miércoles, 5 de junio de 2024

GENESIS DEL HOMO HUMANUS Y LA CRISIS CIVILIZATORIA

  


En un principio el homo animalis creó el fuego. En la tierra regía la ley de la selva: el más fuerte se engullía al más débil. La materia gris apenas si contaba como factor de diferenciación. El mamífero de dos patas vio que el fuego era bueno, lo preservó e inventó para su beneficio.

       Otro día en que el hombre – simio se diferenciaba de los de su especie, inventó la propiedad privada. Esto ocurrió cuando descubrió que los conocimientos o el poder físico le abrían las puertas hacia el poder político - espiritual. Ese poder se convertiría en un privilegio que les permitía vivir sobre las espaldas del trabajo vasallo. Así el poder político – espiritual se convierte en poder económico.

 Con la invención de la propiedad privada fueron apareciendo uno tras otro los siete pecados capitales. Es preciso aclarar que el pecado original, la desobediencia, no es tan prístino como pérfidamente intentan hacernos creer sino ulterior a los siete del cristiano saber. La avaricia aparece cuando las comunidades de los primeros tiempos logran arrancar excedentes productivos a su trabajo. El avivato, vale decir el más flojo, que está a la caza de alguna oportunidad, cae en cuenta que puede quedarse con los sobrantes de la producción comunitaria. Nace así la primera gran apropiación (el primer gran robo). Esto es aparece la propiedad privada sobre los excedentes de la producción colectiva y, más tarde, de la tierra y otros bienes materiales. Luego brotan, como caen las peras del árbol cuando están maduras, la soberbia, la envidia, la pereza, la ira, la lujuria y la gula. 

Nuestros antiguos culpaban a Luzbel, de los siete pelos de su humana existencia; pero, no contentos con ello a los siete pecados capitales, le fueron agregando todas aquellas culpas de su andar egoísta, vale decir, todo acto abominable de la especie humana. El hombre antiguo trasladaba sus culpas a una criatura producto de su imaginario, y lo hacía responsable de todos los despropósitos humanos. 

Los hombres cargados de las alforjas de la fábula[1] buscaban la redención en un ser etéreo producto de su imaginación, de diferentes denominaciones y características, pero de un solo contenido, concebido como el todo poderoso. Y como las culpas de los hombres debían ser expiadas apareció la idea del castigo divino. Idea común a todas las civilizaciones antiguas. Al principio de la era cristiana, el Apocalipsis del infierno terrenal era esperado cada fin de siglo o milenio. Las tormentas, las batallas y grandes conflictos, la lucha entre el bien y el mal, entre los demonios y dios se imaginaban en el cielo, pero se resolvían en la tierra. Unos y otros apelaban a sus dioses para que guíen el certero puñal contra el desalmado infiel. A fin de cuentas, eran humanos y como tales terrenales. 

 La mercancía ya existía bajo el régimen esclavista; y, sin embargo, tuvieron que pasar más de dos mil años para que se encontrara la punta del hilo de la madeja que desnudara su génesis: la invención de la propiedad privada. Es el pecado original de la economía. Así como el mordisco de la manzana, lo es para la teología. Marx y Engels, en más de cuatro décadas dedicadas en cuerpo y alma a cortar la maleza que justificaba la existencia de los pobres que no eran pobres porque así lo quisieran. Le arrancaron el ropaje místico, político y económico con que las clases opresoras justificaban su dominio. Desnudaron el discurso legitimador o justificador de su riqueza. Vale decir, los dejaron calatos, en cueros. Demostraron en la teoría, y con los hechos históricos de la mano, ¿cómo, por qué y cuándo se origina la madre de todos los despropósitos de la humanidad? Esto es, la propiedad privada de los medios de producción. El homo sapiens con este invento inaugura el largo período contradictorio de progreso, de división clasista de la sociedad pero, no obstante, necesario para que el hombre llegue a entender la unidad de la especie y su íntima relación con la naturaleza. 

Con el proceso de individualización de la humanidad se había iniciado la emancipación del hombre respecto a sus condiciones naturales primitivas de producción. 

En un principio. En el homo sapiens el instinto de supervivencia, de perpetuación de la especie, determina el desarrollo del instinto comunitario (gregario) dependiente de la naturaleza. ¡Su supervivencia depende de cuán unidos sean frente a los rivales o adversarios en la hegemonía por el habitad! Cuando el hombre se enseñorea sobre la naturaleza (agricultura – ganadería), desarrolla la cooperación y la división social del trabajo, con la consiguiente producción de excedentes por encima de lo necesario para alimentar al individuo y la comunidad. Así la dependencia del homo sapiens de la naturaleza, aparentemente deja de ser tal, en tanto el trabajo le arrebata a la naturaleza una mayor productividad. Se presenta así la posibilidad de dar el salto de la apropiación colectiva, del resultado de la interacción hombre – naturaleza, a la apropiación individual. Así se inicia el proceso de individualización humana que en el capitalismo llega a su cúspide. 

Con la individualización nacen instituciones y modos de producción diferenciados que “responden a una necesidad o una aspiración transitoria como todas las necesidades y aspiraciones. Una vez que desaparece el motivo de su existencia desaparece su fuerza”[2]. Y como nada es eterno excepto el movimiento. Toda formación social, así como nace, tiene necesariamente que dar paso a otra absolutamente diferente. 

Al final de la era individualista, en la época del capitalismo en agonía, de la extrema individualización y centralización del capital y la supeditación de los Estados a las transnacionales. La burguesía contrariando su materialismo y panteísmo, de cuando era una clase emergente, tiene que recurrir al imaginario de civilizaciones antiguas para justificar sus agresiones. Antaño las caballerescas cruzadas, que poco tenían de caballerescas y mucho de excursiones aventureras para matar el ocio asesinando infieles, se presentaban como el azote de infieles y paganos; hogaño, se repite la sopa boba, la santa cruzada yanqui que lanza sobre los infieles, cuál lluvia para fructificar el desierto con lágrimas de San Pedro: bombas. Y, a los que tienen el hábito de obedecer, con las espuelas de cowboy los estimula a seguir siendo acémilas o borregos (al menos eso creen los cowboys, mientras los pisoteados acumulan resentimiento y rebeldía). Los filibusteros del siglo XXI proclaman a los cuatro vientos: "Vamos a eliminar el Mal de este mundo". Buenos y malos, malos y buenos: los actores cambian de máscaras, los héroes pasan a ser monstruos y los monstruos héroes, según lo exige quien dicta la farsa. Es que los hipócritas, no sirven a Dios; se sirven de Dios para engañar a los hombres. Así tras el velo de un conflicto de culturas, occidente civilizado y oriente bárbaro, aparecen los verdaderos móviles: destruir la principal fuerza productiva: el hombre (teoría del 20-80: el aparato productivo del capitalismo sólo necesita el 20% de la población mundial para funcionar; el 80% es desechable), y, utilizar los stocks almacenados (armas, víveres, juguetes, etc.). El objetivo resulta totalmente obvio: reactivar el aparato productivo militar y las industrias conexas para salvarse del colapso económico. La guerra, desde que el capitalismo se impuso en el planeta, ha sido el manido recurso de los grandes consorcios económicos para ampliar el mercado o para eliminar competidores y el exceso de oferta de fuerza de trabajo. La guerra, en estos tiempos de globalización de la economía, ya no es un recurso extremo sino la pauta para mitigar los efectos de la crisis generalizada de la economía burguesa.

El panorama mundial aparentemente resulta sombrío y estremecedor. Economía globalizada, crisis generalizada que pretende ser paliada con el control omnímodo de las corporaciones occidentales de las materias primas globales. Empero, como eso no es posible por la resistencia de pueblos y naciones que reivindican sus derechos soberanos. El globalismo occidental se ve precisado a promover guerras para reactivar sus economías y destruir fuerza de trabajo. Hecho que ha obligado al desarrollo de alianzas defensivas como los BRICS que pugnan por un nuevo ordenamiento mundial basado en la multipolaridad. Y como es previsible: la irresistible tendencia al cambio irá dejando enterrada en la arena internacional al viejo colonialismo y las monarquías supervivientes bajo siete metros bajo tierra.  

 

04 mayo 2013

Edgar Bolaños Marín

[1] Las dos alforjas, de Hesíodo: Según esta fábula, el hombre lleva dos alforjas colgadas, una de ellas la tiene delante y otra atrás, donde no puede verla: la de atrás para los defectos propios, la de adelante para los ajenos. Somos linces para ver los fallos de nuestros semejantes, pero estamos ciegos ante los nuestros.

[2] JCM, Citado por Miguel Aragón en Promover la acción conjunta y la discusión, 5 de mayo 2003

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