su boca la orden. Y las palabras sin vacilar brotan inatajables:

– Dice: ¡Ataquen como puedan! ¡Esa es la orden!

4

Rázuri después de haber respondido otra vez ha vuelto los ojos al campo de batalla en el momento en que se acuchilla a varios jinetes patriotas

Al decirlo ha sido consciente, como ironía, que el cambio apenas distan dos sílabas, que ni siquiera modifica totalmente una palabra completa. Pero que de repente de ello depende la libertad de América e ineluctablemente ahora también su destino.

Es inminente que por ello será fusilado, sin atenuantes ni apelaciones al alterar una orden en pleno campo de batalla, cualquiera sea el resultado que se obtenga. El Código Militar en tal sentido es estricto.

Pero todo sacrificio por el sueño de una patria libre vale la pena. Al final, la orden de ¡Escapen!, en el sonido, está tan cerca de: ¡Ataquen! ¡Apenas parece cambiada!

¡Qué ironía! ¡A veces nos divide la vida de la muerte, apenas el hilo de una tela de araña! ¡Y siempre un soplo más breve u otro más duradero!

5

Para Isidoro Suárez la orden, tal y como ha sido anunciada, es lo que él esperaba. Y se regocija por ello. ¡Ahora es el momento de cargar!, piensa.

Por eso, sin demora levanta su espada, investido de un fuego sagrado, tres veces la blande en el aire, que relumbra ante sus más de cien hombres montados sobre mulas y caballos que hieren con sus belfos espumosos el aire de la tarde.

Antes de hincar los talones en los ijares de su corcel, se oye primero decir:

– ¡Soldados! ¡Desenvainen…! ¡Espadas!

Y luego prorrumpe en un grito:

– ¡Húsares del Perú! ¡Al ataque!

Cien voces resuenan como si temblara la tierra en un grito límpido y unánime:

– ¡Al ataque!

6

Pican espuelas y arremeten con tal furor que hacen trastrabillar a todo un ejército ya victorioso, a quien atacan por la retaguardia, y quienes ya sentían haber ganado la batalla.

El ímpetu es tal que no dejan jinete sobre caballo enemigo. Uno a uno van cayendo.

Ahora todo es un bosque tupido y trabado de lanzas y sables.

El rasguito de las espadas se oye como bordones graves, o a ratos agudos lamentos de guitarras.

O los gritos de quienes son cercenados o acuchillados con la espada, o atravesados por la lanza, se confunde con los clarines sonámbulos.

El rasguito a alas de moscas de los cuchillos entona con los tambores lejanos.

El vuelo cortante de las espadas, cuando surcan el aire, es el mismo sonido a cuerdas de mandolinas que se rasgan, se rompen y se callan para siempre.

7

En Junín todo gira en redondo y es translúcido, abierto a los cuatro confines, donde no hay punto de referencia, salvo el lago como un orto.

Aquí no hay sombra, todo es transparencia, donde hemos subido a soñar un mundo nuevo y mejor.

¡En Junín el aire es esencia, y la esencia es luz inmarcesible! Aquí se está al final y al principio de todo, de la tierra y del cielo.

Colindante a Junín solo caben el sueño y la utopía. Y a encontrar y seguir aquí la huella de los sueños hemos venido.

Peregrinos de una patria nueva, de una realidad mejor para nuestros hijos.

Donde se cabalga como en el techo de la tierra. Y se pelea con los ojos desorbitados por las fantasmagorías.

Hemos soñado tanto la libertad en este aire. Y la hemos sentido como si al fin ya fuéramos a encontrarla. Y, es más, como si ya estuviéramos abrazados a ella.

8

Más arriba ya solo quedan las estrellas.

Un paso más y ya es caer al infinito.

Junín es venir a luchar en la cima del mundo.

Aquí hemos subido a idear una patria mejor. En esta frontera y límite con la quimera, donde el aire nos torna luz primigenia.

Aquí todo es translúcido. No sabemos si las espadas son las que antes de ser blandidas cuelgan de nuestros cinturones. O si son las que lucen desenvainadas en nuestras manos.

O si espada es la luz y el aire en nuestros corazones. O si espada es el aire abierto en esta planicie inacabable. O si espada es el viento que bate las espigas de la paja brava de los pajonales.

Aquí el aire que se respira son bocanadas de luceros que parecen iluminar por dentro nuestra sangre, la misma que será ofrendada.

Aquí todo se esclarece, todo se refleja y todo relumbra. Aquí hasta la muerte es transparente. Y todo misterio deja de serlo, porque se lo ve de una a otra orilla, en su centro, de uno a otro de sus bordes.

9

¿Cómo es que estamos aquí? ¿De qué manera hemos llegado? ¿Hoy día nos tocará morir? ¿Quién propuso y empezó esta batalla?

Ocurrió que al avizorar la polvareda del Ejército del Rey empezamos a trotar en nuestras cabalgaduras. Y luego a perseguirlos como impulsados por no dejar que nuestro sueño se esfume o desaparezca.

Hacia el costado derecho el lago de Chincaicocha espejea como una lámpara de plata.

Aquí el terreno en cualquier momento se hunde y nuestros caballos se atollan en la tierra negra. Y es incierto cada paso para volver a pisar terreno sólido.

Esto lo ha calculado bien Canterac, quien ha pasado momentos antes por estos mismos parajes. Y ha considerado providencial la oportunidad de atacarnos con su poderosa caballería.

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Es él un sabueso de la guerra que todo lo sopesa al instante y al milímetro. Con él nada queda desprevenido y nada tiene pérdida. Por eso, es él quien ha empezado. Y sabe a ciencia cierta que hoy va a destrozarnos, hasta el punto de hacernos añicos.

Tan seguro está de su victoria que un cuerpo de artillería que tenía apostado detrás de su caballería al mirarnos despreciativo lo ha despachado para que avance junto al resto de su ejército siguiendo su camino, mientras él ha quedado en compás de espera.

Canterac está calculando la velocidad de nuestra marcha, el terreno por el cual atravesamos, la distancia en tiempo que media entre su caballería y la nuestra, los minutos en que le tardaría llegar con sus primeros lanceros a las primeras filas de nuestra tropa.

Se ha figurado incluso las primeras muecas de triunfo y los primeros estertores de nuestros jinetes. Y todo se viene cumpliendo así con espantoso detalle.

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La caballería nuestra ingresa a una encrucijada por el flanco izquierdo del lago, entre un puñado de rocas escarpadas y el pantano.

Y en el minuto preciso y en el espacio cabal da la orden exacta. Ordena a sus escuadrones, de ir avanzando, a retroceder sorpresivamente hacia nosotros, y en carrera vertiginosa de sus corceles, con furia y demoledor impacto, nos ha asestado un golpe feroz y contundente.

Ya Junín a esta hora parece una bella alborada ensangrentada por miles de sables, lanzas, espadas y cuchillos. Nosotros corremos agitados, embriagados por la sangre, el sudor y el jadear de los caballos.

El ataque frontal que Canterac ha infligido, antes que nuestros escuadrones pudieran salir de la encrucijada de las rocas y el pantano, es de una exquisita genialidad.

El ataque ha sido contundente y demoledor, con un cálculo asombroso entre las distancias, tiempo, terreno del suelo y condiciones de los caballos para llegar en el momento oportuno.

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Además su orden es concluyente:

– ¡Ataque total, a fondo y a muerte!

Y no le han cabido dudas de una victoria plena y absoluta, como en realidad se está produciendo.

Se lucha a 4,100 metros sobre el nivel del mar. Mil jinetes de las fuerzas patriotas están envueltos entre las rocas, el pantano y los aceros afilados de sus enemigos.

1,300 jinetes realistas, ordenados en nueve escuadrones, hace más de mil años no conocen lo que es una derrota.

Solo dos escuadrones de los nuestros han podido desplegarse. Y los demás se apretujan sin ninguna capacidad de maniobra.

Poco a poco la caballería del Rey ha ido ganando la batalla y ya varios escuadrones de los nuestros han iniciaron la fuga.

Es en esta circunstancia que ha ocurrido la consulta y luego el ingreso a batalla de los Húsares del Perú.

13 (Continúa)

CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
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Nota.-

Por haber sido nuestro país el centro del colonialismo hispano en América, concentraba el poderío burocrático-militar, cultural, social del colonizador (la “corte de Lima”) Incluso, para la corona española, era más importante que México (el futuro virrey de México tenía que hacer el “curso” en nuestro país) Para debelar la insurrección de Túpac Amaru, llegaron al Cusco regimientos desde Argentina, Chile.

La independencia de América del Sur no podía estar asegurada sin la de nuestro país. Por eso fueron imprescindibles las batallas de Junín y Ayacucho.

Ragarro
14.08.12

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