jueves, 13 de junio de 2024

AREQUIPA ES EL OMBLIGO DE LA CELEBRACIÓN: 130 AÑOS DE JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI

 


Este 14 de junio Arequipa se convierte en el ombligo del mundo: celebra el 130 aniversario del natalicio del maestro José Carlos Mariátegui.

Los mejores guerreros no son agresivos,

los mejores estrategas no son impulsivos,
los mejores vencedores no son belicosos,
los mejores líderes no son arrogantes

Lao Tse  Tao Te King, 68


MARIÁTEGUI: LA FRAGUA DE LIDERES Y LA UNIDAD

 

I

Hace algunos años, utilizamos la analogía de la relación parásito - huésped para imaginar la formación del militante y su conversión en maestros. El militante es el parásito que vive alojado en la casa del huésped: el maestro.

 El paso de simpatizante a militante y de militante a conductor o leader es un asunto de crecimiento intelectual. El militante durante buen tiempo de su militancia es un parásito de los maestros del marxismo. Es un parásito porque vive y alimenta, absorbe los conocimientos acumulados de sus maestros. Durante un largo período de crecimiento intelectual, cuál crisálida, se va transformando en huésped; pero, el potencial huésped, hasta el fin de sus días, seguirá sirviéndose de las fuentes (como punto de apoyo), a las cuales debe su inspiración[1], ante las exigencias de la práctica revolucionaria.

 En ese proceso el desarrollo del pensamiento se enfrenta a dos problemas. Por una parte, tiene una necesidad estricta de rumbo y objeto[2]. La doctrina suministra al combatiente una dirección coherente, le proporciona una meta, un destino, una fe. Asimismo, como lo doctrinario, conduce necesariamente a la ortodoxia como actitud personal o mental. Todo hombre de fe encuentra el respaldo necesario para su actividad en la doctrina. El militante se entrega en cuerpo y alma a la empresa que da razón a su terrenal existencia, es la agonía de combatiente. De otra parte, pese a los límites de la materia como punto de arranque y límite del pensar: ¡la imaginación no reconoce barreras! Algunas veces, en la historia humana, contrariando los límites establecidos por las generaciones anteriores, aparecen genios que rompen las reglas superándolas al crear nuevas realidades. No obstante, la imaginación, sin un método y una doctrina, navega sin rumbo ni objetivo en medio de las agitadas aguas de la heterodoxia. Y, como la heterodoxia es el habitad natural de la imaginación, ésta voltejea a una velocidad loca pero inútil en torno a todo y a la vez nada. 

En su magistral Defensa del marxismo, el fundador del Partido Socialista del Perú, señala: “el intelectual necesita apoyarse, en su especulación, en una creencia, en un principio que haga de él un factor de la historia y del progreso”.[3] He allí el detalle. Necesita apoyarse en una creencia. Pues sí. El desarrollo del pensamiento, en última instancia, se reduce a un problema de fe. Sólo quien se apoya en el pasado, en la obra de quienes nos preceden, en eso de hacer camino al andar, puede avanzar. Los productores de conocimientos, y también los políticos, tienen que creer en los viejos cánones científicos para poder superarlos. La ciencia para avanzar necesita dominar la “ciencia” que le precede. Verbigracia: Einstein para romper las reglas tuvo que dominar las viejas reglas de la física. Esto es, para descubrir las falencias o insuficiencias de la teoría gravitacional de Newton tuvo que aceptarla íntegramente. Así y sólo así, pudo reelaborarla como la teoría de la relatividad general. La ciencia para avanzar necesitaba apoyarse en los logros de la física clásica (Isaac Newton) del siglo XVII. Hasta que, en el siglo XX, la física clásica fue arrojada a los anaqueles de la historia por dos revoluciones: la primera impulsada por la teoría de la relatividad general de Einstein y la segunda por la cuántica. Origen de nuevas realidades en el mundo de los humanos.

El hombre tiene una necesidad infinita de creer. Por eso, los nihilistas jamás podrán superar teoría alguna. ¡Quien no cree jamás podrá elevar teoría alguna a nuevas alturas! Está claro, entonces, porque José Carlos recuerda las palabras de Bernard Shaw: “Karl Marx hizo de mí un hombre; el socialismo hizo de mí un hombre”.

 El político revolucionario cuando polemiza se aleja de la rutina de enlazar tendencias en la economía o la sociedad. En ese instante tiene que apelar a la imaginación, la emoción y la razón: al verbo que impresiona y/o quiebra la resistencia del auditorio. No se trata de derrotar al adversario. Se trata de posicionarse en la mente del auditorio, cautivo de rivales o adversarios, ese es el verdadero objetivo de la polémica. En la polémica es el momento de la ortodoxia, del dogma como brújula en el intercambio de ideas, en la controversia. El intelectual abandona la especulación y búsqueda de respuestas. Abandona la doctrina como objeto de estudio —“puntos de partida para la ulterior investigación”[4]— y pasa a su defensa en bloque en todo el ardor de la polémica. El marxismo de método de estudio se transforma en herramienta de lucha cuando se pasa a su defensa – ataque. Del mismo modo que cuando un trabajador combate por sus derechos pasa de la reflexión a la acción. Para el trabajador es el momento de la conversión de la fuerza de la palabra a la fuerza de los hechos, de la indignación a la acción, al ímpetu avasallador de la acción colectiva, al entendimiento dogmático de la herejía.

 Marx gustaba señalar que el método dialéctico impone el deber de considerar la sociedad como un organismo vivo en su funcionamiento y desarrollo. Y agregaba que la dialéctica es ciega si no obedece a los intereses de la clase obrera[5]. El analista político o el investigador social al estudiar los conflictos de clase, jamás podrá colocarse por encima de la contienda. Consciente o inconsciente el intelectual tiene una posición de clase. El intelectual imparcial es una quimera que la burguesía se encarga de propagar para traficar sus embustes. El interés de clase somete, domina, condiciona o libera la objetividad del intelectual de origen burgués, pequeño burgués o de las clases subalternas.

 Pero, intereses hay y sí que los hay. El maestro Mariátegui distingue el interés económico (parcial o temporal) del interés político (general o permanente). La singularidad de la actuación obrero - sindical es gobernada por una moral de esclavos (sancho pancismo); y, la universalidad de la actuación proletaria produce una moral de productores. La conciencia política de clase brota “en el instante en que descubre su misión de edificar con los elementos, allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injusto, un orden social superior”[6]; esto es, la lucha por la administración del poder para la extinción del poder y explotación de clase. Y como los intereses humanos pertenecen o forman parte de la esfera de lo ideal, de las ideologías, de lo doctrinario, no es antojadizo relacionar el marxismo a la teoría del dogma, en tanto doctrina más no como método. Por eso, Mariátegui señala que el marxismo es un método y una doctrina. El marxismo es el método de la doctrina de la última clase social, el proletariado internacional. El marxismo es un sistema de ideas abierto a toda contribución humana venga de donde venga. El marxismo, en ese delicado “equilibrio” entre ser abierto y cerrado[7], se desarrolla combatiendo por la edificación de un nuevo orden mundial.

 Si la diversidad es la regla en la naturaleza como en la sociedad. La identidad sólo constituye la excepción, ave raris, en la variabilidad al interior de cada especie. Es, entonces, realmente imposible encontrar seres absolutamente idénticos en lo biológico, como en lo espiritual tropezar con la unanimidad en el sentir - pensar. Y, sin embargo, en la experiencia socio-política, la voluntad colectiva o la identidad de objetivos, ha trastocado desde sus raíces las viejas estructuras de poder. ¿Cómo explicar esa unanimidad en el combate?

 Veamos. Los hombres actúan impulsados por pasiones y las pasiones expresan intereses de clase, reales, tangibles, individuales, que se manifiestan como “perturbaciones” en el estado emocional: explosiones de ira, cólera, etc. Individualmente la reacción es espontánea; pero, colectivamente el desborde de sentimientos se canaliza –ya no resulta tan espontánea– en una u otra dirección a través de la violencia de masas: desenfrenada o metódica. Así la ira contenida, la indignación extrema[8], desfoga en los estallidos populares que desbordan el orden establecido. “Una revolución radical sólo puede ser una revolución de necesidades radicales”[9], decía Marx, y no le falta razón. Una revolución es un acto consciente, premeditado y contra toda creencia del sentido común a la vez espontánea. Toda revolución, en particular la proletaria, precisa de emoción y cerebro, exige circunstancias excepcionales que la hacen posible. A esas circunstancias excepcionales se refieren los maestros del proletariado cuando anudan condiciones objetivas (naturales o espontáneas) y condiciones subjetivas (mando o dirección). De allí que Fidel Castro en 1962 dijera: “Las condiciones subjetivas de cada país, es decir, el factor conciencia, organización, dirección, pueden acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce”.[10]

 En la dinámica del movimiento de masas, la relación pensar – actuar está íntimamente ligada a las relaciones dogma – ortodoxia, herejía – acción. Ese es el problema de la teoría vinculada a la práctica social, del hombre en su medio social, del combatiente en la arena política. Por eso es que el dogma, y sólo el dogma, hace posible la identidad (ortodoxia) dentro de una diversidad de pareceres (heterodoxia). El dogma se transforma en la base de unidad que posibilita la unanimidad en el combate pese a la inevitable variedad de matices de opinión entre los actores. En la existencia social, en lo real no en la abstracción, una doctrina y su método coexisten una en la otra. En el desarrollo del pensamiento, señala José Carlos Mariátegui que “nada garantiza como el dogma la libertad creadora, la función germinal del pensamiento”; asimismo, sirve de cimiento para asimilar (unir) la variabilidad creativa de la especie humana. Del mismo modo, en la lucha de masas, en el movimiento político-social, sólo el dogma proporciona fe en la victoria, la fuerza avasalladora al hombre masa. De allí que Mariátegui relacionara dogma y mito, que adquieren una connotación revolucionaria con él.

 Dogma equivale a doctrina, y doctrina conduce a la ortodoxia en el verbo y la acción, al mito revolucionario: la revolución social. Pero, como la ortodoxia[11] sólo tiene vitalidad en tanto es parte (o actúa unida) de la heterodoxia, la homogeneidad sólo logra concreción histórica dentro de la heterogeneidad. De allí que la fórmula o definición Mariáteguista de Partido como facción “orgánica y doctrinariamente homogénea” no sea sinónimo de unanimidad, ni mucho menos cofradía de clones o autómatas. La unanimidad es un “imposible” que, como todo, tiene sus “excepciones”. Ejemplo, Fuente Ovejuna: todos a una. Los grupos llegan a formar un “cerebro colectivo” capaz de tomar decisiones y moverse como si de un único organismo se tratara. Una pequeña minoría informada (¿inteligencia colectiva?) es capaz de guiar a otros individuos hacia un objetivo a partir del entendimiento dogmático de la herejía. No otra cosa ocurrió en octubre de 1917 cuando Lenin lanzó su famosa consigna: ¡Todo el poder a los Soviets!

 En el marxismo de Mariátegui, dogma equivale a doctrina. Y toda doctrina inevitable e imperceptiblemente conduce a la ortodoxia en el verbo y la acción, esto es, al mito. “El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa.”[12] Pero, ¿qué es un mito social? Un mito social es una emoción, un sentimiento, que brota del inconsciente colectivo e ilumina el camino a la redención del hombre social con una voluntad que excede el impulso individual. José Carlos Mariátegui dice que “la muchedumbre, más aún que el filósofo escéptico, más aún que el filósofo relativista, no puede prescindir de un mito, no puede prescindir de una fe. No le es posible distinguir sutilmente su verdad de la verdad pretérita o futura. Para ella no existe sino la verdad. Verdad absoluta, única, eterna. Y, conforme a esta verdad, su lucha es, realmente, una lucha final.”[13] La verdad relativa en la cabeza individual se convierte en verdad absoluta en la multitud. Las muchedumbres transforman una verdad relativa en dogma. Y, este dogma es el que hace posible la identidad de voluntades (ortodoxia) dentro de una diversidad de pareceres (heterodoxia). Es por eso que, en la lucha social, la fuerza avasalladora de las masas, la potencia realizadora del hombre masa, brota del dogma revolucionario.

 La teoría de la clase obrera es una concepción dinámica y revolucionaria que se apoya o sostiene íntegramente en el movimiento real. Movimiento real que es diseccionado por el método de Marx que se afirma íntegramente en la materia dialéctica. El gran sueño de Marx –y con él de toda su descendencia política– es el hombre nuevo: humanamente natural y naturalmente humano. Por eso, la teoría y praxis del marxismo, “no se alimenta de ilusiones”, se edifica en la experiencia y de la experiencia de la clase trabajadora. Va construyéndose ladrillo a ladrillo hasta la dilución del Estado y la extinción de la lucha de clases.

13 junio 2024

Edgar Bolaños Marín



[1] En el verano de 1976 la salud de Mao Zedong se fue deteriorando progresivamente. Los últimos meses de vida los pasó en cama y rodeado de libros de marxismo en los cuales buscaba respuestas para los problemas del socialismo en China. El caso de Mao es un magnífico ejemplo del tránsito de parásito a huésped. En sus años mozos fue un parásito de Marx – Lenin hasta convertirse en huésped que alimentaba los cerebros de las nuevas generaciones de militantes.

[2] JCM, Defensa del Marxismo, Tomo V, Pág. 105

[3] JCM, Defensa del Marxismo, Obras Completas.

[4]  De F. Engels a Sombart, carta del 11 de marzo de 1895

[5] Pavel Ortega, Dogma o Guía, 13.01.2008

[6] José Carlos Mariátegui, Defensa del Marxismo.

[7] “El universo parece hallarse delicadamente equilibrado en la línea divisoria entre ser cerrado, como un agujero negro, y abierto, a fin de poder expandirse para siempre.” Stephen Hawking, La historia del tiempo, Pág 191

[8] En la mayoría de los casos, de estallidos espontáneos, no resultan tan espontáneos, porque existe en medio de la muchedumbre iracunda sujetos o agitadores, que siempre tienen bajo la manga de la siniestra un “fósforo cautivo” para cuando se presenten las ocasiones. Sujetos como esos poseen la “virtud o el olfato” de estar presentes, donde el pasto o heno está a punto de incendiarse, muchas veces “subsidiados” por el Estado.

[9] Marx, En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, pp. 9-11

[10] Fidel castro, Segunda Declaración de la Habana, La Habana - Cuba, 1962.

[11] El dogmatismo, entendido como el no salirse de los cánones de una doctrina, sólo tiene vitalidad, fuerza como factor de avance, cuando no se separa de la heterodoxia, entendida como libertad de la camisa de fuerza doctrinal. En cambio, cuando actúa el dogmatismo como corpus cerrado se convierte en rémora o factor de contención.

[12] Véase, El hombre y el mito, JCM, Alma Matinal, versión electrónica.

[13] JCM, La lucha final, Alma matinal… Versión electrónica.


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