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Queridas
amigas y amigos,
Saludos desde las oficinas
del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
En 1957, Mao Zedong supervisó la
publicación de El auge socialista en el campo chino, una colección de
artículos reunidos en tres volúmenes por el Partido Comunista de China para la
educación política del campesinado. Al año siguiente, se publicaron versiones
abreviadas y ediciones regionales con una selección de estos textos. Una de
estas ediciones incluía un informe de la Oficina del Movimiento Cooperativo del
Comité Regional del Partido Comunista de Anyang, acompañado por una
introducción de Mao. Este texto, titulado ¿Quién ha dicho que una pluma no
puede volar hasta el cielo?, da el nombre a este boletín.
La tarea de la pluma es la tarea
del socialismo: lograr lo que muchxs consideran imposible. Según escribió Mao,
el campesinado de Anyang se enfrentaba a una disyuntiva entre el capitalismo y
el socialismo, aunque cualquier intento de construcción socialista
inevitablemente llevaría las marcas del sistema capitalista, pues surge de
formas sociales de producción ya existentes. “Lxs pobres se están librando de
su antiguo estado.”, escribió Mao. “El viejo sistema se halla moribundo y otro
nuevo nace ahora. En efecto, las plumas pueden volar hasta el cielo”.
Aun así, Mao se mantenía
cauteloso. En el prefacio de otro artículo, insiste en tomar el camino de la
cooperación (20 de septiembre de 1955), escribió:
El socialismo, este fenómeno
nuevo, sólo puede nacer en medio de una seria lucha contra lo viejo. En un
período determinado, un sector de personas de la sociedad muestra gran
obstinación por seguir su viejo camino. Pero, en otro, ellas mismas pueden
cambiar de actitud y dar su aprobación a lo nuevo.
Desde que las fuerzas socialistas
se propusieron construir una sociedad libre de las consecuencias devastadoras
del capitalismo, han debido enfrentar el desafío de superar las relaciones
sociales preexistentes. Los mecanismos de asignación de recursos en el sistema
capitalista, como el “incentivo al lucro”, generan condiciones para el control
privado de los procesos sociales, lo que a su vez produce enormes niveles de
despilfarro y desigualdad. Cuando lxs socialistas imaginaron una sociedad sin
la mercantilización del trabajo –uno de los rasgos fundamentales del
capitalismo–, muchas veces terminaron replicando el sistema salarial mediante
experimentos como los bonos laborales basados en el tiempo trabajado. La
transición hacia una forma de trabajo no mercantilizada no podía ser abrupta ni
sencilla, sino un proceso prolongado de lucha para desmercantilizar esferas
clave de la vida social (como la salud, la educación o el transporte) y crear
mecanismos que permitieran a las personas acceder a bienes de uso personal sin
depender de un salario.
Cuando las fuerzas socialistas
accedieron al poder estatal, como en la Unión Soviética tras 1917 o en China a
partir de 1949, afrontaron la necesidad de construir formas elementales de
socialismo, al tiempo que enfrentaban una serie de dilemas persistentes:
Sistemas limitados para la
gestión de información. Las economías socialistas eran vastas y complejas,
pero no contaban con mecanismos adecuados para recopilar y procesar toda la
información necesaria para planificar de manera efectiva una economía dinámica,
desafío que persiste incluso hoy en día, a pesar del desarrollo de tecnologías
informáticas avanzadas.
Incertidumbre estructural en la
toma de decisiones. Las autoridades encargadas de la planificación debían
tomar decisiones presupuestarias y de inversión en contextos de incertidumbre,
fundamentalmente porque los rápidos avances en ciencia y tecnología ponían en
riesgo que inversiones clave quedasen obsoletas en muy poco tiempo.
Tensión entre la planificación a
largo plazo y la demanda inmediata. Los planes centrales muchas veces
entraban en conflicto con los cambios en los gustos de lxs consumidorxs, lo que
dificultaba alinear las inversiones de largo plazo con las necesidades y deseos
inmediatos de la población.
Objetivos políticos en disputa. Las
metas económicas no siempre estaban unificadas políticamente, y las visiones
contradictorias que convivían dentro de distintos planes solían derivar en
formas agudas de burocratización.
No existe una fórmula para
resolver estos ni otros problemas que enfrentan los proyectos socialistas una
vez que acceden al poder estatal. Deben abordarse de manera experimental o,
como dice un conocido refrán chino, “cruzando el río tanteando las piedras” (摸着石头过河). Por
eso resulta muy apropiado que la edición de junio de 2025 de Wenhua
Zongheng, publicada por el Instituto Tricontinental de Investigación Social y
dedicada a los Experimentos chinos en la modernización socialista,
comience con un ensayo del escritor chino Li Tuo titulado La naturaleza
experimental del socialismo y la complejidad de la reforma y apertura en China.
Uno de los aportes clave del fascinante ensayo de Li Tuo, que recorre desde la
Comuna de París hasta la reforma y apertura en China, es que las revoluciones
socialistas, particularmente en países anteriormente colonizados o con bajo
nivel de desarrollo económico, no pueden avanzar directamente hacia un
“socialismo completo”, sino que, citando a Lenin, deben pasar por “una serie de
intentos concretos, imperfectos y variados de crear uno u otro Estado
socialista”.
Me gusta el énfasis en “uno u
otro Estado socialista”. No hay un modelo único, pero sí ejemplos que deben ser
estudiados y procesos históricos que deben ser asimilados con atención. Eso es
precisamente lo que hace Li Tuo en su ensayo, que concluye maravillándose ante
la creación del sistema ferroviario de alta velocidad en China.
El ensayo que sigue en esta
edición de Wenhua Zongheng, escrito por Meng Jie y Zhang Zibin,
titulado Política industrial con características chinas: La economía
política de las instituciones intermediarias chinas, examina la modernización
socialista de China con el rigor que exige: no solo con asombro, sino a través
del estudio minucioso. Cada vez que escucho una conferencia de Meng Jie o leo
su trabajo sobre la economía de mercado en China, me impresiona profundamente
su insistencia en construir teoría a partir de investigaciones activas en las
propias fábricas que producen los bienes de la China contemporánea. El ensayo
de Meng Jie y Zhang Zibin no es distinto: se basa en trabajo de campo realizado
en diversas fábricas vinculadas a la cadena de suministro del tren de alta
velocidad.
Lxs autores muestran que el
sistema de producción del tren de alta velocidad se construyó dentro del sector
de propiedad estatal, pero se concibió bajo un enfoque de “mercado
constructivo”, donde la “competencia dentro del gobierno” operó como motor de
la innovación. En otras palabras, el Estado chino construyó un mercado que no
solo incorporaba al sector privado orientado por el lucro, sino también a un
sector público orientado al producto, cuyas instituciones competían por
alcanzar objetivos nacionales de desarrollo. El financiamiento de este sistema
provino de instituciones financieras estatales, que dirigieron la acumulación
de capital hacia el uso social y no únicamente hacia la obtención de ganancias.
Como escriben Meng Jie y Zhang Zibin: “El objetivo primordial del capital
estatal es implementar los objetivos de la producción socialista y cumplir las
tareas fijadas por los planes y estrategias nacionales de desarrollo”. Este
ensayo forma parte de un esfuerzo más amplio de Meng Jie y su equipo por
comprender el sistema de relaciones de producción e innovación que China ha
desarrollado. Un ámbito de investigación clave ahora que el país ingresa a la
era de las “nuevas fuerzas productivas de calidad”, un concepto central en la
política de desarrollo china contemporánea.
Uno de los elementos centrales de
esta nueva edición de Wenhua Zongheng es mostrar que la lucha de clases
continúa durante el período de construcción del socialismo. Esto implica que, a
lo largo del camino, son necesarios diversos experimentos para ver qué funciona
y qué no —tanto para desarrollar las fuerzas productivas como para establecer
relaciones sociales más equitativas. En este proceso ha persistido una lucha
ideológica dentro de China, ya que lxs capitalistas buscan formas de
reproducirse.
Sin embargo, bajo el sistema
socialista chino, a lxs capitalistas no se les permite organizarse como clase
con poder político a través de la propiedad de medios de comunicación, sistemas
financieros, partidos políticos u otras instituciones. No pueden enviar
libremente sus ganancias al extranjero ni invertirlas donde quieran. Existen
varios diques estratégicos —entre ellos, controles de capital— que regulan el
flujo de capital e impiden que lxs capitalistas en China se conviertan en una
oligarquía que se niegue a invertir en su propio país (un problema común en
muchos países del Norte y del Sur Global, donde las oligarquías pueden
trasladar su capital a voluntad o incluso “declararse en huelga” negándose a
invertir en infraestructura o industria). El capital chino permanece dentro del
país y bajo el alcance de un sistema bancario estatal que lo canaliza según los
lineamientos del plan nacional de desarrollo. Quienes buscan obtener ganancias
pueden operar en el país, pero no pueden dominar el sistema ni convertir su
comportamiento orientado al lucro en el principio rector. De este modo, la
lucha de clases se inclina a favor del pueblo. Eso es lo que diferencia al
sistema socialista de China de los sistemas capitalistas de otros países.
En La ideología alemana (1846),
Marx y Engels escribieron sobre “el cieno en que está hundida” [la clase
trabajadora], que únicamente por medio de una revolución, logrará volverse
capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases. Ese proceso de transformación
llevará mucho tiempo.
La pluma ciertamente no ha
llegado aún al cielo, pero tampoco está en el infierno.
Cordialmente,
Vijay
Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/boletin-china-desarollo-socialista/
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