sábado, 16 de octubre de 2021

SER DE IZQUIERDA O SER RADICAL

 


Armando Trelles Castro

 

Se pretende discutir si ser de izquierda implica ser revolucionario o por el contrario simplemente es etiquetarse. Para muchos resultaría extraño comentar el tema de esta reflexión. Sin embargo, para eso está el ejercicio del pensar, el cual, como dijo Bolívar Echevarría, consiste en volver a empezar una y otra vez, después de haber llegado a alguna conclusión o de estar cómodos con lo que creemos ya establecido. 

Aquí se parte de algo concreto, la realidad política del Perú, en la que nos topamos con cosas que nos llevan a cuestionar si efectivamente uno por ser de izquierda va a transformar la realidad, o en su defecto, la realidad va a transformarnos. Porque hasta ahora hay criterios que nos llevan a pensar que el problema no radica en tomar posición, por el contrario, sospechamos que el asunto está en ver si la posición que se toma tiene similitud con la que se combate o realmente es su antagónica.  

En ese sentido, acercándonos al problema, planteamos a su vez si ser de izquierda implica ser radical. Porque lo radical está desprestigiado y creemos que ser radical es buscar la negación total y violenta de lo que se vive. Por el contrario, la postura que se defenderá es tomar consciencia de la impresión de estas creencias.

 

El problema de la izquierda

 

Cuando pensamos el mundo y queremos transformarlo, recurrimos al criterio de la praxis y si ésta tiene pretensiones de justicia, la consideramos revolucionaria. Ahora, ocurre que durante mucho tiempo hemos visto que la izquierda en su afán progresista se ha identificado con la pretensión de justicia social. Este afán de justicia, como uno de sus rasgos, busca transformaciones estructurales, por lo que el criterio es darse cuenta que, si existe un problema estructural, la in-justia emana del sistema, cuya estructura acentúa el problema de la desigualdad, la pobreza, las arbitrariedades, etc.

Ahora bien, la cuestión es si verdaderamente al tomar esta postura uno está combatiendo esos problemas, porque la cuestión adquiere tintes más complejos cuando nos preguntamos si al buscar justicia lo hacemos con la misma política con la que el sistema se establece y normaliza, y peor aún, si encontramos similitud con esa postura al momento de ejercer la praxis “revolucionaria”.

Aquello que nombramos no sólo acontece en nuestro país, también fue discutido en Bolivia, que como sabemos, es gobernando por la izquierda. En el devenir del país personajes como Juan Bautista Segales y su hermano Rafael cuestionaban el hecho de que la izquierda haya mostrado sus puntos endebles cuando ha querido “transformar la realidad”. Incluso Juan Bautista contaba la anécdota de la Bolivia de los años 70, donde los entusiastas políticos pensaban que la revolución y el socialismo estaban “a la vuelta de la esquina”. Cosa que no ocurrió, y la pregunta es ¿por qué? Sospechamos que ocurre “cuando se quiere forzar la realidad para que coincida con las ideas. Lo cual evidencia que esas ideas jamás nacieron de la realidad” (Jaime Araujo, 2021, comunicación personal).

El error de los revolucionarios de nuestro país es querer que la realidad encaje con la teoría, que la interpretación de lo que es o no de izquierda, coincida con los intereses partidarios, teniendo un partido como institución obediente a una causa personal, instrumentalizando la militancia para intereses particulares. Por lo que al momento de querer ejercer la praxis transformadora deviene en la búsqueda por hacer que el poder delegado sea convertido en el poder del delegado, en este caso del político y su cúpula y de los que llegan a gobernar en los diversos estamentos estatales valiéndose del oportunismo y demagogia.

Por eso no es casualidad que en nuestro país ser de izquierda ahora es sinónimo de pertenecer a una postura infecunda, plagada de vicios y cuyas virtudes contestatarias y disidentes se relacionen con la incapacidad de proponer, gobernar y ejecutar eficientemente los proyectos gubernamentales. De ahí que a cualquier advenedizo se le identifique con la izquierda, como ocurrió en Arequipa, cuando su gobernador Elmer Cáceres Llica, sólo por tener poses en apariencia contestatarias, lo metieron en las mismas filas de las que formaron parte personajes como Mariátegui, Vallejo, Arguedas, etc.

Y ahora ocurre lo mismo con los que forman parte del gobierno central, en el que pesa más el afán personal-partidario que el afán transformador y rebelde, ejecutor y eficaz, que debería llevar adelante los ansiados gritos y consignas de justicia social. Quizá eso ya se venía venir. No era cosa nueva que los que más vociferan, intimidan y llenan su boca de arengas, estuviesen menos convencidos, en el fondo, de ser revolucionarios de corazón, arrojados y valientes al momento de enfrentar a los que sólo unos meses atrás habían apoyado la arrogante idiotez del golpe de Estado de Merino (Ronald Gamarra, 2021, p. 18). 

Porque los arenguistas cumplen con lo que Marx denunciaba con ardor y vehemencia, es decir, que las arengas están llenas de revolución, pero vacías de ideas. Eso no hace mala a las consignas, sino que su efectividad radica cuando de verdad quién las dice encarna desde el fondo de su dolor el afán de justicia. Y ese es el problema con nuestra izquierda y en realidad con toda agrupación, donde hay que temer a los que más piden la cuota de poder, porque ellos en realidad no quieren transformación alguna, sino asegurar su vida a costa de los ideales.

Por eso, ¿qué significa ser de izquierda?, ¿es ser revolucionario? Ya lo fuimos sugiriendo, las etiquetas se caen cuando en la práctica lo que se hace va en contra de lo que se dice. Y no sólo por el criterio de la práctica política, sino porque el contenido de la acción es la teoría y la teoría es la acción potencial de la práctica política. La coherencia de la forma en que se vive debe estar acorde a la forma en la que se piensa y la manera en que luchamos. 

 

Ser radical

 

De ahí que pasemos el cepillo contra-pelo, como diría Walter Benjamín, con la pretensión de desenmascarar la imagen que nos formamos de aquello que pensamos como cierto. Porque siempre es necesarios preguntarnos “¿qué quiere decir lo que expresamos?” El sentido real de lo que decimos en realidad tiene un contenido y ese contenido constituyen nuestras creencias, somos nuestras creencias, según Ortega y Gasset.

Por lo que hemos ido identificando la palabra radical con su apariencia y no con lo que en ella está. Tenemos la idea aparente de la idea concreta, y la apariencia nos indica que lo radical es peligroso, poco claro y dañino. Aunque no es casual que pensemos que es así, porque lo establecido tiende a demonizar aquello que lo cuestiona.

Por eso pasa desapercibido que ser radical es ir a la raíz. Para los filósofos les es importante buscar el arjé (ρχή) o principio, para el revolucionario su principio es la raíz, de dónde nace el tronco y las ramas de lo que busca cambiar, cuando no se identifica la raíz, por más que se pode la mala yerba sigue viva. Lo mismo ocurre con los criterios de orientación que guían la praxis política, cuando esos criterios se separan de la pretensión de justicia o son los mismos que la derecha o el sistema también aplicaría, la práctica revolucionaria está degenerada.

Si ser radical implica ir a la raíz del problema y toda transformación política implica un criterio político, entonces el problema al que nos enfrentamos es esa política que el sistema en tanto que dominador e injusto genera, por lo que su política es una política de la opresión, que obedece a los medios y deja de lado los fines. Ejemplo, utiliza la economía como fin cuando es un medio para que las personas tengan un buen vivir, que en este caso sería el fin que perseguimos, como humanos con necesidades que satisfacer.

Darle una vuelta a esa situación genera que pensamos desde aquel lugar que se encuentra peor tratado por lo que un sistema injusto y desigual vulnera, ofende y humilla. Cuando hablamos de lugar nos referimos a una postura de la cual partimos, y para partir de lo negado (lo humillado y ofendido) es detectar a los que viven bajo esas condiciones, donde el dominio y la explotación campea, y esas personas son en realidad las víctimas del sistema, por lo que ser radical es identificarse con las causas de las víctimas del sistema, ya que ellas sufren la patología del mismo y su situación desnuda la raíz de las cosas que pretendemos cambiar.

Ser radical significa ir a la raíz y transformar la forma en la que entendemos lo político, porque cuando hablamos y expresamos nuestras creencias lo hacemos desde el horizonte que es la referencia que nos indica qué es lo que está bien o no, porque esa creencia es la que se guía y es “pertinente al modelo ideal de vida que se persigue” (Araujo-Frias, 2021, párr. 4). Si nuestro ideal como personas que perseguimos la justicia social, o estamos hambrientos de ella, es el ideal de vida de los mismos que utilizan la política para los intereses lobistas y personalistas, estamos en todo caso identificados con su causa y nunca seremos radicales, ni de izquierda, ni revolucionarios. Como diría una canción de Víctor Jara, no seremos ni chicha ni limonada.

 

Referencias bibliográficas

 

Araujo-Frias, J. (2020). Nunca se hace tan bien el mal como cuando se hace con buena voluntad. Iberoamérica Social. https://iberoamericasocial.com/nunca-se-hace-tan-bien-el-mal-como-cuando-se-hace-con-buena-voluntad/

Gamarra, R. (2021). Pedido por justicia. Hildebrandt en sus trece. Año 12, N° 560.

 

Fuente: https://barropensativocei.com/2021/10/15/ser-de-izquierda-o-ser-radical/

 

 

No hay comentarios: