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de la imagen: Viejo Topo
Desde el
altiplano boliviano, a orillas del lago Titicaca, Felipe Quispe se convirtió en
uno de los referentes del movimiento indígena. Y también en uno de los posibles
catalizadores de una sociedad convulsionada, de unos movimientos sociales que
habían tumbado a tres presidentes en tres años. El otro candidato era Evo
Morales.
Por Martín
Cúneo
Felipe Quispe, con
su chaqueta de cuero y sombrero negro, explica el desenlace de esta disputa
mientras toma una sopa de fideos de menú en un bar de La Paz. Sitúa en la mesa
dos vasos de agua. “Había dos vasos, agua tibia y agua caliente. El agua tibia
era Evo. Yo la caliente”.
“Podría haber sido
Felipe Quispe, pero no lo fue y ahí se perdieron muchísimos intereses
históricos”, dice el sociólogo aymara Pablo Mamani. “Evo era la salida
intermedia más afín a formas de admitir lo indígena, lo popular en espacios
públicos de poder. Felipe Quispe representaba la posibilidad de un cambio
estructural del Estado. La salida intermedia, que es Evo en este caso, fue muy
estratégica para sectores de la clase media, moderada, ilustrada, liberal, que
tuvieron el miedo de que la indiada se les fuera por encima, que es lo que
Quispe estaba más o menos planteando”.
Aunque la figura
de Felipe Quispe fue perdiendo notoriedad pública tras la llegada al poder de
Evo Morales en 2006, se le sigue conociendo con el cargo de “Mallku”, cóndor en
aymara, la autoridad más respetada dentro de una comunidad. Sin su figura
es imposible entender la historia reciente de Bolivia. La reorganización del
mayor sindicato campesino, la CSUTCB, a fines de los ‘90, la revuelta indígena
del altiplano en los años 2000 y 2001 y el cerco a La Paz en 2003 –tres
acontecimientos que tuvieron a Felipe Quispe como protagonista– marcaron una
época de luchas sociales junto con las movilizaciones por el agua en Cochabamba
y los bloqueos de los cocaleros en el Chapare.
Los orígenes
“Tendríamos que
remontarnos más allá, cuando se levanta Tupaj Katari, cuando los indios cercan
La Paz y matan a los españoles”, dice Felipe Quispe. “Es el único hombre que
hizo temblar a la corona española de esa época. Y murió descuartizado por
cuatro caballos. Pero dejó una herencia, una herencia inmortal. Nosotros nos
consideramos como seguidores y continuadores de Tupaj Katari, por eso
enarbolamos su bandera, como también su pensamiento medular, el
indianismo, que también nos han transmitido nuestros mayores, nuestros
abuelos”. Tupaj Katari, al frente de 50.000 indígenas, cercó La Paz durante
seis meses. “Volveré y seré millones”, fue lo que dijo antes de morir, según la
memoria aymara. Se había adelantado treinta años a los primeros gritos de
independencia latinoamericana.
Felipe Quispe
nació en una familia campesina aymara en la provincia de Omasuyos, cerca de La
Paz. No aprendió a hablar español hasta los veinte años. El inicio de su militancia
se remonta a los tiempos del Pacto Militar Campesino. Con la bandera de la
revolución del ‘52 y una política asistencialista, los militares se hicieron
poco a poco con el poder y la adhesión del movimiento campesino. Las milicias
agrarias creadas con la revolución del MNR terminaron sirviendo como grupos de
choque contra las reivindicaciones sindicales de los mineros, reprimidos a bala
y sangre. Detrás del discurso nacionalista del general René Barrientos se
hallaba una política de sumisión a los intereses estadounidenses en el
contexto de la guerra fría.
“En los años ‘60
yo estaba prestando el servicio militar. En esa época había una línea política
muy fuerte anticomunista. A pesar de que nosotros habíamos nacido en una
comunidad no sabíamos qué era el comunismo”, cuenta el Mallku. “Había un
oficial, de nombre Aurelio Torres, que repartía unos folletos que decían que
iban a matar a nuestros abuelos y que nos iban a quitar nuestras tierras, que
todo iba a ser en común, que no iba a haber iniciativa privada… Bueno, yo
también estoy en contra de la iniciativa privada, porque vengo de una
comunidad, pero eso de que iban a matar a mi abuelo, que me iban a quitar mi
tierra, mis animales… eso no me convencía. Pero una vez que salí del cuartel en
el ‘64 busqué el Manifiesto Comunista. Y después busqué otros libros de Carlos
Marx y otros autores, pero nunca encontraba eso de que me iban a quitar mi
tierra, nunca encontraba que iban a matar a mis mayores”.
Conociendo a Tupaj Katari
En esos años
Felipe Quispe comenzó a formarse políticamente con personajes como Fausto
Reinaga, entre otros muchos pensadores indios, y otras personalidades de la
izquierda más clásica. Por su oposición a la dictadura de Hugo Bánzer tuvo que
refugiarse en Santa Cruz, donde trabajó como obrero hasta 1977. En esos años
realizó su primer acercamiento a la lucha armada. Pero no duró mucho. “Por
razones de seguridad, entre nosotros no nos conocíamos. Cuando murió nuestro
contacto nos quedamos desprendidos, se había roto el hilo y ya no se podía
coordinar con nadie”.
De forma paralela,
empezaba a trabajar en la organización desde las comunidades. “Poco a poco
hemos ido avanzando, nos introdujimos más y más, aglutinando a la gente.
Entonces conocimos a Tupaj Katari, quién era, cómo era, qué buscaba, sus
debilidades, también dónde tenía su fuerza”.
Comenzaba así la
creación de un ideario a medida de las comunidades
Comenzaba así la
creación de un ideario a medida de las comunidades. “Nosotros salimos de la
escuela marxista. Estaban hablando de Marx, de Lenin, de la lucha armada, de la
lucha de clases, y nuestra gente no entendía nada, entendía cero, ni jota, las
orejas totalmente metidas. Pero pronto nosotros hemos cambiado de discurso,
hemos empezado a hablar de nuestros incas, de nuestros antepasados, de Tupaj
Amaru, de Tupaj Katari, del ayllu comunitario, y la gente comenzaba a levantar
la cabeza y se ponían como las llamas, con las orejas para arriba”, recuerda
Quipe.
A mediados de los
‘70, este lento resurgir indígena se traduce en dos posiciones: el indianismo
de Fausto Reinaga y el katarismo de Jenaro Flores o Víctor Hugo Cárdenas, más
inclinado a la creación de alianzas con otros partidos políticos, incluso con
partidos conservadores como es el caso de Cárdenas, que llegó a la
vicepresidencia con el neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada en 1993.
Inspirado en las
ideas de Reinaga, en 1978 el Mallku participó en la creación del
Movimiento Indio Tupak Katari, una agrupación que sufrió en los años
siguientes numerosas escisiones y conflictos internos. Quispe fue el secretario
permanente de este grupo hasta 1980, cuando el golpe de Estado de Luis García
Meza lo expulsó al exilio. De Perú pasó a México y de ahí a Guatemala y El
Salvador. Una experiencia que le serviría años después, cuando tomó las armas
en un intento de terminar con la histórica de explotación de los indios por
parte de la “otra Bolivia”.
El intento guerrillero
“Ellos no eran
nada”, dice el Mallku en referencia a los intelectuales de buena familia que se
habían sumado a la lucha armada, como el actual vicepresidente Álvaro García
Linera. “Habían leído los 70 tomos de Lenin, las obras escogidas de Mao, los
tres tomos de El Capital, pero no sabían cómo organizar una emboscada, no
sabían cómo entrar a un banco. Sin embargo, nosotros ya estábamos de vuelta,
porque habíamos viajado a Centroamérica, estuvimos en el Frente Farabundo Martí
y en el EGP de Guatemala… Todo eso nos sirvió para entrenar luego a la gente
aquí, en la cordillera de los Andes”.
Pero todavía era
pronto para tomar las armas. Después de volver a Bolivia en 1983 y pasar por la
dirigencia de la Federación Sindical de Trabajadores Campesinos y la Central
Obrera Departamental de La Paz, Felipe Quispe fundó el Movimiento de Ayllus
Rojos. En 1988, en nombre de esta organización de comunidades indígenas y
campesinas de base, el Mallku presentó al Congreso de la Confederación Sindical
Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) la tesis de la lucha
armada como camino hacia la liberación del pueblo indio oprimido. La propuesta,
rechazada por la CSUTCB, le valió siete meses de cárcel en el penal de San
Pedro.
Fue recién en 1990
cuando Felipe Quispe, junto con los hermanos Álvaro y Raúl García Linera, se
incorporó al recién creado Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK). La estrategia
de este grupo pasaba por iniciar un levantamiento armado popular, al estilo de
la revuelta de Tupaj Katari de 1781, armando a las comunidades indígenas. Por
su inserción en las comunidades, el Gobierno temía que pudiera convertirse en
una versión aymara del senderismo peruano.
Pero para alzarse
“en armas contra el sistema imperante en Bolivia”, en palabras de Quispe, se
necesitaba dinero. Y ahí Alvaro García Linera cumplió un papel fundamental.
“Conocí a Alvaro García en 1984”, recuerda Quispe. “Era un estudiante recién
llegado de México… Nosotros también le necesitábamos… porque en este país los
oficiales son blancos, el indio es de base no más, de la tropa. Y
necesitábamos dinero para hacer una organización clandestina, una organización revolucionaria.
Estábamos obligados a recuperar los recursos económicos de la burguesía, de las
empresas, de los capitalistas. Y con ese dinero organizar. Y para eso nos
servía el tipo de estilo de uniforme… A él lo manejamos como un muñeco, porque
de otra forma no nos iban a creer, a nosotros no nos iban a creer”.
¿Cómo crees que un
tipo así va a ser el ideólogo de los indios?
El Mallku no
desaprovecha ocasión para descalificar al actual vicepresidente. “Yo no lo
dejaba hablar porque él no tenía nada que ver. Es como si a usted lo llevo
a mi comunidad, no vas a entender nada de lo que hablamos. Si ahora nos ponemos
a hablar en aymara no vas a entender”, dice Quispe y suelta una parrafada
en aymara. “Ni jota, ¿no? Él era como un papagayo, de hermosos colores,
pero la gente decía: ‘¿Para qué traes a ese inútil? No sabe nada’. ¿Cómo
crees que un tipo así va a ser el ideólogo de los indios? Para ser nuestro
ideólogo primero tiene que saber nuestro idioma, porque el idioma es
ideología, el idioma es pensamiento. Nosotros pensamos diferente, venimos
de otra cultura, no hemos nacido en el hospital, hemos nacido en una
choza, ahí nos han cortado nuestro cordón umbilical”, recalca el Mallku.
Pero este intento
guerrillero tampoco duró de masiado. En 1992, cuando todavía se encontraba “en
proceso de organización y de propaganda”, el ejército katarista fue desbaratado
por la Policía. “Por mala suerte cayó el hermano mayor del Álvaro, Raúl, y
delata todo, las casas de seguridad, los nombres, todo. Éramos más de 500,
pero los que hemos caído fuimos unos 30”. El 19 de agosto Felipe Quispe fue
detenido y encerrado en la cárcel de máxima seguridad de Chonchocoro durante
cinco años. “¿Por qué hacen esto?”, le preguntó entonces la periodista Amalia
Pando. Felipe Quispe respondió mirándola a los ojos: “Para que mi hija no
sea tu empleada doméstica”.
El proyecto de
“enarbolar la bandera de Tupaj Katari encima del Illimani”, la gigantesca
montaña a escasos kilómetros de La Paz, tenía que esperar. En cuanto a la
whipala, la bandera de siete colores y 49 cuadrados de Tupaj Katari, “hasta esa
fecha no la conocía nadie”, apunta Quispe. “La whipala es nuestra, nosotros la
hemos impuesto, con las armas, por las buenas y por las malas”, dice. Ahora es
el símbolo oficial del Gobierno boliviano al mismo nivel que la bandera
boliviana. Hasta los policías la llevan en sus uniformes.
El altiplano en llamas
Felipe Quispe
aprovechó los años de reclusión para terminar el bachillerato e iniciar la
carrera de Historia. Las movilizaciones por su liberación consiguieron sacarlo
de la cárcel en 1998. En ese mismo año fue elegido secretario ejecutivo de la
CSUTCB. En esos años Felipe Quispe empezó a ser conocido como el Mallku por el
espíritu combativo de su dirección. Entre 1998 y 2001, Quispe se transformó en
una de las figuras prominentes de la oposición a la política económica del
presidente Hugo Bánzer, a la cabeza de cortes de ruta y otras formas de
protesta en el altiplano que terminaron contribuyendo a la dimisión del ex
dictador en 2001.
“Nosotros solíamos
llegar con las manos vacías, hambrientos como un perro vagabundo, así hemos
andando, en las comunidades nos daban de comer. Ese trabajo viene de los años
‘70. No ha caído del cielo, no es milagro, tampoco los maestros dioses nos lo
han dado… En esa época hemos caminado comunidad por comunidad hablando en
aymara, en nuestro idioma. Eso tenía que desatarse en una guerra civil, en una
lucha armada, pero como nos han capturado, la cosa se quedó ahí. Cuando he
salido de la cárcel como dirigente teníamos que rearticularnos, reactivarnos”,
recuerda el Mallku.
“Pero fue
sencillo, ya estaba trabajado… Para organizamos en común nos copiamos de
nuestros antepasados, del inca, de la mita [trabajo comunitario y rotativo].
Por ejemplo, tres comunidades entraban a bloquear el camino a las 7:00 de
la mañana y se quedan todo el día y toda la noche. Y al día siguiente, a las
7:00 salen y otra comunidad llega y releva. Si están todos los días se cansan.
En cambio, con tropa fresca no”.
En abril de 2000,
mientras vecinos, regantes y cocaleros paralizaban Cochabamba hasta echar al
consorcio de multinacionales Aguas del Tunari, se generalizaban los bloqueos en
las provincias del altiplano paceño. Además de antiguas reivindicaciones
educativas y económicas relacionadas con el desarrollo rural, la población
indígena y campesina se movilizó contra una ley que abría las puertas a la
privatización del agua, un recurso que hasta entonces era gratuito para los
campesinos.
“Tuvimos que
detener ese proyecto de ley que ya estaba entrando al Parlamento, aplazarlo,
hasta hoy, porque nos querían cobrar el agua”, cuenta el Mallku. “Dice nuestra
gente: ‘Estos españoles, estos q’aras, han venido acá a hacernos trabajar para
ellos, a hacernos pagar impuestos, nosotros no vamos a pagar, que paguen
ellos, que son los inquilinos’. Ésa es la idea, pero que Álvaro García y los
otros no han captado porque no saben aymara”. Además de las demandas concretas,
el alzamiento incorporaba la reivindicación de “la nación aymara”, la creación
de un nuevo Estado indígena ante la incompatibilidad de las “dos Bolivias”.
Tal como documenta
la socióloga Carmen Rosa Rea Campos, el levantamiento indígena, que duró once
días, tuvo características sui generis: por primera vez se ejecutaba el “Plan
Pulga”, como lo denominara Felipe Quispe, “consistente en el bloqueo de caminos
de manera extensiva a lo largo y ancho de las carreteras donde las poblaciones
rurales tuvieran acceso para el ‘sembrado de piedras’. A esta estrategia se
incorporaron otras como la suspensión del envío de productos agrícolas a los
centros urbanos”. Para esta socióloga, la postergación de la ley de agua y el
compromiso del Gobierno de cumplir las demandas de desarrollo rural
significaron “una victoria política, pues el ‘indio’ había doblegado la fuerza
estatal y los había obligado a conocer la realidad campesina/india que
desconocen”.
El epicentro de todas las
batallas
A este “primer
ensayo”, como lo denominó entonces Felipe Quispe, le siguió un nuevo
levantamiento. “Para nosotros, los ministros de Estado, así se llamen de
izquierda o derecha, son lo mismo. Ellos han estudiado en las
universidades de privilegio de EE UU y Europa, se preparan para manejarnos,
para matarnos”, dice el Mallku. “Ellos decían: ‘vamos a cumplir, vamos a traer
tractores, ustedes van a tener una universidad, ustedes van a tener seguro
social indígena originario, ustedes van a gozar de banco propio, van a tener
caminos, etcétera’. Pero nosotros les dimos 90 días de término, un ultimátum.
El Gobierno no cumplió y entonces estuvimos obligados a salir nuevamente a
bloquear los caminos y las carreteras, y cercar la ciudad de La Paz, no dejar
que entre ningún producto agropecuario”.
Para nosotros, los
ministros de Estado, así se llamen de izquierda o derecha, son lo mismo
El nuevo
levantamiento, iniciado en junio de 2000 y radicalizado en septiembre, se
extendió a todo el país. Al “sembrado de piedras” en las rutas que llegan a La
Paz se unieron los cocaleros de Evo Morales, que bloquearon las carreteras que
unen Cochabamba con la capital y con Oruro. Evocando el cerco de Tupaj Katari
de 1781, la capital quedó completamente incomunicada. Sólo los aviones Hércules
de las Fuerzas Armadas podían entrar a La Paz con provisiones.
El “epicentro de
todas las batallas” fue la localidad de Achacachi, a orillas del lago Titicaca.
“En Achacachi hemos destruido todos los poderes estatales, ya no había juez, ya
no había policía, no había tránsito, no había [sub]prefecto, ya no había nada.
Todo indio. Y lo administraban los dirigentes del lugar”, rememora Quispe. “El
levantamiento de Achacachi es la toma del poder total. Hay que ser dueño del
poder, incluso de sí mismo y volver al Qollasuyo [denominación inca del
occidente boliviano], no a Bolivia”, sentencia.
Desde la expulsión
de las instituciones republicanas de Achacachi se instauraron las autoridades
tradicionales comunitarias. “El policía trae ladrón; el Ejército, guerra y el
subprefecto, corrupción”, dijo entonces el Mallku ante las acusaciones de la
prensa de que Achacachi se había convertido en “una ciudad sin ley”. Los
intentos del Ejército de ‘recuperar’ Achacachi y sus alrededores llevaron a la
creación del Cuartel General de Qalachaka, situado a la entrada del pueblo.
“Para impresionar a la prensa poníamos armas viejas de la segunda guerra
mundial, armas que utilizaron los alemanes –ésas las tenemos todavía–, y sobre
esas las armas automáticas y, más arriba, armas más pesadas, por eso el
Ejército tenía miedo de entrar, porque nosotros teníamos gente preparada”, dice
el Mallku.
En julio de 2001
los tanques del Ejército rodeaban Achacachi para poner fin al levantamiento.
Pero no consiguieron entrar en la ciudad ni deponer el control comunal de la
administración de la zona. “En 2001 en Huarina, mataron a nuestros hermanos,
los bombardearon, han utilizado tanques, ametralladoras, aviones… Hubo muchos
muertos, aunque nosotros también matamos”, dice el Mallku. Ninguno de los
Gobiernos posteriores consiguió entrar en Achacachi. Hasta la llegada de Evo
Morales. “Cuando el Evo llegó ha puesto todo, todo completo, ahora hay
Ejército, hay Policía…”, se queja el Mallku.
El segundo cerco a La Paz
Tras el éxito del
bloqueo, en noviembre de 2000 Quispe formó su propio partido político, el
Movimiento Indígena Pachakuti (MIP). En las elecciones nacionales de 2002
obtuvo el 6% de los votos y seis diputados, él entre ellos. Sin embargo, los
conflictos internos y las acusaciones cruzadas entre los diputados del MIP
colocaron al partido en una situación de crisis. Años después Quispe dimitió de
su cargo al no considerar al Parlamento una institución legítima.
El auge de la
figura de Evo Morales y el MAS, que superó el 20% en las elecciones de 2002,
con un discurso menos etnicista y radical, comenzó a quitarle protagonismo a
Felipe Quispe. Sin embargo, el Mallku cumpliría todavía un papel importante en
las masivas movilizaciones del año siguiente, en la ya histórica Guerra del
Gas.
El estallido
social estuvo precedido de una serie de movilizaciones, en un principio
independientes entre sí. Ante la amenaza de un aumento de impuestos a la
vivienda, los vecinos de El Alto hicieron retroceder al alcalde José Luis
Paredes. El 8 de septiembre, Felipe Quispe, como líder de la CSUTCB, encabezó
una marcha a La Paz para exigir la liberación del líder campesino Edwin Huampo,
acusado de haber participado en un acto de justicia comunitaria que concluyó
con la muerte de dos presuntos ladrones de ganado. El 10 de septiembre, el
Mallku inició una huelga de hambre junto con centenares de campesinos en la
radio San Gabriel de El Alto por la liberación del dirigente entre otras
históricas demandas.
El asesinato por
parte de la Policía de cuatro indígenas en un bloqueo cerca de la localidad
paceña de Warisata el 20 de septiembre provocó la furia de la población aymara,
tanto del altiplano como de El Alto y enardeció las protestas exigiendo el
cumplimiento de los acuerdos firmados en 2002. El proyecto de exportar gas a
Estados Unidos a través de Chile, sin industrializar y con unos beneficios
mínimos para el país terminaron de crispar el ambiente. A una manifestación
masiva convocada el 19 de septiembre, se le sumó la huelga general convocada
por la COB. Los mineros de Huanuni con sus mujeres comenzaron la marcha hacia
La Paz. El paro cívico decretado por todas las organizaciones sociales a partir
del 8 de octubre estuvo acompañado por bloqueos de caminos de los cocaleros en
Cochabamba y en los Yungas, y de los campesinos de la CSUTCB de Felipe Quispe
en el resto de los accesos a la ciudad de La Paz.
A medida que se
generalizaban los cortes de ruta y comenzaban a escasear los alimentos y el
combustible en La Paz, las reivindicaciones se concentraron en la renuncia de
Sánchez de Lozada, la convocatoria de una Asamblea Constituyente y un referéndum
por la soberanía de los hidrocarburos. “Fue un salto cualitativo”, recuerda
Quispe. En los días siguientes la represión del Ejército y la Policía hizo que
se generalizaran los bloqueos y el levantamiento vecinal en El Alto.
Las organizaciones
sociales quedaron sobrepasadas por la población, al igual que líderes como
Felipe Quispe, a quien la prensa se empeñaba en señalar junto con Evo Morales
como los únicos responsables de la revuelta. Tras marchas, batallas campales,
bloqueos y 65 manifestantes muertos, el 17 de octubre Sánchez de Lozada
presentó su renuncia. Esta vez, el cerco a La Paz había conseguido sus
objetivos.
Tras un inicial
apoyo al nuevo Gobierno de Carlos Mesa, que prometió dar solución a muchas de
las demandas campesinas, Felipe Quispe no tardó en convertirse en un férreo
opositor e incluso llegar a una efímera alianza con Evo Morales para acabar con
su Gobierno. Sin embargo, las elecciones de diciembre de 2005 sellaron el fin
de su carrera parlamentaria: el MIP apenas consiguió el 2,15% de los votos. Evo
Morales se había convertido en el primer presidente indígena de la historia de
Bolivia con el 54%.
El nuevo Gobierno
asumió muchos de los símbolos y discursos del katarismo y el indianismo (...).
Pero para el Mallku, esos símbolos han sido vaciados de contenido
El nuevo Gobierno
asumió muchos de los símbolos y discursos del katarismo y el indianismo, entre
ellos la apelación al pasado precolonial o términos como “socialismo
comunitario” o “Estado plurinacional”. Pero para el Mallku, esos símbolos han
sido vaciados de contenido. “Están hablando de un Estado plurinacional, pero es
un Estado controlado nada más que por ellos. Nosotros queremos nuestro propio
Estado, controlado por nosotros, no un Estado blanco, un Estado q’ara. Evo es
bolivianista. Si Tupaj Katari viviera al Evo Morales le hubiera llevado a la
horca o a la punta del cuchillo”, dice Felipe Quispe. “Era más fácil combatir
al neoliberalismo, porque no está encapuchado”, reconoce.
Evo prácticamente
ha anulado a los movimientos como en los tiempos del pacto militar campesino.
El Mallku compara
los últimos años de Gobierno de Evo Morales con una época histórica que conoció
bien: “Evo prácticamente ha anulado a los movimientos como en los tiempos del
pacto militar campesino. Hay unos cuantos perros que ladran, pero no muerden”.
Sin embargo, admite que tras el gasolinazo de diciembre de 2010 algo ha
cambiado. “No es que hayan despertado. Siempre estaban mirando de un lado sólo,
porque el otro ojo estaba cerrado a lo que estaban haciendo los masistas”,
apunta. “Yo creo que viene un movimiento más fuerte, yo no soy el único que
está hablado de eso. Es un movimiento de abajo, no de arriba. El temblor
siempre viene de abajo, no de arriba”.
Yo creo que viene
un movimiento más fuerte (...). Es un movimiento de abajo, no de
arriba. El temblor siempre viene de abajo, no de arriba”.
Pese a su distanciamiento de la alta política, el Mallku sigue siendo una
figura polémica. Su discurso indianista y su denuncia de la persistencia del
colonialismo sigue representando una amenaza para ciertos sectores de las
clases altas y medias. Una encuesta de febrero de 2011 revelaba que Felipe
Quispe era la tercera persona peor valorada en once barrios de La Paz, sólo
superado por Evo Morales y García Linera.
“Hemos tumbado a
tres gobiernos y para eso hay que seguir trabajando, seguir organizando, seguir
preparando, porque nos toca a nosotros. Sólo el pueblo libera al pueblo”, dijo
el Mallku en un reciente congreso del periódico katarista Pukara. “¿Quién va a
trabajar para nosotros, sino nosotros mismos?, ¿quién va a reideologizar,
reindianizar al pueblo?, ¿esos señores que están hoy en Gobierno?”.
El Mallku nos ofrece
parte de su filete a la plancha. “Prácticamente desde el año 2000 hasta 2005
nosotros hemos aniquilado a los partidos políticos de derechas. Por eso es que
están arrinconados en este momento. Pero sus cachorros están en el Gobierno”,
dice Quispe mientras termina su gelatina.
Para Denise Y.
Arnold, en su estudio sobre las identidades regionales en Bolivia, “el Mallku
impulsó a los actores sociales de la región a replantearse su pasado
sindicalista y recuperar la estructura de los ayllus como la forma identitaria
política más apropiada para una nueva fase de lucha política en el periodo
2000-2005”.
Felix Patzi,
ministro de Educación en los primeros años del Gobierno del MAS, comparaba en
el mismo congreso katarista la aportación de las dos figuras más importantes
del reciente ciclo de movilizaciones. “Creo que el Evo, igual que Felipe
Quispe, ya cumplió su misión histórica. La misión histórica de Felipe Quispe,
en los años 2000 al 2002, fue el haber levantado el orgullo indígena en el
campo y en la ciudad. La generación nueva es tributaria de esa misión histórica
exitosa. La misión histórica de Evo Morales fue la de haber derrotado a la
derecha el año 2005 y en otras elecciones democráticas. Siempre vamos a
recordar el éxito de esa misión, pero creo que ya no tiene capacidad para
cumplir otra misión histórica, la de concluir las transformaciones profundas,
estructurales, que el país necesita”.
https://www.servindi.org/actualidad-informe-especial/19/01/2021/felipe-quispe-el-ultimo-mallku